Quimera

  • May 2020
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  • Words: 48,253
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Quimera

Quimera Historia ficticia – Maca &Esther

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Quimera

La luz del despacho era tenue como la vida en sus ojos. Tras varias horas en vela había llegado hasta aquel rincón de la casa en busca de tranquilidad. En busca de un sosiego que calmase aquel recelo que incluso respiraba. Frente al leve movimiento del fuego de la chimenea leía una y otra vez aquellos escritos. Guardaba varios de ellos. Todos y cada uno se encadenaban entre sí, estaba seguro de ello. Sin embargo, se sentía incapaz de ordenarlos, invadido por la aprensión; el tiempo iba en su contra. Frustrado, decidió levantarse, acercándose a la ventana y dejando atrás aquellas notas, que se esparcían por el suelo al abandonar su regazo, victimas del abrupto movimiento. La oscuridad al otro lado del cristal le hizo tener que esforzarse en diferenciar algo en la lejanía. Dejándose embaucar por la aparente calma, por la falta de nitidez, aprovechando aquellos instantes para cerrar los ojos y mantener el falso aplomo. En aquel estado de aparente tranquilidad, un escalofrió le recorrió el cuello haciéndole reaccionar y girarse. Sus ojos llegaron hasta donde habían caído todas aquellos papeles y fue de nuevo hasta allí. Fue entonces cuando, en su mente, empezaron a dibujarse docena de posibilidades; presa de los nervios, removía con furia los papeles, intentando ordenar sus ideas. Sintiendo como se apoderaba una manifiesta frustración que recorría hasta el último centímetro de su cuerpo impidiéndole encontrar la estabilidad de la calma. _ ¡Maldita sea! Su puño cerrado dio contra el suelo. Seguía clavando sus ojos en aquel juego de palabras. De repente, y como si hubiera estado ahí todo el tiempo, lo vio claro. Sus dedos temblaban, su corazón comenzaba a palpitar asustado. Por fin todo parecía tener un significado, uno que le heló la sangre en tan solo un segundo. Se levantó mirando a su alrededor, girando su cuerpo una y otra vez en la estabilidad que le proporcionaban sus talones sobre el suelo. _ Todo se paga. Aquel susurro detuvo su cuerpo. Frente a sus ojos temblorosos se formó una silueta, reflejada en el frio cristal de la ventana. Una sombra tras la vela de la entrada. Una sonrisa y el brillo de unos ojos en la penumbra. Se giró de nuevo buscándolo con la claridad que no le ofrecía aquel reflejo. No había nadie. _ ¿Quién eres? ¿Qué quieres? _ La pregunta es… ¿Qué busco? De nuevo se giró al sentir aquel aliento en su nuca. Aquel rostro seguía oscuro. Solo podía diferenciar su sonrisa, maliciosa, mientras disfrutaba al ver su miedo. _ ¿Qué buscas? Vio entonces como se acercaba lentamente. Podía sentir el roce de su piel. Desprendía un frío casi mortuorio, pero su respiración, su aliento, abrasaban como el mismo infierno. Haciendo que todo en una misma figura, cobrase una imagen aterradora en su retina. _ Venganza. Abrió los ojos por completo cuando aquella palaba llegó a sus oídos flotando en una bocanada de aire caliente, y un dolor atroz. Una sensación de escozor, como si el calor mas abrasador se hubiese alojado en su cuerpo consumiéndole tan lentamente que parecía a su vez detener el tiempo en ese mismo punto de su anatomía.

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Quimera Bajó su mirada y vio brotar la sangre. Su mano derecha fue llegando hasta su espalda. Buscando, y finalmente palpando. Diferenció la punta afilada, el surco estrellado que la rodeaba. El atizador de la chimenea le traspasaba el estomago. Buscó de nuevo sus ojos. Aquellos dos puntos brillantes que se cernían sobre él como un buitre sobre la carne. Pocos fueron los segundos que pudo mantenerse en pie, finalmente y sin fuerzas, comenzó a precipitarse hacia el suelo sin nada que amortiguarse su golpe. Sentía frio, uno que se mezclaba con aquella horrible sensación. El fuego parecía consumir cada resquicio de vida en su cuerpo. El sabor inconfundible de la sangre llegaba a sus labios. Giró su rostro buscando el calor del fuego. Alcanzó a notar como quemaba todo el oxigeno de sus pulmones impidiéndole respirar con facilidad. Aquel mensaje seguía junto a él, y leyéndolo por última vez, escuchó aquella voz que le susurraba las mismas palabras. _ A veces, solo la muerte puede calmar la furia del odio y la venganza.

Aquel era un día importante para ella. Cuando su despertador sonaba puntual a las ocho de la mañana, su cuerpo se sentía con fuerzas y suficientemente descansado para afrontar todas las horas y citas previstas en su agenda. El primer ladrido de la mañana llegó de los pulmones de Berni, su bulldog francés moteado entre negro y blanco, pequeño pero con la fuerza de un bisonte. E: Ya voy, ya voy… -recorría el camino hasta la cocina- Que no me das tregua, muchacho. Tras llenar el comedero lo dejó en su lugar, justo cuando este corría impaciente para comenzar su desayuno. Con una sonrisa encendía la cafetera y ponía entonces rumbo hasta la ducha. Varios minutos bajo el agua tibia le hicieron despertarse por completo cuando de nuevo llegaba hasta el dormitorio. Quitó las sabanas para cambiarlas y hacer la cama. Algo que le llevo relativamente poco para poder continuar con lo demás. Con todo medianamente ordenado abrió el armario parándose frente a él. Un pantalón negro y una camisa le bastaron para decidirse y calzarse después unas botas. El teléfono sonaba cuando tenía como meta su primera taza de café. E: Dime. C: ¿Sabías que era yo? E: Nadie más me llama antes de las nueve de la mañana. Así que dime qué pasa y qué es lo que no puede esperar antes de vernos. Por cierto, ¿vas a ir muy elegante? –sonreía. C: Yo siempre voy bien vestido. E: Cierto, no sé ni para qué pregunto. –corriendo las cortinas se giraba de nuevo para salir del salón e ir hasta la cocina. C: Han cambiado el lugar para las firmas, han acondicionado la tercera planta, podrá entrar más gente y por lo que parece, de una forma más ordenada. Se han esmerado en dejarlo todo listo para que no tengamos ninguna pega. E: ¿Y eso? –preguntaba dando un primer trago de su taza.

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Quimera C: Estás saltando los puestos en las listas de los más vendidos a una velocidad pasmosa, la prensa ya se está haciendo eco y es una buenísima publicidad para nosotros y para el centro comercial. Está yendo mucho mejor de lo que nos esperábamos. E: ¿En serio? C: Varias librerías y centros comerciales han pedido una segunda remesa esta misma mañana, están organizándolo todo para preparar otras cien mil copias. Así que prepárate para las masas. En media hora te espero en la puerta con un coche. Impresionada por aquellas noticias apuró la taza de café y fue a prisa hasta el dormitorio. Aquel día se merecía una dosis de maquillaje. Después de mirarse frente al espejo durante un par de minutos llamó con un silbido a Berni, viendo como corría hasta ella para sentarse a la espera de cualquier orden. Lo miró de reojo mientras se colocaba los pendientes y finalmente se agachaba para cogerlo en brazos. E: Voy a ponerte colonia que hoy tienes que impresionar tú también. Un ladrido por respuesta le hacía reír. A las nueve y media bajaba corriendo las escaleras mientras esperaba que el coche aun no hubiese llegado. Saliendo por la puerta de forma inmediata cuando podía ver como se acercaba, dándole el tiempo justo para tomar aire y sonreír mientras la ventanilla de la parte trasera bajaba lentamente hasta quedar frente a ella. C: Cada día me arrepiento mas de no haberte puesto una clausula para el chucho. E: Cállate y abre la puerta. Con un resoplo conocido accedía y dejaba subir primero al can, que se acomodaba en un extremo del asiento trasero, mirando fijamente a quien tampoco le apartaba la mirada. C: Este perro me da mala espina. E: La misma que tú a él, Carlo. –sonreía- Así que déjale en paz y vámonos que llegaremos tarde.

Entre la muchedumbre que ya esperaba y hacía cola frente a la mesa, unos ojos repasaban todo aquel espacio. Guardaba la calma y silencio mientras podía escuchar las conversaciones a su alrededor. Incluso excitación por la llegada de quien ya se retrasaba diez minutos haciéndole casi impacientar sin realmente darse cuenta. Apretó la mandíbula mirando el reloj y miró de nuevo hacia la puerta del ascensor. Un par de trabajadores parecían tomar posiciones junto a él cuando los números le indicaban que el habitáculo ya subía hasta esa planta. Necesitó estirar el cuello cuando las puertas se abrían y los flashes señalaban su ubicación. Aquellos ojos le hacían detenerse por completo, para contemplarla. Un gesto de repugnancia se dibujó en su rostro al ver su sonrisa mientras tomaba asiento y los primeros que no querían esperar, llegaban hasta la mesa ofreciendo su ejemplar para que lo firmase.

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Quimera Mientras seguía con los ojos fijos en aquella mesa, poco a poco la gente iba avanzando y decidía por ello hacerse a un lado. La mujer que le seguía el paso frunció el ceño al ver que no continuaba, no dudando en ocupar su lugar en la cola. Había estado esperando esa oportunidad mucho tiempo, y entonces le parecía tan insignificante como el resto. Apretó los dientes mientras la mano que sostenía su libro se cerraba más y más sin soltarlo, deformando incluso la tapa mientras la sangre no podía circularle por los dedos volviendo su piel blanca como el papel. -Si no va a seguir en la fila, le rogaría que se alejase de aquí. Está estorbando. Se giró al escuchar aquella voz y reconoció a uno de los hombres de seguridad. Asintió con cinismo y comenzó a abrirse paso entre la gente hacia la escalera mecánica como si realmente no hubiese nadie más allí. El camino hasta ella le permitía acercarse aun más. Teniendo su cuerpo a casi un par de metros. Podía escuchar su voz. Miró sus manos. Tan normales como las del resto. Comprobar cómo el aire a su alrededor prescindía de cualquier don especial. Cuando llegaba hasta las escaleras se giró por última vez. Contemplado lo que había ido a buscar. Sonrió de medio lado mientras ponía un pie sobre el primer escalón de aquella escalera y su cuerpo empezaba a perderse entre el tumulto de personas. No dejando ninguna señal ni pensamiento de su estancia y tiempo allí. Pasadas dos horas, durante las que no se detuvo un solo instante mientras firmaba ejemplares de su libro, la hacían levantarse para marcharse finalmente de allí. Una cita en una de las emisoras de radio más importantes de la ciudad requería de su presencia. Dentro del ascensor miraba su mano derecha mientras sacaba un pañuelo y a la vez sonreía de lado por todas aquellas marcas trazadas en su piel. E: Si hay una próxima vez, pide por favor que pongan un bolígrafo. Con el rotulador mira lo que pasa… -extendía su mano. C: Mujer, creo que es algo insignificante comparado a todo esto ¿no? La firma de libros incrementa las ventas y da una publicidad enorme. Además de que se te ha visto encantada, y creo que hay varias tarjetas con números de teléfono en la bolsita con tus regalos. E: Si no me quejo, solo que preferiría que no pareciese que me he tirado una noche entera tachando números en un bingo. –sonreía antes de salir- ¡Qué publicidad daría eso al negocio! -bromeaba haciendo reír a los ocupantes de aquel mismo ascensor.

Pasaban las cinco de la tarde cuando se despedía del director de la emisora. Tras la entrevista se había sumergido en una larga conversación literaria que le hizo perder la noción del tiempo. Su representante incluso había decidido marcharse antes sabiendo lo mucho que podía alargarse aquello y que realmente ya no tenía nada que hacer allí. De esa forma, salía definitivamente del edificio con Berni a unos pasos por delante mientras agarraba la correa. El cielo se había cerrado con unas nubes negras y espesas que hacían que a esas horas ya pareciese prácticamente de noche. A un par de calles de casa y como bien temía, comenzaba a llover con bastante fuerza, obligándola a correr para llegar

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Quimera cuanto antes aunque no pudiese hacer para evitar que su ropa se empapase como ya ocurría. La carrera era en balde tal y como sabia, cuando por fin entraba en el portal y prácticamente dejaba un charco bajo sus pies. Berni se sacudía con fuerza mientras ella hacía lo mismo separando así su pelo apelmazado por el agua. Dejando decenas de pequeñas gotas pintando los cristales del espejo más cercano a ella. E: En el fondo no somos tan diferentes ¿verdad? Viéndole subir casi torpemente, comenzó a ir tras él. Una vez abierta la puerta lo liberó de la correa y lo vio correr hacia su manta, rebozándose literalmente mientras ella lo miraba de brazos cruzados. E: Pues esta noche dormirás ahí. A ver el gusto que te da haberlo mojado. –le reñía antes de ir hasta el baño. Decidió dejar la ropa mojada en un rincón del baño cuando ya desnuda entraba en la ducha. Abriendo la salida de agua por completo. Esta ya salía caliente, haciéndole suspirar satisfecha mientras poco a poco aquel espacio se iba nublando por el vapor acumulado. Mientras sentía que la relajación la invadía por completo, y casi de lejos, escuchó ladrar a Berni un par de veces, pero finalmente y restándole importancia, continuó con su ducha. Tras varios minutos salía de nuevo y envolvía su cuerpo con una toalla, dejándola por debajo de sus hombros mientras con otra más pequeña se frotaba el pelo. En el dormitorio colocó el pijama sobre la cama, cuando por instinto, agudizó sus sentidos buscando algún sonido del can. No encontrando nada pasados unos segundos, decidía salir lentamente llegando hasta la mitad del pasillo cuando se detenía. E: Berni. –lo llamaba sin avanzar- Ven, bicho. Extrañándose aun más por no escucharle o verle llegar, siguió caminando agarrando un extremo de la toalla evitando así que siguiese aflojándose alrededor de su torso. Llegó hasta la puerta del salón descubriendo la ventana abierta, lo que le hacía mirar después a su alrededor antes de ir hasta ella para cerrarla. E: Joder, se ha mojado el suelo. Con la mirada puesta en el gran charco bajo sus pies, fue girándose cuando, antes de conseguirlo, un golpe que ni siquiera había visto venir, se centraba en su cabeza y le hacía caer sin sentido. Recobrando la consciencia sintió un dolor agudo unos centímetros más arriba de la nuca. Hizo el amago de llevar su mano hasta allí, pero sorprendiéndose, descubrió que no podía moverse. Sensación que le hacía abrir los ojos y mirar a su alrededor. Estaba aun en el salón, frente a la misma ventana que había cerrado momentos antes. Bajó la mirada buscando el motivo de su inmovilidad, viendo entonces que estaba sentada en una silla con las manos bloqueadas y atadas tras ella. Comenzó a respirar inquieta cuando intentaba girarse todo cuanto podía para averiguar qué ocurría. Una mano fría y gélida como el más crudo invierno, la tomó por la mejilla obligándola mirar al frente. E: ¿Qué quieres? –preguntaba asustada. 6

Quimera Solo escuchaba una respiración tras ella. La mano seguía sobre su piel y temiendo lo peor, cerró los ojos con fuerza sintiendo miedo, uno que jamás había conocido y que la bloqueaba por completo. Pensó en Berni, haciendo que los abriese de nuevo para buscarle únicamente por donde alcanzaba su vista. Intentado moverse de nuevo vio en tan solo un segundo como un plástico trasparente se precipitaba sobre ella. Instintivamente comenzó a gritar cuando este cubría completamente su rostro, cortando el paso del aire y aquel grito se apagase de inmediato, haciendo que temiese lo peor. Su cuerpo empezó a moverse con brusquedad en un intento de liberarse, pero nada podía hacer. Se asfixiaba, conforme la presión iba perdiendo fuerza, ella perdía el sentido dejando caer su cabeza hacia delante, inmóvil.

Una voz insistente le hizo reaccionar, abriendo los ojos en tan solo un segundo y viendo como varios rostros desconocidos y frente a ella, se sorprendían retrocediendo apenas unos centímetros dejándole aire para respirar. Comenzó a toser con fuerza mientras se incorporaba y escuchaba más voces por su casa. El calor de la lengua de Berni llegó a sus sentidos cuando volvía a abrir los ojos para verle situado frente a ella. -Dele las gracias y una buena chuleta. Ha estado ladrando hasta que un vecino ha forzado su puerta y la ha encontrado en el suelo. Minutos después, y sentada en el sofá, cubría su desnudez con una gruesa manta mientras observaba a todos aquellos policías mirar entre todo aquel desorden que no recordaba. No había dicho una palabra en todo el tiempo que llevaba consciente. Aquel tacto helado aun marcaba la piel en su rostro coaccionándola como si todavía estuviese con ella. Berni, echado en su regazo, pasaba la lengua por sus dedos con calma. Como si creyese que aquel gesto iba a calmar el miedo en el cuerpo de su dueña. Girando el rostro vio el plástico en un rincón marcado por un número. La silla permanecía volcada y la ventana abierta. Ga: ¿Cómo se encuentra? Giró su rostro encontrando a un hombre alto de pie frente a ella. Llevaba un abrigo largo en color cámel y fumaba de un cigarro atrapado entre sus dedos, del cual podía percibir perfectamente el olor, parecía mentolado. Ga: Soy el inspector jefe Gálvez. –extendía su mano sintiendo como apenas la estrechaba un segundo- Entiendo que aun esté asustada, pero sería mejor que comenzásemos cuanto antes y nos cuente qué recuerda. E: Me gustaría ponerme algo de ropa, si no le importa. Ga: Claro. –se hacía a un lado. Se levantó para comenzar a caminar hasta su dormitorio. Esquivando a varios policías en el camino y cerrando la puerta tras de sí cuando el animal ya se colocaba también a su lado. Naca mas verse sola, los nervios volvían a apoderarse de ella. Habían más policías que gente había llegado a meter en casa. Y todo por esa persona que había entrado en su casa horas atrás.

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Quimera Minutos después salía con Berni en brazos y con un chándal de algodón cubriendo su cuerpo. Ya en el salón buscó con la mirada al policía anterior, descubriéndolo en el umbral de la puerta mientras hablaba con una mujer que no recordaba haber visto antes. Un segundo más tarde iba directamente hasta el sofá observando todo aquel movimiento en su casa. El número de policías había descendido al anterior, pero igualmente seguían atestando su casa. Ga: Señorita García, le presento a la inspectora Macarena Wilson, ella le tomará declaración. Volvió a girarse para posar su vista en aquella extraña pareja. La mujer se mantenía firme a su lado. Llevaba una chaqueta negra, una camisa blanca debajo y unos vaqueros. Al verse observada llevó las manos hasta su cintura, abriendo su chaqueta por el gesto, dejando ver la placa y su pistola aguardando dentro de la funda y colgando por su costado. M: ¿No se encuentra en condiciones? E: Sí. –bajaba la mirada- Han estado a punto de matarme, pero sí, responderé a sus preguntas. La inspectora miró a su jefe que asentía antes de alejarse de allí, tomando después una pequeña grabadora del bolsillo interno de su chaqueta para dejarla posteriormente en la mesa frente a ellas. Ya lista para comenzar sus preguntas, tomó asiento para mirarla después, encontrando un gruñido de Berni que le enseñaba sus colmillos. Algo que le hacía volver a levantarse sorprendida. E: No me diga que le tiene miedo a un perro que no levanta ni medio metro del suelo, inspectora. M: Le he visto las muelas, no creo que eso sea una sonrisa de presentación. E: Tranquilo. –comenzaba a acariciarle el lomo- No se preocupe, no le hará nada. Puede sentarse. Suspirando y sin quitar sus ojos del can, volvía a tomar asiento pero a una distancia mayor que la vez anterior. Pulsando el botón en la grabadora y elevando la vista para mirarla. M: ¿Qué es lo primero que recuerda, señorita García? E: Llámeme Esther. M: De acuerdo…–asentía- ¿Vio algo? –retomaba la conversación- ¿Hubo algo que llamó su atención antes de saber que había alguien en la casa? E: Llegué de una entrevista en la radio sobre las cinco y media… Entramos y fui directa a la ducha. M: Cuando dice entramos ¿a quién se refiere? E: A mi perro. –se giraba para mirarla- Mientras me duchaba le escuché ladrar un par de veces, pero no le di importancia, a veces alguna paloma se para en la ventana y se pone como loco… -tomaba aire- Estando en el dormitorio lo llamé, pero al ver que no venia y que tampoco le escuchaba por la casa, decidí salir. Al llegar al salón vi esa ventana abierta… -se quedaba mirando fijamente hacia el cristal- La cerré y vi que el suelo se había empapado por la lluvia… hasta ahí era todo digamos normal. –suspirando dejaba pasar unos segundos en que no podía evitar estremecerse- Tras eso noté un fuerte golpe en la cabeza y supongo que me 8

Quimera desplomé. Lo siguiente es que abrí los ojos ya amordazada en la silla y que había alguien detrás de mí. Intenté girarme pero no me lo permitió, me puso la mano en la mejilla… -llevaba su mano hasta allí- Estaba helada… completamente helada… -casi susurraba- Le pregunté qué quería, pero no me respondió. Le escuchaba respirar justo en mi espalda… -con la voz casi tomada por los recuerdos bajó la mirada hasta el suelo- Después intentó asfixiarme con el plástico y me desmayé. M: ¿Recuerda si la puerta la cerró bien? ¿Si pudo haber quedado abierta? E: Ahora mismo no lo sé. –negaba- Diría que sí, pero visto lo visto… -miraba a su alrededor. M: Han tomado huellas de cada rincón. Quien fuese que hizo esto revolvió la casa, puede ser que queriendo que pareciese que buscaba algo, o buscándolo... Me gustaría que me llamase mañana para decirme si echa algo en falta. E: Está bien, no se preocupe. M: Si recordase cualquier cosa o… no sé, ve algo raro, llámeme. –le tendía una tarjeta- Está mi número de móvil y el de mi despacho en comisaría. Puede llamarme sea la hora que sea. E: Gracias. Mirando aquella tarjeta escuchó como ordenaba que fuesen recogiendo para abandonar la casa.

El silencio había vuelto a instalarse cuando el último policía abandonaba la casa. Miró a su alrededor y se encogió abrazándose a sí misma mientras buscaba a Berni con la mirada. Este mordisqueaba uno de sus juguetes sobre la manta. Se levantó yendo después hasta la puerta, girando la llave varias veces asegurándose de que la cerradura llegaba hasta el final. Pasó el segundo pestillo y suspirando colocaba ambas manos sobre la madera. Durante unos segundos intentó sentirte segura. Intentaba hacerse con la idea de que estaba a salvo. Aunque aquel pensamiento parecía de todo menos seguro en su cabeza. Finalmente fue hasta donde Berni seguía para cogerlo en peso y rodearlo con sus brazos. Recorría el pasillo sin haber apagado ninguna luz y entrando directa en el dormitorio. Después de un escaso segundo cogía una silla para bloquear desde dentro la puerta con ella. Se giró de nuevo para sentarse al borde de la cama para coger la pastilla que los médicos del Samur le habían dado antes de marcharse y que pudiese así relajarse e intentar dormir. E: Ya podían haberme dado más. Berni se quejó tras ella, queriendo llamar su atención y decidiendo finalmente meterse bajó el edredón. La luz seguía encendida y la pastilla comenzaba a hacer efecto, unos minutos después comenzaba a sentir como los parpados empezaban a pesarle y una sensación de pesadez la invadía por completo. En un par de parpadeos sin ya apenas fuerzas, la oscuridad llegaba cuando el sueño se apoderaba de ella. Se vio caminando de nuevo hasta el salón. Con miedo y guardando silencio a toda costa. Cuando finalmente llegaba, sus ojos descubrían que aquella no era su casa, 9

Quimera paralizándola y haciendo su mente trabajase a una velocidad mayor. Era un gran salón lleno de estanterías y libros. Las puertas acristaladas que daban al balcón principal permanecían abiertas mientras las cortinas bailan por el aire que se colaba del exterior en lo que parecía una noche oscura y cerrada. Sin saber cómo reaccionar a aquello que no lograba entender, decidió mantenerse en aquel lugar cuando creyó ver a alguien. Una chica estaba de espaldas a ella frente un gran escritorio. Parecía leer algo de forma nerviosa y casi torpe, en apenas unos segundos la vio erguirse y caminar hasta una de las ventanas. Quedándose allí, con la mirada fija en aquella oscuridad que no dejaba ver nada más allá de un par de metros. Una puerta se abría en el lateral del salón y un hombre entraba encontrándose con los ojos de la joven. Quiso acercarse pero le fue negado el gesto. La chica comenzaba a hablar aunque ella no podía escucharla. Solo la veía mover los labios en lo que suponía varios gritos angustiados. Vio al hombre contestar acaloradamente mientras ella lloraba y le daba la espalda acercándose aun más a la ventana. Sabía que lloraba, su cuerpo se movía agitado por el sollozo mientras él caminaba de un lugar a otro de forma inquieta. La escena cobraba una luz menos intensa, como si su presencia en aquel lugar fuese alejándose sin poder evitarlo. Desde su escondite sintió frio y bajó la vista hasta sus manos. Cuando volvía a mirar al frente quiso gritar al ver como aquel hombre rodeaba la cabeza de la joven con un plástico. Se movía en un intento desesperado por salvar su vida, por alejarse de aquel plástico que cubría su rostro fuertemente y cortándole el paso del aire. Su voz no salía aunque sentía la presión en su cuello por un aire que no llegaba. Intentó moverse pero tampoco lo conseguía. Finalmente pudo ver atónita como aquel cuerpo caía sin vida sobre el suelo dibujado de colores borgoña y tierra. Se incorporó con rapidez sobre la cama. Su pecho se movía bruscamente mientras necesitaba tomar grandes bocanadas de aire sintiéndose tan fatigada que su garganta respondía dolorida a las tomas de aire que tanto buscaba. Vio a Berni acercarse hasta ella. Volvió a dejarse caer y las imágenes de su sueño parecían reproducirse de nuevo. Aquella chica… Frunció el ceño mientras comenzaba a acariciar el lomo del animal, creyendo en cuestión de unos segundos que lo que le había ocurrido aquella noche, no era ninguna casualidad. A primera hora de la mañana se vistió para salir de casa. Tomó un taxi a un par de calles y minutos después llegaba hasta la comisaría. Teniendo que esperar su turno frente al mostrador para preguntar y pedir después ver a la inspectora Wilson. Fue guiada hasta una pequeña sala donde tomó asiento y Berni se echó junto a sus pies. Perdía la vista en la mesa de acero frente a ella cuando la puerta se abría haciendo que se girase. M: Buenos días. –pasaba con dos tazas dejándolas después en la mesa- He traído café. E: Gracias. –sonreía mínimamente mientras la veía sentarse al borde de la mesa¿Han averiguado algo? –preguntaba casi sin dilación. M: Hemos pedido las cintas de video de una de las cámaras que hay en el cajero frente a su edificio. Pero por ahora no tenemos nada. Las huellas de su casa son todas suyas y de Carlos Manresa. E: Mi representante. M: Lo sabemos, le llamamos hace un rato y nos puso al tanto de esa información.

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Quimera E: ¿Le cogerán? –volvía a mirarla. M: Haremos todo lo posible. –llevaba su mano por encima de la mesa para tomar la suya- No se preocupe. En aquel instante, Berni ladraba acercándose a la inspectora que soltaba su mano mientras se alejaba lo justo para poder mirar al animal. M: Tú y yo vamos a tener problemas, amigo. –le señalaba encontrando de nuevo un ladrido más pequeño y sin apenas fuerza.

Después de terminarse el café, mientras la inspectora le daba algunos detalles que prácticamente no llevaban a ninguna parte, se levantaba para salir de allí y volver a casa con la idea de la noche anterior aun rondando entre sus pensamientos. M: Anoche no le dije nada, pero si necesita ayuda psicológica dígamelo, señorita García. Tenemos varios psicólogos en el cuerpo que podrán ayudarla. E: Otra vez me llama por mi apellido. –se giraba hacia ella. M: La costumbre del oficio. -Perdone. Ambas se giraban encontrando a un hombre de uniforme, sonrosa floja y gafas gruesas de pasta casi transparente. Permanecía frente a ellas con algo entre las manos y que Esther rápidamente reconoció como uno de sus libros. -No quisiera molestarla, pero… -miraba a la inspectora. M: Arranca, Giraldo… no tenemos todo el día –suspiraba colocando las manos en su cintura mientras seguía mirando al agente. -¿Podría firmármelo? –le tendía el libro- Ayer no pude ir al centro comercial. Esther sonrió cogiendo aquel ejemplar. El policía le tendía también un bolígrafo y mientras sonreía, su superior lo miraba con la ceja enarcada haciéndole apretar los labios con nerviosismo. Segundos después volvía a coger su libro y sin borrar su sonrisa. -Muchas gracias. E: No se merecen. –viéndole partir se giraba de nuevo. M: Dicen que su último libro está siendo todo un existo. –comentaba. E: Dicen muchas cosas. –quitaba importancia- Yo solo hago lo que me gusta y puedo vivir medianamente bien de ello. M: Debo admitir que yo no soy nada asidua a la lectura. Y menos a libros como esos… Bastantes asesinatos hay ya en la vida real como para llenarme la cabeza con esas cosas. E: Quizás no le vendría mal. Ver la mente de un asesino desde otro punto de vista, podría abrir frentes que no ha llegado ver por una u otra manera.

