Secretos

  • May 2020
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  • Words: 862
  • Pages: 5
SECRETO S P.J. RUIZ

2009

Las constantes temperatura y humedad delataban que ahora debían estar a gran profundidad, quizás ya bajo las aguas del estrecho, y desde luego a kilómetros de aquella herrumbrosa puerta de hierro camuflada en un promontorio cercano a Barbate, una puerta remachada que era imposible ubicar con un simple análisis visual, pero en la que aun se distinguía claramente el relieve singular de un ojo inquisitivo que parecía mirar desde más allá de la noche de los tiempos.

El aire soplaba cada vez más enrarecido en las fosas nasales, pero aquel hombrecillo encorvado y sudoroso que encabezaba el trío de sagaces entrometidos seguía avanzando sin pausa para llevar a sus improvisados clientes al lugar que les había contado en la superficie, demostrándoles que conocía verdades que a otros eran sólo mitos. Debido a su forma de caminar más bien parecía uno de los enanos de Tolkien en la soledad de aquellos extraños laberintos perdidos, lo cual parecía a ambos hombres un símil

acertado, dada la situación, pues a fin de cuentas podrían encontrarse en el corazón de la misma Moria, que no debía ser muy diferente. ¡Quién sabe de donde sacó Tolkien sus ideas, al fin y al cabo!

Con extremo cuidado, siguieron penetrando en las galerías cristalinas llenas de luz verdusca que los alejaba cada vez más del mundo al que pertenecían, acercándolos a quién sabe dónde, y olvidando por momentos el acogedor entorno al que pertenecían, con su sol dorado y las lunas blancas, aquí sustituidas por milagrosa ciencia en un resplandor anómalo, frío, que erizaba los cabellos, emergente desde la vitrificación perfectamente pulida que cubría la roca. El suelo era también del mismo material, pero pese a su aspecto helado no resbalaba, y la ausencia de escombros o polvo era total desde hacía mucho, como si el lugar hubiese sido barrido instantes antes de su paso. Realmente lo que ocurría es que no circulaba el polvo por allí debido a la estanqueidad total del túnel.

De pronto, lanzando una exclamación característicamente vulgar, propia de la zona, el guía, tras pasar una especie de arco pétreo que daba a un pasaje más amplio, se detuvo y los miró. Delante de él se abría una gran caverna, un lugar en el que el sendero se reducía a un caminillo angosto pegado a la pared derecha, fronterizo por su izquierda con un acantilado radiante que fulguraba dejando vía libre a la oquedad, que tomaba proporciones catedralicias. Al fondo de nuevo la cueva artificial seguía avanzando después de dejar atrás el ensanche. Finos hilos de agua rezumaban desde elevadas alturas provocando en su caer reverberaciones que transmitían miedo, pero lo que impresionaba era lo que el guía señalaba con su índice, y que mostraba revelados secretos antiguos inconfesables y absolutamente increíbles para la tibia sociedad de arriba.

Sí, los hombres vieron que allí estaban tal como les había dicho, y desde luego eran centenares. Conservados de manera extraordinaria, posiblemente por la extraña humedad, los esqueletos yacentes de montones de seres de aspecto humano y tamaño grotesco llenaban la sima hasta casi el sendero colgado de

la pared en el que estaban los dos estudiosos, absortos sin poder aún asimilar la realidad de cuanto el hombrecillo les estaba mostrando. El depósito tenía más de treinta metros de altura, y podía tratarse de una medición bastante conservadora, lo cual significaba que había allí muchísima muerte amontonada.

Después de observar detenidamente la escena, Frasco llamó la atención sobre el hecho de que muchos de aquellos cráneos presentaban orificios circulares, la mayoría en la frente.

-

¡Disparos!

-

¡Estás de broma, Frasco! – dijo Ricardo. Su amigo le miró serio mientras se agachaba.

-

Hace tiempo que dejé de bromear sobre cadáveres. En urgencias he visto bastantes de esos, créeme. Un médico allí se encuentra con muchas balas incrustadas al cabo del año, y eso son disparos. Muchos de ellos atravesaron los cráneos. ¿Lo ves? – dijo manipulando uno, que se desprendió fácilmente de sus cervicales. El hueso frontal estaba atravesado limpiamente por algo que destrozó en su salida la parte posterior. – No sé decirte cómo ni cuando, pero estos seres, sin duda alguna, fueron ejecutados… sacrificados.

-

Pero… Este lugar debe de tener….

-

Sí, Ricardo. Miles de años. Lo sé.

-

Antonio, ¿qué es esto?

-

Es el Fuala Hapirdu – dijo lacónico el pastor que los había guiado por trescientos miserables euros hacia lo que parecía ser uno de los secretos más grandes que se esconden debajo del suelo. No sabía lo que aquellos dos esperaban encontrar, pero sí se daba cuenta de que, una vez allí, no había por qué callar lo que con tanto mimo se había transmitido de padres a hijos en su aldea. Ahora sí que le creían, sí.

-

Fuala Hapirdu… Nunca lo oí antes ¿sabes lo qué significa? – El hombrecillo se detuvo pensando antes de levantar la mirada de la pila de huesos y mirar de frente a Ricardo. Habló con un rostro más ensombrecido de lo habitual.

-

Significa… “cementerio de los obreros”

Los dos hombres se miraron con una horrorosa certidumbre de complicidad antes de comenzar a usar sus cámaras.

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