Dedicatoria Dedico este escrito a todas las personas que difaman la escritura. Me inspiro cada día más gracias a sus comentarios.
Contenido
Entre golpes y paredes Cubículo 4 Alejandro Cosas comunes
Prólogo
¿Qué se hace cuando no tienes salida? ¿Qué busco cuando no existe la realidad? ¿A dónde pertenezco cuando todo lo que puedo entregar de mí me lo han quitado? Ya no soy nadie, cada día me hundo más. Soy, sin duda alguna, un esperpento.
I Entre golpes y paredes
Estaba totalmente desesperada con el mensaje que estaba escrito en el pequeño papel. Quizás sea una idea mía, pero no sé qué pensar. Decía: ‘’Muy hermosa, a pesar de todo’’. Puede que sea un estudiante pícaro y maleducado o también podría tratarse de mi secuestrador. Debía ser positiva y pensar que sería únicamente un cumplido de algún alumno impactado con mi cambio. Sin embargo, fueron tantos los momentos de desdicha, que no puedo concebir de una buena manera el pequeño pedazo de papel que se parecía a las pistas de mi verdugo. Aún con un poco de inseguridad, me dirijo hacia el estacionamiento. Allí pude encontrarme con Lucía quien se encontraba un poco dolida. La comida del restaurante en que habíamos comido el día anterior la había afectado. Me dijo que buscaría un remedio para calmar su dolor y luego me llamaría para concretar una visita. Ya me encuentro de camino a mi apartamento y estoy un poco preocupada, pues, necesito recibir el pago para la renta, realizar la compra, etc. Tendré que atrasarlo; acabo de empezar otra vez. La renta y todo se atrasará, llegando así, a un estado de recesión. Pero, sé que, al igual que la situación vivida, me levantaré. Recuerdo como mi madre me aconsejaba en cada situación de la vida, buena o mala. Cuando salía mal en algún curso
requerido
por mi departamento, me levantaba del abismo que estaba
cayendo. Ahora, me toca aplicar todo lo aprendido. Llegué a mi apartamento, abrí la puerta y sentí el calor conservado tras las paredes de mi guarida. Me quité la ropa, removí toda impureza y me encontré de frente con las fundas de mi almohada. Descansé un lapso corto de tiempo hasta que sentí la vibración de mi teléfono. Lucía me estaba llamando. Contesté alegremente luego de la siesta y escucho como su voz se encuentra muy opacada. Me comenta que quisiera estar conmigo y compartir un buen tiempo juntas, pero necesita descansar para componerse. Al día siguiente ofrecía una prueba comprensiva del nivel de maestría y doctorado a los candidatos que tenía el Departamento de Humanidades de la Universidad. Había perdido todo el día preparando los salones, según me contó. Sin más, acepté tal noticia y me decidí por acostarme otro rato más. A la hora, recibo nuevamente la llamada de ésta comentando que sí vendrá porque siente que sus síntomas han desapareciendo paulatinamente. Mientras, me arreglo y pongo a hervir agua para alentarla con té. Cuando al fin termino, sonó la puerta.
Tardé un poco en terminar lo que tenía pautado para brindarle a mi amiga Lucía. Quería, además de mejorarla con un té, recibirle con unas galletas nutritivas que, de segur le harían bien en su sistema afligido. Sin embargo, me alcanzó el tiempo y ya ésta estaba varada a la entrada de mi
lugar. Me dirigí rápidamente para recibirla y observar cuidadosamente el semblante que prometía una demacrada cara. Abrí rápidamente y no pude observar
nada
más.