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Quimera M: Desvirtúa la realidad con la intriga que los escritores queréis darle a los libros. Un asesinato real va mucho más allá del misterio y la venganza. E: Que tenga un buen día, inspectora. M: Igualmente. Metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón la siguió con la mirada. Viendo como antes de poder salir, otro de los chicos la paraba para pedir que firmase su libro. Algo que le hizo negar con la cabeza cuando antes de girarse sus ojos volvían a detenerse en aquel perro. Estaba de espaldas a su dueña mientras no dejaba de mirarla en una postura erguida. M: Maldito chucho. –rezaba antes de marcharse.

En su despacho, la inspectora repasaba una de las cintas que le habían hecho llegar minutos antes. Miraba fijamente la entrada esperando ver a alguien entrar, alguien que apareciese en el momento justo. Vio a la escritora correr con el perro por delante como bien le había relatado. Pero pasados unos minutos, de nuevo se encontraba sin nada. Frunciendo el ceño volvió a rebobinar. Antes que ella solo había entrado un par de vecinos que ya tenía controlados. Volvió a avanzar la imagen hasta la hora de la agresión. De allí tampoco salía nadie. Tiró el mando sobre la mesa mientras se recostaba en su asiento y perdía la mirada en el techo, pensando con rapidez; al llegar no vio ninguna otra entrada que diese a las viviendas. Tras levantarse cogió su arma de uno de los cajones y volvió a cerrarlo antes de comenzar a caminar hasta la puerta. Colocó la pistola en la funda que colgaba de sus hombros y cerrando después su chaqueta. Recorría con seguridad varios metros hasta detenerse frente a la mesa de la subinspectora y compañera. M: Voy al edificio de la escritora. ¿Vienes? -Claro. –sonreía levantándose con rapidez. Ya en la calle caminaban hasta la marquesina donde había varios coches oficiales aparcados junto al suyo, accionando desde el mando a distancia de su llavero las cerraduras para entrar más tarde. Tras tomar asiento y acomodarse encendía el motor. -¿Qué buscas allí? M: He revisado las cintas del cajero y nadie entra o sale antes que ella. Tiene que haber alguna otra forma de entrar allí, sino no tiene ninguna explicación. Y a mí las cosas inexplicables no me van, ya lo sabes. -¿Revisasteis el tejado? M: Sí. Es imposible llegar allí si no es por la escalera, y tampoco se podría haber escapado desde esa altura. El edificio más cercano está a cien metros. -Todo esto da yuyu ¿eh? Una escritora de thrillers queriendo ser asesinada, sin nada que incrimine a un posible culpable…

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Quimera M: No seas tan peliculera, Lola. Solo me faltabas tú. –apoyaba el codo en la ventanilla. Desde su ventana, Esther miraba hacia la calle mientras bebía de una taza de café. Carlos acababa de marcharse bastante preocupado por la situación y se había comprometido a cancelar todas sus citas de aquella semana. Aunque ciertamente, en aquel momento no tenía la cabeza para nada que no tuviese que ver con ese desagradable incidente en su casa. Dando un trago vio como la inspectora bajaba de un coche acompañada por otra mujer. Las siguió con la mirada hasta ver que entraban en el portal. Frunció el ceño y esperó a que quizás llamase a su puerta, pero tras unos segundos en los que guardaba un silencio absoluto, y viendo que no era así, decidió coger las llaves y salir al rellano. Miró por el hueco de la escalera escuchándolas más tarde hablar desde la misma entrada. L: Aquí hay una habitación. Igual es la de la antigua caldera… este edificio parece antiguo. M: ¿La puedes abrir? Con cuidado de que no la escuchasen comenzó a bajar. Llegada al primer piso volvió a mirar descubriendo la puerta abierta. Decidida terminó por llegar al entresuelo para acercarse. M: Mira esa ventana. –se detenía frente a ella- A ver si puedo salir. Ayúdame. Con la ayuda de su compañera se aupaba tras haberla abierto por completo. Aunque con algo de dificultada lograba colar su cuerpo por el hueco y salir a la calle trasera. Arrodillándose justo delante para mirar hacia el interior mientras se sacudía las manos y Lola apretaba los labios viendo como no hacía falta escucharla dar su veredicto. M: Definitivamente tuvo que salir por aquí, no hay otra. L: Maca, aquí hay algo. –sacando un pañuelo de su chaqueta se agachaba para coger una pequeña caja de cerillas en el suelo- Club La dorada. –leía en voz alta.

Tras haber escuchado ese nombre regresó veloz a su piso no queriendo que descubriesen su presencia en aquel lugar del edificio. Nada más entrar se sentó frente al ordenador, metiendo en el buscador de internet aquellas tres palabras. Rápidamente encontró una dirección que le hacía pellizcarse el labio y golpear la mesa con dos de sus dedos de forma automática. Cuando una idea asaltaba su cabeza se giró para mirar a Berni, viendo que dormía en un rincón, ajeno a todo aquello que había empezado a trastocar su vida y tranquilidad. Dudándolo tan solo un instante, decidía levantarse para coger las llaves y volver a salir. Sin llegar a la entrada se detenía unos segundos, mirando y escuchando con sigilo para asegurarse de que se habían marchado. Segundos después salía a la calle, apresurándose en llegar hasta su coche. Llegaba en casi una carrera, sentándose y encendiendo el motor sin soltar de su mano aquel papel donde había anotado las señas y dirección del local. Veinte minutos después aparcaba frente a la puerta. Un gran cartel luminoso se encontraba aun apagado y decidía bajar del coche sin prisa. Algo dubitativa, 13

Quimera caminaba hasta la puerta, a un par de metros de un hombre que iba en la misma dirección, manteniendo la puerta abierta con la mano y echando un vistazo con rapidez, encontrando la oscuridad que inundaba aquel lugar. Varias mesas a cada lado eran ocupadas. Una gran barra se veía iluminada mientras una mujer tras ella servía las copas. Tomando aire terminó por recorrer aquellos metros para tomar asiento. -¿Qué le pongo? E: Una cerveza, gracias. Mientras esperaba su bebida se giró disimuladamente para mirar a su alrededor por encima del hombro. La gente de allí era silenciosa y solitaria. Apenas un par de personas estaban acompañadas mientras el resto miraba hacia su vaso con el gesto serio. Como si cada uno estuviese en su propio mundo y queriendo alejarse de donde realmente estaban. Volvía a mirar al frente cuando la mujer colocaba la cerveza sobre la barra. -¿Qué buscas aquí? E: ¿Perdón? -Estoy aquí mas años que tú en este mundo, criatura… y nunca te he visto por aquí. Dudo mucho que hayas entrado por el buen ambiente. E: He pasado por la puerta de camino y me apetecía beber algo. Recibiendo una mirada para nada receptiva a su respuesta, daba un trago mientras la veía alejarse. Tras varios minutos en los que miró fijamente a cada una de las personas allí, decidió marcharse. No conseguiría nada con ninguna otra pista en su poder. Era absurdo seguir en aquel lugar y perder el tiempo. Cuando llegó de nuevo a su casa dejó caer las llaves en la mesita junto a la puerta acercándose después hasta el mueble principal del salón, abriendo una de las puertas para buscar por la hilera de libros que allí reposaban. Cogió aquel que podría reescribir casi literalmente y sin necesidad de volver a leerlo. Buscó entre sus páginas y tras varios segundos dio con lo que quería, comenzando a leer en voz alta. La carta caía de sus dedos en una aparente fuerza propia, como si supiese que había comenzado a deshacer la piel de aquella mano presa del dolor. Su vista aun temblaba cuando la veía reposar sobre el oscuro ébano de la mesa principal de aquel despacho. Irguiéndose casi atemorizada, perdía aquel punto de estabilidad en sus ojos. Sin poder remediarlo recordó aquella última vez que le vio. Como sus brazos la retuvieron por unos minutos en que el llanto era el único sonido que los acompañaba. Haciéndole ver que todo cuanto había creído eran mentiras de quien se había ofrecido a ayudarla. Presa de la culpabilidad se alejó de todas aquellas palabras, aproximándose a la ventana que la separaba de la fría y oscura noche del exterior. Del silencio que casi le gritaba y le ofrecía un cobijo que era lo único que creía necesitar en aquel momento de pensamientos y dudas en el centro de su pecho. De la angustia que se hacía grande cada segundo que pasaba. ¿Cuántas noches había llorado su pérdida? Seguía amándole como el primer día, y aquel que decía adorarla, era el que le había arrebatado parte de su vida. Había acabado con la mitad de todo cuanto era aprovechando así su estado de fragilidad. La puerta se abrió llevándose parte del aire que entraba por la terraza y pudo verle. Con aquel semblante de compasión y fingido amor.

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Quimera _ ¡Lo sé todo! –gritaba con rabia. Había descubierto su secreto, y aun así nunca podría amarle tanto como a él. _ Nunca ocuparás su lugar. –lloraba sin poder contener su dolor- Nadie ocupará nunca su lugar ni cambiará lo que siento por él. ¡Siempre será él a quien ame! _ ¿Quién te ha cuidado? –escuchaba con un mismo tono de voz haciendo que se estremeciese- No te quería ¡No te quería! Le escuchó defender, queriendo mostrándole la libertad que le había regalado. Casi podía ver sus ojos teñirse de nuevo por el odio. Aquel rojo sangriento casi empañaba su mirada. Se giró no queriendo contemplarle, mirando de nuevo la noche que ofrecía su silencio para calmarla. Había comenzado a llorar de nuevo cuando el sonido de sus pasos se detuvo tras ella. Haciendo que negase y se apartase de las manos que habían comenzado a acariciar sus hombros. Unos segundos más de silencio se hicieron con aquella situación hasta que sin poder hacer nada, su mirada se turbaba. Intentaba respirar mientras el aire era incapaz de traspasar aquel plástico que poco a poco le arrebatada la vida. _ Debiste olvidarle. Aquellas dos palabras eran las últimas que llegaba a escuchar cuando se escapaba su último aliento.

Cerró el libro y fue hasta el sofá con aquella idea sonando con más fuerza en su cabeza.

M: ¿Alguna huella? L: No. –contestaba con frustración cuando le dejaba caer los resultados sobre la mesa- Lo que sí… han encontrado una mezcla extraña en uno de los bordes. Parece una clase de detergente industrial y naftalina. M: Vamos a acércanos a ese club para ver qué averiguamos. De nuevo en el coche ponían rumbo hasta el club que indicaba en el paquete de cerillas. Maca se mantenía en silencio intentando aclarar las ideas en su cabeza, intentando encajar cada detalle que ya retenía en su memoria, encontrando tan solo piezas de un puzle incompleto. A su lado, Lola, miraba por la ventanilla. M: Oye… ¿Qué tal tu cena del otro día? No te he preguntado. L: Un completo, y absoluto, desastre. –suspiraba- ¿Te puedes creer que el tío estuvo más de una hora explicándome su teoría sobre el deshielo? M: ¿En serio? –reía. L: Qué locura de gente ¿eh? No había empezado a cenar cuando ya se me había revuelto la comida en el estómago. Que tío más pesado… ¿No quedan hombres normales? M: Sabes de uno que lo dejaría todo. –sonriendo de lado la miraba de reojo- Es más, sabes de uno que se vestiría de chaqué para casarse contigo en cuanto le dieses la oportunidad. L: No me vaciles, anda. M: No te vacilo. Si le dieses una oportunidad, igual… -se inclinaba hasta la guantera- Saca mis gafas, anda. 15

Quimera L: ¿Es un poco antro, no? –veía el local a unos metros haciendo que Maca llevase su vista hacia allí. M: No es donde pararía a tomar un café, la verdad. En un pequeño tramo de tierra, terminaba por girar el volante para detener el coche después. La primera en bajar era Lola que se colocaba en jarras mirando hacia la puerta. Poco después era la inspectora, colocándose las gafas de sol para quedar junto a su compañera, quedando ambas en silencio mientras repasaban con la vista todo aquel espacio. M: Vamos a ver qué sacamos de aquí. Despacio y sin separarse, comenzaban a caminar hacia la entrada. La primera en pasar era Maca que dejaba la puerta aun abierta dejando que su compañera pasase junto a ella. Miraron hacia el interior durante unos segundos antes de aproximarse hasta la barra. -¿Qué les pongo? M: Un botellín de agua. -¿Agua? M: ¿Tienen, no? –preguntaba mirándola fijamente. -Si han venido a por agua, creo que decidieron mal. Aquí solo tenemos cerveza o whisky. –hablaba sin vacilar. M: Es que estoy de servicio. –sacando la placa sin prisa observaba su rostro- Si no es un botellín, en un vaso limpio me vale. Supongo que grifo sí tiene. Soltando un bufido, la mujer se separaba unos metros para ir hasta una estantería baja en la barra y tomar un vaso, el cual colocó bajo el grifo para dejarlo deslizar después en la dirección de la inspectora. -Por lo menos su amiga pidió algo normal, y no llamaba tanto la atención. –rezaba queriendo que la escuchasen. Ambas compañeras se miraban entonces con el ceño fruncido, aguantando durante unos segundos más y sin romper el silencio hasta que se volvían a girar mirando a aquella mujer. L: ¿Cómo ha dicho? -Su amiga. Vino esta mañana y se sentó a admirar las vistas como ustedes dos… -hablaba con descaro mientras se apoyaba en la barra- ¿Puedo preguntar a quién buscan? M: ¿Y cómo era esa amiga mía? -No muy alta, morena y delgadita… no iba tan formalmente vestida. –las miraba de arriba abajo. Ambas compañeras giraban su rostro de nuevo, mirándose fijamente mientras intentaban adivinar de quién se trataba. De repente una imagen llegó a la mente de

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Quimera la inspectora. Imagen que le hizo ladear el rostro sorprendida mientras entrecerraba su mirada esperando que se tratase de una broma.

Después de conversar durante unos minutos más con la camarera, volvían a salir. Maca se deteniéndose en la puerta mientras el sol le daba de frente y decidía resguardarse bajo sus gafas de sol. Lola al ver que no seguía su camino la imitaba retrocediendo hasta ella. M: Vamos a ver qué hay por detrás. Con decisión comenzó a bordear aquel lugar. Los pasos se escuchaban claramente debido a la tierra y a la gravilla que cubrían el suelo y era revuelto por el movimiento de sus botas. Una gran explanada se abría en varios kilómetros frente a ellas. Justo en el centro una caravana, bastante mal cuidada, se cernía como único punto a mirar. Volvió a caminar acercándose hasta ella, quedando poco después a apenas unos metros mientras aun la observaban. L: ¿Quién viviría aquí? –hacia un mohín. M: Supongo que a quien le dé igual estar en medio de la nada, o lo prefiera... Quién sabe. –miraba a través de uno de los cristales. L: La puerta está abierta. –sonreía mirándola- Y parece no haber nadie… -se asomaba mínimamente. M: Déjame a mí. –mientras su compañera se hacía a un lado, su mano iba automáticamente a sacar el arma sin llegar a empuñarla- ¿Hola? –daba un paso por el pequeño tramo de escaleras- ¿Hay alguien? Ya dentro por completo, Lola la seguía casi pegada a su espalda. Miraban aquel lugar mientras sentían incluso la necesidad de llevarse la mano al rostro por el mal olor que las rodeaba y que se colaba por cualquier rincón de sus respiraciones. L: Qué asco. M: Mira por ahí… yo lo haré por este lado. –señalaba. Sin apartar la mano de donde la había puesto para bloquear mínimamente aquel mal olor, comenzaba a caminar sin dejar de mirar a su alrededor. Varias bandejas de comida comenzaban a descomponerse junto al fregador consiguiendo de su rostro un gesto de repulsión. Continuó hasta llegar a una mesa plegable y con la punta de la pistola comenzó a mover algunos papeles y revistas. Girándose después hacia una pequeña estantería encontrando un plato. M: Chist. –llamaba a Lola mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo. Cuando esta se giraba elevaba con su mano aquel plato repleto de cajetillas idénticas a la que habían encontrado en el edificio de la escritora. Volvió a dejarlo en su sitio y recorrió el camino hasta la puerta. Antes de llegar se detuvo al ver una gorra. La movió lo justo para poder leer la costura que adornaba el frontal. M: Santex S.L. L: No me suena. –leía en silencio de nuevo aquel nombre.

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Quimera M: Apúntalo y miraremos qué es. –volvía a dejar la gorra- Vámonos de aquí, o echaré la comida. Una vez dentro del coche miraba hacia la puerta del club sin encender el motor. Lola había buscado por la guantera un frasco de colonia que no dudó mas tarde en usar, echándose en las manos y dejando caer gotas por el interior del vehículo. M: ¿Se puede saber que haces? –reía al verla. L: ¿Tú sabes la peste con la que hemos salido de esa cueva asquerosa? No pienso dejar que nadie se pregunte por qué huelo mal. M: Estás como una cabra. –giraba el contacto. L: Por cierto… Sé que has pensado en alguien cuando la camarera ha dicho que ya han estado aquí. M: Sí. L: ¿Y no me lo vas a decir? –preguntaba una vez en marcha. M: No. L: Lo suponía. –suspiraba mirando al frente.

Cuando llegaron a la comisaria volvió a dirigirse hacia su despacho. Sentada frente al ordenador introdujo el nombre que había visto en la gorra. Por suerte encontró una página de información que le hacía saber que iban por buen camino. Tras leer varios minutos una idea iluminó su mirada. M: Mira. –dejaba caer varios folios en la mesa de su compañera. L: ¿Qué es? M: Santex S.L. es una fábrica de detergentes, disolventes y demás productos industriales. -se apoyaba a un lado mientras seguía relatando- Ya sabemos la procedencia del detergente en la cajetilla. L: ¿Y la naftalina? M: El naftaleno, también llamado naftalina… es un sólido blanco que se volatiliza fácilmente y se produce naturalmente cuando se queman combustibles. L: Cuando piensas así me das miedo. –sonreía- ¿Qué hacemos ahora? M: Voy a hablar con el jefe y decirle lo que tenemos, supongo que tardará al menos un día en dejarme aparecer por allí. L: ¿Me avisas, eh? M: Claro. –guiñándole el ojo terminaba por girarse para marcharse. La siguiente parada era la casa de la escritora. Condujo hasta allí con la duda de que hubiese sido ella la mujer de quien hablaba aquella camarera, aunque aun no lograba entender cómo había llegado hasta allí. Sin duda alguna, esa mujer escondía algo que ella misma descubriría.

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Quimera Aparcando sin prisa frente al edificio comenzaba a caminar hasta el portal para después tocar el timbre de la escritora. E: ¿Sí? M: Soy la inspectora Wilson, tengo que preguntarle algo. –apoyándose en la pared decidía esperar a que le abriese la puerta. Tras unos segundos esta decía para poder abrirla y la empujaba con su hombro para pasar. Ya frente a su casa esperaba de nuevo hasta que abría mirándola con algo de sorpresa por su llegada, haciendo que sonriese minimamente. M: Espero no venir en mal momento. E: Tranquila. –se hacía a un lado- Estaba escribiendo para no pensar. M: ¿Un nuevo libro? E: Solo algunas ideas. –caminaba llegando hasta su lado- ¿Le apetece café? Está recién hecho. M: Sí, gracias. Viendo como tomaba camino hasta la cocina decidió sentarse en el sofá. Mirando a su alrededor hasta que su vista se detenía en la esquina que daba al pasillo. Unos ojos oscuros brillaban por la luz de la ventana, haciéndole endurecer el rostro mientras veía como Berni comenzaba a caminar hasta ella. M: Tengo un arma y no dudaré en usarla. –le advertía mientras este no dejaba de acercarse. En ese momento Esther regresaba, y de un salto, el animal subía hasta el sofá acomodándose pegado a la pierna de la inspectora, que extrañada, solo lo observaba casi expectante esperando alguna otra posible reacción. E: Ya le cae mejor. –sonreía por la imagen M: No sé yo. –lo miraba fijamente.

Mientras servía el café había decidido guardar silencio. Esperaba que hubiese llegado allí con noticias sobre el caso, y comenzaba a sentir demasiada impaciencia y curiosidad. Tomó su taza y dio un primer trago de forma lenta mientras ya la miraba. E: ¿Qué quería preguntarme? M: Sí. –asentía- ¿Que tal el día? –daba un sorbo. E: ¿Qué tal el día? –preguntaba frunciendo el ceño y mirándola aun. Viendo como casi inexpresivamente seguía en silencio. M: Sí. ¿Está tranquila… ha pasado algo de lo que me tenga que hablar? E: Eh… no. –respondía de nuevo extrañada- ¿Ha venido para preguntarme qué tal he tenido el día?

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Quimera M: Y para contarle que tenemos algunas pistas… no son seguras ni fiables todavía, pero… ya tenemos más que antes. E: ¿Y puedo saberlas? La inspectora ladeaba su rostro dando un nuevo trago y decidiendo tomarse unos segundos. Creía saber otra forma de averiguar si estaba o no en lo cierto. Se mantenía dudosa durante aquellos instantes en que decidía si seguir por aquel camino o no. M: Tengo que ir a las once a un sitio y según lo que me digan le contaré. –asentía con tranquilidad. E: ¿A dónde? M: Me darán un chivatazo… el chico es de fiar. Trabaja en un taller cercano a la autovía del este, en la salida de la A3. E: Espero que consiga algo. Estoy bastante intranquila… -hablaba entonces mirando a Berni. M: Me imagino. He hablado con mi jefe antes de venir, y si cree que estará más tranquila con alguien vigilando la casa, no hay problema. E: No, tampoco es necesario. Ya tomo mis precauciones. –suspiraba- Voy a por un par de servilletas. La seguía con la mirada hasta perderla en el interior de la cocina. De repente un sonido que llamaba su atención hizo que se girase. De nuevo Berni enseñaba sus blancos y relucientes colmillos mientras gruñía con descaro a una distancia demasiado corta para ella. M: Joder. –se levantaba- ¿Pero se puede saber qué te he hecho? E: ¿Pasa algo? M: Este perro no parará hasta arrancarme un dedo o algo. –seguía mirándole con inseguridad- Deberías llevarlo a que se lo miren. E: Berni, baja. –señalaba hacia el suelo. M: ¿Berni? –preguntaba sorprendida- ¿Se llama Berni? E: ¿Pasa algo? M: Pues que para ser pequeño, cabezón y encima llamarse Berni, tiene muchas narices. –se colocaba en jarras mirándolo. El perro ladraba junto a sus pies haciendo que Esther decidiese definitivamente cogerlo en brazos y llevarlo hasta la habitación. E: No creo que acabe cayéndole bien si le dice esas cosas. M: El que no me va a caer bien es él a mí, que menuda fijación me tiene. –se quejaba de nuevo.

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Quimera Cuando salía de allí lo hacía mirando su reloj. Era demasiado tarde para regresar a la comisaria como para tener la seguridad de que no la enredarían con cualquier cosa que la hiciese salir de madrugada. Por lo que montando en su coche y puso rumbo a casa. Nada más entrar fue directamente hasta su dormitorio. Desvistiéndose para caminar hasta al baño. Tras una ducha rápida volvía a salir y se servía una copa de vino para acomodarse entonces en el sofá. Miró la hora y vio como quedaban más de dos horas para su “cita”. Su vista iba entonces hasta el mueble, encontrando la única fotografía que decoraba aquel espacio repleto de películas, música y varias figuras. Levantándose finalmente para ir sin hasta ella, tomándola con una mano y regresando de nuevo al sofá acomodándose en uno de los lados mientras continuaba mirándola. Dando un nuevo trago se dedicaba a mirar su rostro con total tranquilidad. Siempre sonreía mirando aquella imagen. Pero también, siempre sentía la misma añoranza y pena en su interior. Suspiró dejándola a un lado, reclinando su cabeza para cerrar los ojos. Debía mantenerse despierta para marcharse en un rato, y su cuerpo amenazaba con querer dormir pronto aquel día. Pasadas las diez y media montaba en su coche y tomaba camino. Aquella noche refrescaba lo suficiente para haber tenido que colocarse un jersey de cuello alto bajo su cazadora. Donde debía ir haría seguramente aun más, aunque realmente no le preocupaba. Tras varios minutos llegaba hasta donde pretendía, viendo como apenas se veía mas allá de las luces de su coche. Aparcando y apagándolas después para recostarse en su asiento. Empezaba a pensar que prefería estar equivocada, y que esa mujer no decidiese aparecer por allí. Siendo así, encontraría un gran problema en ella. Después de un rato decidía bajar. Sacando antes las llaves de la guantera para ir hasta el taller, abriendo la puerta con un movimiento fuerte para que la puerta cediese casi por completo y moverla con más facilidad hasta dejarla entornada después de haber pasado a su interior. Solo le quedaba esperar. Sentada en un rincón oscuro de aquel lugar permanecía en silencio cuando escuchaba el sonido de un motor aproximarse y tras eso, el de unas ruedas pisar la tierra de la entrada. Acomodó la espalda en la pared y fijó la vista en la puerta. Allí estaba, entrando como si tal cosa en una penumbra que no le dejaba ver más allá de sus pies. Negó sin decir una palabra y buscó el encendedor en uno de los bolsillos de su chaqueta. Colocando un cigarro entre sus labios y lo prendiéndolo, consiguiendo que Esther se girase hacia ella y encontrando su rostro parcialmente iluminado en aquella oscuridad. M: No sabe dónde se está metiendo. –guardaba el mechero tras dar una calada. E: ¿Qué hace ahí escondida? –preguntaba dando un paso atrás. M: Esperarla… ¿Qué otra cosa podía hacer? –se levantaba despacio- Estamos a varios kilómetros del único lugar donde habrá alguien que pueda escucharla. E: No le entiendo. M: Sí me entiende. –en un rápido movimiento fue hasta la puerta cerrándola. E: Déjeme salir. –intentaba apartarla de la entrada. 21

Quimera M: ¿Me tiene miedo? E: ¿Haga el favor de dejarme salir? –alzaba la voz frustrada mientras seguía en el forcejeo por apartarla- ¡Quítese! M: Claro. –se hacía a un lado dando una nueva calada a su cigarro. Sin moverse la veía salir a toda prisa hacia su coche. Tiró el cigarro y tras pisarlo fue tras ella, alcanzándola en la puerta y pudiendo quitarle las llaves del coche justo cuando tomaba asiento. Sin decir una palabra la observaba dentro del vehículo cuando daba un paso hacia atrás. E: ¿Quiere matarme? –como respuesta veía como comenzaba a reír.

M: No diga tonterías. –negaba colocando los brazos en jarra- Si quisiera matarla ya lo hubiese hecho. –girándose se sentaba en el borde del capó- Además, olvida que soy de los buenos. E: ¿Y se puede saber qué narices hace? –preguntaba saliendo del coche- ¿Quería darme un susto de muerte o qué? M: Yo quiero saber qué hace usted. No puede ir por ahí queriendo hacer el trabajo de un policía cuando no tiene ni idea de en qué se está metiendo. Aguantaba su mirada sabiendo que tenía razón. Manteniéndola durante unos segundos más hasta que se vio acorralada por sus palabras y se giró mirando a su alrededor, soltando el aire de sus pulmones con mas frustración que miedo, uno que había ido soltando poco a poco conforme la inspectora había comenzado a hablar. M: Ya de por sí es peligroso que lo haga, pero aun mas cuando es a usted a quien han intentado matar ¿no lo entiende? E: ¿Cómo lo ha sabido? –volvía a girarse. M: La camarera de La Dorada no gana puntos por su discreción. –bajaba la vista hasta sus pies- Y solo tú podías meterte en algo así… o saberlo. –la miraba de nuevo- Lo que no sé es cómo, y es algo que me tiene toda la tarde de lo mas intrigada. E: Vaya… Ya no me hablas de usted. –la miraba fijamente- Os escuché hablar… M: Ya. –asentía- Pues te pediría por favor que no intervinieses mas por tu cuenta. A menos que quieras que te maten. –terminó por acercarse justo cuando volvía a erguirse para caminar hasta su coche- Vuelve a casa. –le lanzaba las llaves de su coche. E: ¿Podemos hablar? –preguntaba siguiéndola con rapidez. M: Vete a casa, Esther. –repetía cerrando la puerta, pero al ver que no se marchaba decidía bajar la ventanilla- ¿No me vas a hacer caso, verdad? E: Quiero hablar contigo.

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Quimera Suspirando apartaba la mirada de ella y asentía en un movimiento casi imperceptible. M: Te sigo. Encendiendo el motor de su coche observaba como daba marcha atrás para salir hasta la salida e incorporarse de nuevo a la autovía. Volvía a suspirar colocando el brazo en el asiento del copiloto dando también marcha atrás para seguirla. M: ¿Por qué tenía que tocarme a mí la heroína de turno, joder? Durante varios minutos la siguió con su coche. Pensando en el miedo que vio en su rostro cuando creía que iba a hacerle daño. Haciendo que entendía aun menos esa intención de querer averiguar. Decidió encender la radio para distraerse aunque fuese un instante cuando ya llegaban al centro. Sorprendiéndola aparcaba en una calle bastante céntrica obligándola a hacer lo mismo. Tras eso bajaba del coche metiendo las manos en los bolsillos de su cazadora. M: Pensé que iríamos a tu casa. E: Prefiero un sitio público. –la miraba unos segundos antes de acercarse al bar más próximo, que se encontraba al otro lado de la calle. M: Encima peliculera. –rezaba en voz baja siguiéndola- Lo que me faltaba.

