Internacionalización y acreditación. ♣ Una falsa paradoja del trabajo social
Introducción Mi agradecimiento a los y las colegas, docentes y estudiantes por haberme dado el honor de compartir con ustedes algunos comentarios –fraternos pero sin concesiones- suscitados por la convocatoria general del I Foro Internacional de Trabajo Social (FITS) de RELATS y de la I Convención Nacional de los Trabajadores Sociales y las Trabajadoras Sociales de la República Bolivariana de Venezuela. Es la razón por la cual, antes de abordar el tema que me corresponde, me permito compartir unos breves comentarios a la temática general que nos ocupa, pues ambos temas se relacionan significativamente: geopolítica de la producción de conocimientos, trabajo social, (pos)modernidad, formación profesional e implicado en éste, el doble desafío de la acreditación de las escuelas de trabajo social y la participación de los estudiantes. En primer lugar, tenemos que preguntarnos a cuál modernidad se refiere la convocatoria: •
¿Se refiere a la revolucionaria o a la contrarrevolucionaria?, a la ¿modernidad de la vida o a la
modernidad de la muerte? En otras
palabras, ¿se refiere a la modernidad del humanismo
renacentista que resonó con fuerza y deseo por todo el mundo a partir del siglo quince, o a la modernidad eurocéntrica que, por un lado, controló y aplastó a las fuerzas sociales y políticas que encarnaron la revolución de la igualdad, de la singularidad, de la comunidad, de la cooperación y de las multitudes dentro de Europa, y, por otro lado, sometió, vgr., a pueblos y naciones -vgr., los originarios de nuestra América- al genocidio, a la esclavitud y explotación primeramente colonial, posteriormente neocolonial y hoy imperial representada por la pandilla de Jorge Matorral, mejor conocido como George Bush? •
En el ámbito de la filosofía y de la ciencia, se refiere ¿a la modernidad humanista de Spinoza
o a la modernidad racionalista de Descartes?, ¿a la modernidad de la ideología del progreso, del racionalismo cientificista-economicista, de la objetividad absoluta de la realidad, de las leyes universales y morales y del autarquismo del discurso estético-artístico?
Conferencia magistral. VII Congreso de la Federación Nacional de Estudiantes y Egresados de Trabajo Social de México (FENETS): "Trabajo Social y Modernidad. El Desafío de la Acreditación de las Escuelas de Trabajo Social y la Participación de los Estudiantes", 2-5 de noviembre de 2006, Mazatlán, Sinaloa, México.
•
Se refiere a la modernidad complaciente y adaptativa que se ha constituido en grave obstáculo
epistemológico para la geopolítica de la producción de conocimientos en, desde, para y a través de nuestra América? •
¿Se refiere a la modernidad que se aferra desesperadamente a su propia racionalidad, a su
propia lógica que es la misma que está detrás de sus categorías de razón, orden y ciencia así como de sus teorías y sistemas de representación? •
¿Se refiere a la modernidad cuya fase superior es el Imperio que invade países e inventa
terroristas y delincuentiza por doquier sin mirar las vigas que tiene en sus ojos? •
En fin, ¿se refiere a la modernidad impugnadora, contestataria y emancipadora cuyos frutos
fueron saboreados al mismo tiempo en ambos lados del Atlántico en los siglos XVII y XVIII y que en nuestra América cristalizó en el pensamiento de nuestros libertadores, próceres, héroes y heroínas de nuestros procesos independentistas y hoy levanta las banderas de la Patria Grande que es nuestra América profundamente multiétnica y pluricultural? Valgan estas preguntas generadoras, no para comprometer al auditorio a realizar precisiones propias de la modernidad que criticamos, sino para complejizar tanto el abordaje del campo problemático que es el trabajo social mismo, sino también la temática de la acreditación de las escuelas de trabajo social al sur del Río Grande; asimismo, para alertar a no quedarnos en el discurso de la modernidad ni en el de la crisis de la modernidad; mucho menos quedarnos en el discurso de la crítica a la modernidad desde la modernidad misma pero perdiendo de vista la