Retrato Del Infierno

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Retrato del infierno Juan re-crivello

Índice

1 la tumba de su padre 2 Octubre de 1963 3 10:00 Hs. Año 1958 4 la Cueva 5 Pilar 6 la política 7 el mudo 8 1953/1958 9 “Dice Tony que el loro está muy vigilado” 10 “Aquel gustillo antiguo y fresco”

1 la tumba de su padre 5 febrero 1961 Dejo la mesa, se puso de pie, miro el reloj, -eran las cuatro de la madrugada-. Las tripas de su barriga estaban a punto de estallarle, se aparto del grupo. El whisky le había mareado un poco, buscaba la dirección de la puerta. Una mano le agarro, impulsándole con fuerza hacia la calle. Fuera hacía frío. Un foco de luz, que se agitaba por el viento, permitía ver el final del sendero. Se giro, unos pasos, el asco le obligo a bajar su cabeza. Vomito sobre una tierra dura y triste. A medida que se acercaba hacia la farola dejaba detrás la timba. Era aquella, una oscura chabola de barro y paja regenteada por un gigantón de apellido París. El vicio del juego le había atrapado desde la muerte de su padre. El alcohol le consolaba cuando la suerte era esquiva. Continúo hacia la izquierda, en una línea imaginaria cercana a la farola. El camino escondía una noche cerrada, fosca, peligrosa. Getulio, (Gue para sus conocidos), apretaba el paso mientras pensaba en su destino. Lejos el sonido de la noche le atraía el grito de los lobos. La tarde anterior la lluvia había sido copiosa, sus botas apretaban el barro, los campos se estiraban interminables, abriendo surcos de pereza, de aburrimiento. Gue odiaba esa comarca, de cuatreros, ladrones, pendencieros. Siempre había dicho a sus colegas que ansiaba largarse. Un chasquido le aparto de sus pensamientos. La noche no le permitía distinguir, pero dos bultos se habían colocado a su vera. Alguien grueso y desaliñado se le echo encima, le rozo con algo puntiagudo. Él, por instinto se giro perdiendo el equilibrio, al intentar levantarse se encontró con una cara que desplazada le golpeo en la cabeza, volvió a trastabillar. Sus piernas le temblaban. Solo quería escapar.

Estaba débil. Al zafarse empezó a correr, la sangre bombeaba por sus venas y le amenazaba con explotar. Suponía le seguían. ¿ Hacia dónde ir?. En su alocada carrera, veía un punto de luz que se ensanchaba. Hacia allí, -pensó-. Su cuerpo rechinaba, el pánico le empujaba. De repente el suelo desapareció, se sujeto la cabeza mientras rodaba por una pequeña pendiente. Los tumbos aumentaron hasta sentir como el agua le daba de lleno. Estiro sus manos intentando cogerse del musgo, se le escapa, le arrastraba. Sentía un frío horrible, no lograba distinguir los límites. Buscaba mantenerse a flote, se cogió de algo impreciso, tierno, frágil. Quiso acercarse al objeto que flotaba, por un lado, el intento le llevo a presionar sobre algo flácido. ¿ Que era aquello?. Tiro de él, era flexible, el golpe de una pata contra su mano le permitió resituarse. ¡Una vaca¡ Era una vaca, tocaba sus ubres!. ¡Parecía muerta! . El caudal del río empujaba, Gue se subió a ella y lograría estirarse en una posición inestable. Había depositado su cabeza cercana a las orejas del bicho. Estuvo en esa posición casi una hora o más, hasta sentir que el propio movimiento le arrojaba en un remanso. 13 octubre 1959 Ella se cruza en su camino. Con su mirada, hará un intento de disculparse. Gue soltaría -de plano, su primera y escuálida frase: _¿Tú eres hermana de Mayte?. Ella se detuvo, titubeo, esbozo una sonrisa morena, dejando caer sus labios superiores -para a continuación, abrir una boca que dejaba ver unos dientes parejos y blancos. Él dijo: _ Te vi la semana pasada frente a la panadería en la esquina de Lesseps. Un silencio obsceno volvió a unirles. Ella quería proseguir con su conversación. Quizás pensaba que él era su hombre. Le veía tan masculino, tan alto. Pero se aparto, moviendo su pierna derecha. Le esquivo. Al dejarle detrás. Un grito de Gue, mezcla de susurro y exhalación, dijo: _¡ Qué narices te piensas!.

Al entrar en casa su imagen me perseguía, era guapo e insolente. Le deseaba; mis fantasías me unían a su vientre, a su cabello, a su carcajada. Abrí la puerta de mi habitación, me estire en la cama. Mayte me había dicho: Gue te atrapa con sus palabras, cuando mas deseas estar alejada de él, mas te persigue. La ilusión me poseía. Mis senos se habían hinchado, el vello de mi cuerpo se había erizado. Le sentía tan cerca de mí, que me arrastraba en un juego caprichoso. No dejaba de torturarme una pregunta: ¿ mi hermana habría estado con él?. _María!!!. Mi madre gritaba desde la cocina, -¿qué querría?-. Me puse de pie, incomoda, la espalda me tiraba. ¿Qué hora seria?. Las siete tal vez, ¡uff!. Aún no había preparado nada del examen de la próxima semana. _¡Hola¡. _¿ Has estado en el centro?. -Gruño, su mirada verde y nítida esperaba una respuesta. _ Te he visto charlando con Gue, -en la esquina. Tú sabes que esa familia trae problemas. Su hijo es un pendenciero. –Pensé, ahora vendrá una catarata de palabras. _ Además, -ella continuo-. Ya salió con tu hermana y le hizo sufrir mucho. Quedaba con ella y le daba plantón. Otras veces le explicaba historias, aventuras, que le producían terror. Mi madre vio la expresión de sorpresa en mi rostro. Me había cogido de lleno. _ No te rías, te contare una. ¡Dicen que el peligro seduce!. Cogió una camisa que estaba encima de la mesa, la estiro con sus dedos y se dispuso a sentar. En sus cabellos brillaba el rubio teñido, ajado, ondulado, rebelde. Su personalidad, en sus mejores días, le llevaría a cantar o bailar. El cruce con mi padre, le había dejado atada a la cocina y sus caprichos.