Siguiéndola a escasos pasos por detrás, vio como se dirigía hasta una de las mesas. Tomó asiento quitándose después la cazadora y dejándola en el respaldo de su silla justo cuando un camarero llegaba hasta ellas para tomarles nota y volverse a marchar tras escuchar lo que tomarían. M: De qué me quieres hablar. –colocaba ambos brazos sobre la mesa para unir sus manos y mirarla fijamente. E: Aquella noche no caí… y lo raro es que no lo hiciese, porque es algo que tenía muy visualizado desde el primer momento. –tomaba aire para continuar- La forma en la que esa persona intentó asesinarme fue sacada de uno de mis libros. Tras decirlo se acomodó en su asiento esperando una reacción. Maca la miraba sin mostrar ningún cambio o reacción, guardando absoluto silencio, uno que empezaba a ponerla nerviosa. Apenas parpadeaba hasta segundos más tarde que sonreía girando su rostro hacia otro lado. E: Hablo en serio. M: La cosa es que no me extraña, los escritores vivís de esto ¿no? –volvía a mirarla. E: No me tomes por estúpida. M: No lo hago. –negaba con calma- Solo digo que esto para ti es lo normal. Buscar un motivo retorcido con una buena trama de libro de intriga. –hablaba con distinta voz dándole un aire misterioso a la conversación- Yo soy policía, y me baso en las pruebas y en los hechos. –gesticulaba. E: En mi libro, el asesino agredía a su víctima frente a la ventana del salón y la asfixiaba con un plástico. 23

Quimera M: La ubicación pudo haber sido una cualquiera, tú misma me dijiste que te atacó frente a ella cuando querías cerrarla. E: Cuando entré lo estaba, la abrieron para que estuviese ahí. –rebatía. M: Y no es el primer asesino que ataca a su víctima queriendo asfixiarla con un plástico. –volvía a mostrarse firme aunque le costaba relatar aquel acontecimiento con tanta frialdad- Y por desgracia tampoco será el último. E: No estoy loca, ni superada por esto ¿Vale? Sé lo que digo, era yo la que estaba ahí. M: No digo que estés loca, pero sí impresionada, y que de esa forma quieres buscar una explicación rápida para no estar tan asustada. Es normal y lo entiendo, pero no tienes que hacer esto, lo único que consigues es no poder hacer una vida mínimamente normal y colapsarte. E: ¿No vas a tomarme en serio, verdad? -Aquí tienen. –el camarero dejaba sus copas sobre la mesa. M: Gracias. –lo observaba marcharse- ¿Qué quieres que haga? ¿Que investigue a cada persona que ha leído un libro tuyo? E: Solo que lo tengas en cuenta y me dejes ayudarte. M: Lo que me faltaba por oír. –suspirando se llevaba la mano al rostro mientras negaba en un leve movimiento- Estas cosas solo me pasan a mí… -susurraba. E: Ha sido un error creer que me tomarías en serio. –dejaba un billete sobre la mesa- Siento haberte hecho perder el tiempo. M: ¡Esther! –la llamaba viéndola marchar- Qué suerte tienes, Maca, qué suerte tienes… –perdía la mirada dando un trago.

A primera hora recibía la llamada de su jefe avisándole de que ya podía hacer una visita por la fábrica. Avisó a Lola en una llamada a su busca antes de salir para esperarla junto al coche, no queria ser entretenida en nada mas, evitando así atrasar su marcha. Minutos después y viendo que no salía a su encuentro, decidió volver a entrar para buscarla, siendo el primer lugar la cafetería. M: Te llevo esperando diez minutos en el coche. –se paraba frente a ella. L: ¿Diez minutos? –miraba su reloj mientras apuraba su café- Perdona, Maca. -No le eches la bronca, la he entretenido yo aquí con la charlita. –sonreía cruzándose de brazos y mirando a Lola después. M: ¿Tú no tienes trabajo en el laboratorio? Porque rápidamente te busco algo. – amenazaba. -Uy sí. Tengo un montón de cosas que hacer. –se levantaba con rapidez mientras caminaba junto a ellas hacia la puerta- No seáis muy gamberras con los malos, eh. – sonreía deteniéndose. M: Rai, no me hagas darte una patada en el culo.

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Quimera R: Ya me voy, jefa… -alzaba las manos- Ya me voy. –seguía sonriendo- Y cuídame a la niña. L: ¡Rai! R: Guapa. –se inclinaba hacia ella antes de marcharse. M: Cuando quiere ser pedante… -negaba ya caminado hacia el coche- Se lleva la banda del número uno. L: Pero tiene su encanto y no lo puedes negar… -sonreía encogiéndose de hombrosEs taaaaan mono. M: Sí, si cosas del mono tiene algunas. –reía recibiendo un golpe- Es broma, mujer. L: ¿Tienes la orden? –entraba ya en el coche. M: Sí, me la acaba de dar… aunque me ha pedido tacto. No tenemos más que una cajetilla de cerillas que podría ser de cualquiera y no quiere que todo esto alborote a la prensa. L: Cualquiera… cualquiera… muchas casualidades para ser de cualquiera. Veinte minutos después llegaban hasta la entrada de la fábrica. Maca se colocaba las gafas de sol a modo de diadema cuando se personaba frente al empleado de seguridad que pasaba el tiempo leyendo de lado a la ventanilla. M: Buenos días. -Buenos días. –dejaba el periódico a un lado. M: Inspectora Wilson. –enseñaba su placa- Necesito hablar con el encargado de la fábrica. –enseñaba la orden haciendo que sin aguardar ni un segundo se irguiese en su asiento. -Un segundo. –tomaba el teléfono. Alejándose apenas un paso, metía las manos en los bolsillos de su pantalón mientras miraba a su alrededor. Lola había comenzado a caminar hasta la nave echando un vistazo, es una posición bastante más adelantada. -Camine por la derecha y verá una puerta que da a las oficinas, tiene que subir hasta el segundo piso. M: Gracias. Silbando avisaba a Lola, que se giraba para correr hacia ella y caminar hasta la puerta que el trabajador le había indicado. Ya frente a ella giró el pomo dándole paso a su compañera y comenzaron a subir por la única escalera que había nada más entrar. Llegaron a un primer piso y después al segundo, que con varias mesas y un despacho al fondo, dejaba ver que el movimiento que esperaban. Un hombre en el despacho más lejano les hacía señas para que se acercasen. M: Buenos días. -Hola. –se levantaba- Me ha dicho Rafael que son policías. –ofrecía su mano en el saludo.

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Quimera M: Sí, inspectora Wilson y subinspectora Sanz. –se giraba hacia Lola. -¿En qué puedo ayudarles? M: Tengo una orden para hacerles algunas preguntas a sus trabajadores. –le extendía el documento- Si pudiese dejarnos un espacio para que fuésemos hablando con ellos uno por uno… -Sí, claro. M: ¿Cuántas personas trabajan aquí? -Entre servicio de mantenimiento, maquinaria y producción, unos sesenta. Ambas compañeras se miraron antes de quitarse sus respectivas chaquetas. Aquel, sería un día muy largo.

Una cafetera llena y un par de sillas hicieron de aquel, el lugar para los interrogatorios. Uno a uno, cada trabajador iba entrando allí con duda y casi con temor. Iban salteándose el papel de la que iba haciendo las preguntas y quien anotaba en un segundo plano. Cuestiones fáciles mientras la otra estudiaba sus respuestas y movimientos sin dejar de mirar su rostro. Pasados los veinte primeros, y tras casi dos horas, decidieron darse un descanso. Maca miraba sus anotaciones mientras Lola a su lado se masajeaba el cuello. L: ¿Has visto algo raro? Porque yo nada de nada…. M: Nada que me llame la atención lo suficiente… Además, hasta ahora todos son padres de familia y mujeres separadas o viudas con hijos que tienen buenas coartadas. L: Nos queda más de la mitad, a ver si damos con algo. Pasadas las seis de la tarde despedían al último y Maca se levantaba con un horrible dolor de espalda. Caminó hasta la ventana guardando silencio durante unos segundos en los que rebobinaba todo aquel tiempo de una manera mental intentando buscar algo que se le hubiese escapado. M: De aquí no sacamos nada. -¿Han acabado? M: ¿Han venido todos los trabajadores hoy? –se giraba al escucharle. -Sí. –iba hasta el registro- Todos han fichado esta mañana. L: Pues nosotras hemos terminado. –recogía los papeles sobre la mesa. M: No creo que necesite nada mas, pero si así fuese le llamo con cualquier cosa. -Para lo que necesiten. Mientras veía como ambas se marchaban, guardaba el mismo semblante sin moverse. Unos minutos después miraba por la ventana observándolas alejarse de allí para bajar por las escaleras con paso firme. Sin dudarlo comenzó a caminar, viendo como cada uno de los trabajadores se hacía a un lado dejándole paso y 26

Quimera evitando así aquel movimiento brusco que podría barrer a cualquier. Llegó hasta una de las habitaciones de embotellado y abrió la puerta. -¡Tú! ¡Sal ya, vamos! -¿Se han ido? -Sí, se han ido. –con seriedad cogía su brazo haciendo que saliese- Y pobre de ti como me metas en algún lio ¿me oyes? ¡Te mando a tu puta caravana con la cabeza por delante! Frotándose el brazo comenzó a caminar hasta la salida. Escondiéndose tras la puerta para ver como el coche se alejaba definitivamente de allí a una velocidad lenta. Haciendo que suspirase por fin y se girase para ver como todo el mundo seguía concentrado en su trabajo. De nuevo en comisaría, Maca iba hacia el despacho de su jefe con el mal sabor de boca de no haber conseguido nada de lo que esperaba. M: ¿Se puede? Ga: Pasa. –le hacia un gesto con la mano mientras leía algo sobre la mesa- ¿Habéis sacado algo? M: Nada. –suspiraba- Por lo menos nada claro en un primer momento. Repasaré algunos datos, pero por ahora no tenemos nada. Ga: Pues quiero que dejes eso para ponerte con otra cosa. Pondré a otro en ese caso. M: Han pasado tres días, aun podemos seguir buscando alguna prueba. Ga: Te necesito en otra cosa, Maca. Alguien podrá hacerse cargo de eso por ahora. – suspiraba levantando el rostro- ¿Algún problema? M: No. Supongo que no.

Frente a su escritorio intentaba mantenerse ocupada mientras la intranquilidad desde hacia unas horas no abandonaba su cuerpo. Dejó el bolígrafo a un lado y se levantó para ir hasta el sofá. Cogiendo el teléfono y marcando después el número de Carlos, esperando impaciente cuando comenzaba a caminar de un lado a otro haciendo que Berni la siguiese con la mirada. C: Dime. E: Necesito hacer algo, Carlos… me estoy volviendo loca. C: ¿Estás segura? E: Eso o… -suspiraba deteniendo sus palabras- ¿Podemos retomar lo que habíamos dejado? Había varias entrevistas ¿no? Incluso alguna fuera. C: Sí. Si me dices que me ponga a ello, lo hago ahora mismo. E: Hazlo, por favor. C: Está bien. Esta noche te llamo con lo que sea. 27

Quimera E: Gracias. Colgó de nuevo y se levantó para ir a la cocina. Berni seguía tras sus pasos moviéndose inquieto y queriendo llamar su atención. Sonrió cogiendo su comedero para echar después un par de golosinas que sabía, le gustarían. Sirviéndose un poco de agua escuchó el timbre. Justo al mismo tiempo que una serie de ladridos enérgicos salían del animal que corría despavorido hasta la puerta. E: ¡Berni! –le reñía viendo como se sentaba a esperar que abriese- Estás loco tú, eh. –giraba el pomo para descubrir a la inspectora frente a ella y de nuevo Berni comenzaba a ladrar- ¡A la cocina! –le señalaba con autoridad- ¡Venga! M: En otra vida tuve que ser muy mala con él. –sonreía dando un paso hacia delante. E: Pues yo no sé… pero además de que casi no ladra, nunca se había puesto así por nadie, parece que te huela y le entre la mala leche que nunca tiene. M: Eso ya me sube el ánimo. –asentía mirando a su alrededor. E: ¿Qué te trae por aquí? –caminaba hasta el sofá- ¿Alguna noticia? M: La verdad es que no. –miraba a su alrededor- Pero tenía que decirte algo… Bueno, quería decírtelo en persona. E: Dime. –la miraba expectante. M: Tengo que dejar el caso. Van a poner a otro compañero con él… -dejaba pasar apenas unos segundos para volver a respirar. E: ¿Cómo? –se levantaba- ¿Por qué? ¿No será por lo que hablamos anoche? M: No, no. –se apresuraba en contestar- No lo dejo yo, no es por mí. Es mi jefe… quiere ponerme con otra cosa y… E: Sí, seguro. –apretaba los labios mientras esquivaba su cuerpo para volver a la cocina. M: Esther. –iba tras ella- Yo no dejo un caso, y menos uno como este, no soy así. Pero tengo gente por encima de mí, y esa gente quiere que lo deje. No puedo hacer nada. E: ¿Y yo qué, eh? A la policía le da igual que me maten, ¿es eso? M: No van a cerrar el caso, solo a poner a otra persona. Nadie va a dejar que te pase nada. –con una mano en su barbilla la obligaba a mirarla- Te doy mi palabra. E: Lo que tú digas. –giraba el rostro. M: Tengo que irme. –suspiraba- Aunque ya no esté al cargo haré que me informen. Y por lo que sea puedes llamarme, eso no ha cambiado. E: Hasta luego, inspectora. –se giraba dándole la espalda.

Llevaba más de una hora en ese tren que recorría el camino hasta la costa. A su lado, Carlos leía el periódico y bajo su asiento, el trasportín hacia que Berni se 28

Quimera quejase de vez en cuando por lo pequeño de su espacio. En momentos como aquel se maldecía por tener miedo a los aviones. De no ser así ya estarían seguramente en su destino. A la hora de comer llegaban hasta la redacción de aquella revista que la esperaba para una larga sesión para la entrevista. E: ¿Tú que harás mientras? C: Hablar con el fotógrafo. Quiero ver qué tiene preparado por si hubiese que cambiar algo. ¿Estarás bien? –frotaba su brazo. E: Sí, tranquilo. Sonriendo terminó por asentir para ver como se marchaba por uno de los pasillos. Justo cuando una redactora salía a buscarla para que pasase hasta el despacho. Un hombre de aspecto desaliñado la esperaba acomodando todo sobre su mesa. E: Buenas tardes. -Hola. –la miraba con una sonrisa- Soy Gustavo, encantado. E: Igualmente. –sonreía. Gu: Bien, pues… toma asiento. –le ofrecía uno de los sillones- Voy a grabar la conversación ¿no te molesta, no? E: No, tranquilo. –se acomodaba. Gu: Está bien. –se colocaba frente a ella y ponía en funcionamiento la grabadoraEspero que no incomodarte, pero de todos modos, si es así me lo dices y pasamos a otras cosa. E: Claro. Gu: Es sobre el mal trago que sufriste hace unos días. Se supo por la prensa que alguien entró en tu casa y… E: Intentó matarme, sí. –terminaba la frase. Gu: ¿Cómo lo estás llevando? ¿La policía tiene alguna pista sobre quién fue? E: Por ahora no, pero prefiero no hablar del tema policial. No creo que sea bueno para la investigación. Gu: Por supuesto… -asentía- ¿Has podido retomar tu vida con normalidad? Supongo que debe ser difícil. E: Bueno, no puedo esconderme en un bunker por eso. Mi vida es algo que me gusta y no voy a dejarla porque alguien decidiese que no merezco estar entre los vivos. Intento llevarlo con normalidad y hacer lo que puedo sin olvidar lo ocurrido. Gu: Eres valiente. E: No creo que esa sea la palabra. Solo que prefiero mirar al frente y creer que las autoridades de este país harán su trabajo para que no vuelva a suceder algo como esto.

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Quimera Durante más de una hora y habiendo cambiado al tema principal de aquella entrevista, se sintió cómoda y tranquila. Hablar de su trabajo era algo que lograba trasportarla de manera mágica, su mente no dejaba espacio para nada más y su cuerpo seguía la misma línea de relajación. Unas cuantas horas, pocas dando gracias, hicieron falta para terminar el trabajo de aquel viaje. De vuelta en el tren se centraba de nuevo en sus pensamientos mientras perdía la vista todo cuanto podía tras el cristal de la ventanilla. C: ¿Estás bien? E: Sí… Un poco cansada. –sonreía de lado- No te preocupes.

Quedaban pocas personas todavía allí. Había salido hasta la puerta trasera sin nada que hacer y simplemente guardando silencio mientras dejaba pasar unos minutos más. La puerta volvía a abrirse haciendo que se girase por la sorpresa. -¿Qué haces aquí? -Nada… simplemente esto. –volvía a colocarse de espaldas. -Por cierto… ¿a qué ha venido eso de la poli? ¿Te has metido en algún lio? El jefe está de todo menos tranquilo. Girándose de nuevo se encaraba a aquel rostro que dejando la tranquilidad, se teñía de incertidumbre al comprobar como aquella mirada se mostraba hostil. -Olvídalo, por tu bien. Manteniendo aquella postura veía como la reacción hacia revivir lo que había sentido días atrás. Pero de una forma distinta veía como aquella era distinta. Dejando alejarse aquel cuerpo envuelto por un momentáneo temor. Cogió aire entrando de nuevo y caminando con decisión hasta el teléfono de la planta baja. Cerciorándose de que no había nadie a su alrededor que pudiese escucharle. Tomó el auricular para marcar después y esperar los tonos al otro lado. -¿Sí? -¿Podría hablar con Bastida? -No se encuentra en este momento, lo siento. -¿Sabe cuándo volverá? Necesito hablarle lo antes posible. –comenzaba a hablar con nerviosismo. -Está de viaje en el extranjero, aun tardará unos días en regresar. ¿Quiere que le deje un mensaje? Colgó en un arrebato de impotencia antes de girarse. Su mano se movió con rapidez hasta que llegaba a sus labios y comenzar a morder la piel de su dedo índice. -¡Qué haces todavía aquí!

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Quimera El sonido de aquella voz volvía a activar su nerviosismo, uno aun mayor cuando se giraba escuchando aquella estridente voz que hacía que cerrarse los ojos corriendo hasta la puerta. -¡Voy a mandarte bien lejos! ¿Me oyes? –suspiraba viéndole salir- Inútil. –mascullaba antes de girarse para ir de nuevo a su despacho. En la calle comenzó a caminar sin rumbo fijo. Había tomado la decisión de no parar demasiado tiempo en ningún lugar. Por lo que deambular parecía lo más correcto hasta que tuviese noticias de lo qué hacer.

Días después de su visita a casa de la escritora, Maca revisaba en su despacho varios informes del caso de narcotráfico al que había sido asignada. Revisaba fechas, lugares de entrega y varias fotografías tomadas en el intercambio. Tras reconocer a uno de los sospechosos tomó un apunte justo cuando Lola se acomodaba en la puerta para mirarla. L: Buenas. M: Hola. –saludaba sin mirarla- ¿Has buscado lo que te pedí? L: Sí. Y tras más de dos horas entre carpetas he dado con ella. –comenzaba a caminar hasta la mesa- Rai ha buscado las notas de laboratorio y también las tienes ahí. M: Gracias. L: Oye ¿te puedo preguntar algo? –se sentaba frente a ella. M: Claro. –la miraba entonces. L: ¿No piensas que Santos es un poco estúpido como para que lo pasen al caso de la escritora? M: Pues sí. –suspiraba- Pero son órdenes del jefe. –se encogía de hombros- Yo le dije que quería seguir con él, pero ya sabes cómo es cuando se le mete algo entre ceja y ceja. L: Si te soy sincera, no me vine muy conforme de la fábrica. –apretaba los labiosCreo que habíamos dado con algo. M: Yo también. Había pensado decirle a Santos que pusiese un coche vigilando la caravana. –se frotaba la barbilla pensativa. L: ¿Y por qué no lo haces? M: Porque solo por llevarme la contraria no lo hará. L: ¿Y si lo hacemos nosotras? –sonreía- No tiene por qué enterarse nadie. R: Toc, toc… -se asomaba sin llegar a entrar- Siento interrumpir, pero tengo algo que igual os interesa y seguro que os gusta. M: Pasa. –asentía mientras Lola también se giraba. R: Hola, guapa. –le sonreía.

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Quimera M: Al grano, Rai. Ya remolonearás después. R: Sí. –tomaba aire mirando lo que llevaba en las manos- Eso de que no hubiesen huellas en las cerillas me tenia mosqueado. –miraba a su jefa- Por mas narices tenía que haber algo… –le dejaba una fotografía sobre la mesa- Hay algo, sí… pero si te doy mi opinión de profesional, sea quien sea… no tiene huellas. L: ¿Cómo que no tiene huellas? R: No. –se cruzaba de brazos- Hay varios trazos que llamaron mi atención, es como una cadena que se rompe, en varios sitios. Y son como huellas parciales, faltan piezas. En silencio, Maca observaba aquella imagen que Rai había tomado creyendo que estaba en lo cierto. Se mantuvo de aquella manera hasta que de nuevo tomaba la palabra. R: No os puedo dar un nombre. Pero dudo que haya muchas personas en esta ciudad sin huellas, o con una parte mínima de ellas como en esa cajetilla. M: ¿Puede ser que sean quemaduras antiguas? R: Es una posibilidad. –asentía- La piel quemada se regenera, pero si es abrasión fuerte se deforma irremediablemente. M: Disolventes. –miraba a Lola.

El trabajo le impedía aun ir con Lola a montar guardia frente a aquella caravana. Se encontraba en un descanso cuando uno de los chicos entraba en su despacho con una revista en las manos. -Quizá le interese, jefa. La cogió de la mesa una vez ya se marchaba y vio como a pie de la portada aparecía una fotografía de Esther. Buscó en su interior hasta que dio con las páginas. La escritora Esther García nos cuenta en primera persona qué ha supuesto esta nueva aventura al publicar su cuarto libro, “Quimera”, que ya escala puestos para convertirse en el más vendido. Entre otras cosas también nos habla del suceso que conocimos por la prensa, aunque escuetamente, cuando alguien entró en su casa intentando acabar con su vida. M: Joder. Cerrando de nuevo la revista cogía su móvil y su agenda para buscar después el número de la escritora. Marcó sin dudarlo hasta que comenzó a escuchar uno tras otro los tonos al otro lado. E: En ese momento no estoy en casa. Dime qué quieres y veré si me interesa llamarte. Suspirando colgaba y miraba de nuevo aquella revista. Pasada hora y media se levantaba para ir a buscar a Santos. En su mesa comía de una bolsa de frutos secos mientras leía el periódico. Chasqueó la lengua y se

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Quimera encaminó con decisión hasta él, observando que aun viéndole llegar, seguía con la vista clavada en aquel periódico. M: ¿Así es como trabajas? S: ¿Qué quieres, Wilson? –preguntaba sin levantar la vista. M: Como supongo que no has tenido tiempo ni ganas de hacer nada hoy, seguramente te interese saber esto. –respondía tirando la revista sobre la mesa. S: Sí lo he visto. Si esa mujer quiere ponerse en peligro es asunto suyo. No soy su padre. M: Creo que es tu deber advertirle de que no debería hablar para la prensa, ni para contar que marca de lejía usa para limpiar. S: Hazlo tú. –la miraba con arrogancia- Las mujeres se te dan bien ¿no? M: Que te jodan. Cogiendo de nuevo la revista se alejaba de allí para salir hasta la calle. Bajaba los escalones de la entrada con rapidez mientras se colocaba las gafas de sol y llegaba hasta su coche. Sin perder tiempo puso rumbo a casa de la escritora, tardando apenas unos minutos y aparcar frente a la puerta. M: Soy Maca. Después de entrar subía las escaleras casi enfadada. Cuando llegaba la puerta ya estaba abierta y una vez dentro vio a Berni en posición para comenzar su recibimiento habitual. M: Ni se te ocurra o te capo. –le señalaba con autoridad haciendo que el animal agachase la cabeza para poco a poco recostarse con sumisión. E: ¿Venimos de mal humor, inspectora? –se cruzaba de brazos al verla.

M: Pues sí. Vengo de mal humor. –la imitaba- ¿Se puede saber cómo has tenido la brillante idea de ponerte a dar entrevistas? E: ¿Perdona? M: No sé si lo recuerdas, pero estuvieron a punto de matarte hace poco más de una semana. E: Vaya… se me había olvidado. –contestó sarcástica. M: Pues es lo que parece. –asentía malhumorada- ¿Te has parado a pensar que quien fuese que entró aquí, puede sentirse provocado y lo quiera volver a intentar? –la miraba fijamente- ¿Lo has pensado, Esther? E: No. –bajaba la vista. M: Pues es lo más probable. –suspiraba deshaciéndose de aquel enfado- No puedes hacer eso, no puedes actuar así cuando estás en medio de un dispositivo de búsqueda.

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Quimera E: Vale, lo siento. ¿Pero entonces qué quieres que haga? ¿Qué me quede aquí día y noche y no hable con nadie? M: Puedes hacer lo que quieras pero con cuidado y un poco de conocimiento. E: ¿No habías dejado el caso? M: Y así es, pero eso no quita para que igualmente me preocupe y si nadie más lo hace, venga a decirte lo que debes o no hacer. Es mi trabajo. E: Pues ya puedes volver a irte, has hecho bien tu trabajo. –caminaba hasta el sofá. M: Voy a poner un coche a cada lado de la calle para que vigilen las entradas. No me has dejado otra opción. E: Está bien. –comenzaba a cambiar canales en el televisor. M: Si tienes alguna duda y sobre todo, antes de hacer nada, llámame. –se giraba para volver a marcharse. Nada más escuchar la puerta se giraba viendo como Berni volvía a levantarse, acercándose para dar un salto después y subir hasta el sofá para ir hasta ella y acomodarse sobre su regazo. E: Te has acojonado ¿eh? –sonreía mirando al animal- Aunque no me extraña… cualquiera le lleva la contraria. –recibía un ladrido. Cuando ya eran más de las diez de la noche se acercó hasta la ventana, mirando a un lado y a otro hasta que dio con un coche con las luces apagadas y un par de personas en el interior. Sonrió de medio lado y volvió a girarse. E: Nos tienen rodeados, Berni. –lo cogía en brazos. Antes de llegar al dormitorio el teléfono comenzaba a sonar y se giraba para volver sobre sus pasos hasta el mueble del salón para contestar, nada más llegar cogía el teléfono a la vez que se sentaba casi fatigada. E: ¿Sí? M: Los chicos ya están frente a tu casa. Si notases algo raro, lo más mínimo, llámame. Aun así ellos estarán al tanto de todo en cualquier momento. Buenas noches. E: Maca. –la llamaba evitando que colgase, tras unos segundos de silencio tomaba aire de nuevo- Gracias.

A la hora acordada con Lola, aparcaba frente a su casa y daba un par de golpes al claxon anunciando de su llegada. Apenas un par de minutos después la veía salir por la puerta con una bolsa y a paso ligero hasta llegar al coche y sentarse a su lado. M: ¿Y eso? L: Provisiones… Además esta noche hace frio y llevo también un termo con café. –se colocaba el cinturón- No podemos hacer una guardia sin nada para echarnos a la boca, además sería muy aburrido y a ver qué haces tantas horas.

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Quimera M: No es mala idea. No se me había ocurrido. –volvía a encender el motor para incorporarse a la carretera. L: ¿Has puesto a los chicos en su casa? M: Sí. –contestaba ya sin perder vista de la carretera- Espero que no hagan como la última vez y cuando los llame estén dormidos. L: Dudo mucho que lo hagan. –sonreía- No olvidarán la bronca que les echaste y los días de papeleo que se chuparon por eso… porque yo no lo olvidaría en la vida, eso te lo aseguro. M: Tengo que admitir que se ganarme el respeto. –se mantenía seria durante unos segundos hasta que mirándola de reojo se descubrían sonriendo antes de romper a reír. Ya con las luces apagadas, bordeaban con cuidado aquel lugar sin tener que pasar frente al El dorado. Tras unos metros se detenían lo suficientemente lejos para no ser advertidas y poder controlar aquella caravana que aunque poco, se distinguía en la oscuridad. M: Esto parece la boca del lobo. –dejaba caer las manos sobre sus muslos. L: Igual hay alguno. –comentaba mirando a su alrededor- Madre mía… es que yo no vivo aquí ni aunque me prometan el oro y el moro. M: Me extraña que no haya luz. –se inclinaba mirando aun mas lejos- Pero por otro lado… L: Puede que conforme vimos todo aquello… ya no viva nadie allí. M: O que hayamos acertado y no quiera volver. –se pellizcaba el labio inferior- Lo que me jode no poder encontrar un huella, coño. –suspiraba- Cuando haya luz apuntamos la matrícula. L: ¿De verdad crees que esa caravana cochambrosa estará registrada? M: No perdemos nada por mirarlo, Lola. L: ¿Quieres un café? También he traído chocolatinas y una bandeja con bizcochos. – revolvía en la bolsa- Salado nada, antes de que preguntes. M: Ya sé que lo tuyo es el azúcar, tranquila. L: ¿Quieres o no ese café? M: Sí. Será una noche larga. L: Lo malo es no poder encender aunque sea una luz, podíamos echarnos una partida de cartas… hacer un sudoku o alguna cosa de esas. M: Claro, o ya que nos ponemos encendemos la radio y así ambientamos con musiquita. L: Olvidaba tu humor cuando estás haciendo guardia. –le tendía el vaso.