crítica a la modernidad desde su propia crisis, crisis que nace como desemboque o rebasamiento de la modernidad misma que se piensa sin poder sentirse a sí misma, pero que, contradictoriamente, también quiere no pensarse y sí sentirse, y por lo tanto, sólo intenta ensayar la crítica de sí misma desde las potencialidades de su propia crisis, es decir, desde los elementos críticos que preanuncian cambios societales, culturales, civilizacionales, es decir, a una nueva época, a una nueva era que desde hace varias décadas viene cabalgando la crisis de la modernidad y tendencialmente, rebasando el modo moderno de pensar, delineando fenómenos sicosociales, socioculturales, sociopolíticos, socioeconómicos inéditos, esbozando mapas noseológicos, graficando taxononomías epistémicas, saberes y lógicas de sentido tanto como de prácticas discursivas (académicas, científicas, humanísticas, sociales... dentro de las cuales podemos incluir las acreditaciones de las escuelas de trabajo social) que no son posibles de comprender si nos mantenemos dentro de los límites de la Razón (así con mayúscula) moderna.
Evidentemente no resulta fácil en estos umbrales de la razón (así con minúscula) posmoderna, construir un cuerpo de criterios o principios –y este es uno de los retos que están desafiando las potencialidades del trabajo social y sus unidades formativas de trabajadores sociales y trabajadoras sociales que se aprestan a experimentar nuevos procesos de acreditación- que nos permitan comprender y apropiarnos de la producción inagotable de (sin)sentido de la sociedad considerada en su conjunto más inclusivo imaginable, pero sin dejar de crearle viabilidad al cambio societal, cultural, civilizacional, pues precisamente uno de los múltiples problemas que continúan presentes en esta alborada del siglo veintiuno, es la deslegitimación de los viejos criterios mediante los cuales ha venido siendo impuesta como absoluta la validez del conocimiento tecnocientífico. Asimismo, la crisis de la modernidad y sus paradigmas viene provocando la disolución del basamento sociocultural de las autodenominadas comunidades científicas, el cuestionamiento a la infalibilidad de los patrones cognocitivos de la ciencia tanto como la deslegitimación de los grandes marcos de referencia desde los cuales se persiste en seguir protegiendo teorías, categorías, métodos y conceptos. En estas condiciones históricas, cuando la lógica civilizacional que suministra los dispositivos intersubjetivos que permiten elaborar las estrategias de saber mediante las que habla el Poder moderno, es decir, cuando la episteme o modelo de la Razón agoniza pero no muere y la episteme posmoderna puja por nacer pero no acaba de ser parida, el olor de la vida convive con el olor de la muerte y hasta la muerte misma se disfraza de vida; la posibilidad del diálogo se complejiza, se obnubila, se mediatiza provocando un gran desconcierto que, por un lado, dificulta distinguir la charlatanería y la banalización de la filosofía y de la política de la producción teórica, del análisis riguroso y de la producción de conocimientos; pero por otro lado, dicho desconcierto está suscitando nuevas sensibilidades que permiten visualizar tiempos y espacios inéditos que posibilitan el florecimiento de una plétora de impensables voces posibles de ser habladas por sus propios lenguajes: lenguajes deconstruccionistas de lo establecido, lo consagrado, lo ritualizado, lo perverso, causa de nuestro malestar y de nuestras quejas; lenguajes gestores de realidades necesarias, deseables y posibles; lenguajes que traspasen los límites de la mera comprensión, lenguajes constructores de sueños y voluntades que permanentemente se ensanchen hacia el inagotable campo de lo oculto, de la sombra, del umbral, del espectro, de lo no comprensible y lo no devenido (Zemelman, 1992); en fin, lenguajes que potencien la capacidad de autonomía del sujeto que desea incorporar su horizonte de vida al mundo significante de la vida cotidiana, del sentido común y de los gustos locales, en fin el mundo de lo
