Reality Show

REALITY SHOW

Allí está María. Y un millón seiscientas mil personas más, dirán ustedes. Pero quiero que se concentren en María. Se dirige a la estación de Tarragona para coger el metro que le llevará a a su casa, en Camp de l'Arpa, junto a Eric. También podemos ver su casa, pero no a Eric, pues lo tapa el techo. El techo y el segundo piso, para ser precisos, pues él está en la cocina que queda en planta baja, preparándose un bocadillo. Pero sigamos con María. Son poco más de las cinco de la tarde y ya ha terminado su turno en el restaurante. Después de comprar el último número de la National Geographic, que le servirá para amenizar el viaje, bajó por Carrer d'Aragó, siguió durante dos manzanas más hacia la Carrer de Numáncia y ahora está nada más que a dos pasos de la estación. En unos segundos se topará con Miguel. A él lo podemos ver caminando por la Carrer de Numáncia, en dirección sudeste, casi en la esquina con Carrer d'Aragó. Su encuentro es inevitable. Desde aquí arriba, no parece una coincidencia. Se veía venir, esto de María y Miguel.

Miguel no va frecuentemente por esta zona, al menos no a esta hora. Vive y trabaja en Villanova i la Geltrú, y sólo se acerca a la Diagonal para visitar a su madre, que vive en El Clot. Allí está ella, casualmente, entrando a una tienda para comprar leche, que se le acabó ayer, pero sólo se acordó hoy cuando su gato la recibió en casa con maullidos. Miguel vivió con su madre hasta hace unos años, pero se mudó cuando recibió una inmejorable oferta de trabajo para llevar una agencia de viajes en Villanova. Hoy tuvo que movilizarse a Marqués de Sentmenat (54-58) en Barcelona para una reunión en la oficina de allí que luego resultó ser intrascendente. En este intante acaba de salir de la reunión y se dirige al Parc de Montjuïc, aprovechando el clima primaveral había planeado tomarse la tarde libre para dar un paseo. Hacia allí va, a paso lento, con la corbata en el bolsillo.

Hace más o menos seis meses María y Miguel se conocieron en el cumpleaños de Sara. Sara es la pelirroja que está haciendo footing en el Parc Güell. Sara es la compañera de trabajo de María, y, si bien no son grandes amigas, aquel día de su cumpleaños la invitó inesperadamente al salir del trabajo. María aceptó. Le hacía falta tener más vida social. Se fueron juntas al piso de Sara, en Carrer de Larrard. En casa de Sara la esperaban sus amigos, ya reunidos desde hace un par de horas: ese día la jornada de trabajo se había alargado. Miguel es el hermano de Sara, y eso explicaba su presencia en la celebración. Como dos outsiders, pues eran los únicos que no conocían a nadie más aparte de la festejada, conversaron animadamente – María y Miguel – y descubrieron que el signo de uno de ellos era el ascendente del signo del otro, que ambos amaban la canela, pero no así el coco, y que habían estado aproximadamente en la misma fecha en la misma playa de Gandía hace dos años. Gracias al poder liberador del vodka – con zumo de limón, para ella, y solo, para él – se acariciaron y dejaron de conversar. Él la tomó de la mano y la condujo a un rincón más íntimo. Y ella se dejó llevar. Pero pronto reapareció en ella el pudor, se imaginó a Eric, durmiendo ya inocentemente en casa, y decidió, intempestivamente, que era hora de pedir un taxi y marcharse.

Miguel le pidió a Sara que le pusiera en contacto con María, y María le pidió a Sara que lo desanimara. Él la fue a esperar una vez a la salida del trabajo, pero ella le explicó que estaba casada y que por favor no insitiera. Sorprendido – ni siquiera Sara sabía de la existencia de Eric –, Miguel acató la orden con dignidad, aunque no se había quedado conforme. A decir verdad, María también había sentido algo similar, y le afectaba saber que muy probablemente era porque cada vez estaba más alejada de Eric. Ambos se habían venido desde Toulouse para llevar una nueva vida, y esa vida había establecido grandes diferencias entre ambos, diferencias que allí, en Francia, no existían. Ella hablaba español y él apenas aprendía. Ella trabajaba de chef en un sofisticado restaurante y él era un obrero más. Ella tenía aspiraciones de llegar a trabajar como diseñadora y él parecía conforme con su estilo de vida. El abismo era insalvable.

Miguel desistió con María, pero sabía que no había sido rechazado. A pesar de que la conocía de una sola noche, seguía teniendo la misma mágica sensación de ella. Y allí va él, entre otros tantos migueles, a encontrarse, sin saberlo, con María.

María llegó a pensar en llamar a Miguel, pero siempre recapacitó oportunamente. Aun así, a pesar de que lo conocía de una sola noche, seguía teniendo la misma mágica sensación de él. Y allí va ella, entre otras tantas marías, a encontrarse, sin saberlo, con Miguel.

Esta tarde – estaba escrito – se encontrarán. Es cosa de seguir las trayectorias. Allí están, a menos de cincuenta metros de distancia. En unos segundos llegarán a la esquina y se verán, no podrán evadir las miradas, no podrán evitar sonreír. Él tiene el día entero para invitarla a tomar algo. Y ella no lo va a rechazar, no esta vez, será sólo un café. Pero una cosa llevará a la otra.

Y Eric estará viendo un partido de fútbol.

Eso es lo único aburrido de tener tanta perspectiva: todo termina siendo demasiado predecible.