Tendencias

  • June 2020
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TENDENCIAS

Dale a tu atuendo un toque mediterráneo, vive la moda en total libertad y vístete como quieras, pero siempre con buen gusto. Las tendencias más fuertes para esta primavera-verano son las siguientes:

Arraigados a la tierra: Diseños étnicos, prendas autóctonas, vestimentas tradicionales y estilos hippies, todo de lo más actualizado.

Destilando libertad: Cortes sin ataduras que expresan libertad y rebeldía; ropajes originales como pantalones estilo pirata.

Informalidad elegante: Sin renunciar a la sencillez y a la comodidad, los modelos son femeninos y sugerentes, aportan frescura y sensualidad.

VESTIDOS

Tradicionales: Bellos modelos que regresan al origen más clásico; creaciones teatrales pero equilibradas y graciosas; estilos campesinos.

Sencillos: De sobria sencillez con una nota de alegría con los colores más veraniegos; vestidos de mangas asimétricas.

TELAS

Tradicionales: Los diseñadores de moda han mantenido para esta primavera-verano las texturas antiguas, vaporosas y mediterráneas como lino y algodón.

Sintéticas: Se han incorporado nuevos tejidos sintéticos como la lycra, látex e incluso plástico, sobre todo en los trajes de baño.

COLORES

La moda blanca: Se sigue manteniendo la fuerte influencia del blanco junto a los colores vivos propios del Mediterráneo. En las prendas se recrea el blanco de las casas, el rojizo de la tierra y los colores de las artesanías. El blanco también es el fondo de los estampados en grandes motivos florales rojos y verdes.

LA MODA EN MEXICO DEL IMPERIO AL PORFIRIATO En México la moda ha sido abordada más bien de manera descriptiva, sin que existan propiamente enfoques considerados dentro de un contexto social más amplio. Es indispensable situar este tema dentro de la vida cotidiana de los mexicanos del siglo XIX en todos los niveles sociales, para así profundizar su

comprensión. No basta entonces la descripción pormenorizada de las características de la indumentaria de inspiración, sobre todo europea, que se adaptaba a nuestro entorno; más bien, resulta preferible considerar el tema de la indumentaria vigente en la segunda mitad del siglo XIX en México, como el resultado de dos aspectos fundamentales. Por un lado, del concepto, de la idea predominante sobre la mujer, su imagen y su función en todos los niveles sociales, tendencia que va de la mano con las corrientes vigentes tanto en la literatura como en el arte. Por el otro, el escaso desarrollo de la industria textil en nuestro país y las posibilidades de la importación de telas y accesorios que complementaban los guardarropas de moda y de uso habitual. Durante el porfiriato creció la industria textil, aunque sus producciones se centraban en la elaboración de telas de algodón y manta. Blusas, corpiños, camisas, corsés, canesús de encaje, enaguas múltiples, miriñaques, crinolinas, camisolas, camisolines, frú, frú de seda, puf, polisón, y demás; un sinfín de prendas en ropa blanca, de algodón o lino, por medio de las cuales se pretendía que las damas de sociedad realzaran su belleza. Gran variedad de accesorios como las sombrillas, sombreros, pañuelos, cuellos de encaje, guantes, bolsas, zapatillas, botines, y muchos más. En la segunda mitad del siglo XIX predominaba la idea de que la mujer, por medio de su prestancia, de sus adornos y de su indumentaria, otorgaba prestigio al hombre y era el vivo ejemplo de su éxito económico, criterio vigente entre la llamada “gente de pelo”. Después de los años posindependentistas, bajo la influencia napoleónica, los vestidos estrechos y tubulares de los tiempos del Imperio de Iturbide, lentamente empezaron a ampliarse a través de una “moda” en la que la mujer nunca había utilizado tanta tela para vestirse. La Marquesa Calderón de la Barca se refirió a los “ricos vestidos” aunque un poco pasados de moda que portaban las mexicanas, que se distinguían por la riqueza de sus joyas. Entre 1854 y 1868, y en especial durante los años del Imperio de Maximiliano, llegan a su apogeo los miriñaques y las crinolinas, que no eran otra cosa que estructuras capaces de soportar una falda hasta de tres metros de diámetro y de casi treinta metros de tela. La imagen de la mujer es, por lo tanto, la de un ídolo inaccesible que mantiene a distancia su entorno. Inalcanzable como figura romántica, evocadora y nostálgica en contraste con la realidad cotidiana: imaginemos la enorme dificultad para sentarse o desplazarse, así como la incomodidad para desempeñar la vida diaria.

Durante el día, especialmente para asistir a misa, las damas simplificaban su vestimenta y portaban mantillas a la usanza española y velos de seda, las más jóvenes, o cubiertas con un pañolón de seda. ”. Para la elaboración de los vestidos, no existía aún una industria textil suficientemente extendida y variada en sus producciones en nuestro país, de ahí que la mayoría de las telas fueran importadas y los vestidos se elaboraran copiando los modelos europeos, sobre todo parisinos, por modistas o costureras nativas. Existían tiendas cuyos propietarios franceses vendían los modelos casi cuatro veces más caros que en París, por los derechos de aduana sumados a las ganancias. Estas cantidades las pagaba con gusto sólo un limitado número de damas adineradas.

Por su parte, las mujeres del pueblo dedicadas al trabajo –vendedoras de hortalizas, de flores, de frutas, de aguas, de tortillas, de comida, y en sus labores, la molendera, la planchadora, la lavandera, la tamalera, la buñolera y muchas más con “su liso cabello negro, sus blancos dientes que enseñan con franca y sencilla risa...”– vestían huipiles y enaguas de telas de lana o de algodón de colores. Sus adornos estaban formados por “gargantillas y relicarios, anillos de plata en las manos y aretes de calabacillas de corales” y sus arracadas de oro, que lo mismo ostentaban la mujer que elaboraba las enchiladas, como la vendedora de aguas frescas. Desde luego, como prenda indispensable estaba el rebozo, hecho de seda o de algodón, cuyo valor dependía de su largo, de la forma de las puntas y tras del cual las mujeres se ocultaban: “esconden frente, nariz y boca y sólo se ven los puros ojos, como entre las mujeres árabes... y si no les llevan les parece que van desnudas...” Destaca la presencia de la tradicional China vestida con “una enagua interior con encajes bordados de lana en las orillas, que llaman puntas enchiladas; sobre esa enagua va otra de castor o seda recamada de listones de colores encendidos o de lentejuelas; la camisa fina, bordada de seda o chaquira...con el rebozo de seda que se echa al hombro... y su breve pie en un zapato de raso...” La vestimenta masculina, a diferencia de la femenina, se conservaba más dentro de la comodidad y de la actividad laboral. Los campesinos y pastores indígenas requemados por el sol, vestían la inconfundible camisa y calzón blanco de manta. De ahí la creciente producción de mantas de algodón por las cuales surgieron muchas fábricas mexicanas a finales del siglo XIX. En cuanto a los rancheros, su vestimenta se componía de “unas calzoneras de gamuza de venado, adornadas a los lados de botones de plata ...otros las usan de paño con galón de oro...”, un sombrero adornado con toquilla se plata, alas grandes y a los lados de la copa “unas chapetas de plata en forma de águila u oro capricho”. Cubría su cuerpo con la manga de Acámbaro, especie de capa, y un sarape de Saltillo, considerados como los mejores. Los trajes masculinos eran la levita, con sombrero de copa, el frac, el uniforme militar, o bien el traje de ranchero o de charro. La vestimenta masculina se conserva siendo prácticamente la misma desde el uso de la levita por Benito Juárez y el grupo de liberales, quienes mantenían con orgullo la austeridad republicana como símbolo de honestidad ybuen gobierno. Esta actitud se extendió incluso a las esposas. Cabe recordar la memorable referencia de la carta que Margarita Maza de Juárez hace a su esposo: “Toda mi elegancia consistió en un vestido que me compraste en Monterrey hace dos años, el único que tengo regular y que lo guardo para cuando tengo que hacer alguna visita de etiqueta...” Conforme finaliza el siglo XIX, la mecanización de la industria textil y el descenso en el precio de las telas de algodón, combinado aún con el interés por cubrir y ocultar, libera a la mujer de la crinolina, pero le añade el polisón y se mantiene el corsé de varillas de ballena. Hacia 1881, los vestidos de lujo para las damas mexicanas se elaboran en diversas telas, como la faya de seda, y se adornan con abalorios: “Las mujeres se disputaban la cintura más estrecha, conseguida con corsets tan apretados que hasta les quitaban la respiración y las hacían desmayarse, rivalizaban en profusión de encajes, aplicaciones, pliegues y bordados. La mujer de la época era de movimientos estudiados y precisos y su figura llena de adornos simbolizaba el romanticismo”. Hacia 1895, la variedad de telas aumentan en sedas, terciopelos, satines, los

tradicionales encajes denotan la opulencia. Las mujeres se vuelven más activas, por ejemplo, para practicar algunos deportes como tenis, golf, ciclismo y natación. Además, la silueta femenina se afina cada vez más. Al desaparecer los grandes volúmenes de tela, hacia 1908 se acaba con el corsé, por lo cual la apariencia del cuerpo femenino se transforma radicalmente y al comenzar el siglo XX los vestidos son lisos y sueltos. El aspecto de la mujer cambia radicalmente y su nueva actitud anuncia los revolucionarios años por venir.

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