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Quimera Después de varias horas y nada que les hiciese estar en alerta, había convencido a Lola de que echase una cabezada y de esa manera, se mantenía en silencio sin apartar su mirada de aquella caravana. De igual forma sacaba su móvil de uno de los bolsillos internos de su chaqueta y tras buscar el número, se acomodaba con el brazo sobre la ventanilla esperando respuesta. -Dígame, jefa. M: ¿Cómo va la cosa? -Aburrida. Aquí no pasan ni los gatos… desde que se fue a dormir no ha encendido ninguna luz ni hay movimiento. M: Aun así no quiero que pestañeéis más de lo necesario. -Descuide. M: Con lo que sea me llamáis, estaré despierta. –colgaba de nuevo y Lola comenzaba a moverse dejando ver que abandonaba su sueño. L: Pestañeéis más de lo necesario. –repetía- No me extraña que no se atrevan a mirarte más de cinco segundos. M: Estos que empiezan ahora se creen que son los reyes del mambo, hay que recordarles las jerarquías. –sonreía. L: Oye. –se encogía metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta- ¿Has leído alguno de sus libros? M: Yo no leo. L: Pues me han prestado uno. –miraba al frente- Por curiosidad más que nada… y no está nada mal, llevo unas paginillas y ya me tiene enganchada. M: No digo que estén mal. Solo que no los he leído ni pienso hacerlo. Me bastará con tenerte a ti con la cabeza llena de pájaros por eso. L: Un montón de gente en la comisaria los lee. Además he visto alguna entrevista suya y parece maja. M: Es agradable. –asentía sin más esfuerzo mientras se acomodaba en su asientoEl mamón en su perro. Siempre que me ve acaba ladrándome y tocándome las narices. L: ¿En serio? –reía. M: Es un bulldog francés, de esos pequeñajos y cabezones, pero no veas que dientes tiene. No puede verme aparecer por allí… no sé qué narices le pasa. L: Igual se cree que quieres quitarle a su dueña. –sonreía de medio lado. M: No me vaciles. –la miraba de reojo. L: ¿Por qué? Es guapa la muchacha. M: Después de desayunar, si quieres me acompañas a comprarle el anillo. –se cruzaba de brazos- Que yo para esas cosas no valgo. L: Rancia eres, hija. –suspiraba- Rai me ha invitado a cenar, por cierto. 36

Quimera M: ¿Qué le has dicho? L: Que me lo pensaría… que tengo muchas cosas que hacer. M: Mentirosa. –sonreía- Si lo estás deseando, además cuando le ves te tiembla el labio por aquí. –se señalaba la comisura. L: Pero no por eso le voy a decir que sí a la primera, a ver qué se va a creer ese… Que una no es una facilona y tiene que hacerse de rogar. M: Di que sí. –asentía. Sin que ellas pudiesen apreciarlo, otro coche se detenía a unos metros por detrás descubriéndolas y dando marcha atrás tras unos segundos después sin querer que le viesen y mientras sonreía de medio lado con solo una idea en la cabeza.

Los ladridos de Berni comenzaban a avisarla de que el sueño, por lo menos aquella mañana, debía acabar. Se desperezó bajo las sabanas dándose cuenta de que aun estaba cansada, pero terminando por girar su rostro para mirar el reloj sobre la mesilla y ver que había dormido del tirón, sin duda alguna y por mucho que se negase a creerlo, le había costado dormir días atrás. Frotándose la frente y bostezando, llegaba hasta la cocina para dejar caer la comida sobre el plato del can, para después encender la cafetera, momento que aprovechó para cerrar unos segundos más los ojos. Sin duda alguna, necesitaba una ducha. Nuevamente vestida y con el pelo aun húmedo, se sirvió una taza de café y fue hasta el salón. Dio un buen trago de su taza mientras caminaba hasta la ventana. Corriendo mínimamente la cortina vio como el coche aun estaba parado frente a su casa. Uno minutos más tarde bajaba hasta la calle, cruzando para llegar hasta el vehículo y tocar el cristal con el puño, sonriendo al ver como ambos hombres se incorporaban con rapidez despertando de su sueño. E: Os he llenado un termo con café. –el policía bajaba la ventanilla- Seguramente lo necesitéis tanto o más que yo después de pasar toda la noche aquí. -Gracias. –se apuraba en contestar. E: ¿Mala noche? –sonreía de nuevo. -No se lo diga a la inspectora. –la miraba suplicante- O nos mata. E: Tranquilo, la inspectora no sabrá nada. –le tendía el termo- También os he traído algunos vasos de plástico. –le tendía la bolsa- Cuando os lo toméis podéis iros, todo está bien. -Hasta que no recibamos orden no podemos. E: Le tenéis miedo ¿eh? -No la conoce usted. –Negaba sirviéndose un poco de café- Es capaz de tenernos un mes tras una montaña de papeles si se entera de que nos hemos dormido. E: Será nuestro secreto. –le guiñaba un ojo sonriendo.

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Quimera A varios kilómetros de allí, Maca llegaba a la comisaria después de haberse dado una ducha, y aunque con el sueño aun en el cuerpo, mas despejada. Iba camino de su despacho cuando su jefe asomó al final del pasillo para que fuese hasta allí. Ga: Cierra la puerta, haz el favor. Extrañada por aquel tono de voz, hacia lo que le ordenaba, girándose de nuevo para caminar en pasos tranquilos hasta quedar frente a su mesa mientras metía las manos en los bolsillos de su pantalón. Ga: Explícame ahora mismo por qué estabais Sanz y tú anoche custodiando la caravana. M: Vaya… -dejaba escapar el aire mientras bajaba la mirada. Ga: ¿Yo no te dije que dejases el caso? M: Y lo hice. Ga: ¿Entonces por qué estabais allí? Y sin que nadie lo supiese. –ladeaba el rostro esperando una respuesta. M: Ese inútil de Santos no está haciendo absolutamente nada, jefe. –hablaba con seguridad- Y estoy segura de que estamos cerca. Ga: También he sabido que Raimundo os facilitó información acerca de la cajetilla de cerillas y no se lo hiciste saber a Santos. M: Cuanto chivato. –apretaba los labios cruzándose de brazos- Esa mujer está en peligro. Sé que no vamos por mal camino, y en cambio no se hace tanto como se podría. Ga: ¿Me estás cuestionando? M: No. Anoche fui allí por voluntad propia y fuera de servicio. Ga: Metiendo las narices en un caso que ya no es tuyo. –rebatía de nuevo- Así que no hagas que deje de tenerte donde lo hago, y pases a ser otra toca pelotas de esta comisaria, porque ya tengo muchos. M: ¿Puedo irme ya? Ga: Sí, y espero no volver a recibir noticias como esta. –bajaba la vista hacia la mesa. Saliendo de aquel despacho lo hacía con la mirada clavada en las mesas de exterior. Buscaba su rostro hasta que dio con él a unos metros con una sonrisa vencedora. Sin dudarlo comenzó a caminar con decisión hasta quedar frente a él. M: Eres un cabrón. S: Y tú una entrometida… Si quieres ganar puntos con ella para tirártela solo tienes que decírmelo, eh. Apretando la mandíbula dio un paso al frente, pero conteniéndose después. Manteniéndose en silencio le miraba unos segundos antes de ver como el miedo se apoderaba de sus ojos.

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Quimera M: No te mereces esa placa. Una mierda como tú solo vale para bajarse los pantalones y darle la espalda al primero que se anime. Mirándolo por última vez se giraba, sabiendo que lo dejaba lo suficientemente humillado por aquel día.

L: ¿El humor mejor? –preguntaba asomándose por la puerta pero sin llegar a entrar¿Se te ha pasado ese señor mosqueo que tiene a la comisaria temblando? M: Aun no, pero puedes pasar. –no levantaba la vista de la mesa- ¿Pasa algo? L: Vengo a decirte que esta noche nos vamos a cenar, Rai se ha enterado de un restaurante que acaban de abrir y que se come de muerte, ha conseguido mesa… y por lo visto está súper complicado, hay una lista de espera y todo. M: No me apetece. L: Va, Maca… te vendrá bien. Te distraes y dejas que esa cabecita tuya se tome una tregua. M: ¿Me utilizas para salir con él y que no se note que te mueres por hacerlo? Porque estaría muy feo de tu parte hacer eso. L: ¿Utilizarte? –preguntaba efusivamente- ¿Yo? –la miraba viendo como se erguía en su asiento de forma seria y cruzándose de brazos- Bueno, un poquito… -ladeaba el rostro- Pero no te utilizo, aprovecho la situación para salir con mi amiga y compañera. M: Eres de lo que no hay. –volvía a bajar la vista. L: Entonces qué… ¿vienes? Habiendo accedido y tras más de dos horas de cena, salían del restaurante con un buen humor que saltaba a la vista. Entre risas decidían ir a tomar la penúltima copa en un local cercano. Dando un paseo, la inspectora advertía que estaban cerca del edificio de Esther, decidiendo que aprovecharían la cercanía. M: Vamos a ver si estos inútiles están haciendo su trabajo. Haciendo reír a sus compañeros emprendían el camino hasta los coches, sorprendiéndose al ver el que había frente al portal vacio. Momento en que el rostro de Maca cambiaba en un instante, su mandíbula se tensionaba y Lola podía escuchar como soltaba el aire de forma brusca. R: ¿La peña se escaquea con facilidad o me da a mí? M: Me pienso limpiar las botas a base de patadas en el culo a estos dos imbéciles. – cogía el móvil para llamar. L: Maca, tranquilízate, anda… habrán ido al baño o algo. –la inspectora asentía malhumorada mientras esperaba contestación. -Dígame, jefa. M: ¿Dígame jefa? –repetía con mal humor- ¿Cómo va la noche? -Todo… todo tranquilo. 39

Quimera M: ¿Estáis en el coche, verdad? –miraba a Lola que intentaba no reír. -Claro, inspectora. M: ¡No me toques las narices! ¡No se te ocurra tocarme las narices! –repetía alzando la voz- Estoy a medio metro del puñetero coche y aquí no estás. –se giraba mirando a su alrededor- ¿Dónde coño habéis ido? -Eh… -cerraba los ojos sabiendo lo que le vendría- En la casa. M: ¿En qué casa? –se volvía a girar para mirar hacia la ventana de Esther- ¡No me jodas! –lo veía saludar junto a Esther. RyL: Jajajaj.

Con rapidez subía por la escalera mientras escuchaba a sus compañeros ir tras ella intentando calmarla. Cuando llegaba al piso no había aminorado el paso y empujaba la puerta que ya permanecía abierta, viendo como ambos policías casi se resguardaban tras el cuerpo de la escritora que permanecía de brazos cruzados esperándola. M: ¿A vosotros os pagan por hacer vuestro trabajo o por ser inútiles? –los señalaba acercándose con decisión- ¡Qué entendéis vosotros por hacer guardia! E: Tranquilízate, que he sido yo la que les ha hecho subir para que cenasen algo. – Maca la miraba arqueando una ceja- Se van a tirar mil horas ahí, que menos que coman algo. M: Que se compren un bocadillo. –colocaba los brazos en jarra. -Ya nos marchamos. –se apresuraban en salir mientras veían como Maca iba tras ellos conteniéndose en el último momento antes de que saliesen por la puerta. L: Hasta luego, chicos. –entraba entonces junto a Rai- Hola. –sonreía frente a EstherSoy Lola. –le ofrecía su mano. E: Esther. –la saludaba. L: Y este de aquí es Raimundo. –pasaba un brazo por sus hombros. R: Rai para las mujeres guapas… Un placer. –cogía su mano para dejar un beso en ella. L: Payaso. Cuando el momento parecía volver a ponerse tenso por el silencio de la inspectora, un sonido ya conocido para ella hacía que todos bajasen la vista hasta el suelo. Berni gruñía a escasos centímetros del tobillo de Maca haciendo reír a los presentes. M: ¿No quieres que este chucho tenga descendencia, verdad? –miraba a Esther. E: ¿Por qué? M: Porque como siga tocándome las narices no va a conocer hembra. –miraba al animal fijamente haciendo que retrocediese.

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Quimera R: Ais… pero si es bueno, ¿a que eres bueno? –se agachaba viendo como Berni se acercaba- Sí… eres bueno. L: ¿Cómo se llama? –sonreía también agachándose. M: Berni, se llama Berni. –miraba al animal. L: Hola, Berni. –hablaba con cariño haciendo que este se echase dejando que lo acariciasen- Pero mira qué cariñoso es. –miraba a su amiga. E: Solo hay dos personas a las que les gruñe. R: Me parecem jefa, que tú eres la primera de la lista. –reía. E: ¿Queréis tomar algo? –miraba a Lola y Rai que dudando unos segundos dirigieron la vista hasta quien tendría la última palabra.

Frente a uno de los muebles de salón, Rai había llegado después de unos minutos, siendo seguido más tarde por Lola y Esther. Ambos compañeros miraban algunos premios que la escritora había recibido mientras comentaba algunos detalles. En el sofá, Maca se veía inmersa en una batalla visual con su ya amigo Berni. R: El que más me gustó fue… -hacia memoria- Huellas de sangre. –decía por fin- Me lo leí como tres veces. L: Ese no me lo has dejado. –le miraba. R: Bueno, acábate el que te di y luego pues ya varemos. –le daba con el dedo en la punta de la nariz. L: Me estoy leyendo este último. –miraba a Esther que sonreía- Bueno, no tengo mucho tiempo pero siempre que puedo leo un poco. E: ¿Y te va gustando? L: Sí. –asentía- Sobre todo el entresijo amoroso que hay entre el asesino y la policía. E: ¿Te parece amoroso? R: Yo diría que es más atracción sexual que amor. –miraba a Lola- Pero como tú eres una romanticona empedernida… E: Digamos que los dos tenéis vuestra parte de razón. –sonreía. L: Maca… -se giraba descubriendo como miraba al perro- ¡Pero tía! Deja ya al pobre animal. –reía- Lo vas a traumatizar, pobrecito. M: Pobre yo, que me tiene acosada el palmo y medio este. E: Eso es que sois igual de cabezotas. –cogiendo a Berni en brazos se sentaba junto a la inspectora- Si mi Berni es lo mas bueno y cariñoso del mundo. –dejaba varios besos en su cabeza. R: Cambia esa cara, jefa… que estamos aquí de guay. –le daba un golpe en la rodilla antes de sentarse. M: Como se entere quien yo me sé de que estamos aquí, nos va a caer una y gorda. 41

Quimera E: ¿Quién? –preguntaba extrañada. L: El inspector jefe Gálvez. –ponía los ojos en blanco mientras alzaba la voz dejando ver la seriedad en aquel nombre. M: El hombre que vino aquí la noche de… -Esther asentía- El que iba con el abrigo y fumando. E: Ah. –volvía a asentir- ¿Pero por qué? R: Las chicas anoche fueron unas niñas muy malas e hicieron guardia donde no debían. –pasaba el brazo sobre los hombros de Lola. M: Rai. –reñía. E: ¿No me puedo enterar o qué? –miraba a la inspectora. M: No es eso, pero prefiero no decir nada de lo que no esté cien por cien segura. E: ¿Qué sitio es ese? –insistía viendo como Maca daba un trago y decidía mirar a Lola- ¿Por qué estabais allí? L: Prefiero no arriesgarme y que luego tenga que sufrir yo su mala leche, espero que lo entiendas. –se encogía de hombros. E: ¿Qué pasa? ¿Qué todos le tenéis miedo o qué? –preguntaba mirando a uno y a otro realmente sorprendida, pero sobre todo frustrada por no poder escuchar de qué lugar se trataba. R: Oye, Lolita… ¿te hace un baile de esos arrimaditos, uhm? L: ¡Sí! –se ponía en pie- Un placer, Esther. –le extendía la mano- Maca, mañana nos vemos. M: Me voy con vosotros. R: No. –negaba haciendo que volviese a sentarse- Habla con ella. –asentía.

La puerta se cerraba y Maca aun miraba perpleja la jugada de sus dos compañeros al dejarla sola con la escritora. Volvía girar para mirar a su lado recibiendo la expresión interrogante de Esther que esperaba, o seguramente, necesitaba escucharla hablar, lo que le hacía suspirar frotándose la frente y cerrar los ojos un instante antes de volver a mirarla. M: ¿Qué quieres saber exactamente? E: ¿Esas pistas que tenéis son como para que te busques un problema con tu jefe? M: Son unas pistas que yo creo buenas. –asentía bajando la mirada- Y por lo tanto no quiero dejarlas en el aire. E: ¿No te fías de la persona que han puesto ahora con mi caso? Levantó la mirada sin prisa, en ese momento supo que sin dejar salir su voz había contestado. Esther se levantaba suspirando y caminando hacia la ventana, mirando fijamente el coche aparcado a unos metros frente a su casa.

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Quimera M: Te dije que no pensaba apartarme de esto, y mucho menos que te ocurriese algo. No es mi estilo. E: ¿Y cuál es tu estilo? –se giraba cruzándose de brazos. M: Será mejor que me vaya. –se levantaba cogiendo su chaqueta de una de las sillas- Espero que mi consejo de que no hagas ninguna tontería siga fresco en tu cabeza. –se colocaba la chaqueta sin dejar de mirarla- Si me creo en el deber de hacerte saber algo, no dudes en que lo haré. E: Tranquila. M: Bien. Que descanses. E: Igualmente. –asentía viéndola marchar. Girándose de nuevo hacia la ventana miraba el vehículo policial. Observando cómo un par de minutos después, la inspectora se acercaba hasta él y se apoyaba en una de las puertas. Tras eso comenzaba a alejarse de nuevo hacia el centro. No sin antes detenerse y dirigir su vista hacia la ventana, cruzando su mirada con ella apenas unos segundos antes de desaparecer. C: La editorial me ha ofrecido una idea que igual te interesa. E: Dime. –servía un par de tazas de café. C: Me han llamado a primera hora esta mañana. Creen que con la buena tirada que está teniendo podíamos hacer alguna edición especial en un par de meses. Meterle algo que llame la atención de aquellos que aun no se han decidido. E: ¿Cómo qué? C: No sé… Podíamos darle una imagen más seria, cambiar la portada… en su misma base, solo algunos cambios, color o algo así. Algo como una edición especial y que llame la atención. E: No suena mal… -daba un trago dejando su mirada ausente. C: ¿La policía tiene algo nuevo? –la veía negar. E: O por lo menos nada sólido como para hacérmelo saber… -recordaba la visita de la noche anterior. C: ¿Siguen estando los coches? E: Sí. Lo de la revista no fue una buena idea… -apretaba los labios- Creo que metí la pata hasta el fondo queriendo hacerla. C: Ni lo pensé, Esther, lo siento. E: No es culpa tuya. –sonreía tranquilizándole- Ni siquiera yo lo vi de esa manera… C: Será mejor que me vaya. –se levantaba- Tengo varias cosas que hacer y llamar a la editorial. Esta tarde te doy un toque para ver cómo sigues. E: Vale. –lo acompañaba hasta la puerta- Que tengas buen día. Tras ver como se montaba en el ascensor bajó la mirada al mismo tiempo que cerraba la puerta. No había dado un paso cuando le pareció escuchar algo en el 43

Quimera rellano, haciéndole fruncir el ceño y decidiendo acercarse hasta la mirilla de la puerta. Observando todo cuanto podía desde esa posición, comprobando que no había movimiento alguno. Justo antes de separarse una sombra se dejaba mostrar por la derecha, separándose después rápidamente de la puerta mientras retenía el aliento y sentía como el corazón le latía con fuerza. En un impulso decidió ir hasta la cocina, removiendo uno de los cajones hasta dar con el cuchillo de mayor tamaño, empuñándolo con fuerza cuando de nuevo se dirigía hasta la puerta. Con el pomo en la mano tomó una bocanada de aire antes de comenzar a girarlo para abrir.

Sin haber abierto del todo, apretaba aun más la mano que sostenía el cuchillo, dejándolo a la altura de su pecho y a unos centímetros de su cuerpo como única protección. Miró hacia uno de los lados encontrándolo vacio, girándose después hacia el otro y encontrando la falta de luz que había en el último tramo del aquel pasillo que seguía hasta dos puertas mas. Dio otro paso justo cuando una sombra que no llegaba a ver con claridad se acercaba hasta su posición, haciendo que con todo el miedo que se apoderaba de ella, alzase la afilada hoja en el aire. -¡Soy yo! –alzaba las manos- ¡Soy yo, señorita García! E: Joder. –veía retroceder al policía- ¿Se puede saber qué coño haces ahí? –gritaba asustada- ¡Casi me da algo! -Vimos entrar a un tipo raro. -¡Ya lo tengo! Otra voz se escuchaba en uno de los pisos superiores, justo después los pasos se dejaban escuchar tranquilos mientras bajaba hasta encontrarlos en el rellano. -¿Qué hace con eso? –preguntaba sorprendido al verla empuñar el cuchillo. E: ¡Que me habéis asustado! –gritaba de nuevo- ¡Casi me da un infarto! -Un borracho se ha colado para pedir por las casas. –se acercaba a ella para arrebatarle el cuchillo sin dejar de mirarla- Deje eso, anda. E: Joder. –se giraba hacia su puerta. -Lo siento… No creí que fuera usted a salir. –se disculpaba acercándose- ¿Está bien? E: Cuando mi corazón recupere su ritmo, si es que lo hace, ya te diré. –se llevaba la mano a la frente cuando el móvil de uno de los agentes sonaba. -Sí… Todo bien… Está bien, enseguida estamos allí. –colgaba- Tenemos que irnos. -Discúlpenos, de verdad que no pretendíamos asustarla. E: Sí, sí… Venga, no pasa nada. –caminaba hacia la puerta- Que tengáis buen día, chicos. -Usted también.

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Quimera Cuando de nuevo cerraba la puerta suspiró pegando la frente en ella. Sentía aun su sangre acelerada recorrer todo su cuerpo, haciendo que la adrenalina aun vagase libre y activando cada sentido poniéndolo también en alerta. En un segundo de razón pasó el pestillo y se giró viendo a Berni dormir en su rincón a pierna suelta. E: Eso… tú duerme tranquilo. Lejos de allí, entre la única maleza que rodeaba el lugar, miraba todo cuanto su vista podía alcanzar. Tras asegurarse de que no había nadie cerca comenzó a recorrer el camino hasta la caravana. Casi tropezando y resbalándose sobre la tierra seca y llena de pequeñas piedras deslizantes. Nada más llegar a la puerta la abría y cerraba un instante después, sentándose contra ella e intentando recuperar el aliento para después, mirar a través de la persiana. Tras comprobar que todo seguía hasta segundos antes, se giró con decisión y fue esquivando los pocos muebles a su paso hasta llegar al final. Palpando la zona baja a los pies de un pequeño armario, sacando más tarde un tablón suelto del suelo para meter después la mano. Rebuscando entre la suciedad acumulada hasta encontrar la caja que buscaba. Con ella bajo el brazo llegaba hasta un rincón para sentarse en el suelo. Retiró la tapa encontrando aquella fotografía, mirándola durante unos segundos con desprecio y sacando después los libros que también allí guardaba, leyendo sus títulos uno por uno. Viendo como los recuerdos se le agolpaban uno tras otro sin tregua. -Nunca harás nada de provecho. No pagarían por esto un solo céntimo, ni por lástima. -Padre… No sea tan injusto. -Encima ultrajando el trabajo a tu compañera. Un escritor nunca cae en la tentación de robar la idea de otro. Es robar la esencia, la magia en la vida de las personas. ¿No lo entiendes? -Tú fuiste la primera… -miraba de nuevo la fotografía- Como debía ser.

Una convención de jóvenes escritores daba cita en pleno corazón de la ciudad. El centro de congresos había sido habilitado para cientos de personas que acudirían a una de las muchas charlas citadas en esos días. Demasiados rostros, miradas, pero solo buscaba una, una que recordaba a la perfección después de tanto tiempo esperando ese momento. Entre el tumulto se abría paso con sigilo, despacio y no queriendo llamar la atención. Llegó con las luces aun apagadas y mientras varias diapositivas eran expuestas en una pantalla del escenario haciendo que todos centrasen su atención en aquellas imágenes. Tomó asiento en una de las últimas filas mirando entre las personas más cercanas. Tardó varios minutos hasta dar con quien andaba buscando. De aquella forma y mientras la voz inundaba aquel salón, se dedicó a mirarle no queriendo perder un solo gesto de su cuerpo. Cuando los aplausos llamaron su atención haciéndole ver que había pasado un tiempo casi inexistente en su cabeza, las luces volvían a encenderse y poco a poco 45

Quimera todos allí se iban levantando de sus asientos. Aguantó lo justo hasta ver como también lo hacía quien no había dejado de observar, y pocos segundos después comenzaba a caminar hacia una de las puertas. Ya en la calle, y no creyendo su suerte, seguía sus pasos a una distancia prudencial. La noche había caído y solo la luz de varias farolas hacía que la oscuridad no tiñese aquellas calles de penumbra. La ausencia de gente le animó a acelerar el paso y colocarse a tan solo un par de metros. Miró a su alrededor, viendo que no había nadie cerca decidió girarse al mismo tiempo que aquel cuerpo en una de las calles a la derecha. Sin darle opción a girarse o verle llegar, rodeó su cuello con uno de sus brazos en tan solo un segundo mientras llevaba la mano libre hasta sus labios, ahogando un grito que hizo llegar el calor a su piel. Forcejeó hasta llegar a un rincón y dejar aquel cuerpo de rodillas justo delante y sin ninguna posibilidad de liberarse. Un sollozo llegaba hasta sus oídos, uno que le hizo sonreír sin soltar su cuerpo mientras hacía que quedase contra su pecho, buscando entonces en uno de sus bolsillos el cuchillo que allí mismo había guardado. Apenas cinco minutos más tarde salía de aquella calle. Caminando con paso seguro mientras se alejaba de allí sin levantar la vista del suelo. Varias personas se cruzaban en su camino, pero sus ojos fijos en la oscuridad de sus pasos solo repetían una y otra vez aquella imagen que dejaba atrás. Horas más tarde un grupo de gente rodeaba el cordón policial. Las luces de los coches pintaban las paredes y varias cámaras de televisión se agolpaban queriendo recoger la noticia que había llevado a decenas de personas a congregarse en busca de respuestas. Un coche llegaba con la sirena puesta y le abrían el paso hasta quedar aparcado a unos metros. La inspectora bajaba con seriedad hasta llegar al lado de su jefe que hablaba con uno de los chicos que había llegado antes a la zona del crimen. M: ¿Qué ha pasado? –preguntaba mirando a su alrededor. Ga: La han encontrando muerta hará media hora. –señalaba hacia el cadáver haciendo que fijase allí la mirada- Se ha desangrado a causa de una herida de arma blanca. M: Joder. Ga: También le han cortado la lengua. M: ¿Sabemos quién es? –se aproximaba hasta el cuerpo. Ga: ¿Si te digo que es escritora? –Maca abría los ojos con rapidez y se acercaba para ver el rostro del cadáver.

Frente al televisor untaba un par de tostadas. El día había amanecido soleado y se encontraba bien aquella mañana, quizás demasiado tranquila. Girando su rostro veía como Berni llegaba con uno de sus juguetes atrapado entre los dientes, abrió de nuevo el bote con la crema de chocolate con una sonrisa y untó su dedo. E: Toma, chico. –dejaba la mano a su altura y el can comenzaba a relamerlo con afán- ¿Te gusta, eh? –sonreía. 46

Quimera -Anoche un par de jóvenes encontraron el cuerpo de una mujer sin vida en pleno centro de la ciudad. – Esther giraba su rostro hacia el televisor - Pocos son los datos que la policía ha podido aportar sobre el caso. La víctima, escritora de treinta y cuatro años, acababa de salir de una convención en el centro de congresos, cuando a apenas doscientos metros acababan con su vida. Esta cadena se ha hecho con unas imágenes tomadas por uno de los jóvenes, que aunque de mala calidad por tratarse de una grabación casera desde un teléfono móvil, puede apreciarse como el cuerpo de la mujer permanecía de rodillas frente a la pared de uno de los edificios.

