Uruguay Y Uruguayos En La Antartida Pereyra - Gliksberg 1994

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Uruguay y uruguayos en la Antártida

Orosmán Pereyra / Isac Gliksberg

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Uruguay y uruguayos en la Antártida

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Uruguay y uruguayos en la Antártida

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Uruguay y uruguayos en la Antártida

Orosmán Pereyra / Isac Gliksberg

URUGUAY Y URUGUAYOS  EN LA ANTARTIDA Un nuevo horizonte, un desafío Tte. Cnel Orosmán Pereyra Prieto / Isac Gliksberg Edición original ARCA 1994

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Uruguay y uruguayos en la Antártida

Orosmán Pereyra / Isac Gliksberg

El Diario de Campaña del Tte. Cnel. Orosmán Pereyra relata las experiencias y vivencias de una actividad novedosa para el Uruguay, como lo es participar en la actividad antártica. La selección de un grupo, el entrenamiento previo y su posterior vida en la Base Científica Antártica Artigas (BCAA), darán al lector, una panorámica ajustada de esta experiencia. Se complementa con artículos del periodista Isac Gliksberq quien, inteligentemente, introduce al lector en la delicada decisión de por qué estamos los uruguayos en la Antártida. Completan la obra datos históricos, geográficos, recursos, fauna , conocimiento del marco jurídico que administra el continente Helado, que será una fuente permanente de consulta. En el prólogo del Presidente de la República O. del Uruguay Dr. Luis A. Lacalle se expresa: "Es una aventura a la medida de los orientales. Debemos continuarla". En los umbrales del siglo XXI la Antártida se convierte para Uruguay en “un desafío, un nuevo horizonte”.

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Uruguay y uruguayos en la Antártida

Orosmán Pereyra / Isac Gliksberg

DEDICATORIA Dedicamos este libro a todos los uruguayos, militares y civiles, civiles y militares, a los que integran la dotación actualmente y a los que integrarán las dotaciones futuras, que con enormes sacrificios imponiendo una férrea voluntad a las inclemencias del clima, al aislamiento y a las particularmente difíciles condiciones de vida humana en la región más meridional del planeta, han hecho de la base Científica Antártica Artigas, una luminosa avanzada de la patria a más de 3.000 kilómetros de distancia del territorio continental de la República Oriental el uruguay, en el continente más frío y despoblado de La Tierra. ¿Será éste el último lugar donde flamee el pabellón Patrio? De todos los uruguayos es la respuesta.

Tte. Cnel. Orosmán Pereyra

Isac Gliksberg

Digitalizado del Original por Tte. Cnel. Waldemar Fontes Email: [email protected] junio 2008 Año Polar Internacional 2007 - 2008 Copyleft: Se autoriza su reproducción mencionando la fuente Destinado a las futuras generaciones de Antárticos, para que se inspiren en los pioneros.

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Orosmán Pereyra / Isac Gliksberg

PROLOGO Por el Dr. Luis Alberto Lacalle Herrera Desde la más lejana niñez sentí como un agravio, como un ataque a la esencia de la nacionalidad, oír decir que vivíamos en un país pobre, pequeño. No sólo razonando acerca de la relatividad de esos conceptos de pobre y de pequeño, que son en sí representativos, y que serían difíciles de probar, sino porque creí que de esa manera se agredía lo más- preciado que tiene que tener una nación, que es su propio respeto y autoestima-. Nunca es pequeña la nación propia, porque respecto de la misma -en primer lugar- no se puede ser nunca objetivo. Quien pueda objetar respecto de su nación no la quiere como debería o quizás -sin saberlo- no pertenece a la misma. He gozado del espíritu de aventura, que en épocas pretelevisivas -por suerte- supe alimentar con las lecturas que en la formación del adolescente cumplen la labor de exaltar valores positivos, tales como espíritu de sacrificio y disciplina. La compañía que los libros de Verne, de James Olivier Curwood, o las biografías de hombres como Scott, Amundsen, como Shackleton fueron encendiendo en mí la imaginación, a la vez que me brindaron asistencia. Y, sin saberlo, fueron destilando en el fondo de mi ser ese sentido del honor, de la entrega, de la lucha, de fijarse metas difíciles -que debe ser, quizás- la máxima lección que el sistema educativo intelectual deba otorgar a la gente joven. En ese marco siempre presentí que nuestro país tenía -algún día- que llegar a esos confines y cuando me tocó ser Representante Nacional en la Legislatura que comenzó en 1972, presenté un proyecto, estableciendo por ley el Instituto Antártico. Luego, en el Senado, pedí una sesión especial para tratar de poner en el ánimo de los señores Senadores la importancia que tenía la Antártida, cuando ya anteriormente se había producido -gracias al empuje de las Fuerzas Armadas y dentro de ellas de unos visionarios y románticos- el contacto de nuestra nación con el Continente Antártico. Mucho se avanzó en esta década en materia científica y logística y ya comenzamos a sentir los resultados de un Uruguay que se agranda en las adversidades y en las pruebas que nos hacen emerger el sacrificio, la lucha, la entrega y la imaginación, «en un teatro operativo de ciencia, paz, solidaridad y fraternidad humanas», como dice el Tte. Cnel. Orosmán Pereyra. Eso es la Base Antártica «Artigas». Quienes hemos tenido el privilegio de participar en viajes a ella y soñamos con la posibilidad de que nuestro país estuviera, no en la conquista, sino en la presencia junto a naciones poderosas para el estudio y el progreso de la humanidad, nos sentimos felices por haber ganado la apuesta que nuestra Patria podía. Estoy seguro que mucho más se va a escribir, sobre lo ya hecho en torno a la actividad antártica uruguaya, pero quiero destacar -además del esfuerzo del Tte. Cnel. Orosmán Pereyra, al trasmitir la experiencia de su campaña durante 1987- la labor del señor Isac Gliksberg en recopilar su interesante serie de artículos periodísticos publicados en el Semanario «Crónicas Económicas», que ilustrará a los lectores - sin lugar a dudas- sobre la importancia y la razón por las cuales Uruguay está y debe seguir estando presente en la Antártida. Como Presidente de todos los orientales no puedo finalizar sin agradecer profundamente a todos quienes institucionalmente en las Fuerzas Armadas, o como anónimos colaboradores y actores directos, permiten que nuestro país se amplíe -no solo en lo territorial- sino en experiencias científicas y tecnológicas. Es una aventura ala medida de los orientales. Debemos continuarla.

Luis Alberto Lacalle Herrera

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Jefes de la B.C.A.A. Fundación y cierre de Base Científica Antártica Artigas Diciembre 1984 - Febrero 1985

Cnel. Ornar Porciúncula

Reapertura de Base Científica Antártica Artigas Diciembre 1985

Cnel. Ornar Porciúncula

Enero-Febrero 1986

Cnel. Eduardo Techera

Funcionamiento permanente por un año de Base Científica Antártica Artigas Febrero 1986 - Enero 1987

Cnel. Heber Cappi

Enero 1987 - Diciembre 1987

Tte. Cnel. Orosmán Pereyra

Enero 1988 - Diciembre 1988

Tte. Cnel. Emilio Álvarez

Enero 1989 - Diciembre 1989

Mayor Mario Zerpa

Enero 1990 - Diciembre 1990

Mayor Gualberto Rosadilla

Enero 1991 - Diciembre 1991

Mayor Mario Menjou

Enero 1992 - Diciembre 1992

Tte. Cnel. Alejandro Várela

Enero 1993 - Diciembre 1993

Tte. Cnel. Carlos Pagola

Enero 1994 -

Tte. Cnel. Osear Grané

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Orosmán Pereyra / Isac Gliksberg

Índice Diario de la Campaña antártica, Segunda invernada 1987

.pág. 13 (del original)

Tte. Coronel Orosmán Pereyra La Antártida ¿le sirve a Uruguay?

pág. 111 (del original)

Isac Gliksberg La Antártida Información sucinta

pág. 150 (del original)

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DIARIO DE CAMPAÑA ANTARTICA SEGUNDA INVERNADA, 1987 Teniente Coronel Orosmán Pereyra

«¿Has entrado en los depósitos de nieve?. Libro de Job, 38,22 Cuando ingresé como cadete, a la Escuela Militar del Ejército Nacional, lejos estaba yo de imaginar que algún día, sería protagonista, de una serie de experiencias y aventuras, algunas de ellas tan fantásticas como las propias aventuras plasmadas en novelas y films de ficción, y que el Ejército Nacional me dio la oportunidad de vivir en un teatro de operaciones de ciencia, paz, solidaridad y fraternidad humanas. Nada de lo que el lector leerá desde aquí hasta la última página es fruto de la imaginación, más bien por el contrario, son las experiencias y vivencias que, como jefe del Ejército uruguayo, me tocaron vivir y que deseo compartir con el lector. Ha sido una oportunidad, casi exclusivo privilegio, de muy pocos individuos. Y es mi deseo que el lector pueda sentir que, también él, es partícipe, de cuanto viví a tantos kilómetros de distancia de la Patria. Resumo pues, de aquí a la última página de este diario de campaña, las aventuras y vivencias de mi actividad antártica, que cubre las etapas de su preparación, concreción y desarrollo. Del mismo modo, deseo transmitir la mayor cantidad posible de experiencias, hechos, anécdotas y emociones - alegres y tristes, felices algunas y amargas otras- para que el lector conozca cómo vivimos en la Base Científica Antártica «Artigas» del Uruguay, distante 3.044 kilómetros al Sur de la Patria. Aprovecho para manifestar mi más profundo agradecimiento al personal de la Dotación de Trabajo Científico y, muy especialmente, al Personal de invernada. Este último, dio todo lo mejor de sí, para llevar a cabo y sostener todas las tareas y objetivos que se fijaron, por parte del Instituto Antártico Uruguayo, desde Montevideo Tte. Coronel Orosmán Pereyra

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INTRODUCCIÓN Primeras impresiones de la Antártida. Regresé a la Isla Rey Jorge en enero del año 1987, donde se encuentra asentada la Base Científica Antártica «Artigas», y que en adelante denominaré BCAA, siendo ésta, la segunda vez que pisaba aquéllas gélidas y níveas tierras australes. Mi primer contacto había sido durante la campaña del año 85-86, en que se reabría la Base y se iniciaba su actividad en forma permanente y no transitoria. Permítame el lector situarlo geográficamente. La Isla Rey Jorge pertenece al Archipiélago de las Shetland del Sur, y se encuentra ubicado este último a unos 1.500 kilómetros del Continente Americano y a unos 120 kilómetros del Continente Antártico (Lat. 62° 11' - Long. 58° 51'). Sobre una extensión de 70 kilómetros de largo por 30 kilómetros de ancho, constituido por grises rocas volcánicas, blancos y helados glaciares y maravillosos acantilados que le dan un majestuoso aspecto pictórico al paisaje circundante, se asientan las Bases Científicas de distintos países, como ser: República Popular China, República de Chile, Rusia, Corea, Perú, Argentina, Brasil, Polonia y la uruguaya BCAA. La Base Científica Antártica «Artigas» está situada sobre una caleta de la Bahía Collins, a unos 5 kilómetros aproximadamente de las Bases Científicas Chilena y Rusa, que constituyen los vecinos más inmediatos de nuestro asentamiento. Las misiones se cumplen con el apoyo de la Fuerza Aérea Uruguaya, que transporta personal y carga, misión que se lleva a cabo mediante la utilización de aviones Fairchild F H 227, Aviocar y Bandeirante. Llegamos a la isla aterrizando sobre la única pista existente, ubicada en la Base Chilena y perteneciente a la Fuerza Aérea Chilena, la Base «Teniente Rodolfo Marsh». La pista en cuestión, de 1.600 metros de extensión, constituida de piedra y tierra, recibió en el año 1988 mejoras en balizamiento y marcación, que le otorgaron mayor operatividad. Ahora, el lector se encuentra ubicado geográficamente en estas alejadas, aisladas, frías y blancas tierras. Tierras de la ciencia y de la paz, declarado continente desnuclearizado en el año 1959 y que continúa siendo el más remoto y desconocido paraje de la Tierra, al punto tal, que es más probable obtener mapas detallados de la Luna que de la superficie de algunos lugares antárticos. Este maravilloso mundo de impresionantes témpanos de hielo, tan grandes como muchas islas del planeta, y que navega a la deriva por las gélidas aguas del continente, da impresionantemente grandes colonias de krill, de pingüinos y de enormes ballenas, que hacen notar su presencia mediante los danzarines chorros de agua que de tanto en tanto aparecen sobre la superficie de las aguas heladas, es el mundo donde se desarrolló nuestra misión de soldados uruguayos al servicio de la paz, la ciencia y el futuro de la humanidad y el bienestar del nombre sobre el planeta. Ahora, nos es posible ampliar nuestra visión del clima, que podemos dividir temporalmente en dos períodos bien definidos climáticamente y dos etapas fugaces que las enlazan entre si. Se trata del verano y del invierno antárticos, si bien a este último lo podemos denominar «de invernada», ya que está íntimamente ligado a la relativa actividad humana y de vida animal que durante el transcurso del mismo se puede desarrollar. El ciclo de estaciones climáticas en la Antártida es el siguiente: El verano se inicia temporalmente en los días finales de noviembre a principios de diciembre, hasta que, muy generosamente, finaliza a fines de marzo o principios del mes de abril.

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Luego comienza una etapa muy fugaz (etapa intermedia), que se hace muy difícil diferenciarla del invierno, a no ser por las horas de luz solar y el rigor de los intensos fríos. Hasta principios da octubre, reina el invierno, seguido de otra etapa intermediaEn este período comienza lentamente el descongelamiento en todas las partes en las que aparecerá tierra durante el verano, haciéndolo a un ritmo mucho más vertiginoso a medida que se incursiona en la estación propiamente dicha. Lo mismo ocurre en el mar, que hasta ahora, había permanecido como una vasta llanura blanca interrumpida apenas de tanto en tanto con algún témpano atrapado en ella. Algo que es invariable en todo lugar donde hay seres vivos. Comienza la vida animal que se hace verdaderamente notoria. Los orgullosos pingüinos con sus «fracs» de color negro regresan a sus lugares de nacimiento, para buscar su pareja mientras que el mar, semicongelado, se llena con cientos de focas con el mismo fin, y el cielo se puebla con miles y miles de alas. La actividad humana en el continente helado comienza a tomar un nuevo ritmo. Con el verano, se intensifica toda la actividad en el continente ya que es preciso que se prepare lo mejor posible, para cumplir cabalmente la misión encomendada, y realizar una campaña exitosa de verano y una segura de invierno.

Planificación y Preparación de la Misión Antártica La tarea de preparación de la Campaña se inicia en el mes de junio de 1986. Esta tarea fue para mí, entonces jefe del ejército uruguayo, una de las misiones más trascendentes, hasta entonces, en mi carrera militar. Se me encomendó preparar y llevar a cabo una campaña antártica en todos sus aspectos. Considerando que la mía sería la segunda campaña antártica del Uruguay, la cual habría de transcurrir durante el invierno, y considerando también, la escasa experiencia que se tenía hasta ese momento en el Instituto Antártico Uruguayo, los primeros aspectos a cubrir tenían que ver con la determinación de las pautas necesarias para la selección del personal adecuado. Este personal debía poseer las condiciones necesarias para cumplir una campaña de largo aliento, en condiciones climáticas difíciles y de riguroso aislamiento. Para ello, tuve en cuenta la tarea que estaba realizando por esa época, en la propia BCAA mi compañero y amigo, el T/C H.A.Cappi. Pude hacerlo, con el anteriormente mencionado, por medio del uso de las ondas de radio que conectaban Montevideo con la Base y también por medio del material bibliográfico existente en la capital de la República que tuviera que ver con el tema antártico proveniente de países con vasta experiencia en actividades antárticas. Este material y estas experiencias extranjeras, y propias, fueron marcando un perfil psicológico y de comportamiento adecuados, para tomar en consideración a los futuros aspirantes, hecho que transmití oportunamente al equipo de sicólogos del Servicio de Sanidad de las Fuerzas Armadas Uruguayas, para que fueran utilizados en el futuro por el propio Servicio. Paralelamente, se procuró encontrar personal idóneo para cumplir diferentes tareas imprescindibles: sanidad, vestuario, alimentación, mantenimiento de motores y generadores de energía dado que éstas eran consideradas las tareas básicas para el buen funcionamiento de la Base Artigas. Se atendieron los pedidos logísticos solicitados desde la BCAA y se intercambiaron ideas con el T/C H.A. Cappi, sobre futuros trabajos a desarrollar en el verano próximo y que debían ser planificados con la anticipación suficiente como para no dejar librado al azar detalle alguno. Desarrollamos entonces nuestra actividad en tres direcciones bien definidas: Primero, selección de personal;

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segundo, planificación del trabajo a ejecutar en verano y materiales necesarios; y tercero, planificación previa para el abastecimiento de alimentos y vestuario, transporte aéreo y marítimo, que contemplara todos los inconvenientes y dificultades que pudieran surgir durante la realización de la futura campaña. Además, debimos coordinar el apoyo a las tareas científicas de la Base «Artigas». Con personal de las tres ramas de las Fuerzas Armadas y de la Dirección Nacional de Meteorología, procedimos a hacer la selección primaria. El grupo finalmente seleccionado fue chequeado desde el punto de vista sico-somático. De este modo, llegamos a la selección de doce hombres (una dotación completa), al que se agregó algún reemplazo, todos ellos considerados aptos para la misión a cumplir, comenzando de inmediato sus tareas como futura dotación. Participaron de un curso mediante el cual fueron informados de las características del terreno antártico, sus necesidades personales, sus derechos y prohibiciones, sus posibilidades y limitaciones y, lo más importante, conocerse entre sí y formar, sin sentirlo ni forzarlo, un equipo humano que piense al unísono, cómo lograr cumplir de la mejor forma posible, la misión encomendada. Cada uno de los miembros de la futura dotación antártica fue tomando conocimiento de las responsabilidades que tendría que asumir, acordes con las exigencias que en ese momento imponía la vida y funcionamiento de la BCAA. A cada cual se le iba a exigir de acuerdo a su especialidad y se le preparaba para el inminente embarque. Se realizaron contactos radiales entre personas que cumplen y cumplirían similares funciones dentro de la Base, o bien, por misiones recibidas por el Comando de Base futuro. Esto último se llevó a cabo sobretodo con aquel personal que debería cumplir funciones tan importantes y sensibles como sanidad, generación de energía eléctrica, motores, abastecimientos. Finalmente, de este modo, logramos que el personal se fuera interiorizando de los problemas que se le iban a presentar en los diferentes sistemas y cuál era su posible solución. Así, fueron llevados realmente a que poco a poco se sintieran ligados y comprometidos con la Base Científica Artigas, desde el mismísimo primer momento, sin que siquiera hubieran estado aún allí. Nos enfrentábamos a un gran desafío, sin dudas. Había que prepararse para la propia supervivencia en las condiciones adversas que implica la vida en el continente antártico, y para ello, estábamos planificándolo todo y preparándonos de la mejor manera posible.

La preparación humana en la Isla de Flores No encontramos mejor forma de prepararnos para la misión, en lo que al personal se refiere, que planificarlo todo, de modo que, al llegar al continente austral, poco resultara sorpresivo para la dotación. Una parte de esta planificación fue la que se desarrolló en la Isla de Flores. Debo destacar que el Uruguay no posee, por sus características geográficas, lugar alguno de difícil acceso para realizar nuestra preparación antártica. Luego de analizar distintos sitios del territorio uruguayo, finalmente escogimos la Isla de Flores, en el Río de la Plata, que pensamos debería servir, a un costo relativamente bajo, para nuestro curso de aislamiento y yo agregaría, de supervivencia y de convivencia.

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Esta preparación se llevó a cabo durante catorce días del mes de setiembre, en los cuales el único contacto que tuvimos con la civilización fueron las luces de Montevideo, el personal de la Armada Uruguaya que operaba el faro allí existente y la estación de radio perteneciente a la Fuerza Aérea Uruguaya, a través de la cual recibíamos y enviábamos novedades al Instituto Antártico y se hacía intercambio de información con la Base Científica Antártica «Artigas». No llevamos a la Isla de Flores ningún otro medio de comunicación que nos permitiera contactarnos con el mundo que nos rodeaba. Logramos, entonces, que la comunicación entre los hombres se volviera muy distendida. Las largas y concentradas horas de instrucción se matizaban con actividades en pareja o por equipos y las horas de descanso se cubrían con el mate. Los momentos previos y posteriores a la cena se cubrían con juegos de salón, que hacían que se Fueran estableciendo entre los futuros compañeros de misión un espíritu de cuerpo que, con el transcurso de la posterior campaña antártica, y aún una vez finalizada ésta, se pudiera continuar manteniendo. Cada uno de los hombres sabía, ahora, como estaba compuesta la familia de los demás compañeros, sabía las fechas de cumpleaños, conocía sus gustos y debilidades, hasta dónde se le podía exigir, por decirlo así, y hasta dónde era posible o cuándo era necesario dejarlo en soledad con sus propios pensamientos. Realmente, se estaba logrando un equipo que rendiría, seguramente, un examen brillante en la inmensa soledad blanca, solos consigo mismos y con la inmensidad del continente más frío, más blanco, más pacífico, más desarmado, más tormentoso, más despoblado y más estudiado y codiciado de la Tierra.

La Antártida Este continente de condiciones tan excepcionales, como intuye el lector, es la Antártida. La ausencia de asentamientos humanos numerosos está determinada por la posición de estas tierras, aisladas en medio del océano -tres océanos la circundan- y accesible solamente con medios notablemente perfeccionados. La cegadora blancura del panorama antártico se ve interrumpida en algunas zonas por grandes manchas oscuras. Se trata de los nunataks o cimas rocosas que afloran a través de la corteza de hielo. La Antártida es, en efecto, un continente con una rica orografía y una rica hidrografía, con un clima mucho más riguroso que el del Ártico, por ejemplo, con fuertes ráfagas de vientos, «Blizzard», que alcanzan hasta velocidades de 60 kilómetros por hora en la costa y de hasta 200 (doscientos) kilómetros por hora y más aún, en el centro del continente, levantando la nieve en cegadores torbellinos y dando origen a densos encrespamientos del manto nivoso. La fauna es muy específica y rica y la flora es escasa. El atraque en las costas del continente o por la vía aérea resulta siempre peligroso, casi siempre a causa de las tempestades, de la existencia de altos acantilados y del cinturón de rocas y de algas. Nuestro objetivo primario era, pues, llegar hasta nuestro lugar de desembarco, en las condiciones ya conocidas, en el suelo del continente antártico.

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VERANO DE 1986-1987 El viaje hacia la Antártida «¿Cuando dejaré de maravillarme para empezar a conocer?» Galilea Galilei

Culminadas las etapas de preparación, llegamos al momento en que debíamos realizar los embarques marítimos de los materiales necesarios en la Base. Lo hicimos en los barcos de origen soviético, que llevaban a su vez, carga, asa Base Científica «Bellinghausen», Base vecina a la nuestra, acercándonos los materiales previstos para la Base Científica Antártica «Artigas», Los embarques aéreos que tienen ciertas características dignas de ser destacados fueron llevados a cabo por la Fuerza Aérea Uruguaya. En el día prefijado, durante las primeras horas del amanecer, comienzan a arribar a la Brigada Aérea No. 1, los familiares y componentes de la expedición. La Sala de Recepción comienza a llenarse de niños que corretean por los corredores y pasillos y que llegan a esta sala a ver, de tanto en tanto, que está sucediendo, sin entenderlo, llantos de familiares, manos que desean retener por más tiempo, en los minutos postreros, al ser querido que se va tan lejos, y por doquier, consejos y recomendaciones de las más diversas. Nos llega la orden de embarcar. Nos dirigimos hacia la máquina que, ya en la pista de despegue, está pronta para carretear y comenzar su viaje, nuestro viaje, en el cielo, hacia nuestro destino austral. Subimos, uno a uno, al aeroplano. Las puertas del avión Fairchild se cierran tras la subida del último de los hombres expedicionarios. Se ponen en marcha sus motores. Y, mientras carretea por la pista y comienza a buscar el cielo, nosotros, desde nuestras ventanillas, vemos a los familiares que con sus brazos extendidos prolongan un adiós que queda adherido en nuestras retinas mientras, ya en el cielo, nos dirigimos definitivamente hacia nuestro destino. Comenzamos, desde ahora, nuestro largo viaje hacia la Antártida.

