Textos del clasicismo La música de Haydn busca ser el descanso y alivio de las penas humanas Con frecuencia, cuando luchaba contra los obstáculos de toda índole que se me ponían en el camino, una voz me susurraba en mi interior: «Aquí abajo hay tan pocos hombres felices y contentos, a quienes las preocupaciones y las tristezas les acosan, que quizá tu obra pueda ser algún día una fuente a la que ellos acudan llenos de angustias y penas, para encontrar refresco y descanso.» Esto era para mi un aliciente que me incitaba a perseverar, y ahora es también para mí una profunda satisfacción, cuando miro hacia atrás y veo lo realizado en mi arte durante muchos años, a través de un esfuerzo constante. (Carta de Haydn, al final de su vida, a unos desconocidos amantes de la música, de Rügen, que le escribían agradeciéndole el bien que les había proporcionado su música. Septiembre de 1802, Viena.)
El inicuo trato dado a Mozart por el arzobispo de Salzburgo y la despedida
Las obsesiones del «Requíem» momentos antes de su muerte
Yo no soy tan desgraciado como para estar al servicio del príncipe de Salzburgo... Dos veces ya (¡no sé cómo calificarlo!) me ha dicho a la cara las más groseras impertinencias que no se las cuento a usted, mi querido padre, para no molestarle, y que si no hubiese sido por usted, me hubiese vengado al instante. Me ha llamado un bribón y un ser despreciable y me ha enviado al diablo (ja mí!). Yo todo lo he soportado y callado por mi honor y por el suyo, porque sé que usted lo quería así. (Extracto de la correspondencia de Mozart. Carta a su padre. Viena, 9 de marzo de 1781.)
Estoy al borde de mis fuerzas y no puedo echar fuera la imagen de este desconocido (se refiere al desconocido personaje que le encargó el Requiem que dejó incompleto)... Presiento que mi hora ha sonado y que mi vida está a punto de finalizar. Termino antes de haber disfrutado del éxito. ¡La vida, con todo, es tan hermosa y el futuro se presenta tan esperanzador...! ¡ Pero uno no puede cambiar su destino ni prolongar los días de su existencia. Hay que resignarse...! Presiento que esta obra (el Requiem) va a ser mi canto fúnebre y no debo de dejarlo imperfecto. (Carta a Lorenzo de Ponte. Viena, septiembre de 1791.)