San Juan Bautista
Precursor del Mesías. El sobrenombre de Bautista le proviene de su ministerio. Nacido, según algunos, en Judea, pueblecito de Judea; según otros, en Hebrón. Sus padres fueron Zacarías y Elizabeth, prima de la Santísima Virgen. — Fiesta: 24 de junio. Misa propia.
Es ciertamente una fiesta alegre y popular la del Bautista. En ella parece cumplirse aún la palabra con la que el ángel anunció a Zacarías su venida al mundo: «Muchos Se regocijarán en su nacimiento»; y se regocijaron, en efecto, cuando éste tuvo lugar en las montañas de Judea, y se regocijan todavía en todo el mundo, veinte siglos después.
Fue Juan el Precursor de Cristo, el que vino para preparar y alumbrar los caminos del Señor; por esto la Iglesia celebra su nacimiento, como celebra el de Jesús, distinguiéndolo en esto de los demás Santos. Y con este fin, en el día de su festividad, ha puesto en la Misa esta preciosa perícopa evangélica, que magníficamente nos muestra su predestinación divina
«A Isabel, se le cumplió el tiempo de su parto y dio a luz un hijo.
»Y se enteraron sus amigos y parientes de que el Señor había usado con ella de gran misericordia, y le daban el parabién.
»Y aconteció que al octavo día vinieron a circuncidar al niño, y le llamaban con el nombre de su padre, Zacarías; intervino su madre, diciendo: No, sino que se llamará Juan. Dijéronle: Nadie hay de tu familia que se llame con ese nombre. Hacían señas a su padre sobre cómo quería que se llamase. Él, pidiendo una tablilla, escribió en estos términos: Juan es su nombre. Y se maravillaron todos. Abrióse su boca de improviso, y su lengua quedó expedita, y hablaba bendiciendo a Dios. Y se espantaron todos los que vivían en su vecindad, y en toda la montaña de Judea se divulgaban todas estas cosas, y todos los que las oían las guardaron
en su corazón, diciendo: “¿Qué será, pues, este niño?”. Porque, a la verdad, la mano del Señor visitó y rescató a su pueblo..”.
»Y Zacarías, su padre, fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó diciendo: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque visitó y rescató a su pueblo...”».
¡Precursor de Jesús! Precursor es el que precede, el que va delante de otro para anunciar su inmediata aparición. Los profetas entretuvieron a la huérfana humanidad, delineando a grandes rasgos la hermosa figura del Redentor; crecía cada día el ansia por la llegada del Mesías y avivábase la confianza.
Juan el Bautista anuncia a Cristo no sólo con palabras, como los otros profetas, sino especialmente con una vida análoga a la del Salvador. Nace seis meses antes que Él; su nacimiento es vaticinado y notificado por el ángel Gabriel, como el suyo, y causa en las montañas de Judea una conmoción y regocijo semejantes a los que debían tener lugar poco después en las cercanías de Belén.
El nacimiento de San Juan Bautista es un prodigio, porque no fue obstáculo para él la ancianidad y esterilidad de Isabel, como no lo fue a María su purísima virginidad. En vida oculta y escondida consume los treinta primeros años de su existencia; nadie sabe de él, ni de él nos hablan los evangelistas, como tampoco nos hablan de Jesús en aquel mismo período, en que quedan ambos como eclipsados.
A los treinta años salen ambos: uno de su retiro de Nazaret, otro de sus soledades del Jordán; pero Juan, conforme a su oficio de Precursor, sale antes que Jesús.
Truena su voz en las márgenes de aquel río, síguenle las turbas, incrépanle los fariseos... Él habla con libertad a los pobres y a los poderosos. Hay quien le cree el Mesías. Hay quien escucha su voz como la Buena Nueva prometida, cuando en realidad no es más que su prólogo. Bien claro Juan lo afirma: «Está para venir otro más poderoso que yo, al cual yo no soy digno de desatar la correa de su calzado».
Pronto se extiende el renombre de su virtud, y aumenta la veneración del pueblo hacia él; los judíos acuden para ser bautizados, enfervorizados por sus palabras. Mientras predica y bautiza anuncia un bautismo perfecto: «Yo bautizo en el agua y por la penitencia, y el que vendrá, en el Espíritu Santo y el fuego».
Y cuando Jesús se acerca al Jordán para ser por él bautizado, Juan no se atreve a hacerlo. «¿Tú vienes a mí, cuando yo debería ser bautizado por Ti?» Mas Jesús insiste, y le bautiza entonces.
Encarcelado por Herodes Antipas por haberse atrevido a reprimir y censurar su conducta y vida escandalosa, le llega la noticia de que Jesús ha empezado su ministerio público. Jesús, por su parte, en su predicación asegura a los judíos que entre todos los hombres de la tierra no hay un profeta más grande que Juan.
Se ignora cuánto tiempo pasó en la cárcel. Aconteció que con motivo de una fiesta en celebración del nacimiento de Herodes, cuando el vino y los manjares y las danzas exaltaban a todos, Salomé, hija de Herodías, esposa ilegítima del rey, bailó ante Herodes. Entusiasmado éste, prometió darle cuanto pidiera, aunque fuese la mitad de su reino. Instigada por su madre, pidió Salomé la cabeza del Bautista. Herodes, no osando faltar a su palabra empeñada ante todos, ordenó fuese traída la cabeza de Juan, la cual en una bandeja fue presentada, efectivamente, a Herodías por su hija. Sus discípulos recogieron el cuerpo del Bautista y le dieron sepultura...
Las alegres fogatas que en la noche de la vigilia de San Juan coronan las montañas y alumbran nuestras calles y plazas, no parecen sino un reflejo, que pasa a través de los siglos, del popular alborozo con que fue saludado por los vecinos de Judea el nacimiento de uno de los santos más populares de la Iglesia.
San Juan Bautista (s. I d.C.) Jefe de una secta judía emparentada con los esenios. La tradición cristiana lo considera el precursor de Jesús. Los esenios eran una de las muchas sectas judaicas de la época, como las de los saduceos, fariseos y celotes, que esperaban la llegada de un Mesías. Entre los esenios había un grupo, llamado de los bautistas, que daba gran importancia al rito bautismal. Gracias a los Evangelios se conoce la historia del grupo liderado
por Juan Bautista, que llevaba una vida ascética en el desierto de Judá, rodeado por sus discípulos. En sus predicaciones, que tuvieron gran acogida por parte del pueblo, exhortaba a la penitencia, basándose en las exigencias de los antiguos profetas bíblicos. Jesús recibió el bautismo de Juan a orillas del río Jordán. El tono mesiánico del mensaje del Bautista inquietó a las autoridades de Jerusalén, y Herodes Antipas lo mandó encarcelar. Juan murió decapitado el año 28 d.C.