En el avión uruguayo rumbo al Sur Ya en vuelo, en el avión Fairchild de la Fuerza Aérea Uruguaya, las primeras horas transcurren con las formalidades de rigor, para estos casos, como ser, presentaciones para aquéllos que recién se conocen y a medida que el viaje continúa, ya sobre territorio argentino, el café, el mate y las confidencias se entremezclan y hacen que las horas transcurran más desapercibidas. En el interior de la aeronave, en vuelo, las comodidades existentes son mínimas. Como resulta prioritario el espacio para el transporte de la carga y los tanques de combustibles suplementarios, nosotros hicimos el viaje sentados en el suelo, o sea, sobre el piso del avión, sobre colchonetas. La primera etapa del trayecto a recorrer dura unas ocho horas, aproximadamente, y tiene como destino la ciudad-puerto de Punta Arenas en Chile. Punta Arenas es una hermosa ciudad del extremo Sur de la República de Chile. Es la capital de la provincia y del departamento de Magallanes, posee algo más de 150 mil habitantes y está situada

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exactamente sobre la costa Este de la península de Brunswick, en el centro del Estrecho de Magallanes. Punta Arenas es también un puerto y Zona Franca de gran importancia comercial y, seguramente, la Zona Franca más importante del Océano Atlántico. Cuando llegamos a éste, nuestro primer destino, tomamos contacto con una primera realidad: aquí, quien manda en primera instancia y lo hará sobre nuestras vidas mismas, es y será el tiempo climático y las condiciones meteorológicas. En este lugar, en el aeropuerto «Pdte. Ibáñez», en su centro de predicciones meteorológicas se indica si el viaje puede continuar, o si, por el contrario, hay que aguardar a que las condiciones climáticas sean favorables para efectuar el cruce del Estrecho de Magallanes y el de Drake, como también para el posterior aterrizaje en la Isla Rey Jorge. Con frecuencia, las condiciones para descender a tierra no se dan en forma simultánea. Se autoriza el cruce, por ejemplo, pero no el aterrizaje, y/o viceversa. Punta Arenas es una ciudad con población muy hospitalaria. Su clima es de características propias de la región, fuertes viento y bajas temperaturas, aún en los meses estivales de diciembre a febrero. Es también, un importante puerto de apoyo logístico y mantenimiento, dado que muchas naves hacen su última escala, antes de proseguir viaje a la Antártida. Punta Arenas posee, como ya señalamos, una importante Zona Franca con elegantes supermercados y shopping-centers, que le dan a la ciudad un aire más destacado al ya ágil movimiento que los magallánicos -como se llama a los habitantes de esta región chilena- han dado a su ciudad. Los pobladores de Punta Arenas están constituidos por una mezcla extraña de nativos, yugoslavos e hindúes, que le dan a la población, una característica muy especial. Por lo general, estos nativos son de baja estatura, de cabellos negros muy oscuros que contrastan con los pobladores de estatura alta y rubios de origen mayoritariamente eslavo. Los días de permanencia en esta ciudad-puerto son todos de características rutinarias. Para nuestra dotación, la rutina consistía en levantarse todos los días muy temprano y esperar las novedades que pueden llegar desde el aeropuerto, indicando la realización del cruce o su postergación. En esta región ya se vislumbran los cambios horarios que se nos aparecen come un índice más de la próxima estadía antártica nuestra. Sorpresivamente, se producen las condiciones climáticas que nos permiten realizar el cruce, esta vez ya, rumbo a la Antártida. Algo más tarde, nos encontramos nuevamente en vuelo, habiendo dejado atrás, ahora sí por un largo período de tiempo, la civilización, mientras comienzan a desfilar, ante nuestros ojos, como escenas de una película filmada, las últimas estribaciones de la Cordillera de los Andes, canales, acantilados y glaciares que mueren, inexorablemente, en el mar. El cruce del Pasaje de Drake y el aterrizaje en la Antártida Unas tres o cuatro horas nos separan de nuestro destino. Estamos volando sobre un mar tremendamente violento, ya que es el punto de confluencia del Océano Atlántico, del Océano Pacífico y del Océano Glacial Antártico. Este vuelo es totalmente diferente al anterior, pues predominan la adopción de medidas de seguridad sobre las de confort. Se nos prohíbe fumar, debido a que llevamos los tanques suplementarios llenos de

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carburante que nos permitirían efectuar el regreso en caso de que se hubiera cerrado la pista de nuestro aterrizaje «Tte. R. Marsh». Nos instruyen sobre aperturas de salidas de emergencia, lanzamientos de balsa y elementos diversos de supervivencia con los que contamos en caso de necesitar efectuarse un inesperado amerizaje. A pesar de la delicada situación que vivimos, después de las preguntas, consejos, recomendaciones de rigor, unos se entregan al sueño y otros a distintas distracciones, hasta que se comienza con la preparación para el aterrizaje. En este momento, todos nosotros tratamos de poder ver a través de la ventanilla leí avión y entre las nubes, el lugar eme será nuestro destino, pero lo único que conseguimos percibir es agua coronada por fuerte y abundante espuma que nos indica su fuerza y aquí y allá, algún témpano de formas caprichosas que tienen a su alrededor trozos de hielo - producto de la erosión- y un anillo azulado de agua dulce, que deja ver parcialmente, la masa sumergida del mismo témpano. Para quienes como yo, efectuamos más de una vez con anterioridad este viaje sabemos bien que una serie de grandes peñascos, los van marcando la proximidad de la isla Rey Jorge, que se nos aparece como una gran planicie, casi totalmente horizontal. Cuando percibimos que está bajando el tren de aterrizaje y varía el ruido de los motores de nuestra aeronave, sentimos que nos están indicando que estamos llegando al momento de la culminación de nuestro viaje. Mientras nosotros nos encontramos ya preparados para recibir el frío con nuestra vestimenta especial, con las caras permanentemente vueltas hacia las respectivas ventanillas del avión, sobrevolamos el acantilado casi a nivel del suelo. Allí comienza la pista de aterrizaje y nuestra visión del mar verde azulado, se transforma repentinamente en tierra de color pardo, con grandes piedras y algunas zonas de nieve de gran tamaño. La aeronave aterriza. Mientras avanza sobre la pista rugosa va dando tumbos a uno y otro lado. Con un espontáneo y entusiasmado aplauso premiamos la pericia de los pilotos uruguayos, en una tradición antártica, que se repite cada vez que un avión se detiene sobre el suelo nevoso del continente más meridional. Casi simultáneamente con el aplauso, todos exhalamos un suspiro de tranquilidad. Ahora, frente a nosotros, comenzamos a ver las instalaciones de la Base Chilena «Tte. R. Marsh», los contenedores de la torre de operaciones, el hangar, la hostería y un pequeño grupo de hombres, que a la distancia no se distinguen bien, pero que son los integrantes, según supimos un rato más tarde, de un improvisado Comité de Recepción Internacional. La llegada de nuestra aeronave a la isla antártica es todo un acontecimiento de júbilo y ansiedades que modifica la rutina diaria, pues por lo general, estos aparatos suelen traer correspondencia personal o alguna carga para las Bases vecinas, cosa normal en esta región y que se repetirá de idéntica manera a lo largo de toda nuestra Campaña que añora comienza. Estamos ya, en la Base chilena «Tte. R. Marsh».

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De la Base «Tte. Marsh a la Base Científica Antártica «Artigas» Con el avión totalmente detenido y sus motores apagados, se abre el portalón de carga inundando de un chorro de luz y una fuerte bocanada de aire gélido el cálido hábitat de la aeronave. En segundos se congela todo el ambiente y los que allí estamos tratando de soportar el frío. Ni bien pudimos recuperarnos de esta primera impresión tan sorprendente para nosotros, la orden de comenzar la descarga de la aeronave, revive nuestros inanimados cuerpos. Varios acontecimientos distintos ocurren entonces al mismo tiempo. Brazos que se extienden para un abrazo fraterno y acogedor, reclamo de noticias de la Patria, solicitud de correspondencia de vecinos de otras bases, a quienes se les había avisado previamente sobre nuestro vuelo y el transporte de la misma. Este hermoso «ordenado desorden» es originado por el arribo de esta aeronave de relevo de dotación que, además cumple con otros cometidos también. La carga pasa al remolque del tractor de la Base, que está aguardando para emprender la marcha a través de los cinco kilómetros de hielo que separan la Base chilena de la Base uruguaya. La primera visión que tenemos a nuestra llegada es la del enorme hangar chileno en donde a su frente ondean los pabellones patrios de Chile y Uruguay. también vemos un mástil tótem con medio centenar de nombres de ciudades apuntando en forma de flechas en sus respectivas direcciones. A uno de los lados se encuentra la hostería de la Base «R. Marsh», una construcción rectangular sobre palafitos para evitar la posible acumulación de nieve, de unos 60 metros de largo tiene una capacidad de aproximadamente 30 habitaciones con un servicio de cafetería y restaurante. El camino, serpenteante, se hunde en el mar. En ese camino, en dirección a nuestro avance, encontramos a la derecha la Base «R. Marsh» y a la izquierda, la Base rusa Bellinghausen. El avión uruguayo que nos trajo, cumplida la descarga, toma nueva carga para transportar y parte hacia el continente americano en un vuelo rasante de despedida y saludo, que nos hace asomar las primeras lágrimas en más de un par de ojos mirando hacia el cielo. Dejando detrás de nosotros y a nuestra izquierda la pista de aterrizaje, encontramos a nuestra derecha, en unas alturas próximas, unas ruinosas construcciones de madera pintadas de verde. Eran los restos del primer asentamiento ruso en la Antártida en el año 1954. Finalmente, nuestro camino pasa entre Marsh y Bellinghausen. Construcciones pintadas de naranja y techos negros identifican las construcciones chilenas, mientras que los colores verdes y amarillos identifican a las construcciones rusas. Separadas y unidas a la vez, estas dos Bases, por una corriente de agua que nace en un lago artificial cercano. Este lago artificial aprovechó las condiciones del terreno que reunía naturalmente las aguas que provenían de zonas más altas adyacentes en un área determinada. El lugar se represó, creando un lago artificial que suministra agua potable a ambas Bases. Las aguas excedentes de este lago se vuelcan al mar formando previamente un arroyo, que separa y une a la vez, como ya señalé, las bases chilena y rusa. A este arroyo, los chilenos le dieron el nombre de Mapocho, los rusos le pusieron el nombre Volga. Quedan detrás de nosotros estos dos asentamientos y ya nos encontramos con un camino desdibujado por un lodazal que se extiende a lo largo de unos mil metros.

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El lodo es producto de la mezcla de la nieve derretida y la arena volcánica. progresión, en estas condiciones, se hace dificilísima.

Nuestra

Esta parte del camino termina en una pronunciada pendiente ubicada entre dos enormes cerros. El topónimo latino con el cual fue bautizada la pendiente fue el de «Bajada de los Rusos». Por razones de seguridad descendimos del tractor que arrastra penosamente el remolque con la carga y la gente. Mientras continuando a pie vamos coronando la cima, el vehículo toma impulso, patina, se inclina hacia un costado y otro, retoma el camino y trepa, trepa y trepa hasta que, al final, la cuesta queda superada. Delante de nosotros se abre un valle cruzado por corrientes de agua que son producto de los deshielos. A lo lejos, a nuestra derecha, se distinguen unas formas cilíndricas, metálicas, de gran tamaño. Son los tanques de combustible pertenecientes a los rusos. Nuevamente, el fango pegajoso, viscoso, que hace que debamos redoblar el esfuerzo al caminar. Vemos una nueva corriente de agua limpia y cristalina que corre entre las rocas y a nuestro frente se despliega otra cuesta, de suelo firme, pero tan o más dificultosa que la anterior. Después de mucho esfuerzo logramos vencerla y continuamos nuestro camino en procura de nuestro destino final. El camino zigzaguea entre pequeños ojuelos de agua, mares de piedras, y cerros de imponente presencia y deslumbrante y desnuda belleza. Muestran su dermis de arena volcánica y piedra, sin una sola vegetación que la adorne. Por fin, ahora sí, logramos llegar a un lugar desde donde se divisa, desde una altura, el Lago Uruguay, que se encuentra a espaldas de la Base uruguaya. El Lago Uruguay está formado sobre un cráter de un volcán extinguido y tiene una superficie y forma casi cuadrada de 300 metros de lado. En las faldas de las alturas que rodean muestra aún amontonamientos de nieve que todavía no se han licuado. La periferia de la reflejante superficie del agua no tiene una forma definida ya que en parte se encuentra unida a la orilla por hielo y nieve que la desdibujan. A lo lejos, más allá de un pequeño valle que separa el Lago de la Base Científica Antártica «Artigas», y por el cual corre una corriente de agua, se ve, majestuoso e imponente, tanto por su resplandeciente y nívea blancura como por su impactante tamaño, el Glaciar Collins, que ocupa gran parte de la isla, junto a otros «hermanos» suyos, y que guarda la nieve de los tiempos convertida en azulado hielo, casi eterno... Ahora sí, por fin, al llegar nosotros a las últimas alturas que rodean al Lago Uruguay, se nos aparece, nuestro objetivo final: La Base Científica Antártica «Artigas» de la República Oriental del Uruguay. Esta Base Científica uruguaya, asentada sobre terrazas que alguna vez estuvieron bajo el mar, estaba allí, pequeña, serena, pero majestuosa, esperándonos, a nosotros, un contingente de uruguayos que veníamos desde muy lejos, para que la protegiéramos y la hiciéramos crecer y crecer. Dos alojamientos especiales acondicionados para la vida humana y un tercero, idéntico, que hace las veces de laboratorio, más tres galpones, serían, desde ahora, nuestro hogar por el lapso de un año. Ahora, ya en la Base Científica Antártica «Artigas», luego de un imprescindible e impostergable descanso tras tan largo como fatigoso viaje, nos disponemos a iniciar, ya instalados, nuestras primeras actividades aprovechando el verano. Comienza, nuestro gran desafío...

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Primeras Actividades Planificadas Durante los meses del verano la actividad es tan intensa como la duración misma del día. Se realizan trabajos de mantenimiento y ampliación, descarga de buques, recepción de visitas formales e informales, programadas y no programadas, oficiales y protocolares a Bases vecinas o de coordinación de actividades científicas, se transforman en una cadena de acontecimientos que van acelerando los días cada vez más y más. El verano es, como ya señalé, el tiempo de luz permanente y actividad febril, en el que hay que hacer todo lo que se deba hacer antes de que nos atrape la temporada invernal nuevamente. A todas las Bases, y por supuesto, también a la nuestra, llegan cantidad de hombres con actividades, trabajos y cometidos de los más diversos tipos. Así llegan científicos con sus trabajos técnicos especializados que pueden ser en cartografía, meteorología, ciencias biológicas, geología, etc., etc. Visitas oficiales inspectivas, periodistas y otros, que llegan con la finalidad de hacer crecer la base en su aspecto físico y de servicios, que obviamente, debe brindar. Creo que, este verano que transcurre, han cumplido sus objetivos todos cuantos aquí estuvieron. Han estado científicos con sus proyectos y expectativas, siendo ellos el motivo principal de la. existencia misma de esta Base. Radioaficionados que nos visitaron conociendo «in situ» cómo se vive y cómo se trabaja en la Base Científica Antártica Artigas, logrando de este modo su objetivo de comunicación mundial desde la misma Antártida. Con relación a las visitas, una de las más resaltable fue la del Comandante en Jefe de Ejército Tte.Gral. Carlos Berois. Pese a la brevedad de su visita, pudo observar y visitar las Bases científicas de nuestros vecinos también, además de la nuestra, claro está. La organización protocolar de su visita se debió modificar por imposición del tiempo meteorológico. No obstante ello, el alto jerarca del Ejército uruguayo, pudo llevarse consigo, además, la impresión de cómo vivimos los uruguayos en la Antártida y cómo se desarrollan las actividades en las más diversas áreas. El almuerzo servido en honor de tan ilustre huésped fue típicamente antártico. A la población normal de la Base se sumó, por supuesto, la visita de todos los amigos rusos y chilenos, que colaboraron con sus transportes para el mejor desarrollo de nuestras actividades. El pasaje por la Base Científica Antártica Artigas del Comandante en Jefe del Ejército uruguayo quedó para siempre registrado en una placa, y además, con su visita, nos trajo un mensaje de apoyo y reconocimiento para nuestra labor desplegada con tanto sacrificio en estos lejanos confines de la tierra, que en una nota manuscrita nos enviara el Presidente de la República, Dr. Julio María Sanguinetti. En el avión en que retornaba nuestro ilustre visitante, iban también nuestras cartas para nuestros seres queridos. Mientras el avión se alejaba y empequeñecía en el cielo antártico emprendiendo el rumbo a la Patria, nosotros, un puñado de uruguayos, solos nuevamente sobre los hielos australes, retornamos a la rutina diaria de nuestras vidas.

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Del Presidente de la República Oriental del Uruguay Señor Comandante de la Base Antártica Artigas May. Orosmán Pereyra Pte. Señor Comandante: En ocasión de la visita a esa Base del Comandante en Jefe de1 Ejército, saludo a Ud. y todos los miembros de la Base,: reiterándoles el particular aprecio con que el Gobierno y yo personalmente vemos vuestra labor en esas inhóspitas regiones. Ella honra al País, ensancha nuestra soberanía y exalta el espíritu creativo del hombre uruguayo.Julio María Sanguinetti

La Base Científica. Antártica, Artigas se enriquece con grandes trabajos En efecto, la ardua tarea emprendida, en las condiciones tan adversas como las que ofrece el medio geográfico, aislados a tantos y tantos miles de kilómetros de la Patria, resulta, por ello mismo, más y más enaltecedor. Gracias al trabajo de nuestros hombres, la Base quedó ahora dotada de abastecimiento de agua potable, que no poseía hasta su instalación. También se realizó instalación de baños completos en todos los alojamientos y la respectiva evacuación de sus aguas en cámaras especiales. Son especiales, porque poseen una resistencia eléctrica que eleva su temperatura y permite respaldar el trabajo natural de degradación de los materiales. Con estos trabajos, la Base Científica Antártica Artigas quedó dotada de elementos que respetan el medio ambiente tal cual lo establece el Tratado Antártico. Además de los servicios sanitarios, combustible a granel y aislamiento de ciertas áreas sensibles, como el depósito de víveres, el galpón de generadores, se instaló una torre de comunicaciones de 26 metros para mejorar las mismas. Cada una de estas obras tiene su propia historia y anecdotario riquísimo, y que merecerían un relato aparte, y que, para nosotros al menos, con el transcurso del tiempo, va adquiriendo un mayor valor. En tal sentido, podría recordar la rapidez con que se montó la antena de los radioaficionados y el febril trabajo de comunicación radial, que llegó a cumplir la friolera de 7.000 (siete mil) comunicaciones con todas partes del mundo. También puedo recordar la construcción del sistema de captación y transporte de agua potable, que nos llevó muchos días de trabajos de planificación y de la misma realización de tareas novedosas, que iban desde el buceo bajo hielo hasta el idear un acueducto colgante, para salvar un abra de unos cien metros por cuyo fondo corre una cañada. Conservo y conservaré siempre en mi memoria el momento» en que se hizo funcionar, por primera vez, el sistema de captación y distribución de agua, lo que ocurrió el 17 de abril de 1987, con una temperatura de -6° y una sensación térmica de -22°. El agua circuló a lo largo de los trescientos metros de cañería y afloró por la boca que se encontraba en la mismísima BCAA. Un baño con el vital elemento en estado líquido,

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fue el motivo del festejo de quienes estábamos esperando en la boca de la cañería la aparición del agua. La tremenda potencia con que surgía el líquido elemento, fue la retribución a nuestros esfuerzos para realizar el sistema lo mejor posible. Otra de las difíciles y riesgosas tareas que realizamos fue el montaje de la antena de comunicaciones, de 26 metros de altura, que implica, ya de por sí, un gran riesgo aún bajo condiciones normales de trabajo, cuanto más si consideramos que la temperatura ambiente durante su realización era de varios grados bajo cero y los vientos eran de regular pero siempre riesgosa intensidad. Este trabajo, como todos los que se realizan en esta región, especialmente como en este caso en que deben realizarse forzosamente a la intemperie, significan un enorme esfuerzo humano, dado que debe uno enfrentarse al frío, al viento y a la humedad reinante. Para quienes estábamos allí, significó también una nueva e interesante experiencia la realización del hormigón necesario para las bases o los pisos de las instalaciones y construcciones, ya que aquí, el hormigón va mezclado con productos químicos especiales y agua caliente para su fraguado perfecto. Además, es necesario esperar a que se presente el día más adecuado desde el punto de vista de la temperatura, para que permita que el hormigón fragüe y no se congele antes de que esto ocurra. Este tipo de tareas necesita de toda la mano de trabajo disponible en la Base, ya que se requiere de mucha gente, ya sea para hacer el pedregullo en los días previos, como para hacer el mismo hormigón en el momento más adecuado. En esas ocasiones, en que se realiza el hormigón, la Base se parece a una colmena, haciendo, unos, fuego para calentar el agua, otros, alimentando la hormigonera, y otros más, desparramando el material en un sitio indicado, adquiriendo la Base un ritmo de trabajo vertiginoso en el cual todos están de una u otra manera ocupados y concentrados en su labor. Es que toda esta tarea debe comenzarle y culminarse en una misma jornada. Todas estas actividades, lo mismo que el armado de galpones y alojamientos prefabricados, contribuyó a la mayor integración del personal de la dotación, que vio, una vez finalizadas las obras, como un logro de todo el equipo, el levantamiento y surgimiento de una nueva infraestructura de la Base.

Nuestra primera gran aventura bajo el hielo Quiero relatar al lector uno de los primeros episodios dramáticos que nos tocó vivir bajo los hielos antárticos. Decidimos realizar los trabajos de apoyo en la construcción de un muelle y la caseta para la bomba de agua. Se decidió realizar un buceo buscando el fondo de las aguas gélidas, que fuera apropiado para la tarea a realizar. Esta fue la primera vez que hicimos un buceo organizado previamente con un propósito definido y como en mi caso, bajo condiciones totalmente novedosas para quienes lo realizamos. La visibilidad bajo el agua era extraordinariamente buena. Extraordinaria era también la temperatura del agua por lo extremadamente fría. El lago, en el cual debíamos buscar y encontrar el fondo, tenía la forma de un cuadrilátero de 300 metros de lado y con profundidades que oscilaban entre los 5 (cinco) y 20 (veinte) metros. Según los estudios que realizaron del lago los científicos

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soviéticos, por u forma y constitución, el mismo ocuparía el lugar de un cráter de un volcán. En uno de los tantos días en que se cumplió esta actividad ocurrió algo fantástico, digno de contar al lector. En ese día, la temperatura del medio ambiente había descendido tanto, que al salir nosotros a la superficie tras el buceo, el agua que humedecía nuestros trajes de goma les dio un aspecto fantasmagórico. El color negro de los equipos de vestir se había transforma lo en un color blanco lechoso; el agua que las mojaba se había congelado. Ante esta circunstancia, por el incorrecto funcionamiento de las reguladores de aire bajo el agua helada, debimos suspender nuestra actividad subacuática. Lo que estábamos realizando y los problemas que teníamos y que acabo de narrar al lector, llegaron a oídos de los Jefes de la Base Científica «Bellinghausen» de la Unión Soviética, lo que motivó que después de una visita protocolar a la Base uruguaya, se concretara un buceo exploratorio en conjunto. Fue así que, se resolvió que se integrara un equipo primario integrado por quienes estábamos realizando la exploración, al que se agregaría la presencia de un especialista de buceo ártico -la zona polar boreal o septentrional- miembro de la Academia de Ciencias y del Instituto Oceanográfico de la Unión Soviética y cuyo nombre era Igor Melnikov. Los trabajos para el abastecimiento del agua continuaron, pero ahora, bajo condiciones totalmente diferentes a las anteriores. La caída de la temperatura fue tal, que la superficie del lago se congeló de tal forma, que soportaba perfectamente bien, el peso de cualquier hombre sobre él.

El dolor del frío... Con el hielo ya formado sobre la superficie del lago, llevamos a cabo tareas complementarias de buceo bajo la capa helada que ya tenía aproximadamente 10 cms. En una de esas ocasiones pude comprobar cuánto nos protegía el equipo especial que vestíamos. Estando yo sumergido bajo el agua helada, con la capa de hielo sobre nosotros, mientras desarrollaba una de las tareas subacuáticas, por desgracia, se me destrabó el cinturón de lastre -cinturón con hebilla de suelta rápido y pesas de plomoque me destrabó y movió en una muy pequeña extensión de milímetro el cierre de cremallera que cerraba el traje. Inmediatamente sentí como que algo muy agudo y afilado penetraba en mi vientre. No pude hacer absolutamente nada. La mano que tenía enguantada me entorpecía los movimientos necesarios para tan delicada operación. Por otra parte, y para colmo de males, la situación se agravó pues no podía abandonar a mi compañero de buceo, rompiendo con una regla de oro rigurosamente respetada por todos los buceadores. Sin embargo, aún bajo estas pésimas condiciones, terminamos nuestras tareas y el tiempo que nos insumieron las mismas, me pareció el más largo de la historia...

La muerte transparente Como expresé anteriormente, los científicos soviéticos mostraron interés en las actividades que veníamos desarrollando los uruguayos, aumentando el interés, por lo que ellos habían tenido conocimiento sobre cuánto habíamos visto nosotros: vida animal y vegetal en abundancia, pese a que el lago estaba, por entonces, totalmente cubierto de hielo.

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La vida animal allí estaba representada por pequeños crustáceos anaranjados llamados Copépodos y la vegetal por pequeñas plantas verdes, que alfombraban la superficie a partir de determinada profundidad. De este modo, llegamos al día 9 de abril, en el que se realizaría la tan esperada inmersión conjunta. Tal cual habíamos previsto, habríamos de recoger muestras de varias plantas, barro y aguas que serían analiza las por el equipo del Dr. José Pedro Dragonetti, médico veterinario, en busca de vida de cualquier tipo que nosotros a simple vista no podíamos percibir. Procedimos a equiparnos y, sobre el mediodía - el momento de mayor luz- comenzamos a ejecutar la operación planeara. Primeramente perforamos un circulo en el hielo de aproximadamente un metro de diámetro. En esa época, el hielo ya tenía un espesor de unos 20 cms. Mientras terminamos de equiparnos-, el personal de apoyo batía el agua para evitar que la misma volviera a congelarse. El equipo que usaba nuestro ocasional compañero de buceo, Igor Melnikov, difería del nuestro. Su equipo era de tela engomada y el visor o careta estaba incorporado al mismo traje de buceo. Debido a esta diferencia, la forma de desempañar el cristal de su visor consistía en un limpiaparabrisas pequeño, que él mismo manipulaba desde el exterior. Tuve la impresión de que se trataba de un equipo obsoleto de soluciones muy simples. Atado el buzo uruguayo Wilfredo Vera a una línea de vida, sentados en el borde del círculo que habíamos hecho sobre el hielo, tras un saludo cordial deseándonos buena suerte, nos fuimos sumergiendo de a uno en las profundidades del agua helada.... Ya bajo el agua gélida, la luz de que disponíamos era suficiente. La visibilidad muy buena y la serenidad que nos envolvía por todas partes, solamente interrumpida por las burbujas del aire expirado, contrastó con el ulular del viento y la ventisca en el exterior. Comenzamos a descender más aún y el techo blanco que teníamos sobre nuestras cabezas, de un blanco plateado, fue quedando atrás, cada vez más lejos de nosotros. Las burbujas de aire se agrandaron a medida que ascendían, formando bolsones de aire contra la línea de la superficie del hielo. El orificio que habíamos hecho sobre el hielo, y por el cual descendimos, que además eran nuestra única salida al exterior, ya no se distinguía desde las profundidades del agua. Ello motivó la necesidad de usar la línea de vida, que nos permitiría encontrar el camino de regreso a la superficie. Por primera vez había pasado por mi mente y experimentado la proximidad del peligro de muerte. Una vez que hubimos tomado las muestras, temperaturas y fotos subacuáticas, dimos por terminada, nuestra primera actividad de buceo conjunta.

Resultados de nuestra primera experiencia de buceo conjunto El día culminó con una muy reconfortante comida y una amena y cálida reunión, en la Base. Afuera, el día grisáceo dejaba oír los sonidos del viento y de la misma nieve. En una singular mezcla de idiomas y gestos -compartíamos la reunión uruguayos y rusosse fueron intercambiando anécdotas y relatos que terminaron con el reconocimiento del especialista soviético en buceo ártico de que los uruguayos fuimos los primeros que en esta región en que estábamos, habíamos buceado en aguas internas bajo el hielo. El cabo uruguayo Wilfredo Vera, perteneciente al Grupo de Buceo de la Armada Uruguaya registró lo siguiente en su libro de buceo: «Integrantes: Buzos Igor Melnikov (URSS), Mayor Orosmán Pereyra, Cabo Wilfredo Vera.

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Temperatura en Superficie: -3° Viento: 25 nudos Sensación térmica: -17° Profundidad de trabajo: de 7 a 10 metros Ingreso al agua: por abertura practicada en el hielo de 60 cms. aproximadamente. Temperatura del agua: 1° Tiempo de inmersión: 25 minutos Se recogieron muestras de fondo, vegetación, agua y se tomaron fotos. Se utilizó línea de vida. Por otra parte, el equipo del médico veterinario Dr. Dragonetti detectó, que pese a las bajas temperaturas en las muestras aportadas, había vida bacteriana.

Saludo en la boca de la entrada al lago Uruguay en orificio practicado en el hielo. Deseo de "Buena suerte" previo a la inmersión de 10 mts. de profundidad bajo el Hielo de izq. a der.: lgor Melnikov, Tte. Cnel. O. Pereyra.

Un impedimento climático que se transforma en una fiesta En este lugar meridional del planeta, muchas veces, lo imprevisto va de mano de lo previsto. En el mes de mayo, para ser más precisos, el día 5, el F H 572 Fairchild, no pudo decolar por las condiciones climáticas adversas. Por lo que el avión debió ser amarrado en la pista de «R. Marsh», para asegurarlo y protegerlo de los fuertes vientos, mientras I a tripulación debió pernoctar en nuestra Base Científica Antártica Artigas. Este hecho, que rompía la rutina en forma inesperada por completo, se convirtió en una verdadera fiesta para todos los que vivíamos en la Base, ya que, por fin, contábamos con la presencia de nuevos rostros, podíamos oír noticias actualizadas de la Patria y comentarios generales que podríamos efectuar. Las instalaciones de la Base uruguaya estaban ahora totalmente colmadas.

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Se habían alojado en ella científicos, personal que realizaba diversos trabajos, tareas de comunicaciones, personal permanente de la Base y, por supuesto, el personal correspondiente a la tripulación del avión que no pudo decolar. Todos amontonados, puesto que el espacio con el cual contábamos, ya era estrecho para nosotros solos y era estrecho, en general, de por si. Transcurrieron así unos cuantos días, durante los cuales las horas se fueron sumando unas a otras, cerno lo hacíamos las personas que allí estábamos. Este sería el último vuelo que se efectuaría durante la campaña de verano, ya que a partir del momento en que el aparato dejara la isla en que se asienta nuestra Base, quedaríamos ya en el umbral del período invernal o de la invernada.

