Reflexiones en torno a algunos aspectos psicopatológicos del trabajo humano
Ignacio Fuenzalida Salas La vida humana, resulta incompresible y más aún, irreconocible si no se apela al trabajo que a lo largo de ella realiza. En cierto modo, el sentido de la vida humana se hace explícito por el sentido que el hombre encuentra en todo lo que hace a lo ancho de su actividad. Tomando como punto de referencia la encíclica de Juan Pablo II “Laborem Exercens” cuyo hilo conductor trataré de seguir, ésta ha afirmado; “ La iglesia está convencida de que el trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra”. De ahí que el hombre se juegue mucho en su trabajo, de aquí también que si el trabajo se vive como una experiencia extraña, alienada o enajenante, entonces toda la vida de una persona puede volverse enajenante, las formas desviadas, por decirlo de alguna manera psicopatológicas en que se desarrolla una actividad humana pueden contribuir a enajenar la vida de un hombre y como plantea Rodríguez Casado en su obra “Elogio de la Libertad Social”, “ El trabajo tiene la formidable cualidad socializadora de atravesar todas las capas, todas las zonas de la realidad en las que el hombre se desenvuelve”. Dicho esto, se entiende el porqué el Santo Padre halla dedicado a esta fundamental dimensión del ser humano la tercera de sus encíclicas. Aunque en propiedad el trabajo humano sea fundamentalmente un tema antropológico, precisamente por serlo, se prolonga y entreteje con la teología de la salvación del hombre, se podría decir que tanto la Antropología como la Teología se funden en esta actividad humana. A continuación intentaré seguir un orden de carácter clínico-descriptivo, tomando algunos elementos de la Psiquiatría y de la Psicología Clínica para referirme a tres formas en que propongo clasificar expresiones desviadas, y por lo tanto patológicas del trabajo. I- Autorrealización Neurótica en el Trabajo: “El trabajo es un bien del hombre, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza, adaptándola a sus propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más aún, se hace más hombre” con esto el Papa ha señalado con toda claridad una de las dimensiones del trabajo que, sin duda alguna, el hombre contemporáneo ve como más relevante; la realización de sí mismo como persona. De este modo, el trabajo constituye el medio por el que el hombre se realiza a sí mismo, en la medida en que el hombre hace cosas y realiza determinadas actividades, en idéntica medida realiza su propia vida. Sin embargo, esa vocación autorrealizadora tiene también
sus riesgos, pudiendo en ocasiones, incumplir su propósito, frustrar su finalidad o enajenar al hombre en el trabajo. Para muchos, la autorrealización sólo significa alcanzar un cierto prestigio profesional, adquirir una cuota de poder a través de esa actividad, conquistar medios económicos que le permitan instalarse en el confort consumista o simplemente autoafirmarse. La voz autorrealización se confunde entonces con prestigio, poder, dinero y éxito. De aquí que, erróneamente, el criterio de que disponen algunas personas, para saber si se están autorrealizando en su trabajo, no sea otro que el contrastar los resultados generados por su actividad con los cuatro propósitos antes mencionados. Así las cosas, el hombre vuelve su espalda a otros posibles criterios que a mi modo de ver serían necesarios para juzgar la validez o no de su anhelada autorrealización; su relación con las cosas que transforma, la perfección de sus facultades y la calidad de su encuentro con Dios a través del trabajo. En relación a estos criterios propuestos me detendré un poco en relación a sus alcances. La relación del hombre con las cosas no puede ser ajena al criterio de autorrealización personal. Mediante el trabajo, la materia resulta ennoblecida, si lo único que importa al hombre es su autorrealización personal, puede éste caer en una peligrosa paradoja, la cual es que la materia resultase ennoblecida y quien la ennoblece, esto es, quien resulta ser en su acción al decir de Millán Puelles, “Causa eficiente” resultase empobrecido, vejado y enajenado. El hombre es el que dispone del trabajo para develar y manifestar la naturaleza de cada cosa, cito nuevamente a Millán Puelles, “Develar la naturaleza significa manifestar lo que ésta guardaba celosamente, proclamar al ser que la creó, ennoblecer a la materia que ahora aparece prístina, con toda su potencialidad actualizada y realizarse el hombre a sí mismo al realizar el encargo que le fue