Los ojos de Esther se habían congelado en aquella imagen. Sus manos comenzaron a temblar haciendo que la tostada cayese y alejase la mano de Berni sin tan siquiera pensarlo. Como pudo se levantó para ir hasta el teléfono. M: ¡Quiero que llaméis ahora mismo y os hagáis con esa grabación! –alzaba la voz¡No quiero verla en ningún otro telediario! -Ahora mismo, jefa. Ga: Esto de que los móviles puedan grabar y hacer fotos me toca las narices, ya he visto lo mismo es tres canales distintos. M: Había mucha gente allí, lo que me extraña que es solo haya salido eso. – suspiraba- Gimeno está con el cuerpo y ahora voy a bajar a verle. Ga: Comprueba si tiene algo que ver con el caso de la otra escritora o si por suerte no es así. M: ¿Quiere decir que lo llevo yo de nuevo? –le veía asentir- Vale. –se encaminaba veloz hasta la puerta no queriendo darle oportunidad al arrepentimiento. Ga: Maca. –esta se giraba- No hace falta que diga que… con tacto. M: Por supuesto. –asentía. Caminando hacia el ascensor escuchaba su móvil, haciendo que lo buscase por los bolsillos de su chaqueta sin detenerse hasta que daba con él ya frente al ascensor y contestaba. M: Sí. E: Soy Esther. M: Te has enterado. –afirmaba. E: Maca… ¿has visto las muñecas de esa mujer? –preguntaba con miedo. M: Eh… No, pero ahora mismo iba a hablar con el forense. E: Vale. –suspiraba- Cuando lo hagas llámame. M: ¿Por qué? –preguntaba extrañada. E: Tú solo hazlo. Es importante. –se sentaba sintiendo como el temblor comenzaba a apoderarse de sus piernas y casi perdía el equilibrio- ¿Lo harás? M: Está bien. Ahora te llamo. –colgaba entrando después en el ascensor. Sin entender a qué venía aquello, pulsaba el botón a uno de los sótanos y bajaba la mirada durante la espera. Un pequeño golpe en seco le advertía de que había llegado y comenzó a caminar por uno de los pasillos, todos silenciosos como siempre. 47

Quimera Colocaba sus manos atrás cuando llegaba hasta la puerta, empujándola con su hombro para pasar y encontrando al único hombre que con solo su presencia, ya le hacía sonreír. M: Hola, Gimeno. –se colocaba a su lado. Gi: Linda flor de primavera que se deja caer por estos mundos de silencio. –sonreía.

M: Pero hombre de dios, mira como te has puesto. –cogía una servilleta. Gi: El chocolate, que es un dulce desagradecido. –comenzaba a limpiarse tras hacerse con la servilleta- ¿Quieres? M: No, gracias. Gi: Estás porras resucitan a un muerto, eh. –untaba una de ellas en su taza para después llevársela hasta la boca y dar un mordisco- Están de vicio. M: Te lo agradezco, pero no. –negaba sin ningún entusiasmo- No sé cómo puedes comer aquí. Gi: La morgue es un lugar poco querido por el mundo, pero necesitado y tranquilo. – alzaba un dedo sin dejar de mirarla- Además, nadie se queja. –sonreía. M: Vengo por lo de la chica de anoche. ¿Has estado ya con ella? Gi: Sí, un buen rato. –asentía mientras untaba de nuevo su desayuno- ¿De verdad que no quieres? M: De verdad, Gimeno. Gi: Bueno, ven. –comenzaba a caminar sin soltar la porra- Seguro que esto te gusta. –llegaban hasta la mesa donde aun reposaba el cadáver oculto tras una sabana- La pobre era bien guapa. –quitaba la sabana- ¿Verdad? –giraba su rostro. M: Sí. Qué es eso que tenía que ver. –cambiaba de tema con interés en que continuase. Gi: Esto. –colocándose los guantes ante la mirada de Maca terminaba por coger las manos del cadáver para girarlas, dejando visibles sus muñecas- ¿No es curioso? Sobre la piel había dos marcas verticales, casi unidas. Frunció el ceño y miró de nuevo a Gimeno que esperaba una reacción a aquello. Gi: ¿Qué te parece? M: No sé qué puede significar. –metía ambas manos en los bolsillos de su pantalón. Gi: Pues yo tampoco. –volvía a dejar las manos en su postura anterior- El asesino las hizo después de matarla. M: Pásame las fotos que hayas hecho ¿Vale? –volvía a mirarle- Tengo que hacer una llamada. –se giraba sacando de nuevo su móvil cuando la puerta se abría. Gi: ¡Raimundo! Mi gran amigo Raimundo. –le pasaba el brazo por los hombros.

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Quimera R: Qué pasa hombre. –le daba un cariñoso golpe en el estomago- Te has manchado la bata. Gi: Ya. –bajaba la vista pasando su mano por la mancha- He comprado porras antes de entrar, ¿Quieres? R: Mejor no. –se giraba hacia Maca- Tengo algo que seguro que te gusta saber. M: ¿Qué pasa? R: He analizado la ropa de la chica y he encontrado la misma sustancia que en la caja de cerillas y la misma clase de huella incompleta en un emblema de plástico que llevaba su chaqueta. Gi: ¿Huella incompleta? ¿Cómo se hace eso? –miraba a ambos- ¿Se corta uno la mitad del dedo o qué? –caminaba hacia la mesa para coger más de su desayuno. R: No seas bruto, hombre.

Una vez arriba de nuevo, caminó hacia la mesa de Lola, esta leía concentrada hasta que sintió su presencia a escaso medio metro. M: ¿Vienes? Voy a ir a hablar con Esther. L: Claro. –dejaba la carpeta y tras coger su chaqueta comenzaba a caminar a su lado- ¿Algo nuevo? M: Tenemos un asesino en serie. La misma persona mató a la chica de anoche, Rai ha encontrado las mismas sustancias y el tipo de huella. L: Joder. –llegaba hasta el coche- ¿Se lo vas a decir? M: Primero quiero escuchar qué tiene que decirme ella. –encendiendo el motor comenzaban a alejarse de la comisaria. Caminando de un lado a otro del salón, Esther se pellizcaba el labio mientras poco a poco los nervios se iban adueñando de ella. Miraba el teléfono cada minuto esperando esa llamada que no llegaba. En un impulso se detuvo en mitad del salón intentando tranquilizarse cuando el timbre sonaba y tras preguntar, respiraba aliviada al saber que Maca subía hasta su casa. E: No me has llamado. –se mantenía en la puerta viendo pasar a ambas compañeras. M: ¿Cómo sabias que tenía que mirar en las muñecas? E: Te dije que quién sea que esté haciendo esto, está copiando asesinatos que yo ya he escrito en mis libros. L: ¿Qué? –miraba sorprendida a la escritora- ¿Cómo que copiando? E: Lo que a mí me hicieron está sacado de uno de mis libros, y lo de anoche con esa chica también… Maca, tienes que creerme. –la miraba rozando la desesperación. L: ¿Estás segura? –se acercaba a Esther.

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Quimera E: Lo de las marcas en las muñecas era cierto ¿no? –miraba a una y a otra- En mi libro, el asesino marcaba las muñecas de sus víctimas, esta chica de cierto modo sería la segunda. M: Tú estás viva. E: Bueno, pero da igual… ¿Qué marcaba su muñeca? M: Habían dos cortes verticales. –se cruzaba de brazos. E: ¿Ves? Estoy segura, Maca. Tienes que creerme. L: Yo la creo. –se giraba hacia la inspectora- ¿Quién mejor que ella iba a saber si la está copiando o no? M: ¿Qué relación hay? E: Ninguna salvo que están escritos ya. M: Ja. –se giraba con una medio sonrisa. L: Maca, lo dijiste antes… La misma sustancia en la ropa y lo de las huellas. – gesticulaba con decisión. E: ¿Tenéis huellas y no me lo has dicho? –preguntaba sorprendida mientras se encontraba con la mirada fija de la inspectora.

M: Para empezar… -daba un paso hacia ella alzando la mano extendida- No tengo por qué decirte nada. –la miraba fijamente asintiendo- Una cosa es que vayas a comisaría y pidas que te informen, otra muy distinta que me tengas de soplona ¿Vale? Si te digo cualquier cosa es porque quiero, no porque esté obligada a ello. L: Maca. –posaba la mano en su hombro- Tranquila. –tras miraba unos segundos se giraba hacia Esther- Encontramos algo que nos hizo… quizás acércanos, pero aun no sabemos a quién. E: Pero… si tenéis huellas… -decía extrañada aunque con más tacto que antes. L: No es una huella completa, si no sería todo más fácil. Sea quien sea, no tiene la huella en su forma original, creemos que por quemaduras. E: Entonces no podéis buscar a nadie… -susurraba bajando la mirada. L: ¿Me puedes enseñar los libros donde dices que sale lo que está pasando? E: Claro. Esquivando ambos cuerpos se dirigía hasta el mueble y buscaba los dos donde se relataban las agresiones. Tras dar con ellos se acercaba hasta Lola, buscando entre sus páginas hasta dar con lo que buscaba, tendiéndole el primero para mientras ella leía, hacer lo mismo con el segundo. Maca de brazos cruzados miraba a la escritora sin mediar palabra. Podía tener razón, pero igualmente eso no aclaraba más que algo que ya sabían. L: Tiene razón. –miraba a Maca.

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Quimera E: Ten. –dejándole el segundo se colocaba a su lado mirando su rostro en todo momento- De rodillas frente al muro de una antigua biblioteca dejan el cuerpo de rodillas con la frente haciendo de apoyo contra la pared. Dos cortes iguales en ambas muñecas a modo de numeración, apuñalada en el costado izquierdo, bajo las costillas, y un corte limpio en la lengua. –miraba entonces a Maca- ¿He fallado en algo? L: Hay que decírselo al jefe. –la miraba también. M: Tú vienes con nosotras. Yendo directamente hasta la puerta hacia que la escritora cogiese rápidamente las llaves de casa y tras los pasos de Lola, salían de allí. El camino en coche era en un completo silencio, uno en el que Esther no sabía cómo mostrarse. Podía ver el rostro de Maca por el retrovisor, frunciendo el ceño y aunque miraba la carretera en todo momento, sus ojos la delataban en un estado de concentración y seguramente pensamientos rápidos e incontrolados. Nada más llegar a la comisaria ambas policías subían la escalera con seguridad mientras Esther, un poco más rezagadas, las seguía. Frente a la puerta del inspector jefe, como proclamaba la placa en la puerta, Maca llamaba un par de veces antes de abrir y hacer que pasasen detrás.

Ga: ¿Qué hace ella aquí? –preguntaba extrañado al ver a la escritora. M: Quien mató a la chica anoche, es la misma persona que agredió a la señorita García. –Esther la miraba al escuchar con que seriedad la nombraba- Parece ser que imita asesinatos escritos en sus libros, y permítame decirle que bastante exactos. E: Lo hace. –afirmaba ante sus palabras. G: ¿Cómo? –miraba a Esther. E: Está utilizando los mismos asesinatos que yo relato en mis libros. Mi agresión dejaba alguna que otra duda, pero me temo que el de anoche salvo la ubicación, es exacto. G: ¿Y esta mujer cómo sabe todo eso? –miraba a la inspectora. E: Las imágenes de la televisión. –se apresuraba a contestar evitando que fuese ella- Vi la grabación que emitieron en las noticias. L: Señor, he leído lo que dice… y es exacto. Marcas, colocación, la herida en el costado… Las tres mujeres vieron como bajaba la mirada unos segundos y lentamente abría uno de sus cajones para sacar una pitillera y encenderse un cigarro segundos más tarde. Expulsando el humo volvía a mirarlas, un par de segundos a cada una hasta que se detenía. G: ¿Tiene algún sentido el orden? ¿Sigue pautas? –miraba a Esther. E: No he pensado en eso hasta hace un rato que ellas lo dijeron, pero creo que no. Son libros diferentes.

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Quimera G: Está bien. –colocaba ambos brazos sobre la mesa- Baja con ella y que vea el cuerpo, al ser escritora pueden tener alguna relación. –suspiraba- Y quiero que os pongáis con ella… -miraba a Esther que se erguía sorprendida- ¿Se cree capaz de poder averiguar algo con la ayuda de las chicas? Creo que acertando podríamos adelantarnos a sus movimientos. E: Lo intentaré. –asentía. G: Si es necesario que no salgáis de una habitación en días, hacedlo. No quiero que esto se vuelva una locura y haya más muertes. M: Como diga. Sin más se giraba hacia la puerta haciendo que la siguiesen. L: Yo tengo que terminar una cosa que tengo a medio desde ayer, así que bajáis vosotras y mientras yo aprovecho ¿Vale? –miraba a Maca que asentía. Esther dudó unos instantes hasta que vio como Maca ponía demasiada distancia de por medio y en casi una carrera se colocaba de nuevo a su lado. Frente al ascensor guardaban silencio. La inspectora miraba los números iluminarse en la parte superior mientas Esther, con la vista fija en el suelo, comenzaba a sentirse incómoda. Ya dentro del habitáculo se giraba hacia ella. E: ¿Alguna razón por la que me trates de repente con esta indiferencia? M: ¿Perdona? –la miraba. E: ¿He hecho algo? –se encogía de hombros- Porque parece que te joda que tenga razón. M: Y me jode. –asentía mirando de nuevo al frente. E: ¿Por qué? M: Porque esto te dará un motivo para meterte en medio y voy a tener que estar pegada a ti todo el tiempo. –salía del ascensor y se giraba de nuevo bruscamente para quedar frente a ella- ¿Por qué? –guardaba silencio unos segundos- Porque sé que en algún momento no me harás caso y no me gusta trabajar con alguien en quien no confío al cien por cien y no para de ponerse en peligro dándole todo igual. Guardando silencio le mantenía la mirada, viendo como cada palabra había llegado a ella casi arañando su piel. Tras unos segundos volvía a separarse haciendo que el aire pasase libremente entre las dos cuando el único sonido era el de sus pasos. M: Sígueme.

Como le había dicho, caminaba tras ella a un paso más lento y cauteloso. Aquel espacio era silencioso y frio, tanto que le hacía estar casi encogida en si misma mientras miraba a su alrededor. Se cruzó de brazos mientras parecían ir hasta las puertas que había al final de aquel largo pasillo. La inspectora llegaba sin dudar hasta ellas, abriendo y dejándole paso después para pasar a su lado más tarde. M: Gimeno. –alzaba la voz llamándole. 52

Quimera Gi: ¡Voy! –avisaba desde una de las habitaciones- ¡Ya voy! –finalmente salía con un trapo entre las manos y mostrando la sorpresa en su rostro- Juventud femenina que da vida a mis ojos. –sonreía mientras Esther miraba a Maca. M: Es así. No te asustes. –se giraba hacia él- Gimeno, te presento a Esther García. Gi: Un placer, señorita. –cogía su mano- Grata la sorpresa de su presencia, y más en un día tan sumamente lento como el de hoy. E: Hola. –sonreía por su actitud. Gi: ¿La traes para que le de mi beneplácito? Porque estoy seguro de que no lo necesitas, confió tanto en tus criterios como en los míos. M: No digas tonterías. –se giraba mirando la sala- Quiero que vea a la chica. Gi: Mal empiezas una cita si le presentas a otra. Girándose comenzaba a caminar mientras Esther, aun mas sorprendida por la forma de ser de aquel hombre, se quedaba mirando a Maca que aun negaba en silencio antes de ir junto a él. Gi: ¿De cuerpo entero o solo la cara de la susodicha? –recibía una mirada lo suficientemente seria para saber que debía dejar su humor para otro momentoVale… captado. En un movimiento ágil abría una de las puertas frigoríficas tirando después de la bandeja. Tras eso Esther decidía guardar una distancia sin acercarse más que el par de metros que ya la separaban de allí, observando cómo sin ninguna prisa, retiraba la sabana que cubría aquel cuerpo inmóvil. Maca optó por mirarla, dándole confianza para acercarse y poder ver así el rostro de aquella chica. Fueron apenas tres pasos los que daba hacia ella cuando ya podía ver su rostro pálido y sin vida. Un par de segundos más tarde se llevaba la mano a los labios y cerraba los ojos. M: ¿La conoces? E: Hicimos un curso juntas. –se giraba dándole la espalda al cuerpo. M: Tápala, Gimeno. E: Espera. –se giraba de nuevo- ¿Puedo verle las muñecas? M: Esther, no hace falta. E: Por favor. –la miraba fijamente viendo como un instante después hacia una señal con la cabeza a su compañero- Gracias. Girándose, comprobaba como el forense tomaba las manos de la chica y las hacia girar mostrando sus muñecas. Su vista se quedó fija en aquellas dos marcas idénticas, sintiendo su cuerpo estremecerse casi al instante cuando de nuevo volvía a mirar su rostro. Gi: Mi padre, en gloria esté, enterrador por más de cuarenta años, ya lo decía… Las personas hablan más claro estando muertas que en vida. –se giraba hacia Maca- Por eso de que les pesa menos la lengua y no tienen mucho en qué pensar. M: Gimeno. –ladeaba su rostro. 53

Quimera Gi: Oye, que yo confío mas en un muerto que en un vivo, eh. –se defendía cubriendo de nuevo el cuerpo- Que hablaran poco, sí, pero ni mienten, ni hacen daño. M: Será mejor que nos vayamos. –colocaba su mano en el hombro de Esther llamando su atención- Venga. E: Sí. –con la vista en el suelo comenzaba a caminar hacia la puerta. Gi: A ver si la próxima vez piensas antes donde llevarla, eh. –sonreía a Maca- Que así poco la vas a conquistar. M: Gimeno. –reñía con seriedad hasta que finalmente no podía más que sonreír¿Has almorzado ya? Porque esta es tu hora. Gi: Tengo ya preparado unos trocitos de pulpo con pimienta para chuparse los dedos. –gesticulaba con ansia- ¿Almorzáis conmigo? M: No, gracias. Gi: Mira que lo tengo todo listo. –señalaba la mesa haciendo que ambas mirasen- Y hay pulpo de sobra para los tres y una botellita de vino del mejor. E: ¿Come aquí? –preguntó extrañada. Gi: Yo prácticamente vivo aquí. Lo que no consigo es echarme novia. –suspiraba mirándola con seriedad- Debo ser muy parlanchín para todas las que vienen. ¿Tú qué dices? E: Me parece simpático. –se encogía de hombros. Gi: ¿Sí? –preguntaba ilusionado a la vez que miraba de nuevo a Maca- Le parezco simpático… podía haber dicho que también soy guapo, pero… ¡Soy simpático! Esther sonreía mirando a Maca que también lo hacía. M: Nos vamos. –le daba un golpe cariñoso en el hombro- Que tengas buen día. Gi: ¡Vosotras también! –alzaba la voz viéndolas marchar- Quien tuviera quince años menos.

Ya frente al ascensor, ambas guardaban silencio mientras esperaban que bajase de nuevo. Maca como hiciese antes, clavaba su vista en los números que iban iluminándose mientras Esther miraba esa vez hacia la puerta. E: Peculiar ese compañero tuyo. M: Es buen hombre. –la miraba- Tantas horas ahí supongo que acaban tocándole la cabeza a cualquiera, solo habla con alguno de nosotros cuando venimos a hacerle alguna visita... Aunque me temo que lo suyo es ya de nacimiento. E: ¿No sale nunca? M: Sí, cuando el jefe baja y le obliga a hacerlo… Mientras tanto, duerme, come y se ducha ahí. Él es feliz. –volvía a mirar al frente una vez llegaba el ascensor. E: ¿No tiene familia? 54

Quimera M: Creo que una vez estuvo casado, antes de dedicarse a esto. Pero no habla de ello y yo tampoco le pregunto. E: ¿Y tú? M: ¿Yo? E: ¿Tienes familia? Él no sale de ahí pero me da que tú tampoco dejas nunca de trabajar. M: Me gusta mi trabajo. –miraba al frente eludiendo su pregunta. Viendo que aquella conversación no tendría más vida dentro de aquel ascensor, optó por guardar silencio de nuevo y dejar que volviese a reinar aquella rara situación entre las dos. Una a la que empezada a acostumbrarse. Llegando al piso principal de la comisaria, caminaba a su lado viendo cómo iba directamente hasta su despacho, dejándole paso mientras ella se mantenía en la puerta sin avanzar. M: Espérame aquí, ahora vengo. E: Vale. Tras dejarla en su despacho fue con decisión hasta la mesa de Lola, la cual no estaba y alzando la vista, la veía finalmente frente a una de las máquinas de café junto a Rai, riendo y viendo como este volvía a sacar toda aquella coquetería que siempre le acompañaba. M: Esther ha reconocido a la chica, hicieron un curso juntas hace unos años. L: ¿Qué hacemos ahora? M: Habrá que tomar una lista de ese curso que dice, ver quienes estuvieron en él y mirar sus libros y pensar si todo esto tiene algún sentido. R: ¿Trabajareis con ella? M: La verdad es que es la única manera de sacar algo de toda esta mierda… por mucho que me joda tenerla con las narices metidas en esto. R: ¿Queréis que os eche una mano? –miraba a una y a otra. M: Si pudieses hacer algo te aviso. –asentía mirando a Lola después- ¿Vienes? La tengo en mi despacho. L: Claro, vamos. M: Gimeno se ha quedado de lo más feliz porque le ha dicho que le parecía simpático. –sonreía recordándolo. L: Bueno… -suspiraba exageradamente- Pues nos lo va a estar diciendo hasta que se le olvide y dudo que lo haga. –reía.

Después de más o menos hacer un balance de puntos a seguir. La inspectora se ofrecía a llevar a Esther de nuevo a casa hasta llegada la tarde, momento en el que se reunirían para comenzar todo aquello. 55

Quimera Frente al mueble, sacaba cada uno de sus libros. Buscando después en su mesa cada cuaderno de anotaciones y apuntes para dejarlo todo de manera ordenada frente al sofá. Miró el reloj viendo como aun faltaban algunas horas para que llegase, de esa forma decidió prepararse algo de comer y así apaciguar todos los nervios que se iban apoderando poco a poco de su estomago. Con Berni en sus pies devoraba un bocadillo mientras perdía la mirada en la ventana. Los recuerdos de aquella espantosa noche que aun la perturbaba en sueños los tenía con absoluta claridad frente a ella. La ventana abierta, la cortina bailando por el aire, mientras sus pies sentían el frio contraste del suelo. Aquella oscuridad antes de volver a abrir los ojos y verse inmovilizada. Un ladrido rompía sus pensamientos. E: Vale, vale. –suspiraba llevando una mano hacia él- Ya dejo de pensar en eso. Sentada con Berni en su regazo escuchaba el timbre, sin soltar al can se levantaba para abrir directamente y esperar junto a la puerta. Cuando dos golpes secos llamaban de nuevo su atención, se acercaba hasta la mirilla descubriendo a la inspectora al otro lado. E: Hola. M: Hola. –se detenía frente a ella mirando al perro- A ti no te saludo. E: Creo que no comerá en todo el día por eso. –intentaba sonreía mientras cerraba la puerta- ¿Lola no viene? M: Mas tarde, tenía cosas que hacer todavía. –dejaba varias bolsas sobre la mesaEsperaba no tardar mucho. E: He sacado todo lo que creo que podría servir. Pero no sé qué crees necesitar tú. M: Hay una cosa que quiero hacer lo primero de todo, y tiene que ver con la chica. – se giraba hacia ella- Si la conocías mucho, como fue ese curso que dices, cuantos más lo hicisteis… todo. E: Claro. Dejando de nuevo a Berni en el suelo iba hasta el escritorio. Tras abrir uno de los cajones más grandes buscaba entre las carpetas. Segundos después regresaba con una de ellas hasta el sofá. M: ¿Te gusta la comida china? –preguntaba comenzando a sacar todo. E: ¿Has traído comida china? –miraba por encima. M: Sí, te invito a cenar… -sonreía sin mirarla- Como no sabía que te gustaba, si es que te gustaba… he traído un poco de todo. E: Me encanta la comida china. –hablaba con más tranquilidad. M: Un hurra por mí, entonces.

Tras la llegada de Lola, habían tomado asiento alrededor de la mesa. Cada una ocupaba un sitio en un extremo, Esther había pasado a apoyar la espalda en los

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Quimera pies del sofá mientras la inspectora lo hacía en uno de los sillones y Lola había preferido la comodidad del sofá. E: Al final nos eligieron a tres, éramos todas mujeres… Julia, Andrea… -miraba a la inspectora recordando a la última víctima- Y yo. L: ¿Os llevabais mal con alguien? No sé… alguien conflictivo o algo así. ¿Alguna persona que pudiese sentir envidia o…? E: Que yo recuerde, no. –miraba una fotografía sobre la mesa- El señor Plaza era un hombre muy educado y correcto. Yo le tenía un gran respeto, al igual que todos nosotros. Era a quien más admirábamos por aquel entonces. M: ¿Qué fue del él? E: Murió un par de años después de ese curso… me enteré por el periódico, y varios de sus alumnos fuimos a la misa. –se quedaba unos segundos en silencio recordando aquel día- Fue una pena… Nadie esperaba que falleciese tan pronto. L: ¿De qué murió? E: No me enteré muy bien, pero por lo que escuché no despertó la mañana en que tenía que dar la conferencia por el vigésimo aniversario de la publicación de su primer libro, lo encontraron muerto en su casa. M: Antes has dicho que las tres erais alumnas de una de sus clases… ¿Tienes los nombres de los demás alumnos? Una orla o algo así. E: Creo que sí. –se levantaba de nuevo para ir hasta el escritorio- Si la tengo tiene que estar por aquí… Sí, aquí está. L: ¿Crees que podemos sacarle de ahí? M: No lo sé… pero por ahora es la posibilidad más acertada. –perdía la mirada- Voy a buscar también el informe del fallecimiento de ese profesor. L: ¿Puede ser que…? M: Ya no me sorprende nada, Lola. –volvía a mirarla- No voy a pasar nada por alto. E: Toma. Sin cambiar su postura, la inspectora se acercaba lo justo para poder ver con facilidad todos aquellos rostros. Esther había decidido ir a por más café en ese momento mientras ambas compañeras guardaban silencio. El sonido del goteo era lo único que la llevaba de nuevo a la realidad cuando sus ojos se perdían tras la ventana y los pensamientos volaban uno tras otro en el interior de su cabeza. ¿Podría ser alguien que conocía? ¿Quién para causar tanto daño? ¿Por qué?

No sabía los minutos que habían pasado hasta que se dio cuenta de que aquel goteo había cesado y el silencio reinaba cauteloso en la casa. Moviéndose entonces por primera vez para servir el café. En uno de esos movimientos giró su rostro encontrando a la inspectora de brazos cruzados junto al marco de la puerta. M: ¿Preocupada? 57

Quimera E: Solo pensaba… -girándose de nuevo dejaba la cafetera- Es imposible no hacerlo. M: ¿Y en qué piensas? E: No me hago a la idea de que alguien que conozca quisiera matarme a mí y después lo consiguiese con… -detenía sus palabras incapaz de terminar. M: Hay personas que no razonan a las leyes, ya no me refiero a las humanas, sino a las de la vida… se dejan llevar por algo aun mayor que no le impide hacer ciertas cosas. Por desgracia este mundo está lleno de enfermos que actúan así. E: Una cosa es escribir ficción respecto a eso, otra muy distinta vivirlo… M: Creo que es la primera vez que estamos de acuerdo en algo. –sonreía de medio lado viendo como la escritora se giraba de nuevo- Lola se ha dormido. E: Échate tú también si quieres… yo soy incapaz de dormir. M: No tengo sueño. –despacio caminaba hasta la silla más cercana- ¿Me ofreces de ese café que tan bien huele? E: Claro. –cogiendo otra taza tomaba asiento frente a ella para servirle por igual y mirarla después- ¿Cómo lo haces? M: ¿El qué? E: Mantener esa serenidad cuando hay tantas personas ahí afuera que se empecinan en matar a otras, cuando sabes que en cualquier momento tendrás otro caso igual o peor que el anterior. M: Es mi trabajo… -suspiraba tras dar un trago- No sé hacer otra cosa, y creo que entre todos hacemos algo bueno. E: Pero aun así… -la miraba durante unos segundos- Arriesgas tu vida, vuelves cada día a tu trabajo como si… fuese un imán que te llama y aun así duermes, sales a cenar, proteges a personas como yo a las que no conoces. M: ¿Por qué escribes si los que leen no te conocen? –preguntó entonces bajando su mano hacia la mesa. E: Sé donde quieres ir a parar, pero no es lo mismo. M: ¿Por qué? E: Yo no arriesgo mi vida. –la inspectora enarcaba una ceja sin dejar de mirarla- Ais vale. –refunfuñaba- No podemos tener una conversación en la que no quieras llevar la razón. M: No es así, Esther… me refiero a que… esa es tu vocación, lo que te gusta y con lo que disfrutas. Yo lo hago sabiendo que hay gente en sus casas que podrían haber muerto, y que siguen viviendo porque yo di con la pista adecuada y alguien está entre rejas… porque mi equipo hizo un buen trabajo y evitó algo aun mayor. E: Si lo miras así…. –se encogía de hombros- ¿Por qué te hiciste policía? M: Cuando era pequeña estaba con mis padres en una convención de vinos donde había gente bastante importante. Hubo una redada, interceptaron un aviso de unos tipos que querían cargarse a un político que había por allí… todo el mundo gritaba, las mujeres lloraban y yo estaba tranquila porque habían decenas de policías 58

Quimera queriendo sacarnos de allí. –la miraba de nuevo- Esa sensación me duró hasta los dieciocho y decidí entrar en el cuerpo. Era como si hubiese estado predestinada a vivir aquello siendo una niña y decidir qué era lo que yo quería. E: Una buena historia. –ambas miraban hacia el salón por uno de los gruñidos de Berni que dormía junto a Lola- ¿Puedo volver a preguntar por qué nunca oigo mencionar que alguien te espere en casa o se enfade por lo mucho que trabajas? – sonreía volviendo a girarse. M: Si lo supieses tendría que matarte. –aunque pequeña, le devolvía la sonrisa. E: Vale, lo intentaré en otra ocasión. M: ¿Y tú? E: No sé si podría matarte, pero seguro que puedo intentarlo. –reía entre dientes mientras la inspectora sonreía- Soy demasiado complicada. M: ¿Por qué? E: ¿De verdad me crees tan tonta como para contarte todos mis defectos? M: No creo que tengas tantos… aparte de que eres tremendamente entrometida y una inconsciente, claro. Una pequeña sonrisa matizó aquellas palabras de modo que resultaba más una broma que lo que realmente pensaba de ella. El silencio se veía interrumpido por uno de los sonidos de Berni mientras aquella visión no se rompía entre ambas. M: Será mejor que vuelva al trabajo, queda mucho por pensar todavía. – levantándose sin prisa se alejaba de aquella mesa mientras Esther la seguía con la mirada.

