Rubén Fontana: detrás de las palabras
Eugenia Santa Coloma / Ezequiel Sambresqui No eligió a las letras, ellas lo eligieron a él. Casi como una predestinación, no recuerda el porqué ni la razón precisa, pero desde chiquito estuvo “preocupado por el tema”. Por aquel entonces el campo de la tipografía era totalmente desconocido, se necesitaba del dote del dibujo y el empuje, y Fontana los tenía. Desde pequeño bosquejó alfabetos, los embelleció, les dio forma y lectura, y cuando quiso darse cuenta ya formaba parte del departamento gráfico del Instituto Di Tella junto a los pioneros del diseño argentino, Juan Carlos Distéfano y Juan Andralis. Es inevitable dejar al descubierto la humildad que caracteriza a Fontana, a pesar de que es un monstruo del diseño, hacedor de las imágenes del Di Tella, YPF, Telefónica, Farmacity y Morph; único expositor argentino permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA); creador de la revista Tipográfica y del posgrado de tipografía en Latinoamérica; y director desde hace más de 40 años del estudio Fontana Diseño. El 6 de mayo de 1986 recibió su mejor regalo de cumpleaños. Aquel día comenzó la Carrera de Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires, a la cual un año después se le incorporaron las materias de Tipografía I, II y III. Al mando de las cátedras comenzó un camino que transitó por más de veinte años y que despertó su desconocida vocación por la enseñanza. “Siempre digo que la docencia me salvó. Para ese entonces no tenía motivaciones para mi trabajo y me daba cuenta de que repetía fórmulas. Los alumnos me abrieron la cabeza y se produjo un clic que fue fundamental: comprender que cada trabajo, cada propuesta, cada circunstancia y cada solución es única”, reflexiona Rubén. Con la llegada de Fontana a la UBA se empezó a gestar un cambio en el diseño y en la forma de comunicar: “Los viejitos que veníamos haciendo esto por el interés personal de hacer diseño, teníamos una plataforma de partida que era doméstica. Ojalá yo a los veintipico de años hubiera tenido la posibilidad de saber todo lo que los alumnos saben”. La ciudad está invadida por la comunicación visual, y para Fontana la calidad mejoró notablemente en los últimos 20 años. “Se modificó, perfeccionó y profesionalizó. Se entiende desde otro punto de vista, no solo desde el estético, hay una cuestión conceptual muy importante que hoy cualquier alumno toma: no hace las comunicaciones por el arte, sino con un pensamiento de otro tipo”, opina y sostiene: “La universidad, así como está estructurada, masiva, llena de impulso, de situaciones inconexas que
empujan al individuo a buscar su vida, su forma, sus intereses personales, genera un grupo de profesionales que tienen un gran valor”. Siempre cumplió con el deber de saciar el desconocimiento, y el campo de la tipografía era tan virgen en el país, que cualquier iniciativa que se tuviera podía ser trascendental. De todos modos, Rubén sentía que la materia que dictaba se terminaba rápido y no lograba transmitir gran parte de sus conocimientos: “Los chicos finalizaban la carrera y yo sentía que no habíamos podido hablar casi nada. Ahí se me ocurrió que había una forma de seguir con el diálogo: haciendo una revista”. Así surgió Tipográfica, la primera publicación con bibliografía en español señalada en su momento entre las cinco mejores revistas de diseño del mundo. “Empezamos a hacerla de manera muy doméstica y romántica. Nos golpeamos fuertemente, pero por las mismas razones que con la tipografía, fuimos tenaces y seguimos”, recuerda. Con la idea de la revista surgió hacer una tipografía propia, exclusiva y con propiedades adecuadas de uso. Así nació Fontana, uno de los mayores logros de su creador, reconocida por su presencia, carácter y peculiaridad. Con el pasar del tiempo Fontana, Tipográfica y Rubén se simbiotizaron y pasaron a ser una sola cosa. En 1997, después de 20 años, decidió poner fin a la publicación pese a que estaba en su apogeo. Uno de los principales motivos del cierre fue la llegada de internet que dio lugar a la circulación desmesurada de información del área y la posibilidad de piratear tipografías. Así se desencadenó un dilema a nivel mundial: los profesionales que trabajan durante años en el desarrollo de una fuente se ven altamente perjudicados porque no reciben un rédito. “El tipógrafo tiene razón, quiere cuidar su trabajo y que no se lo roben. Yo estoy en una situación muy privilegiada porque vivo del diseño gráfico, la tipografía es una necesidad que tengo de hacer cosas”, asegura.