Noche de 1958 Detuvo el coche frente al cementerio. El Kaiser caravela dio un pitido. Abrió la puerta, el frío entro en sus huesos, la llovizna acentuaba aquella esperpéntica situación. Al pisar el suelo sus botas tomaron contacto con el agua. Había detenido el coche a pocos metros de la puerta de entrada, serian las dos de la madrugada. Se acerco a la puerta de hierro y sujetándose en un lateral trepó con fuerza para saltarla, al caer, su cuerpo le recordó los 23 años. Buscaba el camino de siempre, primero hacia la derecha, un poco más adelante torcería levemente para encontrar en 100 metros de suave pendiente, la tumba de su padre. Se cumplían cinco años de aquella ida. Se detuvo, ante una fría lapida. El mármol corroído brillaba por efecto del agua que se deslizaba. La farola más cercana empujaba una luz magra y sin razón. Gue repaso su abrigo y lo abrió, metiendo la mano en su interior, el contacto con el calor, aumento hasta el extremo su irritación. Saco un polvo gris y lo esparció por encima de la fosa, la mezcla con el agua produjo un tenue humo que se elevo unos segundos. El exclamo: ¡Te vengare, padre!. La inoportuna escena le transporto en sus fantasías. Aún recordaba aquella mano ensangrentada de su padre. Le pedía auxilio y su rictus de asombro, de duda para acercarse. Este recuerdo le regresaba continuamente, pero no lograba profundizar en él, no era capaz de reconstruir en su memoria los siguientes minutos, ni las personas participantes, ni siquiera la escena. El asco avanzo en su garganta, se giro y escupió. Pasaron unos minutos hasta regresar de sus ensoñaciones. Metió mano en su bolsillo derecho y extrajo un trozo de pan, se lo llevo hasta la boca y desgarro la miga. Al masticar, esa masa arcillosa se entremezclaba creando una bola pegajosa. Alargo su lengua y echo un escupitajo, aquella bazofia fue a dar en el mármol. Estaba empapado, volvió sobre sus pasos, por la pendiente. El morro del coche estaba ya cerca, introdujo la llave en la puerta, dio un giro, se abrió, se encogió y al sentarse, se estiro frente al volante. Encendió la radio, la música le era conocida: _ Wear my ring... -una canción de Elvis.

“Said you wanna stand there,

With your arms around me... But I can't feel you... It's kinda like a dream... Then you walk out with another”.. Lord my jaw hits the floor... It's kinda like a dream... Said little angel with the bottle... I don't love you anymore...”

Cada vez que venía a ver a su madre, salía asqueado. Hizo unos kilómetros y se detuvo frente a una casa. En esa casa había pasado largas temporadas. Se dio cuenta que se había dejado las llaves, abrió la puerta del jardín, los perros le saltaron encima, dándole muestras de alegría. Camino hasta una ventana y golpeando con sus nudillos en el cristal, percibió como del otro lado le respondían: _ Voy. Gue se dirigió hasta la entrada principal. _ ¡Hola!. Allí estaba su madre. Erguida, dejando caer revuelto su cabello oscuro alrededor del cuello. Era de mediana estatura, un poco rellena. Ella le dijo: _ ¡Tu crees que es hora de estar dando vueltas!. _ Tengo hambre... dijo. Sus pasos sonaron en dirección de la cocina. Encendió la luz girando una manivela blanca de cristal opaco. Era un espacio antiguo, amplio, dividido por una pared estrecha y baja que sé interponía entre la cocina de hierro de leña y la de gas. En el centro de la habitación se situaba una mesa cuadrada. De ella caía un hule de dibujos geométricos. Cuatro sillas, marrones, feas, completaban la austera estancia. Hacia la derecha, aparecía una gran ventana que se asomaba al patio. La nevera prestaba su ruido negligente, en el cuartucho contiguo. _¿Te preparo una tortilla con salsa de tomate?. Dijo su madre. Ella ya había llegado hasta la altura de una alacena marrón, allí la puerta entreabierta de la parte superior, mostraba sartenes y ollas. Sin escuchar su respuesta, ella ya iba hacia el mueble cercano a la cocina. Las patatas que sostenía, permitían ver sus manos huesudas y ajadas. _ Sí. Gue respondió a destiempo.