hecho, la aventura del trabajo es inseparable de la aventura del trabajador, como la perfección de lo hecho se confunde con la perfección de quien lo hace”. El mundo actual, al atender únicamente a las consecuencias que se generan en forma extra como resultado del trabajo (el poder, el dinero, el éxito, etc.), silencia las consecuencias intrínsecas generadas por esa actividad. La perfección de una acción perfecciona al sujeto que la realiza, independiente de que la sociedad de su tiempo gratifique o no a quien la realiza. La autorrealización personal, tal como hoy es entendida por muchos, es una autorrealización meramente efectista y por lo tanto, despersonalizadora para el hombre, de esto deviene que el resultado obtenido es una autorrealización de carácter neurótico. El trabajo expresa bien un mandato imperativo del Padre Creador: “Procread, multiplicaos y henchid la tierra; sometedla” (Gén 1,28), no cabe duda que el hombre con el trabajo, domina y somete lo creado, pero si analizamos con atención la anterior cita del Génesis, el sometimiento de la tierra resulta inseparable de la procreación y de la multiplicación del hombre, por otra parte, para dominar la tierra es imprescindible servirla, el mandato de dominar la tierra, a mi modo de ver no se agota de ninguna manera con el mero afán de dominio, de una autoafirmación egótica del yo, implica más bien, un dominar para servir; se domina la tierra en la medida que se le sirve mediante el esfuerzo del trabajo. Dicho de otro modo y quizás más claramente, dominar según el precepto del Génesis es sinónimo de servir a la tierra, de manera de poder servir a los demás y a través de esto, servir mejor a Dios. De esto se puede desprender que el dominio de lo creado por medio del trabajo, es para acrecentar el patrimonio cultural de todos los hombres sin distinción, pero si miramos a nuestro alrededor, en concreto a nuestra “Economía del Capital”, muy pocos son los que entienden el valor autorrealizador del trabajo. Cuando se trabaja dirigiendo los esfuerzos sólo a la obtención de dinero, éxito o prestigio, el trabajo se transforma en una mercancía, con la que tal vez sea posible sea posible hacer del sistema algo eficiente y funcional en que tal vez las posibilidades de transacciones resulten muchas e insospechadas dejando de lado a
mi modo de ver hacer lo más importante y a lo cual estamos llamados: autorrealizarnos en el servicio creador de nuestro trabajo. Cuando se trabaja sólo por estas motivaciones arriba descritas, las cuales resultan a todas luces empobrecedoras, el hombre se enajena así mismo, desnaturalizándose en el incumplimiento de su principal misión, con lo que su vida entera se ve teñida por el sinsentido, que puede gatillar en la expresión de su autonegación creadora, trayendo cómo consecuencia muchas veces el irrumpir de diversos grados de psicopatología. El hombre, autorrealizado neuróticamente, desnaturaliza las cosas en que interviene, enajena el sentido de su trabajo y siente el zarpazo de la perplejidad que le significa el llegar cada anochecer a su hogar después de una larga jornada, sin saber ni tener claro el sentido de sus acciones ni el por qué de éstas. II. El trabajo como activismo nihilista : En algunas conversaciones que tuve con un viejo y querido profesor, más bien maestro, a propósito de éste ensayo, el me dijo que el hombre de empresa deviene muchas veces en un “hombre de presa” y siempre en un “un hombre con prisa”, aunque quizás sus aseveraciones parezcan un tanto exageradas, si es cierto que los empresarios, desean que el rendimiento y productividad de sus empresas resulten óptimas, y en cierto modo así debe ser, pues si una empresa no es eficazmente productiva, es que no es empresa, sino que una pésima actividad, por cuanto producirá sólo males mayores, porque al acabar en bancarrota, dejará a personas sin trabajo. La empresa sí debe ser eficaz materialmente, pero no sólo materialmente. Cuando sólo se opta por la eficacia económica, incluso llegando a hacer indigno al hombre que trabaja, inequívocamente se opta por el activismo, por el pragmatismo utilitario, pero lo útil, lo pragmático, no es el único bien ni el supremo valor del trabajo, ni tampoco el más importante. Subyace bajo el activismo la primacía de la acción y de la praxis, en detrimento de la contemplación y de la teoría. La radicalización de esta filosofía empresarial desemboca necesariamente en el pragmatismo en el que ni siquiera las actitudes que lo sustentan son verdaderas, es así como al pragmatismo