vivido que se caracteriza por su tensión infinita con el mundo de la trascendencia y de la sensibilidad universal. Nos preguntamos cómo empujar hacia esta nueva realidad. Nos parece que una práctica testimonial que está probando sus bondades en los umbrales de la razón posmoderna es la de una auténtica voluntad de diálogo que privilegia las reapropiaciones y resignificaciones por encima de las pertenencias y las identidades apriorísticas. No se trata de ser políticamente correcto ni condescendiente como todo buen vecino. Se trata de estar dispuestos verdaderamente a exponernos frente a los argumentos ajenos, a capturar los aportes donde quiera que se encuentren, sin sectarismos, partidismos ni oportunismos. Es decir, sostener una voluntad de diálogo abierto y plural que implica producir los aportes teóricos que nutren el debate fraterno pero sin concesiones. Si alguna cosa está clara en esta alborada de siglo veintiuno es que está en plena marcha un proceso de recambio de los modos de pensar, razón por la que no es posible para técnico, profesional, académico o científico alguno aducir la reserva de dominio de las reglas del pensamiento en nombre de “La” ciencia, pues ésta ha venido siendo seriamente reformulada. De lo anterior se derivan importantes consecuencias para la institución universitaria y el modo universitario de vida que, de manera significativa, se reproducen por la fuerza inercial de un aparataje burocrático que ofrece las más feroces resistencias al fenómeno posmoderno, al rebasamiento de la Razón moderna. Pero varias décadas de intensos debates y no pocas confrontaciones en múltiples ámbitos no han pasado en balde. Metafóricamente la corrosión ha hecho su trabajo, la hormiguita, la avejita y el castor han hecho el suyo. El Caminante ha hecho el suyo haciendo camino al andar…sin comienzo y sin fin… La agonía transicional por la que atraviesa la humanidad toda no puede seguir siendo invisibilizada. La universidad y con ellas las escuelas de trabajo social si bien no han estado ni están en la vanguardia de los cambios societales (Venezuela es un triste ejemplo de ello) deseamos que –como dice la sabiduría popular venezolana- corran o se encaramen para que el tren de la historia no las deje perdidas en lo que pudo haber sido y no fue o en lo que fue pero no resultó, pues los cambios revolucionarios –políticoculturales, ideológicosimbólicos- no esperan por nadie, mucho menos por los tecnócratas y burócratas de la asistencia y el bienestar social por más que se disfracen de reconceptualizados y posmodernizados. El piso epistémico de la lógica disciplinaria de la universidad está siendo dislocada por la revolución epistemológica significada por la razón transdisciplinaria que está abriendo posibilidades insólitas, inefables para la invención de nuevas prácticas y artefactos estéticos y cognocitivos, para el cultivo de otros tipos de experiencias (sensoriales, místicas, espirituales,
estéticas, éticas, paranormales…), respecto al conocimiento y los saberes, especialmente los étnico-populares. Me parece percibir, y creo que no estoy equivocado, las mismas universidades de nuestra América se están constituyendo en espacios líquidos en cuyas aguas convergen, como remansos y remolinos, los modos modernos y posmodernos de producir conocimientos y saberes. Lo igual está ya siendo diferente como estallido de lo múltiple. El viejo estatuto de la centralidad, la tiranía del logos, la preminencia del estatus están siendo estremecidos. El orden moderno está siendo tendencialmente reordenado. El divide y vencerás de la modernidad neoliberal está siendo recreado por el fragmento posmoderno en tanto experiencia de una nueva sensibilidad, intersubjetividad, discursividad. Quisiera creer con Rigoberto Lanz, en quien me he inspirado largamente, que la fuerza estética y epistémica del fragmento posmoderno reside en sí mismo, en su propia centralidad, y no en la entelequia moderna que algunos siguen denominando unidad y totalidad de la cual el fragmento posmoderno emerge sin que pueda borrar de una vez y para siempre la memoria del pasado del que se ha constituido en potencial sepulturero. Es