_ Hoy se cumplen cinco años de la muerte de papa. ¿ Has estado allí?. Pregunto ella. _ Si. _ Tu padre quería que fueses un científico. Aun recuerdo sus últimas palabras, estaban llenas de ternura y emoción: _ María, nuestro hijo debería ir a la universidad. _ Ma, déjame de historias. -Gritó él-. Un relámpago de aquella frase, teñiría de rojo las facciones de su madre. Él continuaba alterado. Un borbotón de palabras surgiría en respuesta. Debiles, inconexas, febriles, amargas: _ Tu sabes que el tenia enemigos. Cuatrero, falto de escrúpulos, amante del poder, nepotismo. _¡Cállate Gue!, siempre le has odiado. ¡Eras visceral!. No aceptabas que tu padre tuviera autoridad. ¡Y la ejerciese!. La última Navidad, deseaba verte, pero te empeñaste en quedarte en casa de ella. Dijo su madre. Gue vio, como desde su bajo vientre subía un ahogo. Dijo: _ ¡Te callas o me marcho!. Mi padre –continuo más calmado, siempre buscaba influir en mis cosas. Esa navidad sus secuaces estuvieron en casa de ella, querían imponerle que viniésemos a hacer el paripé. Esa extraña palabra se coló, intento rectificar, ser más preciso. Dijo: Solo deseaba, la hipocresía delante de ti y de los demás. El aceite frito crepitaba, el silencio que se había abierto entre los dos escondía un cierto asco. Su madre estaba nerviosa, se notaba en la agitación que imprimía a la cacerola. _ Ma, no he querido herirte. Dijo él, intentando remediar su error. Ella puso el vaso en la mesa, luego el plato, luego los cubiertos. _¿ Te apetece vino o agua?. –Preguntó, con voz temblorosa. _Agua. _ Tu sabes que para mí tu padre lo era todo. Dijo ella, en un intento de reconciliarse. Continuó: juntos construimos todo este patrimonio. Y lo hicimos por ti. El tiempo ha jugado en nuestra contra, desde su asesinato mi vida es diferente. No deseo una pelea contigo por su causa. Siento que todo se está derrumbando y tú no quieres cuidar lo que te pertenecerá. “Para mí todo esto es una pesada carga” –respondió Gue. “Ma, lo que nos rodea me

recuerda a padre. Cada vez que toco su poder, siento que me asfixio. Él era arbitrario...” _ Déjalo estar, dijo ella. Siempre son los mismos argumentos. Gue masticaba con fuerza y desaliño. Ella le miró y se marchó. Al quedarse solo, mordisqueo con violencia las patatas, debajo de la mesa sus piernas se movían rozando una silla lateral. Comió apresurado y pasados unos minutos se levanto. Se dirigió al despacho donde su padre trabajaba. Abrió la puerta, al entrar, encendió la luz. Era una sala, con un amplio espacio que incluía dos sillones, un escritorio hecho de cuero y madera noble. Se estiro en un sillón, buscaba con la vista algún punto que le trajera recuerdos. A su alrededor las paredes soportaban amplias estanterías, llegaban hasta la altura del techo. Lo que daban una pauta de quien había estado allí. Esta sucesión monótona, se interrumpía en una escultura pequeña de la cabeza de un otomano. Por encima de ella casi al centro, colgaba un lienzo de 2x2 metros. Era la imagen de medio cuerpo de su padre, de aspecto dominante. Una ligera calvicie, y aquellos ojos, que escudriñaban fijos, huecos, insistentes. Gue reflexiono: ¿hacia donde dirige su mirada?. Intento extremar el seguimiento. Su mirada iba en busca de la pared del frente, en el recorrido estuvo a un paso de abandonar. ¡Qué estupidez!, -pensó. Con porfía, volvió a remontar su recorrido. De nuevo, observo que terminaba, en un saliente situado en la octava estantería. ¿Que podría haber allí?. El cansancio le distraía, pero los ojos le insistían. _¡El viejo hasta desde la tumba quiere hablar!. –Dijo, entrecortado y balbuceante-. Se puso de pie, fue hasta una mesita de hierro, -de aquellas que decoran y juntan polvo. Intento arrastrarla, pesaba una enormidad. El suelo chirriaba, un hilo negro de pintura se desplegaba de las baldosas. Una vez que logró situarla, se subió en ella, pero aún no llegaba, bajo nuevamente y cogió una silla pequeña, poniéndola sobre la mesa. Se apoyo en el cuarto estante y trepo hasta poder tocar el saliente. Introdujo la mano recorriendo la superficie. Era áspera. Sentía que su mano se cubría de una sustancia melosa, que se le pegaba. Su instinto le hizo retirarla de forma brusca, mientras corría por su espalda un escalofrío. Observo la palma de la mano, un pringue amarillo, dorado, la cubría. Bajo con rapidez