~ Juan el Bautista ~ Los Evangelios nos presentan con un cierto relieve la figura de Juan el Bautista. En los relatos de la infancia de Jesús el evangelista Lucas nos narra que Juan Bautista fue hijo del sacerdote Zacarías y de Isabel (Lc. 1:5) y que su nacimiento (1:13s.) e importante misión (1:16-18) fueron anunciados por un ángel. Juan 1:15-18 dice: «No beberá vino ni bebida embriagante y estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre.» La vida de Juan estuvo marcada por la oración, el ayuno, el silencio y la convivencia con sus discípulos (Hch. 2:4; 4:8, 31, etc.). En su circuncisión recibió el nombre de Juan y su padre lo enalteció como precursor del Mesías (1:67-79). La narración de Lucas pone el nacimiento del Bautista como medio año antes del de Jesús (1:36). Fundándose en una antigua tradición, mencionada por vez primera por el diácono Teodosio (De situ Terrae Sanctae) entre los años 520 y 530, algunos ponen el lugar de su nacimiento en Aín-Karín. En la narración sinóptica (Mr. 1:1-6; Mt. 3:1-6; Lc. 3:1-6), el Bautista aparece por primera vez en el desierto, donde predica el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados. Mt. 3:7-20; Lc. 3:7-9 nos cuentan el contenido de esa predicación y Lc. 3:10-14 también el de un sermón sobre los varios estados dirigido al pueblo; los tres sinópticos (Mr. 1:7s.; Mt. 3: lls; Lc. 3:15-18) nos transmiten su testimonio sobre el Mesías y e] bautismo de Jesús (Mr. 1:9s.; Mt. 3:13-17; Lc. 3:21s.). Juan bautizaba en el Jordán, en Betania (Jn. 1:28) o en Enón, junto a Salim (Jn. 3:23). Juan (1:19-28) cuenta el testimonio que el Bautista dio sobre sí mismo, negando ser el Mesías, pero declarándose precursor suyo; Jn. 1:29-34 nos habla de su encuentro con Jesús (cfr. Mr. 1:7s.; Mt. 3:11s.; Lc. 3:1517). Los evangelistas le ponen en relación cada vez más próxima con Jesús: después de contar las discusiones entre los discípulos de Juan y los de Jesús, Juan remite finalmente sus discípulos a Jesús, a quien debieran haber seguido. La aparición de Juan Bautista originó un creciente movimiento popular que Herodes Antipas miraba con grande inquietud (Ant. 18:5, 2), sobre todo porque Juan reprendía abiertamente el adulterio del tetrarca. Herodes hizo encarcelar a Juan (Mr. 6:17s.; Mt. 14:1s.; Lc. 3:19s.) y le mandó, por fin ejecutar (Mr. 6: 17-29; Mt. 14:3-12) Desde la cárcel, Juan había enviado a Jesús una embajada formada por algunos para preguntarle si efectivamente era el Mesías (Mt. 11:2-15; Lc. 7:18-30). Juan fue enterrado por sus discípulos. Estos discípulos, que él había reunido en torno suyo (Mt. 11:2; 14:12), usaban una fórmula propia de oración (Lc. 11:1) y practicaban el ayuno (Mr. 2:18). El bautismo de Juan es aceptado por Cristo cuando éste se hace bautizar por el predicador del desierto (Mt. 3:13-17; Mr. 1:9-11; Lc. 3:21-22). Consciente de su indignidad, accede a la petición del Señor a fin de que ambos «cumplan toda justicia». El Bautista habló de Jesús como el «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29, 35), y profetizó que él menguaría mientras Jesús había de surgir en su ministerio (Jn. 3:26-30).
Los seguidores de Juan el Bautista, fieles a su maestro, miraron con preocupación la creciente popularidad de Jesús (Jn. 3:25, 26); dos de ellos sirvieron de mensajeros cuando Juan sintió dudas acerca de Él (Mt. 11:1-5). Fueron los discípulos quienes enterraron los restos de Juan el Bautista (Mr. 6:29). Años después, en el transcurso de su misión, los cristianos primitivos encontraron en Asia Menor algunos seguidores de las enseñanzas de Juan el Bautista (Hch. 18:25; 19:1-7), que abrazaron la totalidad del evangelio al reconocer al Espíritu Santo. Eran doce en total y estaban en Efeso, juntamente con Apolos, cuando Pablo vino y les predicó la plenitud del evangelio.
Fuente:
~ Juan, Apóstol ~ Juan el apóstol era hijo de Zebedeo (Mt. 4:21) y de Salomé (Mt. 27:56; cfr. Mr. 15:40), hermano de Santiago el Mayor, de Betsaida, pescador como su padre (Mt. 4:21; Jn. 21:1-14) y familiarizado con la lengua de los pescadores. Sus padres eran acomodados: su padre tenía jornaleros a su servicio (Mr. 1:20), poseía por lo menos una barca (Mt. 4:21) y pescaba con red barredera, no a la manera de los pescadores pobres; su madre servía a Jesús con su hacienda (Mt. 27: SSs.; cfr. Lc. 8:3). Fue antes discípulo del Bautista (Jn. 1:25-40), y luego llamado por Jesús al apostolado (Mr. 1:19s.; cfr. Lc. 6:14). Juntamente con su hermano Santiago y Simón Pedro, Juan fue uno de los tres amigos íntimos de Jesús, testigos de su poder en la resurrección de la hija de Jairo (Mr. 5:37), de su transfiguración sobre el monte Tabor (Mr. 9:2) y de su agonía en el huerto de Getsemaní (Mr. 14:33). Con la frase «el discípulo a quien Jesús amaba», el cuarto evangelio se refiere, sin duda, a Juan (Jn. 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20): éste se reclinó, en la última cena, sobre el pecho de Jesús (Jn. 13:23) y a él Jesús encomendó su madre (Jn. 19:27). El sobrenombre de «Boanerges», o hijos del Trueno», que dio Jesús a los hijos de Zebedeo alude tal vez a su carácter impetuoso. Como los dos se veían preferidos por Jesús, creyeron, como su madre, que ocuparían lugar especial en el Reino de Dios; pero Jesús les predijo que beberían su cáliz (Mt. 20:20-23). El discípulo amado fue el único de entre los apóstoles que estuvo junto a la cruz de Jesús (Jn. 19:26). Juan era amigo de Pedro; era su compañero de pesca (Lc. 5:10); juntos recibieron de Jesús el encargo de preparar el cordero pascual (Lc. 22:8); probablemente fue Juan quien introdujo a Pedro en casa del sumo sacerdote, durante el interrogatorio de Jesús (Jn. 18:16); Juan es el único entre los apóstoles que estuvo junto a la cruz de Jesús (Jn. 19:26); Pedro y «el otro discípulo» se trasladaron juntos al sepulcro de Jesús (Jn. 21:20-23). Después de la resurrección de Jesús, también aparecen los dos juntos: en la curación del cojo de nacimiento (Hch. 3:1-11) y ante el sanedrín de Jerusalén (Hch. 4:13, 19). Los apóstoles enviaron a Pedro y Juan a Samaria (Hch. 8:14). En la lista de los apóstoles de Hch. 1:13 se nombra a Juan inmediatamente después de Pedro. Juan estaba en Jerusalén cuando fue allí Pablo, quien le cuenta entre las «columnas» de la Iglesia (Gá. 2:9). Según una tradición que se remonta a Policarpo, discípulo de Juan (Ireneo, Adv. Haer. 2:22, 5; 3:1, 1), Juan se estableció posteriormente en Efeso y desde allí gobernaba las iglesias del Asia Menor (cfr. Eusebio, HE 3:31, 3; 5:24, 3); acaso llegó al Asia Menor hacia el año 60. Según otra tradición, fue deportado bajo Domiciano (año 81-96) a la isla de Patmos (Ap. 1:9; Eusebio, HE 3:18), y de allí, bajo Nerva (96-98), volvió nuevamente a Efeso. Aquí murió bajo Trajano (98-117).