así que lo que denominamos posmodernidad –un término entre muchos con los que seguiremos denominando, al menos por algún tiempo más o menos largo, la crisis de la modernidad- que se rebasa a sí misma en cualquier punto histórico que sea, pero también en ese mismo punto se resiste a perder su identidad; es decir, si consideramos que las salidas a las crisis y las innovaciones están determinadas no sólo por los propios términos que las suscitan, sino, también porque –al decir de Aricó citado por Mayorga (1988:141)- somos “prisioneros de nuestras formas de pensar”, pero también de oír, hacer, sentir, soñar y mirar, que son las mismas que condujeron a las circunstancias que se desean rebasar, sea, el viejo sistema de relaciones sociales modernas que, resistiéndose a perder vigencia, continúa prolongándose desde sus más profundos atavismos, y en cuyo ínterin se vienen suscitando constelaciones de síntomas morbosos y anómicos pletóricos de puntos de estrangulamiento, turbulencias y entropías, a veces insospechadas. Ya lo decía el Carlos Marx de El Dieciocho Brumario de quien guardo las distancias históricas y relativizo su determinismo social: "Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen...bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas...que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse...a transformarse y transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis...es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su
ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal." (Marx, s.f.:9).
Algo similar nos señala el bello decir de Oscar Wilde: "Los remedios de los hombres están contaminados por las propias dolencias que pretenden curar". La posmodernidad puede tener hoy menos de pos que de modernidad, pero mañana –más tarde que nunca- tendrá mucho más de pos que de modernidad. Y para mi modesta práctica societal queridos colegas –estudiantes todos nosotros- el pos de la modernidad que apunta a la construcción de futuro, tiene un nombre que también debe ser resemantizado y no es otro que socialismo cuya discusión en la perspectiva del siglo veintiuno ha sido puesta en la palestra internacional por los procesos constituyentes revolucionarios de la República Bolivariana de Venezuela, Bolivia, Brasil y Argentina entre otros. Hoy el socialismo es apenas una propuesta de discusión mediada y mediatizada por la trama social, cultural, económica, política e ideológica de la que nace. Pero mañana, más tarde que nunca, será más socialismo que capitalismo. La acreditación de las escuelas de trabajo social Los procesos de acreditación de las escuelas de trabajo social son una excelente oportunidad para abrir nuevos flancos y contribuir a desbrozar el debate modernidad/posmodernidad, capitalismo/socialismo, imperio/sobrevivencia. Asimismo, para introducir una concepción geopolítica de la producción de conocimientos y saberes y una concepción estratégica del proceso formativo de los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales. Esquemáticamente, concebimos éste como una matriz de insumo (estudiantes), proceso (comunidad innovativa), producto (licenciados en trabajo social) e impactos (inserción social, rentabilidad social, desempeño, efectos multiplicadores), organizada modularmente y orientada por una política académica desagregada en estrategias de gerencia curricular, docencia, investigación y acción o extensión social, cada una transversalizando a las demás. Por lo general, los estudios de licenciatura, están pautados para una duración de cinco años contentivos de cursos o materias, áreas de contenido o talleres anuales y/o semestrales, un alto porcentaje de las cuales son propias del trabajo social y en menor cuantía de otras disciplinas y tecnologías con carácter obligatorio y optativo, así como de actividades complementarias. Algunas escuelas subdividen su proceso en dos niveles, uno, de tres años al cabo de los cuales el estudiante egresa con el título de bachiller universitario o técnico superior universitario en trabajo social, y, el segundo, de licenciatura tras uno o dos años más de estudios.
