UN VERANO PERPETUO P.J. RUIZ
2009
El día que Marcos encontró a Sara todo para él cambió. No, no les hablo del tierno romance que entre ambos surgió, ni de las cosas normales que hacen que todo se trasmute entre las parejas, ni mucho menos. Esto fue diferente, una historia extraña cargada de fantasía que sin duda tiene cosas que les sorprenderá o al menos conmoverá. Pero para entenderlo hay que saber muy bien lo que aquellos días sucedió, el modo en que todo se fue colocando en su sitio y observar que las personas imperturbables llegan a hacer cosas increíbles a poco que tengan un motivo real. Vean la historia.
Marcos era tímido, un hombre normal y corriente, bueno y sencillo, con toda su carga de pasado y un bagage laborioso-cultural más que notable comparado con el de muchos otros, pero a la larga un ser humano en el mejor sentido del término, el cual últimamente está de capa caída coincidiendo con el funesto estado de la civilización global. Nada Nuevo en lontananza. Se dedicaba a la carga y descarga de grandes buques en el puerto, un trabajo rudo que precisaba de hombres enteros, entre los cuales él destacaba por su aguda inteligencia.
Aunque serio y disciplinado, se encontraba algo solo, y como era un hombre sin mucho tiempo, había recurrido a los nuevos métodos para conocer gente, y por eso tiraba del Internet a diario, sin obsesión alguna, pero de un modo seguro y disciplinado. Así, al principio con alegría, fue conociendo mujeres y más mujeres, personas que a tiempo parcial fueron llenando su vida, mas nunca encontró en ellas la llama verdadera que alimentase su cansado corazón por más que lo intentó. Llenó su agenda de nombres, fechas, recordatorios, cumpleaños… pero nada. Se dio cuenta de que en realidad aquellas personas, respetables por supuesto, formaban parte de un mundo y unos intereses que igual no tenían mucho que ver con los suyos, pero también siguió
percibiendo que si había algún medio de conocer a alguien de su edad en una sociedad permanentemente estresada por el trabajo riguroso era ese, así que siguió, superando sus grandes disquisiciones.
En el transcurso de esa búsqueda se convirtió en un asiduo devorador de puestas de Sol, al cual conoció íntimamente dando largas caminatas en las que organizaba sus logros diarios y de ese modo comulgó con la naturaleza de un modo que por desgracia no podía compartir, porque su forma de entenderla no era comprendida por su gente más próxima, así que él miraba y miraba esos ocasos…esperando. Las clasificó en puestas de Sol rojas o violetas, azules o amarillas, entremezcladas con fastuosos verdes, nubosas o claras, turquesas, e incluso multicoloreadas en función de cambios que a él escapaban pero que a sus ojos llegaban. El estibador fantaseaba a veces y llegaba a imaginar soles de colores frescos, soles dobles, triples, e incluso ramilletes de estrellas refulgentes con variedad de tonos.
Un día, mientras aferrado al mundo navegaba por uno de esos dudosos sitios de intercambio de no se qué, a veces soeces, a veces livianos, encontró la imagen de un culo verdaderamente perfecto, escultural, una obra de arte casi irreal que le excitó tanto que se atrevió a escribir a la dirección sugerida, sabiendo de antemano que los culos así solían tener dueñas que no gustaban de los hombres normales, y más aun en tiempos de tanta promiscuidad y pérdida de valores. No pensaba obtener la menor respuesta, porque pensó que aquella criatura de Dios sencillamente miraría el perfil de quien le había escrito, vería que se trataba de alguien del montón, y ni siquiera se dignaría responderle. No había escondido que era un modesto estibador del puerto, ni que fumaba como un descosido en tiempos de pocos humos. Así solía ser. Sin embargo algo
ocurrió que nadie esperaría, ni siquiera él mismo. Seguramente hubo un alineamiento planetario, eclipses inesperados, cambios en la corriente del golfo, aperturas repentinas de nuevos agujeros de ozono, algún Moisés moderno abriendo las aguas o sencillamente que mil chamanes se pusieron a orar a la vez, pero lo cierto es que la dueña de aquel gran culo le respondió a Marcos desafiando todas las leyes habituales del mundo del ciberespacio para los que se consideraban a si mismos normales, y por ese acto sorprendente y fuera de toda medida supo que su nombre era Sara.
¡¡A Sara le encantaban también los ocasos!!
Y al parecer no le disgustaban los estibadores.