Biografía del Apostol San Juan 1. El Apóstol San Juan era natural de Betsaida, ciudad de Galilea, en la ribera norte del mar de Tiberíades. Sus padres eran Zebedeo y Salomé; y su hermano, Santiago el Mayor. Formaban una familia acomodada de pescadores que, al conocer al Señor, no dudan en ponerse a su total disposición. Juan y Santiago, en respuesta a la llamada de Jesús, dejando a su padre Zebedeo en
la barca con los jornaleros, le siguieron ~. Salomé, la madre, siguió también a Jesús, sirviéndole con sus bienes en Galilea y Jerusalén, y acompañándole hasta el Calvario. Juan había sido discípulo del Bautista cuando éste estaba en el Jordán, hasta que un día pasó Jesús cerca y el Precursor le señaló: He ahí el Cordero de Dios. Al oir esto fueron tras el Señor y pasaron con El aquel día 3. Nunca olvidó San Juan este encuentro. No quiso decirnos nada de lo que aquel día habló con el Maestro. Sólo sabemos que desde entonces no le abandonó jamás; cuando ya anciano escribe su Evangelio, no deja de anotar la hora en la que se produjo el encuentro con Jesús: Era alrededor de la hora décima 4, las cuatro de la tarde. Volvió a su casa en Betsaida, al trabajo de la pesca. Poco después, el Señor, tras haberle preparado desde aquel primer encuentro, le llama definitivamente a formar parte del grupo de los Doce. San Juan era, con mucho, el más joven de los Apóstoles; no tendría aún veinte años cuando correspondió a la llamada del Señor 5, y lo hizo con el corazón entero, con un amor indiviso, exclusivo. En San Juan, y en todos, la vocación da sentido aun a lo más pequeño. La vida entera se ve afectada por los planes del Señor sobre cada uno de nosotros. <<EI descubrimiento de la vocación personal es el momento más importante de toda existencia. Hace que todo cambie sin cambiar nada, de modo semejante a como un paisaje, siendo el mismo, es distinto después de salir el sol que antes, cuando lo bañaba la luna con su luz o le envolvían las tinieblas de la noche. Todo descubrimiento comunica una nueva belleza a las cosas y, como al arrojar nueva luz provoca nuevas sombras, es preludio de otros descubrimientos y de luces nuevas, de más belleza» 6. Toda la vida de Juan estuvo centrada en su Señor y Maestro; en su fidelidad a Jesús encontró el sentido de su vida. Ninguna resistencia opuso a la llamada, y supo estar en el Calvario cuando todos los demás habían desaparecido. Así ha de ser nuestra vida, pues, aunque el Señor hace llamamientos especiales, toda su predicación tiene algo que comporta una vocación, una invitación a seguirle en una vida nueva, cuyo secreto El posee: si alguno quiere venir en pos de Mí... 7. A todos nos ha elegido el Señor —a algunos con una vocación específica— para seguirle, imitarle y proseguir en el mundo la obra de su Redención. Y de todos espera una fidelidad alegre y firme, como fue la del Apóstol Juan. También en los momentos difíciles. II. Este es el apóstol Juan, que durante la cena reclinó su cabeca en el pecho del Señor. Este es el apóstol que conoció los secretos divinos y difundió la palabra de vida por toda la tierra 9. Junto con Pedro, San Juan recibió del Señor particulares muestras de amistad y de confianza. El Evangelista se cita discretamente a sí mismo como el discípulo a quien Jesús amaba 10. Ello nos indica que Jesús le tuvo un especial afecto. Así, ha dejado constancia de que, en el momento solemne de
la Ultima Cena, cuando Jesús les anuncia la traición de uno de ellos, no duda en preguntar al Senor, apoyando la cabeza sobre su pecho, quién iba a ser el traidor ti. La suprema expresión de confianza en el discípulo amado tiene lugar cuando, desde la Cruz, el Señor le hace entrega del amor más grande que tuvo en la tierra: su santísima Madre. Si fue trascendental en la vida de Juan el momento en que Jesús le llamó para que le siguiera, dejando todas las cosas, ahora, en el Calvario, tiene el encargo más delicado y entrañable: cuidar de la Madre de Dios. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allf, dijo a su madre: Mujer, he ahf a tu hijo. Después dice al discípulo: He ah~ a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa 12. A Juan, como a ningún otro, pudo hablar la Virgen de todo aquello que guardaba en su corazón 13. Hoy, en su festividad, miramos al discípulo a quien Jesús amoba con una santa envidia por el inmenso don que le entregó el Señor, y a la vez hemos de agradecer los cuidados que con Ella tuvo hasta el final de sus días aquí en la tierra. Todos los cristianos, representados en Juan, somos hijos de María. Hemos de aprender de San Juan a tratarla con confianza. El, «el discípulo amado de Jesús, recibe a María, la introduce en su casa, en su vida. Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestras vidas. En cierto sentido, resulta casi superflua esa aclaración. María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiéndole que se manifieste como nuestra Madre» 14. Podemos también imaginar la enorme influencia que la Virgen ejerció en el alma del joven Apóstol. Nos podemos hacer una idea más acabada al recordar esas épocas de nuestra vida —quizá ahora—en que nosotros mismos hemos acudido y hemos tratado de modo especial a la Madre de Dios. III. Pocos días después de la Resurrección del Señor se encuentran algunos de sus discípulos junto al mar de Tiberíades, en Galilea, cumpliendo lo que les ha dicho Jesús resucitado 15. Están dedicados de nuevo a su oficio de pescadores. Entr:e ellos se encuentran Juan y Pedro. E1 Señor va a buscar a los suyos. E1 relato nos muestra una escena entrañable de Jesús con los que, a pesar de todo, han permanecido fieles. «Pasa al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a El; y ellos no se dan cuenta. ¡ Cuántas veces está Cristo, no cerca de nosotros, sino en nosotros; y vivimos una vida tan humana! (...). Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que,en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque E1 es quien dirige la pesca. »Entonces, el discípulo aquel que Jesús amoba se dirige a Pedro: es el Señor.
E1 amor, el amor lo ve de lejos. E1 amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor! »Simón Pedro apenas oyó es el Señor, vistióse la túnica y se echó al mar. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?» 16. ¡Es el Señor! Ese grito ha de salir también de nuestros corazones en medio del trabajo, cuando llega la enfermedad, en el trato con aquellos que conviven- con nosotros. Hemos de pedirle a San Juan que nos enseñe a distinguir el rostro de Jesús en medio de esas realidades en las que nos movemos, porque E1 está muy cerca de nosotros y es el único que puede darle sentido a lo que hacemos. Además de sus escritos inspirados por Dios, conocemos por la tradición detalles que confirman el desvelo de San Juan para que se mantuviera la pureza de la fe y la fidelidad al mandamiento del amor fraterno 17. San Jerónimo cuenta que a los discípulos que le llevaban a las reuniones, cuando ya era muy anciano, les repetía continuamente: «Hijitos, amaos los unos a los otros». Le preguntaron por su insistencia en repetir siempre lo mismo. San Juan respondió: «Este es el mandamiento del Señor y, si se cumple, él solo basta» 18. A San Juan podemos pedirle hoy muchas cosas: de modo especial que los jóvenes busquen a Cristo, lo encuentren y tengan la generosidad de seguir su llamada; también podemos acudir a su intercesión para nosotros ser fieles al Señor como él lo fue; que sepamos tener al sucesor de Pedro el amor y el respeto que él manifestó al primer Vicario de Cristo en la tierra; que nos enseñe a tratar a Maria, Madre de Dios y Madre nuestra, con más cariño y más confianza; le pedimos que quienes están a nuestro alrededor puedan saber que somos discípulos de Jesús por el modo en que los tratamos. Dios y Señor nuestro, que nos has revelado por medio del apóstol San Juan el misterio de tu Palabra hecha carne; concédenos, te rogamos, llegar a comprender y a amar de corazón lo que tu apóstol nos dio a conocer. Para terminar, y para una mejor comprensión de la importancia y trascendencia de la obra de Juan, examinaremos muy profunda y detenidamente su obra más conocida. El Evangelio Según San Juan.
Carolina Sandell Berg (1832-1903) A los doce años Carolina se quedó paralítica. Los médicos la desahuciaron, pero Dios la sanó milagrosamente. Agradecida con el Señor, escribió sus primeros himnos, entre ellos el “Nuestro Dios y Padre Eterno”. La tragedia no la había abandonado. A la edad de 26 años navegaba con su padre, un fiel pastor, en un lago de Suecia. Las olas sacudieron violentamente la nave y su padre cayó en las profundas aguas, ahogándose ante los ojos atónitos de Carolina. Su consuelo vino de nuevo por la Palabra de Dios, y lo expresó en muchos hermosos himnos. Además, redactó una colección anual de poesías, devocionales e historias. Entre ellas se halla el cuento de un reloj cuyo péndulo se quejó de tener que oscilar 86,400 veces al día. Una de las manecillas le sugirió que pensara en hacer una sola oscilación en vez de miles. El péndulo se percató de la sabiduría del consejo y reinició su trabajo de marcapasos. Carolina expresó esa verdad en el himno “Día en día”, que es el más popular de los 650 himnos que escribiera la poetisa sueca.