Pilares de dichos estudios son las prácticas denominadas en algunos países simplemente prácticas, prácticas preprofesionales o prácticas profesionales, que pueden iniciarse desde el primero o segundo año hasta el último año lectivo, pero también abarcar sólo uno o dos de los últimos periodos lectivos con una dedicación en horas semanales muy variable y, en casos como el venezolano, cubrir sólo dos semestres con una intensidad de veinte horas semanales. Desde hace muchos años cada vez más escuelas vienen planteando la necesidad de introducir mayor variedad en los requisitos de graduación: además de la tradicional tesis o trabajo final de grado, pasantía o “servicio social” en organizaciones estatales y civiles de desarrollo, bienestar o asistencia social o empresas estatales o civiles en donde operan (o existe el interés de crear) unidades (oficinas, departamentos, direcciones o divisiones de bienestar sociolaboral, o un curso colegiado que culmine, tras uno o dos semestres, con una monografía o informe final por parte del estudiante, y evaluado oralmente por un jurado coordinado por el tutor. ¿Cuál es la proporcionalidad de las horas aula y las horas prácticas?, ¿qué implicaciones tiene flexibilizar la práctica (pre)profesional y los requisitos de graduación, así como la tendencia a disminuir de cinco a cuatro años los estudios de licenciatura?, preguntas que están íntimamente relacionadas con la problemática de la eficiencia, eficacia y efectividad de la planificación estratégica y operativa de la gestión, gerencia o administración de la docencia, la investigación y la extensión o acción social, mediante la cual se asegure al menos, lo siguiente: La coherencia del proceso formativo con la realidad (nacional, latinoamericana y mundial). La consistencia teórico-práctica horizontal y vertical del proceso de aprendizaje. La dosificación de los contenidos en relación con el rendimiento estudiantil. Los criterios de excelencia académica que se establezcan para docentes y estudiantes. Pero fundamentalmente, La constitución de una comunidad fraterna, dialógica, innovadora, democrática, protagónica, pero esencialmente ÉTICA, ESTÉTICA Y GEOBIOPOLÍTICA, integrada en condiciones de paridad y corresponsabilidad por docentes, administrativos, estudiantes y egresados, colegios, federaciones y asociaciones, todos –trabajadores sociales y otros cientistas y tecnólogos sociales y humanistas- comprometidos con la geopolítica de la producción de conocimientos y su encuentro con los saberes étnicopopulares. Son algunos puntos cruciales de discusión a los que agrego las preguntas siguientes: •
¿calidad y/o cantidad?
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¿metodología sin método y sin sujeto?
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¿innovación o repetición?
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¿Reflexividad o instrumentalidad?
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¿universidad tecnocrática o universidad socialmente innovadora?
•
¿trabajo social burocráticamente organizado o trabajo social nómada?
Desde hace varias décadas los cambios societales, culturales, civilizatorios vienen preanunciando, cada vez con mayor intensidad, nuevas formas de relacionamiento social, nuevas sensibilidades y subjetividades, nuevos sujetos sociales, nuevos actores políticos, nuevas formas de hacer política, economía, cultura, religión y nación. Frente a estas las escuelas de trabajo social no debieran quedar incólumes, extrañadas de la terca realidad que se resiste a ser enclaustrada por el tozudo discurso de la universidad que al decir de Lacan sustituye al discurso de la iglesia y –agregamos nosotros- reproduce el discurso del Amo, del Capitalismo, del Imperio y sus estrategias respectivas: la ideología legitimadora por vía del neoliberalismo, la de la globalización por la vía guerrerista y la de la posmodernización neoconservadora por la vía del todo vale, del atrévete a todo, del hiperhedonismo adrenalínico irresponsable y del individualismo encapsulante cuyo sinsentido asocial se evidencia rabiosamente en la muletilla semiótica del “y a mí qué”. INTERNACIONALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL En cuanto a la