Algo cansada, había decidido acurrucarse en el sillón con una manta. Maca seguía tomando anotaciones sobre los nombres de cada una de las personas que mostraban su rostro en aquella orla. Llevaba horas de aquella forma y parecía haber empezado cinco minutos atrás. Pero sobre todo no reflejaba un mínimo atisbo de desconcentración, era todo control en estado puro. Entre aquellos pensamientos sintió como los parpados comenzaban a pesarle y los dejó caer lentamente mientras llevaba la manta hasta la mitad de su rostro. En apenas un par de minutos caería en un sueño no sabía si profundo. La imagen se veía borrosa, tanto o más que la visión de algo tras un cristal demasiado grueso. Llegaba a descifrar apenas la calle donde se encontraba, sentía el aire correr por sus costados y una fina lluvia caer de manera intermitente sobre ella, pero de forma extraña, su rostro no reaccionaba a aquella humedad ni al frio que sentía el resto de su cuerpo. Un contenedor caía estrepitosamente haciendo que se girase con rapidez y asustada. Seguía sin ver más allá de unos pocos centímetros, aunque una mancha oscura pintaba el suelo a varios metros. Despacio sus pies comenzaron a moverse, en una sincronización natural que le hacía eludir el pensamiento del miedo, dejándose simplemente llevar por el interés de ver con más claridad. Diez pasos más y estaría justo al lado de lo que le hacía caminar con esa decisión. Un sonido familiar llegó tras ella sin conseguir que se 59

Quimera girase. Ya conseguía ver algo bajo sus pies, una bolsa negra pintada con pequeñas gotas brillantes encima. Su mano llevaba la mitad del camino recorrido cuando reparó en lo que estaba haciendo. ¿Qué haces? Se preguntó de pensamiento cuando ya el frio tacto de la bolsa se mezclaba entre sus dedos. Un tirón y el rostro de quien menos esperaba. E: ¡Maca! –incorporándose en un segundo abría los ojos. M: Ey. -se levantaba para ir hacia ella- ¿Qué pasa? –fruncía el ceño al ver su rostro completamente compungido- ¿Estás bien? E: Joder. –retirando la manta de un movimiento rápido se levantaba cuando Lola también comenzaba a despertarse- Mierda. L: ¿Una pesadilla? E: ¡Las odio! M: ¿Has tenido una pesadilla conmigo? –tras haber caminado tras ella colocaba una mano en sus espalda intentando tranquilizarla- No sabía que te caía tan mal. – sonreía de lado. E: Tú… -se giraba hacia ella- Tú estabas… -su mano señalaba el suelo cuando de nuevo la miraba. M: ¿Estaba qué? –inclinándose apenas, buscaba sus ojos cuando de nuevo se giraba- Esther… ha sido solo una pesadilla, no pasa nada. E: Voy a ducharme. –alejándose de ella comenzaba a caminar hacia el pasillo, perdiéndose apenas dos segundos más tarde. L: Me parece a mí que los demonios de la escritora no la dejan dormir. –se desperezaba sin levantarse- ¿Qué hora es? M: Las cinco. –seguía mirando hacia el pasillo. L: Bueno, yo he dormido ya suficiente… -se levantaba- ¿Por dónde vas?

El reloj marcaba casi las ocho de la mañana. Lola se servía otro café mientras Maca permanecía frente a la ventana. Esther no había vuelto de su ducha haciendo que supusiesen que finalmente había decidido quedarse en su cama. L: Tendríamos que ir pensando en ir a la comisaria… También quiero darme una ducha. M: Sí. –se giraba- Voy a… -señalaba el pasillo sin terminar la frase. L: A ver qué haces, inspectora. –susurra tras su taza viendo casi por casualidad como Maca se detenía un segundo antes de continuar. Sin cambiar el ritmo de sus pasos llegaba hasta el dormitorio de la escritora. Esta permanecía de espaldas a la puerta mientras tenía los ojos fijos en la ventana. Berni estaba echado a su lado, moviéndose al percibir su presencia pero volviendo a su postura tranquila al ver que se trataba de ella y que se acercaba lentamente. M: Estaba todo tan silencioso que pensábamos que dormías. –su tono de voz apenas subía de un susurro. 60

Quimera E: No… M: ¿Estás bien? –con cautela se sentaba a su lado- ¿Es por la pesadilla? E: ¿No os estaréis poniendo en peligro por mi culpa, verdad? –se giraba para mirarla- Nunca me perdonaría que os pasase algo. M: Así que es eso. –cruzándose de brazos no apartaba su mirada- Tú en peligro por alguien que está claramente lejos de estar en sus cabales, y te preocupas porque a nosotras, policías, y muy buenas por cierto, nos pase algo. E: Hablo en serio, Maca. M: Nosotras estaremos bien, Esther… No te preocupes ¿Vale? –ladeando su rostro buscaba su mirada mientras esta aun la rehuía- Vamos a poner en vigilancia a la otra chica… y ver qué podemos sacar de todos esos compañeros tuyos. E: ¿Te puedo ayudar? M: Pensaba decirte que te vinieses con nosotras, estarás más segura en la comisaria y prefiero que no estés sola. E: Vale. –aspirando por haber empezado a llorar sin ni siquiera darse cuenta, se levantaba ante la mirada de la inspectora- Berni no puede quedarse solo. –Maca bajaba sus ojos hasta el can. M: Berni sabe ya lo que hay que hacer… -la escritora sonreía- Vamos entendiéndonos. Apenas un par de minutos después salían hasta el salón, donde Lola ojeaba uno de los libros. L: Esther… Me tienes que explicar eso de que entre la poli y el asesino no es enamoramiento, porque yo no me lo creo. M: Lo habláis de camino a comisaria, nos vamos. E: ¿Y qué es lo que no entiendes? –salía la primera mientras Lola a su lado seguía con el libro abierto y Maca cerraba la puerta.

L: Simón está enamorado de Estefanía. M: Lola, te ha dicho ya diez veces que no. –suspiraba mirando por la ventanilla cuando debía detenerse en un semáforo en rojo- No seas pesada L: ¡Entonces por qué no la mata! E: Porque la ve como la muestra de que sigue siendo capaz de ver la realidad. – sonreía cruzándose de brazos- Su mente trabaja en dos mundos, uno donde no es capaz de no asesinar a todo el que cree que debe morir, otro donde los besos y caricias de Estefanía le devuelven el mundo que cree que ya no existe… es como su único equilibrio. A lo que se aferra a toda costa creyendo que sin ella todo seria aun más difícil para él. M: Lo que yo no entiendo es cómo una tía que es policía, se acuesta con un asesino, sabiendo que es un asesino, y sabiendo que tiene que encerrarlo.

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Quimera E: Estefanía sí siente amor por él, por su fragilidad… está enamorada del hombre racional que aun existe dentro del asesino. M: ¡Ja! Alguien que mata como el Simón este no tiene frágil ni el pensamiento. E: Te equivocas… son personas muy inestables y frágiles. Simón vuelve a ser el hombre que era cuando hace el amor con Estefanía y siente que ella le quiere, que aun ve algo bueno en él. L: Claro, Maca… es como si dentro de unos días nos enteramos de que Esther es la cabeza pensante de todo esto. –se giraba hacia ella con una sonrisa- Pero consigue enamorarte y no puedes detenerla… solo querer cuidarla y protegerla. La inspectora contrajo su rostro al instante en que las palabras terminaban por descifrarse en su mente. Se giró para mirar a su compañera que había comenzado a reír mientras Esther en la parte trasera miraba hacia la calle con media sonrisa. M: ¿Eres tonta? L: Ais… Maca, con lo mucho que nos divertíamos antes y ahora. –suspiraba- Eres lo más previsible de este mundo. E: Yo no soy la asesina, eh… -se inclinaba entre amos asientos- Puedes estar tranquila, que no me acostaré contigo. L: Jajaja. –se giraba hacia la escritora- Esa ha molado. –le ponía la mano para que la estrechase- Apúntate una. M: Muy graciosas estáis vosotras dos. –tomando aire volvía a mantenerse firme frente al volante- ¿Has pensando por qué puede copiar los asesinatos de tus libros? –miraba a la escritora por el retrovisor. E: No… Lo que hizo conmigo es muy distinto a lo que hizo con Andrea, no tiene nada que ver. –giraba su rostro de nuevo- A mí me llevó al momento en que el despecho y la posesión hace que Félix mate a Aurora para que nadie más pueda tenerla. Maca y Lola se miraron en una fracción de segundo. E: Lo de Andrea fue la reproducción de un castigo a un chivato que protegía a un culpable dando una falsa pista. M: Puede que el asesino esté obsesionado con ella y quiera matar a las únicas que puedan dar una pista. E: ¿Por qué afirmas que es un hombre? M: Tendría que ser una mujer muy fuerte para dejarte a ti inconsciente, cargar contigo hasta una silla y más aun para poder forcejear como lo hizo con la segunda víctima. –perdía la mirada en la carretera. L: Sigo pensando que debe haber una conexión entre los que hicisteis ese curso. – apretaba los labios. M: Bueno. –aparcaba entonces junto a la comisaria- Vamos dentro y seguimos pensando en toda esta locura.

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Quimera Habían llegado hasta el despacho de Maca guardando silencio. La ausencia de Lola mientras iba a saludar a Rai las dejaba a solas mientras Berni se paseaba por la habitación. M: He pensado algo… -la escritora se giraba para mirarla- Nos vamos a repartir entre Lola y yo toda esta gente y veremos que sacamos de ellos, a lo mejor hay alguna coincidencia o… E: ¿Crees que es seguro hacer eso? M: Con cuidado y sabiendo lo que haces todo es menos peligroso. –se levantabaVoy a bajar un momento a ver Gimeno. E: ¿Puedo ir contigo? –la inspectora miraba a Berni- Él se queda aquí, se portará bien. M: Prefiero que no, Esther… -aunque con tacto, miraba a la escritora y al canQuédate con él. E: ¿Y qué hago? M: Siéntate. –encogiéndose de hombros sonreía antes de cerrar la puerta. E: Pues qué bien… -se giraba a la vez que un ladrido de Berni invadía la habitaciónSí, yo también la odio a veces… Ya en el ascensor seguía con aquella pequeña sonrisa mientras la imagen del perro ocupaba sus pensamientos. M: En el fondo parece simpático. –miraba al techo- Aunque me den ganas de ahogarlo… Sonriendo por igual frente a aquel comentario, salía del ascensor mientras ya sus pasos resonaban con el eco ya más que conocido entre aquellos pasillos silenciosos. Se asomó a la cristalera de la puerta viendo como Gimeno estaba al fondo de la sala de espaldas. M: Hola, Gimeno. –pasaba sin vacilar viendo como algo caía al suelo haciendo que una mueca de disgusto se alojase en su rostro por aquel desagradable sonidoPerdón. G: Eres tú… -suspiraba antes de relajarse. M: ¿Qué pasa? –sonreía. G: ¿Crees en los fantasmas? –preguntaba aun arrodillado. M: Gimeno, por favor… ¿otra vez te está molestando el fantasma de la viuda? G: ¿Te lo había contado? –sorprendido se levantaba con la bandeja en la mano sin dejar de mirarla- ¿Sí, verdad? Sí, te lo había contando… Pues sí, otra vez me está molestando la vieja bruja. –la inspectora negaba sin borrar su sonrisa- Me ha escondido tres bisturís, dos pinzas, unas gafas y la sierra… M: ¿Tantas cosas? G: ¡Y no lo entiendo! –dejaba la bandeja de un golpe- ¡Si no le hice nada aparte de abrirla y ver sus órganos! ¡La traté con respeto!

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Quimera M: ¿Quieres que hable con ella? –sonreía cruzándose de brazos- De mujer a mujer… G: No querrá… -suspiraba de nuevo- Es una gruñona. –apoyándose en la mesa se quedaba mirándola durante unos segundos- ¿Venias a verme? M: Sí, necesito preguntarte algo… -cogiendo una postura más seria miraba a su alrededor- Quiero saber si le hiciste la autopsia a alguien en concreto. G: ¿Cómo se llama? M: Augusto Plaza. G: El profesor Plaza… -miraba hacia un lado- Sí, fue una pena lo de ese hombre, eh… -volvía a mirarla- Tenia un cerebro precioso… sí señor. M: ¿Recuerdas los nombres de todos los cuerpos? G: Hombre, yo es que prefiero tener un primer contacto con ellos… para que no sea tan frio el asunto ¿sabes, no? Hablo un poco con ellos y así después… no es tan brusca la cosa. –ladeaba el rostro tomando aire- ¿Y por qué lo querías saber? M: ¿Qué me puedes decir de su autopsia? G: Fue bastante interesante… Lo trajeron por orden de un sobrino lejano o algo así, habían afirmado muerte natural pero no estaba tan seguro, así que me lo trajeron por orden de un juez, no me acuerdo cómo se llama ahora mismo… la cosa es que el tío parecía estar sanísimo. –se cruzaba de brazos- De la noche a la mañana ¡pum! Se fue… M: ¿Qué sacaste? G: Nada. M: ¿Cómo que nada? G: Estuve bastantes horas buscando alguna anomalía, estaba bien grande el tío, eh… no veas lo que me costaba moverle… total, que luego pensé… en los análisis a lo mejor… pero tampoco. M: ¿Entonces? G: ¿Quieres la opinión de amigo o de forense? M: La de mi amigo, por supuesto. –sonreía. G: Creo que a ese tío lo envenenaron, ¿con qué? No lo sé, pero creo que… hay algunas sustancias que se eliminan por la orina, aunque estés muerto. Parece ser que al pobre lo encontraron meado en los pantalones y claro, pues la pobre mujer que lo cuidaba lo limpió a conciencia para que estuviese guapo y… M: Se perdió la forma de demostrarlo. G: Efectivamente. –sonreía ampliamente- Es que eres buena policía… Si no fuera por lo que es te pedía matrimonio. M: ¿Y el resto de la familia? G: Ahí ya me pillas… no tengo ni idea.

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Quimera M: Gracias, Gimeno… -frotando su hombro se giraba para marcharse. G: ¿Cómo va la cosa con la escritora? M: ¿Qué cosa crees que hay? –se giraba ya en la puerta. G: Yo ni me lo pensaba, eh… Estoy seguro, seguro… de que os iría bien. –asentía. M: ¿Tú crees? –sonreía. G: Segurísimo de ello… así que si me necesitas, no dudes en decírmelo… yo te ayudo. M: Lo tendré en cuenta.

R: ¡Ven, chico! Mira lo que tengo… M: ¿Qué pasa aquí? –se cruzaba de brazos en la puerta mientras Lola y Rai se incorporaban con rapidez. L: Ey… -sonreía- ¡Hola! M: ¿No tenéis trabajo? –comenzaba a caminar viendo como Berni iba entonces hacia ella- Quieto. E: Solo quiere que le hagas caso. M: ¿Y eso cómo lo sabes? E: Intenta acariciarle… no creo que se te vaya a caer la mano por probar. –la inspectora entrecerraba su mirada antes de volver a mirar al perro. L: Venga, Maca… ¿Qué te cuesta ser simpática con el pobre? Si mira que cosita… M: ¿Tenéis o no, trabajo? L: He hecho dos listas de alumnos, venía a hablar contigo de eso. R: Y yo pues… me voy. –señalaba la puerta- Eh, jefa… no me necesitas ¿no? M: No, Rai… no te necesito. –lo seguía con la mirada- Y como el jefe vea que no paras de escaquearte te caerá una y buena, cosa que no pienso evitar. R: Vale, ya lo pillo. –despidiéndose con un movimiento de mano desde su frente comenzaba a caminar para marcharse. L: A lo que iba… -suspiraba- Fuentes ha formado un equipo, vigilarán a la otra chica. –veía como su compañera caminaba hasta el asiento tras la mesa- Estaba hablando con Esther de si sería mejor ponerlas sobre aviso. M: Eso sería empeorarlo, no tenemos la certeza de que vaya a actuar otra vez. E: ¿Pero, y si lo hace? M: Si lo hace nuestros chicos estarán cerca para detenerlo. –bajaba la vista¿Alguien de aquel curso tenía especial interés en haber estado en ese reducido grupo de elegidas? 65

Quimera E: No lo sé. –cruzándose de brazos se sentaba también- No tengo ni idea. L: ¿De qué has hablado con Gimeno? M: Pues… -frotándose la frente seguía sin elevar la vista- Le he preguntado por la autopsia del profesor Plaza. –los ojos de la escritora se clavaban en ella. E: ¿Y? M: No es oficial, ni nada que sirva realmente, pero Gimeno está convencido de que no fue muerte natural… E: ¿Cómo que no? M: La pista que podía haber seguido fue borrada por alguien que no tenía ni idea y no se pudo hacer más. E: ¿Entonces? M: Fue un sobrino el que pidió la autopsia al juez, así que intentaré ponerme en contacto con él para ver qué puedo sacar… De repente un ladrido se hacía fuerte en aquel despacho, haciendo que las tres mujeres buscasen el cuerpo de Berni, que para la sorpresa de todas, permanecía a los pies de la inspectora. M: ¿Y a este qué le pasa? L: Que quiere llevarse bien contigo y no pones de tu parte… Que un pobre perro te pida atención ya es el colmo, Maca. Los labios de la escritora se estiraron en una pequeña sonrisa, una que Maca descubría después y por la cual soltaba un pequeño suspiro antes de pegar la espalda en el asiento, señal que el animal optó por seguir y así colocarse en su regazo de un salto. L: Esto es el comienzo de una bonita amistad… M: Chistosa de las narices… LyE: Jajaja.

Lola había ido hasta su mesa para terminar algunas cosas que requerían de su atención. Maca leía de la base de datos cada detalle sobre la muerte de la última víctima y casi a la vez el informe forense del profesor Plaza. Frente a ella, y con la mirada perdida, Esther acariciaba el lomo de Berni que con los ojos cerrados, parecía dormir plácidamente. M: ¿Había algún chico en ese curso que fuese con intenciones de algo mas contigo? –preguntaba de repente- Algún ex novio o algo… no sé. E: Dijiste que tuvo que ser un hombre… M: Eh… sí, eso te estoy preguntando. –la miraba extrañada. E: Parece ser que realmente no te informas bien, inspectora… -mirándola se acomodaba en el respaldo de su silla- Seguro que alguno de tus chicos te puede dar 66

Quimera información sobre eso… Voy a tomarme un café. –se levantaba haciendo gruñir a Berni que se desperezaba en el suelo- ¿Quieres uno? M: Sí, gracias. Siguiéndola con la mirada frunció el ceño antes de levantarse y caminar hasta la planta baja, donde ya sin llegar podía divisar a Lola en su mesa. M: ¿Esther es lesbiana? –preguntaba casi a bocajarro. El rostro de su compañera se giró con expresión escéptica, ella seguía apoyada sobre el panel que separaba aquella mesa de las demás a la espera de una respuesta. L: No me digas que no lo sabías, Maca. M: Genial. Girando sobre sus talones caminaba de nuevo hacia las escaleras mientras Lola la seguía con la mirada. Cuando de nuevo entraba en su despacho lo hacía con rabia y dando un portazo que casi se podía escuchar todavía cuando ya se sentaba. M: Hay que joderse. Moviendo los papeles sobre la mesa seguía hablando entre dientes y con hastío cuando la puerta se abría de nuevo, dejando ver el paso pesado del can y tras él los de Esther, que con más decisión volvía a cerrar para ir hasta la mesa. E: Tu café. –dando un trago del suyo se sentaba donde mismo había permanecido minutos antes. M: Gracias. E: ¿Han resuelto ya tu pregunta? –preguntaba sin vacilar cuando la veía incorporarse para mirarla. M: Sí. –asentía escuetamente. E: ¿Decepcionada? Aguantando su mirada durante unos segundos suspiraba finalmente antes de volver a bajar la vista hasta su mesa, momento en que una sonrisa dibujaba los labios de Esther que se giraba buscando a Berni.

Era casi medio día cuando Maca había localizado al sobrino del profesor y salía de nuevo junto a Esther y Lola hacia su coche. Todas guardaban silencio mientras la respiración jadeante de Berni inundaba aquel reducido espacio. L: ¿Le has dicho de qué iba la cosa? M: Ha sido más rápido que yo… -comenzaba sin quitar su vista de la carretera- No se quedó nada conforme con el informe forense del juez. L: Pues entonces parece que va a ser interesante esta visita. E: ¿Realmente crees que puede tener algo que ver con todo esto? –la miraba a través del retrovisor. 67

Quimera M: Sigo mi instinto. L: Es que su instinto…. –comentaba chistosa mirando por la ventanilla. E: Si te fías de él, yo también. Los ojos de Maca volvían al espejo, encontrando su rostro de perfil mientras perdía la vista en la calle en un gesto serio. En uno de los mejores barrios de la capital, Maca detenía el coche cuando miraba el número forjado del mismo hierro que la enorme puerta que las separaba de la finca. Las tres mujeres miraban sorprendidas hasta que el coche de nuevo se movía hacia el comunicador junto a la entrada. -¿Sí? M: Inspectora Wilson, hablé con Félix Plaza esta mañana. -Espere un segundo. L: ¿Habrá un detector de metales en la puerta? –miraba aun hacia ella- Mínimo tiene un par de dovermans corriendo por ahí. M: Tranquila, Berni nos defenderá. Sonriendo giraba su rostro viendo como el can se había erguido mirándola, yendo después hacia Esther que sonreía con los ojos puestos en ella. El sonido de la puerta abriéndose las hacia mirar de nuevo al frente y apenas un par de segundos después, el coche se ponía de nuevo en movimiento, recorriendo un camino que cruzaba un extenso jardín adornado por numerosos setos y fuentes. L: Allí tienes uno… -señalaba hacia un lado del jardín. E: Berni se queda en el coche. –sentenciaba abrazándolo y haciendo sonreír a Maca. M: Pues vamos allá.

En la entrada, las tres permanecían a la espera, Esther miraba aquella casa entre sorprendida y cohibida, mientras ambas compañeras se mantenían observando cada rincón hasta que unos pasos resonaron fuertes acercándose hasta ellas. F: Bunas tardes. M: Buenas tardes… -extendía su mano- Soy la inspectora Wilson, ella la subinspectora Sanz. F: Síganme, por favor. Tras él, Esther se quedaba unos pasos rezagada hasta que Maca, dándose cuenta, aminoraba quedando junto a ella mientras la miraba. M: ¿Estás bien? E: Tengo una sensación extraña. –se encogía de hombros- No sé si quiero escuchar lo que el sobrino del profesor tenga que decir.

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Quimera M: Tranquila. –acariciaba su brazo. En un salón de dimensiones acordes con el resto de la casa, acababa el camino cuando les ofrecía asiento en uno de los sofás alrededor de la mesa principal. M: Me gustaría preguntarle una cosa antes. –le veía asentir- ¿Por qué no se extrañó cuando me interesé en hablar con usted? F: No lo sé… -la miraba- Pensé que quizás tenía que ver con la muerte de mi tío. M: ¿Me podría contar referente a eso qué le hizo solicitar al juez una segunda autopsia? F: Mi tío era un hombre saludable, el día anterior habíamos estado comiendo en el centro. No vi nada inusual en su comportamiento y me sorprendió desagradablemente su muerte. M: ¿No sufría ninguna enfermedad, problemas de corazón? El informe forense resume su fallecimiento en un problema cardiaco. F: En absoluto, ya le digo que para su edad estaba en plena forma. E: Lo cierto es que en el tiempo que me dio clase nunca cogió un simple resfriado. – miraba a Maca- Tenía un aspecto envidiable siempre. F: ¿Fue usted alumna de mi tío? E: Sí, apenas dos años antes de su muerte… fue la última vez que dio clases, después se retiró. F: Entonces coincidió con mi primo. –movía los ojos apretando a la vez la mandíbula. E: ¿Perdón? F: Mi primo, su hijo… estudió en ese mismo año con mi tío. E: Pero… -miraba a Maca extrañada- No recuerdo que se mencionase, o que nadie dijeses ser su hijo. F: No me extraña, él mismo se avergonzaba de su hijo… ha sido un inútil toda su vida, desde pequeño se veía que no sería nada en la vida. M: ¿Cómo se llama su primo? F: Cristóbal Plaza. Tanto Maca como Lola se giraban hacia la escritora, que con el ceño fruncido seguía mirando a aquel hombre sentado frente a ellas, hasta que en un mínimo movimiento negaba mirándolas. E: No recuerdo que hubiese ningún Cristóbal. F: Estoy convencido de que hizo ese curso, hablé varias veces con mi tío de algunos problemas con él. M: ¿Problemas? F: Mi primo siempre ha tenido una mente complicada, siendo adolescente tuvo varias sesiones con un psiquiatra, decían que sufría algún tipo de esquizofrenia 69

Quimera leve… yo siempre dije que simplemente había nacido mal y debió ir a un colegio especial. L: ¿Tiene alguna foto de su primo? F: Me temo que no… -negaba- Bueno, tengo alguna de cuando éramos niños, pero dudo que sirva de algo. M: ¿Podría enseñársela a ella? F: Claro. –se levantaba- Discúlpenme un segundo.

En la ausencia de Félix, el silencio se hacía más profundo mientras Esther hacia memoria, Maca la observaba respetando su silencio, y Lola perdía la vista al frente. Apenas unos segundos después la escritora giraba su rostro para mirarla. E: Pondría la mano en el fuego de que no había ningún Cristóbal. L: Si se avergonzaba de su hijo pudieron hacer porque utilizase otro nombre ¿no? – miraba a Maca. M: No lo sé… esto me ha dejado descolocada. F: Aquí está. –se la tendía a Esther- Es de hace muchos años, pero… La escritora tomaba aquella fotografía entre las manos, admirando aquel rostro serio, casi compungido, que miraba hacia la cámara. Se quedó con la vista fija en su mirada, como si en resto del enfoque desapareciese y solo existiese aquel color miel. Su piel se erizó haciendo que levantase la vista hacia Maca, viendo como la observaba detenidamente. Suspiró encogiéndose de hombros. M: ¿Podríamos llevárnosla? F: Por supuesto. –se volvía a sentar- ¿Cree que esto tiene que ve con esos asesinatos? M: No quiero descartarlo… su interés por la muerte de su tío llamó mucho mi atención. F: Por mucho que ese juez diga que fue una muerte natural, sé que no es así… Estoy convencido de que alguien quiso quitarlo de en medio. De camino a la comisaria, Esther perdía la mirada tras la ventanilla mientras acariciaba a Berni. Los ojos de la inspectora observaban de hito en hito todo cuando la conducción le permitía. Creyendo ver más allá de aquella negación de minutos antes cuando terminaba de ver el rostro de aquel niño. Cuando ya entraban en el despacho, guardando el mismo silencio de todo el trayecto de vuelta, la escritora se sentaban en el sofá junto a la cristalera que las separaba del resto de la comisaria. M: ¿Por qué sigues así? –se sentaba junto a ella. E: No lo sé… -la miraba- Se me quedó mal cuerpo al ver esa foto. –bajaba la vistaEsos ojos… 70

Quimera M: Todo esto no quiere decir que ese supuesto hijo del profesor Plaza tenga algo que vez en todo esto ¿Vale? –cogía su mano- Estate tranquila, no voy a dejar que te pase nada, Esther. L: ¿Qué hago con la foto? M: Llévala para que la miren e intenten sacar un rostro aproximado actual. – contestaba sin dejar de mirar a la escritora. L: Vale.

Con Lola aun en comisaría, habían salido para comprar algo de comer y regresar. Esther miraba por el cristal junto a la mesa mientras esperaba con un refresco entre las manos. Maca seguía mirándola desde el mostrador hasta que ya con las bolsas en la mano iba hasta ella, apreciando que aun así, esta seguía ensimismada en lo que fuese que no abandonaba su cabeza. M: Me empiezas a preocupar. –se sentaba frente a ella. E: ¿Y eso? –la miraba. M: Tienes más miedo que antes. –afirmaba- Y todo desde que viste esa foto. E: Es algo… extraño. –bajaba la vista hasta sus manos- Antes no podía poner nada en mis recuerdos porque no había visto la cara de quien entró en mi casa, ahora tengo una posibilidad… no me puedo quitar esos ojos de la cabeza, y a la vez intento adivinar quién era ese tal Cristóbal, pero sigo sin recordar. M: Bueno, dejemos eso y volvamos. Quiero llamar a los chicos, hoy empezaban con la seguridad de la otra chica. E: Me siento fatal por eso ¿sabes? No poder avisarla. M: Si lo hacemos y hace algo que no podamos controlar, será mucho más peligroso para ella, es mejor que siga con su vida tal y como hasta ahora. E: Si le pasa algo… -suspiraba girando su rostro. M: No le pasará nada. Cuando de nuevo salían, Maca se colocaba a su lado dejando una mano pegada a su espalda. Caminaban entre el gentío que abarrotaba esa calle dada la hora. La escritora no levantaba la vista del suelo mientras casi se dejaba llevar entre sus pensamientos. Rompiendo aquel estado, se erguía al sentir el coche con otra persona directamente en su hombro. Irguiéndose para mirar al frente y casi detenerse cuando se giraba por inercia, descubriendo el rostro de quien se había detenido de lado sin continuar su camino. M: ¿Estás bien? –la miraba viendo como se giraba de nuevo hacia ella. E: Sí. Se giraba viendo entonces como aquella persona ya no estaba, extrañándose cuando miraba de nuevo al frente antes de llegar al coche y tomar asiento.