El espíritu del avión Cuando una aeronave está por arribar o partir de la isla antártica, en la población de la Base reina lo que se denomina «el espíritu del avión» Previamente a la aparición del avión la gente apronta su correspondencia o sus equipajes, según las circunstancias de cada uno. Todos con un espíritu especialmente alegre, unos porque recibirían algo y enviarían algo, otros por haber culminado su tarea antártica y retornar a la Patria y al encuentro con los seres queridos. Cuando llega el momento de la partida, se producen apretones de mano y abrazos aquí y allá. Fraternos abrazos de hombres que se despiden, llantos y las lágrimas de ojos que se han curtido por el frío y que, por el calor de sus corazones, derraman el sentimiento de una amistad cultivada en solitario lejos de la patria. Éramos un puñado reducido de hombres que realiza jamos un esfuerzo común, cada cual en su campo de acción, pero con un sentimiento que era un común denominador en todos nosotros: ensanchar la soberanía uruguaya material, moral, espiritual y culturalmente. Este vuelo, ya lo señalé, era muy especial. Era el último de los regularmente planificados para cubrir la campaña de verano. En el preciso momento en que las ruedas del FAU 572 dejaron de pisar el suelo helado de la Isla Rey Jorge, quedaríamos solos frente a nosotros mismos. El momento había llegado. La dura invernada comenzaba para el grupo de uruguayos. Ahora, llegaba el momento de comprobar si la leyenda que adorna nuestro emblema de dotación, realmente había anidado en nuestros espíritus. «Uno para todos y todos para uno». Hasta ahora lo habíamos logrado, pero nos esperaban las largas jornadas invernales con menos horas de luz natural y más frío, que podrían fisurar nuestra hermosa unión fraternal. Ansiosos esperábamos la invernada. ¿Lograríamos vencerla?

Nuestro primer invierno en la Antártida El momento tan esperado por nosotros por fin había llegado. Ahora, no solamente se probaría nuestro espíritu de cuerpo, la unión entre los hombres de la dotación, sino que entrarían en ese examen, las instalaciones de abastecimiento de agua potable y las de evacuación de aguas servidas que, con nuestra escasa experiencia, habíamos construido durante el verano. Como así también, otras construcciones efectuadas por nosotros

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durante el mismo período. Los víveres iban a tener un papel fundamental en esta revisión. ¿Los cálculos que habíamos efectuado sobre los insumos serían los adecuados? ¿Su consumo estaba ajustado a los valores correctos o no? ¿Funcionaríamos todos nosotros como un equipo frente al gran examinador, el invierno antártico, o caeríamos derrumbados ante las primeras dificultades? Al quedar solos los doce hombres del personal de invernada, las condiciones de vida cambiaron, del mismo modo que se modificaron las loras de luz solar. Cada día que comenzaba, el sol aparecía más y más tarde y culminaba en el horizonte más y más temprano. Hasta que llegó el día en que tuvimos la menor cantidad de luz solar.

Mástiles de las banderas patrias en la BCAA con la bandera nacional en el mástil central

Esta luz solar cubría solamente seis horas del día. Desde las 10 de la mañana hasta las 16 horas de a tarde. Este día tan especial no pasó de ser un día de penumbra crepuscular permanente. A las 16 horas, ya estábamos en plena noche cerrada. Esta situación tan particular, hizo que debiéramos modificar algunos elementos de nuestro horario de trabajo al que se ajustaba la Base y su dotación. Se trataba de un horario y una norma necesarias, ya que marcaba una disciplina, un ordenamiento, una rutina para que cada uno de los hombres ocupe su tiempo en las distintas tareas que le fueron asignadas, tareas de mantenimiento que permiten que la Base se mantenga activa. Por otra parte, permitía que el personal no estuviera ocioso durante este tiempo de sombras largas y que hace que la inactividad, precisamente, sea algo natural en los seres vivientes.

Una disculpa. Una lección La etapa que voy a narrar es la más sensible en la vida de la Base. Es en ella que se pone a prueba la preparación del grupo para que los hombres sean solidarios entre sí, cubrir, casi en forma voluntaria, las tareas conjuntas con el máximo de personal, sin que sea necesaria una orden superior directa. Hay que mantener los sistemas más sencillos de la Base con la colaboración de todos y con la responsabilidad y preocupación colectiva por el material involucrado en la operación. Esta

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responsabilidad nació en este grupo humano de la invernada de 1987, antes aún de estar en Base Artigas. Cuando cada hombre veía que era parte activa en la planificación de la actividad futura, su participación era totalmente normal. Nuestra dotación era una especie de cadena, en la que los eslabones estaban íntimamente ligados entre sí y que, cuanto más fuerte era esta unión, más fuerte era la cadena para soportar todo tipo de esfuerzo y sacrificio que se hacía necesario. Desde el comienzo de la cadena hasta el último eslabón, todos teníamos las mismas responsabilidades y obligaciones. Había una única excepción, el Comando. El Comando de la Base tenía, y así lo había asumido, la responsabilidad total de la misma. Los éxitos, naturalmente, eran de todo el grupo. Los fracasos, como debía ser, eran solamente del Jefe, ya que se había equivocado al impartir las directivas. Esto era plenamente conocido por todos y los hombres daban siempre lo máximo de si. Verdaderamente, la cadena era fuerte y funcionaba como tal. La siguiente anécdota ilustrará lo que acabo de narrar. Habíamos construido un soporte de metal que facilitaba el ingreso y la salida del agua de la lancha neumática zodíaco. De regreso a la Base, en la mencionada embarcación, las condiciones del mar habían cambiado y, como consecuencia de ello, la rompiente golpeaba con fuerza la orilla. El Cabo W. Vera, que era a la vez lanchero y buzo, me advirtió de esta situación, aconsejándome dirigir la lancha directamente hacia la playa. Haciendo caso omiso a tal recomendación, ordené dirigirla al transporte metálico que se encontraba en el agua. Todo venía siendo normal hasta que, repentinamente, una enorme y poderosa ola ladeó la embarcación y la incrustó en uno de los parantes metálicos, lo que produjo un tajo en uno de los pontones que tienen como función oficiar de flotadores. Habiendo llegado la hora de la cena, hora en que toda la dotación estaba reunida en torno de la mesa, solicité su atención. Relaté lo ocurrido y expliqué por qué se había producido la rotura, ya que yo no había escuchado le aconsejado por el cabo lanchero. Procedí entonces, y en presencia de toda la dotación, a solicitar las disculpas del caso al Cabo W. Vera, dado que una mala decisión de mi parte, ocasionó la rotura de la lancha. Esta actitud adoptada por mí, como Jefe de la Base, fue ejemplo a partir de entonces, para que en futuras oportunidades, los problemas que se suscitaban entre los doce hombres de la dotación, se aclararan en torno de la mesa de cenar y en presencia de todos. Fue así que, más de una vez, en el futuro, algún incidente culminaba pacíficamente con una mutua solicitud de disculpas y respuestas de perdón concedido que se sellaban con un fraterno abrazo.

¿Por qué se mantiene una Base Antártica funcionando durante todo el año? Seguramente esta pregunta se la estará formulando el lector. Para contestarlo, debo manifestar que con ello cumplimos con los propósitos que le impone al Uruguay el Tratado Antártico, es decir, mantener una Base activa y funcionando durante todo el año. Este hecho demuestra la existencia de un vivo interés por el tema antártico y da mayor fuerza a nuestra presencia allí.

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Mantenerla abierta durante todo el año nos permite también preparar con anticipación y en forma planificada, la recepción de los científicos que llegan a ella para desarrollar sus actividades de investigación. En la Base se encuentra también la Estación Meteorológica No. 89.054 que se mantiene activa e integrada con su información a la red meteorológica mundial. La actividad meteorológica es, por el momento, la única actividad científica de todo el año. Espero que en un futuro muy próximo, se puedan preparar nuevos técnicos en otras áreas que permitan, a su vez, desarrollar otros estudios e investigaciones por el término de todo el año.

Conozca la Base Científica, Antártica Artigas Invito al lector a introducirse en la Base misma, a conocerla. Las líneas que siguen servirán para que la recorramos juntos. Situémonos en las alturas próximas a la Base. Son las alturas que rodean al Lago Uruguay y que corren paralelas a la línea de la costa. La Base misma está ubicada entre dos cañadas. Una al Este, llamada por el Servicio Geográfico Militar, la cañada seca y la otra al Oeste, llamada por el S.G.M., la cañada húmeda... Al Sur se halla el mar, al Norte las alturas donde comienza el Glaciar Collins y al Noroeste, las alturas ya mencionadas del Lago Uruguay donde estamos situados nosotros. Ocupa un área de 10.000 metros cuadrados formando un cuadrado de perímetro de 100 metros lineales por lado, aproximadamente. Observamos la existencia de tres módulos de color blanco siendo dos de igual tamaño y uno menor. Los de mayor tamaño están ubicados al Este mientras el menor lo está al Noroeste. De los dos mayores, uno aloja personal de la dotación conformado por siete hombres. El otro, sin terminar, especialmente en sus reparticiones interiores, se usa como eventual Laboratorio de verano. El de menor tamaño, aloja a cinco hombres de la dotación y en él se encuentran instalados los equipos de radio y la estación meteorológica. Los alojamientos mayores son de 14 metros de largo por 4 de ancho. El que aloja personal cuenta con cinco dormitorios y también en el mismo funciona la cocina y comedor que hace las veces también de lugar de «estar», ver televisión, etc., etc. El módulo donde funciona la radio cuenta con dos áreas de trabajo y mide 7 metros de largo por 4 metros de ancho. Las áreas de trabajo están divididas como ya lo expresé una para las radios y la otra para meteorología y el Comando de la Base. Cuenta además con cuatro dormitorios y ambos alojamientos están dotados de corriente eléctrica, agua y baños. Los módulos distan entre sí aproximadamente entre 30 y 40 metros y esto, esta distancia, es tal, por razones de seguridad frente a un incendio. Como ya señalé, teníamos un tercer módulo de iguales dimensiones a los anteriores, que en el verano funcionaba como laboratorio y en invierno lo utilizamos como lugar de recreo, para practicar ping-pong, pesas, etc., etc. Por otra parte, el área destinada al apoyo logístico, mantenimiento y suministro de energía eléctrica, estaba distribuido en tres galpones de chapa galvanizada semicirculares. El primero de ellos, el más alejado de la costa, contiene los tres generadores de corriente eléctrica, el depósito de herramientas y el taller, además del depósito principal de agua y

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un área destinada a guardar los vehículos que poseíamos y que no eran usables durante el invierno, como ser los «Jeeps», tractores, etc., como asimismo, los moto trineos. Los otros dos galpones contienen un depósito de ropas y útiles varios, depósito de víveres, depósito auxiliar de agua y un baño. Los dormitorios mencionados eran realmente pequeños. Algunos alojaban dos personas y otros, solo una. Mi dormitorio, en particular, tenía forma rectangular y medía dos metros por un metro y medio. Dos camas horizontales (cuchetas) conformaban el mobiliario. La superior era usada como repisa para apoyar en ella libros y documentos administrativos de la Base y valijas. La inferior, obviamente, era usada para dormir y como mesa- escritorio. Tenía una ventana desde la cual veía los cerros cercanos y la línea de agua que venía del Lago Uruguay.

Seguridad: Aplicación Permanente En estas latitudes, la seguridad personal, y de sistemas, son de permanente aplicación. A medida que la temperatura desciende, las medidas de seguridad aumentan. El cuerpo humano es vulnerable al rigor de la temperatura. Nuestro cuerpo no puede soportar mucho tiempo de exposición al frío antártico sin sufrir deterioros tales que puedan llegar incluso a la muerte. Un domingo del mes de marzo, antes de que comenzaran las nevadas, planifiqué una excursión de reconocimiento desde a Base Artigas hasta la Base Bellinghausen. De la misma, participaron todos los habitantes de nuestra Base. En la mañana, bien temprano, partimos todos hacia la Base rusa munidos de manojos de cañas. El camino que une estas dos Bases es a campo traviesa. Corre entre cerros, despeñaderos y corrientes de agua. En la parte media del recorrido se abre un amplio valle que se convierte en peligrosa trampa cuando se asocia con espesas nieblas o cerradas nevadas. Estas nieblas y nevadas hacen perder al viajero las referencias de los cerros que lo marginan y orientan. El caminante, súbitamente, se sumerge en una burbuja blanca de nieve y niebla y entra en la desesperación por no poder ubicarse geográficamente. El miedo, el temor y el pánico, culminan su obra que puede terminar con un cuerpo que cae al despeñadero, al vacío de un precipicio, o caído exhausto por el cansancio y el agotamiento que acaba con una muerte por congelamiento. El propósito y la idea de la excursión era posibilitar que cada hombre, con todo el tiempo del mundo, reconociera el camino con la mayor cantidad de referencias posibles. Cerros, piedras, montículos, etc., etc., todo aquello que, ante una situación como la que acabo de describir, permitiera a cada individuo no entraren crisis. Las cañas, de unos dos metros de largo, fueron jalonando el camino cada tres metros en ambos lados. En lugares difíciles, que podían dar lugar a errores, y que desembocaban en precipicios que daban al mar, se colocaban cañas cruzadas. De este modo, formaban una barrera de advertencia que impedía continuar la marcha, ya que detrás de ella estaba, sin duda, asegurada la muerte. De este modo llegamos a la Base rusa de Bellinghausen y desandando el camino, retornamos a Base Artigas.

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Posteriormente, comunicamos a las Bases vecinas el camino de cañas que sería, sin duda, útil para todos los habitantes de la isla, como quedó comprobado posteriormente en más de una oportunidad. Pero estas, la demarcación del camino, no son las únicas medidas de seguridad. Los desplazamientos fuera de la Base deben realizarse en pareja. En toda ocasión debe informarse el recorrido a efectuar, destino probable, hora de regreso, etc., etc. Los caminantes deben ir munidos de radio receptores portátiles, para mantener contacto permanente con la Base. Los traslados en lancha zodíaco por mar también tenían sus riesgos. El mar, con temperaturas del agua cercanas a los 0° centígrado, hacían de este medio un agente altamente riesgoso para la vida humana. Un individuo, flotando en esas aguas, a esa temperatura, sin protección adecuada, no sobreviviría ni un minuto siquiera, pereciendo por hidrocucción, un infarto generalizado del organismo al no lograr mantener la temperatura interna del cuerpo que permita las funciones vitales. Esta situación determinaba que, ante la presencia del mar medianamente agitado, se suspendiera todo tipo de misión. Con respecto a estas situaciones y actividades, existían todo tipo de anécdotas jocosas y otras de humor, francamente, negro... La costa de nuestra Base está muy abierta al mar. Las playas son de cantos rodados y piedras batidas constantemente por el oleaje. Las salidas y atraques en la playa siempre nos dejaban, por suerte, un hecho jocoso, por las situaciones que debíamos vivir. Siempre ocurría que alguien de nosotros saliera con una o más prendas de su atuendo empapadas por haberse desacomodado la embarcación por culpa de una ola. Lo que hacía que, al pobre desdichado de nosotros que le tocara vivir tal situación, debiera regresar a la Base a cambiar sus prendas. Ocurrió que en una oportunidad habíamos concurrido a la Base Chilena Teniente R. Marsh. La navegación había transcurrido sin problemas especiales, en un mar calmo, de aguas verde oscuro, que permitían imaginar la profundidad que existía allí. Cuando nos disponíamos a comenzar el regreso hacia nuestra Base, nos alertaron en Base Marsh que habían sido vistas nadando en la bahía una buena cantidad de orcas. Frente a esta situación, decidí que el regreso se hiciera caminando los 5 kilómetros por tierra, ya que pensé que sería una imprudencia regresar por mar, tentando la suerte de encontrarnos con estos enormes mamíferos acuáticos, que aunque fuera por mera curiosidad, podrían provocarnos un lamentable y de consecuencias insospechables, accidente. Fue así que, nuestra cómoda navegación, terminó en una caminata...

Los flautas del viento El viento, compañero de todos los días y todas las noches, podía ser tan amable y suave como una dulce dama o, repentinamente, violento y encolerizado como un gigante salvaje. Constantemente se oía su silbar y ulular entre los cerros y ventisqueros vecinos. En la Base misma, el sistema de caños de agua potable estaba montado sobre pedestales metálicos, de tipo telescópico, a fin de que permitieran durante su montaje adaptarse al terreno. De este modo, cada uno de ellos presentaba una serie de orificios, enfrentados unos a otros y por los cuales, se podría pasar un perno para seleccionar la altura de acuerdo al terreno.

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Estos soportes, se comportaban como si fueran flautas musicales cuando el viento penetraba y soplaba en sus orificios una melodía que a nosotros nos resultaba muy sonora y característica. Por otra parte, el pabellón nacional que flameaba al frente de la Base, también era acariciado y golpeado por el viento. La humedad del ambiente, que en oportunidades mojaba la tela de la bandera nacional, se convertía en hielo al bajar la temperatura. Esto hacía que la bandera se viera por nosotros como almidonada o, si se quiere, acartonada. Cuando el viento, más tenue, más suave, la acariciaba, producía un crujido originado por la rotura de los cristales de hielo que tenía en sus entrañas.

Adiós al «Rey» Los días se seguían sucediendo y, el astro-rey, cada vez brillaba con menor intensidad. No solamente por el corto período de luz o de horas-luz, sino también porque en su peregrinaje por el cielo grisáceo, no alcanzaba a poder asomar su disco ardiente por sobre los cerros y el glaciar que circundaban la Base nuestra. El clima y el panorama iban cambiando. La nieve que entonces caía no se fundía. Quedaba en el terreno, sobre el suelo. Los colores pardos del suelo veraniego fueron desapareciendo, a medida que el blanco, se iba transformando en el color común. Las formas del terreno se fueron redondeando a la vez que se suavizaba en su relieve y, las pocas sombras que había eran extremadamente largas. Durante mucho tiempo, el único sol que veíamos era el que engalana nuestro pabellón. Una anécdota de interés para el lector es la siguiente: Teníamos en la Base un heliógrafo, aparato que sirve para registrar las horas del sol durante el día. Se compone de una esfera de cristal que concentra los rayos de luz solar en un punto. Este punto se desplaza sobre una banda de cartón graduada quemándola y de este modo se registra la presencia del astro-rey. Un conjunto de estas bandas, las del heliógrafo, no registró ninguna marca de quemadura solar durante un lapso de tres meses, en razón de que, por ese período, no tuvimos la presencia del Rey, el Sol.

Una puerta a la aventura y de rodillas Cuando el viento se comportaba como un gigante embravecido, las medidas de seguridad debían extremarse. Una de esas tardes, como tantas otras, el viento soplaba arrachado arrastrando en su empuje nubes de nieve. Mientras me protegía de la inclemencia del tiempo y miraba por la ventana de mi alojamiento, vi como pasaba un caño de 6 metros de largo, de los que se usaban en el abastecimiento de agua. Estos caños se encontraban guardados en un resguardo del terreno junto con otros caños. Aquel caño que volaba fue a detenerse a unos 50 metros de nosotros contra un alojamiento. De inmediato, pensé que el montón de caños que se encontraban en idéntica situación correría el mismo destino. Me coloqué rápidamente la ropa especial de abrigo, abrí la puerta del alojamiento. La propia construcción me servía de resguardo frente al viento.

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Cuando lo abandoné, el viento me golpeó con tanta fuerza, que caí de rodillas. Ya no pude volver a ponerme de pie, y de rodillas, retrocedí al resguardo de la construcción. Recién allí pude ponerme de pie y avergonzado y herido en mi amor propio, tuve que abandonar mi propósito y me interné nuevamente en el acogedor y tibio alojamiento, contentándome con tan solo ver pasar nubes de nieve empujadas por el viento. Mi alojamiento, como ya lo mencioné anteriormente, era compartido por mí con dos meteorólogos y dos radio operadores. Para ir a almorzar o cenar, debíamos trasladarnos unos treinta o cuarenta metros. A esa distancia estaba el otro alojamiento, que servía de hospedaje al resto de los hombres de la dotación. En éste, funcionaban la cocina y el comedor. En los días en que más arreciaba el viento, abría la puerta de ese alojamiento, que dicho sea de paso no tenía ningún tipo de protección, era todo un trabajo de equipo. Dos hombres de la dotación tomaban y sujetaban los pasamanos de la puerta. Se accionaba el seguro de apertura y, un tercero, salía con cuidado y la tomaba desde el exterior. Una vez que se lograba esto, salía el resto. O sea, se cerraba la puerta y, empujados o frenados por el viento, se llegaba al destino deseado, donde otra operación similar nos permitía entrar y tomar nuestros alimentos o a departir con los demás integrantes de la dotación algún rato de esparcimiento.

«Inmensamente» pequeño Transcurría el invierno, podría decirse, normalmente. Días de escasísimas seis horas de duración diurna. Un sol pálido corría detrás de las alturas del Glaciar Collins, sin que pudiéramos ver su rostro. Desparramaba apenas una mortecina luz que se filtraba por entre el manto de nubes como si fueran vidrios esmerilados. Días y noches de fuertes vientos y nevadas habían acompañado nuestras vidas por más de una semana. En lo que restaba del día, el viento amainaba hasta quedar, por momentos, totalmente calmo. En presencia de la noche prematura, que ya anticipaba su comienzo, se adivinaba un cielo nublado, pero que presentaba algunas quebraduras por donde se asomaban muy tímidas estrellas. Una vez culminada la tarea cotidiana, me dirigí hacia el alojamiento que funcionaba como dormitorio, cocina y Comedor. Al abrir la puerta, el cálido olor a comida en su interior invadió mis sentidos. A espaldas mías quedó la negra noche, la blanca nieve, que se posesionó de mis huellas. El Cocinero preparaba lo que teníamos de cena para esa jornada. Alrededor de la mesa, donde habríamos de comer, un grupo de hombres jugaba al truco y tomaba mate. El truco es un juego de cartas españolas de gran tradición en Uruguay y Argentina y de práctica popular, lo mismo que el mate, que es una infusión de agua caliente y yerba mate. Esta última se introduce en una calabaza de mate y con un tubo de metal, comúnmente llamado bombilla, se bebe la infusión. La infusión de yerba mate es similar al mundialmente conocido té caliente que es en rigor una infusión de hojas de té, precisamente.

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Me integré a la rueda del mate, mientras observaba en la televisión un programa transmitido por televisión nacional desde Chile, vía satélite. Las horas fueron transcurriendo, cenamos acompañados por los diálogos de todos los días. Intercambiamos información de los distintos sistemas de la Base y alguna información que alguien poseía de la lejana Montevideo, fruto de alguna conversación familiar efectuada por radio en el transcurso de ese día. Culminada la cena, se levantó la mesa, y los encargados de lavar la cocina del día de la fecha, procedieron a efectuar su tarea. Dado que el cocinero no podía hacer toda la tarea el solo, se designaba un equipo de dos hombres que diariamente se encargaban de limpiar platos y utensilios de la cocina, en las horas del almuerzo y de la cena. Esta tarea incluía también el barrido del piso y el higienizado de la mesa donde se comía. Una vez cumplidas estas tareas, todo el personal se dispuso a ver un «video». Disminuida la iluminación del salón donde estábamos, quedamos con la atención fija en lo que nos ofrecía la pequeña pantalla. El tiempo que se insumía entonces, se ganaba derrotando las largas horas de sombras y de quietud obligada. Una vez terminada la proyección televisiva, mientras algunos se retiraban a sus cuartos para descansar, otros jugaban al ajedrez. Por mi parte, comencé la gimnasia diaria, obligada, de vestirme, como todos, con la ropa protectora aislante. Pantalones, parca, gorra, botas y guantes componían el equipo. Ya estaba pronto y en condiciones para recorrer los cuarenta metros que me separaban del alojamiento en que estaba ubicado mi dormitorio. Di las buenas noches a los hombres que permanecían en el lugar y, abrí la puerta. Esperaba encontrarme con el frío viento que normalmente movía la nieve en pequeños remolinos. Pero para mi sorpresa, la calma era total, un gran silencio me rodeaba. Solamente oía, mis propios pasos. El peso de mi cuerpo rompía la capa helada de la nieve que cubría el suelo, con un crujido característico. Instintivamente levanté mis ojos hacia el cielo y mi andar se detuvo. El éxtasis invadió mi alma. Mudo y silencioso, como el mismo silencio que me rodeaba, contemplé un espectáculo maravilloso, uno de esos privilegios que me brindó mi pasantía por la Antártida, uno de esos espectáculos que, pocas veces en la vida y, a muy pocas personas, le es dable observar y que yo, deseo compartir con mis lectores. Ante mí, sobre mi cabeza, pude contemplar un cielo inmensamente estrellado como nunca antes pude observar en lugar alguno. Millones de tintineantes cirios brillaban en ese instante ante mis ojos. Permanecí allí por unos cuantos minutos que me son difíciles de precisar. Sentía como que me hundía lentamente en el suelo. Cuando retomé la conciencia, estaba tal cual me hallaba cuando me había detenido a observar ese espectáculo maravilloso. La sensación que había tenido de estar hundiéndome en el suelo no había sido más que una ilusión. La cantidad de estrella s era tan grande, y tal su densidad, que a medida que pasaban los minutos me sentía cada vez más inmensamente pequeño. La intensa y espesa negrura de la noche, de ese cielo que se convertía en un espectáculo vacío poblado por miles y miles, o mejor, millones y millones de plateados puntos me ubicaban en mi justa dimensión. Un diminuto planeta, ubicado en el espacio infinito, rodeado totalmente de millones de otros cuerpos celestes. Cada cual con sus propias movimientos, con un bien determinado orden en ese aparente caos y, con miles de seres que, tal vez, caminando en sus respectivas noches y, mirando también ellos hacia el cielo, estuvieran sintiendo las mismas sensaciones y sentimientos

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que sentía yo en ese momento. Me pareció entonces que, Dios, había rozado mi espíritu y mostraba su presencia. Me sentí inmensamente pequeño, en esa inmensidad tan grande...