y se fue hasta la cocina. Metió la mano bajo el agua. Aquella porquería se resistía a despegarse, le paso jabón. Parecía que se aflojaba. Se seco con un trapo, regresando sobre sus pasos. Al entrar en el estudio vio, que algo había cambiado, a su izquierda se había abierto un estrecho pasadizo. Se acerco hasta él, pero no había luz. ¿Cómo podía entrar?. Fue de nuevo hasta la cocina, hasta llegar al cuartucho situado al final. Removió varias estanterías, abrió un mueble, otro. En la oscuridad, sus manos nerviosas, tocaban por doquier senderos que de pequeño conocía de memoria. Algo pudo reconocer al contacto, frío, espasmódico. Era la antigua linterna del viejo. La cogió e intento acercarla a la claridad, decía desteñida: Eveready. Presiono un botón hacia delante y una luz potente partió el cuartucho en dos mitades. Regreso sobre sus pasos. Tal vez al manipular aquella cosa pringosa, –pensó, abría empujado algo que forzó su apertura. Acabo de entreabrir la pequeña entrada, intentando enfocar la linterna hacia ese mundo tenue y desconocido. Frente a él, se asomaba una escalera pequeña. Un olor nauseabundo subía desde el fondo, era parecido a aquel aroma que suelta el algodón de azúcar hecho con colores vivos que venden en las ferias. Decidió bajar y se apoyo en una madera adosada a la pared, cada pie que soltaba le hundía más en dicha atmósfera. En el quinto escalón, un viento helado le sacudió, cerrando en seco la puerta que quedaba a su espalda. La oscuridad iba en aumento. Trago saliva, estaba en medio de dos mundos, no sabía, si seguir o retirarse. Empujo los siguientes pasos y los escalones se sucedieron rápidos, la angustia le dominaba, un hilo de sudor corría por su frente. Al llegar al final giro su cabeza en redondo, buscaba desarrollar su certidumbre. Por su derecha se veían varias cajas, un poco más adelante se abrían, al parecer, tres túneles. El silencio le aplastaba. Se detuvo a pensar. Un poco absorto, intento desplazarse y tropezó con una de aquellas cajas. Se inclino e intento destaparla. Veía unas carpetas negras, limpias, prolijamente ordenadas. La luz de la linterna se apago, el viento helado le empujo hacia el costado. Apretó aquella lámpara con insistencia, intentaba reanimarla. ¡El miedo le asfixiaba!. Busco a tientas encontrar la escalera y fue a dar contra una madera o un hierro. Un golpe en la

cabeza le abrió un pequeño surco en la frente. Intentaba serenarse. Se rehízo, golpeo varias veces contra el suelo con la linterna. De repente la luz exploto de alegría. Se encontraba frente al comienzo de la escalera. Se puso de pie y trastabillando comenzó a subir, primero más lentamente, luego corriendo y rozando su hombro derecho con la pared. Al llegar, una pared amorfa, cubierta de tela de arañas protegía el sitio por donde había entrado. La maldita luz volvió a traicionarle, a tientas, intentaba asirse en los salientes próximos. Alguna palanca o algo cederían. Empujo con brusquedad en una pérgola. Ya casi exhausto, sintió que aquello cedía, empujo aun más y salió despedido en dirección al centro del despacho. Estaba destrozado, al mirar por encima, los ojos del viejo le fagocitaban. Con su mano derecha se toco la frente, la sangre le escapaba a chorros. Se puso de pie, corrió hasta la cocina, nervioso comenzó a buscar en los cajones. Uno de ellos cedió y fue a dar por los suelos. Cayeron los cuchillos y los tenedores, que produjeron un ruido infernal. El hueco vacío, le permitió ver los trapos de cocina del situado debajo de aquél. Agarro uno de ellos, poniéndolo en la herida. Dejo aquel desastre, yendo hasta el lavabo, encendió la luz y su reflejo apareció en el espejo. ¡Estaba hecho polvo!. Dijo: “¡La madre que los parió!”. Abrió la puerta del mueble, allí había alcohol, cogió un trozo de gasa, la remojo en él liquido. Se desinfecto pasando la gasa por el corte, el ardor le descojonaba de rabia. “¿Quién me ha enviado a mí a hacer de investigador del viejo?”.

Se estiro la media de seda de su pierna derecha hasta por encima de su rodilla, la ajusto con un elástico fino que apretaba la parte superior casi cercana a la pelvis. Su suave epidermis temblaba ante aquella presión, por encima del elástico sobresalía una carne rubia, con cierta hambre, ante el espejo del futuro sexo. Estaba acostada frente a mi mirada, con las piernas abiertas. Su piel fina y delicada acentuaba su encanto. No llevaba encima nada más que unas bragas de color rosa. Gue caminaba desnudo por la habitación, nervioso, sobresaltado. Ella tenía sus ojos enrojecidos.

El llanto de hace minutos, le mostraba una mujer tierna, pero febril. _¿Te has calmado?. Pregunto él. _Sí. _Sonia, no he querido hacerte daño. Si eras virgen, deberías superarte. ¡No soy un impaciente!. _ ¡Bruto!. ¡Eres un bruto!. Gritaba dolida, comenzando a llorar nuevamente. La cara de fastidio en Gue, iba en aumento. _¡Porca miseria!, -dijo. Se le veía cabreado. su punto de emoción, contrastaba con el sonrosado de las mejillas de ella. _¡Tú te piensas que soy una de de esas que despachas en minutos!, -dijo, muy despacio. A continuación, ella atraería la sabana hasta la altura de su cuello cubriéndose. Estaban en la casa de él, cercana al río. Por la ventana se veía un paisaje de ensueño, los arboles formaban una hilera que aguantaba la brisa. Eran las diez de la mañana. Ella había mentido para verle y ahora se sentía dominada por este sentimiento miserable, de asco y frustración. Él cogió su pantalón, se lo puso y abrió la puerta, dejándole sola. Unos minutos después una canción de Elvis se oía a lo lejos. Ella se puso de pie, su espalda lisa, perfecta, le ceñía desde el final de sus bragas hasta los hombros. Fue hasta el lavabo y se mojo la cara, los brazos, las manos. Quería limpiar aquella horrible pesadilla.

2- Octubre 2 de 1963 ¡Horrible pesadilla!. Hace sol, calor. Siento un gran sofoco. El resplandor que llega, me deja en una situación desigual respecto a mi interlocutor. El, sin intuir mi inseguridad, me pregunta: _¿ Sabes quién ha muerto?. _¿Quien? -digo. _Kennedy. Seca y lacerante, la voz gutural e inexpresiva de El Rubio me produce un cierto escozor.