le importa menos la verdad que la utilidad de la verdad. Una vez que se ha reducido la verdad a mera conveniencia, siempre que no entre en conflicto con otras, toda verdad ha dejado de serla, para James, filósofo pragmático de principios del siglo XX, la verdad sería sólo utilidad, conveniencia, o si se quiere decir de otro modo, teoría de la verdad, que sólo pragmáticamente intenta presentarse como verdadera porque es útil, cito a James, “ Si las ideas teológicas demuestran ser válidas para la vida concreta, serán válidas para el pragmatismo”, bajo estos principios la ética pasa a ser un mero agregado de experiencias sin término, que por sostener y fundar el criterio de verdad en sólo la utilidad, hacen de esta algo subjetivo y de suyo falso, esto lo expresa claramente James en una introducción a una de sus obras, “El propósito final de éste ensayo es mostrar que no es posible una filosofía ética elaborada dogmáticamente por anticipado, no puede haber verdad final en ética, cómo tampoco en física, hasta que el último hombre halla hecho su experiencia y haya dicho lo que tenga que decir”. El activismo resulta claramente una forma actual y muy legitimada por lo demás, de autorrealización, sólo que en frente a la autorrealización neurótica, en que se magnificaba al propio yo, aquí lo que se pone en primer plano es la acción, la eficacia de los resultados. Pero, como plantea James, si la verdad es algo en continuo devenir, algo que nutriéndose en la experiencia de cada hombre se hace en el tiempo, el hombre mismo se estaría quedando sin verdad. De ahí entonces que la naturaleza autorrealizadora de esta expresión sea por excelencia el modelo del “Self made man”, el hombre hecho por sí mismo, un hombre que en su hacer se basta a sí mismo, con lo cual en este proceso no es contrastado con ninguna referencia que lo guíe, puesto que ninguna referencia es verdadera, de esto deviene que el motor del hacerse a sí mismo no resulta ser otra cosa que el trabajo, por supuesto eficaz.
El trabajo pasa a convertirse así en el principal ingrediente que determina la autoconstrucción del hombre, pero el trabajo así entendido es sólo y únicamente para el hombre, para cada hombre en concreto, para su exclusiva utilidad, habiéndosele negado de raíz al trabajo cualquiera de sus dimensiones sociales. Es así como en el pragmatismo, el trabajo aparece como expresión de lo ensimismado y de lo aislado. Ensimismado, porque constituye el elemento principal del aislamiento del hombre, el instrumento para el replegarse hermético del hombre en sí mismo, que resulta a todas luces egoísta. De lo aislado, porque hace que el hombre se enajene en una soledad hermética, que no teniendo nada que decir, tampoco tiene nada que compartir con los demás. El activismo conduce también directamente al hedonismo, pues subraya en el hombre el resultado de su trabajo y no la causa eficiente, que es el mismo en ese trabajo. El activismo tiene un final nihilista, una vez que ha pasado por el materialismo y el hedonismo. Al afirmar la primacía de la acción utilitaria, no puede dejar de alimentarse a sí mismo, puesto que siempre puede mejorarse los resultados obtenidos, sin embargo, la acción por la acción a nada conduce, excepto a la nihilificación del hombre, el sinsentido de la propia acción, esto se podría ver reflejado en interrogantes como; ¿Para qué trabajar más y producir más, si los demás, nada nos importan?, ¿Porqué trabajar o más bien, por qué no trabajar?. Si en el trabajo el hombre no se encuentra con sus iguales, si al término del mismo sólo se encuentra lo útil y hedónico ¿ No será más fácil satisfacer el hambre de placer trabajando menos, o incluso simplemente no trabajando?. Este es el resultado final que resulta del pragmatismo, esta es la triste suerte que sufre el trabajo humano cuando se le priva de su dimensión social. Ante esto, para en cierto modo combatir y evitar esta expresión psicopática, debe ser para nosotros una de las motivaciones más importantes en cualquier actividad laboral, dirigir ésta a los otros, a la sociedad toda, la que debe beneficiarse con nuestros esfuerzos. Pero el pragmatismo subraya únicamente el propio beneficio, el propio interés, pero este interés accionado y vivenciado solo en función del individualismo, al final a nadie satisface, porque todo hombre es un animal intrínsicamente social. El activismo nihilista repliega al hombre sobre sí mismo, aislándolo y segregándolo de los demás, y al quebrar los lazos naturales de la solidaridad humana, hace