Roberto C. Savage (1914-1987) Roberto Savage sirvió como misionero en Colombia antes de trasladarse a Quito, Ecuador. Allí trabajó durante 25 años en la radio HCJB como locutor, escritor, promotor y administrador. Se le recuerda por su sonrisa y entusiasmo. Recolectó himnos y coros, muchos de ellos inéditos, y compiló 15 cancioneros evangélicos de la serie “Adelante Juventud”. En estos se dieron a conocer las composiciones de personas como Alfredo Colom y Juan Isáis. Quizá su obra mayor fue la publicación de himnos de Fe y Alabanza, en 1966. Durante todo su ministerio trató de estimular la creación de nueva música cristiana latinoamericana. Entre los varios himnos que tradujo al español se encuentra “Alabad al gran Rey”. Tradujo y/o arregló los himnos “Oh ven, bendito Emanuel”, “Venid Pastores”, “Hoy es Navidad”, “Grande amor, sublime eterno”, “La mujer samaritana”, “Jesús el buen Pastor”, “Gloria a tu nombre”, “Tierra bendita y divina”, “Fue de Dios la santa voluntad”, “Manos cariñosas”, “Yo vivo Señor”, “Hay una senda que el mundo no conoce”, “Me salvó, me perdonó”, “Canten con alegría”, “Los que esperan en Jehová”, “Si fui motivo de dolor”, “La vid y los pámpanos”, “Cautívame Señor”, “He decidido seguir a Cristo”, “Firme estaré”, “Después de la tormenta”, “Nuevas alegres para decirles”,“¿ Has oído, Señor?”, “Gloria, gloria, aleluya”, “A la victoria Jesús nos llama”, “Viene otra vez”, “Cuán gloriosa será la mañana”, “Más allá del sol”, “Jesús me ama”,“ Proclamad juventud redimida” y “América será para Cristo”. Compuso además los himnos “Resucitó Jesús” y “Yo quiero vencer”.
La hermosa visión de la cruz. El destacado poeta guatemalteco, Raúl Mejía González, llegó a ser conocido como el borracho de su pueblo, Chiquimula, debido al vicio del licor. Atormentado por alucinaciones de ser perseguido por el diablo, un día le pareció oír que Satanás le condenaba eternamente y que se encontraba sin esperanza. Su pánico fue tal, que cayó sin fuerzas. Al rato pudo levantarse y corrió a la casa de un misionero evangélico gritando. ¡Socorro! ¡He visto el infierno! Después de leer algunos pasajes de la Biblia y entender el mensaje de salvación, Raúl recibió a Cristo por la fe y su vida fue transformada. Escribió el himno “La hermosa visión” como su testimonio personal.
Charles Wesley (1707–1788) El penúltimo hijo de una familia de 19 hijos, Charles fue uno de los instrumentos humanos, junto con su hermano, John, que Dios usó para impulsar el Gran Avivamiento que transformó Inglaterra. Su primer intento de evangelizar a una tribu de indígenas en Norteamérica fracasó, pues los hermanos Wesley predicaban, pero realmente no conocían a Dios personalmente. De regreso a su país, se dieron cuenta de su necesidad espiritual durante una reunión de oración y se convirtieron al Señor. De allí en adelante predicaron con fervor, usando la música también para comunicar el mensaje bíblico. Charles fue el autor de más de 6.500 himnos, algunos de los cuales cantamos hoy, tales como “Oh que tuviera”, “Maravilloso es el gran amor”, “Oid un son en alta esfera”, “Cariñoso Salvador” y “Con las nubes viene Cristo”.
William Cowper (1731-1800) Hace más de 250 años William Cowper nació en Inglaterra. Su padre fue el capellán del Rey Jorge II y su madre era de la familia real. A pesar de esto, la vida del joven Cowper no fue feliz. A la edad de seis años su delicada salud se empeoró con la muerte de su madre. Su padre le obligó a estudiar leyes, pero al enfrentar los exámenes finales sufrió una crisis nerviosa. Intentó suicidarse varias veces: tomó una sobredosis de droga, quiso tirarse de un puente y se abalanzó sobre un cuchillo. Por fin trató de ahorcarse, pero lo rescataron a tiempo y fue internado en un sanatorio. Allí, William descubrió el capitulo 3 de Romanos, y las palabras, “siendo justificados gratuitamente por su gracia mediante la redención…que es en Cristo Jesús…por medio de la fe en su sangre”. Entendió que Cristo fue crucificado por él, y recibió el perdón de sus pecados. Llegó a ser amigo y colaborador del ilustre John Newton y se destacó como uno de los mejores poetas de su época. Hoy se le recuerda por sus grandes himnos entre los que se encuentra “Hay un Precioso Manantial”.
William B. (1816-1868)
Bradbury
Este compositor es especialmente conocido por su amor a los niños. A través de su vida se dedicó a formar coros infantiles, hasta de 1.000 voces para alabar a Dios. Siempre muy activo, William fabricaba pianos y logró que se incluyera la música en el programa de las escuelas públicas de su ciudad. Escribió 59 colecciones de cánticos, introduciendo un nuevo estilo sencillo y alegre que Él había conocido en un viaje a Suiza. La música de “Cristo me ama, me ama a mí” es obra de Bradbury. Los niños de todo el mundo lo cantan en diversos idiomas. Entre los músicos es conocido con el título de “China” porque usa sólo 5 notas (Escala Pentatónica), y por lo tanto, el coro ha sido muy apreciado por la niñez de Asia. Escribió la música para los himnos “Santo, Santo, Grande Eterno Dios”, “Cristo cual pastor”, “Tal como soy”, “Me guía Él, con cuanto amor”, “No te dé temor hablar por Cristo” y “Dulce oración” entre otros.
William Robert Adell (1883-1975) El joven agricultor laboraba de muy buena voluntad para sostener a su madre. Con el tiempo, llegó a ser maestro albañil y tuvo la oportunidad de servir como misionero en Guatemala junto con su señora. Dios usó a Roberto para escribir materiales para la escuela dominical y para traducir o componer unos 200 himnos en español, entre ellos “Maravillosa Gracia” y “Oh, amor de Dios”. Al final de su vida, ya ciego, escribió el siguiente testimonio: “Considero que todo lo que he hecho es muy ordinario, excepto mi servicio para Dios. Con todo, hoy parece ser muy poco. Pero muero consciente de que ‘Por la gracia de Dios soy lo que soy’. En esta transición voy con gozo a su presencia, caminando con mi Salvador a la mansión de mi Padre celestial”.
Speros D. Athans (1883–1969) A los quince años de edad, Speros abandonó su hogar en Grecia, ya que su padre había muerto. El joven viajó por varios países y en una sala de inmigraciones le obsequiaron un Nuevo Testamento en griego. Fue el principio de una vida de estudio de la Biblia. Athans llegó a ser muy apreciado en el mundo hispano como profesor, pastor y escritor. Editó el himnario Melodías Evangélicas y tradujo más de 150 cánticos cristianos, entre ellos los himnos “Mi vida di por ti”, “Yo quisiera hablarte del amor de Cristo”, “Qué bella historia” y “Cristo es mi dulce Salvador”.
H.C. (Enrique) Ball (1896 –1989) Enrique Ball nació en Texas y a los 18 años empezó a trabajar en la obra con hispanos. Al mismo tiempo, traducía sus himnos predilectos al español. En 1916 publicó “Himnos de Gloria”. Este fue el primero de varios himnarios que compiló. Ball solía decir que las traducciones de los himnos le vinieron por la iluminación del Espíritu del Señor. Los himnos “Por fe contemplo redención”, “A los pies de Jesucristo”, “Oh, yo quiero andar con Cristo”, “Soy yo soldado de Jesús”, “Un día Cristo volverá” y “Alabanzas dad a Cristo” fueron traducidos por él.
Yo cantaré de mi Jesucristo. El famoso músico Philip Bliss viajaba en ferrocarril hacia Chicago con su esposa en el frío invierno de 1876. De repente, al pasar sobre un puente, éste se desplomó y arrojó a los pasajeros al abismo. Bliss logró escaparse por una ventana, pero retornó al carro que ya se consumía por el fuego, para rescatar a su señora. Ambos perecieron, junto con otras 100 personas. En el viaje él había escrito el himno “Yo cantaré de mi Jesucristo” y fue hallado entre los escombros. A los 38 años escribió este último himno, muy usado en las campañas evangelistas de ese entonces; pero su mensaje ha tocado miles de corazones durante más de un siglo.
Arturo Borja Anderson (1887-1983) Don Arturo fue un hombre de muchos talentos: artista, poeta, alcalde, escritor y pastor. Desde su conversión a la edad de 17 años, sintió una pasión por comunicar la verdad divina. Comenzado en el altiplano guatemalteco; predicó elocuentemente en español, como también en el idioma Cakchiquel. Al trasladarse a la ciudad capital no sólo sirvió en el pastorado, sino que continuó produciendo poemas, diálogos cristianos, dramas navideños e himnos. Escribió el himno “Con Alegres Corazones” como una muestra de gratitud a Dios por la vida que le dio. Su poesía expresa una gran fe en el Cristo resucitado. Fue llamado a la presencia de Dios a la edad de 95 años.