Me vuelvo hacia la derecha y echo a andar hasta el kiosco más cercano. Al llegar, me acerco hasta los periódicos. Los titulares escupen su asombro: ¡El presidente Kennedy ha sido asesinado en Dallas!, -titula La Tribuna. Escojo una moneda de mi bolsillo, se pega a mis dedos, se la entrego al vendedor. Me llevo el ejemplar. Mientras me alejo, en mi cabeza da vuelta una idea: este desconcierto: ¿abrirá paso a una nueva etapa?. En las páginas interiores, releo de manera accidentada. Arranco la parte de la hoja central y arrastro de ella, poco a poco el papel cede a mi presión y se divide en una línea circular. Mi intención es quedarme con el trozo. No es más que un papel, arrugado y triste. En la parte más próxima a la vertical, aparece la foto de una camisa manchada en sangre. Mientras, voy en dirección a la montaña. La ansiedad de su perdida, nos dejará sin este personaje que había sido un faro. Una sensación de atribulado, empujaba mis piernas mas de la cuenta. Empezó a invadirme el cansancio. Lunes 1953 La tos explota empujándome contra el sofá. Felipe Ramos piensa en la próxima visita que sube por la escalera. Es ese momento cuando percibe que golpean la puerta. Es un sonido corto e impreciso. _¡Si!. Un personaje astuto y peligroso se abre camino hasta su escritorio. _Hola, dice Tony G.. El recién llegado, sabe que debe cuidar sus pasos. Le odia. Le debe favores, al Viejo. Felipe Ramos recoge una palangana, la había dejado cerca de su pie. La sube hasta su cintura y suelta en ella un sonoro escupitajo. Tiene los pulmones destrozados por el tabaco. Luego deposita aquel recipiente en una mesa, intenta no dejar de mirar hacia los ojos de Tony G. Abre su boca, y mueve su lengua, con ella da un latigazo contra la pared de la encía. De una manera suave pero intensa -dice: _Me debes el mes pasado, el cargamento lo puse en tu casa de madrugada. Debo pagar a la gente. _¡HE TENIDO PROBLEMAS! -grita el otro. _Me importa un cuerno -responde el viejo.

_La zona de El Paso esta infectada de polis. He perdido tres hombres y dos camiones. El sudor de Tony al explicar sus dificultades, es intenso y cubre sus cejas hasta parecer una catarata. No soporta aquella miraba de sorna que practica el Viejo. _Pero, ¿Porque no has subido por el antiguo cementerio?. O, ¿es que esa ruta te da miedo? –pregunta el antiguo contrabandista. _No es eso –responde Tony con un aire chulesco. _Y si no es eso, a cuento de que viene intentar meter el género por donde están los polis –vuelve a insistir el Viejo. _¿Tu crees que yo soy tonto?. La ruta la habíamos revisado tres veces. _Entonces tienes un chivato –dice el Viejo. Con ello pensaba que soltaría confesión. Tony G., incomodo se puso de pie. Llevaba la bragueta desabrochada. Su cuerpo se arqueaba al caminar, dejando ver unos zapatos embarrados. Camino hasta el fondo, casi al tocar la puerta. Se dio media vuelta, desde allí miro al viejo. Con una de sus manos, cogió el puñal que llevaba metido en el cinturón y lo envió con fuerza hacia arriba, para dejarlo caer. La daga dio un golpe contra el piso de madera. Se incrustó con fuerza. Entre ambos, se produjo un instante de silencio. En aquella relación, estábamos ante dos mundos, pero unas características comunes: una intranquila terquedad. _Te pagare tu dinero dentro de dos días -dijo T.G.. Pero… ¡a mí, no me des mas lecciones!. Se movió un poco e hizo girar el pomo de la puerta. La entreabrió lo suficiente para salir, hosco, echo a andar, cerrando la puerta tras de si. El puñal había quedado pegado a aquel extraño hogar. El Viejo resoplo, abrió un cajón ubicado a su derecha y saco una pistola. La movió en el aire y la detuvo en seco. Apunto en dirección al acero. Un sonido salio desde el revolver, la bala dio limpiamente partiendo la empuñadura. Una parte, fue ha clavarse en la madera del tercer estante, la otra quedaría hecha trozos. Pasados unos segundos, golpearon en la puerta. _¡Sí!. Al abrir, entro una persona baja, de ojos oscuros. El Viejo dijo: _Peter, recoge las piezas destrozadas,. Ve al carpintero para que repare lo que se ha estropeado.

