Entre ciclones. Memoria de Huracanes: Historias y relecturas del Hurakán Gilberto. Paurake, septiembre, 2003
-¿Y usted qué se acuerda del Huracán Gilberto? -¡Pues nada!, nada más que tuve que amarrar el arbolito de la casa para que no se lo llevara... Fragmento de diálogo, 16-IX-03
Introducción. En este escrito recordaremos y comentaremos algunas referencias orales derivadas del impacto del huracán Gilberto, en el área metropolitana de Monterrey (17 de septiembre, 1988). Las narraciones surgen de nuestra memoria individual pero seguramente guardan semejanza con otras historias sobre el fenómeno, arrastradas por ahí, en las aguas revueltas de la memoria colectiva. Para efectos de que parezca un trabajo serio y de pretensiones científicas establecemos una clasificación tentativa para cada una de las referencias. I. Vientos Hurakandos. Fenómeno natural y contexto. Empecemos por lo básico, el vocablo que identifica al fenómeno es caribeño y proviene de la voz taína “Huracán” o “Juracán”, que según los ke saben significa “viento”, “soplar”, “tormenta”, “padre de los vientos”. Muchos sentencian que los pueblos Taíno se extinguieron completamente, pero otros sabemos que dicha afirmación es falsa; vocablos Caribe como este y Jennifer López demuestran claramente lo contrario. Septiembre, es tiempo de Huracanes en el Atlántico Norte; específicamente, en el Mar Caribe. Algunos de estos meteoros agonizan en nuestra región -en Bravo todos lo saben- a fines del verano. Tiempo propicio para escribir de ellos. II. Corral de hurakanes, estampidas de agua. Había llovido en la sierra se esperaba una creciente...
Hablar de ciclones no es ocioso en estas tierras; una larga historia lo demuestra y nuestra condición geográfica también. Aproximadamente la mitad de Nuevo León está dentro de una región denominada Llanura Costera del Golfo. Aquí, los mitos sobre el desierto son sólo eso: historias ejemplares reproducidas y mantenidas por élites económicas y culturales. Tan familiares nos son estos fenómenos que la música popular de acordeón y bajo sexto tiene por lo menos dos dignos representantes con su nombre: los desaparecidos “Huracanes de Teherán”, y los exitosos, en el presente, “Huracanes del Norte”. La Sierra no es barrera suficiente para protegernos de los dioses caribeños cuando se enojan; es vox populli que nuestra cordillera madre oriental nos protege de las tormentas marítimas pero también lo es que viene a servir como tumba de algunas otras; cuando esto último sucede sus lluvias y escurrimientos derivan por sus cañones y laderas causando destrozos en los valles adyacentes, como el de Extremadura, hoy Monterrey. Añádale a lo anterior nuestro río Santa Catarina, seco e insignificante la mayor parte del tiempo pero con un declive muy particular, que durante ciclos de grandes crecientes arrastra todo a su paso con fuerza. Huracanes se acercan casi todos los años pero cada dos décadas, aproximadamente, llega uno de grandes dimensiones; entonces, parafraseando el título de un libro “El río, fiera, brama”. No es necesario realizar una cronología pormenorizada para demostrar esto último, un dato es suficiente: el gran ciclón antes del Gilberto fue el Beulah, que también azotó varias ciudades del Noreste, en 1969. En fin, entre el Golfo de México, la Sierra Madre Oriental y el Río Santa Catarina, tenemos nuestro corral y estampida de huracanes; la falta de infraestructura urbana moderna y previsión, frente a las lluvias, explican todo lo demás; por ejemplo, que en casos como el del huracán Gilberto haya más perdidas de vidas aquí, que las registradas en todas las islas del Caribe y la costa del Golfo de México. III. Referencias orales derivadas del ciclón: recuerdos y relecturas.
