Relaciones Entre El Psicoanalisis Y La Educacion.docx

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Asignatura: Sistema de Educación Nombre del Profesor: José Miguel Toto Xolo Nombre del Alumno(A): Guadalupe Hernández Salazar Grupo: 202 Fecha: 16/Marzo/2019

RELACIONES ENTRE EL PSICOANALISIS Y LA EDUCACION

Para escribir el presente artículo, me basaré en el texto de Sigmund Freud sobre “Psicología del colegial” (1914). El psicoanálisis, a diferencia de otras disciplinas, se centra más en los procesos afectivos (versus los procesos intelectuales) y en los procesos inconscientes (más que en los conscientes). Tal y como dice Freud, entre los alumnos y los profesores existe “una corriente subterránea” que los une. Esta corriente subterránea implica un lazo afectivo inconsciente, emocional, responsable de las “actitudes y comportamientos” conscientes. En base a esta ligazón, el alumno puede sentir hacia el profesor: ·

Odio (rechazo) / amor

·

Simpatía / antipatía La importancia del profesor es tal que el alumno construye su personalidad en base a éste: o bien tomándolo como modelo de “identificación” (lo cual provoca que el alumno quiera parecerse a él) o bien como modelo de “des-identificación” (lo cual provoca que el alumno desee diferenciarse del profesor). En las interacciones profesor-alumno, tal y como apunta Freud en su texto, se producen muchos afectos, en base a dos ejes fundamentales: agresividad u odio (rebelarse, buscar defectos en el otro) y amor (sentirse orgulloso del otro, valorar su sabiduría, sus virtudes, etc.). Este eje amor-odio es el que produce todos los fenómenos relacionales entre el profesor y los alumnos:

·

Eje del odio: lleva a la crítica y a la destructividad

·

Eje del amor: lleva a la veneración y a la productividad Freud, muy sabiamente, sostiene que estos dos afectos se dan en todo sujeto y subraya que coexisten en toda personalidad, es decir, nunca se dan de manera “pura” (“Desde un principio tendíamos por igual al amor y al odio, a la crítica y a la veneración”).

Es decir, el vínculo profesor-alumnos está fundamentado en una ambivalencia afectiva (experimentación de amor y odio simultáneamente). El psicoanálisis nos enseña que las actitudes afectivas hacia otras personas quedan definidas en los 6 primeros años de vida. Los alumnos ingresan a la formación escolar primaria, generalmente con 6 años de edad, con una actitud afectiva básica ya instalada en su personalidad. Esta “actitud afectiva básica” supone tener unos patrones relacionales (forma) y unos contenidos emocionales (tono afectivo) hacia personas del mismo sexo y hacia personas del sexo contrario. Freud da un carácter de fijeza a estas actitudes afectivas básicas. De su texto se infiere que la ambivalencia afectiva será permanente en el sujeto, aunque podrá dirigirla y desarrollarla de diversas maneras (“a partir de ese momento podrá desarrollarlas y orientarlas en distintos sentidos, pero ya no logrará abandonarlas”). La base, los cimientos de esta “actitud afectiva básica” es la relación del sujeto con sus padres y hermanos. Freud dirá que “todos los hombres que haya de conocer posteriormente serán, para él, personajes sustitutivos de estos primeros objetos afectivos (quizá, junto a los padres, también los personajes educadores), y los ordenará en series que parten, todas, de las denominadas imágenes del padre, de la madre, de los hermanos, etc.”. Es interesante esta idea de que, cuando un sujeto se relaciona con otros, se “transfieren” los afectos ya experimentados con padres y hermanos. En cierta manera, Freud está diciendo que todos los seres humanos repetimos en el presente los mismos afectos experimentados en el pasado, de manera inconsciente, sin que la “persona real”, la “persona que tenemos delante” participe. Freud añade que “todas las amistades y vinculaciones amorosas ulteriores son seleccionadas sobre la base de las huellas mnemónicas que cada uno de aquellos modelos primitivos haya dejado”. Es decir, Freud sostiene que, de alguna manera, todos los seres humanos, de manera inconsciente, buscamos algo en los demás que nos recuerde a nuestros padres o hermanos. Esto creo que implica que en toda relación humana, sea de la índole que sea, existen rasgos narcisistas (buscar lo semejante, lo que una vez vivimos en el pasado). En este texto, Freud da una importancia determinante a la figura del padre, sosteniendo que es con la figura del padre con quien mayor ambivalencia afectiva se tiene (“el imperio de lo