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Quimera En una esquina de aquella misma calle, los ojos que la habían esquivado sin conseguirlo, la observaban, temblando, rabiosos mientras la sangre comenzaba a recorrer veloz todo su cuerpo, haciendo que sus dedos se clavasen en aquel muro de ladrillo hasta que el dolor hacia aminorar la presión. Apretando la mandíbula se giraba entonces para comenzar a casi correr en dirección opuesta.

Frente a la mesa del despacho, Maca terminaba de comer mientras Esther apenas había probado de su comida. Los ojos de la inspectora iban hacia ella cuando se limpiaba con la servilleta terminando de tragar aquel último bocado. M: ¿No tienes hambre? E: No, tengo el estomago cerrado hoy… -suspiraba mirándola- ¿Puedo ir a ver a Carlos esta tarde? M: ¿Sola? E: Su oficina está en pleno centro, no va a pasar nada, Maca… -se apoyaba sobre la mesa- Necesito hacer algo o me volveré loca. M: Sola, no. –negaba recogiendo las cosas sobre la mesa- No me voy a arriesgar a que te pase algo. E: Maca, por favor… será poco, como mucho una hora. Cogeré un taxi, me dejará en la puerta y no caminaré por la calle. M: No. E: No puedes obligarme a quedarme aquí. –rebatía entonces mirándola con seriedad- ¿O me vas a arrestar? M: Esto no es ninguna broma, Esther… no puedes ir sola por ahí. E: Y si pasan meses hasta que deis con quien ha hecho todo esto ¿me tendrás encerrada todo el tiempo? M: ¿Puedes hacerme caso por una vez? –la miraba irguiéndose y tensándose sin poder evitarlo, apretando la mandíbula mientras seguía con los ojos clavados en ella- Salir tú sola es poner en bandeja que te ocurra algo. E: No va a pasar nada. Quince minutos después, la veía salir con Berni a su lado y montar en un taxi frente a la puerta. Su mirada se cruzó con la de Lola que preguntaba encogiendo sus hombros antes de acercarse. L: ¿Se puede saber dónde va sola? M: No he conocido a nadie tan cabezota e irresponsable que ella. –la miraba frustrada- ¡Es de locos! L: Yo no me fiaría de que vaya sola a ninguna parte, Maca. M: ¡Joder!

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Quimera A paso ligero iba hacia su despacho de nuevo, cogiendo su chaqueta del perchero junto a la puerta y saliendo de allí en una carrera hacia la calle.

En su coche, seguía a aquel taxi que cruzaba el centro a paso lento y prudente, deteniéndose en cada semáforo y volviendo a poner marcha entre las decenas de vehículos circulando en aquel momento. Con tranquilidad no aumentaba su velocidad mientras tampoco apartaba los ojos de su cuerpo tras la luna trasera. Unos minutos después lo veía parar frente a un edificio para más tarde ver el cuerpo de la escritora salir y caminar por delante del can antes de cruzar el portal. M: Cabezota… -buscando el móvil entre los bolsillos de su chaqueta terminaba por sacarlo y marcar. -Dígame, jefa. M: ¿Cómo va la cosa, alguna novedad? -No, nada… esta mujer se pasa la vida en el gimnasio ¡eh! Me da que no necesitaría protección alguna. M: Dudo mucho que os quejéis por estar frente a un gimnasio. -Pues no, no le voy a mentir. –Maca sonreía. M: Con cualquier cosa me llamáis, lo que sea. -Descuide. Colgando de nuevo dejaba el teléfono en uno de los huecos del salpicadero y apoyaba la cabeza en el en el respaldo de su asiento mientras miraba fijamente aquel portal. M: Por qué coño me tienen que pasar a mí estas cosas… -rezaba para sí- Con lo tranquila que estaba yo… -resoplaba girando su rostro. Mirando aquel coche aparcado frente al edificio, sentía el sudor apoderarse de sus manos. Miró hacia la entrada sintiendo aun el sofoco de la carrera. Apretando los dientes volvía a mirar hacia la entrada justo cuando un camión de reparto se colocaba entre el coche y la entrada. Abrió los ojos viendo su oportunidad y corrió veloz justo cuando otro autobús cruzaba a la calle, ocultando así su presencia de los ojos que ya buscaban con frustración la puerta. M: Puta mierda. –saliendo del coche daba un portazo esquivando con la visión aquella furgoneta y caminando hacia ella hasta quedar frente a la puerta tocando el cristal. -¿Sí? –preguntaba bajando la ventanilla. M: ¿Usted sabe que está obstaculizando una salida y entrada de coches? –se colocaba en jarras. -¿Y eso quién lo dice? M: Lo digo yo. –sacaba su placa- Y la señal que tienes justo detrás delante y que seguro has visto. –suspiraba- Así que despejando.

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Quimera -Ahora mismo. –asentía con rapidez cuando de nuevo ponía en marcha la furgoneta. Colocando las manos sobre su cinturón se giraba hacia la puerta, mirando durante unos segundos antes de cruzar de nuevo la calle y regresar al coche. De nuevo la visión volvía a ser limpia, miraba su reloj viendo como habían pasado tan solo diez minutos. Suspiró resignada antes de acomodarse sin perder vista de aquella puerta.

Contra la puerta de su coche miraba nerviosa hacia el portal. Había pasado más de una hora y la escritora no salía del edificio. Se mordía el labio nerviosa mientras que se cruzaba de brazos reteniéndose a sí misma para no entrar. M: A la mierda. Mirando a ambos lados de la carretera cruzaba en una carrera. Ya dentro del portal miraba en la placa de nombres hasta que daba con la planta. Subiendo con aparente tranquilidad hasta llegar al tercer piso y llamar sin dudar un segundo. -¿Sí? M: No sé si me recuerda, soy la inspectora Wilson. C: ¡Sí! Perdone… -sonreía de lado- ¿Ocurre algo? M: Vengo buscando a Esther. –miraba hacia el interior- ¿Le puede decir que estoy aquí? C: Eh… Esther se fue hace un rato. –fruncía el ceño- Hará unos quince minutos. M: ¿Cómo? No puede ser, estoy en la puerta desde hace una hora y de aquí no ha salido. -comenzaba a retroceder. C: Le juro que se fue de aquí. M: ¿Hay otra salida? –preguntaba nerviosa y casi en la escalera. C: No, solo la principal. M: Mierda. Con rapidez comenzaba a bajar los escalones casi a saltos hasta llegar a la entrada. Se detuvo mirando a su alrededor. Su respiración se había hecho difícil cuando miraba hacia el ascensor y llamaba repetidas veces. M: ¡Vamos! En el parking de aquel edificio se escullaban los gritos ahogados de quien aun intentaba zafarse cuando era empujada hasta uno de los rincones del mismo sin que la luz dejase ver nada a su alrededor. -Sshh. Pataleando sentía la pared rugosa y fría junto a su mejilla, había cerrado los ojos asustada y evitando llorar, las manos las tenia inmovilizadas pegadas a su espalda, el corazón le latía demasiado deprisa y lo único que podía hacer le era imposible por aquella mano aun sobre sus labios, ejerciendo cada vez más fuerza. 74

Quimera -¿Por qué te empeñas en vivir, eh? –hablaba con furia- ¡Por qué! Abriendo los ojos entonces se quedaba inmóvil contra aquel muro cuando las luces se encendían y sentía como se pegaba a ella apretando aun mas su rostro, evitando que algún sonido saliese de sus labios.

Girándose sobre si misma miraba aquel extenso aparcamiento, esperando escuchar algo o ver algún movimiento. Sacó su arma para empuñarla con firmeza, dejándola a la altura de sus hombros antes de comenzar a caminar sigilosa por una de las calles que daban al ala este. Tras un monovolumen de color azul el cuerpo de la escritora se encontraba contra el suelo, una rodilla hacia fuerza contra su espalda evitando que se moviese mientras escuchaba la respiración tras ella, y las manos que aun sentía en sus pesadillas rozaban su piel estremeciéndola. -Tu amiguita no puede hacer nada. –susurraba junto a su oído. El filo de un cuchillo la hacía temblar cuando recorría su cuello, cerrando los ojos de nuevo cuando imaginaba a Maca buscarla por aquel aparcamiento. Tomando aire los abría de nuevo antes de morderse el labio y con todas sus fuerzas conseguir girarse ante la sorpresa de quien perdía el equilibrio quedando de rodillas frente a ella encontrándose con su mirada. Su cuerpo se paralizaba descubriendo aquellos ojos. Sin ser consciente de ella, su cuerpo comenzó a deslizarse hasta quedar con la espalda contra la pared sin poder dejar de mirarle. E: ¡Maca! En un solo segundo decidió gritar su nombre, viendo como la persona frente a ella se incorporaba antes de salir corriendo. Seguía sin moverse cuando escuchaba unos segundos pasos, rápidos y cada vez más cerca. Terminando por moverse sorprendida cuando Maca ya quedaba frente a ella. M: Esther. –iba rápida hasta quedar de rodillas a su lado- ¿Estás bien? E: Se ha ido. M: ¿Estás bien? –palpaba su cuerpo nerviosa tomándola después por los hombros para mirarla. E: Sí. Perdiendo la vista sentía como la abrazaba pegándola contra su pecho. Escuchaba su corazón palpitar con fuerza y tan rápido como el suyo. Tras un hondo suspiro se separaba de nuevo mirándola a los ojos. E: Sé quién es, Maca. –susurraba. M: Vámonos de aquí. –ayudándola a levantar pasaba un brazo por su costado comenzando a caminar- No pienso dejar que andes sola un minuto ¿me oyes? – hablaba con firmeza sin detenerse hasta llegar al ascensor, al cual entraban sin esperar un segundo- Vas a estar pegada a mí todo el tiempo.

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Quimera En el despacho, permanecía arropada con una manta mientras bebía de una taza de café caliente. Maca había ido a hablar con su jefe y Lola llegaría en cualquier momento con una foto que tendría que ver sin poder evitarlo. Aquellos ojos seguían frente a ella, el tacto de sus manos heladas contra su piel, aquel aliento contra su mejilla… No se dio cuenta de que temblaba hasta que el peso de la taza comenzaba a desequilibrarse en su mano. La dejó sobre la mesa para después unir sus manos con fuerza mientras cerraba los ojos viendo que era inútil cualquier intento por liberar su mente de él.

La puerta se abría viendo primero como Maca, y después Lola, entraban para ir directamente hasta ella. Era la inspectora quien se sentaba a su lado sin dejar pasar un segundo, mirándola fijamente antes de buscar su mano. M: ¿Cómo estás? E: Bien. –asentía mirando después a Lola- ¿La tienes? L: Sí, toma. –le extendía la fotografía. Sosteniéndola, veía aquel montaje fotográfico que los especialistas habían hecho a raíz del rostro de aquel niño que no había podido olvidar. Tragó saliva antes de dejarla sobre la mesa y encogerse sobre si misma soltando la mano de Maca. E: Decía que se llamaba Javier… Puerta, si no recuerdo mal. –dejaba la vista perdida. M: ¿Cristóbal Plaza? –la veía asentir mirando después a Lola- Díselo al jefe y que pongan en aviso a todas las comisarias. L: Ahora mismo. M: Te vas a venir a mi casa. –se levantaba para caminar hasta su chaqueta- Mañana veremos qué hacemos. E: ¿Y Berni? M: ¿Va en el pack, no? pues me tendré que aguantar. Sin haberse podido negar, ya que el miedo le hacía no poder pensar o decidir por ella misma, se encontraba en el coche, en el asiento del copiloto mientras miraba al frente en todo momento. Berni mordisqueaba algo en el asiento trasero mientras el silencio seguía palpable. M: Puedes hablar conmigo si te vas a sentir mejor ¿lo sabes, no? E: Ahora mismo no soy capaz. –apoyaba la cabeza sobre el cristal- Se me ha bloqueado cualquier tipo de reacción, solo tengo ganas de llorar. M: Ahora te das una ducha y mientras preparo algo de cena, necesitas descansar. E: ¿Esto quiere decir que ya te caigo bien? –preguntaba sin apartar su vista del frente- Todo esto de tomarte la molestia de llevarme a tu casa…

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Quimera M: Está visto que no puedes estar sola, así que no me voy a arriesgar a que mañana me llamen diciéndome que te ha pasado algo. Es una medida de prevención. E: ¿No soportarías que me matase estando tú en el caso, verdad? Aunque no la miraba, su voz había salido en un tono que Maca llegó a apreciar haciendo que sonriese de lado mientras negaba. M: ¿Tú sabes lo que sería tener a todos tus fans en la puerta de comisaria pidiendo mi cabeza? Mirándola durante apenas un segundo la veía en la misma postura, pero una pequeña sonrisa hacia estirar sus labios tras escucharla.

El agua de la ducha seguía cayendo cuando terminaba de poner la mesa. Abrió una botella de vino acomodándose en uno de los lados del sofá. Dando un trago se cruzaba con los ojos de Berni, que en silencio y sin mover un músculo de su cuerpo, la observaba a unos metros. M: Eres el primer chucho que entra aquí ¿Sabes? Podrías mostrarte agradecido… -lo veía recostar la cabeza sobre sus patas delanteras- Aquí mando yo y si te portas como debe ser, nos llevaremos bien, solo tienes que seguir un par de reglas… -se inclinaba dejando los codos sobre sus rodillas- Nada de morder, y nada de mear un solo rincón de esta casa… o me haré un chavero con tus… E: ¿Amenazando a mi pobre perro? –llegaba sorprendiéndola. M: Él sabe lo que tiene que hacer. –se recostaba de nuevo- He preparado algo para que comas, te sentará bien. E: Gracias. –se sentaba a su lado- ¿Tú no comes? M: No suelo cenar. E: Cuéntame algo de ti. –cogía la mitad de un sándwich antes de acomodarse de lado hacia ella- Apenas sé cosas algo que no tenga que ver con tu trabajo. M: Sabes lo que tienes que saber. E: ¿Eres siempre tan…. esquiva con la gente? –daba un mordisco. M: No me gusta hablar de mí. –giraba su rostro- Es algo que no tiene nada de interesante, solo conseguiría aburrirte. E: Eso lo debe decidir quien escucha. M: ¿Tanto te interesa? E: Ya me dijiste por qué te hiciste policía… pero creo que hay algo más que te hace ser tan seria, o por lo menos no dejar esa postura autoritaria que tienes, parece que evites cualquier momento personal con cualquiera. M: Supongo que es normal que alguien que tiene tanta imaginación para escribir libros, la tenga para pensar que hay miles de cosas detrás de una personalidad ¿verdad? E: Eres tan complicada… 77

Quimera Susurraba sabiendo que aun así podría escucharla, dejando pasar unos segundos mientras seguía masticando y llevaba su vista hacia otra parte del salón. M: ¿Complicada? –preguntaba sorprendida. E: Mucho además. –la miraba de nuevo- No he visto en mi vida a una persona tan cerrada a querer hablar con las personas como tú. M: Acojonante… -se sentaba de frente y moviendo la mandíbula antes de volver a mirarla- Y te quedarás tan fresca. E: Nada de lo que he dicho es mentira, no sé por qué debía inquietarme. –la miraba con seguridad- ¿Sabes lo que creo? –dejaba el sándwich de nuevo en el plato- Que lo pasaste tan mal una vez, que te sientes incapaz de dejarte ver natural y relajada con la gente, para no bajar la guardia con nadie.

Mirándose se mantenían en silencio. Esther le dejaba un tiempo que creía necesario para que sus palabras hiciesen efecto. Maca por su parte se veía sorprendida al ver la clara tranquilidad que mantenía frente a ella. E: ¿Me lo cuentas? Resoplando miraba al frente, recopilando todos los recuerdos de forma rápida cuando sentía erizarse el bello en sus brazos. Apretó los labios al tiempo que bajaba la mirada y tomaba aire para comenzar a hablar. M: Cuando llevaba solo un par de años en la comisaria llegó una compañera por un traslado. –unía ambas manos guardando silencio de nuevo- La pusieron en mi unidad, al principio apenas hablábamos, pero poco a poco fuimos cogiendo confianza y pasamos a ser muy buenas amigas, intentábamos estar juntas en varios casos, trabajábamos bien juntas. La escritora guardaba un silencio sepulcral mientras la veía hablar por primera vez como una persona cercana. Viendo incluso como sus manos habían comenzado a temblar y su voz se notaba nostálgica y triste. M: Una noche, estábamos en un seguimiento… estábamos solas en el coche patrulla haciendo guardia delante de un bajo en las afueras. –tragaba saliva- No sé quien empezó, pero acabamos acostándonos y después de eso ella me evitaba… intenté hablar con ella, muchísimas veces sin conseguir nada… pocos días después Santos regresó de unas meses de baja, los pillé besándose en los vestuarios. Salían desde hacía años. E: Lo siento… -susurraba sorprendida. M: Me había enamorado de ella… había pasado casi un mes cuando entró estando yo en el vestuario, empezó a disculparse pero yo no quería escuchar nada, estaba demasiado dolida… empezamos a discutir, yo quería irme, no me dejaba y mas gritaba… me cegué y empecé a besarla, la puerta se abrió y Santos nos vio… -apretaba la mandíbula dejando ver un cambio en su actitud, mostrando una rabia demasiado clara- Yo salí de allí y los dejé solos… E: Tuvo que ser duro para ti. –se sentaba bien entonces para quedar más cerca de ella mientras seguía mirándola. M: Al día siguiente teníamos organizada una redada en una nave privada en el aeródromo… yo estaba en el equipo pero hubo un cambio de última hora y 78

Quimera decidieron ponerme en otra cosa. Hubieron dos perdidas en esa misión… -giraba su rostro- Una bala le alcanzó el cuello… El rostro de la escritora se contraria compungido, cogiendo su mano con fuerza para darle apoyo cuando se sentía incapaz de mirarla a los ojos. M: Estaba allí porque creía que yo también lo haría… Santos lo sabía y no la sacó de su error porque estaba con el orgullo herido. E: Pero tú no tienes la culpa de eso, Maca. M: Estaba allí por mí… -la miraba de nuevo- Porque yo no había querido hablar con ella una hora antes, claro que tuve la culpa. E: No, fue porque ella quiso hacerlo, tú no tuviste nada que ver. M: Llevo seis años queriendo convencerme de eso, y dudo que algún día sea posible. E: ¿Por eso te empeñas en que no me pase nada? –la miraba fijamente viendo como al mismo tiempo giraba su rostro hacia ella. M: ¿La verdad?

Tras preguntar la escritora había asentido levemente, descubriendo en sus ojos la intensidad que no había apreciado hasta el momento. M: No quiero que te maten y hacerme cargo de Berni. –sonreía. Después de escuchar esa respuesta no podía hacer otra cosa, sino sonreír. Dejar caer su cabeza apenas hacia delante mientras negaba en un suspiro para volver a mirarla más tarde manteniendo aquella cercanía. E: Intentaré no morirme, o por lo menos no antes de legar su custodia a otra persona. –sonreía también. M: Te lo agradeceré. –asentía mirándola. Ambas bajaban la vista a la vez, sintiendo una misma timidez que la otra ignoraba, dejando pasar un tiempo en que el silencio volvía a hacer acto de presencia y un suspiro casi al unísono las hacia sonreír de nuevo. E: ¿Sabes? –hablaba de repente sin mirarla- Tengo una lista mental, muy corta, con lo que me gusta y no he dicho a nadie. M: ¿Sí? –la miraba viéndola asentir- ¿Y qué te gusta? Esperando unos segundos volvía a mirarla, bajando la vista un instante después dudando en contestar y preguntándose por qué había dicho aquello. Tomando aire cuando de nuevo buscaba sus ojos y abría los labios despacio para comenzar a hablar. E: Las películas de Tarantino, repelar el poso del café… -miraba sus labios- y tú. Seguían mirándose en aquel escaso espacio mientras sin darse cuenta, ambas posaban los ojos en los labios de la otra. Entreabriendo los suyos cuando sin decirlo,

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Quimera cavilaban los motivos por los que no debían lanzarse para atraparlos y hacerlos suyos. El pecho de Maca ya se movía intranquilo por la respiración, solo por imaginarse besarla cuando aún no había sido capaz de moverse ni responder a aquella revelación de la escritora. E: ¿No dices nada? –susurraba. M: Yo… Cerraba los ojos tomando aire, no pudiendo ver como Esther bajaba el rostro y segundos después se levantaba haciendo que los abriese para buscar el por qué de aquella falta de calor frente a ella. Viendo entonces como había dado apenas dos pasos. E: Será mejor que me vaya a la cama. M: Espera. –levantándose a la vez que cogía su muñeca la detenía.

Con la mano aun sujetando aquella parte de su cuerpo la miraba, Esther se mantenía de medio lado sin girar su rostro y esperando con cautela. Pero la impaciencia y la necesidad, la hacían moverse quedando frente a ella, alternando su visión entre sus ojos y sus labios de forma nerviosa. M: No soy la mejor opción para nadie. E: Por suerte o por desgracia soy muy visceral… -contestaba susurrando- No me importa más que lo que tengo delante. Como respuesta, el cuerpo de Maca se precipitaba hacia ella, sosteniendo su rostro con ambas en apenas medio segundo antes de llegar a sus labios. Haciéndolo con una fuerza casi desmesurada cuando ya caminan sin separarse hasta el dormitorio principal. Sin dar tiempo a cuestionar nada, cada una iba desprendiéndose de su ropa con rapidez, quedando con el rostro a escasos centímetros mientras los movimientos interrumpían aquel beso que ansiaba por resurgir entre la oscuridad. Era Esther la primera en liberarse de todo lo que le estorbaba mientras Maca aun se deshacía de su camiseta, sintiendo entonces los labios recorrer su pecho con decisión hasta regresar a su rostro para volver a besarla. M: Yo no debería hacer esto… -hablaba a malas penas sin querer dejar de besarla. E: No pienses en eso. Girando su cuerpo la hacía llegar finalmente hasta la cama, yendo tras ella mientras se colocaba en el centro esperando y sentir como al detenerse, la escritora se dejaba caer sobre su cuerpo, dejándose llevar y acariciando su cuerpo cuando sentía la primera vez la necesidad de dejar aquella intensidad tan desbocada a un lado. El beso se veía abandonado cuando empezaba a recorrer su mentón despacio y de forma ascendente para después volver a bajar y besar su barbilla antes de seguir aquel recorrido que le hacía respirar sobre su pecho, suspirando sin darse cuenta cuando sentía que muy por el contrario, las manos de Maca se enredaban en su 80

Quimera pelo para que continuase, dejándole ver que aquel placer era mutuo y podía continuar cuando necesitaba seguir descendiendo hasta llegar a su abdomen. La luz del salón se colaba por el pasillo haciendo que llegase débil hasta el dormitorio, una pequeña sombra aparecía de la nada, dejando sus cuatro patas extendidas en el suelo mientras se recostaba y miraba hacia aquellos dos cuerpos que se movían casi en un mismo ritmo. En un giro de su rostro, descubrió al can junto a la puerta, haciendo que suspirase llamando la atención de Esther que se incorporaba para mirarla. M: Haz algo con eso por favor. –casi suplicaba consiguiendo que mirase también hasta la puerta. Sonriendo, la escritora se levantaba para caminar hacia ella, viendo como Berni se erguía mirándola. E: Tiene razón, chico. Cerrando la puerta seguía sonriendo hasta que llegaba de nuevo a la cama, colocándose sobre ella como segundos antes y besándola repetidas veces. E: ¿Por dónde iba? –susurraba. M: Si te has perdido no pasa nada… -con una mano en su mejilla llegaba hasta sus labios besándola cuando la sentía sonreír.

Tras la carrera hasta la entrada, pegaba la espalda a la pared de una de las furgonetas que ocultaba su presencia. Su respiración era agitada. Apenas se escuchaba un ruido en aquella calle de las afueras haciendo que intentase equilibrar y dosificar el aire en sus pulmones. Con cuidado miraba de nuevo hacia el coche aparcado a unos metros, los dos agentes en su interior conversaban dejando que existiese el segundo exacto en que podía volver a correr y saltar la primera entrada de apenas un metro que daba paso a la entrada abierta del edificio. Corriendo todo cuando podía por aquel espacio abierto, sorteaba los obstáculos hasta que llegaba a la entrada principal, agachándose y dando unos segundos para vigilar alguna posible reacción a su alrededor. Tomó aire cuando sacaba de su abrigo un juego de pinzas y utensilios afilados. Las manos le temblaban haciendo que cerrase los ojos durante una fracción de segundo antes de ponerse en pie y frente a la puerta, comenzando entonces a manipular la cerradura. Un pequeño chasquido le avisaba de que ya decía, necesitando entonces solo una pequeña presión en la puerta para abrirla y pasar al interior. Mientras subía por la escalera su mente volvía a reproducir los momentos de aquella misma mañana, aquel choque fortuito, aquel nuevo intento frustrado que hacía que la rabia le inundase de nuevo. Ya donde quería, su cuerpo se paraba frente a la puerta. Cerraba los ojos de nuevo colocando ambas manos sobre a madera, afinando el oído cuando solo apreciaba el silencio y de nuevo su propia respiración. Presionó aun más las yemas de sus dedos contra la dura y fría puerta. La sensación de poder volvía a instalarse en cada centímetro de su cuerpo, el corazón bombeaba deprisa haciendo que la sangre lo recorriese consiguiendo lo que buscaba.

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Quimera Sus ojos volvían a abrirse cuando otra vez se inclinaba hacia aquella cerradura, le costaba apenas diez segundos cuando esta decía por si sola dejándole unos centímetros de libertad que aprovecharía sin dudar antes de abrirla del todo. La casa estaba en completa penumbra, lo único que llamó la atención para fijar su vista era la tenue luz de un pequeño acuario en la esquina del salón. Comenzó a caminar sin saber, dejándose llevar por la necesidad de encontrarla, sintiendo la seguridad cuando llegaba a una de las puertas, abriéndola sin vacilar y encontrando una pequeña habitación de estudio. Apretando los dientes seguía aquel camino que le permitía el ancho pasillo hasta otra de las puertas, esta permanecía ya abierta cuando su cuerpo entraba oculto gracias a la oscuridad. Sus labios se estiraron en una sonrisa cuando la podía ver sobre la cama. Sin prisa se deshacía de su abrigo dejándolo caer en un rincón. Sacó un pequeño bote de su bolsillo en cuestión de cinco segundos estaba sobre la cama, con aquel cuerpo entre sus piernas cuando rociaba su rostro apenas durante un instante mientras duraba el forcejeo, viendo como su fuerza disminuía sin poder evitarlo. Minutos después, y frente a ella, esperaba de rodillas. Había dejado su cuerpo sobre el sofá, atado de pies y manos, con un pañuelo haciéndole imposible el tan solo pensamiento de hablar. No podía dejar de sonreír mientras la observaba, sintiéndose satisfecho cuando la veía moverse despertando de su sueño, más bruscamente cuando se cruzaba con sus ojos descubriendo su presencia. Cr: Hola. –sonreía. El cuerpo de la chica comenzaba a moverse aun con más fuerza cuando intentaba gritar, consiguiendo tan solo un quejido ahogado por la tela. Cr: ¿Sabes quién soy, verdad? –comenzaba a balancearse en pequeño movimientoYo me acuerdo perfectamente de ti… -apretaba la mandíbula- Y de todos los que quisisteis reíros de mí… -la miraba con desprecio- Ahora no te ríes ¿no? –se levantaba acercándose a ella- El que se ríe ahora soy yo. Propinando un fuerte golpe en su rostro escuchaba un nuevo sonido que no llegaba más allá de un murmullo.

Estaba abrazada a su cintura y pegada a su espalda cuando un movimiento sobre la cama le hizo despertar y erguirse sin separarse de la escritora. Amoldándose a la oscuridad cuando segundos después veía el cuerpo de Berni remolonear en los pies de la cama buscando un lugar plácido para dormir. M: Ni se te ocurra. –moviendo el brazo junto a él susurraba no queriendo despertarla- Bájate. El can se terminaba de echar frente a ella, mirándola fijamente a los ojos cuando escuchaba un sonido casi ineludible para alguien más. M: No juegues conmigo, chucho. Berni erguía la cabeza sin levantarse, mirándola y cogiendo aire para ladrar. M: Chsss. –alzaba el dedo índice evitándolo- No. Esther carraspeaba abandonando su sueño, haciendo que la inspectora chasquease la lengua y Berni bajase de un salto antes de correr lejos de la habitación. 82

Quimera E: ¿Qué pasa? M: Tienes un perro demasiado cabezota. E: Se parece a mí. –sonreía girándose y quedando bocarriba- Pero lo hace para molestarte a ti, porque no le haces caso. M: Ya… -suspiraba girando su rostro hacia ella. E: ¿Qué hora es? M: Las tres. –cogía su mano acodándose después mirando hacia ella- ¿Sabes? Creía que serias una marmota y roncabas. E: Anda… ¿y eso por qué? M: No sé… -se encogía de hombros- Pega contigo. E: ¿Y contigo qué pega? ¿Qué seas gruñona, estirada y un búho por las noches? M: Recuerda que estás hablando con una mujer armada. –la señalaba con decisiónPuedo hacerlo para que parezca defensa propia. E: No me das miedo. Tirando de ella la hacía quedar sobre su pecho, ambas sonreían mirándose de nuevo en aquella cercanía, los dedos de Maca recorrían su frente liberándola del flequillo desordenado que la cubría. M: ¿No? E: Nada… M: No me lo creo. –sonreía besando su barbilla. El teléfono sonaba haciendo que frunciese el ceño y se separase de ella para girarse y alcanzar su móvil en la mesilla. Encendia la luz de la mesita justo cuando contestaba. M: Wilson.