Al
cabo
de
segundos,
comencé
a
gritar
desesperadamente, pero la palma de una mano desconocida me impedía expresar mi terror hacia los vecinos. Me empujaron hacia mi habitación, me amarraron a mi cama. Sí, hablo en plural, porque sentía muchos pasos y movimientos simultáneos sobre mí. En eso, me remueven la venda y cuando alcanzo a enfocar claramente, veo a mi amiga del lado de un señor robusto y fuerte. Le grité y le pregunté qué había pasado. No me contestaba. De pronto, el hombre se acercaba a mí y me decía: ‘’ Tan fácil te escapaste; así mismo sufrirás’’. Sentí como cada parte de mi cuerpo se quebraba ante los gemidos de dolor que emitía Lucía. Estaba siendo sometida a los asquerosos y sucios mandatos del verdugo que, sin duda alguna y sin recordarme de su rostro, sentía reconocer. Él estaba feliz, estaba como si hubiese recibido un trofeo por su malévola hazaña. No tenía ninguna idea del sufrimiento que me hizo pasar, pero yo sé, que en algún momento de su vida él sufrirá igual o más que yo. Es cuestión de comenzar una rebelión, una venganza, algo que funcionara en pos de su cometido. Lo dificultoso se ve expresado en la interrogante de la manera en que lo lograríamos, pero sé que Lucía y yo nos mantendremos al tanto, aunque quizás, tanto optimismo ya no nos servirá para nada.
En fin, la primera cosa que pude ver, luego de su rostro tapado, era que estaba recogiendo la cocina. Parecía como si fuese a cambiar su centro de ataque. No quería interrumpir su hazaña gritando, pues no me había tapado la boca. Pero creo que debo arrastrarme hacia el lugar donde se encuentra Lucía, muy pegadita a la puerta de entrada del balcón de mi cuarto. Comencé a deslizarme como un gusano, mientras tenía las manos totalmente amarradas. Parecía que le importaba poco, pues sonreía a la vez que me observaba con su máscara puesta. Llegué hasta donde estaba mi amiga y la imagen que alcancé a observar era totalmente desgarradora: el rostro de mi amiga tenía un sinnúmero de tajos profundos; sus labios estaban cortados por la mitad, como si le hubiese hecho un diseño de cerámica en el rostro. Apenas podía hablar ante tanto dolor, ante tanto sufrimiento. ‘’Amiga… ¿cómo?’’, alcancé a decirle entre lágrimas. Ella lo que hacía era escupir sangre mientras intentaba hablarme. De pronto, al voltear mi rostro, me arremete con una cacerola pequeña en la frente. Comencé a gritar como una frenética, pero nuevamente me pegó fuerte en el pómulo izquierdo. Caí desvanecida al lado de mi amiga. Él lo que hacía era llamando a alguien por su teléfono móvil. Sólo alcancé a escuchar: ‘’La tengo, pero la otra es mejor tenerla de secretaria, su rostro es un asco’’. Y al fin, pude notar que éramos parte de un plan detallado, él conocía todo lo que
hacíamos y cómo lo hacíamos. No puedo contener tanto desespero. Y ahora, ¿qué?
II Cubículo 4 Me levanté en un lugar que había visto hacía un mes. Era mi antiguo cubículo, el cuatro. Todo lo desastroso se apoderó de mi persona mientras intentaba recuperarme de los fuertes golpes a los que fui sometida. Me
mantuve en alerta y en pos de guerra, para construir mi escudo de fuerza interna. De pronto, tocaron a la puerta suavemente. Miré mi ropa, mientras seguían tocando. Estaba vestida como antiguamente me vistió el marica que tenía que reconocer como jefe. Abrí la puerta y rápidamente tapé la boca de mi cliente. Primero que todo le pregunté por su nombre. Se llamaba Alejandro de la Cruz. ‘’Alejandro de la Cruz, pláceme decirte que, así como te metiste y pagaste por recibir mis servicios, así mismo comenzarás a desvestirte para prestarme tu sucia y estúpida ropa de viejo enfermo’’. Me sonrió como si jamás hubiese lidiado con una mujer fuerte, como si su vínculo con la sociedad femenina fuera puramente de machismo. En eso, tomé el cuchillo que había guardado fielmente bajo mis medias, desde el momento en que escapé por primera vez de las entrañas de la prostitución obligatoria. Lo tomé por el cuello y lo dirigí hacia la pequeña pared de madera que estaba al pie de la pequeña cama de la lujuria asquerosa. No sabía reconocer de dónde había sacado tanta fuerza, pero la saqué para poder apuntar mi cuchillo al cuello, además, para pegarlo contra la pared que mencioné. Una vez en esa hazaña, le dije que si no me hacía ese favor, tendría que pagar con su vida. Y es que lo más que me llenó de toda esta situación, fue su cobardía y su carita de niño mimado buscador de vaginas, de esas personas enfermas que les enseñaron a masturbarse desde los diez años con toallas. De esas personas malévolas que le educaron mirando cuerpos de lujo, vaginas excelentemente cuidadas, al igual que los cuerpos que los poseían;
penes gigantes, como si nunca hubiesen pasado por una bomba de erecciones; posiciones imposibles, de esas en que penetraban a la mujer en las situaciones más desastrosas. Así me imaginaba yo a ese tal Alejandro. Un pendejo común, un ente ridículo de la sociedad. En fin, y reconociendo mi prepotencia, me entregó su ropa. Me desvestí y le puse la mía, entonces, tomé la de él. Le dije que hasta que no tuviera una señal mía, no saliera del cubículo, o iba a ser su último día al enterarse de que le falló. La verdad es que no sé cómo le haría si se escapara, pues estaría ensimismada en otros pleitos por conseguir a mi amiga, pero algo le haría a ese patán, eso lo aseguro.
Salí del cuartito oscuro y me puse a mirar los lugares que estaban a mí alrededor. Había cambiado un poco, pero era la esencia de putas la que nunca se iba a largar de ese tenebroso lugar. En fin, busqué en la recepción, para ver si encontraba a mi amiga. Pensé que allí la encontraría, pues, él había amenazado con contratarla como secretaria al tener un rostro tan feo. Alcancé a mirar a la pequeña mesa de la entrada, allí estaba ella. Corrí silenciosamente e intenté levantarla de su pena. Me reconoció y comenzó a llorar. Le pedí que se calmara, teníamos que hacer todo de la mejor manera. Mi bombillo se prendió al ver que no había un hombre de recepcionista, sino mi amiga. Entonces, busqué al Alejandrito y le pedí que me condujera hasta su auto o camioneta, para que nos llevara hasta el lugar que le pidiéramos.
Él asintió con la cabeza y salió vestido en su ‘’baby doll’’ color rosa y negro. Parecía un travesti, de esos que cantaban e imitaban artistas famosos en los clubes nocturnos. Yo recuerdo haber visto varios, pues tenía una amiga que, excelentemente, imitaba a un cantante español muy reconocido, Bisbal. Ella era excelente vistiéndose de hombre y logrando tal hazaña de imitarlo. En fin, y volviendo a la realidad que me rodeaba, corrimos sin ningún rastro de recepcionista. Y es que resultó tan irónico, ya la primera noche estaba planeando mi escape, ya le había cogido el truco a este estúpido de pueblo.
Nos montamos en su camioneta y nos dirigimos hacia la entrada en donde había unos guardias que protegían muy bien el portón. Logramos escondernos muy bien, con tal de que no nos vieran. Y al fin, lo logramos, salimos del lugar nuevamente. Pero no fue al poco rato que un automóvil nos corría a toda velocidad el rastro. Venía disparando seguidamente y no teníamos manera de regresar al lugar del que habíamos escapado. La verdad es que tampoco queríamos volver. ¿Quién querría volver a ese lugar? En eso, Alejandro tomó un atajo y nos preguntó:’’ ¿Qué carajo son ustedes? ¿Son ustedes agentes encubiertas o qué? ¿Por qué carajos me sigue el jefe de ese grupo de prostitutas que me recomendaron?’’.
Pero al fin,
y sin
contestarle ninguna pregunta, sólo le pregunté: ‘’¿Cómo se llama tu jefe?, exaltadamente. En eso, Alejandro me dijo: ‘’Ese tipo se llama Bryan, un reconocido funcionario del sistema de instrucción educativa’’. Mis vellos se
paralizaron totalmente ante tal descripción. Ese tal Bryan fue mi novio en la escuela secundaria y claro, ¿cómo no acordarme de él? Ahora, todas las ideas llegaron a mi mente, podía ver claramente todo lo que había sucedido aquella noche. Yo estaba supuesta a encontrarme con él, a volverlo a intentar luego de haber terminado los más altos niveles de estudio en este país. No puedo creer que haya sido él quien me tomara por el pelo para hacerme tan triste y tan feliz a la vez. Luego de haberle demostrado cuánto lo amaba. No puedo creer que aún guardara el rencor por no haberle dicho que tenía que marcharme por unos días de mi país, hacia el lugar en que me habían criado, pues uno de mis abuelos estaba mal de salud. La verdad es que era muy posesivo y, sobre todo, muy celoso con todas las cosas que hacía. Pero yo lo amaba, ¿cómo se atrevió a hacerme eso? Con todas las pruebas de amor que había gastado por él. Tantas preguntas llegaron a mi mente, pero a la vez, no podía contener las lágrimas, pues, aparte de todo, y luego de haber hecho tanto, aún disparaba contra la camioneta.
III Alejandro Avanzamos entre los disparos. Logramos perderlo de vista y, gracias al conocimiento del camino, Alejandro nos sacó y nos llevó hasta su covacha, cerca de la ciudad, pero a la vez alejada. Era prácticamente un punto medio entre el espacio rural y urbano. Tenía un buen lugar, una casa cómoda, bien parecida a la de mi abuela. Alejandro era un hombre de negocios bien conocido en todo Madrid. Era él quien había fundado el Centro de Investigación en Lingüística Aplicada; gracias a ese lugar pude conseguir mis primeras experiencias de trabajo, mis primeros pasos los di en ese lugar. Alejo, como yo le conocía, tenía problemas de orientación sexual según sus colegas. Desde que comencé a colaborar con su causa, yo era compañera de trabajo de su novio; o sea, estoy hablando seriamente, tenía
un novio. Sin embargo, al parecer está envuelto en prácticas bisexuales, pues, verdaderamente tenía ganas de hacerlo con una mujer. En fin, cuando por fin mi mentalidad dejó de correr, acoplé las ideas a lo que había sucedido. El dueño de la casa me mandó a buscar todas las toallas que quisiera para bañarnos. Me mandó hasta un lugar muy oscuro, lejano al ala principal en donde nos íbamos a quedar. Fui y las tomé, pero primero quería encontrar un botiquín para limpiar la cara de Lucía. Al lado del armario de cosas para el baño, estaba un pequeño gabinete. Era lo que buscaba. Limpié la cara de Lucía. Removí cada correntía de sangre que bajaba por su rostro. Luego, tomé una venda y comencé a rodear su cabeza, pues, yo sé muy bien que ella no querrá mostrarse así por un tiempo. En eso, le quité la ropa, la deseché en el zafacón del baño, que era muy grande. Yo también me despojé de los tapujos y me metí en la pequeña tina que tenía Alejandro en el lugar. Al sumergirnos, sentía las piernas de Lucía rosando mis aparatos pudendos. La verdad es que no puedo negar que se sentía bien. Pero, ¿en qué diablos estoy pensando? Ignoré tal acción y comencé a pasarle el jabón a Lucía. Yo hacía mi parte, pues no estaba inválida como ella. Terminado este momento, nos secamos y buscamos ropa entre los lugares de la mansión. No me importaba si era una camisa grande, simplemente quería taparme los senos, pues, no quería terminar lo que había empezado con Alejo en el prostíbulo.
Caminamos y caminos hasta encontrar lo que deseábamos. Al finalizar, bajamos, ya que él nos estaba esperando con una comida. Mientras bajábamos las escaleras escuché un ruido muy fuerte. Bajamos las escaleras agitadas, pues era extraño. Entonces, no topamos con la realidad: estaban golpeando a Alejandro. Salimos corriendo hacia la parte de arriba. Movimos todo lo que estaba a nuestro alrededor, otras cosas las tirábamos para impedir el paso. Corrimos y corrimos hasta encontrar una salid alterna. Tomamos un pequeño camino que conducía a un pequeño bosque detrás de la casa. De pronto tropezamos.
IV Cosas comunes
Nos escondimos tras las puertas de un garaje. Los desconocidos se fueron. Volvimos hasta la casa y buscamos a Alejandro. Estaba totalmente destrozado. Nos contó que eran del prostíbulo, gente asquerosa que venía en búsqueda de sus adquisiciones. Ayudamos a que se levantara y a que tomara un poco de color su rostro. Lo limpiamos, buscamos unos analgésicos y luego, lo acostamos a dormir. Parecíamos nanas cuidándolo. Sin embargo, considero que esto es poco por ayudarnos a escapar. Ya era tarde en la noche y tomé el teléfono de la casa para llamar a mis padres. No me importaba nada, quería que supieran que estaba a salvo, quería contarles lo que sucedió esa noche. Al contestar, el grito de mi madre
fue estruendoso; retumbó por el apartamento el quejido de mi progenitora. Intenté calmarla y decirle que ya todo estaba bien. Le expliqué que sólo me bastó una noche para poder conseguir la libertad. Al parecer, eso la calmó. Mi astucia la consoló un poco. Luego de eso, le colgué y le advertí que se mantuviera al tanto de todas las puertas de la casa, pues, no quiero sorpresas cuando regrese a visitarlos. Cuando hablé de visitarlos, mi mente corrió. Creo que es una buena idea irme a vivir con mis padres por un tiempo. Al menos hasta que la maldad se difumine entre los campos. O por lo menos hasta que consiga trabajo en otro lugar; apartándome de la realidad que guardaba mi sufrimiento.
Amaneció y era el Sol quien violaba mis ojos. Estaba ultrajando mi mirada, tal como hacían los enfermos que iban al lugar. Verifiqué a Alejandro y a Lucía. Ambos estaban destrozados, sin fuerzas, sin ganas de seguir el camino. Por lo menos ellos no sufrieron todo lo que yo. Gracias a Dios su desastre les tomó una noche; a mí me cohibieron las esperanzas lentamente en un tiempo. Y la verdad es que no sé cómo sigo de pie, varada en los desastres.
Levanté a Alejandro para preguntarle si quería que le preparara café. Asintió con la cabeza. Hice lo mismo con Lucía. Contestó igual que Alejandro. Bajé las escaleras y me sentía como en fiesta de desconocidos: no encontraba nada de lo que buscaba. La casa era muy grande para poder encontrar lo que quería. Cuando al fin lo encontré, no sabía cómo encender la cafetera. Al parecer, este chico es muy tecnológico y de alta sociedad. La máquina que hace el café sobrepasa la cantidad de euros que gano por un día. Varios intentos fallidos precedieron el café que preparé. Culminé y llevé el menos desastroso a cada uno. Alejandro lo escupió, Lucía lo rechazó. ‘’¡Qué desastre!’’ , dijo Alejandro. Mi cara de vergüenza atravesaba las ventanas. Sin embargo, una carcajada se echó y dijo: ‘’Era de esperarse. Vives en un mundo de letras e historia. Al menos sabes hacer algo bien, enseñar’’. Me largué del cuarto un poco decepcionada de mis artes culinarias. Pero le doy la razón a Alejandro, nací para enseñar.