Cuan grande es Él. Un soleado día en 1885 el pastor y senador sueco, Carl Boberg, regresaba de una reunión. Se encontraba caminando por el campo cuando súbitamente fue alcanzado por una tormenta veraniega. Al refugiarse entre unos árboles mientras escampara. Boberg, reflexionó en la grandeza de Dios, y así nació “Cuán grande es Él”. Fue traducido al alemán en 1907 y luego llevado a Rusia en 1912, 5 años antes de la Revolución. Un misionero inglés, Stuart K. Hine, lo aprendió en ruso y lo tradujo, agregando la cuarta estrofa en 1948, y luego fue traducido al español en 1958, por un argentino. La primera y tercera estrofas se basan en el himno original de Boberg, la 2ª nació es Rusia, y la 4ª en Inglaterra. A través de 70 años y 5 idiomas nos ha llegado este majestuoso himno que une los corazones del pueblo de Dios, sin fronteras, para alabar al Creador Omnipotente.
Hay un Canto Nuevo en mi Ser. Sin sospechar que estaban en víspera de una tragedia, el joven predicador llegó con su familia a la casa de sus suegros, pues iba a predicar en una campaña evangelística en ese pueblo. La reunión familiar fue gozosa y sus hijos jugaron felices con sus abuelos. En la noche todos sea acostaron cansados. Más tarde un vecino se despertó y vio la casa envuelta en llamas. Corrió al rescate, pero sólo salieron con vida el padre con los abuelos. Pese a los esfuerzos, la madre con sus tres hijos murieron asfixiados. El viudo Luther Bridgers, no pudo comprender tan terrible pena, pero se afianzó en las promesas de Dios en la Biblia. El Señor le dio un cántico en la noche oscura de su duelo y la verdad del salmo 42 se refleja en el himno “Hay un canto nuevo en mi ser.” Además de escribir varios himnos, Bridgers también le sirvió al Señor como misionero en Bélgica, Checoslovaquia y Rusia.
Oh, pueblecito de Belén. En la Navidad de 1865, un joven ministro se encontraba en los cerros de Israel donde se cree que los ángeles dieron la grata noticia a los pastores. La experiencia conmovedora de esa noche inspiró a Phillips Brooks a escribir “Oh, pueblecito de Belén” para los niños de su congregación. El organista de su iglesia compuso la música para este himno, el cual ha llegado a ser uno de los predilectos para la época navideña.
Juan Bautista Cabrera (1837-1916) Desde su infancia, Juan Bautista Cabrera sentía gran sed espiritual, y a los dieciséis años ingresó a una orden religiosa. Estudiaba la Biblia en secreto, pues era prohibido en esa época en España. Huyó a Gibraltar donde recibió a Cristo como Salvador personal, a su amigo y eterno bien, como dice el himno que tradujo “Cuan Dulce el Nombre de Jesús.” Con gran gozo y paz regresó a España para compartir su fe por medio de revistas, la predicación y la música. Mientras organizaba iglesias, también publicaba himnarios y daba clases de canto. Se radicó en Madrid, donde ocupó importantes cargos de liderazgo en la obra evangélica. Sin embargo, hizo su contribución mayor en el área de la himnodia cristiana, ya que sus himnos han sido de bendición para un sin número de creyentes. Cabrera aparece como el compositor o traductor de muchos himnos. Tradujo los himnos “Santo, Santo, Santo”, “Castillo Fuerte”, “Al trono majestuoso”, “Venid fieles todos”, “El Señor resucitó”, “A Jesucristo ven sin tardar”, “De la Iglesia el fundamento”, “Grato es decir la historia”, “Dulce Oración” y “Firmes y Adelante” entre otros y escribió la letra de “Nunca Dios mío”, “Suenen dulces himnos”, “Gloria a Dios en las Alturas”, “Amémonos, hermanos” y “Supremo Dios”.
Pedro Castro Iriarte (1840–1887) El joven trabajaba como cajista en una imprenta cuando llegó un pedido de imprimir los primeros folletos evangélicos en Madrid. Mientras armaba cada frase, letra por letra, el mensaje de la literatura le llamó la atención a Pedro Castro. Por ese tiempo Antonio Carrasco y dos ingleses empezaron a tener reuniones evangelísticas en la imprenta todas las mañanas. Contestaron las inquietudes del joven con respuestas bíblicas. Así, Pedro conoció el Evangelio y empezó una vida de servicio al Señor. Fue un hombre de letras, pasando del oficio de imprenta a ser un escritor y poeta muy respetado. Produjo abundante prosa y poesía, y sus bellos cuentos para niños tienen la calidad de los clásicos. Fue, además, autor y traductor de mucho himnos favoritos en España y las Américas. Tradujo el himno “Santa Cena” y Compuso los himnos “Despertad” y “Pecador, ven a Cristo Jesús”. Sirvió fielmente como pastor durante una época difícil de persecución y revolución. Dios lo usó para organizar la primera iglesia en Valladolid y nuevas congregaciones en Madrid.
Alfredo Colom M. (1904-1971) Prolifero autor de himnos y poemas, Alfredo Colom nació en Quezaltenango, Guatemala, en 1904. Llegó a ocupar un cargo de servicio público, pero el vicio del licor arruinó su vida. Iba camino a suicidarse cuando un creyente indígena le regaló un Nuevo Testamento y se convirtió a Cristo en 1922. 20 años más tarde se entregó al servicio del Señor y empezó el ministerio de música y evangelización que le llevó a todo el continente. Trabajó varios años con la Radio HCJB y compuso algunos de los himnos latinoamericanos más amados, entre ellos “Por la mañana”, “Gloria a tu nombre”, “Jesús es la roca”, “De tu cántaro dame”, “Pies divinos”, “La visión de la cruz”, “Manos cariñosas”, “Ven a los pies de Jesús”, “Canten con alegría”, “Los que esperan en Jehová”, “Yo no quiero pecar”, “Los que con lágrimas”, “¿Has oído Señor?”, “A la victoria Jesús nos llama”, “Proclamad juventud redimida” y “América será para Cristo”. Él narró la creación del Himno “Por la mañana yo dirijo mi alabanza” de la siguiente forma: “Una mañana al despertar, mirando el maravilloso espectáculo de la salida del sol por la Avenida Bolívar en la ciudad capital de Guatemala, no pude menos que prorrumpir en alabanzas a Dios por todos sus beneficios. Así me fue inspirada la primera parte del himno. En otra ocasión, mientras me deleitaba en la caída de la tarde, noté que mientras el sol se iba perdiendo en el ocaso, las tinieblas estaban llenando el firmamento. Y dije: Sí, el sol se está ocultando, pero mi amado Redentor continúa llenando mi corazón con su grata presencia. Y en el acto mismo, me vino la inspiración de la segunda estrofa del himno.”
Fanny J. Crosby (1820-1915) La abuela mecía a su pequeña nieta, prometiéndole ser sus “ojos”. La recién nacida había quedado ciega como resultado de una receta médica equivocada. En el regazo de su abuelita, Fanny aprendió de memoria muchos libros de la Biblia. Le entregó su vida a Cristo a los 31 años. Después, con todo el conocimiento bíblico que tenía, escribió unos 9.000 himnos. Siempre oraba al Señor pidiéndole su dirección antes de escribir cualquier himno, pero un día no encontraba las palabras para cierta composición musical que le habían asignado. De repente se acordó que no había orado y se arrodilló para encomendarle el asunto a Dios. El resultado feliz de la oración fue que Fanny pudo dictarle a su secretaria todas las estrofas del himno “Lejos de mi Padre Dios”. En cierta ocasión, alguien quiso consolarla por la tragedia de ser ciega. Ella respondió que no se lamentaba, pues al llegar al cielo el primer rostro que vería sería el de su Salvador.
Compuso la letra de los himnos “Santo, Santo, grande eterno Dios”, “Alabad al gran Rey”, “Dime la historia de Cristo”, “Con voz benigna te llama Jesús”, “Comprado con sangre por Cristo”, “Un gran Salvador es Jesús”, “En Jesucristo mártir de paz”, “Cristo es guía de mi vida”, “Dejo el mundo y sigo a Cristo”, “No te de temor hablar por Cristo”, “Avívanos Señor” y “Yo podré reconocerle” entre otros.