_¿El señor desea algo mas?. _No. El viejo miro la hora. Eran las 12. Pensó que era mejor bajar, antes de comer. Fue hasta la puerta y echo llave. Dio una vuelta sobre si mismo yendo hasta una estantería a su izquierda, acerco una silla se monto en ella, retiro un libro. En el fondo del hueco dejado, empujo hacia un lado un pomo. La estantería se dividió en dos alas, dejando un espacio pequeño para entrar a un oscuro hueco. Encendió una luz en su derecha y entro en su interior. Un portazo se escucharía detrás de él. Con dificultades, comenzaría a descender. Al fondo se veían dos entradas, escogió la izquierda. En las paredes abovedadas, se mantenían una hilera de bombillas. Hizo un largo recorrido, casi al final el ruido iba en aumento. Al entrar, se abría la roca del túnel, de forma irregular, apareciendo una nave alta, que se ensanchaba en las esquinas. Las paredes estaban cubiertas de tonalidades de grises y abundante musgo. Unos hombres trabajaban cargando un camión. Mas adelante, unos fardos se apiñaban casi desprovistos de control formando una montaña. Una de las personas que al principio le daba la espalda, al verle se aparto caminando en dirección a el. _¡Hola!, -Don Ramos. El Viejo, por respuesta, soltó un escupitajo, que fue a dar al suelo. El tipo insistió: _No le esperaba esta mañana. ¿Era una pregunta, una admiración o un escondido temor?. Prosiguió: “Ha venido Tony G. y me ha dicho que perdió varios de sus camiones en El Paso”. “¿Que sabes tu de aquello?” –pregunto el Viejo. _Estos últimos días, aquel sitio estaba lleno de polis. Creo que algo buscaban los cabrones. Ese camino no es seguro. Les he dicho a los hombres que reduzcan las entregas. _¿Por donde las envías? –pregunto el Viejo.... _Por el cementerio Jefe, -dijo el tipo. _¿Repasas la ruta antes de pasar la merca?. _Siempre. _¿Sabes de alguien, que supiera algo más de este lío?. _Mi cuñado, -¿se acuerda del poli?. El me dijo que el político nuevo quiere limpiar. ¿Tal vez para sacar su tajada a Tony G?. ¿O a nosotros? _¿El tal Ruiz?. Dijo el Viejo

_Si. El Viejo decidió que se ocuparía de aquel. Luego pregunto: “¿Cuantos cargaremos enviaremos hoy?. _Solo 5. -dijo el capataz. La ruta del cementerio es estrecha y los polis pueden dar con ella –agrego. _¡Ese cabrón!, se le escapo a Ramos. Tú, prosigue con los cinco camiones diarios. Intentaré encontrar una solución. _Vale. Ramos se aparto.. Fue en dirección a la hilera de luces, para regresar al despacho. 13:30 horas El viejo se sentó en el comedor, ella le sirvió un poco de guiso. A el le gustaba siempre que el primer plato fuese de cuchara. Era displicente en su forma de comer, arrastraba el cubierto produciendo un chillido, que ponía de los nervios a Gue. De mayor, siempre llegaba tarde a la mesa para evitar aquel sonido. Los tres se sentaban en el extremo de una mesa, larga y ancha, rodeada de multitud de sillas. Era un comedor antiguo y espacioso que solo se abría para las comidas del mediodía, por la noche cada uno lo hacía por separado. Cuando el viejo comenzaba, su esposa se sentaba a su costado. Con el paso del tiempo, se había agrietado la relación. El tacto que ejercía ella, sujetaba la continuidad de la pareja. Gue rompía aquella monotonía, aunque cada vez menos. Con su padre, solo se miraban de reojo, ambos controlaban el tiempo y los sonidos. La puerta se abrió, por ella entró su hijo. Se dirigió a su plato. Su madre viniese o no, siempre preparaba la mesa para los tres. Aparto la silla y tomo asiento. La cuchara dio un último intento y dejo de chirriar. Por un costado del comedor apareció el sirviente y puso el segundo plato, tanto a el como a su padre. Comenzaba una carrera entre los dos. De pronto Gue sin mirarle le dijo: _¿Te has enterado de la redada del Paso?.. _Hace un momento, -contesto su padre, también sin mirarle. Me han dicho, que es el nuevo político. “Tal vez quiere progresar”, su muesca con una ceja, de improviso mientras le miraba, generaría un intento de complicidad. _La comarca necesita un poco de ley y orden –dijo Gue. El buscaba dar un golpe directo. Los ojos del Viejo habían

recuperado un cierto brillo, y no rechazaba la provocación. Sin mirarle, pero sujetando el cuchillo por el mango, le coloco de pie, haciendo equilibrio. Luego retiro el dedo y este cayo hacia un lado. Mirando de nuevo a su hijo, dijo con cierto tono enigmático: _La salsa no se puede cortar como la carne. Solo es posible, a lo sumo, repartirla entre todos. Recupero su compostura y pincho un trozo de patata llevándosela a la boca. Gue trago saliva, siguió sin mirarle. Apuro el último trozo y quizás pensaba en responderle, Se detuvo a medio camino, arrepintiéndose de lo que, había empezado a verbalizar: _Creo, que la ley no conoce de intereses, sino de su acatamiento. Detrás de las últimas palabras, le vieron desmoronarse. _¡Eres joven! –fue directo el Viejo. Ya estamos con lo mismo, -supuso Gue. Su padre continuaría: “la te edad te dará perspectiva y también… silencio”. _¡Y también intereses!, -fue el intento de concluir de Gue, ya acalorándose. Se puso de pie, quería evitar un nuevo follon. ¡Como siempre ocurría!. Pasó por detrás de su espalda y fue hasta su madre. Se inclino, le dio un beso de despedida y sin mirar hacia atrás, saldría por la misma puerta. Le corroía, la media sonrisa, que imaginaba su padre esbozaba detrás. El viejo acabo el postre y se dormito allí sentado. No escuchaba el trasiego del sirviente que retiraba la mesa. Era un sueño a borbotones, agitado. Sus cachetes bailaban, acompañando el ronco sonido del aire que expulsaba. 15:00 La gota de sudor que caía en la mesa le despertó. El Viejo se había dormido profundamente, intento estirar los dedos, la mano izquierda le cosquilleaba. Sentía fastidio, su hijo como siempre, le alteraba. Golpeo con los nudillos de la mano derecha para llamar al sirviente, pasó unos minutos y un hombre flaco de nariz larga y granos apretujados, apareció por la puerta. _¿Le acompaño hasta la habitación? –preguntó el sirviente. Ramos se aliso el cabello, hizo un esfuerzo en ponerse de pie ayudado por el otro.