«Mid Wínter», 21 de junio Es tradicional en estas latitudes, que al comienzo del invierno, el 21 de junio de cada año, cada Base realice un festejo colectivo, dentro de su recinto, para conmemorar el inicio de la temporada. Estas reuniones se desarrollan en un clima de alegría, gran confraternidad y calor humano. Como si se tratara de una pequeña Babel, hombres de distintos países, tal cual es común en la Antártida, se unen para festejar el día más corto del año, ya que a partir del mismo, aunque aún queda mucho camino por recorrer, éstos, poco a poco, se irán haciendo cada vez más largos, aunque no lo parezcan. En la oportunidad a la que voy a hacer referencia, teníamos dos invitaciones. Una, de Base Marsh (chilena), para el 21 de junio y la otra, de Base Bellinghausen (URSS), el día siguiente, el 22 de junio. Lamentablemente, los uruguayos no podíamos realizar este tipo de celebraciones, ya que los medios materiales y espacio físico de que disponíamos, no nos permitían llevarlas a cabo. Ante estas dos invitaciones, se dividió la dotación en dos grupos, a efectos de que participe de ellas la mayor cantidad de personal que fuera posible, sin que por ello, se afectara la seguridad de nuestra Base. A la primera de ellas, concurrí yo en persona, acompañado de tres integrantes de la dotación. Al día siguiente, concurriría el 2o. Jefe, con otros tres integrantes de la dotación. Contábamos entonces con un solo medio de transporte para nieve. Se trataba de un moto trineo que permitía el desplazamiento de una sola persona, pero, por razones de seguridad, los desplazamientos igualmente se hacían en parejas. Por lo tanto, los viajes de cuatro hombres, se hacían por saltos, es decir, dos hombres avanzaban rápidamente en la moto, mientras que los otros dos lo hacían a pie. Luego de recorrido un espacio determinado, se apeaba uno de los pasajeros del trineo, se desandaba todo el camino realizado con la moto, hasta alcanzar la pareja de caminantes. Entonces, se tomaba a uno de ellos, se lo transportaba hacia adelante y, luego, se regresaba a buscar al otro caminante. De esta forma, cumplimos los cinco kilómetros que distaban hasta la Base chilena. La fiesta en la Base chilena, en particular, comenzó por la mañana, con un campeonato de ski. Luego, pasamos a entretenernos con un fútbol antártico, llamémoslo así, y finalmente, un almuerzo. ¿Qué es el fútbol antártico? Pues, una mezcla de handball, fútbol de salón y rugby. Practicamos al aire libre, en una pista de nieve acondicionada y que, a los pocos minutos de práctica parecía un campo arado. De este encuentro tengo algunas «cositas» para destacar. En primer término, fue la aparición de seis o siete pingüinos Adelia que deambulaban buscando algún lugar por donde ingresar al mar. Normalmente, estos animales abandonan la zona, como muy tarde, a fines de abril. Inexplicablemente, estábamos ya a 21 de junio, y los pingüinos allí se encontraban. El mar, que ellas buscaban, estaba congelado en una extensión de cientos y cientos de kilómetros. Donde podrían encontrar su puerta al agua, no lo sé. Se instalaron en un promontorio de nieve, al costado de la misma, como quien se instala en una tribuna para

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presenciar un partido. Deslizándose cuesta abajo, ingresaron a la cancha. Su irrupción en la cancha, hizo suspender el encuentro. Tras algunas vueltas, curiosear e investigar a participantes y pelota, posar para algunas fotos, se perdieron entre dunas de nieve, rumbo al noroeste en busca de las aguas del Estrecho de Drake. Otro momento a destacar fue la aparición de una delegación rusa. Unas diez o doce personas avanzaban hacia el sector donde se desarrollaba el partido. Sus características ropas, de paño o de cuero, de color pardo o negro, resaltaban aún más con el blanco-nieve del ambiente. En medio de ellos, con un gran tapado marrón hasta más abajo de las rodillas y con un hermoso y tradicional gorro ruso, llamado «chasca» de piel de zorro gris, iba el Jefe de la Base Bellinghausen, mi estimado amigo Viacheslav Leonidovich Martianov. Al ver a este grupo de personas, en mis oídos sonó música de balalaika. Parecía, realmente, una escena tomada de la literatura rusa. Al culminar los partidos, toda la actividad terminó con fotografías de los equipos y participantes del evento. En una de las poses para las fotografías participaban rusos, chilenos y alemanes. Terminó en revolcones de algunos participantes por el suelo densamente nevado. Mientras tanto, bolas de nieve volaban por aquí y por allá. Una de ellas se estrelló contra el pomposo gorro de piel de zorro de Martianov, que pasó de pomposo a nevado...

Un cálido rincón Pasado un poco el mediodía, se llevó a cabo el almuerzo internacional. Fue amenizado con números musicales, creados o improvisados por todos los participantes. Lo que realmente es digno de destacarse, fue el espíritu que reinó en la celebración. No importan las lenguas que se hablen: español, portugués, ruso, inglés, alemán, polaco o chino. Todos tratamos de entendernos, ya sea de una forma o de otra. El calor humano funde el hielo del exterior. No existen diferencias políticas, religiosas o de costumbres. El hombre se identifica consigo mismo, ante la fuerza de los elementos. Los abrazos surgen espontáneamente, sin premeditación. La unión es real, sin mistificaciones, en lo que he denominado «Paraíso Blanco». Es, éste, el último reducto en el cual el hombre se ha encontrado a si mismo, frente a la grandiosidad de la naturaleza. Mientras afuera, el viento y el frío arrecian, empujando la nieve a ras del suelo, que corre, se arremolina y gira, adentro, un puñado de seres humanos unidos por cantos de amistad y amor, crean un cálido rincón, justamente, en la Antártida.

Un terrible y riesgoso regreso Esa noche después de la celebración, pernoctamos en la Base chilena, para evitar el regreso a nuestra estación durante las sombras de la noche. Al día siguiente, teníamos previsto el regreso temprano, a efectos de que el otro grupo, pudiera concurrir a la fiesta de la Base rusa, de inicio del invierno. El día se presentaba nublado, amenazante de nevadas y, con posibilidades de vientos importantes en intensidad. Consulté al centro meteorológico chileno por razones de seguridad, respecto de las condiciones del tiempo. Nos daba una posibilidad de dos horas previas a que las condiciones del tiempo empeoraran e hicieran imposible cualquier desplazamiento Con estas previsiones, salimos los cuatro hombres rumbo a 37

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nuestra Base, previa comunicación por radio de nuestro regreso. A los quince minutos de marcha habíamos dejado atrás la Base rusa. Las condiciones del tiempo habían cambiado y empeorado notablemente. La pequeña nevada con la que habíamos partido se transformó en ventisca. La ventisca es un fenómeno meteorológico en el cual la fuerza del viento arrastra nieve depositada y nieve que precipita, creando un manto blanco similar a la niebla, por asemejarlo a algo que el lector pueda reconocer. La diferencia entre la ventisca y la niebla es que en el primer fenómeno se produce viento y la fuerza de éste es lo que da la diferencia. El viento actuaba de a rachas y éstas nos detenían en la marcha o nos empujaban. La visibilidad se redujo a no más de dos metros o tres, a lo sumo. En estas condiciones, era imposible operar la moto trineo, sin que hubiera un accidente grave. Decidí dejar el vehículo en el camino, junto a una de las cañas que lo marcaban. En el caso de que la nieve lo cubriera, habría sido fácil localizarlo. Había momentos en que quedábamos apresados dentro de un tal blanco de nieve, que hacía que desaparecieran el suelo y nuestros propios pies, de nuestra vista. Teníamos un conocimiento solamente intuitivo de hacia donde debíamos movernos. Nos colocamos en una línea, uno al lado del otro; a unos cincuenta centímetros de distancia unos de otros. Así, y en esta línea, avanzábamos lentamente. El que encontraba una caña con la banderilla negra, que habíamos colocado previamente hacía algún tiempo y que nos señalaban el camino, gritaba el hecho a viva voz, que era la única forma que teníamos de escucharlo en razón del rugir del viento. Entonces nos reuníamos todos alrededor de esa caña. Desde esa posición, mirábamos hacia dónde se suponía que estaría la caña siguiente. Si era posible verla entre los claros de ventisca que se producía marchábamos en esa dirección. De no ser así, usábamos el procedimiento anteriormente descrito. Teníamos cuidado de no perder de vista la caña anterior, ya que si recorríamos la distancia a la que supuestamente estaba la otra caña, de no encontrarla, regresábamos al punto de partida. Una marcha a pie que normalmente nos insumía una hora, nos llevó aproximadamente tres horas. El esfuerzo de tener que caminar y el flujo de adrenalina que teníamos en nuestros torrentes sanguíneos nos hacían transpirar a pesar del frío reinante. Al llegar a la laguna congelada de donde tomábamos el agua, sabíamos que estábamos salvados. El terreno se nos hacía conocido. Al coronar la cima de las alturas que rodean la laguna, ahí pudimos ver la Base, borrosa por la espesa ventisca, pero ahí estaba. Se dibujaban las siluetas de las construcciones. Las opacadas luces exteriores de mercurio que estaban encendidas, para ayudarnos en la orientación, aparecían y desaparecían en nubes de nieve. En nuestra Base reinaba un ambiente tenso. La preocupación por nuestro viaje de retorno ocupaba la mente de los que quedaron en la Base. El desplazamiento que habíamos realizado había sido bajo una temperatura real de menos 10° con vientos de 100 kilómetros por hora y rachas de 120 kilómetros por hora, lo que daba una sensación térmica de menos 40° a menos 50°. La preocupación de todos era justificada ya que en caso de que hubiéramos perdido el rumbo o tenido un accidente, este libro no hubiera sido escrito. Lamentablemente, aquellos de nosotros que concurrirían a la fiesta en la Base rusa, no tuvieron oportunidad de poderlo hacer.

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Una luz en las Tinieblas En la noche, durante la cena, la tensión continuaba. Esto hizo que, durante la misma, hablara al personal de la Base, explicándole que el movimiento, la marcha de regreso, se había iniciado en la seguridad de que el tiempo meteorológico que nos había indicado el Centro especializado Presidente Frei, nos concedía el plazo de dos horas de relativa calma. Pensando en que el otro grupo designado pudiera concurrir a su fiesta y pensando también en la seguridad que nos daba la Estación Frei, realizamos el movimiento de regreso. Este tipo de charlas, digamos pacificadoras, por darles algún nombre, las había iniciado yo mismo, tiempo atrás. La charla, mientras transcurría la cena, había tenido una gran efectividad. Todo había quedado aclarado y perfectamente resuelto. Este tipo de actividades prácticas nos daban la posibilidad de que no hubiera grupos dentro del grupo mayor. Todo era compartido. Todo, menos una cosa, la responsabilidad de lo que ocurriera, que era exclusivamente y totalmente mía. La luz, que de este modo surgía, siempre quebraba las tinieblas y unificaba aún más nuestras relaciones.

El viejo de los pájaros El tiempo transcurría y la compañía de pájaros del verano en una pareja de skúas (gaviota parda, rapaz y de hábitos carroñeros) fue cambiada en el invierno por las chionis o paloma antártica. Se trata de un ave blanca, que siempre está presente en esta estación en que emigra la skúa Por su apariencia similar a las palomas se les llama, como ya señalé, paloma antártica. Durante las horas de oscuridad desaparecía de los lugares habituales de la Base, para ocupar ciertos sitios en los roquedales cercanos. Con la luz del nuevo día deambulaba por los techos de los alojamientos picoteándolos o corriendo por ellos. El sonido que originaban, era uno más que nos acompañaba y quebraba la monotonía monocorde del invierno. Indudablemente, la presencia del hombre había alterado, en parte, los hábitos de este níveo animal. El hecho de que pudieran obtener comida fácilmente de restos de lo que nosotros consumíamos en la Base, hacía que tuviéramos siempre una población estable de aves, entre las que se agregaban algunas gaviotas dominicanas, que normalmente o, si se prefiere, naturalmente, no estarían entre nosotros. Nuestro cocinero, el Soldado J.J. Fernández, conocido en la Base como J.J. y en las Bases vecinas como «gran Cuqui», era responsable de mantener la relación animalhombre. Era él, precisamente, quien proporcionaba a las aves los restos de comida que ellos consumían. Las aves ya lo distinguían entre todos los integrantes de la dotación. En cierta oportunidad, en que este compañero se desplazaba por la Base, pasando del alojamiento donde se cocinaba a algún galpón-depósito, con la finalidad de reponer algún tipo de elemento para la despensa diaria, lo hacía rodeado de sus emplumados amigos. De qué modo, o cómo hacían las aves para reconocerlo entre todos nosotros, es algo que queda para el estudio de algún ornitólogo. Simpáticamente, pasó a ser llamado por nosotros, «El viejo de los pájaros». 39

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A cada cual su cada cual Como una manera más rápida y eficaz de comunicarnos, particularmente por radio, cada uno de nosotros fue tomando una figura que, en forma por demás cariñosa lo identificara. Así fue que el meteorólogo Juan Torraca, que solía salir a caminar con su bolso deportivo, llevando su máquina de fotos consigo, recibió el seudónimo de «El loco del Bolso». El radiooperador Aldo Goffi, gran conversador y de potente voz, recibió el mote de «Alaraco». Pero éstos eran seudónimos informales, por así decir, ya que los que sí cumplían la función de facilitar las comunicaciones eran tales como Cap. Tártaro-“Lobo”; Sargento López-“Papúa”; Sub- Oficial Bautista-“Ballena”; Cabo Olivera- “Orca”; Dr. Azambuya- “Tordo”; Soldado Fernández- “Foca”, Soldado Radio Operador Sabatelli“Skúa”; Soldado Radio Operador Goffi- “Gaviota”; Cabo Buzo y Lanchero Vera“Zodíaco”; Tte. Meteorólogo Sarkis- “Stratus”; Sr. Torraca-“ “Tormenta” y el mío, Pereyra- “Petrel”.

Un sello con su historia Mencioné, anteriormente, al Cabo Aldo Goffi, radio operador de la dotación, poseedor de una gran habilidad manual. Era el constructor «oficial» de obsequios para los cumpleaños que se solían celebrar en la Base. También fue el artífice, del sello- símbolo de nuestra dotación- lo que ejecutó con goma, un bisturí y madera. Lo que acabo de relatar merece una explicación adicional. En cada Base, cada dotación que cambia año tras año, porta su propio sello identificatorio de la expedición. La nuestra venía a ser la segunda expedición que invernaría en Base Artigas. No teníamos nuestro sello de referencia, tampoco lo había tenido la primera expedición. Y realmente era necesario. Quienes visitaban la Base nuestra lo solicitaban como un elemento de colección al estamparlo en distintos sobres y hojas que indicaban que, las tales personas habían pasado por BCAA. Así fue como el hábil radio operador, munido de los elementos mencionados, construyó, manualmente el primer sello antártico de expedición uruguaya en el continente helado. El mismo fue realizado, totalmente, en la Base.

Un cumpleaños en el corazón Los actos sociales más trascendentes eran los cumpleaños de cada uno de los integrantes de la dotación. Para realizar el festejo, se preparaba una comida informal para la noche, que consistía en: torta de cumpleaños y, complementándola, regales de los integrantes de la Base. Para esas ocasiones, todos los integrantes de la dotación pasábamos a convertirnos en la familia del hombre homenajeado. El festejo de tal índole más emotivo, y que guardo y guardaré siempre en mi memoria, se desarrolló en el mes de agosto.

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Por respeto a su intimidad, mantendré el nombre del homenajeado en el anonimato. Teníamos por costumbre que, en el momento en que apagaban las velitas de la torta, quien cumplía años debía pronunciar algunas palabras alusivas. El hombre homenajeado en esta ocasión, curtido en el trabajo de campaña como pe6n rural y en sus años de servicio en el cuartel como soldado, con voz cortada por la emoción, agradeció la fiesta y, subrayó que, en ese momento, con su familia lejos, en la Patria, nosotros éramos su familia. Por otra parte, dijo, que en sus treinta años de vida, era ésta la primera vez que tenía una torta de cumpleaños y, que alguien le cantaba «que los cumplas feliz»... Afuera, se sentía la voz de nuestro compañero de siempre, el viento que, con su helado canto, rodaba por las interminables blancas planicies... Dentro, en el alojamiento, once hombres uruguayos quedábamos en silencio, ante la emotividad de las palabras expresadas por el camarada. Silencio, que rodaba en cristalinas lágrimas masculinas que, encogían el corazón de cada uno de nosotros, enrojecía los ojos y, entrecortaba la respiración...

¡Cuidado! Incendio Ya hice mención, en páginas anteriores, a las medidas de seguridad física de las personas y de las instalaciones, que debían ser tomadas. Durante el transcurso del invierno ocurrió un accidente en la Base chilena de Rodolfo Marsh. Este accidente costó la vida de un integrante de la dotación de la Base chilena y lesiones en varios más de los integrantes. El accidente ocurrió en horas de la madrugada. En esas oscuras horas se desencadenó algo que es lo más temido por todos en estas latitudes, un incendio. Se desarrolló en un alojamiento amplio de unos treinta metros de largo por unos ocho de ancho. Alojaba unas veinte personas. Una caldera de calefacción tomó fuego y el olor a quemado más el humo que se producía fue despertando a los que allí vivían. El fuerte viento hacía propagar y consumir rápidamente los materiales sintéticos de la construcción. Llegó ayuda de la propia Base chilena y de la vecina Base soviética. Pero también se habían hecho presentes los temibles enemigos, el viento fuerte y el frío. Se organizó la lucha contra el fuego; se tendieron las mangueras y se colocaron bombas adicionales para tomar agua del lago que servía para abastecer a ambas Bases. La lucha era muy despareja. Minuto a minuto, los hombres que manipulaban los picos de las mangueras reclamaban a los gritos más y más agua. Estaba allí pero se estaba congelando. Las mangueras se iban solidificando, reduciendo sus diámetros, hasta que lo único que surgía de ellas era un pequeño chorro de agua. Hasta que al fin, lo que el desesperado hombre tenía en su pico era un pequeño goteo. A la caída de cada gota, la desesperación fue tomando forma en los rostros de los hombres que eran iluminados por las llamas. El Jefe de la Base chilena, ante la imposibilidad de poder hacer más nada, ordenó reunir a su gente y dispuso que se contara e identificara a cada uno de los moradores del habitáculo incendiado. La cuenta arrojó como saldo, la falta de un hombre. Con las primeras horas del día se registraron los humeantes restos y allí fue localizado el cuerpo carbonizado del desdichado hombre que había quedado atrapado por las

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llamas. Por lo que se pudo deducir, habría llegado aparentemente hasta una ventana que no pudo romper, para poder escapar a la horrible muerte. Estos hechos resultan de gran impacto entre los pobladores de las distintas Bases. El factor riesgo siempre está presente, por más previsiones que se hagan. La noticia de lo ocurrido llegó recién a nuestra Base a los dos días de haber acontecido. El mal tiempo nos tenía confinados y la difusión por radio había sido prohibida por el Comando de la Base chilena. El ser humano, en condiciones de aislamiento, se sensibiliza en grado sumo. El acontecimiento relatado había hecho que los hombres se introvertieran. La vida rutinaria de la Base se había visto sacudida por la desgracia de nuestros vecinos y amigos. Además, el fallecido, Don Villaroel, era meteorólogo, y cumplía tareas de su especialidad en la estación Pte. Frei. Por ello y, por su forma de ser, su presencia en nuestra Base era reiterada. Este hecho sensibilizó más aún a nuestros hombres. Y, otra vez más, la charla a la hora de la cena sirvió de puente. Puse en claro que lo ocurrido estaba dentro de las posibilidades de los distintos accidentes graves que pueden suceder. Una vez ocurridos, debían ser superados y olvidados. Se debía tomar en cuenta solamente todo aquello que sirviera para recordarnos las medidas precautorias que cada uno debiera tomar, para evitar así situaciones similares. La psicosis del incendio fue pasando lentamente y la Base, fue tomando poco a poco su ritmo normal. Quedaban solamente como recuerdo de lo acontecido los ennegrecidos cimientos de la construcción siniestrada en la Base chilena, emergiendo de entre la blanca nieve. Mudo testigo," mensajero del destino con un doloroso mensaje para todos los habitantes de la isla: ¡Cuidado!, incendio.

Alas de Saber, Cofres de Luz Con uno de los buques soviéticos que transportaban carga para la Base vecina Bellinghausen, desde Montevideo, recibimos una carga general para la Base nuestra. En ella se encontraban, incluidos, una serie de cajones que, cual preciados cofres, contenían libros que correspondían a una importante donación que nos hacía el Ministerio de Educación y Cultura de nuestra Nación. La sobrecarga del trabajo veraniego y, la falta de espacio físico para armar las estanterías metálicas, que contendrían ordenadamente esos libros, procesar el trabajo y ordenarlos hizo que, el invalorable material permaneciere guardado hasta que en la quietud del invierno, con tiempo y espacio físico suficiente, se pudiera atender tan importante tarea. Llegado ese momento, se procedió al armado de las estanterías metálicas que habíamos recibido para organizar la biblioteca. La ubicación que le dimos a los estantes fue en el módulo número tres, que en verano funcionaba como laboratorio. Ahora, lo haría como sala de lectura y recreación, ya que habíamos construido también una mesa de ping-pong. Una vez que hubimos armado las estanterías, comenzamos a sacar los libros de los cajones y procedimos a inventariarlos y ordenarlos de acuerdo a su temática. De este modo, libros de poesía, ciencia, historia, geografía y cuentos diversos enriquecieron el

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preciado tesoro que nos acompañaría el resto del año y que permanecería en la Base para el deleite futuro de los que aprecien la buena lectura. Encaramados en cada frase que poblaban las hojas de los libros viajábamos por otras partes del mundo, conociendo y disfrutando, otros paisajes, desde la gélida y nívea Antártida... Así fue como recorríamos épocas pasadas, hechos y momentos históricos que cada cual recreaba en su mente. Gozamos la lírica y la musa de la poesía, como así también la recreación de los cuentos. Compañeros silenciosos, bastaba solamente abrir sus tapas para que las luces, sonidos y melodías encerradas en su interior vibraran dentro de quienes recorríamos sus escritos. Eran realmente cofres de luz que solamente bastaba abrirlos para que con su claridad iluminaran las tinieblas que nos acompañarían en el silencioso, oscuro y frío invierno polar...

El Viento Ya me referí al viento, tremendo y siempre presente. Durante una de las tantas tormentas, recuerdo que, mirando desde una de las ventanas del alojamiento, veía los tres mástiles. Se trataba de caños de hierro galvanizado de dos pulgadas de diámetro que se encontraban empotrados en bases piramidales de hormigón, que a su vez, se introducen en el pedregoso terreno por más de un metro y medio. La parte libre, al aire, que sirve para portar el pabellón, sería de unos tres metros aproximadamente. Dos de ellos se encontraban libres y el del centro, el tercero, portaba el Pabellón Nacional. El viento era tan intenso en ese momento, que mientras los dos mástiles de los extremos se movían como varas de mimbre, el del centro, por el hecho de tener dos puntos de apoyo -la base de hormigón y la bandera- vibraba por su centro como una cuerda de guitarra. Otro día, siendo ya de noche -aproximadamente las 22 horas- el viento había estado soplando todo el día con mediana intensidad e incrementándose sobre el final del día. Después de la cena y, de los últimos chequeos y controles de las distintas instalaciones de la Base, nos disponíamos a disfrutar de una sesión de cine con una película filmada en videocasette. Estábamos disfrutando del film cuando, el rugido del viento se hacía cada vez más sonoro y la construcción donde estábamos trepidaba. El viento soplaba desde el mar, directamente desde el Sur del Continente Antártico. La pared que daba hacia ese sector, en cada racha se movía hacia adentro, modificando su verticalidad. El movimiento era tan notable que, el médico de la dotación lo registró midiendo con marcas de lápiz en cada momento. La atención de todos nosotros hacia el film fue decreciendo. Obviamente, habíamos quedado en estado de alerta hasta que el viento fue disminuyendo en intensidad. Esa noche hubo gente que durmió vestida en( previsión de cualquier fatalidad, tal era la preocupación por la intensidad del viento. Otra experiencia singular e interesante con este elemento natural, el viento, la constituía la entrada y salida de los alojamientos. Al presentar la puerta un plano de resistencia al viento, se hacía particularmente difícil tanto los ingresos como los egresos de los habitáculos. Me es difícil recordar en el momento en que estoy escribiendo quién fue que, en forma distraída, abrió la puerta del alojamiento que contenía la cocina-comedor. En lugar de salir normalmente, salió «disparado» arrastrado por la puerta que, impulsada por el viento, dejó al pobre hombre con su humanidad contra un montón de nieve.

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No obstante, no siempre era el viento violento y desagradable. También tenía momentos bellos. Soplando en forma baja, a ras del suelo, arrastraba la nieve suelta en pequeñas nubes. De manera muy similar a cómo lo hace la arena. Al Sureste de la Base se encontraba el Glaciar Collins como ya lo mencioné. Caía abruptamente al mar en un desnivel de unos 20 a 30 metros. Cuando se presentaba este tipo de viento rastrero, se formaba una caída continua de nieve suelta. Se asemejaba a una catarata blanca y difusa. La nieve corría por la superficie del glaciar para caer al vacío y realmente, era hermoso verlo. En otras ocasiones, grandes vientos de altura daban formas características a las nubes. De forma redondeada, parecían lentes superpuestos que hacían volar la imaginación hacia objetos voladores no identificados de gigantescas formas. El mar, a medida que avanzaba el invierno, también iba cambiando, Al comienzo, el viento arrastraba trozos de hielo de regular tamaño, que iban, quedando en la orilla. Más tarde, estos trozos de hielo, al aumentar de tamaño y de número, iban haciendo una especie de sobre costa. Esta separaba la tierra firme del agua, hasta que finalmente, delante de nosotros, teníamos una planicie blanca que se perdía en el horizonte.

Caminando sobre la superficie del mar El color tiza del cielo se confundía can el blanco suelo y éste se unía al mar, transformado, como ya mencioné, en un vasto va .le que se perdía en el horizonte. Con pasos sigilosos comenzamos a internarnos en ese nuevo medio. Las primeras caminatas que realizamos por esta superficie. Lo hacíamos atados unos al otro en previsión de alguna grieta existente que nos jugara una mala pasada. Realmente, pudimos ver y comprobar cómo se congelaba el agua del mar. En una de esas primeras caminatas, llegamos hasta donde considerábamos que era más seguro. Fue así que nos internamos mar adentro por más de 500 metros. Más allá, el mismo se presentaba quieto, como paralizado, sin movimiento. Con un color verde lechoso, se asemejaba a un gigantesco cristal esmerilado. Los trozos de hielo que arrojábamos rebotaban varias veces en él, hasta que terminaban con un movimiento deslizante hasta quedar detenidos. El hielo de esta superficie era de sabor salado. Con el transcurrir de los días, las nevadas que habían caído reforzaban la primitiva superficie y le iban cambiando el sabor de salado pasando al dulce, como la gran mayoría del hielo. Recuerdo que frente a la Base quedó un témpano atrapado de respetables dimensiones. En la cara opuesta la base presentaba unos huecos profundos que mostraba el hielo de un hermoso color azulado, sintomático de su vejez, color al cual no hay nada que se le compare, realmente. Al camino normal por tierra hacia las Bases vecinas, se sumaba ahora el que se podía hacer por mar, pero sin lancha... Parecía imposible, pero debajo de nuestros pies, por debajo de la capa de hielo, había profundidades de muchos metros y a veces, de cientos de ellos...

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Llegan las focas Los meses pasaban. Las horas de luz se prolongaban ahora por más tiempo. En los primeros días del mes de setiembre comenzó a poblarse el mar congelado de cientos de focas. Particularmente, focas cangrejeras, cientos de ellas. El campo de hielo frente a la Base parecía más bien una pradera poblada por ganado. Nunca antes, en el transcurso de mi vida, vi tan grande concentración de animales salvajes. Sus colores pasaban del marrón al amarillo y gris y, al desplazarnos entre ellos gritaban mostrando sus pequeños dientes. Entraban y salían del agua a través de agujeros que ellas mismas practicaban en el hielo formado sobre la superficie del mar. Por aquí y por allá aparecían manchas rosadas, que en un principio nos hizo pensar que se trataba de sangre, pero luego, pudimos comprobar que no lo eran, sino que se trataba de excrementos, excrementos de estos mamíferos cuya alimentación básica consta de krill. Se trata -el krill- de un crustáceo de pequeño tamaño y de color preponderantemente rojo, que originaba ese color característico en la blanca nieve.

Una pequeña historia de amor Sobre la costa Sureste de la Base, debajo de los acantilados de hielo del Glaciar Collins encontramos, una mañana, ana pareja de focas cangrejeras. Las acompañaban, las clásicas manchas rojas, pero esta vez no eran de excrementos, sino... de sangre. Una de ellas presentaba un profundo y enorme tajo sobre sus costillas provocado, posiblemente, por el ataque feroz de una orca o, tal vez, de otra foca denominada, leopardo. La herida que presentaba era de tal magnitud que le imposibilitaba -a la foca- moverse en tierra y, por tanto, tampoco podía nadar. Su pareja, permanecía permanentemente a su lado y solamente se alejaba de ella para alimentarse en el mar tras lo cual, volvía a ella. Intentamos con nuestros medios sanitarios ayudar al desvalido animal, pero esta tarea era imposible. Transcurrieron los días y, con ellos, la silueta regordeta del animal que se dibujaba durante los primeros momentos, se fue transformando en un cuerpo huesudo y de pelo opaco. No obstante, el macho permanecía durante todo el día junto a su compañera herida. Le daba calor con su cuerpo y se alejaba en forma muy esporádica, tal cual ya lo indiqué, para alimentarse. A veces nevaba y los dos animales quedaban cubiertos de blanca nieve pero, allí, junto a su hembra, permanecía el macho dándole el calor de su cuerpo grotesco. Cierto día, durante la mañana, observamos que la hembra se desplazaba con dificultad hacia el agua. El macho le acompañaba e incitaba a no ceder en su empeño. Ambos llegaron finalmente al agua y lentamente, la hembra comenzó a nadar, primero despacio pero firmemente, en tanto el macho la acompañaba. Sabíamos, íntimamente, que la foca se había salvado ya que, de ahora en más, se podría alimentar por sí misma. La fidelidad de la bestia nos había dado una lección. Durante casi treinta días, el macho había permanecido junto a su compañera herida, le dio el calor de su propio cuerpo, alentó sus esfuerzos por sobrevivir y la rescató de la muerte segura...