internacionalización del trabajo social, tomemos como marco contextual los párrafos anteriores, pues sólo así adquiere sentido entender ésta como la presencia sostenida y protagónica de los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales en el ámbito internacional o global. Es de todos sabido que desde hace más de veinte años nuestra América viene experimentando cambios de época en todos los ámbitos de la vida en sociedad, que han puesto en la palestra de la discusión política internacional asuntos cruciales que, en los años sesenta y setenta, fueron considerados como asuntos de crucial relevancia y hasta de vida o muerte para amplios agrupamientos étnicopopulares: la dependencia, la relación centro-periferia, el colonialismo interno, la guerra fría, la lucha del cepalismo contra el neolberalismo, el imperialismo… Hoy estos temas resurgen con fuerza desde otros parámetros, códigos y claves: la globalización, la sociedad del conocimiento o de la información, la modernidad líquida, la posmodernidad, el imperio, la neocolonialidad del poder, el poder neocolonial, el socialismo del siglo veintiuno, la multiculturalidad, la plurietnicidad, la diversidad, la indoafroamericaneidad…
Toda una constelación de cuestiones que muchos de nosotros no hemos tematizado ni epistemologizado, pero que nos colocan frente a una discusión que tenemos pendiente sobre la necesidad de abrir el trabajo social a la vida latinoamericana del siglo veintiuno, cuya complejidad viene rebasando al modelo de trabajo social burocráticamente organizado que fácilmente se acostumbra al escritorio, a la calefacción y al aire acondicionado. El trabajo social latinoamericano está confrontado por la necesidad de afinar nuestros sentidos y poder resignificar las continuidades temáticas que, si bien pudieran no ser necesariamente propias o exclusivas del trabajo social, al menos desde los orígenes de éste permanecen como idearios, pero también como olvidos y fugas en la teoría, en la práctica de la teoría y en la práctica en tanto tal de diversos sectores de egresados y estudiantes; me refiero por ejemplo, a temas tales como la empatía, el respeto a la integridad de la persona y el secreto profesional tanto como a la liberación, la concientización, la politización, la organización, la gestión social, la innovación social, la sistematización, la satisfacción de carencias y la potenciación de aspiraciones; asimismo, a los estados éticos, de derecho y de justicia, al derecho a tener derechos, a la societalidad del trabajo social, …). Y creo que un buen comienzo para asumir el reto de abrir el trabajo social a las nuevas realidades lo podemos encontrar en la disposición deseosa de la crítica-autocrítica y el debate fraterno pero sin concesiones, tanto de los supuestos básicos constitutivos de la especificidad del trabajo social como de los supuestos generales constitutivos de su universalidad. En este sentido, es posible que no exista una disciplina que como el trabajo social haya venido perseverando en la crítica a su razón práctica, a su razón de ser y estar en el mundo. Evocando muy mediadamente algunos ecos del estallido académico que conocemos como reconceptualización, creo que es necesario reinyectar en los colegas, estudiantes y docentes fuertes dosis de nuevas utopías transformadoras y de construcción del hombre nuevo para el siglo veintiuno; asimismo, rebasar el discurso de la universidad y la modernidad misma, realimentar nuevos cambios en los dispositivos noseológicos de la profesión, propiciar la construcción colectiva de una nueva ciencia-técnica liberadora y emancipadora que pudiera derivar en trabajosocialogía o trabajosocionomía1, es decir, en un proyecto ético, estético y geopolítico de producción de 1
Con estos términos significamos no una propuesta rebuscada de cambio de nombre del trabajo social, sino un cambio de su sentido que apunte a la búsqueda de estrategias de articulación del carácter prudente y convivencial del sentido común y la sabiduría popular con el carácter segregado y elitista de la ciencia y la universidad, fundamento de una nueva noción o concepción del trabajo social, mejor dicho, del trabajo societal. Se trata de una provocación o llamado de atención sobre la libertad que cada uno de nosotros tiene de querer asumir, más allá o más acá de los discursos de la universidad y de la ciencia, el compromiso que está implicado en la definición del trabajo social como disciplina académica, una de cuyas actividades esenciales es la producción, circulación y consumo individual y colectivo de conocimientos y saberes que,