_No, vamos hasta el garaje –dijo cambiando de trazado. Los dos salieron por un corredor y giraron hacia la izquierda. El sirviente se apresuro a abrir una puerta que se interponía. Luego al entrar, se podía ir por un galpón grande. Allí se escondía su tesoro: sus coches. Caminaron hasta uno próximo, un Buick del 41, de color negro y techo de lona blanca. Le abrió la puerta y le entrego las llaves. El Viejo se monto, lo puso en marcha y busco la salida que le habían abierto. 16:30 Al conducir su coche, Ramos se acercaba por un camino estrecho, rodeado de pinos en dirección a una colina. Al llegar a la cima se abría un descanso. En aquel rellano, se veía un kiosco abandonado y cuatro bancos. En dicho ambiente, el Viejo había convenido una cita con el pistolero. Dio un pequeño rodeo, apartándose de la vía principal y busco aparcar en el borde del precipicio. A su lado se situaba un Deka, de color rojo. Un tipo le esperaba de espalda, a unos metros. Miraba el paisaje que se extendía hasta dar con un lago al fondo y multitud de pinos. A Ramos le gustaba este paisaje, muchas veces quedaba aquí para una entrevista, siempre que no le apetecía que existiese un testigo. Se bajo del coche y camino en su dirección. El tipo parecía pasmado con tanto verde, casi al colocarse a su lado, un gruñido sonó de saludo. El viejo pregunto: _¿Ha hecho Vd. un buen viaje?. El tipo se estiro, juntando los dedos de las dos manos e hizo petar sus falanges. Llevaba unas gafas de carey negras, no muy gruesas. Se peinaba con una raya a su derecha y la gomina le mantenía el cabello liso y aceitoso. La frente se abría amplia. El peinado, le apretaba con cierta rigidez la parte alta del cráneo. Los pómulos y la nariz completaban un aire de profesional. La corbata con pintas oscuras, se enroscaba en una camisa blanca. El viejo desvió la mirada hacia el suelo, los zapatos del tipo, iban anudados. Eran negros y estaban cubiertos de polvo, lo cual contradecían la sujeción tan exagerada de su cabello. _Esta región tiene buenas vistas. –concedió Vance Artk. _¿Cuando podrá hacerlo?, -pregunto el viejo.

_Esta semana. _Debe acabar con el, sino Vd. no cobra -presiono Ramos. El tipo arqueando las cejas respondió: _Yo no trabajo gratis. El viejo se molesto, no le conocía. Se lo había recomendado Paris, el de la timba en la cañada. _Un 30 % solo si no muere, -argumento Ramos. _El trabajo son 10.000. La mitad por adelantado. Ramos comprobaría que estaba frente a un tipo correoso. Prefirió decir: “Vale. ¿Donde le hago llegar el 50 %?. _Al hotel de París, -respondió. El tipo se inclino e hizo una marca con un palo en el suelo, luego lo tiro hacia un lado. El Viejo intento despedirse, pero dudo que hacer. El otro no le dejo espacio para lo convencional, se dio media vuelta y casi de espaldas le pregunto: _¿Cual es su objetivo?. _El nuevo alcalde, -dijo el Viejo. Vance se alejo hasta su coche, se monto en el y siguió la guía del sendero que le llevaba hacia la carretera. El Viejo espero un momento, pensaba en el político, de quien ya había decidido su suerte: ¡Este pasara sin pena ni gloria!, -dijo. 20:00 El pitido de la nevera le altero, ella ya tenia preparada la cena. Su marido se retrasaba. Había puesto dos platos, la sopa en el cuenco arriba del fuego, estallaba de humo. Sintió que se abría la puerta del garaje, quizás luego oyera sus pasos. Intento disimular; para ello fue hasta la alacena para buscar un plato. De repente pensó: “ahora estará detrás mió, observándome”. El pánico le transformo, intento darse vuelta aparentando seguridad. _¡Hola!.¡No te había visto! -dijo Mariam. El estaba de pie, sostenía en su mano derecha un ejemplar del periódico “La Libertad”. _Me duele un poco la cabeza, -dijo el Viejo. _¿Quieres una aspirina? o... ¿Comemos ya?. _Me lavo un poco, ve sirviendo. Parecía blando. ¿Que le ocurría hoy?, -se preguntaba ella. Muy pocas veces al mirarle a los ojos, en tantos años de estar juntos, había sentido que tenía su corazón