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Comienza el descongelamiento La blanca planicie del mar se fue quebrando. La masa de hielo debilitada ondulaba al influjo del movimiento del agua líquida que estaba debajo. Ya no se podía caminar sobre el mar congelado sin pasar por una situación de verdadero peligro. Desde la orilla del mar se sentía cómo las masas de hielo crujían y se quebraban. A medida que el viento soplaba de norte a sur, el hielo en grandes bloques se iba retirando. La monotonía del blanco hasta el horizonte y, la quietud se cambió por el verde del mar y el movimiento continuo de sus olas y rompientes. Alrededor de mediados del mes de octubre, en una buena extensión del mar, algo se movía. Se iba desplazando y, a simple vista, no podíamos distinguir de qué se trataba. Una ballena no era, porque el movimiento era originado por múltiples individuos. Observando con prismáticos pudimos divisar una de las primeras bandadas de pingüinos que saltando sobre la superficie del agua avanzaban hacia su destino. Se dirigían a la pequeña Isla Ardley donde formarían colonias, construirían sus nidos de pequeñas piedras y tendrían sus crías. Al quedar en libertad el mar, de su prisión de hielo, se produjo una explosión de vida. Una innumerable cantidad de focas, pingüinos y aves poblaron las tierras y el cielo. El silencio invernal, acompañado solamente por el monótono ulular del viento, fue sustituido por el estruendo de las olas al chocar y deshacerse contra los cantos rodados de la playa y, los gritos de las aves que volaban de un lugar a otro. Desapareció nuestra compañera de invierno, la chioni, un ave parecida a una paloma totalmente blanca, de patas y pico amarillos, a la que también se le da el nombre de paloma antártica. Sus hábitos alimentarios la hacen comportarse como un ave carroñera. La mayoría de las aves de la zona obtienen su alimento donde lo encuentran. La chioni, fue sustituida por la skúa, gaviota de color pardo con un potente pico que la asemeja a un águila, con la diferencia de que sus patas son palmadas. Esta ave vive en pareja nidificando sobre el terreno en pequeñas alturas poniendo como máximo dos huevos. La presencia del hombre ha modificado sus hábitos, en cierta medida, ya que busca encontrar alimentos en las bases establecidas. Es lo que hizo que un par de ellas, a las horas del almuerzo y de la cena, se mantuvieran cerca de nuestra Base o sobre el techo de la cocina, esperando que el cocinero les obsequiara con algún resto de carne. Junto con la skúa nos acompañaba también, el gaviotín antártico. De color totalmente blanco, ágil y chillón, vive en grandes grupos, defendiendo sus agrupamientos de nidos con vuelos picados sobre nuestras cabezas. Allí donde se dirigía la vista nuestra, allí estaba la vida. Nuevamente teníamos a nuestra disposición la ruta marítima. Gracias a ella, podíamos cumplir con algunas visitas previstas con mayor comodidad.

Una visita a la Base argentina Jubany A fines de octubre, en un hermoso día, radiante de sol y calmo, con un impresionante cielo color azul, zarpamos con rumbo a la Base Jubany de la República Argentina. Todo el viaje lo realizamos sobre la costa, a fin de reconocerlo, tomar fotos y hacer las anotaciones de las características más salientes de las mismas. El primer alto lo realizamos en la Caleta Marión. En ella, posiblemente se instale la futura Base coreana.

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Se trata de un muy buen puerto natural, con profundidades notables, muy cerca de la costa, lo que hace que la orilla misma del mar sea un muelle natural. La playa está rodeada de alturas que la protegen de los vientos del Sur. Lo único que falta en el lugar es un buen lago como el que tenemos en la Base uruguaya, para abastecimiento de agua dulce. Después de que hubimos almorzado, retomamos la navegación. La misma nos fue interrumpida por un campo de hielos flotantes. Debíamos avanzar muy cuidadosamente por entre los hielos, separándolos de la embarcación con los remos para evitar que el filo de algunos de los trozos cortara la goma de nuestra lancha Zodíaco. Finalmente, pudimos salir del campo de hielo y retomamos un ritmo sostenido v rápido en nuestra marcha marítima... La costa se mantenía cubierta de nieve mostrando como caía abruptamente al mar. No existían playas de arena vesánica, la isla se introducía directamente en el mar. Formas curiosas de grupos de rocas hacían volar la imaginación de los que viajábamos, encontrándose distintas formas para cada uno de los grupos. Una colonia de pingüinos trataba de instalarse, los recién llegados ocupaban una enorme ladera de piedras que como toda la costa caía sobre el mar. Los pobres animalitos parecían bolos parados en distintas estanterías o gradas de la ladera. Vaya a saber por qué motivo, con el correr de los años, adoptaron este inhóspito lugar para su procreación. Llegamos al lugar que tiene como nombre cartográfico Punta Barton, lugar muy característico, visible en el horizonte desde nuestra Base, cuando existe excelente visibilidad. Esta punta tiene una gran roca en el agua que se asemeja a la aleta de un tiburón. Desde este punto, debíamos virar hacia el Este, a fin de retomar la paralela a la costa, y aunque no la veíamos todavía a Base Jubany, sabíamos que estaba allí cerca. Finalmente, después de casi tres horas de navegación llegamos a la Caleta Potter, lugar de a sentamiento de los argentinos. Nos encontramos con una hermosa y amplia bahía. Con forma de herradura, presentaba aguas calmas. En ellas se reflejaban los hielos azules de los glaciares que caían al mar y ocupaban casi totalmente sus orillas. Directamente a nuestro frente se encontraba la masa del glaciar. El hielo se presentaba con enormes ondulaciones que marcaban su perceptible desplazamiento hacia el mar. Desgranaba trozos de hielo de distinto tamaño que flotaban contra las ostas. Había grietas que cruzaban de un lado a otro la imponente masa, mostrando sus entrañas azules que, valga la expresión, «hablaban» del abolengo de esos hielos. Nieves jóvenes en otros tiempos ahora, con el paso de los siglos, transformadas en material más duro que el acero y con un color azul tan hermoso e intenso que, tal vez, sea el color del tiempo... Profundo y apacible como el alma, de los que allí estábamos reunidos, en esa pequeña embarcación que se mecía al influjo de las ondas. Sobrecogidos, en silencio, observábamos el majestuoso e imponente paisaje. Una vez salidos del impacto, de la emoción por lo que veíamos ante nuestros ojos, continuamos nuestra marcha hacia el sureste. Bordeamos un hermoso e imponente témpano de hielo anclado en mitad de la bahía y enfilamos -la proa de nuestra embarcación hacia la única lengua de tierra que aparecía y, donde estaba asentada Base Jubany. Orientada hacia el sureste, en su parte oriental, se encuentra la Base argentina.

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Sobre un espacio despejado, como ya señalé, con playas de fina arena volcánica, éstas permiten contar con un lugar de buen atraque para las lanchas Zodiaco. En la proximidad, se destaca un cerro cuya denominación es Dos Hermanas. Las construcciones están asentadas sobre pilares de concreto como toda construcción antártica y realizadas totalmente en madera. Al arribo a la playa, los primeros en recibirnos fueron un grupo de elefantes marinos que se asoleaban en las marrones armas de la costa playera. Mientras acondicionábamos nuestra embarcación comenzaron a llegar nuestros anfitriones y los saludos y abrazos no se hicieron esperar y, de inmediato, un mate comenzó a circular, reafirmando, una vez más, nuestras comunes costumbres con nuestros vecinos del Plata. De inmediato, nos trasladaron al edificio principal. El mismo constaba de comedor-estar, cocina, baños y dormitorios que se nos presentaban a la vista de los visitantes cómodos; acogedores y cálidos, debido a los materiales utilizados. La madera y su natural color, nos daban unas sensaciones diferentes a las de nuestra Base. El asado, el mate, los cuentos y anécdotas ocuparon nuestro tiempo. Conocimos las instalaciones, sistemas de alimentación eléctrica y abastecimiento de agua, como asimismo, algunos elementos de abastecimiento de víveres diferentes a los nuestros pero, que podían sernos útiles debido a la proximidad de la fuente de abastecimiento. Las horas transcurrieron más rápidamente de lo deseado por nosotros y, cuando menos lo esperábamos, los abrazos y despedidas sorprendían y marcaban nuestro regreso. Retornamos a nuestra embarcación acompañados de nuestros anfitriones, los que nos habían obsequiado con algunas vituallas, vinos, enlatados y otros elementos. De este modo emprendimos el regreso, cargados de regalos y con la sensación de haber dejado en la playa algo más que un grupo de hombres a los que conocimos por unas pocas horas. Los brazos alzados hacia el cielo, en señal inequívoca de despedida, se extendieron hasta que prácticamente dejamos de vernos.

El regreso a la Base, nuestro hogar La idea era aprovechar al máximo la luz solar para poder regresar seguros. Durante el viaje de retorno, las condiciones del mar comenzaron a modificarse. Un viento frío y helado comenzó a encresparlo y la navegación se hizo más lenta y cuidadosa, tratando de evitar al máximo mojarnos en demasía. Lentamente, la luz de la tarde se transformó en penumbra y ésta, rápidamente, en noche. El motor rugía firmemente en las manos del Cabo Vera, las olas golpeaban los pontones de la Zodíaco y levantaban cortinas de agua que variaban de forma y ;amaño según tomáramos la ola y el viento. Cada tanto, alguno que otro cormorán azul -ave de la familia de los pingüinos, pero con la diferencia de que vuelan de muy buena maneraacompañaban el desplazamiento de nuestra embarcación. Volando a nuestra misma velocidad y casi rozando las olas. Como sospechaba que podríamos encontrar algún campo de hielo cerca de la costa, resolví y ordené que navegáramos lo más alejados posible de la misma. Esto nos aseguraba más velocidad y regularidad en la marcha, pero nos provocaba la incertidumbre de la soledad del mar, con la costa distante.

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Durante la navegación nos reubicamos en la lancha, pasando a ocupar todos los tripulantes la parte central de la misma, junto con la pequeña carga que transportábamos. Esta última operación bajaba el centro de gravedad de la embarcación, la hacía más estable y, además, al dejar los pontones despejados evitábamos que alguien cayera al agua. Procuramos ubicar Punta Barton, esa enorme roca de forma de aleta de tiburón. Ella nos indicaría que debíamos variar nuestra marcha hacia el norte, hacia el corazón de Bahía Collins, directamente hacia nuestra Base. A lo lejos veíamos la silueta lejana y de color pardo de la orilla. No se distinguía nada más que las partes altas, el resto, se confundía con la negrura de las heladas aguas. Transcurridas dos horas largas de navegación, la costa se veía cerca y habíamos que en algún lugar de ella se encontraba nuestra Base. La marcha se hizo más lenta para poder observar alguna referencia de la costa. Con linternas señalizábamos nuestra posición, que ya habíamos advertido por radio. La única respuesta que obtuvimos a nuestros destellos lumínicos era la negrura de la costa. De pronto, desde sus mismas entrañas, surgieron destellos luminosos en respuesta a los nuestros, los que nos marcaban la dirección adecuada. Allí estaba la Base y el resto de la dotación que sólo sentía el ruido del motor de nuestra lancha. Disminuimos aún más la velocidad procurando no tocar el fondo con el motor. La costa se aproximaba cada vez más y más y ya se sentía el ruido de la rompiente, mientras que aprovechando el impulso de una ola quedamos depositados en la costa de cantos rodados de nuestra Base. De nuevo, estábamos en nuestro hogar. Estábamos sanos y seguros en nuestros cálidos alojamientos, en compañía de los hombres que momentáneamente habíamos abandonado...

CX2 CXA / CX2 CXC Nuestra comunicación con Montevideo -la querida capital de la República- la efectuamos por medio de nuestros equipos de radio. Debo recordar al lector que teníamos diferentes tipos de comunicaciones. Información meteorológica oficiales de rutina y especiales, de protección de Vuelos y, finalmente, familiares. Con la llegada del invierno fuimos teniendo algunos problemas con los enlaces. El primero de ellos fue debido a la falta de propagación de las ondas que hacían que los enlaces se cumplieran en un reducido lapso, de no más de tres o cuatro horas. Fuera de ese lapso, la transmisión y recepción era sumamente difícil. El otro gran problema era la acumulación de hielo en las antenas, que terminaban afectando el buen funcionamiento de los equipos. Las antenas, que eran esenciales para la transmisión y recepción, acumulaban hielo, pero ya lo trataremos en el capítulo siguiente. La acumulación de nieve era otro de los problemas. En aquellos lugares en los que el viento la barría no se acumulaba, pero en aquellos otros en que el viento ayudaba a depositarla, además de la que caía, en poco tiempo, cubría lo que fuera.

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Y era tan así que la puerta de los galpones que estaban uno frente al otro -se usaban como depósito de ropas uno y de víveres el otro- tuvimos que construir una entrada cuyas paredes laterales eran de nieve y una puerta trampa tipo sótano. Para poder ingresar a retirar víveres, atender el suministro de agua o concurrir al baño, se abría la puerta y se descendía por los escalones formados en una escalera de hielo que se construyó para salvar el desnivel. En este lugar se deberían haber acumulado no menos de dos metros y medio de nieve. Antes de haberse construido este tipo de puerta especial, cada vez que por algún motivo se debía ingresar a ese galpón, el resto de los hombres permanecía atento por si no podía salir el que entró, lo que ocurría por la acumulación de nieve que no permitía abrir la puerta. Una anécdota, risueña, de algo que ocurrió con nuestro cocinero que, como sucedía de costumbre, debía retirar ciertos víveres. El día en cuestión se presentaba tormentoso y el viento y la nieve eran impresionantes debido a la ventisca. Se le sugirió que aguardara ya que no había tanta necesidad de los elementos que pensaba retirar. Pasado - cierto tiempo el cocinero no pudo más esperar. La ansiedad lo traicionaba. Con la idea manifiesta de que «la nieve no va a poder más que yo», se enfunde en su equipo anti-frío y marchó hacia el referido galpón. Todos mirábamos atentamente desde las ventanas del alojamiento distante unos quince o veinte metros del galpón. Envuelto en una nube de nieve que a veces desdibujaba la figura de nuestro cocinero, vimos como, con una pala, comenzó su labor. Por cada palada de nieve que retiraba, volvían a depositarse cinco. Pasados no más de quince minutos, nuevamente, teníamos al cocinero entre nosotros. Empapado por la transpiración, con las barbas repletas de nieve, tío pudo más que reconocer su derrota. Agobiado por la misma, amén de expresiones que no puedo reproducir, exclamó: «es imposible», refiriéndose a su vano intento. Y efectivamente era así. Aunque todos los que allí estábamos fuéramos a apalear nieve, el resultado hubiera sido el mismo, inútil. Al sacar la segunda palada ya había caído nuevamente la primera... más cinco paladas más. He ahí el motivo de la construcción especial mencionada por mí anteriormente.

Un día cualquiera Después de todas las anécdotas que he ido relatando a lo largo de este libro, el lector seguramente se hará la siguiente pregunta: «Y,... ¿Cómo será o cómo transcurrirá un día normal en la Base Científica Antártica Artigas?» Trataré de relatárselo. Para ello, habré de tomar un día cualquiera de invierno, que servirá seguramente como ejemplo. El lector se preguntará ahora, ¿por qué elijo un día de invierno? Pues, porque es en esta estación climática que la soledad acompaña la vida de la Base y es precisamente, cuando el lector podrá apreciar realmente cómo, para qué y qué, se puede sentir en una Base antártica. El día, normalmente comienza temprano, no precisamente porque el sol nos despierte con sus rayos, sino que se marca una hora para que ello ocurra, es decir, despertarse del sueño y levantarse de la cama. Es de este modo que a las siete a.m. los integrantes de la Base comenzamos a levantarnos. Después de la higiene correspondiente a cada mañana, dirigimos nuestros pasos hacia el local que funciona como cocina y comedor a la vez.

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Tomamos nuestro desayuno habitual, se hornea el pan que consumiremos en el desayuno y en las posteriores comidas. El desayuno común consiste en, para unos, café con leche, para otros, mate amargo. El mate amargo para quien no lo conoce, consiste en la infusión de agua caliente, la que se vierte en una pequeña medida dentro de una calabaza con yerba mate, especie de té de hoja verde. La mezcla de agua caliente y yerba mate se bebe por medio de un tubo de metal llamado bombilla. Acompañan estas infusiones pan recién horneado, mermelada y queso. Durante esta reunión se planifica las tareas del resto del día, ya sean de carácter rutinario o las que podrían surgir por algún inconveniente en los sistemas. ¿Cuáles son las tareas rutinarias y cuáles las otras? Las primeras son las que consisten en el reabastecimiento de combustible para los generadores, cambios de filtros de aceites en los mismos, mantenimiento de los vehículos que se están utilizando y de aquéllos que han quedado fuera de uso por las malas condiciones del terreno (nieve, hielo). Reabastecimiento de agua potable en los distintos alojamientos, limpieza de nieve en aquellos lugares en que se acumula impidiendo el ingreso a las construcciones bloqueadas. La actividad común rutinaria que ocupa a todos los integrantes de la dotación con excepción del radio operador, el meteorólogo de turno y el cocinero consiste en las tareas de abastecimiento y distribución de agua potable. Esta última operación, debido a la ampliación de almacenamiento del líquido que se había realizado durante el verano transcurrido, nos permitía seleccionar el momento de ejecutarlo. O sea, el momento ideal es cuando hace menos viento y menos frío Hay que controlar el normal suministro del agua desde Lago Uruguay hasta los tanques, controlar los posibles congelamientos que pudieran interrumpir la operación y una vez culminada la tarea desconectar cuidadosamente las partes desconectables del sistema. Estas partes, que son metálicas, el frío las hace frágiles y sensibles a los golpes. El agua que se pierde por estas uniones, al contacto con el aire, se transforma poco a poco, en cuestión de minutos, en hielo, soldando los metales entre sí. Para separarlo, les volcamos agua encima, bien caliente, para romper el hielo y desunir los enganches. La instalación del sistema de alimentación de agua nos había costado mucho trabajo y todos habíamos participado en el mismo, por lo tanto, no podíamos, por negligencia nuestra, dejar que el mismo quedara inoperativo. Otra tarea que tenía especial importancia para nosotros es el mantenimiento de lo que sin duda consideramos el corazón de la Base, los tres generadores de corriente eléctrica. Con ellos, alimentamos todos los sistemas de calefacción, cocina, bombas de agua, luz y comunicaciones. Se hacía rotar el trabajo de los tres generadores, para que cada uno de ellos trabajara la misma cantidad de horas. Nuestra atención sobre los filtros, inyectores y demás sistemas Son permanentes y de rutina diana para el hombre que tiene a su cargo esta tarea. Los trabajos no rutinarios son aquellos que surgen de desperfectos que se originan y no eran previstos. Ocurren en las líneas de abastecimiento de agua potable o en la de evacuación de aguas negras o sanitarias.

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El lector se preguntará: «Qué estará sucediendo? Por qué se interrumpe el servicio?». La respuesta es bien sencilla. Se interrumpen por congelamientos. Congelamientos que convierten en barras de hielo todo el líquido que puede contener el tubo o caño del que se tratara. Al ocurrir este percance, se tiene que desmontar parte del sistema, llevar el tramo o los tramos de caño congelados a la sala de generadores, la zona más cálida de toda la Base. Una vez que ocurría el descongelamiento, se podía montar nuevamente el sistema para dejarlo operativo otra vez. Entre las tareas de no descuidar no previstas estaba la de descongelamiento de las antenas de radio. Obviamente, las mismas no trasladaban agua. No obstante, se producía el congelamiento de las mismas al congelarse, valga la redundancia, la humedad que las rodeaba. Estas antenas consistían en cables coaxiles de aproximadamente un centímetro de diámetro, y la humedad del medio ambiente se condensaba en ellas. Al descender la temperatura en forma brusca la humedad se convertía en hielo. Formaba un forro sobre toda la extensión de la misma de aproximadamente cinco centímetros de diámetro. ¿Qué ocurría entonces? Pues, al funcionar la radio, como la antena no podía irradiar en forma normal su emisión, se corría el gravísimo riesgo de quemar los equipos. Si esto último ocurría, quedábamos sordos y mudos ante el resto del mundo. La solución consistía en bajar totalmente las antenas de sus 25 metros de altura y con una maceta de madera quebrar cuidadosamente el hielo que la cubría para dejarlas totalmente desprovistas de hielo y en condiciones de operatividad. Esta tarea se realizaba totalmente al aire libre y a temperaturas de menos 13 a menos 15 grados reales de termómetro. De este modo pasamos el día hasta que el reloj nos marca la hora de retirarnos, tomar un respiro, cenar, distraernos algo con la televisión chilena o ver un video. Cumplidas estas rutinas diarias, cada uno de nosotros se apronta para enfrentar y pasar, lo mejor posible, la larga noche. Una noche cualquiera Nuestros alojamientos consisten en habitáculos separados entre sí por débiles mamparas de fibro-madera, que nos separan apenas unos de otros. Un espacio reducido de superficie rectangular, de 2,5 metros de largo por 1,5 metros de ancho era todo nuestro mundo personal e individual. Volvíamos a él cada noche y, allí, en el silencio de las sombras nos acompañaba el sonido permanente de nuestro compañero de todos los días y de todas las horas, el viento. El sombrío vidrio de la ventana se poblaba de mariposas de blanca nieve. Se iban acumulando en la parte inferior de la misma, hasta formar un semicírculo. A medida que iban transcurriendo las horas unos volaban encaramados en las páginas de un libro, mientras otros volaban también escuchando individualmente música y dirigiéndose adonde sus mentes en esos momentos los transportaban. Por lo general, la mente lo transportaba a uno hasta el lejano hogar y la familia que, lamentablemente, saludaba en forma simbólica desde una fotografía que colgaba en la pared del minúsculo cuarto. Lentamente, las horas iban pasando y e¡ sueño, cual un duende pícaro y juguetón, nos iba ganando... Afuera, la nieve se mantenía en movimiento mientras el viento hacía oír su voz y dentro de cada uno de los alojamientos, doce hombres uruguayos", se

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sumergían en las sombras del sueño que los hacía viajar hacia donde cada uno de nosotros lo deseábamos....

«Contadores» de alimentos Los alimentos era uno de los aspectos sobre el cual se había puesto mayor cuidado. Se habían efectuado cálculos y todo tipo de previsiones para que los mismos no faltaran y su variedad cubriera todos los menúes que se habían planificado. La tarea de planificación previa estuvo a cargo del cocinero que nos acompañaría durante todo el año y el médico de la Base. ¿Cuál era entonces el motivo de preocupación? Como ya lo señalé, era ésta, la que estoy relatando, la segunda campaña antártica uruguaya de todo un año de duración. La primera de ellas, por razones que no vienen al caso y ajenas a la dotación, no tenía registros de consumos ni planificación sobre la que basarse. Por lo tanto, éramos nosotros los que debíamos probar un sistema nuevo, un método. Fue así, que nuestro cocinero y nuestro médico hicieron las veces de contadores públicos, cuya misión era llevar un registro y control estricto de los consumos y los saldos que se iban generando semana a semana y que nos permitía constatar si efectivamente, lo planificado, era correcto o no.

Primera operación aérea propia de invierno Transcurría el mes de setiembre y, hasta entonces, se habían registrado algunas operaciones aéreas de países con Bases vecinas a la nuestra, Chile y Brasil. Se cumplían con aparatos aéreos Hércules, C H 130. Se trata de un avión cuatrimotor, a turbo hélice, de procedencia norteamericana, de gran tamaño, con capacidad para transportar 18.000 kilos de carga. Posee condiciones de frenado por medio de los motores, lo que lo hace especialmente apto para operaciones en campos nevados. Nuestro país no posee estas máquinas. Los únicos transportes que posee son cargueros medianos y livianos. La operación aérea a la que voy a hacer referencia sería efectuada por un avión bimotor, turbo hélice, de procedencia española, de muy limitada capacidad de carga, pero capaces de frenar con sus motores. A pesar de las limitaciones anotadas, se planificó por parte del Instituto Antártico Uruguayo y la Fuerza Aérea Uruguaya un vuelo a realizarse a fines del mes de setiembre. Para los uruguayos, que por razones de material aéreo existente solo volábamos de diciembre a abril, hacer este intento de volar en tal fecha significaba realizarlo prácticamente en el invierno. Durante esta época en la Antártida, la nieve alcanzaba muy altos niveles y la temperatura era extremadamente baja. Pudimos saber que la aeronave transportaría víveres frescos que nosotros habíamos solicitado, algún repuesto y, por sobretodo, correspondencia, todo lo cual conformaría una pequeña carga de unos 400 kilogramos. Aunque esta carga pueda parecer de escasa relevancia, tras pasar largos meses de aislamiento, recibir víveres frescos y cartas de los seres queridos significaba muchísimo para todos nosotros. Hubo que esperar algunos días para que el avión uruguayo pudiera cruzar el estrecho que separa el continente americano del continente antártico. La

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pequeñez de la máquina determinaba que las condiciones meteorológicas para el cruce del Estrecho de Drake, espacio de mar de unos 1.500 kilómetros de longitud entre la isla antártica y América, a la vez que las condiciones existentes en la propia isla debían ser tales que permitieran un cruce seguro. Nuestra estación de radio en la Base, cumplía en el marco de sus diferentes misiones, una tarea que se denomina precisamente, seguridad del vuelo. De modo tal que, por medio de la estación de radio nuestra, obteníamos las novedades sobre el vuelo y cuándo se efectuaría el decolaje de la ciudad de Punta Arenas. Cierta mañana nos comunicaron que, por fin, se produciría el decolaje y que el mismo ocurriría en las primeras horas d al día. El cruce insumiría 5 horas de vuelo y eso haría que el aparato llegara a la isla, obviamente, en horas del mediodía. Esa mañana se presentó con vientos calmos, cielo muy nublado. Condiciones que eran ideales para una operación aérea. Los niveles de nieve habían alcanzado las alturas máximas. Dos a cuatro metros en algunos lugares y hasta diez metros en otros. En nuestra Base, preparábamos los últimos detalles para el arribo del avión: oraciones, palabras alusivas y fiases que llenaban las páginas de cartas escritas a último momento dirigidas a los seres queridos, amigos, parientes o colegas. El mecánico alistó el moto trineo, lo dejó en condiciones de funcionalidad en cuanto a combustible, aceite y le enganchó el trineo que servía de remolque para el transporte de pequeñas cargas. El médico de la Base que hacía las veces de oficial postal, acondicionó la bolsa de correo y la colocó dentro del trineo. El cabo Olivera acondicionó a su vez la carga tapándola con una lona y la aseguró con cuerdas para que no embarcara nieve durante el viaje. Una vez concluidos todos estos preparativos, marché hacia la Base chilena Rodolfo Marsh. Ante mí se abría el camino jalonado por cañas que lo señalizaban. Coronando las primeras alturas que rodeaban la Base estaba el Lago Uruguay, totalmente congelado y cubierto de nieve, cual un enorme cráter blanco. Una parte del camino lo transité por encima del mismo para hacer más corto el trayecto. La compacta y sólida masa de hielo de agua congelada soportaba perfectamente el peso de la máquina y el de los dos ocupantes que viajábamos en ella. Llegábamos al primer gran valle que se continuaba en una bajada pronunciada, dejando a nuestra derecha el área especialmente protegida. Se trataba de un reservorio de fósiles que acusaban la presencia en un pasado muy lejano de exuberante vegetación. A nuestra izquierda, quedaba el mar congelado y los tanques de combustible de la Base rusa, mudos testigos de la presencia de hombres que intentaban encontrar y tener un lugar en la Antártida. Coronamos unas alturas más y aparecieron ante nuestra vista Base Bellinghausen y Base Marsh. Con sumo cuidado nos deslizamos por la ladera nevada del cerro. Debía regular la marcha del moto trineo para mantener en posición el trineo de carga y que no nos provocara una caída. Pasamos por un espacio entre la Base rusa y la Base chilena y tornamos el camino zigzagueante hacia la pista. Al llegar al aeródromo, la actividad en espera de nuestro avión era febril. Desde la torre de control nos indicaron que estaba próximo el momento del aterrizaje. La pista estaba totalmente cubierta de nieve, al igual que todo lo que la circundaba. Nos afanábamos en mirar hacia el Norte, a fin de poder ver a nuestro esperado avión. Pero, nuestros esfuerzos eran inútiles.

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El avión no aparecía. A pesar de ello, la Torre nos aseguraba que el aparato se encontraba a la vista en esa dirección. Hasta que de pronto, un punto oscuro surgió del blanco cielo. Una forma cada vez más definida se hacía visible. Podíamos oír el ruido de los motores. Cada vez lo veíamos más bajo, cada vez más cerca del blanco suelo de la pista. Tocan las ruedas la capa de nieve y el avión corre envuelto en una nube de blanca nieve que levantan las palas de las hélices. Los colores característicos matizados con manchas verdes amarronadas de un avión militar se hacían visibles. Una vez más, la escarapela de la bandera de guerra de nuestro país, con sus colores blanco, azul y rojo pintados en la cola de la aeronave y en sus alas, se aparece de improviso ante nuestra vista y agita nuestro corazón. Ver esa pequeña aeronave que representa el esfuerzo de un país y de sus hombres, profesionales que con medios escasos, permitieron nuestra comunicación con el exterior, fue todo un acontecimiento. El avión se detiene al igual que cesa el girar de los motores y nosotros, nos aprontamos pera recibir a los pilotos, ingenieros de vuelo y la preciada y tan ansiosamente esperada carga. Un abrazo fraterno me confunde con uno de los pilotos del avión, gran amigo personal y casi un hermano para mí, el Cap. (Av.) Daniel Olmedo, quien me transmite personalmente detalles sobre la situación de mi familia. Rápidamente se cumple la descarga ya que no se puede desaprovechar ni un minuto las ventajas que nos está otorgando su majestad antártica, el tiempo. El avión tiene asignadas pocas horas para emprender el regreso y así es que, nuevamente, perdiéndose en la blancura del cielo, lo vemos desaparecer tan súbitamente como se nos apareció. Llevando en sus bodegas, que son sus entrañas, nuestras noticias, saludos y buenos deseos para los seres queridos que están allá lejos, en la Patria, la aeronave, aunque ninguno de nosotros lo exprese, se llevaba algo de cada uno de los doce miembros de la dotación...

Buceando en el mar y un encuentro inesperado Como el mar se encontraba liberado de su prisión de hielo, tal situación nos permitiría practicar un buceo exploratorio de la zona de costa frente mismo a nuestra Base. Fue así que planificamos todo aprontando los equipos, termómetros y algún instrumento de defensa, que nos permitiera practicar el buceo y defendernos, en caso de que apareciera sorpresivamente algún animal. Lo más común que podríamos encontrar sería una foca leopardo que, cabe destacar, es un animal de gran tamaño, de unos cuatro metros de largo y un peso de casi 800 kilogramos, mamífero. Los hábitos alimenticios de la foca leopardo, a diferencia de las focas cangrejeras, son carnívoros. Se alimenta de pingüinos y ataca otras focas. De potente dentadura y dientes de gran tamaño, lo diferencian también de las focas cangrejeras que tienen pequeños dientes. Normalmente se la ve sola, nadando o tomando el sol sobre el hielo flotante en el mar o en la costa. Ya prontos para la inmersión, escogimos una zona próxima al gran peñón que se hallaba frente mismo a la Base. Nos sumergimos en las frías aguas del mar. La visión que se nos aparecía era totalmente diferente a la que teníamos cuando buceamos en el Lago

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Uruguay. La claridad del agua era impresionante y por lo menos se veía hasta treinta o cincuenta metros horizontales. Grandes masas de piedras y rocas eran perfectamente visibles y sus formas se mostraban claras y definidas. El suelo rocoso, con algunos ojos de arena, nos mostraba estrellas de mar y erizos que deambulaban por los fondos. Nadando simpáticamente, algunas decenas de krilles flotaban aquí y allá libres de la fuerza de gravedad. Avanzamos inmersos en ese nuevo mundo subacuático en el que sólo sentíamos nuestra propia respiración. Nos habíamos desplazado por canaletones de piedra que cruzaban el fondo mientras que nuestros indicadores de profundidad marcaban unos diez metros. Detuvimos nuestro avance y arrodillados en el fondo marino, como si estuviéramos rezando, procedimos a tomar la primera lectura del termómetro; marcaba 1° C. Estábamos en esta tarea cuando presentí que había algo en el mar que nos estaba observando. Levanté la vista y vi cuanto había a mi alrededor sin que pudieran observar nada anormal. Elevé mi cabeza en dirección a las burbujas de aire que ascendían rápidamente. Entonces sí, pude apreciar una enorme y hermosa foca leopardo que, atraída por nuestro aire que agitaba la superficie del agua, nadaba en círculos. Estaba observando dos figuras negras -que éramos nosotros-que allá abajo a la distancia algo estaban haciendo, hasta que, repentinamente, comenzó a descender... Ante esta circunstancia tomé el brazo del Cabo Vera y con señas e indicaciones diversas lo puse en conocimiento de la visita que teníamos. La primera reacción de ambos, el Cabo Vera y yo, fue buscar cubrir nuestras espaldas y darle uno o dos frentes que el animal tuviera que atender. Fue así que llegamos a una pared de piedra que naturalmente nos daba la posibilidad de darle un solo frente al animal, lo que nos permitiría llegar a la superficie. Lentamente comenzamos a ascender pues no podíamos hacerlo en forma rápida ya que si así lo hacíamos nuestros pulmones habrían de sufrir diversos daños. Nosotros ascendíamos y la bestia descendía en círculos observándonos permanentemente con sus enormes ojos. En algunos momentos se acercó a no más de un metro y con los hierros que portábamos, cual diestros espadachines, lanzábamos estocadas que la mantenían a una distancia relativamente prudente. De esta forma llegamos a la superficie. La pared de piedra terminaba en una terraza. Como pudimos, debido al peso de nuestros equipos, nos pusimos de pie. Recién entonces, cuando la foca nos vio en esa posición, sacando su enorme cabeza del agua, abandonó la zona nadando hacia otro sitio de la bahía. Algunos integrantes de la dotación que habían observado todo lo ocurrido, colaboraron con nosotros ayudándonos a desprendernos de nuestros equipos y a trasladarlos a la Base. Lamentablemente, nuestra tarea había culminado en forma anticipada, pero sin que tuviéramos nada más que lamentar. Quedó, eso sí, para siempre grabado, en nuestro recuerdo, la del Cabo Vera y el mío, la expresión fría de esos enormes ojos que observaban atentamente nuestros movimientos. Ninguno de los dos sentimos temor alguno por lo que nos hubiera podido ocurrir a cada uno de nosotros de habernos vencido la bestia, pero en ese momento, la preocupación de cada uno de nosotros dos era tan solo proteger al otro camarada y no descuidar la posibilidad de salvaguardarle...

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Un retorno anticipado La actividad antártica obliga a los hombres que la llevan a cabo, a separarse de sus familias por extensos períodos de tiempo. Esto hace que los pequeños problemas familiares se acumulen o, en otros casos ocurran realmente graves situaciones. En gran medida, por sobre cualquier otro caso, es en la persona de las esposas en quien se deposita la carga más pesada, ya que son ellas las que, en la Patria, sin sus esposos, que están en la Antártida, deben afrontárselas las tareas, deberes y obligaciones que normalmente atiende también un padre. Dos miembros de nuestra dotación, habían padecido desde hacía varios meses diferentes tensiones de origen familiar. Los mismos fueron manejando la situación hasta que se vieron superados por las mismas dificultades. Frente a ello, solicitaron la posibilidad de ser relevados a fin de regresar a Montevideo. Como correspondía en estos casos, se planteó la situación a la Presidencia del Instituto Antártico Uruguayo, lo que motivó la posibilidad de efectuar una evacuación aérea. La imposibilidad de contar con los medios de transporte aéreo adecuados fue posponiéndola. Al no concretarse la salida de los dos hombres de la isla, fue creciendo la tensión en ambos que veían día a día cómo se iba alejando la posibilidad de su regreso que, a la postre, daría solución a sus respectivos problemas, de índole familiar. Ante esta situación y, con el informe del Jefe de Base Marsh respecto a un próximo vuelo de la Fuerza Aérea Chilena, decidí usar ese medio para sacarlos de la isla y llevarlos hasta la ciudad chilena de Punta Arenas, para que, posteriormente, atravesando territorio argentino, pudieran llegar hasta Montevideo. Producido el hecho planeado, informé del mismo al Presidente del Instituto Antártico Uruguayo, por lo que quedaba finalmente solucionado el problema. El retorno anticipado de estos dos hombres era para nosotros una pérdida muy importante, no solamente por lo que respecta a su labor profesional, sin o también por lo que significaban desde el punto de vista humano. Más o menos a la semana de su partida de la Base, recibimos una llamada por radio en la cual los dos hombres daban cuenta de su arribo a Montevideo. Habíamos logrado darles la solución que requerían para sus respectivos problemas. En la Base, en la lejana Antártida, quedamos con la inmensa satisfacción de su llegada al seno de sus núcleos familiares que los reclamaban desdeñada varios meses, pero nosotros quedamos también con un gran vacío que nos dejó marcados casi hasta nuestro mismo regreso. Las pérdidas de los hombres son siempre previsibles, o por lo menos, están en las planificaciones pero, una cosa es prever y planificar y, otra, muy diferente, es que realmente ocurran.

Preparando el regreso Transcurrió el tiempo de la misión casi sin que lo hubiéramos percibido. Las tareas estivales de acondicionamiento de la Base para el período invernal, los apoyos a las actividades desarrolladas por los científicos y la propia actividad que desarrollamos durante el invierno habían consumido, valga la expresión, nuestro tiempo destina ¡o a la actividad en la BCAA.

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Repentinamente, nos encontramos ante una actividad de preparación de todos los elementos que deberíamos transferir a quienes nos relevaran. Lentamente, la tranquilidad del invierno se nos fue transformando, con el devenir le las semanas y los días, en una actividad cada vez más y más intensa. La pista en condiciones operativas de los vehículos que se usarían en el verano, preparaciones de las existencias para contabilizar e inventariar, recepción de cargas y solicitudes desde Montevideo ocupaban nuestras horas y días. El arribo de algunos «adelantados» de la dotación de relevo incrementó más aún nuestra actividad. Los hombres recién arribados eran integrados a nuestras tareas que realizaban paralelamente con quienes serían relevados, a fin de asegurar, de tal modo, la continuidad de las funciones. La forma en que había sido preparada mi dotación, y el cariño con que habían tomado cada uno de mis hombres el trabajo de mantenimiento de la Base hacía que algunos de ellos sintieran que estaban siendo despojados por quienes los relevarían. En varias oportunidades tuve que hablar con algunos de ellos para hacerles comprender que nuestra actividad había llegado a su fin y que, era natural que el hombre que recién llegaba, tuviera una actitud diferente a la nuestra con respecto a lo que se le entregaba. Realmente, nos costaba muchísimo desprendernos de lo que con tanto amor, esfuerzo y cariño casi sin límites habíamos hecho crecer y mantener en funcionamiento Base Científica Antártica Artigas. Además de toda esta febril actividad, normal en todo cambio de dotación, se realizaban también visitas protocolares a las Bases vecinas para realizar los correspondientes encuentros de despedida, como asimismo, las presentaciones de los nuevos integrantes de la Base. A las múltiples actividades que realizábamos se sumaba el arreglo de los equipajes de cada uno de los que regresaríamos. Souvenirs que engrosaban el equipaje mientras que prendas que ya habían cumplido su ciclo de vida útil lo abandonaban al igual que las que, generosamente, pasaban a los hombres que quedarían en la Base relevándonos. La inactividad en que iban quedando los hombres a medida que se liberaban de sus responsabilidades hacía que los viéramos deambular por la Base y sus alrededores con rostros pensativos. Íntimamente, como Jefe de la misión, sabía cuáles o cuál era el pensamiento que se anidaba en ellos. Por un lado, alegría de volver al seno de los seres queridos. Por otro, tristeza por abandonar algo que habían aprendido a querer e incluso, les había brindado seguridad y tranquilidad espiritual. Se dejaba atrás la quietud, la paz, la rutina diaria, el acostumbramiento al resto de los camaradas, para volver al ruido de la ciudad, la inseguridad que nos da a veces la civilización, el cambio frecuente de situaciones que no permiten entrar en una rutina. Lo más importante sería adaptarnos al cambio continuo en el conocimiento de personas que forman parte de toda sociedad normal. No sabía aún, no solo yo, sino toda la dotación, con claridad, como reaccionaríamos ante esta nueva situación. La vida durante un año por parte de doce hombres, que compartían absolutamente todo durante las veinticuatro horas del día y la noche, daba seguridad personal. Daba seguridad en el grupo, confianza en quienes nos rodeaban. Había que brindarse los unos a los otros sin medida porque así debía ser. De esa tan peculiar vida, casi paradisíaca, si cabe la expresión, debíamos ingresar a una vida en sociedad urbana ya conocida, pero

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que de todos modos, parecería un nuestra Base a recogernos par i recorrer los seis kilómetros - que nos separan del aeródromo. Cuando el susodicho vehículo se hizo presente en la Base, cargamos todas nuestras pertenencias y la carga de tipo general que llevaríamos con nosotros hacia Montevideo. Todo era un movimiento perpetuo. Unos iban para un lado, otros para otro. Las despedidas de los más diversos modos y con la mayor gama posible de expresiones verbales y corporales, los abrazos y las entregas de cartas para llevar con nosotros que nos fueran encargadas a último momento, ocurrían por doquier. Al fin, después de tantos sucesos emotivos de último, momento, estamos en condiciones de partir hacia el continente. Llegó entonces, ahora sí, e momento que significa el comienzo del final. Uno a uno, fuimos subiendo al vehículo ruso que nos daba apoyo y cuando estábamos y; todos sobre él, emprendimos la marcha hacia el aeropuerto. Nuestra última marcha en suelo antártico, al menos, para esta misión que estaba culminando. El vehículo que nos llevaba hasta la pista aérea, y en el cual íbamos nosotros ahora callados y meditabundos, cada cual imbuido de sus propios pensamientos, pertenecía al ejército soviético. Con un peso de siete mil kilogramos -siete toneladas- se desplaza sobre bandas de rodamiento y es alimentado energéticamente por gas oil. Transporta unos catorce pasajeros más carga. El viaje, esta marcha lenta y que deseábamos todos que fuera interminable, nos deparó una última sorpresa que deseo compartir con el lector. Yo me había sentado en el banco que corresponde al acompañante del conductor. En determinado momento, al encarar un desnivel del camino, e conductor seleccionó un cambio adecuado para la marche. Cuando el mismo lo hizo, que dicho sea de paso se trataba del jefe de mecánicos de la ya citada Base rusa Bellinghausen, se quedó con la palanca selectora de marchas en su mano. Me quedé observándolo y pensando para mí que, los kilómetros que restarían deberíamos hacerlos a pie- . Pero el veterano y curtido Alexander -que así se llamaba el conductor ruso del vehículome miró y en nuestro «idioma antártico» me dijo: «no problem» Buscó en una caja de herramientas, Sacó una llave de regular tamaño, la introdujo en el lugar de donde se había salido la palanca, seleccionó una marcha la colocó en la caja selectora y, de este modo, llegamos al aeródromo, manteniendo siempre la misma marcha durante todo el trayecto, sin que importaran las irregularidades del camino. Ya en el aeródromo, la actividad era normal para cualquier otro momento de arribo de una aeronave. Nos estaban esperando, sobre la pista, los Jefes de la Base chilena, china y rusa para despedirse de nosotros tras haber pasado un año de nuestras respectivas vidas, juntos. La actividad protocolar, digamos así, se cumplió en la cafetería de la hostería de la Base Marsh de Chile. Allí pasamos nuestros últimos momentos en tierra antártica hasta que, por fin, llega el avión y aterriza. Cumple sus tareas de descarga de los bultos de nuestra carga los que va a llevar consigo y se alista para el vuelo de regreso. Algunos minutos antes de que tocara suelo antártico, en el momento en que nos avisaron desde la torre de control que ya se encontraba próximo a aterrizaje el FAU 572,

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salimos hacia la pista para apreciar la maniobra del aparato. Allá lejos, sobre el cielo, se distinguía como algo más grande que un simple punto, la figura de la aeronave. Como en el aeropuerto se contaba con una sola pista para aterrizar y decolar, se ven siempre a las aeronaves aproximarse de frente. Con los reflectores de las alas encendidas se acercaba rauda y majestuosamente. En primera instancia, cuando ya estaba cerca nuestro, pasó sobrevolando la pista por encima nuestro rugiendo con sus motores, como diciendo, «aquí estoy, compatriotas» a la vez que la emoción, siempre renovada al ver los colores patrios otra vez, se nos anidaba en el pecho, se nos hacía un nudo en la garganta y una lágrima, en más de uno, corría por su mejilla... El avión hizo un viraje en el aire para nuevamente alinearse con la pista, bajó su tren de aterrizaje y comienzo a descender hasta que, finalmente tocó con sus ruedas la tierra. Carreteó por la misma levantando cortinas de nieve, agua y barro, hasta que se detuvo. Giró sobre sí mismo y marchó hacia donde se encontraban los equipos de apoyo de tierra hasta que, ahora sí, se detuvo finalmente deteniendo sus motores. A partir de este momento, ocurrió todo lo que ya. se conoce. Descarga, carga, abrazos, sal idos, recomendaciones, intercambio de opiniones, etc. etc. Lentamente, uno tras otro, nos fuimos dirigiendo ha da el avión cuando nos informaron que ya estaban concluidas todas las operaciones preliminares y que la aeronave estaba pronta para decolar. Uno a uno, también, fuimos subiendo al aparato y a medida que ingresábamos a la cabina para pasaje y carga, nos fuimos instalando como mejor podíamos, sobre el mismo piso del avión. Los motores del aparato se fueron encendiendo. Primero uno, después, el otro. Se cerraron las puertas de ingreso al avión. Hubo unos segundos de silencio y tranquilidad total y de ansiosa espera colectiva...Y, de pronto, ahora sí, ya estamos en condiciones de despegar... Lentamente, con los motores en marcha pero sin alcanzar su máxima potencia, nos íbamos dirigiendo hacia uno de los extremos di la pista. Allí, en el extremo mismo, nos detuvimos. De pronto, los motores fueron aumentando la intensidad de su trabajo hasta que llegaron a su máxima potencia. La máquina comenzó a temblar como si por su interior circulara energía. Hasta que, al fin, se soltó de sus frenos, dio un raro y brusco salto, comenzó una veloz carrera que iba aumentando de velocidad a medida que avanzaba. Era necesario aprovechar al máximo cada metro de la corta pista. Sentimos que nos elevábamos. Las ruedas del aparato quedaron colgando hasta que comenzaron a introducirse en el vientre mismo de la máquina. La parda tierra y la blanca nieve dieron paso al agua verde, espuma y algún trozo de hielo de regular tamaño. Todos, apoyábamos nuestras cabezas sobre los vidrios de las ventanillas del avión y observábamos, por entre ellos, cómo iba quedando atrás lo que, durante un año, fue nuestra isla... Al tomar más altura el avión, pude divisar y observar las azules entrañas del hielo del Glaciar Collins. Desde mi ubicación, no la podía ver pero, sabía que allí estaba Base Artigas... Apacible y generosa, cual una madre pródiga, solitaria entre la inmensidad de la nieve, cobijaría, a partir de ahora, a otros hombres que, también ellos, aportarían lo suyo. Volando ya hacia Montevideo, tomado ya definitivamente el rumbo hacia la querida «tacita de plata» que tanto echamos de menos durante los meses transcurridos, iba meditando, íntimamente, que doce hombres uruguayos, se estaban despidiendo, cada

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uno a su manera, con los ojos empañados por las lágrimas, de lo que, por un año entero, fue nuestro hogar. Fuera del avión, en el aire, el rugir de los motores estaba marcando el inicio del regreso, del retorno al seno de la familia y a la Patria. Atrás nuestro, allá abajo, en tierra, iban quedando otros hombres uruguayos, con nuevas esperanzas, con nuevos objetivos, con nuevos proyectos, con nuevas inquietudes y, con nuevas y renovadas ideas que, como nosotros, se afanarían por cumplir... Allá abajo, atrás nuestro, frente a la Base Científica Antártica Artigas, en un mástil central, majestuosa, estaría flameando, como símbolo de continuidad, una bandera de franjas azules y blancas y un sol radiante en uno de sus ángulos, cual retazo de los cielos...

Distribución de agua de depósitos de almacenamiento a alojamientos. – Cabo O. Olivera / Cap. L. Tártaro. Foto O Pereyra.

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LA ANTÁRTIDA

¿LE SIRVE AL URUGUAY?

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33 AÑOS DEL TRATADO ANTARTICO Se cumple en el presente año de 1994, 33 años desde que el 23 de junio de 1961 los gobiernos de Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Estados Unidos de América, Francia, Japón, Nueva Zelanda, Noruega, Reino Unido, Sud África, y la URSS ratificaron el Tratado Antártico, firmado el lo. de diciembre de 1959, durante el Año Geofísico Internacional que, desde entonces, entró en vigencia. El Tratado, que consta de catorce artículos, que fuera presentado en los idiomas inglés, francés, ruso y español, se halla depositado en los archivos del gobierno de los Estados Unidos de América. En los Considerandos previos del Tratado se mencionan los motivos y objetivos que llevaron a los gobiernos de esas doce Naciones a ratificarlo plenamente. «Reconociendo que es en interés de toda la humanidad que la Antártida continúe utilizándose siempre exclusivamente para fines pacíficos -se dice- y que no llegue a ser escenario u objeto de discordia internacional; Reconociendo la importancia de las contribuciones aportadas al conocimiento científico como resultado de la cooperación internacional en la investigación científica en la Antártida; «Convencidos de que el establecimiento de una base sólida para la continuación y el desarrollo de dicha cooperación, fundada en la libertad de investigación científica en la Antártida, como fuera aplicada durante el Año Geofísico Internacional, concuerda con los intereses de la ciencia y el progreso de toda la humanidad; «Convencidos, también, de que un Tratado que asegure el uso de la Antártida exclusivamente para fines pacíficos y la continuación de la armonía internacional en la Antártida promoverá los propósitos y principios enunciados en la Carta de las Naciones Unidas, «Se acuerda lo siguiente:» En 1879, en Hamburgo, se reunió la Comisión Polar Internacional que acordó organizar el Primer Año Polar Internacional para 1882 y 1883. A estos primeros intentos de estudios sistemáticos y en forma científica de las regiones polares, que obviamente incluían la Antártida, siguieron una serie de expediciones que sirvieron para demostrar la voluntad del hombre por conseguir arrancarle a la naturaleza los misterios escondidos. Hasta que, en 1957-1958, durante el Año Geofísico Internacional, se logró revelar la importancia que tiene la Antártida para la humanidad, y es entonces que se decide regular el aspecto jurídico y político mediante el Tratado que ahora, está cumpliendo 33 años.

Bandera de la ONU en la Antártida Por primera vez, un alto funcionario de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), Mustafá K. Tolba, de origen egipcio, y que ostenta el rango de Secretario General Adjunto, desplegó la bandera de las Naciones Unidas en la superficie de la Antártida. El hecho ocurrió entre el 8 y 12 de febrero de 1991 y sirvió para que el alto ejecutivo de Naciones Unidas tomara contacto con la realidad de uno de los más importantes ecosistemas del planeta. En efecto, su superficie terrestre de 14 millones de quilómetros cuadrados, es equivalente a la de América del Sur desde los Andes hacia el este o al doble de la

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superficie de Australia, se duplica en invierno con la formación de un mar de hielo y es un gigantesco motor que impulsa los sistemas atmosférico y oceánico del globo. Por otro lado, el impacto de las actividades humanas por todos los lugares del planeta deja sentir sus efectos en la Antártida. La Antártida alberga el 98 por ciento de las reservas de hielo y el 70 por ciento de las reservas de agua dulce del planeta. Si el calentamiento atmosférico incrementara el deshielo en el continente austral, donde se encuentra esta gran cantidad de agua dulce y potable del planeta -sólo la bañera de Ross es del tamaño de Zambia o Turquía- la elevación adicional del nivel del mar afectaría a toda la Tierra.

Conservar pureza del continente antártico Desde el 15 de junio de 1991 y hasta el 27 del mismo mes y año se realizó en Madrid una Reunión Especial Preparatoria de la Reunión -valga la redundancia-Deliberativa del Tratado Antártico. Desde el 14 de abril del mismo año al 19 del mismo mes se llevó a cabo una similar reunión en la ciudad de Bonn y del 20 al 30 de abril el encuentro fue en Madrid donde se analizó todos los aspectos relacionados con el ecosistema antártico. Previamente a todas estas reuniones internacionales, a fines de diciembre de 1990, tuvo lugar en la ciudad chilena de Viña del Mar la XI Reunión Consultiva Especial del Tratado Antártico que congregó en ese balneario a cerca de doscientos delegados de los 39 países miembros del Sistema, entre los que, en carácter de miembro consultivo, se encuentra Uruguay. El principal resultado de este encuentro en tierras chilenas fue la denominada «Declaración de Viña del Mar» que estableció la voluntad y decisión de los participantes de preparar «lo más rápidamente posible un nuevo instrumento internacional de protección del medio ambiente antártico» y sus ecosistemas asociados. La Antártida seguirá siendo un gran manto blanco incontaminado y fuera del alcance depredador de la economía moderna, al menos, durante algunas décadas más. La declaración de Viña del Mar señaló además que «la Antártida, siendo una reserva ecológica dedicada a la paz y la ciencia, merece el compromiso de todos los Estados preocupados por establecer un régimen legal vinculante para protegerla». La Antártida es, pues, el único continente, por ahora, incontaminado del planeta. Los delegados a dicha reunión coincidieron en la necesidad de adoptar el principio de evaluación ambiental, como requisito previo a cualquier actividad humana en el continente y apoyaron la creación de instituciones específicas para la protección del ambiente.

De zona devastada a zona protegida Durante el Siglo XVIII la Antártida, fue el paraíso de los cazadores de ballenas, focas peleteras y elefantes marinos que provenientes de distintas regiones del planeta, llegaban al continente meridional con la única intención de explotar económicamente los recursos naturales, minerales y animales de la región, lo que ocasionó una crítica situación debido a la devastación de que era objeto.

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Seguramente el lector recordará que estos aventureros -que no de otra manera se les podía llamar a los cazadores de entonces- fueron personajes centrales de innumerables novelas fantásticas ambientadas en las aguas y los hielos del continente antártico. El continente también fue objeto de codicias políticas y estratégicas. Según la teoría de los sectores, tres países - Argentina, Chile y Gran Bretaña-exigían territorios que se disputaban simultáneamente. Otros cuatro, con historias de exploraciones antárticas reclamaban soberanía sobre determinadas áreas del continente. Algunas especies animales, como la ballena azul, había sido objeto de tal depredación que se encontraba próxima a la extinción. La firma del Tratado paso a ser la «primera y más positiva etapa de cooperación internacional que se conozca en la historia» según lo manifestó recientemente la Asociación Ecologista Internacional «Greenpeace». En la Reunión de Viña del Mar participaron por primera vez como observadores, más de doscientos organismos no gubernamentales preocupados por el tema ecológico en el continente antártico.

Nueva amenaza para la Antártida El lector recordará seguramente el debate que se produjo internacionalmente sobre el llamado «efecto invernadero» que no es otra cosa que el lento recalentamiento de la troposfera, la capa inferior de la atmósfera, originado por la concentración de determinadas sustancias gaseosas. Este hecho guarda relación con el descubrimiento en 1985 de un agujero de ozono o mejor de un agujero en la capa de ozono en la Antártida. Con ello se ha demostrado según los investigadores, la vulnerabilidad de la Antártida a los sucesos de otros lugares del planeta. Esto permitió además, comprobar que el continente es un monitor de la salud del medio ambiente mundial.

Jurisdicción del Tratado Antártico Es importante señalar y subrayar que, el Tratado Antártico, cuyos treinta y tres años estamos conmemorando, norma el uso pacífico no sólo de las tierras continentales, sino que alcanza también su vigencia al espacio comprendido entre el paralelo 60 del hemisferio Sur y el polo respectivo. De este modo, la superficie limitada con vigencia del Tratado alcanza a 34 millones de quilómetros cuadrados, equivalentes a una séptima parte de toda la superficie del hemisferio sur, de modo que no sólo toda la Península Antártica, sino que también el extremo sur del Paso Drake queda incluido en el territorio de jurisdicción de las normas del Tratado.

Presencia uruguaya en la Antártida En 1975 Uruguay oficializó la creación del Instituto Uruguayo, Antártico el 11 de enero de 1980 firmó su adhesión al Tratado Antártico y el 7 de octubre de 1985 adquirió el carácter de miembro consultivo al comenzar -con la instalación de la Base Científica Antártica Artigas- las actividades de carácter científico en el continente helado. Tras la firma del Tratado Antártico ocurrida en 1959, comenzaron a gestarse en Uruguay diversos movimientos relacionados con la Antártida y con el servicio que

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podría ofrecer, desde el Rió de la Plata a las expediciones que, pasando por nuestro país, se dirigían al continente meridional, lo que hizo que se creara la Comisión Uruguaya de Cooperación Antártica, a cuyo frente se hallaba el Profesor Julio César Musso. En el año 1968 se creó, siempre bajo la Presidencia del Prof. Musso, el Instituto Antártico Uruguayo, antecesor del actual Instituto, que por entonces era una organización de carácter privado y cuya finalidad, como ahora, era dar empuje a la actividad científica uruguaya en dicho continente. Ese mismo año, el Diputado Salgado presentó un Proyecto de Ley en el Parlamento uruguayo para regular la actividad nacional en dicho continente. En 1973, el entonces Diputado Dr. Luis Alberto Lacalle y ahora Presidente de la República, presentó en el Parlamento un proyecto del cual era autor y que tenía relación con la actividad antártica uruguaya. Más tarde, se encomienda al Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas Uruguayas, un estudio de factibilidad para el desarrollo de actividades antárticas del país. A esos efectos se creó el Comando Antártico Conjunto y como consecuencia de su labor, se oficializó el Instituto Antártico Uruguayo, que dejó de ser una institución privada para pertenecer a la órbita del Ministerio de Defensa Nacional a partir del 28 de agosto de 1975. El objetivo primordial de este Instituto es, el de «formular, evaluar y efectuar investigaciones y exploraciones científicas y tecnológicas y de servicios en la Antártida paralelo sesenta grados Sur» En 1980, Uruguay recibió una invitación de la Fundación Nacional de Ciencias de los Estados Unidos de Norteamérica para enviar una delegación al continente blanco. De este modo, el Cnel. (Av.) Roque Aíta y el entonces Mayor (Nav.) Bernabé Gadea se trasladaron a la Base de Mac Murdo y desde allí al Polo Sur Geográfico, a la Base Amundsen-Scott, en enero de 1982, dándoles la oportunidad de que enarbolaran en el mismo Polo Sur Geográfico la bandera uruguaya que habían transportado desde el Uruguay. Luego, una misión oficial de la Fuerza Aérea Uruguaya,-encabezada por el mismo Cnel (Av.) Roque Aíta como Jefe de misión y, con la integración de militares y científicos uruguayos, arribó a la Base Teniente Marsh de la Fuerza Aérea Chilena en la Isla Rey Jorge, el día 28 de enero de 1984. No solo es importante el mero hecho de la presencia de Uruguay en las actividades científicas del continente, sino que, la actividad de la Base Científica Artigas no sólo adquiere una gran importancia desde el punto de vista estrictamente científico, y, además, es un importante objetivo para la explotación de recursos económicos para el país. Sobre este tema, la Antártida y la economía uruguaya que tiene mucho que ver con la calidad de vida de los uruguayos en los años venideros, habré de referirme en próximos capítulos.

¿Debe y puede el Uruguay estar presente en la Antártida? Son dos preguntas que están íntimamente ligadas y que yo me las he formulado y que transfiero al lector. Primero, cabe preguntarse si debe, el Uruguay, país económicamente acuciado por innumerables problemas y que debe afrontar y encontrar 66

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solución a cantidad de situaciones económico-sociales urgentes y graves muchas de ellas, dentro de su territorio continental. Segundo, cabe preguntarse si puede, dadas las circunstancias que acabo de plantear y también si cuenta con recursos materiales y humanos como para afrontar las exigencias de una participación de alto nivel y digna de la República en el continente antártico. Desde mi punto de vista ambas preguntas tienen una respuesta afirmativa. En primer término, al margen de las connotaciones de índole geopolítica y de estrategia militar que la presencia de cualquier nación en la Antártida pueda tener, temas sobre los cuales también se ha escrito mucho en los últimos tiempos, y al margen también de las obligaciones de índole político-jurídico que obliguen a la República a participaren la actividad antártica, creo firmemente que el país debe incuestionablemente participar, como lo está haciendo, en las actividades de la Antártida y que esa actividad le traerá enormes provechos desde los más variados puntos de vista, pero también, desde el punto de vista estrictamente científico, tecnológico y económico. Yo sé muy bien que no es un sencillo problema para el país participar en las actividades del continente «blanco». Para un país geográficamente pequeño como el nuestro ello implica enormes dificultades de diversos tipos pero el desafío también en esta materia está ahí, y desde que el país pertenece a la comunidad de daciones tiene la obligación moral de ser partícipe de esas actividades. Pero además, ello da oportunidad para que nuestros hombres de ciencia y tecnólogos tengan la posibilidad de desarrollar sus conocimientos y aptitudes, no sólo en provecho de nuestro país, sino de la humanidad, dadas las características de coparticipación de todos los habitantes del continente antártico y además, por lo que ello aporta al desarrollo de las ciencias puras y aplicadas en el Uruguay, que serán investigaciones de carácter relativamente modestas y dentro de las posibilidades que el país posee, pero que no dejan de tener como ya lo tienen sin duda en algunos casos, un gran valor para el resto del mundo. Y, por último, pero no menos importante, es también una fuente de trabajo más para nuestros hombres de ciencia y tecnólogos, una fuente de trabajo inagotable, diría yo, por sus propias características. En cuanto a si puede, también aquí no me cabe duda al respecto. Ya lo viene demostrando a lo largo de los últimos años de actividad en la Base Científica Artigas. Tanto la primera misión de la Fuerza Aérea Uruguaya en 1984, como todas las actividades posteriores, incluyendo el armado de la Base, son una demostración de las posibilidades que tiene el país, desde el punto de vista de los recursos humanos, claro está, de tener una participación destacada, como la tiene en buena medida. Yo tuve ocasión de conversar personalmente con el Tte. Cnel. Bernabé Gadea, quien con el grado de Mayor participó como navegante en la primera misión de 1984 de nuestra F. Aérea a la Antártida, y me comentaba, desde el punto de vista estrictamente técnico, las dificultades que había que resolver para colocar la aeronave uruguaya en la posición geográfica preestablecida, cosa que se logró. También pude conversar ocasionalmente con quien tuvo la misión de ser el primero en trabajar en la instalación física de la B ase Artigas en el continente meridional, y también él me relató las dificultades climáticas que hubo que sortear para poder trabajar en las condiciones que el continente ofrecía, casi en forma solitaria. Y, se pudo hacer y se hizo.

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Pero además, el país cuenta con hombres de ciencia valiosísimos, muchos de los cuales están en el exterior y que la posibilidad de trabajar en biotecnología, por ejemplo, en la Base Científica Artigas, les significaría una oportunidad inmejorable no sólo para volver al país, sino para servirle. Y cabe ahora preguntarse, a la luz de lo expuesto, qué es lo que está haciendo el Uruguay en la Antártida y qué puede hacer en el futuro de provechoso para el país, y muy especialmente, desde el punto de vista estrictamente científico, tecnológico y económico.

Se retira el «Pedro Campbell» y se incorpora el «Vanguardia» El 8 de enero de 1992 regresó por última vez de la Antártida, al Puerto de Montevideo, el navío de la Armada Nacional «Pedro Campbell», tras cumplir su última misión a la Base Científica Antártica Artigas, del Uruguay. El buque, en esta misión como en otras, especialmente preparado por la Armada uruguaya para navegar en las aguas del continente blanco, transportó combustible, víveres, medicamentos, aparatos científicos y personal diverso militar y civil, incluyendo hombres de ciencia uruguayos para continuar las labores de investigación científica en la Base que tanto honran, por su calidad y por el esfuerzo que significa trabajar en las condiciones físicas y meteorológicas de la región, tanto a los hombres que la llevan a cabo como a la República. Desde entonces, un nuevo navío, adquirido por la Armada Nacional en Alemania, el «Vanguardia», cumple las misiones específicas de transporte y eventualmente de investigación en el continente Antártico.

Uruguay, el Tratado Antártico y el Sistema Antártico Desde que se oficializó el Instituto Antártico Uruguayo en 1975, el Uruguay comienza a programar su actividad posible en el continente blanco, adhiriéndose al Tratado Antártico en 1980. El 11 de enero de 1980, en efecto, Uruguay se integra como miembro consultivo a los 21 estados consultivos (12 firmantes originales y otros nueve entre los cuales estaría Uruguay), adquiriendo tal rango de miembro consultivo a partir del 7 de octubre de 1985, fecha en que comienza a participar activamente en programas de investigación científica en la zona. Vale la pena que hagamos conocer al lector algunos términos habitualmente utilizados cuando nos referimos a la presencia de Uruguay en la Antártida. El lo. de diciembre de 1959, año también del primer vuelo del hombre al espacio, (abril 1959), se firmó en Washington, el Tratado Antártico por parte de doce países que asistieron, a partir del 15 de octubre de 1959 a una conferencia internacional que reunía a quienes el año anterior habían participado en las actividades del Año Geofísico Internacional. En ese Tratado, documento jurídico que recula la actividad de las naciones y de los hombres en el continente meridional, se establecieron varios principios fundamentales que hoy por hoy, son respetados por todos los países ntervinientes en

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actividades en la zona y que le dan a este continente características excepcionales. Cuatro de ellas son las siguientes: - La Antártida se usará exclusivamente con fines pacíficos, vale decir, que no se podrán desarrollar en ella actividades de índole bélica. - La Antártida estará dedicada solamente a la investigación científica. - Será una zona desnuclearizada, es decir, no podrá ser utilizada para explosiones nucleares ni se permitirá en ella el depósito de desechos radiactivos. - Conservación de sus recursos vivos y del medio ambiente. Este Tratado quedó abierto a la adhesión de cualquier país miembro del sistema de las Naciones Unidas y fue así que se concretó la adhesión de Uruguay. Para poner en práctica los principios del Tratado Antártico se previo en el artículo 9 la realización de reuniones periódicas, con la participación de todos los miembros firmantes del Tratado, lo que se conoce como «Reuniones Consultivas». En las reuniones celebradas se han adoptado diversas recomendaciones sobre investigación científica, turismo, explotación de las riquezas naturales, meteorología, telecomunicaciones, navegación y otras. Desde 1958, Año Geofísico Internacional, existe el «Comité Científico para las Investigaciones Antárticas» que se encarga de coordinar las actividades de investigación científica en el continente. El Sistema Antártico está conformado por el Tratado Antártico y las Convenciones afines (para la conservación de las focas antárticas y sobre conservación de los recursos vivos marinos antárticos) y contempla las principales disposiciones del Tratado Antártico.

Recursos de la Antártida con valor económico La Antártida posee vastos recursos naturales renovables y no renovables. Entre los recursos renovables podemos enumerar la amplia fauna y flora que abarca especies zoológicas que van desde la ballena azul di 28 a 32 mts. de largo hasta microorganismos biológicos y una amplísima flora que incluye especies acuáticas y terrestres. Entre los recursos naturales no renovables y que, como los anteriores, tienen potencialidad económica, se encuentran los recursos energéticos y minerales. Entre los primeros puede encontrarse petróleo, cuyas reservas en una estimación aproximada se ubica en la cantidad de 45 billones de barriles y gas natural con reservas estimadas del orden de 115 millones de pies cúbicos. Pero hay también otros recursos energéticos con valor comercial que pueden agruparse según la siguiente clasificación: a) Grupo de carbones, b) grupo de recursos geotérmicos, c) grupo de uranio y radiactivos. Existen también algunos yacimientos minerales metálicos y no metálicos, perfectamente susceptibles de ser explotados comercialmente: hierro, cobre, metales polimetálicos, cromo, molibdeno, plomo, zinc, oro, estaño, plata, y otros no metálicos como ser micas, cuarzo, fosfatos, calizas, materiales de construcción, arena y ripio. Pero es importante subrayar que, es posible realizar, y se realizan en la base uruguaya, por ejemplo, investigaciones científicas no directamente relacionadas con la extracción

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de recursos naturales del territorio antártico, que también tienen enorme valor económico como ya veremos en el siguiente capítulo, y que abarca actividades de las más diversas índoles.

¿Qué hace Uruguay en la Antártida? Creo que con muy buen criterio, Uruguay, dada las incuestionables limitaciones de potencialidad financiera, y de cantidad -no de calidad- de investigadores científicos y de recursos materiales, ha centrado su actividad en el continente meridional en el campo de las ciencias y especialmente, en aquéllas que tienen que ver con la vida y con el medio ambiente, sin excluir por ello otro tipo de investigaciones científicas. Se realizan entonces en la Base Científica Artigas de Uruguay, ubicada en la Isla Rey Jorge, investigaciones diversas sobre ciencias de la atmósfera, ciencias de la tierra, ciencias biológicas y otológicas, médicas, sicológicas, geológicas, etc. Pero a estos y otros temas, como ser, el turismo en la Antártida dedicamos exclusiva atención en otro capítulo.

Ciencia y Tecnología Uruguaya en la Antártida Es ésta la actividad más importante que desarrolla el Uruguay en el territorio antártico. Si bien los resultados económicos son difíciles de determinar cuantitativamente, la mayor importancia de tal actividad radica en el hecho de que, siendo Uruguay un país adherido al sistema antártico, particularmente, al Tratado Antártico, esta actividad le permite al país, precisamente, cumplir fielmente con los principios establecidos en la constitución uruguaya de la búsqueda de la solución de los diferendos internacionales por métodos pacíficos, la búsqueda de la armonía y concordancia en las relaciones entre las naciones, ya que, precisamente, el continente antártico es, declarado internacionalmente, continente de la paz, continente de la ciencia, continente de la colaboración internacional y de la solidaridad de unos con otros, sin que, para todo ello, se tome en consideración otros valores más que los que contribuyan a tales propósitos, que, sin duda alguna, son afines a la política internacional de la República Oriental del Uruguay. Para el presente capítulo me he basado en material impreso que me proveyó gentilmente el Instituto Antártico Uruguayo y el Cnel. (Ret.) Arquímedes Maciel, a quien le realicé un extenso reportaje oportunamente, para el semanario «Crónicas Económicas». Es preciso destacar que, científicamente, es decir, en su actividad científica en la Antártida, el Uruguay compite con naciones que, sin duda, tienen un potencial económico mucho mayor, y que, no obstante, la capacidad, la dedicación y el espíritu de sacrificio de los hombres de ciencia y de tecnología, permite llevar a cabo la tarea científica favorablemente a los intereses de la Nación y al prestigio que la misma logra con ello. Por otra parte, la Antártida es en sí mismo un gran laboratorio científico internacional y en ese marco, pueden los hombres de ciencia uruguaya colaborar y a la vez, adquirir la experiencia que los países más adelantados ofrecen. No menos importante es el hecho de que, gracias a esta actividad científica uruguaya en la Antártida, el Uruguay puede hacer valer sus razones en muchas oportunidades y actividades que van más allá de la política antártica y que pueden llegar, muchas veces, a la política económica, comercial e incluso, internacional.

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La Antártida, por otra parte, es un laboratorio verdaderamente privilegiado, ya que en él, por ejemplo, se dan condiciones de menor humedad posible, las observaciones cosmológicas son las más favorables ya que las observaciones sufren la menor perturbación posible por parte de la atmósfera, la pureza de su clima, allí se puede llegar a conclusiones muy importantes sobre el mismo origen de nuestro planeta y la evolución del clima, el calentamiento de la tierra, el «efecto invernadero» y su origen y posible evolución. En ninguna otra parte del planeta se dan condiciones de pureza del suelo y del espacio, como las que ofrece la Antártida. La pureza de sus aguas, de su flora, de su cielo y de su fauna, en contraposición con lo que ofrecen al hombre otras regiones del planeta contaminadas y agredidas por la misma acción suya, afectando la misma calidad de su vida. Por otra parte, la Antártida es un fabricante de climas y la actividad uruguaya en la Antártida es de enorme importancia para la economía del país, por el hecho de que el clima antártico tiene una incidencia muy particular en nuestro clima, por ende, en nuestra economía que es esencialmente de carácter agropecuario.

Organización de la Actividad Científica y Tecnológica Son varios los órganos con los cuales el Uruguay lleva a cabo su política antártica, que involucra, obviamente, la actividad científica. En primer lugar, el Instituto Antártico, que tiene como misión aplicar la política antártica. Este organismo es el que representa al país en los foros internacionales en los cuales se discuten temas de enorme significación, como ser, la prospección de minerales, el turismo, la protección del medio ambiente y muchos, muchos otros que se mantienen en la atención permanente del sistema antártico internacional. El otro organismo de enorme importancia es, por sí mismo, la Base Científica Antártica Artigas. Se trata de un órgano que mantiene vigente la presencia uruguaya en el territorio meridional, tal cual lo exige el Tratado Antártico, con hombres técnicos, científicos y tecnólogos especialmente adiestrados, entrenados y especializados para sobrellevar las dificultades que la vida en la Antártida ocasiona. Son todos hombres con formación técnica que representan dignamente a la República en la región. El Consejo Científico de Investigación Antártica, el S.C.A.R., es quien orienta toda la actividad científica en la zona y, como consecuencia de ello, la actividad científica toda se realiza en un clima de gran camaradería internacional y de mutua colaboración, constante cooperación e integración, permanente ayuda entre las Bases vecinas, y aún entre las que no lo son, resultando de todo ello, un trabajo solidario, de conjunto, hasta de equipo, podría decirse. Por ejemplo, en este sentido, merced a un convenio suscrito entre las organizaciones pertinentes, el combustible de la Base Artigas lo suministra la Base rusa. Por su parte, Uruguay hace algún tipo de prestación a las otras Bases en un consciente criterio de reciprocidad. Lo hace, llevando, por ejemplo, arroz cuando hace falta en algún lugar, o carne en algún otro, etc., etc. Para llevar a cabo su política científica y tecnológica, el Instituto Antártico Uruguayo ha suscrito varios convenios con la Universidad de la República y algunas de sus Facultades, con empresarios privados, con la Dirección Nacional de Energía Nuclear,

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con la Dirección Nacional de Meteorología, con el Instituto Geológico del Uruguay, con el Instituto Geográfico Uruguayo, y con muchos otros. Por último, hay en la actividad científica uruguaya lo que podríamos denominar proyectos de todo el año y proyectos exclusivos de verano, del verano antártico. En el verano antártico se realiza la mayor parte de la actividad científica y tecnológica, por razones climáticas obvias. Atendiéndose a las recomendaciones del S.C.A.R. (Consejo Científico de Investigaciones Antárticas) los distintos proyectos pueden agruparse en: Ciencias de la Atmósfera, Ciencias de la Tierra, Ciencias del Mar y Ciencias de la Vida.

Ciencias de la Atmósfera Se está desarrollando mediante un convenio suscrito con la Dirección Nacional de Meteorología, por el cual se estableció en la Antártida una Estación Meteorológica, asociada al Sistema Meteorológico Mundial, un proyecto con la finalidad de establecer los parámetros de temperatura, de humedad, de viento, de nubosidad, es decir, se obtiene información y se registra y, posteriormente, se evalúan los valores obtenidos. Este proyecto que lleva varios años, los resultad ds obtenidos se comparan de modo que permitan obtener valores estadísticos. Es un proyecto de todo el año. Por un convenio suscrito con m empresario privado del Uruguay, se estableció una estación automática de registro de datos. Se trata de experimentar con estas estaciones automática.- para después trasladarlas al territorio continental con el propósito de ser aplicadas en distintas actividades nacionales como ser del Plan Granjero, por ejemplo, u otras de tipo agrícola - ganadero. Son estaciones que permiten conocer las heladas, los vientos, etc., etc. Otro proyecto tiene que ver con el estudio de la alta atmósfera, la ionosfera de la capa superior de la atmósfera, de modo que te pueda estudiar su constitución químico-física, a efectos de ver su comportamiento especialmente importante con respecto a las comunicaciones. Esta última investigación se lleva a cabo conjuntamente con el CIDAE, el Centro de Investigaciones Aéreo Espaciales de la Fuerza Aérea Uruguaya. Hay también un proyecto sobre radiactividad, llevado a cabo por la Dirección Nacional de Tecnología Nuclear, el que trata de evaluar los niveles de radiactividad en los peces, en el agua y en la atmósfera de modo de poder evaluar de qué manera el medio ambiente aquél, va siendo alterado por los elementos externos y como incide en el ambiente. Lo llevan a cabo un técnico de alta capacitación y dos mujeres científicas que en 1991 inauguraron las actividades femeninas en la Antártida y que conforman el equipo de investigadores. Trabajan en peces, algas, agua de mar, atmósfera, midiendo la radiactividad y viendo su evolución a los efectos de tener un registro del mismo y poder evaluar cómo aquel ambiente va cambiando por obra de elementos exógenos. Existe también un proyecto sobre corrosión que es hecho por medio de un convenio con la Facultad de Ingeniería, la Dirección Nacional de Meteorología y el Instituto Antártico Uruguayo. Se trata de observar el comportamiento de cuatro metales importantes en la oxidación. Con qué niveles de aceleración los corroe el clima, ese clima tan particular. Junto con 72

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este proyecto existe otro, de carácter tecnológico, es decir, derivado, en el cual un empresario particular está investigando el grosor que debe darle a la chapa de zinc galvanizada, necesario, para poder ofrecerlo, particularmente, a los grandes depósitos de arroz de nuestra zona arrocera o de otra naturaleza. Este es uno de los proyectos más importantes y lo está llevando a cabo una empresaria. Dos últimos proyectos en Ciencias de la Atmósfera, para terminar. Uno de ellos es en Meteorología Marina, y se está llevando a cabo en el Servicio de Oceanografía, Hidrografía y Meteorología de la Armada Nacional. Este Servicio lo llevó a cabo por medio del Buque «Pedro Campbell» en el Paso de Drake, a los efectos de facilitar la navegación marítima en esa zona. Finalmente, cabe señalar un proyecto en estudio que tiene que ver con el recurso eólico y que tiene como finalidad última sustituir el petróleo por energía eólica, que con tanto éxito lo está haciendo Francia en algunos lugares de la Antártida. Francia está sustituyendo el gas-oil por energía eólica. También está en marcha un proyecto sobre ozonometría, un proyecto que pretende medir la capa de ozono.

Actividades en el área de Ciencias de la Tierra En esta área hay un proyecto que se destaca que es el glaciológico, que lleva 3 años de actividades, y que se realiza por un convenio con el Instituto Antártico de la República Popular de China. A través de este estudio glaciológico se podrá determinar la evolución del clima, el famoso efecto invernadero, es decir, el re calentamiento de la Tierra, la evolución de cantidad de elementos que son aún una incógnita en cuanto a la evolución del planeta. Hace tres años, fue inspeccionado por las más altas autoridades y jerarquías del Instituto Antártico Chino y fue calificado como el proyecto más importante que haya hecho China hasta él presente en la Antártida. Justamente, y lo lace Uruguay. Hay tres uruguayos y cinco chinos trabajando en la Base Artigas. Hay otros dos proyectos en marcha. Uno de ellos mediante un convenio con la Dirección Nacional de Mineralogía y Geología, que estudia la estratigrafía de la capa de la zona. Se trata de un estudio estratigrífíco para conocer la constitución de la tierra, rocas, minerales, sin que se pr3tenda encontrar petróleo en el lugar hay también un proyecto de medición gravimétrica que lo está haciendo el Servicio Geográfico Militar, por convenio, y que consiste en la densificación y ampliado de la red gravimétrica de la zona. Esta red está vinculada … a Punta Arenas y se está haciendo este trabajo con instrumentos muy caros que salen del Servicio Geográfico Militar.

Actividades en el área de Ciencias del Mar Con el Servicio de Oceanografía, Hidrografía y Meteorología de la Armada hay un convenio para estudiar la calidad de las aguas del Lago Uruguay, un lago interno que provee de agua a la Base y se estudia la calidad de las aguas de la Bahía Fildes que circunda a la Base. En el área de la mareografía mediante un convenio con el SOHMA se está tratando de registrar valores de pleamar y de bajamar para poder determinar los valores medios del mar, de modo que permitan ser la base de partida de la cartografía terrestre y de la cartografía marítima. Es este un programa sumamente importante que lleva más de 4 años de constantes observaciones con valiosos aparatos sofisticados.

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También con el SOHMA se hace un proyecto de batitermografía que evalúa profundidades y temperaturas. Los peces están a determinadas temperaturas y fuera de ellas no existen y así pueden identificarse cardúmenes, lugares de tal o cual pesca que servirá al pescador comercial. Se están haciendo trabajos de batimetría (profundidades) en la zona circundante a la Base y las cartas hechas fueron utilizadas ya por un buque inglés muy importante. Esta es una forma más de marcar la presencia uruguaya internacionalmente porque los barcos ya no van a eludir esta zona que fue relevada por uruguayos. Esto dará mayor crédito a las cartas que podrán ser mejoradas. Hay también un proyecto de balizamiento muy importante. La baliza Uruguay está en la punta de una ensenada y en la zona tenemos una baliza de aproximación y otra de señalamiento. Por último, en esta área, hay un proyecto importantísimo de factibilidad de construcción de un muelle en la Base Científica Antártica Artigas. Lo está llevando a cabo un grupo de científicos de la Facultad de Ingeniería, que usufructuó una beca de estudio y están haciendo una investigación bibliográfica y luego lo harán «in situ» para ver el comportamiento. Es un estudio de prefactibilidad y otro de factibilidad. Se está trabajando con gran entusiasmo por parte del Instituto de Estructuras de la Facultad y el de Resistencia de Materiales y el proyecto ya cuenta con financiación. Este proyecto está demostrando la posibilidad de aunar diferentes esfuerzos en pro de un mismo objetivo.

