¡Tanto ruido! ¿Por qué tengo problemas de comunicación? por Yamil Narchi Sadek Existe, no cabe duda, un momento en que no se puede más. Uno desespera, se mesa los cabellos: “¡No entiendo por qué las cosas no están funcionando! ¡Todo está planeado, y nada sale bien!” Hombres y mujeres de todas las edades pasan por este instante, se sienten fracasados, incomprendidos, ya en sus relaciones personales, ya en su ámbito de trabajo o de estudio. ¿Qué pasa? Piénselo un momento. No se sorprenda si descubre que, en el centro de aquello que le aqueja, hay un conflicto de comunicación. Al menos el 90% de nuestros problemas involucran de alguna manera una falla en la comunicación. ¿Cómo sé qué está pasando? ¿Qué está mal? ¿Cómo lo resuelvo? Atentos, querida lectora, querido lector: la vida puede y debe ser más tranquila. Sólo hace falta dedicarle a nuestra comunicación un poco de tiempo. El ser humano no puede evitar comunicarse: todo contacto suyo con otro ser animado implica comunicación, estando dormidos o despiertos, incluso cuando no nos queremos comunicar. El proceso es inevitable, irreversible y continuo, pero no siempre sale bien. ¡Y queremos que salga bien! De nada sirven las grandes ideas si no las comunicamos bien. Nuestro éxito en cualquier campo depende en buena medida de la calidad de nuestra comunicación. Es por eso que queremos que sea completa, clara, precisa, directa y oportuna. Si no es completa, sus omisiones pueden ser letales. Lo mismo ocurre cuando es borrosa o inoportuna. Hacerla directa nos ayudará a evitar modificaciones en su paso, como si jugáramos teléfono descompuesto. Para el Diccionario de la Real Academia Española (1992), el ruido es un “sonido inarticulado y confuso más o menos fuerte.” Sin embargo, para los comunicólogos, “ruido” o “interferencia” son palabras equivalentes a “barreras” o “perturbaciones” de la comunicación, esto es, a cualquier elemento que no permita que un mensaje llegue completo y claro de un emisor a uno o más receptores, cualquier cosa que afecta la nitidez o fidelidad con que este mensaje llega a puerto. Puede residir en cualquier parte del proceso comunicativo: en el emisor, el mensaje, el receptor (o quien escucha), el lenguaje, el ambiente o la retroalimentación. No obstante, para Mónica Rangel Hinojosa, autora del libro Comunicación oral: “La mayoría de los problemas en el diálogo se originan en el emisor”, o sea, en la persona que emite o exterioriza un
mensaje, en quien “habla”. He ahí nuestra responsabilidad cuando nos queremos comunicar: debemos cuidar todos los elementos que influyen en nuestro ánimo comunicativo. Agrego aquí una nota: entre el 60 y el 80% de lo que decimos no está en las palabras. Está en el tono, el volumen, el movimiento, el gesto, el uso del espacio. También ahí existe la interferencia. Pensemos no sólo en el contenido, sino también en cómo decimos las cosas. El ruido puede ser de muchos tipos: •
Físico, o externo: es el ruido que interfiere en el ambiente, por ejemplo, que alguien tenga la música muy alta mientras le hablo.
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Fisiológico: el que ocurre por problemas de salud. Es indispensable estar en las mejores condiciones para comunicarse.
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Psicológico: cuando cualquiera de los individuos involucrados está pensando en otra cosa o tiene serios prejuicios sobre el tema a tratar.
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Semántico: cuando las palabras que uno usa son incomprensibles para el otro. ¡No se ponga dominguero!
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Técnico: cuando la máquinas (teléfono, Internet, micrófonos) no son usadas de manera óptima.
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Jerárquico: cuando nos saltamos jerarquías. A nadie se le ocurriría darle órdenes a su jefe… ¿o sí?
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Por último creo que vale la pena agregar el ruido por incapacidad de atender a la retroalimentación, cuando no nos damos cuenta de que el otro está reaccionando mal a lo que decimos y aún así seguimos hablando.
¿Qué debo hacer si sufro de alguno de estos? Lo primero, por supuesto, es localizar mi problema: tengo que pensar objetivamente y decidir cuál de estos ruidos está ocurriendo y dónde reside. ¿Hablo claro, con suficiente volumen, en las condiciones adecuadas? ¿Me están escuchando? ¿Uso el lenguaje apropiado? ¡Recuerde que el mensaje, entre más sencillo, mejor! Piense en su interlocutor. Si ya localicé mi problema, ¿cómo lo resuelvo? Propongo que siga tres pasos: la reflexión, la práctica y análisis. Hay que invertir tiempo en pensar sobre nuestra
comunicación: ¿qué puedo mejorar? ¿Cómo? ¿Puedo sólo o necesito un asesor, o un curso? ¿Mantengo la cabeza fría ante el problema? ¿Sé involucrar un razonamiento lógico en lo que comunico? ¿Y una emotividad mesurada y justa? Si se trata de mejorar el funcionamiento de mi empresa o mi hogar, las mismas preguntas son aplicables, pero para el total de los participantes. No está de más detenerse en conjunto a pensar sobre estos temas. Cuando paso a la práctica, debo hacer dos cosas. La primera será arreglar el problema y la segunda aplicar lo que aprendí. Los humanos nos comunicamos todo el tiempo, pero la comunicación que crece en efectividad es aquella que se ejerce con plena conciencia. Habrá que pensar antes de actuar y hablar siempre de la manera más eficaz para la situación. El análisis, por último, es un proceso constante que me lleva a hacer permanente la reflexión. Hay que reservar un momento en el día para pensar en lo que hice y cómo me fue. Hay que leer sobre comunicación, asistir a capacitaciones, interesarse. Todo el propósito de este proceso es que no volvamos a desesperar. Podemos tener una vida feliz, llena de éxitos comunicativos: obteniendo de cada acto de comunicación aquello que deseamos. Así, querida lectora, querido lector, ponga en práctica estos consejos: disfrute de sus frutos, ¡y sea feliz! Para saber más: Héctor Maldonado Willman. Manual de comunicación. Addison Wesley Longman, México, 1998. Rudolph F. Verderber. Comunicación oral efectiva. 11ª edición. Internacional Thomson Editores, México, 1999. Mónica Rangel Hinojosa. Comunicación oral. Trillas, México, 1999. Asesorías en Comunicación Efectiva, teléfono 55443529.
Epígrafe:
“El camino más transitado en la conquista de los avances de la raza humana es el de la comunicación” Fuhed Súcar Súcar, maestro de oratoria mexicano-libanés, autor de El arte del pensamiento, el don de la palabra
Cajas de texto: “Quien entiende las palabras entiende los hechos.” Marco Terencio Varrón, político romano, siglo III a. C. “Que la acción corresponda a la palabra, la palabra a la acción.” El Príncipe Hamlet, en la obra homónima de William Shakespeare (estrenada en el año 1600).