Juan N. de los Santos (1876–1944) Juan Nepomuceno amaba mucho los salmos de la Biblia. Al leerlos, recordaba que David, Moisés y Salomón habían cantado esas porciones de las Escrituras junto con el pueblo de Dios. Como pastor, Juan anhelaba que su iglesia también cantara la Palabra del Señor, de modo que empezó a componer música para salmos métricos. Colaboró en la compilación de varias colecciones, incluyendo Cantos Bíblicos, un himnario usado en México por varias décadas. Además tradujo más de mil himnos y fue autor de otros como es el caso del himno “Gracias dad a Jesucristo”.
Raúl Echeverría M. (1905-1981) El pastor y educador guatemalteco Raúl Echeverría se gozaba al ver el adelanto de su nueva iglesia. Dios les había permitido muchos triunfos, incluyendo el haber ganado un concurso internacional de asistencia a la escuela dominical. A fin de expresar su gratitud al Señor, Raúl compuso varios poemas e himnos para usarse en las ocasiones especiales de su iglesia, entre ellos “Un año más” y “Mi iglesia querida”. Su pluma ágil también produjo numerosos tratados y varios libros.
Tú dejaste tu trono Se aproximaba la Nochebuena y el pastor buscaba algo especial para las festividades en la iglesia. ¿Cuál no sería su gozo al saber que su hija, Emily, había escrito una poesía para la ocasión? basada en Lucas 2:7 “...no había lugar para ellos en el mesón” , la poesía llegó a ser el himno, “Tú dejaste tu trono”. Al tomar la pluma y el papel, Emily no se imaginaba que algún día sus versos serían “especiales” también en la celebración navideña en docenas de países. Así como ella, hoy día nosotros podemos escribir versos a Jesús.
Fritz “ Federico” Fliedner (1845–1901) Federico usó muchos medios para compartir el amor del Señor. Uno de los primeros misioneros evangélicos de Alemania. Llegó a Madrid en 1870 y trabajó incansablemente entre las iglesias. Fue director de un orfanato y un instituto bíblico, y fundó diez escuelas primarias. Trató de unir las nuevas congregaciones del país y logró que muchas se afiliaran como la iglesia Evangélica Española. También dirigió una casa editorial que publica libros, tratados e himnarios, y fundó dos revistas. Tradujo varios himnos entre ellos “Alma bendice”, “De boca y corazón”, “Oh santísimo” y “Oíd un son en alta esfera” y “Noche de Paz”. A pesar de sus múltiples actividades no descuidó a la familia, y sus tres hijos continuaron su obra.
Tomás García (?– 1906 ) Como pastor mexicano del estado de Puebla, Tomás fue muy activo en la obra, atendiendo a varias congregaciones. Al igual que su compañero de estudios, Vicente Mendoza compuso y tradujo himnos. Siendo aún joven, fue asesinado por un drogadicto. Moribundo, llamó a los ancianos de su iglesia y los exhortó a ser fieles a Cristo. Así entró a la presencia de Jesús su Señor, su “gloria eterna”, como expresa el coro del himno “Lejos de mi Padre Dios”, himno que tradujo Tomás.
Leandro Garza Mora (1854-1938) Experiencias amargas marcaron la niñez y juventud de Leandro Garza. Tenía solo cinco años cuando su padre falleció, obligando a su madre a sostener la familia. Pasaron por penurias y problemas. Cuando al fin ella volvió a casarse, el joven Leandro se disgustó. Se fue de la casa y cayó en malas costumbres. Con el tiempo regresó y la familia entabló amistad con unos misioneros evangélicos. Recibieron el mensaje de salvación y Garza ayudó a establecer una iglesia en su pueblo, Matamoros, México. Llegó a ser pastor y traductor de himnos, sirviendo al Señor durante 70 años. Tradujo el himno“ Oh qué amigo nos es Cristo”
Pedro Grado Valdés (1862–1923) Durante sus estudios de derecho, Pedro Grado se dio cuenta de la falta de pastores en México. Se dedicó al pastorado, a la vez que ayudaba a la gente de escasos recursos con sus problemas legales. Como resultado de su ministerio, muchos llegaron a conocer a Cristo como Salvador personal, entre ellos, personas de “alto nivel social”. Debido a esto se desató una persecución intensa en contra de Pedro. Sufrió varios atentados en contra su vida, incluso por veneno. El Señor lo libro de los peligros y el valiente y fiel pastor expresó su agradecimiento en las palabras de unos himnos, publicados en sus Pequeña Colección. Es conocido por su traducción de favoritos tales como “Dulce Comunión”, “En la cruz”, “Anhelo trabajar” y “Estoy bien” y “Cuando andemos con Dios”.
Noche de paz Todo comenzó una tarde de Nochebuena en Austria. José Mohr había pasado horas escribiendo en el pequeño despacho de su iglesia desde que el organista le había avisado que el órgano se encontraba fuera de servicio. Por fin llevó el papel al músico, Franz Grüber, quien exclamó, ¡Pastor Mohr, son las palabras perfectas! En poco tiempo Grüber les agregó una sencilla melodía y juntos pudieron entregar su“ regalo Navidad ” a la pequeña congregación; cantando el nuevo villancico acompañados con la guitarra de Grüber. Los años pasaron con la partitura guardada en el asiento del órgano, hasta que un día lo descubrió un técnico que afinaba el órgano de Oberndorf. Él quedó encantado con el villancico y lo llevó a otros pueblos. Por fin el emperador Federico Wilhelm IV lo escuchó, y tanto se entusiasmó que ordenó que se cantara en todas las iglesias del imperio ese año. Desde entonces, no ha sido necesario ningún edicto para que “Noche de Paz ” sea cantado en el mundo entero.
Grato es decir la historia. La autora de este conocido himno es Catherin Hankey, hija de un acaudalado banquero inglés. Desde temprana edad ella demostró un celo por compartir las Buenas Nuevas. Llegó a organizar clases de escuela dominical en varios barrios de Londres, tanto para gente obrera como para personas de alta posición social. Un viaje al continente africano despertó en ella un gran amor por la obra misionera. A los 30 años de edad se enfermó gravemente, y durante su recuperación escribió un largo poema sobre la vida de Cristo. Su profundo amor por el mensaje de la Biblia se refleja en el himno que surgió de dicho poema: “Grato es decir la historia”.
Que mi vida entera esté. Hija de una distinguida familia inglesa, Frances Harvergal usó sus talentos como lingüista, poetisa y compositora para la gloria del Señor. Se deleitaba en la oración, la adoración a Dios y la lectura de la Biblia. A temprana edad sabía de memoria los salmos, los libros de los profetas menores, Isaías y casi todo el Nuevo Testamento. Compuso varios bellos himnos como “Mi vida di” y “Que mi vida”. Este último fue escrito durante una velada de oración y alabanza cuando se regocijaba por la conversión de unos amigos. Más tarde añadió otra estrofa, expresando el amor que sentía por el Señor al ofrendar 50 de sus 52 atesoradas joyas para llenar una necesidad en la obra misionera. La estrofa dice: “Toma tú mi amor que hoy a tus pies vengo a poner; toma todo lo que soy”. Para Frances, el dar su corazón a Dios incluida la entrega gozosa de sus pies, manos, voz, tiempo y voluntad de su vida entera.
Santo, Santo, Santo. Se ha dicho que es el himno más hermoso y majestuoso de todos los tiempos y que hasta en el cielo se seguirá cantando. Por cierto, los cuatro seres descritos en Apocalipsis 4:8 permanentemente pronuncian: “Santo, Santo, Santo”. El nombre de la tonada viene del Concilio de Nicea, donde 318 delegados se reunieron en el año 325 para afirmar la sublime verdad revelada en la Biblia, que Dios existe en tres personas. Los delegados en su mayoría habían sido torturados por su fe en Cristo. El credo que redactaron permanece como un baluarte de esta doctrina fundamental. El autor del himno, Reginaldo Heber, misionero inglés, murió sirviendo al Señor en la India. A las voces de estos hombres convencidos y valientes, unamos las nuestras cantando “¡Santo!, ¡Santo!, ¡ Santo!"
