Testigos

  • November 2019
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 Testigos No se trata de “hacer” de maestro de vez en cuando aunque sea durante todo el horario de la jornada escolar, sino de “ser” maestro desde el fondo de la propia humanidad y personalidad….«La primera cosa eficaz es el ser del educador; la segunda, lo que él hace; la tercera, lo que él dice». (Gil Rodríguez, M.P.) se enseña y se administra la escuela en función de la propia visión de la vida. Compartir y convocar desde la vida. Compartir el mismo camino implica testimoniar la propia opción, el propio camino vocacional, dejando traslucir el esfuerzo, la novedad, el riesgo, la sorpresa, la belleza, el gozo; no para imponer la propia vocación sino par atestiguar la grandeza de una vida que se realiza según el proyecto de Dios, la alegría de colaborar gozosamente en lo que Dios quiere de mí. El camino al corazón de los jóvenes pasa por el contagio de la experiencia de la propia fe, sólo podremos cautivarlos y hacer que se enamoren de Jesús sí nosotros estamos ya enamorados de El, de El en ellos. Dado que autoridad procede del latín “auctor” (hacer crecer) estar convencidos de que la autoridad procede del amor. Sólo el que hace crecer a los otros, dando la vida por ellos, adquiere una autoridad que permite corregir, delimitar, marcar líneas, orientar. Los niños carecen de modelos familiares y sociales respecto a los valores que se les pretende educar. Vivimos la esquizofrenia entre el ideal/teórico y lo real/cotidiano. Los niños adquieren con facilidad el reflejo de creer en unos valores que no se practican, al igual que hacen sus mayores. La consecuencia pedagógica es que, aunque se les propongan verbalmente una gama de valores o principios, los niños carecen de experiencia de los mismos como valiosos, porque no llegan a experimentarlos como tales; no encuentran apoyo social, que proporcione consistencia y validez social a la propuesta y lo van a comprobar en cuanto vayan al colegio; y, finalmente, entran en ese juego de la aceptación de valores o principios que deben ser creídos, porque todos parecen creer en ellos, y los mayores, con su autoridad, así se los proponen, pero que no cuentan para la vida cotidiana, y se reducen a meros ideales tendenciales, hacia los que no se sabe cómo dar pasos concretos. Y suele ocurrir que, cuando llega la etapa crítica de la adolescencia, los jóvenes se desprenden de ese universo de valores que han aceptado sólo superficialmente, sin verdadera personalización, junto con sus actitudes infantiles o incluso se revuelven críticamente hacia ellos, denunciando la falta de autenticidad. ¿Cómo promover y defender criterios, principios de conducta, valores que, después, no sólo carecen de apoyo social explícito en la vida diaria, sino que, además, con frecuencia son combatidos por actitudes, modos de conducta y contravalores que desde la publicidad y los “medios” se defienden o promueven como las vías decisivas para la felicidad y el éxito social? De aquí la urgencia de la pedagogía de la unidad. Porque al contar con una estructura social suficiente, el grupo de alumnos y la comunidad educativa -que dura una serie de años decisivos- la escuela goza de la posibilidad de proponer valores, principios, criterios de conducta, pero también de permitir experimentar su validez. Sin embargo esto va a depender de que se trabaje en la dirección pedagógica propuesta, pues sólo si se logra cohesionar suficientemente el grupo, la unidad se convierte en la posibilidad real del acceso a valores que la sociedad sigue marginando o ridiculizando y que quizá no existe en la propia familia.

Hay que evitar que se caiga en esa trampa pedagógica (que los jóvenes aprenden enseguida) que consiste en que todo ese mundo de valores y principios son realidades para creer, pero no para vivir, sirven como ideales utópicos, pero no para la vida cotidiana. Es una llamada a la coherencia en el sentido de ser testigos, de vivir comprometidos para que el anuncio del mensaje sea creíble. Y por esta unidad existencial entre Palabra y Vida, entre decir y hacer, nuestra experiencia es para muchos creíble y convincente, provoca profundos cambios en la existencia personal, por eso pone en acción en muchas personas un verdadero proceso educativo.

Estos son los criterios, opciones, horizontes a los que queremos llegar. Nuestra tara es sembrar (y quizás algunos frutos no nos tocará recogerlos a nosotros), no importa tanto el resultado final como el trayecto que nos acerca a él. Sobre todo porque en la educación el trayecto nos construye y nos plenifica al tiempo que construye a los chavales si de verdad lo vivimos con vocación. Nos deben de mover las ganas de viajar, no las de llegar: «Si sales para hacer el viaje a Ítaca, debes pedir que el camino sea largo»1. Feliz viaje a todos y todas. «Que Jesús Maestro forme en todos nosotros verdaderos y válidos educadores» (Chiara Lubich).

1

Cavafis, “el Viaje a Ítaca”.

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