Santa Rosa

  • May 2020
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Para entender a Santa Rosa En la década del '20, Santa Rosa fue descripta por un anarquista como una ciudad de "presupuestivoros, aves negras y socialistas que creen en los espíritus". Es decir, los que ya vivían colgados del presupuesto estatal, los abogados y los curiosos socialistas que eran, a la vez, espiritistas. La descripción carece de todo el romanticismo que le solemos dar a nuestras evocaciones de ocasión, en las que resaltan los episodios que convierten la historia en una gesta épica. Conviene discernir mejor qué fue aquello que ocurrió, aquello que "nos" ocurrió, para entender mejor el presente. Hay una tradición laica, de solidaridad y de lucha en la provincia de La Pampa. Una tradición que no proviene de esos modestos próceres de la historia oficial que llamamos "pioneros", sino de la lucha de clases pura y dura. La historia comienza con un pueblo originario invadido y asesinado por la voraz burguesía de Buenos Aires, que despachó sus tropas para perpetrar el segundo genocidio, luego del cometido por los españoles en nuestro país. Una clase social se apropia de las tierras, instala sus negocios y domina, controla y explota a la población. Lo que se desarrolla a partir de entonces, es el drama social de siempre: la lucha entre opresores y oprimidos. La llegada de inmigrantes en busca de trabajo, el aporte de las ideas socialistas y anarquistas que trajeron y los conflictos que generaba la lucha de clases, produjeron multitud de episodios que fundaron una identidad que desde entonces venimos construyendo. Es en este marco en el que se desarrolla la historia de Santa Rosa. Sobre tierras robadas, dirigida su fundación por el espíritu patronal y castrense, convertida en capital mediante una trampa, que a la postre resultó criminal, habida cuenta de las aguas contaminadas con arsénico y fluor que los habitantes consumimos -y muchos aún consumen- durante larguísimas décadas. La lucha por la educación y la cultura, corrió paralela con las luchas por la justicia social. El capítulo de la fundación de la cooperativa de servicios públicos es una gesta interclasista que mostró la potencialidad de la unidad popular, pero también demostró la insuficiencia del cooperativismo para resolver el problema de la justicia distributiva. Esta construcción social de años, sentó una tradición de corte democrático-burgués, que relativizó las injusticias sociales -aunque aflorarán las protestas-, para priorizar un cambio administrativo dirigido a romper la dependencia directa del poder político de Buenos Aires. La provincialización fue el objetivo de progreso que se planteó la provincia y Santa Rosa se convirtió en la punta de lanza. La ausencia de proletariado industrial suaviza las contradicciones de clase en el seno de la sociedad santarroseña. El aluvión de nuevos residentes que podemos situar a partir de 1980, le cambia dramáticamente el carácter a esa identidad que se venía forjando. El compromiso ciudadano con la memoria es menor, porque un altísimo porcentaje de habitantes no tiene sus raíces familiares hundidas en La Pampa.

Pero la lucha de clases sigue estando. Como memoria y como presente. Opresores y oprimidos siguen existiendo. En épocas anteriores, los vecinos tenían una presencia importante en las decisiones políticas, pero hoy una corporación que gobierna en su nombre ejerce un poder omnímodo desde hace décadas. El discurso de lo "popular" fue hegemonizado por el peronismo, y su demagogia y paternalismo volvió dóciles a las masas que lo apoyan. El discurso opositor, "democrático", fue hegemonizado por clases sociales que sólo le cuestionan métodos, formalidades y ritos al peronismo, pero no los asuntos de fondo, como la propiedad de los medios de producción y de cambio. Para entender a Santa Rosa hay que despojarse de la historia oficial, idílica, romántica, de los "pioneros", y hablar de lucha de clases, de explotadores y reaccionarios como Luro, Anzoátegui, Capdevielle, Larraburu, Saran, la Guatraché Land Company, Estancias y Colonias Trenel. Y también de La Anónima -los cazadores de pobladores originarios-, de Carrefour, de Wal-Mart, de las siniestras entidades bancarias, de sociedades anónimas terratenientes que están arruinando el medio ambiente con sus feed lot, de los represores genocidas que aún están libres y entre nosotros. Si tratamos de entender a nuestra ciudad desde este punto de vista, nos daremos cuenta de que hay cambios necesarios, que los trabajadores tienen que encabezar ese cambio, y para ello deben liberarse de la humillación y dependencia cotidiana a que los someten las clases dominantes a través de sus partidos y caudillos. En la memoria popular están las huelgas agrarias, la gesta cooperativa, la huelga salinera, la resistencia a la dictadura. En la recuperación de esta historia estará nuestra fuerza y nos servirá para identificar al enemigo y elegir los mejores caminos a seguir. Daniel C. Bilbao

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