Arcadio Hidalgo Sánchez (1918-1990) La vida de Arcadio reflejó el gozo en el Señor a pesar de sufrir un defecto físico que le dejó con una cojera marcada. Esta condición no le impedía caminar muchos kilómetros, a veces por trochas llenas de fango, para evangelizar en apartadas regiones de Costa Rica. Cantaba y declamaba su extenso repertorio con gran gusto y amenizaba actividades sociales con juegos y chistes. También se le recuerda con aprecio por sus himnos y poesías; una de estas es “En este mundo de misterio”.
William J. Kirkpatrick (18381921) Desde muy joven William sintió vocación por la música, y a los veintiún años de edad ya había editado su primera colección de himnos. Sin embargo, no fue sino hasta cumplir los cuarenta años que pudo dedicarle todo su tiempo a la profesión musical. Tuvo que prestar servicio militar, y luego trabajó como carpintero, y abrió una mueblería. Seguramente cantaba mientras pulía madera, y las melodías que compuso a lo largo de su vida han perdurado como favoritas. Compuso la música de los himnos “Al rústico pesebre”, “El fiel Consolador”, “La Palabra del Señor”, “Nuestra vida acabará” al cual también es autor de la letra, “Comprado con sangre por Cristo”, “Un gran Salvador es Jesús”, “Mi fe descansa en Jesús”, “Cuán dulce es confiar en Cristo”, “Que mi vida entera esté” y “Rey de mi vida”. Falleció mientras escribía la segunda estrofa de un himno que habla de confiar solamente en Jesús para la salvación.
Eugenio Jordán (1920-1990) Eugenio y sus nueve hermanos crecieron en el mundo de las bellas artes. Él optó por dedicarse al violín y a la marimba. A los veinte años estaba tocando en una banda de jazz, sin interés en nada espiritual. Sin embargo, aceptó la invitación de asistir a una reunión en una iglesia y como consecuencia, Dios lo transformó. Eugenio entendió inmediatamente que el Señor lo estaba llamando a ser misionero. Él resistía el llamado, pues había nacido con un defecto que le dificultaba hablar. Pero al ver la respuesta de Dios a Moisés en Exodo 3:4 y 4:10-12, Eugenio dijo: “Heme aquí, Señor”. Fue el comienzo de una vida de ministerio junto con su esposa, Ruth. Este se extendió por varios países, mayormente con la emisora HCJB en el Ecuador. Se les recuerda por su deseo de glorificar al Señor con su música, compartiendo las Buenas Nuevas gozosamente. Arregló la música de los himnos “Celebremos su gloria”, “Jesús es la roca de mi salvación” y “Oh, que inmenso amor”.
Vicente Mendoza P. (1875-1955) Hijo de un tipógrafo evangélico, Vicente empezó a trabajar en las imprentas desde los once años. Más tarde decidió asistir a un instituto bíblico, y después sirvió al Señor como pastor itinerante en el Estado de Puebla, México. Desde sus días de estudiante había comenzado a traducir himnos al español y a escribir la música y letra para otros, hasta llegar a tener más de 300. Publicó el himnario, Himnos Selectos, en 10 ediciones.É l contó que su himno, “Jesús es mi Rey soberano”, fue inspirado durante un fuerte aguacero. Como no pudo salir a la calle, empezó a tocar el piano. Pensando en la maravillosa verdad que Jesucristo es a la vez Rey soberano y amigo anhelando, trazó las líneas del precioso himno, y lo terminó ese mismo día. Llegó a ser profesor de un seminario evangélico y ayudó en la obra del Señor con verdadero gozo hasta la edad de 80 años. Tradujo los himnos “Loor a ti”, “Maestro se encrespan las aguas”, “El fiel Consolador”,“ Santo Espíritu controla”, “¡Cuán firme cimiento!”, “Todas las promesas”, “Cuán glorioso es el cambio”, “A su Nombre gloria”, “Del santo amor de Cristo”, “¡Cuán dulce es confiar en Cristo!”, “Que mi vida entera esté”, “Dejo al mundo y sigo a Cristo”, “A solas al huerto yo voy”, “En presencia estar de Cristo”, “Gloria sin fin” y “Después de haber tenido aquí” y compuso los himnos “Oh padre, eterno Dios” y “Mensajeros del Maestro”.
A solas al huerto yo voy. El fotógrafo, Agustín Miles, relató: La Biblia se abrió a mi pasaje favorito, Juan 20: el encuentro de Jesús y María Magdalena. Allí en el huerto, aquel domingo de la resurrección, ella cayó de rodillas ante el Señor. Mientras yo leía sentí como si hubiese estado presente en aquel jardín. La porción le hizo tal impacto a Miles, que pronto comenzó a escribir una poesía. Luego le agregó música con la misma facilidad. La experiencia de adoración y comunión se repite a diario en la vida de toda persona que conoce al Cristo resucitado. También podemos “oír su voz” diciéndonos que somos suyos. Esa comunicación nos llega por medio de la Palabra escrita de Dios, la cual nos llena de paz.
Del santo amor de Cristo. El hijo de la señora Lelia N. de Morris se preocupó al darse cuenta de que su madre se estaba quedando ciega. Mientras atendía su hogar, ella siempre tenía papel y lápiz en la cocina para anotar las palabras de nuevos himnos. Como la vista ya le fallaba, su hijo le construyó un pizarrón de 9 metros de largo en el cual ella podía trazar notas y letras muy grandes.En 1914 Lelia quedó completamente ciega, pero esa difícil circunstancia no le apagó su gozo en el Señor, ni se deseo de servirle. Siguió colaborando en la obra de su iglesia y fue una esposa y madre ejemplar. Le gustaba hablar acerca del santo amor de Cristo, y esto llegó a ser el título de uno de sus himnos más apreciados “Del santo amor de Cristo”. El coro dice “Rico e inefable, nada es comparable al amor de mi Jesús”. Aún cuando empezó a escribir hasta los treinta años de edad, nos dejó más de mil himnos que nos animan a seguir a Cristo con valor, sin desmayar en medio de los conflictos y contratiempos como el himno “¡A combatir!” que también fue escrito por ella.
Sublime Gracia El autor “Sublime Gracia” sabia de qué escribía. Solo la gracia divina lo pudo cambiar de un hombre duro y degenerado a un siervo útil de Dios. John Newton perdió a su madre piadosa cuando era niño y no siguió su ejemplo de fe. Comenzó una vida de marinero a los once años, y con el tiempo, se dedicó a transportar esclavos del Africa. Cayó en una situación desesperante debido a los vicios, y en varias ocasiones Dios le libró milagrosamente de peligros. A pesar de ello, Newton seguía resistiendo el llamado del Señor. Por fin, después de casi naufragar en una tempestad, se convirtió y su vida cambió radicalmente. Llegó a ser pastor, y escribió este himno como testimonio de la asombrosa gracia de Dios demostrada en su vida.
Isabel G.V. de Rodríguez (1894–1975) Una gran educadora y oradora de Montevideo, Isabel González Vásquez de Rodríguez sirvió fielmente al Señor al lado de su esposo, el pastor Gabino Rodríguez. Ellos trabajaron en Uruguay y Argentina, donde Isabel ayudó a establecer sociedades femeninas en las iglesias. Enfocó su vida en la lucha contra el alcoholismo y demás vicios. También se esforzó por la educación en el hogar. Escribió algunos libros y varios himnos, entre ellos “Este templo” y “Oración de Matrimonio”.
Carolina Sandell Berg (1832-1903) A los doce años Carolina se quedó paralítica. Los médicos la desahuciaron, pero Dios la sanó milagrosamente. Agradecida con el Señor, escribió sus primeros himnos, entre ellos el “Nuestro Dios y Padre Eterno”. La tragedia no la había abandonado. A la edad de 26 años navegaba con su padre, un fiel pastor, en un lago de Suecia. Las olas sacudieron violentamente la nave y su padre cayó en las profundas aguas, ahogándose ante los ojos atónitos de Carolina. Su consuelo vino de nuevo por la Palabra de Dios, y lo expresó en muchos hermosos himnos. Además, redactó una colección anual de poesías, devocionales e historias. Entre ellas se halla el cuento de un reloj cuyo péndulo se quejó de tener que oscilar 86,400 veces al día. Una de las manecillas le sugirió que pensara en hacer una sola oscilación en vez de miles. El péndulo se percató de la sabiduría del consejo y reinició su trabajo de marcapasos. Carolina expresó esa verdad en el himno “Día en día”, que es el más popular de los 650 himnos que escribiera la poetisa sueca.