Se escribía con ella y de sus textos extraía todo cuanto podía, que en ocasiones era mucho. Por eso supo que se trataba de una mujer de la lejana argentina, de edad similar a la de nuestro hombre, y para su sorpresa de una ternura sin límites, sensible, de cabeza fría, corazón caliente y muy bien amueblada, llena de belleza por dentro y por fuera, y conocedora de los mil colores de la puesta de Sol, lo cual les unió de una mera singular porque en verdad descubrieron que tenían mucho que contarse tras cada paseo apoteósico. Cambiaban fotos de escenas horizontales donde los soles se escondían de mil maneras, de nubes irradiadas, o de estelas de jet teñidas de rojo… cambiaban de todo a través del correo, y así se siguieron conociendo y enamorando.
Marcos estaba en una nube, y no se la quitaba de la cabeza de día o de noche, y tanto fue así que no les costó nada enganchar una relación en la distancia que muy pronto le supo a poco, porque para sorpresa de todos, la dueña de aquel culo increíble, nuestra
Sara, también gustaba de la compañía del pequeño gran Marcos, el hombre sencillo de allende los mares con el que parloteaba de nubes y colores cuando no estaba rellenando barcos entre nubes de tabaco desprendidas de sus pulmones ennegrecidos.
Entonces, en la crueldad del invierno más duro que recordaba en Andalucía, una noche de calentón Marcos se decidió a conocer a su amada, así que por la mañana se pidió días en el trabajo, los primeros en veintitrés años, se montó en un avión con el billete comprado en taquilla y viajó a la otra parte del mundo, a la tierra de su Sara sin pensarlo dos veces, porque había decidido llegado el momento de conocerla directamente. Allí, nada más pisar tierra, o asfalto que para el caso es lo mismo, descubrió que era verano, y nadie se lo había dicho, así que después de quitarse mucha ropa y pese a su cultura llegó a la conclusión de que donde su Sara pisaba sólo existía la paz del viento, el solaz de las estrellas y la piedad del sol tibio, por lo que corriendo fue a decírselo sin esperar al atardecer, pensando que igual ella aun no lo sabía. El amor a veces nubla los sentidos, entre ellos el común. Se plantó ante su puerta y ella lo recibió con un gran abrazo que recompensó cada minuto pasado, con los ojos vidriosos y llenos de alegría. Tomaron café una y te el otro, y salieron a pasear casi al atardecer. Ambos coincidieron en que el ocaso de ese día era de color crema tintado de violetas rayados, pero con una leve mixtura de cobrizos radiantes que despuntaban sobre los montes. Entonces fue cuando la mujer muy sutilmente entró al asunto de la temperatura, y le corrigió diciéndole que no era cosa de ella que el verano la siguiese, sino del planeta en que ambos habitaban, que hacía que los hemisferios tuviesen climas contrapuestos, por lo que mientras en Argentina era verano, en España era Invierno, y viceversa.
Aquello impactó muchísimo al hombre de los ocasos coloridos, porque algo en él no aceptaba la idea de que su amor, que tan bien se movía entre el calor y las ligerezas de ropa, tuviese que verse envuelto en los rigores del frío. No le parecía natural haber encontrado a la mujer de su vida, aquella pieza de relojería única montada sobre un culo perfecto, y ser consciente de que, al igual que la vida camina hacia el frío y los finales cortos ellos no pudiesen tener la paz del clima más sabroso donde efectuar sus juegos y mirar los colores del horizonte.
Entonces Marcos, el estibador, ebrio de sabores nuevos, tuvo una idea única, y con la celeridad de quien tiene las cosas muy claras la puso en práctica después de consultarla con ella. Regresó a España, se despidió de su gente del puerto, vendió cuanto tenía, retornó con su amada y se dedicaron desde entonces a escapar juntos del invierno mediante la sencilla idea de cambiar de hemisferio cada seis meses, con poca cosa, casi sin dinero, pero viviendo de trabajos temporeros que desempeñaban sin padecer. Así ellos nunca más conocieron el frío, y siempre gozaron de los ocasos mas bellos de la primavera dos veces al año, así como de un bronceado inimitable que nadie podía igualar sin tener el valor que ambos habían encontrado en su amor. Y ese es el sorprendente modo en el que Marcos y Sara vivieron un verano perpetuo hasta el fin de sus días, siempre inmersos en la quietud de los crepúsculos coloreados y los paisajes claros. Al final consiguió dejar el tabaco.