en un puño. Le sirvió un trozo de carne, también puso un poco de ensalada de tomate y arroz. Ella se sirvió de lo mismo, pero con abundante vinagre. A el, los condimentos le subían la presión. Tomo asiento, se sentía extraña. Siempre era el quien ocupaba el primer sitio, siempre era el quien levantaba el primer cubierto, quien decía que harían el siguiente verano. “¿Que me ocurriría si faltase?”. Un miedo escabroso apareció ante la posibilidad de quedarse sola. ¡No venia!. ¿Seria un presagio?. Ella siempre tan dada a las intuiciones, llevaba una temporada en la cual le dominaban los miedos o, los sueños raros. ¡Al fin, allí viene!. Se había cambiado y ya llevaba puesto su pijama. ¡Que raro, -pensó, si aun no son las nueve!. _Te has cambiado tan temprano...-dijo ella, esbozando una sonrisa. El, al sentarse alisaría su pijama a rayas rojas y blancas. Luego le dijo: “Estoy un poco cansado, hoy ha sido un día espeso. Además, he tenido una premonición. _¡Una que!. _Mujer, ¡tu sabes que yo no creo en ello!. _No me la contaras... _Para que. Para que te asustes. Soltaría una media sonrisa de suficiencia. Se llevo una hogaza de pan a la boca, comenzando a comer. Ella insistiría: _Dime por lo menos de que iba. _El 48. _¿Como?. _Il morto qui parla. ¿ Te acuerdas del Tío Mario?. Cuando soñaba y al día siguiente, le adjudicaba el numero de la cábala. Mañana jugare a la lotería. –dijo riéndose de su frase. Un silencio se había abierto entre los dos. Mariam pensó que el número anunciaba una noticia, y no precisamente suerte. Dirigiéndose a él, con sumo cuidado dijo: “pienso que habla de un suceso”. No quiso ir más allá. Si no el diría, “Mariam, ¡otra vez con lo mismo!”.. Él por su parte, cogió el vaso de vino para llevarlo a su boca, solo se remojaría los labios. Levanto su mano derecha y unió todos los dedos en una uve imaginaria, a media altura. Luego continúo un movimiento característico hacia arriba y hacia abajo. Ello le confería a su rostro una expresión, tal como:

¡pero qué me dices!. Ella no insistió. Es mas ni siquiera se sublevo ante aquella tradicional actitud chulesca.

00:04 madrugada del martes, de 1953 Coff, coff... El Viejo se despertó exaltado. Ella le ayudo a sentarse. Parecía ahogado, empapado en sudor. Le golpeo con la palma de sus manos en los cachetes. Al mirarle a los ojos solo le veía las orbitas blancas, sus pupilas estaban echadas hacia atrás. Volvió a removerlo y empujarle con fuerza. El tan solo balbuceaba, la baba le caía llenado sus labios. Ella cogió un pañuelo y fue hasta el lavabo, abrió el grifo, lo remojo un poco y volvió hasta la habitación. Se lo puso detrás del cuello. Sus ojos habían regresado a su sitio. Él le miraba directamente. Ella percibió algo e instintivamente con su mano derecha cerro la parte alta de su camisón. Sin proponérselo dejaba ver dos surcos claros que trepaban hasta dar con unas potentes y erizadas glándulas. Aun era una mujer bella. Ella le pregunto: _¿Estas bien?. _El 48, -dijo él. _¿Que dices?. _He visto a il morto. –dijo su marido agitado y tembloroso como una encina seca de tanta fatiga. Ella no pudo evitar dejar escapar una sonrisa. Ella le pregunto: _¿Te preparo algo caliente?. _Si. Mariam se puso de pie, busco sus sandalias y se giro para ir hacia la puerta. A sus espaldas, el le miraba. Veía separarse una mujer fina, de un trasero redondo, carnoso y espectacular. El Viejo, en un intento sórdido e indeciso, llevo su mano a tientas para tocar su sexo. Estaba inseguro y muerto de miedo. En esa difícil noche, se mezclaban, un deseo de sexo inexplicable, pero lleno de calor hasta dejarle ciego, con un pánico infantil y casto.

2ª noche de 1958 Gue se dirigió hasta la caja que estaba en el suelo. Dejo la Eveready en un lado, con una inclinación suficiente para que proyectase luz. Quito la tapa, y recogió unos papeles al azar. Estaban escritos con una letra redonda y prolija. ¿Que significaba aquello?. Acerco aun más la linterna, los datos estaban ordenados por fecha. Comenzaban en 1953. El detalle establecía: numero de orden, nombre del chofer, kilogramos, salarios del chofer, direcciones de entrega, ruta. Todos iban dirigidos a Tony G. Busco guardar las aproximadamente 100 cuartillas, dejo la caja bien tapada en un rincón, cogió la linterna y se dispuso a subir por la escalera hacia el despacho. Al cerrar aquella puerta pequeña, encendió la luz de la mesilla, miro el reloj, eran las 3 de la madrugada. ¿Quién era ese Tony G?, -se interrogo. Fue hasta un mueble, abrió una puerta, allí se apretaban unas con otras, las agendas de su padre. Su progenitor era tan meticuloso que tenía que estar aquel año. Repaso con el dedo el lomo de cada una de ellas, la última, tenía que ser: 1953. La aparto y la abrió, busco en las direcciones, nervioso, atropellado miro en la G. Bajo con su mirada en línea vertical hasta ver Tony: 6564578. Sin preocuparse por la hora fue hasta el teléfono y marco el numero. _¡Hola!, ¿quién es?. Una voz femenina repetía el saludo con insistencia. _Hola, -se animo a responder. _ ¿Ud. sabe qué hora es? –le interrogo una voz aguda. -Sí, -respondió. ¿Ud. conoce a Tony G?. _Sí, soy su mujer. -¿Puedo hablar con él?. _¡Esta Ud. loco!.. Llama a mi casa a estas horas y pretende algo tan extraño. _¿Porque extraño? -pregunto. _Mire, mi marido está en la penitenciaría de Las Lomas. _Tu, tu, tu... El sonido del teléfono había puesto fin a aquella conversación. Gue colgó. Apago las luces. Mañana bien temprano iría a verle a la penitenciaria –pensó.

“Los capítulos siguientes están para corrección del autor y serán subidos en las próximas semanas”.

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