que el hombre se sienta extraño frente a sí mismo y frente a los demás. III. La esquizoergomanía: No cabe duda que el trabajo ha constituido desde siempre, un problema humano de especial capacidad para generar conflictos, sin embargo sería injusto afirmar únicamente su conflictividad. Quienes sostienen esto último fundamentan sus afirmaciones en la ideología, constructo teórico que en su génesis y expresión no va de la mano con la ciencia y viceversa. De ahí que quienes se sitúan desde la ideología reclamen y usen abusivamente el término pretendidamente “científico” para sus opiniones en relación a las problemáticas presentadas por el trabajo, claro ejemplo de ello es el materialismo marxista, quien a contribuido a problematizar reductivamente el trabajo humano. A la separación desgarradora y antinatural entre el trabajo y el capital y a su posterior y forzada contraposición la he dado en llamar “esquizoergomanía”, esto es, la manía de escindir patológicamente la sustancia misma del trabajo. A continuación pasaré a explicar la naturaleza de esta patología en la forma en que los médicos y los clínicos caracterizan una enfermedad: Etiología: La causa de esta enfermedad es la separación y contraposición entre trabajo y capital, esta separación deviene en lo patológico y por consiguiente en lo antinatural. En primer lugar, porque trabajo y capital constituyen un todo en que las partes son solidarias, en segundo lugar, porque el capital proviene en forma primaria de los recursos de la naturaleza que fueron donados gratuitamente a todos los hombres por el Creador; en forma secundaria, por el trabajo acumulado de muchos hombres, generación tras generación, que enriquecieron y ennoblecieron esa
donación. En tercer lugar y siguiendo la línea de mi argumento, porque al ser todo trabajo un bien, inevitablemente ha de transmitir su bondad, enriqueciendo y dignificando ala cosa sobre la que incide, es decir, al capital. En cuarto lugar, porque todo trabajo incrementa el bien, no sólo para la empresa, sino que para todos los hombres. Dado esto, en la esquizoegomanía, se invierten, se retuercen, se tergiversan y contraponen los valores que se concitan en el núcleo del trabajo del hombre, construyendo una nueva relación entre ellos, cuyas consecuencias son nefastas. Fisiopatología: Esta consiste en la ruptura que en el mundo de los hechos y de los sujetos genera la separación y contraposición entre trabajo y capital. En el mundo de los hechos, porque el proceso que el trabajo significa resulta de la conjunción armónica entre el trabajador que hace y la cosa hecha, ambos se exigen recíprocamente. El trabajo fecunda al capital y depende de él; el capital multiplica las posibilidades totipotenciales del trabajo, de quien parcialmente también depende. Ambos se condicionan inevitablemente sin que ninguno de ellos logre determinar por sí solo al otro. En el universo de los sujetos, porque lo hecho es un resultado que manifiesta y devela a su hacedor, que tanto mejor realizará lo que hace, cuando más se involucra con lo que hace. La motivación, a mi modo de ver, no es otra cosa que conciencia de lo que vale nuestra labor, dejando de lado la indiferencia, poniéndonos en movimiento hacia la consecución y el logro de una meta de una forma positiva, intencional y teleológica. Si el sujeto trabaja con la conciencia de que aquello no es algo propio, se desmotivará y en consecuencia, realizará su trabajo mediocremente. La subjetividad en el trabajo no puede ponerse entre paréntesis, no es renunciable. Formas clínicas: Hay varias formas clínicas entra las cuales se pueden distinguir las siguientes: -Trabajar para consumir; Consumismo: En este caso, el hombre no trabaja para ennoblecer las cosas, ni para perfeccionarse a sí mismo, ni para incrementa el bien común, trabaja simplemente, para ampliar todavía más su ya mediocre horizonte consumista, a este tipo de esquizoegomaníaco lo único que le importa es el consumo conspicuo, aunque para ello tenga que trabajar en lo que no le gusta, llegando la enajenación producto de las muchas horas de trabajo que le son exigidas. -Trabajar para poseer; Narcisismo: En este caso, lo único que le motiva al enfermo es la posesión, aún a pesar de que la posesión acabe posesionándose de su poseedor, el avaro sería claramente una subcategoría dentro de esta clasificación. En este caso el trabajo es una actividad improductiva, por que el sujeto dedica sus energías a vigilar y servir lo que supuestamente le pertenece. -Poseer para no trabajar; Hedonismo: En este caso, el esquizoegomaníaco se resiste a todo trabajo, optando por la sola posesión que le permite satisfacer su placer de no trabajar, el trabajo significa en este caso, frustración, displacer o algún tipo de castigo humano o divino. -Trabajar para trabajar; Activismo: En este caso al hombre lo que le importa es privilegiar, autoafirmar y protagonizar su propia acción. La posesión en este caso es más sutil y menos objetibable, también más fugaz y transitoria, en realidad es una posesión que se extingue apenas comienza, no habiendo lugar para gozar de lo poseído. -Trabajar para no poseer: Esta entidad clínica tiene dos subcategorías; una patológica y otra sana, la forma sana constituye el prototipo del asceta; consiste en trabajar, pero renunciando al dominio de la posesión, generada por este trabajo. La forma patológica consiste en trabajar pero alejándose del producto que resulta de ese trabajar, desentendiéndose y siendo impermeable a las consecuencias de aquel trabajo. Terapéutica: El tratamiento de la esquizoegomanía ha de consistir, principalmente, en volver a unir lo que el hombre, lamentablemente desunió, el trabajo y el capital, de manera que la totalidad del trabajo recobre su sentido. Es necesario que el hombre sea conciente de que la propiedad de que se sirve no la ha creado él, sino que la ha encontrado, por consiguiente no puede restringirla egoístamente
a su propio servicio; no debe escamotearla al servicio de los otros, sino que ha de procurar ennoblecerla, hacerla transparente, de forma que, ofreciéndola a todos sus iguales, todos se beneficien de ella. La gran tarea terapéutica, el gran reto que el hombre de hoy tiene ante sí, continúa siendo el de dominar la tierra, pero esa misión del hombre significa un doble trabajo: en primer lugar, el trabajo propiamente dicho, el trabajo de siempre; y en segundo lugar y he aquí el gran desafío al cual todos estamos llamados, el cual es someter la causa instrumental (el capital) a la causa eficiente (el trabajo de cada hombre). A manera de finalizar estas reflexiones, quisiera sintetizar lo que he querido expresar; La raíz última de estas desviaciones, consiste claramente en que el hombre se ha puesto como fin último de sus propias acciones, de sus motivaciones, de su trabajo, perdiendo así el sentido verdadero de la acción y el efecto de trabajar, enajenándose, convirtiéndose en la sombra de lo que realmente está llamado a ser, lo cual a sido llamado por Kafka, el “Homo Domesticus”, aquél que ha sido domesticado, esclavizado por el mundo. Me ayudaré de la etimología para hacer quizás más claros estos conceptos, la palabra trabajo, proviene del latín “tripalius” que significa “castigo de los tres palos”, suplicio que en la roma imperial se le aplicaba a los esclavos que cometían una falta grave. Así el trabajo enajenado, alejado de su sentido primigenio, pasa a ser un castigo, una pesada carga, como lo podemos constatar día a día en el mundo laboral del sistema imperante. Pero la etimología con su sabiduría nos propone el término labor, para remplazar al término trabajo, esto quizás no pase de ser una acción simbólica, pero no por eso poco significativa, labor, del latín “laborem”, hace referencia a la acción creadora, al trabajo trascendente, que no tiene como destino ni fin un yo egótico, sino un nosotros, una acción que crea por amor, al servicio del otro. Esta labor, nos determina y nos denomina, con la capacidad de construir con nuestro trabajo un mundo humano y humanizante al igual que el Padre Dios, quien nos creó a imagen y semejanza de él, convirtiéndonos así en sus creaturas, “Imago Dei” En el trabajo creador, en la labor creadora que es el verdadero trabajo, estamos llamados a reflejar en aquél, la misma gratuidad creadora, con la cual nuestro Padre nos creó, que es la base fundamental del amor, el cual es la sustancia primigenia, el verdadero y luminoso sentido de nuestra existencia, motor inmóvil de este mundo y el otro. Referencias -
http://www.gui.uva.es/cuenca/enciclic/laboreme.htm
-
http://.filosofia.org/ave/001/a123.htm
-
www.unav.es/publicaciones/anuario¬_filosofico/25-2.html
-
www.terrraes/personal3/biblia.nt/indice.html
-
http://www.emory.edu/education/mfp/james.html
La metamorfosis y otros relatos, Franz Kafka, Editorial Losada, 1987, trad. J.L. Borges -
Los bienes terrenales del hombre, Leo Hubbermann, Editorial Quimantú, 1971.
Apuntes de conversaciones con Jaime Jáuregui, Hermano Marista, Licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid.