“ Una guerra perdida” Juan S.Pegoraro (Instituto Gino Germani-UBA) Publicado en Página 12, 11-02-04. La asimilación de las “villas” a uno de los espacios donde se ocultan algunos enemigos de la vida ciudadana parece ahora conjurarse con su ocupación y control por fuerzas militares. No hace falta más que una “visita guiada” por esos lugares para advertir que sólo puede haber “mala vida” en esas villas de “emergencia” (como se las llamara antaño) porque las condiciones de degradación ambiental hacen casi imposible el desarrollo de una vida más o menos digna de llamarse humana. Claro que puede suponerse que sería mejor dotarlas de casas de material, con calles transitables, con cloacas, gas en red, luz eléctrica, hospitales, escuelas, polideportivos, bibliotecas, plazas, iglesias, confiterías, cines, teatros donde se puede desarrollar la vida ciudadana. Entiendo que para eso le fue entregado el Fondo de Reparación Histórico al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires de alrededor de 700 millones de dólares anuales durante la gestión del Gobernador Eduardo Duhalde, pero seguramente tales fondos tuvieron otros destinos porque las villas de emergencia siguen creciendo y siempre como villas. En ese espacio donde las Necesidades Básicas Insatisfechas (vaya eufemismo sociológico) son su característica, se desarrolla, decía, una “mala vida” signada por situaciones de violencia recíproca, ruptura de relaciones fraternales, degradación de las relaciones solidarias y también hostigamiento por parte de estructuras y punteros políticos hacia los movimientos colectivos autónomos que reclaman mejoras que no sean funcionales para la supervivencia de tales formas y sórdidos personajes de la política. La degradación en la que viven y a la que son sometidos hace recordar las descripciones de Primo Levi de los campos de concentración en “Si esto es un hombre”; sobrecogedor es una
palabra que se asocia a una mínima sensibilidad frente a la degradación socioambiental que se advierte en esos lugares. Este complejo fenómeno cada vez más naturalizado se lo pretende conjurar ahora con su ocupación y control militar. Una fracción minoritaria de sus habitantes se dedica, entre otras actividades, al “choreo” y en eso muchas veces no respetan a los otros desesperados sociales que son el común denominador de los villeros. No ha alcanzado con la Policía Federal o la Bonaerense ya que su infantería, con otras habilidades, carece de adiestramiento en la ocupación de territorios y el ejército o la gendarmería serían más idóneos para combatir a un enemigo que como los Vietcong se mimetizan como peces en el agua en ese ambiente degradado. Guerra perdida esta, sospecho, como fuera aquella en la Indochina asolada por colonialismos varios, si no se revierte el saqueo de los bienes públicos que producen y reproducen estas imperturbables zonas de “emergencia”. Las tareas de las fuerzas militares de ocupación de controlar e identificar moradores, registrar a sospechosos, cuidar algunos bienes, preservar ciertos negocios políticos, e impedir que sus habitantes caigan en la tentación de satisfacer malsanos deseos consumistas, en ese ambiente, es por lo menos a la larga, guerra perdida.♣