orgánico ha impuesto a esta relación con el padre una ambivalencia afectiva cuya manifestación más impresionante quizás sea el mito griego del rey Edipo”). Freud también añadirá que la base de la religión es una exaltación de la figura del padre, exaltación que tiene un origen en la niñez. La relación de todo individuo con su padre queda marcada por una ambivalencia, puesto que en la época de la niñez: ·

El padre representa la figura más “poderosa” que el niño conoce (“El niño pequeño se ve obligado a amar y admirar a su padre, pues éste le parece el más fuerte, bondadoso y sabio de todos los seres; la propia figura de Dios”). En este caso, el sujeto quiere ser como él

·

El padre representa la figura más “envidiada” que el niño conoce (“El padre también es identificado como el todopoderoso perturbador de la propia vida instintiva; se convierte en el modelo que no sólo se querría imitar, sino también destruir para ocupar su propia plaza”). En este caso, el sujeto quiere ocupar su lugar y destruirlo. En su texto, Freud volverá a decir que esta ambivalencia afectiva será permanente en el sujeto y nunca podrá “escapar” a ella (“Las tendencias cariñosas y hostiles contra el padre subsisten juntas, muchas veces durante toda la vida, sin que la una logre superar a la otra”). En la segunda mitad de la infancia (a partir de los 6 años, según la visión de Freud), el sujeto cambia su relación con el padre: se aparta de él y lo sustituye por “el mundo”. El niño deja de “idealizarlo”, gracias a que su pensamiento se vuelve más realista (“Comprueba que el padre ya no es el más poderoso, el más sabio y el más acaudalado de los seres; comienza a dejar de estar conforme con él; aprende a criticarle y a situarle en la escala social, y suele hacerle pagar muy cara la decepción que le produjera”), Es justamente a partir de la educación general primaria (hacia los 6 años) cuando el niño está viviendo este “apartamiento del padre”. Es entonces cuando se relaciona más con los maestros. Los alumnos sustituyen al padre por los profesores (“Estos hombres, que ni siquiera eran todos padres de familia, se convirtieron para nosotros en sustitutos del padre. También es ésta la causa de que, por más jóvenes que fuesen, nos parecieran tan maduros, tan remotamente adultos”). Los alumnos reviven con los profesores todos los afectos experimentados antes con el padre (en un nivel inconsciente). Los compañeros de clase serán los sustitutos del padre (“Pero como colegiales también tuvimos otras experiencias no menos importantes con los sucesores de nuestros hermanos, es decir, con nuestros compañeros”).

Considero muy importante el hecho de que la educación con los adolescentes (además de con los niños sea tan difícil). Freud nos da la clave: el apartamiento del padre (“Todas las esperanzas que ofrece la nueva generación -pero también todo lo condenable que presentase originan en este apartamiento del padre.”). Considero muy importante la información que nos ofrece el psicoanálisis al respecto de la educación: todo docente debe saber que los comportamientos y pautas relacionales que muestran los alumnos tienen que ver con todas las vivencias que han tenido con el padre. Evidentemente, no todos los alumnos actúan igual: cada alumno ha tenido una relación con su padre “propia y única”: podemos entender mucho esta relación a partir de lo que el alumno muestre hacia su profesor. La sociedad culpa a los docentes (y especialmente los padres) de muchas cuestiones que nada tienen que ver objetivamente con los docentes, sino que tienen que ver con las cuestiones que pasan o que han pasado “en la casa” de los alumnos, en su relación con padres y hermanos. Para los padres es más fácil culpar a los profesores (proyectar) que reconocer todo “lo que falla” entre ellos y sus hijos y que podría ser modificado.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Freud, Sigmund. Sobre la psicología del colegial (1914)

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