Roberto C. Savage (1914-1987) Roberto Savage sirvió como misionero en Colombia antes de trasladarse a Quito, Ecuador. Allí trabajó durante 25 años en la radio HCJB como locutor, escritor, promotor y administrador. Se le recuerda por su sonrisa y entusiasmo. Recolectó himnos y coros, muchos de ellos inéditos, y compiló 15 cancioneros evangélicos de la serie “Adelante Juventud”. En estos se dieron a conocer las composiciones de personas como Alfredo Colom y Juan Isáis. Quizá su obra mayor fue la publicación de himnos de Fe y Alabanza, en 1966. Durante todo su ministerio trató de estimular la creación de nueva música cristiana latinoamericana. Entre los varios himnos que tradujo al español se encuentra “Alabad al gran Rey”. Tradujo y/o arregló los himnos “Oh ven, bendito Emanuel”, “Venid Pastores”, “Hoy es Navidad”, “Grande amor, sublime eterno”, “La mujer samaritana”, “Jesús el buen Pastor”, “Gloria a tu nombre”, “Tierra bendita y divina”, “Fue de Dios la santa voluntad”, “Manos cariñosas”, “Yo vivo Señor”, “Hay una senda que el mundo no conoce”, “Me salvó, me perdonó”, “Canten con alegría”, “Los que esperan en Jehová”, “Si fui motivo de dolor”, “La vid y los pámpanos”, “Cautívame Señor”, “He decidido seguir a Cristo”, “Firme estaré”, “Después de la tormenta”, “Nuevas alegres para decirles”,“¿ Has oído, Señor?”, “Gloria, gloria, aleluya”, “A la victoria Jesús nos llama”, “Viene otra vez”, “Cuán gloriosa será la mañana”, “Más allá del sol”, “Jesús me ama”,“ Proclamad juventud redimida” y “América será para Cristo”. Compuso además los himnos “Resucitó Jesús” y “Yo quiero vencer”.
Loores dad a Cristo el Rey En la India un pastor viajaba en cierta ocasión para predicar por primera vez a una tribu indígena. ¡Cuál no sería su asombro al encontrarse de repente rodeado por guerreros que le apuntaban con sus flechas y lanzas! No sabiendo más qué hacer, abrió el estuche de su violín y comenzó a tocar y cantar “Loores dad a Cristo el Rey”. Al cantar la cuarta estrofa, Robert Scott se dio cuenta que los guerreros habían bajado sus peligrosas armas y se acercaban amistosamente. Le recibieron en la tribu donde pronto aceptaron también el mensaje de salvación. Tienen así derecho de estar un día“ con los que estarán del trono en derredor”, de todas naciones , tribus, pueblos, y lenguas, cantando por la eternidad a Cristo el Salvador.
George P. Simmonds (1890-1991) A los cuatro años, Jorge ya cantaba himnos con gran devoción y entusiasmo. Cuando tenía diez años sintió el llamado a ser misionero. Conservó su amor al Señor y por la música a lo largo de su vida. Tan es así, que después de cumplir los cien años de edad aún cantaba solos en grandes reuniones, y por televisión. Empezó su obra como misionero, juntamente con su esposa, Nessie, en el Ecuador. Luego exploró el área del Amazonas y cruzó el continente. Colaboró en la compilación de “Himnos de la Vida Cristiana”. También trabajó con las Sociedades Bíblicas en varios países sudamericanos. Después sirvió como pastor de unas iglesias hispanas en los Estados Unidos de América. Fue un prolifero traductor de 800 himnos y cantos corales. Usó algunos seudónimos como G. Paúl S. y J. Pablo Simón. Tradujo los himnos “Al Dios de Abraham, loor”, “Jubilosos te adoramos”, “Angeles cantando están”, “Oh Cristo, nuestra Roca aquí”, “Cristo cual pastor”, “Gracia admirable”, “Dime la historia de Cristo”, “Cabeza ensangrentada”, “Junto a la cruz de Cristo”, “Un día”, “La tumba le encerró”, “Al Cristo vivo sirvo”, “Oh Verbo encarnado”,“ Años mi alma en vanidad vivió”, “Oh Cristo, yo te amo”, “Cristo es Guía de mi vida”, “Rey de mi vida”, “Sale a la lucha”, “Pudiera bien ser”, “Yo podré reconocerle”, “Honor a las madres” y “Tu pueblo jubiloso” y compuso el himno “Los que somos bautizados”.
Enrique S. Turrall (1867-1953) Desde el comienzo de su ministerio en España, don Enrique se dio cuenta de la gran necesidad de tener himnos que expresaran las experiencias emocionales de la vida, tales como el arrepentimiento, el gozo, los conflictos y el amor. Escribió y tradujo himnos para funerales, bodas y otras ocasiones especiales. La colección aumentó hasta merecerse ser publicada como el himnario, Cánticos Evangélicos. Además de sus himnos, Turrall nos ha dejado el reto de llenar vacíos con música nueva que glorifique al Señor. Compuso los himnos “La Palabra del Señor predicar”, “Del amor divino”, “Engrandecido sea Dios” y “Bienvenido” y tradujo los himnos “Nuestra vida acabará”, “Jehová es mi Pastor”, “Siempre conmigo está”, “Avívanos, Señor”, “En las aguas de la muerte”, “¡A combatir!”, “¡Adelante con valor!”, “¿Soy yo soldado de Jesús?”.
Berta Westrup de Velasco (1883-1959) Las dulces voces de las hermanas en la fe cantan, “Las mujeres cristianas trabajan”. Muchas sociedades femeniles agradecen a la hermana Berta la letra de su himno lema, que habla del trabajo tenaz como expresión de la fe. Ella dedicó su vida a la docencia, con magníficos resultados. Centenares de niños estudiaron en su escuela en San Simón México D.F., y los padres de familia asistieron a sus reuniones de orientación para mejorar el hogar. Los alumnos disfrutaron de clases interesantes cultivaron parcelas, participaron en dramas con moralejas, aprendieron a hacer pozos artesianos y otras cosas prácticas. Doña Berta fue muy respetada, y una calle en Monterrey fue nombrada en honor a ella. Recientemente se ha publicado un libro acerca de la familia Velasco Westrup. Entre ellos hubo varios autores de himnos, como también educadores y pastores, incluyendo al esposo de doña Berta. Se les recuerda por su deseo de comunicar el amor de Cristo sin contemplar las barreras sociales.
Epigmenio Velasco Urda (1880-1940) La música formó parte de la vida de Epigmenio desde la niñez, ya que tocaba en la estudiantina de la familia. Fue muy conocido en la Ciudad de México como director de coros, tan es así, que sus amigos le llamaban: “El campeón de los coros”. Trabajó como educador, pastor, poeta, compositor y periodista, pero su mayor gozo fue entusiasmar a los grupos corales en su alabanza a Dios. Tradujo, entre otros, el himno Me guía él y compuso el himno “Nuestra fortaleza”.
Tomas M. Westrup (1837-1909) Hace más de un siglo la familia Westrup salió de Londres y se radicó en México, cuando Tomás cumplía apenas quince años. Construyeron un molino para elaborar harina de pan; pero hoy se recuerdan porque llegaron a conocer el “pan espiritual” de que habla Cristo en Mateo 4:4. En Monterrey entendieron el mensaje de la Biblia, y pronto cada uno pudo testificar: “Ya pertenezco sólo a ti, Cordero de Dios, heme aquí”. Son las palabras del himno “Tal como soy”, que Tomás tradujo del inglés. Tanto él como su hijo, Enrique, fueron usados por Dios para escribir y traducir centenares de himnos. Consiguieron una imprenta y publicaron libros, tratados y un himnario de tres volúmenes: Incienso Cristiano. Tradujo los himnos “Cariñoso Salvador”, “Loores dad a Cristo el Rey”, “Con voz benigna”, “Fuente de la vida eterna”, “Tentado no cedas”, “No te dé temor”, “Roca de la eternidad” y compuso la letra del himno “Dicha grande es la del hombre”.