Como historia de fantasmas y justificación iniciática. Fue un par de semanas después del Gilberto, daba clases en un autodenominado Colegio Hispano Francés, en San Nicolás, y una alumna aseguraba que tuvo la revelación de sus “poderes” como vidente, gracias a un muerto provocado por el metoeoro. Un ahogado arrastrado por el río Santa Catarina se le aparecía en sueños y le pedía, de favor, revelara a su hermana el sitio en el que se hallaban sus restos. El espíritu le señalaba como prueba un anillo de ciertas características: “ve a tal sitio de Cadereyta”, le suplicaba, al mismo tiempo que le daba santo y seña: “hallarás el anillo, luego te contactas con mi hermana y se lo muestras para que te crea, saque mis restos y me lleve a enterrar”. Según esta alumna, el aparecido le especificaba la dirección y el teléfono de su hermana. Finalmente, ella cumplió, siguió las instrucciones del muerto y encontró el anillo, entonces habló a la hermana para que sacaran el cuerpo y le dieran cristiana sepultura. Las apariciones del ahogado en sueños, cesaron; pero, desde entonces, tenía otras visiones y aseguraba que se iba a dedicar a ayudar a la gente con sus poderes; poderes que no recuerdo. Como aceleración de las eras geológicas. Si lo anterior les parece algo inverosímil tendrían que haber escuchado el comentario del padre Julio cierta vez que regresábamos del sur del Estado. Fue en un tramo entre Iturbide y Linares, en uno de tantos parajes portentosos de esa parte de la montaña que el padre Julio afirmó: “Miren, como con el Gilberto cambió el perfil de la sierra, se alteró completamente”. Medio burlón señalé que si el Gilberto era entonces el gran fenómeno desde el Mesozoico, o algo así, y el padre se mantuvo firme: aseguró que, en efecto, el no hablaba de un cambio superficial sino de la geografía serrana en su conjunto: nuevos y viejos picachos, otras laderas y cañadas, alteración de cañones, etc. No se si por evitar una discusión ociosa, o por temor divino, pero nadie de los apretujados en aquella camioneta a la deriva de los tiempos profundizó en la
cuestión. Para rematar, Julio señalaba algunos derrumbes y bajadas de agua como prueba. Siempre quise pensar que el padre Julio comentó aquello como una metáfora de la fuerza del huracán pero no, estoy seguro que lo dijo casi como un dogma de fe; de hecho, aún resuenan en mi, sus palabras; dichas en un tono firme, seguro, incuestionables: “con el Gilberto cambió el perfil de la sierra, se alteró completamente”. Ni hablar, yo veo que las montañas cambian a cada instante pero por la diversidad de nuestras miradas en el tiempo y en el espacio, o por la depredación humana, no por las tempestades. Como centro del mundo y salvación de Monterrey Lo siguiente lo vimos por medio de la mirada y las pláticas de doña Rosa Pequeño quien, desde luego, también tiene una buena historia sobre la tormenta. Esta abuela asegura que el ciclón no fue a morir en la sierra como la mayoría afirma: “nosotros clarito vimos que acabó en la presa”; hablamos de la presa Cerro Prieto de Linares, situada en el ejido donde ella vive; continua: “clarito vimos el ojo del Huracán que venía por el cielo y fue a dar en medio del agua. Luego se oyó como un rugido de mar”. Como prueba de su versión suele añadir “fue la primera vez que la presa se llenó hasta el tope y tuvieron que abrir las compuertas”. Desde luego, a veces exagera su condición cuasi marítima y comenta que si el huracán Gilberto no acaba en la presa, hubiera causado más destrozos: “¡Imagínate si va y cae en Monterrey!, no se salva nadie; aquí porque estamos impuestos”. Como coordenada de tiempo y marca temporal. Otras referencias sobre el impacto del suceso, en el imaginario popular y la memoria colectiva, las conocí durante los años 93-97, trabajando en campo, especialmente en el centro oriente de Nuevo León. Platicando con gente de comunidades rurales y realizando entrevistas para un trabajo de investigación nos dimos cuenta de que algunas personas usaban al
Huracán de 1988 como marca de tiempo para situar hechos y acontecimientos, individuales o comunitarios. Las Frases “fue antes del Gilberto” y “fue después del Gilberto”, eran relativamente comunes, lo mismo para referir una boda, la pérdida de una cosecha, alguna muerte, o cierta temporada de trabajo en el otro lado. A veces, incluso, situaban al huracán más atrás, o adelante, del tiempo real en que ocurrió el fenómeno: “estiraban” el recuerdo del mismo para emparejarlo con otro hecho importante de su vida; independientemente del año. Por ejemplo, tengo muy presente la plática con alguien que situaba un pasaje importante de su vida hacia finales de los setentas, “cuando el Gilberto”. Epílogo. Es casi inagotable el manantial de narraciones, recuerdos e interpretaciones derivadas del huracán Gilberto, porque la memoria y la historia no son cosas fijas, productos acabados: cambian con el tiempo, los lugares y las personas. Podríamos, por lo menos, abrir otros tres apartados con igual número de narraciones; por ejemplo: como explicación de indocumentados y promotor de la sociedad civil que se organiza. En el primero de los casos, entra la referencia de algunos chavos de Fomerrey 20, en San Pedro, quienes aseguraban no tener “papeles”, como actas de nacimiento y certificados de estudios, porque “el río se los llevó, con el huracán”. César Valdés, un compañero que trabajó con estos adolescentes y jóvenes aseguraba que en realidad nunca tuvieron esos papeles por múltiples razones: no los registraron de pequeños, no terminaron sus estudios básicos, se cambiaron y los perdieron, etc. En suma: estos chavos “sin papeles” no perdieron sus casas cuando se creció el Santa Catarina, ni los reubicaron como a miles que vivían en sus márgenes. Evidentemente, la creciente del río, cuando el Gilberto, les servía de coartada y justificación; o, simplemente, como una mejor historia que contar. En el segundo de los casos, obviamente nos estamos refiriendo de la Asociación Gilberto y la colonia San Gilberto, creadas para apoyar trabajos en pro de
los damnificados y reubicados por el fenómeno, en algunas de las márgenes del Río Santa Catarina. Finalmente, es imprescindible anotar una dimensión colectiva del fenómeno: el vínculo de comunidad, remarcado, vía los perecidos en la catástrofe. Muchos tuvimos un conocido ahogado: o el amigo de un conocido, o el familiar de un amigo, o alguien que conocía a alguno de los más de 200 difuntos, que dejó el Huracán. Hay familias que perdieron no uno sino a varios de sus integrantes. Y si un muerto es mucho, más de doscientos muertos y desparecidos son una catástrofe difícil de olvidar, sobre todo en tiempo de hurakanes.