conocimientos y saberes, uno de cuyos desideratos es el aporte que los trabajosocialogos y las trabajosocialogas hagan efectivamente a que en nuestra Patria Grande podamos comenzar a construir nuestro proyecto de inmortalidad por nuestras propias obras, tal como lo quiso nuestro Libertador Simón Bolívar, pues este proyecto de inmortalidad, siguiendo la noción spinoziana (Savater 1998), es condición sine qua non para que podamos encarnar la ética, el derecho y la política necesarias para remontar el siglo veintiuno que, para mi modesta opinión, será socialista o no habrá Patria Grande Bolivariana. Como podrán observar, queridos estudiantes, egresadas y egresados, colegas todos, el abordaje de la internacionalización del trabajo social, mejor dicho, de la presencia protagónica de los trabajadores sociales y trabajadoras sociales en el ámbito internacional da para conversar muchas horas y días, más del tiempo que tengo asignado y del cual no quiero abusar por el respeto que su bondadosa paciencia nos merece a todos nosotros. Dejo pues la palabra a quienes tengan a bien alimentar mi esfuerzo reflexivo. Les deseo mucha suerte y mucho trabajo creador, que sin duda alguna el trabajo de estos días, nutrirá la temática de la Primera Conferencia Latinoiberoamericana y Caribeña de Trabajadores Sociales que pensamos realizar en Maracaibo en julio de 2009. Muchas gracias. Bibliografía Barrantes, César. Trabajo social de siglo xxi. Entre la ortodoxia y la innovación. En Revista Katálysis, volumen 9, No. 2, 2006, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis. Barrantes, César. El trabajo social en el contexto actual. Ponencia magistral de inauguración del LIII Congreso Nacional de la Asociación Mexicana de Escuelas de Trabajo Social. León, Guanajuato del 5 zl 7 de mayo de 2005. Barrantes, César. El trabajo social en la perspectiva de la construcción de un nuevo paradigma. Ponencia magistral al V Congreso Ordinario de la Federación Mexicana de Escuelas de Trabajo Social, celebrado en la UNAM, México D.F. del 17 al 19 de noviembre de 2004. Barrantes, César. ¿Cómo introducir la temática de la gestión del desarrollo local en un plan de estudios de trabajo social? (versión preliminar sujeta a discusión y a modificaciones), Comunicación compartida con los participantes del foro “¿Cómo introducir la gestión del desarrollo local en el currículo de trabajo social?”, uno de los cuatro con los que se dio inicio al XVIII Seminario Latinoamericano de Escuelas de Trabajo Social, celebrado, organizado y financiado por la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Costa Rica, en San José de Costa Rica del 12 al 17 de julio de 2004. Barrantes, César. Pensar el Trabajo Social en la construcción de un nuevo paradigma, en Revista Margen de Trabajo Social y Ciencias Sociales, Nº 36/37, 2005, www.margen.org; Buenos Aires. siendo prácticos no dejen de ser esclarecidos y siendo sabios no dejen de estar socialmente producidos, pero fundamentalmente democráticamente distribuidos (Santos, 1996; Morin, 1994) en el proceso mismo de creación, traducción y satisfacción de necesidades (carencias y aspiraciones) sociales (individuales y colectivas) y sistémicas (la sociedad considerada en su conjunto más inclusivo). Se trata de asumir endogénicamente el logos y la nosis, la doxa y la episteme, la mayéutica y la fronesis en las prácticas pensantes del trabajo social en la América nuestra que se está construyendo en y a partir de la diferencia poscolonial.
Barrantes, César. Desafíos ¿del o al? trabajo social en tiempos de imperio, posmodenidad y globalización. Ponencia al XVIII Seminario Latinoamericano de Escuelas de Trabajo Social, celebrado en San José, Costa Rica del 12 al 17 de julio de 2004. Espacio Editorial, Buenos Aires. También en Revista Regional de Tra
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