Actividades en el área de Ciencias de la Vida En estos proyectos biológicos tenemos uno muy conocido. El estudio de la ausencia de ateroesclerosis en los pingüinos que está siendo dirigido por el Dr. Grillo y está en un estado de desarrollo muy avanzado. Este es un proyecto pionero que está en sus últimas etapas. Otro proyecto pionero es el del Dr. Balbino Álvarez sobre la conducta de los pingüinos, su comportamiento eto-ecológico y se los ha tomado para esta investigación por tratarse de animales dóciles y se procura evaluar y comprender su comportamiento para preservar el equilibrio ecológico de la zona. Francia consideró los datos del Dr. Balbino Álvarez para desechar la construcción de un aeropuerto, fíjese el lector, la importancia de esta investigación. También se está estudiando la capacidad anticongelante de los peces, de dónde sale, a qué causa se debe. Con esta investigación quizás se pueda producir salmones en Alaska o tomates, por ejemplo. Hay un proyecto iniciado en 1991 conjuntamente con el Instituto Ártico y antártico Sueco para el estudio de la ostcmalasia (raquitismo y osteoporosis). Hay muchas esperanzas en esta investigación del científico sueco que trabaja con un científico uruguayo. Finalmente dos aspectos que se realizan durante todo el año: a) de epidemiología (enfermedades somáticas), b) comportamiento psicológico (psíquico) que completan un estudio sicosomático hecho por dos equipos especializados separadamente.

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El Turismo Antártico El tema es de permanente actualidad. Por supuesto, también es de enorme importancia para el Uruguay. Un lector del Semanario Crónicas Económicas de Montevideo, me consultó sobre si existe la posibilidad de explotar el turismo a la Antártida, dada la relativa proximidad del continente meridional y lo fascinante del escenario natural que allí se puede encontrar como el interés que puede despertar en el turista observar la forma en que conviven científicos de todo el mundo entre sí y en contacto con el mundo natural antártico. También me comentó y consultó si me era posible contestarle sobre qué significan «Agujeros de ozono» y «efecto invernadero» de los cuales se oye con frecuencia comentar con relación a las actividades científicas antárticas y de las cuales poco se sabe. Como los tres temas son de un gran interés general, me pareció conveniente contestarle al lector por este medio, una vez hechas, por parte mía, las consultas pertinentes en diversas fuentes, y de este modo, dar respuesta también a las interrogantes de otros lectores. Dedicaré pues este capítulo al tema del turismo antártico, dejando para la próxima sección, un comentario sobre los otros dos importantísimos temas. Hay numerosos motivos por los cuales se puede señalar que la Antártida es un importante centro o polo de atracción turística. Hay en el continente helado bellezas naturales indescriptibles, un mundo animal y vegetal fantástico cuyas formas de vida son un atractivo interesantísimo para cualquier persona, monumentos geográficos históricos de fascinantes experiencias humanas y es en definitiva, la Antártida, un lugar al cual, el gran público no puede acceder con facilidad, lo que lo hace más atractivo aún para aquellos que pueden costearse una excursión o un crucero turístico al continente meridional. Desde que fuera firmado el Tratado Antártico el lo. de diciembre de 1959, en Washington, el turismo como industria comercial existe en la Antártida, o sea, hace más de 30 años, y particularmente en los últimos años, el mismo se ha incrementado notablemente, siendo cada vez mayor la cantidad de gente que visita con fines de recreación exclusivamente, el continente meridional. Este incremento del turismo internacional a la Antártida ha ocasionado una cantidad grande de problemas que aún no han sido reglamentados por la comunidad internacional. Como ya explicamos en uno de nuestros capítulos anteriores sobre la Antártida, el Tratado prevé la realización periódica de Reuniones Consultivas con el fin de considerar en con junto problemas tales como el del turismo, por ejemplo. Pero por una razón o por otra, lo cierto es que tanto en la reunión última de Madrid, realizada del 22 al 30 de abril de 1991 como en la de Viña del Mar llevada a cabo del 19 de noviembre al 6 de diciembre de 1990, como asimismo en las restantes Reuniones Consultivas llevadas a cabo como la de octubre de 1991, en Madrid también, se eludió por parte de los países miembros la inclusión del turismo e a el Protocolo de Madrid, documento que liberó por un plazo de 50 años a la Antártida de ser explotada industrialmente en sus riquezas naturales, o sea que se prohibió expresamente todas las actividades mineras y petroleras en la Antártida por el período señalado. El tema del turismo ha sido debatido en numerosas Reuniones sin que haya sido resuelto aún y tanto los ecologistas como los científicos en general discuten si el turismo debe ser prohibido totalmente en la zona o si bien dictan regulaciones para que pueda llevarse a cabo sin que se originen daños al medio ambiente.

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El debate continúa, no obstante lo cual, el turismo antártico sigue creciendo y algunos países signatarios del Tratado han redactado instrucciones para los turistas con el propósito de evitar que los mismos provoquen daños al sistema ecológico de la región y por supuesto, también a sí mismos. Con este propósito se ha recomendado el estudio de factibilidad de la creación de zonas especiales dentro del continente para el acceso del turismo internacional pero dadas las dificultades que un acuerdo sobre este proyecto implica, el tema no ha quedado resuelto aún.

Un poco de historia sobre el Turismo Antártico En 1956, antes de la firma del Tratado Antártico, se realizaron, desde Chile, los primeros viajes de carácter turístico a la Antártida. Más tarde hubo numerosos viajes turísticos, cruceros y excursiones desde distintos países, cuyo objetivo era visitar en forma recreativa el continente blanco. En el año 1977 se realizaron viajes turísticos aéreos organizados por compañías comerciales de turismo neocelandesas y australianas hasta que en noviembre de 1979, un avión DC-10 se precipitó a tierra en la zona del monte Erebus tras haberse estrellado en este pico, pereciendo 257 personas. A raíz de los efectos que causan sobre el ecosistema antártico, sumamente sensible, y cuyos patrones no pueden ser perturbados, es que hay científicos que se oponen a la explotación del continente como zona de turismo comercial. Dicen que la llegada masiva de turistas a estos lugares representa un peligro notorio a las formas de vida y de procreación de los pingüinos, por ejemplo, poniendo un peligro su propia sobre vivencia, cuya población total, según afirman científicos chilenos, ha disminuido en los últimos años en un 23 por ciento.

Controversia sobre el Turismo Antártico Mientras hay científicos que afirman rotundamente que el turismo debe ser prohibido en la zona, otros dicen que debe ser permitido pero en forma controlada o regulada rigurosamente. También están quienes sostienen que la Antártida no puede ser, reino exclusivo de los científicos y que el gran público tiene derecho a conocer la región. La jefa científica de la Base Española Juan Carlos I señaló en declaraciones recientes p la prensa que «no sería lícito prohibir totalmente el turismo en la Antártida, pues todo el mundo tiene derecho -dijo- de disfrutar de algo tan sin igual que posee el planeta tierra». En opinión de esta científica que trabaja en los hielos del continente meridional, debe hacerse un control sobre el número de turistas, los recorridos, la logística y el comportamiento de las personas en los lugares que se visitan. En su opinión y en la de otros, prohibir el turismo antártico sería una medida no sólo de carácter extremista, sino que sería muy difícil de fiscalizar, por lo cual, es preciso regular cuanto antes con medidas prácticas el turismo y crear un turismo controlado, regulado mediante un Anexo al Protocolo de Madrid de octubre de 1991. Para el Uruguay, dada su situación geográfica en la línea de pasaje desde el Antártico Norte al Sur y su proximidad a la zona antártica, el turismo antártico podría ser una

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fuente más de ingresos de divisas para el país y de un turismo derivado del pasaje a la Antártida. Mientras crece en el mundo el consenso en la necesidad de preservar la Antártida como un gran laboratorio internacional privilegiado y una zona virgen y reserva natural de la humanidad, el turismo en la región sigue aumentando sin que exista todavía ninguna Convención de acuerdo sobre el tema. En el próximo capítulo, dedicaré atención a los temas «efecto invernadero» y «agujero de ozono», dos fenómenos de suma importancia y sobre los cuales se investiga intensamente en la Antártida y que además, tienen importante incidencia también para el Uruguay, muy especialmente, debido a nuestra ubicación geográfica. Prometí prestar especial atención a pedido de un lector interesado en los temas «efecto invernadero» y «agujero de ozono». Lo hago con mucho gusto, tras haberme informado mediante la lectura de variado material impreso, y gracias a la amabilidad del Predictor meteorológico Juan Torraca de la Oficina de Relaciones Públicas de la Dirección General de Meteorología del Uruguay, con quien no solamente conversé extensamente sino que además me obsequió un material valiosísimo. Deseo hacer algunas precisiones previas imprescindibles. Abordé ambos temas, en razón del objetivo de la serie que estamos publicando, con especial referencia al medio geográfico y atmosférico antártico. Por otra parte, pondré especial énfasis en su importancia para el Uruguay y los habitantes del país. Y por último, pero no menos importante, dadas las características de una nota periodística, trataré de transmitir al lector una visión fácilmente comprensible de ambos temas, precisar sus definiciones en la forma más simple y comprensible, sin perder el rigor científico, de modo tal que permita al lector, de ahora en más, tener una idea y conocimiento cabal en cuanto a saber de qué se trata, cuando nos referimos o alguien se refiere a estos dos fenómenos atmosféricos tan importantes para la humanidad y obviamente para la región meridional.

El efecto invernadero Procuraré definir del modo más simple posible este fenómeno atmosférico, de modo tal, que reúna en sí, los distintos conceptos que he encontrado en diferentes definiciones del mismo. Bajo «efecto invernadero» -pues-se conoce el lento recalentamiento de la troposfera, la capa inferior de la atmósfera, originado por la concentración de determinadas sustancias gaseosas. Entre ellas muy especialmente, el anhídrido o dióxido de carbono, como resultado del uso masivo de los combustibles fósiles, como el petróleo, carbón o gas, el uso del metano, los óxidos nítricos y los hidrocarburos flúorclorados. ¿Qué quiere decir todo esto? Pues, lo siguiente. El lector debe saber que los rayos solares que caen directamente sobre el planeta calientan la tierra como parte de un ciclo natural. Resumiendo los hechos y sin internarnos en mayores detalles, más o menos complejos, digamos que a lo largo de la historia geológica, este comportamiento de retención del calor por parte de la atmósfera es similar al que ocurre en un «invernadero» o «invernáculo» de vidrio o de plástico que no permite escapar por sus paredes ni por su techo el calor recibido desde el sol. Por esta razón y algunas otras, la humedad contenida en la atmósfera es el principal gestor de este «efecto de invernadero».

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En conclusión, el significado del «efecto invernadero en la atmósfera, se traduce en que la temperatura observada en la superficie terrestre es, en promedio, alrededor de 15 grados Celsius, mientras que la temperatura promedio del planeta sería de solamente 25 grados Celsius bajo cero, si no existiera la atmósfera. Como comprenderá el lector, las especiales condiciones climatológicas de la Antártida y la proximidad del Uruguay al continente blanco, como asimismo el efecto que tiene este fenómeno sobre los glaciares y los océanos, y sobre las variaciones de temperatura en la tierra, hacen que siendo el nuestro un país con costas oceánicas y cuya principal actividad productiva es agrícola-ganadera, se vería a especialmente afectado por el fenómeno. Las investigaciones que sobre el tema se hacen en la Antártida, incluso por parte de científicos y técnicos uruguayos, son un valioso aporte, e incluso imprescindible, para predecir consecuencias que pueden afectar directamente a la economía uruguaya.

El agujero de Ozono Ante todo, ¿qué es el ozono? Constituye una forma inestable del oxígeno (tres átomos en cada molécula), en lugar de la forma estable habitual del oxígeno presente en la atmósfera baja, donde cada molécula contiene 2 átomos. Una vez que se ha formado una cantidad suficiente de oxígeno gaseoso, la interacción de este último con la radiación solar ultravioleta dio lugar a la aparición del ozono. El ozono filtra unas pocas longitudes de onda de la radiación solar ultravioleta, entonces, a medida que llega a un estado estable, la cantidad de ozono gaseoso incorporado a la atmósfera, siguieron evolucionando en la biosfera organismos no compatibles con las longitudes de onda filtradas. De este modo, la biosfera se autorregula. El ozono forma pues una capa o aureola que circunda a la Tierra y que la protege de los rayos solares ultravioletas. A partir de diversos estudios y análisis de mediciones de la cantidad total de ozono, se observó que aparecía una disminución local en la cantidad de ozono en una zona extensa sobre el continente antártico durante la primavera polar. Lo que llama la atención de este fenómeno, conocido popularmente y científicamente como el «agujero de ozono en la Antártida», es que se produce únicamente durante la primavera antártica después de la noche polar. Se inicia a fines de agosto y setiembre, se mantiene constante durante el mes de octubre, y luego se recupera o se normaliza hacia fines del mes de noviembre. Algunas observaciones científicas efectuadas en la Antártida indican que esta disminución del ozono se produce en la parte inferior de la atmósfera, entre los 15 y 20 quilómetros de altura, zona donde se observa la máxima concentración de este gas. Tal cual demuestran las investigaciones efectuadas, el congelamiento del ácido nítrico que precede a la descomposición del ozono mediante el cloro contenido en los hidrocarbonos fluorclorados, se produce a una temperatura de 80 grados centígrados bajo cero. En la Antártida, próximo al polo sur, en invierno, se producen temperaturas que efectivamente oscilan en los 80 grados centígrados bajo cero, o más. Esto explicaría entonces, por qué el agujero en la capa de ozono sólo ha aparecido hasta el presente exclusivamente en la Antártida. La capa de ozono es de vital importancia

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para la vida en la Tierra y es por ello que, los gobiernos de diversas naciones están tomando medidas terminantes para preservar dicha capa, evitando por todos los medios dañarla por causa de la actividad productiva sobre el planeta. La Antártida es, pues, el gran laboratorio, donde numerosos países investigan el fenómeno en procura de conocer o mejor y aún a fondo, en beneficio de la humanidad.

Las investigaciones meteorológicas en la Antártida La Antártida, como se comprenderá fácilmente con sólo observar el globo terráqueo o un planisferio, es una región del planeta que tiene una enorme influencia en las condiciones climáticas no sólo di todo el hemisferio sur, sino muy especialmente del continente sudamericano y, obviamente, en el clima de Uruguay. Demás está se señalar la importancia que ello tiene para nuestra actividad y producción agrícola-ganadera. S a influencia es obvia. En 1961 fue realizada la Reunión Consultiva en Canberra, la primera Reunión Consultiva que se lleva a cabo. En la misma, entre otras resoluciones y recomendaciones, se aconsejó que los gobiernos cooperaran en estos problemas a través de la Organización Meteorológica Mundial. El Uruguay, como ya vimos en artículos anteriores, también en este terreno de la actividad científica aporta su esfuerzo e inteligencia. Por su parte, la Dirección Nacional de Meteorología se ha propuesto estudiar los escenarios climáticos que se generarían como consecuencia del supuesto cambio del clima por los fenómenos expuestos. Esta Dirección acepta la cuantificación elaborada por los países desarrollados en este tema y elaborará diferentes escenarios climáticos cada uno de ellos asociados al correspondiente impacto socio económico sobre el Uruguay, como ser: a) alteraciones en los campos térmicos b) variabilidad en los campos de precitaciones (alteraciones en las escalas espaciales y temporales), y luego, la idea es, recomendar o alertar nuevos planteamientos de planificación territorial que necesariamente debe tener el Uruguay del mañana, aumento del nivel del mar y pérdidas de playas.

Primeros Marinos uruguayos en los Mares del Sur Concluyo con estos capítulos, la serie de artículos periodísticos sobre la importancia del continente antártico para el Uruguay. He puesto «ex profeso» el énfasis en los aspectos que tienen que ver con los aportes científicos, tecnológicos y económicos. Pero, por encima de todo, mi mayor interés estuvo en lograr despertar en el lector, y a través de él, en el pueblo uruguayo, una preocupación, por el gran valor que, para el Uruguay del siglo XXI, tiene esa región sureña del planeta, geográficamente tan ligada a nuestro territorio sudamericano y que por tantas razones, algún día, tendremos que reivindicar, junto a nuestros hermanos meridionales, como patrimonio legítimo y parte inseparable de nuestra soberanía territorial. Quiero, pues, en esta última nota, traer para mis lectores, en primer término, el recuerdo de una gran hazaña protagonizada por un reducido número de marinos uruguayos, hace ya 76 años, todos ellos voluntarios, en una valerosa «Expedición Nacional al Sur», y que debiéramos rescatar como modelo para nuestras vidas; en segundo término, algunas

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reflexiones sobre posibles explotaciones económicas por parte de Uruguay en el continente blanco y finalmente, unas reflexiones finales sobre lo que denomino «el espíritu antártico».

1916: «Instituto Pesquero No. 1» «Imponer a la dura impenetrabilidad de los témpanos la tenacidad perseverante de nuestra sangre». La frase que antecede pertenece al marino uruguayo Teniente de navío Ruperto Leopoldo Elichiribehety Arhancet, quien fue el comandante de una expedición de salvataje marino en el año 1916 en los mares helados del Sur y cuyos detalles parecen más bien fruto de un guión cinematográfico que de una particularmente valerosa hazaña y ejemplar muestra de valentía y solidaridad humana, protagonizada por marinos uruguayos a bordo del «Instituto Pesquero No. 1». En su momento, la prensa nacional y mundial se hizo eco de la gesta protagonizada por los valerosos marinos uruguayos, que en forma totalmente voluntaria, y cuando otros se negaban a prestar ayuda, zarparon del Puerto de Montevideo en un pequeño velero de pesca, de apenas algo menos de 46 metros de eslora y no más de 153 toneladas de tonelaje neto y que aunque era capaz de desarrollar unos 12 nudos de velocidad, no estaba en condiciones de dar más de 10 nudos en medio de los mares bravíos del sur. El experimentado explorador inglés de los mares antárticos Sir Ernest Shackleton venía preparando desde 1914 una expedición al continente antártico para lograr atravesarlo, dándole a su Patria, Inglaterra, el honor de que un súbdito suyo fuera el primero en atravesar el continente, de costa a costa, ya que no había tenido la gloria de ser la conquistadora de ninguno de los dos polos geográficos. Tras febriles preparativos llegó finalmente, a mediados de 1916, a los mares antárticos en dos naves, la «Aurora» y el «Endurance», siendo esta última apresada entre los impresionantes témpanos a la deriva, en la zona de las islas Shetland del Sur, quedando un grupo de 22 náufragos en la Isla Elefante y el resto, con el Comandante Shackleton a la cabeza, establecidos sobre un témpano de hielo que tras seguir diversas corrientes marinas, dada la experiencia y sagacidad del marino inglés, logró llegar a las Islas Malvinas. Desde allí, pidieron socorro a todo el mundo y cuando éste, por razones diversas, negó la voluntad de enviarles socorro, el Tte. de navío Ruperto Elichiribehety, de la Armada Nacional, organizó a un grupo de marinos voluntarios, que zarpó el 8 de junio de 1916, aclamado y acompañado hasta la salida por todos los navíos surtos en el Puerto de Montevideo, con rumbo a la Antártida, donde protagonizaron una prodigiosa hazaña, cuyo final no revelaré pues remito a los lectores a la lectura del libro del C/C (R) Juan José Mazzeo «1916: Marinos Uruguayos en la Antártida» editado por la Liga Marítima Uruguaya. La expedición marina uruguaya fue de tal grado de valentía, arrojo, desinterés material, solidaridad humana, de Honradez para nuestra Marina y para el país entero que hasta mereció el siguiente comentario por parte del propio explorador inglés Shackleton: «es el primer barco a vapor y de casco de acero, que se atreve a andar por estas regiones tan peligrosas». A su regreso a Montevideo, fueron recibidos como héroes nacionales, y los tripulantes del «Instituto de Pesca No. 1», que así se llamaba el velero de dos palos uruguayo en

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que se realizó la Expedición Nacional al Sur, fueron objeto de numerosos agasajos y elogios por parte de diversas autoridades extranjeras y nacionales. Entre ellas se destaca la del entonces Ministro de Industria Dr. Juan José de Amézaga, a cuyo Ministerio pertenecía el pesquero expedicionario, y quien fuera más tarde Presidente de la República y la del Capitán Fco. P. Miranda quien en nota dirigida al Comandante Elichiribehety señaló: «Han hecho Uds. honor a la Marina y a la Escuela Naval de la que fueron alumnos distinguidos». El honor fue también, agregó, para el Uruguay.

Importancia económica de la Antártida para el Uruguay A los elementos aportados en los capítulos anteriores, queremos agregar dos o tres reflexiones propias finales como aportes para promover el interés por la problemática antártica dada la enorme importancia que tiene para nuestro futuro -y ¿por qué no inmediato?- desarrollo económico. El Prof. Víctor H. Bertullo, catedrático de nuestra Facultad de Veterinaria, fundador y primer Director del Instituto de Investigaciones Pesqueras de dicha Facultad, subrayó de la siguiente manera, allá por 1962, la importancia de la Antártida para un país de recursos ictiológicos como lo es, sin dudas, el Uruguay. «Nuestra riqueza ictícola está profundamente relacionada con la corriente fría de las Malvinas, que tienen su origen en esa región. Los problemas de biología marina y pesquera arrancan con esa corriente, al transportar los alimentos que los peces de importancia económica para nuestro país, utilizan para su subsistencia y desarrollo. La importancia de la industria ballenera -aspecto que hemos dejado de lado por indiferencia de fuentes alimenticias de gran valor, caso del abadejo (bacalao del Sur), calamares, etc., enfrenta también problemas tecnológicos pesqueros de suma importancia».

Hidrovía, Montevideo, Antártida, Sin duda, la hidrovía es uno de los instrumentos más importantes para impulsar el desarrollo regional y muy especialmente, el de Uruguay. La ubicación del Puerto de Montevideo, dentro de la hidrovía y en especial referencia al continente antártico, le otorgan ventajas excepcionales para desarrollar en Montevideo, con expansión al resto del país, una interminable lista de actividades destinadas a proveer bienes y servicios tanto para las naves que van y vienen a la Antártida, como para las dotaciones allí establecidas. En efecto, tal cual ocurrió en las décadas de los cincuenta y sesenta en que flotillas de buques balleneros soviéticos y de otras naciones solían hacer escalas técnicas y de aprovisionamiento en el Puerto montevideano, podríamos organizar en Montevideo toda una serie de industrias y servicios diversos para abastecer a la Antártida y a los buques que allí hacen escala. Pero esto ya lo veremos más adelante. Entretanto, y con referencia a la hidrovía, cabe señalar que muchos productos, codiciados por los consumidores antárticos, también nacionales, como gran variedad de frutos tropicales y de maderas, como también frutos subtropicales, podrían llegar

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fácilmente al puerto montevideano, en comercio de tránsito por la hidrovía. De ese modo podría abastecerse la demanda antártica con la producción del Norte argentino, del oriente boliviano, del suroeste brasileño y del Paraguay, todos los cuales saldrían por el puerto de Montevideo. Ello daría lugar a la creación o ampliación de cámaras y plantas frigoríficas, de astilleros navales y la Antártida podría convertirse de este modo, en un gran mercado para nuestros comestibles, confituras, bebidas, tabacos, textiles a través de la venta de creas y toallas, frazadas de lana, ropa de abrigo y medias de lana, acolchados de lana y lona para la intemperie, artículos de goma, de cuero, metalurgia, electricidad, radio, construcción, comestibles, cirugía y farmacia, reparaciones de buques, de servicios diversos en Montevideo, bancarios, almacenes navales, papelería, menaje, productos químicos, etc., etc.

El «Espíritu Antártico» «Esforzarse, buscar, encontrar y no ceder». Esta frase se puede leer en la cruz que en la Antártida recuerda al explorador Roberto Falcon Scott, fallecido en la Antártida, muy joven aún, cuando regresaba en condiciones climáticas adversas, desde el Polo Sur, que acababa de alcanzar, un mes apenas más tarde de lo que lo hiciera el primer hombre, Roald Amundsen. El Presidente de la República, Dr. Luis Alberto Lacalle, como ya señalé en un capítulo anterior, siendo Diputado en el Parlamento uruguayo, presentó un proyecto de Ley en relación con el tema antártico. Pero además, durante su gestión administrativa, la Base Científica Antártica «Artigas» adquirió una mayor jerarquía infraestructural, se adquirió por parte de la Armada Nacional un navío especialmente dotado de inmejorables condiciones para efectuar los servicios marítimos a la Base Antártica Uruguaya, el «Vanguardia», y la Fuerza Aérea recibió, durante la administración del Presidente Lacalle también tres aeronaves del tipo «Hércules C - 130» especialmente aptas para los vuelos a la Antártida. Por otra parte, al realizar en febrero de 1993 un viaje a la Base Científica Antártica Artigas, viaje que pensaba realizar con anterioridad, en 1991, y que suspendió debido al estallido de la Guerra del Golfo, evidenció, con su presencia en la Antártida, siendo la máxima autoridad de la República, la importancia que el Presidente Lacalle le otorga a esa avanzada de la Nación que constituye, sin duda alguna, la Base Científica Antártica Artigas y a la Antártida misma. Justa importancia, por cierto, como lo hemos venido demostrando a lo largo de esta serie de artículos. Pero además, su presencia en el continente helado, evidencia la voluntad de la República por reivindicar el derecho del Estado uruguayo, como el de los demás estados del hemisferio sur, a ejercer su soberanía en la Antártida, sin desmedro del uso que otras naciones de otras regiones puedan hacer del continente antártico, y a explotar, en beneficio de su población, la del Uruguay, claro está, la inmensa riqueza natural existente bajo los hielos y mares antárticos, y que constituye una de las más grandes reservas naturales de la humanidad. Como alguna vez lo manifestara públicamente el Presidente de la República, Dr. Luis Alberto Lacalle, «la Antártida, es un símbolo universal». Lejos de mi ánimo está todo sentimiento chauvinista. Por el contrario, la Antártida es una impresionante sociedad de hombres y mujeres dando un ejemplo al mundo, y entre ellos se encuentran los de la

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Base «Artigas», de que, pese a las divergencias ideológicas, o nacionales o cualquier otra índole de controversia, el hombre es capaz de poner su voluntad y su energía al servicio de causas tan nobles como las que engalanan las actividades de militares, científicos, técnicos, empresarios, turistas, políticos, escritores y periodistas, marinos y aviadores, cineastas y exploradores, en la Antártida. Es una demostración de cuánto puede lograr el espíritu de trabajo, de concordancia, de confraternidad, colaboración, respeto mutuo y solidaridad con que los hombres y mujeres de la Base «Artigas», en vigoroso esfuerzo espiritual y físico, con el cual logran vencer el muro de la comodidad, el egoísmo y del desprecio por los valores superiores del ser humano, si los ideales que los animan están alimentados por una irrenunciable vocación humanitaria y pacifista. Y estos valores, también deben engalanar a quienes desde el territorio sudamericano trabajamos a diario en las fábricas, en los campos de la Patria, en las oficinas, en el cuartel o en los hospitales para lograr un porvenir más venturoso para el país. Ese espíritu, que yo denomino «espíritu de la Antártida» o «espíritu antártico» nos deberá dar las fuerzas y energías necesarias para afrontar las dificultades diarias con virilidad, tenacidad e inteligencia, y superar las batallas del día a día, por la paz, la investigación, la ciencia, el arte, la asistencia social y la salud, la educación y el deporte, la creación y la producción en el trabajo, el respeto al ser humano y a la naturaleza. Que ese «espíritu antártico» sea, pues, la luz puntual que ilumine nuestro trabajo cotidiano.

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Tte. Cnel. (entonces Mayor) Orosmán Pereyra en la Base Científica Antártica Artigas

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