Frente al armario se colocaba unos vaqueros cuando Esther se ponia también su ropa de manera nerviosa tras ella. M: No vas a salir del coche. E: Maca, por favor… recuerda que tu jefe me puso contigo para solucionar todo esto. M: Sí, antes de que intentase matarte otra vez. –se erguía mirándola con seriedadNo vas a entrar. E: Era amiga mía. Frente a frente, guardaban silencio sin querer ceder frente a la otra. Finalmente y tras varios segundos, Maca suspiraba antes de asentir y sentarse en los pies de la

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Quimera cama para calzarse sus botas. Ya salía por la puerta cuando se colocaba la chaqueta y dejaba caer el arma dentro de su funda. La sirena sobre el techo de su coche alumbraba en giros continuos cuando llegaban a la entrada del edificio. Salían a la vez cuando un agente elevaba la cinta dejándoles paso, la inspectora colocaba una mano en la espalda de Esther sin separarse de ella hasta que pasando varios controles mas, cruzaban la entrada del piso. Lola se giraba al escucha la voz de su jefa mientras otro de sus compañeros fotografiaba el cadáver y Esther se giraba pegando el rostro en el hombro de Maca. M: Te dije que no subieses. –negaba mirando a su compañera mientras frotaba la espalda de la escritora- ¿Qué ha pasado? L: No le vieron entrar, la luz del salón llamó la atención de los chicos y entraron en el edificio. La cerradura de la entrada estaba forzada y el cuerpo como lo ves. Bajaba la vista buscando los ojos de Esther, viendo como esta asentía levemente y caminaba entonces a su lado hasta quedar frente al sofá. Sus ojos recorrían aquella escena como si nuevamente alguien se hubiese alojado en su cabeza. Un único corte en el cuello haciendo que se desangrase en cuestión de segundos, una posición aparentemente tranquila y sin violencia. Giró su rostro hacia el lado contrario. E: ¿La televisión estaba encendida? L: Sí. Cerraba los ojos mientras colocaba las manos en sus caderas, bajando el rostro y sintiendo como la mano de Maca volvía a su espalda. M: ¿Otra vez? E: Sí. L: Hemos encontrado restos de adhesivo en las muñecas y los labios, la tuvo maniatada antes de matarla, se desangró… Rai se ha ido ya con varias muestras para ver si coinciden. E: Todo esto es por mi culpa. –caminaba hacia una mesa junto a la ventana, sentándose en la silla libre y sujetando su cabeza cuando Maca y Lola caminaban hacia ella, siendo la inspectora la que se agachaba frente a ella. M: No es tu culpa, Esther. Está loco… E: Pero está matando a gente que conozco, quiso matarme a mí… -la miraba casi angustiada- Imita los asesinatos de mis libros. L: Lo que a mí me gustaría saber es… -miraba a Maca- ¿A por quién irá ahora?

Ya en la comisaria, Maca estaba en el pasillo frente a su jefe. Esther permanecía junto a Lola con un café en la mano y esperando para ir con ella hacia la morgue para hablar con Gimeno. M: Vamos. 84

Quimera E: ¿Qué te ha dicho? –preguntaba cuando comenzaban a caminar. M: Nada, tranquila. Frente a la puerta del ascensor se cruzaba de brazos cuando Esther no había dejado de mirarla, observando en silencio como los números se acercaban hasta llegar al cero y abrirse tras escuchar el tintineo de aviso. E: Vuelves a cerrarte. –susurraba sin mirarla. M: No me cierro. E: Te ha reñido… ¿Es eso? M: Se ha enterado que llegamos juntas… y ha preguntado, nada más. E: ¿Qué le has dicho? M: Que estabas en mi casa… -giraba su rostro para mirarla- Que te había llevado porque estabas nerviosa. E: Ya… -bajaba el rostro. M: ¿Qué querías que le dijese? ¿Qué estabas en mi cama desnuda? Con eso solo conseguiría que tú no pudieses estar aquí, y yo una buena bronca. E: No he dicho nada. M: Bien. Cuando llegaban a la última planta, ambas salían en silencio. Esther no apreciaba como su paso era más rápido que el de la inspectora hasta que esta la tomaba del brazo deteniéndola quedando más tarde frente a ella. M: Este no es el mejor momento para lo que ha pasado. –la veía mantener su postura. E: Yo no te he obligado ni forzado a nada. M: Ni yo he dicho eso, solo espero que entiendas que yo no puedo hacer esto… y es ponerte a ti en peligro, y eso sí que no lo voy a consentir. E: Dudo que algo me pueda poner en peligro más de lo que ya lo estoy. M: Puede, créeme… solo te voy a pedir un favor. –daba un paso más hasta ellaPasase lo que pasase, mantén la cabeza fría y nunca… dejes que nada te nuble, piensa en ti, Esther. La puerta al fondo del pasillo se abría haciendo que ambas se girasen sorprendidas. Gimeno se bajaba la mascarilla sonriendo. G: Si ya lo digo yo… mi octavo sentido nunca falla.

En silencio habían recorrido los metros que las separaban de aquella sala de autopsias. Maca le cedía el paso quedando por detrás y viendo como Gimeno se quitaba el resto de la ropa quedando tan solo con el pijama azul.

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Quimera M: ¿Qué tienes? G: Corte limpio en la subclavia… fue cuestión de pocos minutos. M: ¿Nada mas? G: Nada mas… -se cruzaba de brazos mirando a ambas- Bueno tiene un golpe en el pómulo derecho, que le hubiese causado un simple hematoma. M: ¿Algo que sepas que tengamos que buscar? –miraba a Esther. E: No… solo un corte en el cuello. G: Todo esto me parece de lo más interesante… -miraba también a la escritora percibiendo en tan solo un segundo los ojos de Maca fulminándole- No te… enfades, pero piénsalo… todo cuanto ocurre es por ella, los asesinatos, el asesino, la forma de matar… -volvía al rostro de Esther- Tiene que haber un motivo. E: No lo sé. –negaba bajando la vista. G: He hablado con Raimundo sobre esto… -se acomodaba de nuevo- Y por enamoramiento pues… -dudaba mirándolas de nuevo de forma salteada- ¿Tú los hombres ni en pintura, no? Esther sonreía de lado mirando hacia Maca antes de volver al forense y negar. G: Pudo ser algo platónico. –se encogía de hombros- ¿Nunca le diste calabazas? No sé… que te pidiese una… una cena o algo. E: No. G: Pues algo tiene que ser. –se cruzaba de brazos mirando a su compañera. M: ¿Por qué no me dejas ese trabajo a mí y tú te dedicas a llevarte bien con los tuyos para que luego no te escondan cosas? G: Es que me cae bien… -señalaba a la escritora- No quiero que le pase nada, y mucho menos que tú te pongas triste después. M: En fin… -negaba girándose- Vamos a ver a Rai. G: Espera. –daba un paso cuando Esther aun no se había movido- No os lo toméis a mal, vale… que yo no voy a… decir nada. –asentía- Lo que sí es que… M: ¿Qué, Gimeno? G: ¿No tendrás una hermana o algo así, no? –Esther casi reía- ¿No me quieres de cuñado? M: Hasta luego, Gimeno. –casi empujaba a la escritora fuera de allí regresando hasta el ascensor- Voy a tener que buscarle una novia. E: Sí, porque yo hermanas no tengo… y no es mi tipo. –sonreía ya frente a ella.

Caminaban una junto a la otra cuando de nuevo salían del ascensor, Maca evitaba mirarla mientras ya las voces se sobreponían en el trabajo de aquella comisaria. Pero era la de Lola la que llegaba más nítida haciendo que ambas mirasen al frente. 86

Quimera L: Adivina. –esperaba unos segundos- Tenemos ficha de Cristóbal Plaza… -miraba a Esther y luego de nuevo a Maca- Trabajaba de eventual en Santex, S.L hasta hace pocos días, el tipo nos engañó. M: Me cago en la… -apretaba los dientes girándose- ¡Cabrón! E: ¿Qué pasa? L: Que le teníamos, pero el dueño de la fábrica nos engañó… he mandado a un equipo a la caravana, estarán a punto de llegar. M: Vale. –tomando de nuevo a Esther por el brazo la hacía caminar casi en volandas hasta su despacho- Te vas a quedar aquí hasta que yo vuelva. E: No. –se soltaba quedando frente a ella- Voy contigo. M: No hagas que te meta en un calabozo porque lo haré. –apretaba la mandíbula. E: Déjame ir, por favor. –suplicaba viendo la expresión de sorpresa en su rostro- Por favor. M: No voy a dejar que vengas y te pase algo. E: Mente fría ¿no? M: Eso era para ti, mi trabajo es que no te pase nada… no vas a ir a ningún sitio fuera de esta comisaria. E: Tu trabajo no te da poder para obligarme a quedarme aquí si no quiero. M: No hagas que diga algo de lo que pueda arrepentirme ¿vale? –agarrando su barbilla ladeaba el rostro antes de salir y cerrar la puerta- Quédate aquí. Cerrando la puerta del despacho se giraba hacia Lola que ya recogía sus cosas para seguirla hasta la calle. Guardaba silencio cuando ya arrancaba el coche y se ponía en marcha. L: ¿Qué ha pasado? M: Nada. –se colocaba las gafas de sol cuando ya aceleraba más que el resto de los coches. L: Maca que nos conocemos. –la escuchaba suspirar- ¿Te has… -abría los ojos sorprendida- Dime que no. La inspectora apretaba la mandíbula justo al mismo tiempo que aminoraba la velocidad, colocando el brazo izquierdo sobre la ventanilla para sostener su rostro cuando debía detenerse en un semáforo en rojo. L: Bueno… mirémoslo por el lado bueno. –se cruzaba de brazos viendo por el rabillo del ojos que giraba su rostro hacia ella- Por lo menos ha conseguido que bajes la guardia, que ya estaba bien… M: No tiene ninguna gracia. –se ponía de nuevo en marcha. L: Lo sé, lo sé… pero que una cosa no quita la otra. –la miraba- ¿Quién se lanzó primero?

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Quimera M: ¿Y qué más da eso? –preguntaba molesta- ¿Podemos dejar de hablar de esto, por favor? L: Bueno, bueno… -alzaba las manos.

Como si fuese un león enjaulado, Esther caminaba de un lado a otro dentro de aquel despacho mientras se mantenía cruzada de brazos. Miraba cada rincón de aquel lugar con una rabia demasiado fuerte, haciendo que comenzase a respirar nerviosa y agitada. Se detuvo en el centro mismo, apretando los dedos sobre sus brazos antes de girarse y caminar hasta la mesa. Retiró el sillón de la inspectora y tomó asiento antes de mover el ratón sobre la mesa sonriendo al ver que estaba encendido. Miró por los iconos del escritorio y uno llamó su atención, cliqueando con rapidez sobre él viendo como se abría el servidor de la policía. E: Vale… ¿cómo era el nombre que dijo? –se pinzaba el labio viendo como el cursor parpadeaba sobre la barra del buscador- Sales… no, eso no era. –suspiraba desviando su vista hacia la mesa- ¡Santex! Tecleó con rapidez, aceptando después para que comenzase a buscar. Rápidamente se abrió un informe que comenzó a leer sin esperar más tiempo. Sonrió de nuevo al ver una dirección y la anotó sobre uno de los post-it que habían a un lado. E: Debiste hacerte policía, Esther. Con el papel en la mano salía del despacho a paso ligero. Ya en la calle miraba a ambos lados hasta ver una parada de taxis no muy lejos, ya corría cuando ni siquiera lo había pensado. E: Hola. –saludaba nada más sentarse. -¿Dónde vamos? E: Aquí. –le tendía el papel. -¿Sabe que esto está por lo menos a media hora de aquí? –se giraba para mirarla. E: Usted lléveme allí. Durante el camino no apartaba la vista de la ventanilla. Sabía que Maca se enfadaría, apostaba porque incluso comenzase a gritar o le reprochase bastante irritada su aparición. Pero de igual forma ella estaba más involucrada que nadie en aquello, no podía quedarse a un lado como si no fuese con ella. Cuando el taxi aparcaba en la entrada minutos después, se extrañaba que lo hiciese tan lejos. E: ¿Pasa algo? -Hay mucha policía, señora… E: Lo sé, da igual… déjeme aquí. –sacaba su cartera para extenderle un billeteQuédese con el cambio.

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Quimera Saliendo del coche comenzaba a caminar. Como el hombre había dicho, varios coches de policía se encontraban en la entrada. Distinguió a Lola a lo lejos hablando por teléfono hasta que se giraba mientras comenzaba a caminar, descubriéndola y quedándose parada por la sorpresa. Suspiró cuando la veía llamar a Maca que hablaba con uno de los agentes.

Ya miraba sus ojos cuando le quedaban apenas unos metros y la veía ir hacia ella con decisión. Tomándola por el brazo para caminar y alejarse todo lo posible de los demás hasta quedar lo suficientemente lejos, evitando así que la escuchasen. M: ¿Tienes que ser tan irresponsable? –preguntaba dando una voz. E: ¿Qué ha pasado? M: ¿Te he hecho una pregunta? –se inclinaba aun más hacia ella- ¿Cómo coño sabes dónde estaba? E: Miré en tu ordenador. El rostro de Maca se tornaba aun más furioso, haciéndole tragar saliva cuando sentía que apartaba su mano de ella dejando caer su brazo. Apretó los labios esperando lo que suponía que llegaría después. M: No voy a consentir que te comportes así ¿me oyes? E: No puedes excluirme de esto, Maca. M: ¡Es que no tienes que hacer nada! –volvía a casi gritar- Tendrías que estar en tu casa, ni en comisaría, ni conmigo, ni aquí… E: ¿De eso se trata? –la miraba fijamente, sintiendo como su cuerpo se tensaba y ella se erguía esperando sus palabras- Que no quieres que esté cerca de ti… M: Pues no… no quiero que estés cerca de mí si eso te va a poner a ti en peligro, cuanto más lejos mejor. Los pasos de Lola hacían que ambas bajasen el rostro y diesen un paso alejándose de la otra. La subinspectora colocaba las manos sobre su cinturón mientras las mirabas. L: Solo es que algunos están cuchicheando, supongo que no querrás eso. –miraba entonces a su compañera. M: Tranquila. E: ¿Me dice alguien qué ha pasado? Lola miraba a Maca, que bajaba la vista en un bufido que era imposible de disimular, y Esther suspiraba mirando de nuevo a Lola. L: Hemos detenido al dueño, por encubrimiento y ocultación de pruebas… hemos conseguido su ficha y están registrando la caravana. E: ¿Entonces no hay duda, no? Lo vais a encontrar.

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Quimera L: No es tan fácil… hemos interrogado al tipo y dice que solo sabe que frecuentaba la caravana, pero hace días que no aparece, le dio trabajo porque lo había visto varias veces en La Dorada y la camarera le dijo que era inofensivo. E: Sí, inofensivo. –suspiraba. M: ¿Te importa ir con Felipe a comisaria? –preguntaba de repente. L: No, tranquila. M: Vale. –miraba a Esther- Tú vienes conmigo.

Mientras ya permanecía sentada en el coche, Maca seguía hablando con uno de sus compañeros mientras firmaba algunas cosas junto a uno de los coches patrulla. E: Pues sí que… -suspiraba reclinando la cabeza- Ahora verás la que me cae encima. Cuando giraba el rostro, Maca comenzaba a caminar hasta el coche. A paso tranquilo y sin levantar la vista del suelo hasta que llegaba al vehículo abriendo la puerta y tomando asiento. Arrancaba de igual forma el coche sin decir una palabra mientras Esther ya la miraba esperando su posible reacción, sin saber realmente cuál seria. E: ¿Estás muy enfadada? M: Más de lo que te puedas imaginar. –daba marcha atrás callando de nuevo. E: Yo no puedo quedarme encerrada en un despacho cuando sé que venís aquí pudiendo saber algo más. M: Vamos a dejarlo, Esther… será lo mejor. E: ¿Dónde vamos? M: A mi casa, me he tomado el resto del día libre… me llamarán si pasa algo. E: Podríamos pasar antes por la mía, Berni tiene allí su comida y necesito coger ropa. –se acomodaba contra la puerta. M: Vale. En el piso de la escritora, Maca permanecía de brazos cruzados junto a la puerta esperando que regresase con sus cosas. Miraba a su alrededor de forma intranquila. Prestando atención a cada ruido que llegaba a sus oídos. Viéndola aparecer de nuevo cargada con un portátil y una libreta. M: ¿Y eso? E: ¿No me vas a dejar salir, no? –lo dejaba todo sobre la mesa- Pues llevo trabajo para distraerme, dudo que tengas muchos temas de conversación para querer usarlos conmigo… es más, dudo que me hables en algún momento. M: ¿Estás ya? –eludía sus palabras. E: Sí. –cargaba todo de nuevo girándose hacia ella.

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Quimera M: Pues vamos, necesito darme una ducha… Girándose abría la puerta, esperándola y dándole paso para que saliese antes e ir tras ella. Unos quince minutos después llegaban hasta el piso de la inspectora. Esther iba hacia Berni que se removía entre sus pies pidiendo atención, tomándolo en brazos mientras la observaba ir hacia el baño sin decir una palabra. E: Ahora cuando salga tendremos que decirle que tienes que salir o reventarás. – miraba al perro sonriendo- Igual te hace aprender a usar el baño.

Después de unos minutos de convencimiento, la inspectora había accedido a sacar al can. Lo hacía precavida, tomando su arma y dejándola en uno de los bolsillos internos de su cazadora. De aquella forma, se veía resignada a caminar tras el animal, que ya olfateaba libre en el parque a tan solo unas manzanas de casa. E: ¿Lo decías en serio? M: ¿El qué? –la miraba girando su rostro. E: Lo de cuanto más lejos mejor… Bajando la vista soltaba aquellas palabras haciendo que recordase el momento de minutos antes. Maca suspiraba de forma calmada, mirando de nuevo al frente y observando a Berni que ya caminaba varios metros por delante de ellas. M: Llámalo y que no se aleje tanto, no me apetecería correr detrás de él porque se te escape. E: No se escapa. –se detenía haciendo que ella también lo hiciese- ¿Lo decías en serio? M: Nosotras dos tenemos un problema… -señalaba con su dedo a ambas, mirándola entonces con determinación- Y es que tú no obedeces a nadie, haces lo que quieres en el momento que quieres y eso no puede ser. E: Vas a reducir todo en un momento de enfado tuyo… es eso. –suspiraba buscando a Berni con la vista. M: ¿Tú no te das cuenta de que esto no es ningún libro tuyo? Que no puedes aparecer en medio de una detención, no puedes ir por tu cuenta cuando van a por ti, Esther. La escritora había dejado de escucharla cuando su corazón comenzaba a palpitar nervioso. Sus pies empezaron a moverse por sí solos, cada vez más rápidos mientras llegaba hasta donde Berni había permanecido por última vez frente a sus ojos. E: ¡Berni! Maca bufaba hastiada cuando la seguía, mirando tal y como Esther lo hacía por cada zona cercana a ellas. Casi podía palpar el miedo de Esther en sus gritos, viendo como pretendía echar a correr y teniendo que retenerla por el brazo. M: Espera. Sus ojos se habían parado en el movimiento tras unos arbustos que se encontraban a un par de metros de donde se encontraban. La mano derecha iba por si sola hasta 91

Quimera el arma aun dentro de su cazadora, moviendo el cuerpo de Esther hasta dejarla tras ella y mantenerla de aquella forma. Con el cuerpo de la escritora todavía pegado a su espalda, llevaba su mano libre, mientras la otra seguía agarrando el arma, hacia aquellas ramas, moviéndolas en un golpe seco para después abrir los ojos y sentir como Esther se pegaba a su hombro para mirar. E: ¡Berni! M: Esto es surrealista. –dejándose caer en el banco más cercano cerraba los ojos mientras Esther aguantaba la risa. E: ¡Chico malo! M: Déjale, no le vas a cortar el rollo ahora, que eso no creo que le ponga de buen humor… -estiraba los brazos por el respaldo- Por lo menos parece que alguien se toma las cosas con calma. E: ¿Eso es una indirecta, inspectora? –se sentaba junto a ella, dejando las manos bajo sus muslos mientras ya la mirada. M: En absoluto… pero me acabas de dar la razón, le pierdes la vista a tu perro durante un segundo y te pones histérica.

Habían pasado veinte minutos cuando Esther de nuevo le colocaba la correa a Berni, que sin saberlo era observado por las dos mujeres mientras caminaba a un escaso metro por delante. M: Mira que tranquilito va. E: Ya me dirás… además debía estar ya tenso, hace tiempo que no ve a su novia. – sonreía. M: ¿Tiene novia? E: Sí… pero aquí no, es la perrita de mi vecina en la sierra… lleva ya varios meses sin verla. M: Ah, ¿por eso perdonas la infidelidad, uhm? Porque lleva meses sin verla. –asentía con una pequeña sonrisa mientras miraba de nuevo al perro. E: Que sea mi perro no quiere decir que mande en él, luego se las tendrá que apañar con Bernís. M: ¿Bernís? –se detenía mirándola. E: Fue pura coincidencia, te lo aseguro… -esperaba hasta que de nuevo caminaba junto a ella- Con esa sí que no podrías estar ni un segundo. M: ¿Por? E: Ladra casi constantemente, es muy nerviosa, y solo cuando está en el regazo de su dueña, o en compañía de Berni, deja de hacerlo. M: Lo de Berni lo puedo entender. –volvía a sonreír mirándola un segundo.

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Quimera E: Sí, supongo que… es lógico. M: Así que tienes una casa en la sierra… E: Sí, me tiene hipotecada hasta que sea vieja y Berni tenga nietos, pero sí. M: Debe estar bien. –metía las manos en los bolsillos de su pantalón- Tener un lugar tranquilo donde poder escapar. E: No está mal, hace tiempo que no voy. –la miraba- Si… si quieres cuando acabe todo esto pues… M: Ya hemos llegado. –la cortaba abriendo la puerta- Venga chico. –agachándose le liberaba de la correa viendo como caminaba hacia el ascensor- Parece que tiene sed. E: Sí. –con la espalda pegada en una de las paredes del ascensor miraba hacia el techo. Seguía mirando cuando los ojos de Maca se posaban en ella de soslayo, sabiendo que había interrumpido aquella aparente invitación con premeditación. Apartaba sus ojos de nuevo para mirar a Berni, que salía despavorido nada mas deslizarse las puertas y se detenía oliendo algo que permanecía en el suelo frente a su casa. E: ¿Y eso? M: No lo toques. Agachándose sacaba un pañuelo de su chaqueta para coger lo que el can ya había olisqueado, mirándolo con el ceño fruncido. M: Es una grabadora.

En el sofá, guardaban silencio mientras miraban aquella grabadora sobre la mesa. Berni se había echado en un rincón del salón mientras las miraba extrañado. La escritora era la primera en moverse para mirarla. E: ¿No vamos a escuchar lo que hay? M: No sé si… deberíamos ir a comisaria con ella. –la miraba- ¿Y si no es una simple grabadora? E: ¿Qué va a ser, Maca? ¿Una bomba? –preguntaba escéptica y con media sonrisa, viendo como volvía a mirarla y asentía levemente. M: ¿Quién te dice que no? E: Venga ya, dudo mucho que después de todo lo que ha pasado nos vaya a dejar una bomba en tu puerta… -entonces se daba cuenta de lo que había dicho, irguiéndose de forma tensa cuando Maca volvía a mirarla- Ha estado aquí. M: No ha entrado, tranquila… siempre dejo la alarma puesta cuando salgo de casa. E: Pero sabe que estoy aquí. –la miraba de nuevo- Sigue todos nuestros pasos, Maca.

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Quimera En un arrebato, la inspectora volvía a tomar el pañuelo para coger aquello. Esther la miraba sorprendida, observando cómo abría la tapa tan despacio que parecía que había pasado una eternidad cuando la escuchaba suspirar sacando la cinta. Levantándose después para ir hasta uno de los cajones en el mueble y sacar la suya para volver a meter la cinta. Sin soltar el pañuelo pulsaba el botón de PLAY, volviendo a acomodarse a su lado cuando ambas miraban sin tan siquiera parpadear. C: Recuerdo el primer día que te vi… con esa seguridad y ese paso firme entre toda la gente que entraba por la puerta. Como mi padre estrechaba tu mano con un orgullo que jamás había visto en su rostro… era tan desconocido para mí, los ojos de mi propio padre brillaban con tu sola presencia… -el rostro de Maca se giraba con preocupación hacia ella, viendo como sus ojos temblaban mientras seguía escuchando en absoluto silencio- Deberías aprender de ella, deberías cambiar, ella… ella… ¡ella! –se tensaba al escuchar aquel grito enloquecido- Tú, tú, tú, tú… ¡siempre tú, maldita sea! Te odiaba tanto… Pero yo hacía todo cuanto podía… -apreciaban como parecía comenzar a llorar- Siempre dando todo cuanto podía, esforzándome… papá yo también puedo… puedo hacerlo si me dejas, papá… -el silencio se volvía a instalar cuando solo se escuchaba una respiración nerviosa por aquel pequeño altavoz, entrecortada y dejando varios sollozos- Llegué a envidiarte, odiaba envidiarte… por como todos te admiraban, por como todo lo que escribías pasaba de mano en mano creando expectación… -la inspectora observaba de nuevo aquel rostro pálido, casi brillante cuando comenzaban a caer un par de lágrimas hasta perderse en su barbilla precipitándose al vacio- Un día… antes de aquella prueba para el curso que propuso mi padre, estaba escribiendo… no podía dejar de hacerlo… sonreía más que nunca porque estaba orgulloso de poder conseguir algo como aquello, y entonces llegó alguien con un borrador… ofreciéndomelo a mí… cuando me quedé solo lo leí… me fascinó la idea, creí que podía hacer algo con aquellas páginas repletas de palabras, pasé tres noches en vela hasta que como si llevase la vida en mis manos, se la entregué a mi padre… Estábamos en casa cuando vino a mí envuelto en cólera, gritándome y humillándome porque había robado la idea de una compañera… Cuando todo el mundo te felicitaba, dos sonrisas iban dirigidas a mí… todo el mundo estaba pendiente de ti, menos esas dos… -la voz casi se cortaba cuando un sonido más fuerte aparecía por encima en aquella grabación, Maca fruncía el ceño casi molesta hasta que de nuevo cesabaSolo me quedas tú, Esther… contigo las risas desaparezcan y podré vivir en paz… El vacio llegaba y tras unos segundos aquella cinta paraba, Esther seguía inmóvil con la vista clavada en aquella grabadora. Sin percibir nada a su alrededor mientras aquella voz se repetía una y otra vez en su cabeza. -Solo me quedas tú, Esther… E: No se detendrá hasta que me mate… M: No te va a pasar nada. –se levantaba y abriendo otro de los cajones sacaba una bolsa, dejándola sobre la mesa para volver a sacar la cinta y meterla en la grabadora que habían encontrado en la puerta- Vamos a comisaria.

R: Nada de huellas. –entraba en el despacho- Aquí ya no hay ni parciales, ni nada que pueda daros… está limpia. –se cruzaba de brazos mirando a Maca- Quitando los restos del perro, claro está. Ga: Están con la cinta ahora… -golpeaba con su pluma sobre el escritorio- Todas las comisarias de la ciudad están en aviso y a cualquier señal nos llamarán.

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Quimera M: Empiezo a dudar que podamos hacer algo contra esto. Es como si tuviese ojos puestos en cada rincón, sabe donde está en cada momento… Ga: Mientras no esté sola no pasará nada. L: De la cinta no se saca nada, el ruido que se escucha puede ser de mil sitios. – aparecía haciendo que todos se girasen hacia ella. M: Voy a llevarla a un hotel… -se levantaba- Mi casa ha dejado de ser segura. – miraba a Esther- Mandaré a alguien a por tus cosas. L: Seria mejor que ni eso, Maca… me encargaré de comprarle algo de ropa, con eso podrá pasar hasta que consigamos algo. Ga: Estoy de a cuerdo con Sanz, será mejor que intentemos despistarle, enviaros en un coche patrulla… que salgan varias unidades a la vez y que no se os vea. Dejaremos varios puntos ciegos y reservaremos en varios hoteles. M: Vamos. Colocando una mano en su espalda caminaba a tan solo un paso por detrás. Conforme salían del despacho y comenzaban a atravesar la comisaria, casi todos allí se giraban a mirarla, algunos con interés, otros apenados cuando también miraban a su jefa. La inspectora suspiraba acelerando el paso para sacarla de allí viendo que no levantaba la vista del suelo hasta llegar al ascensor que daba al parking. E: Va a por mí, Maca… M: ¿Quieres dejar de repetir eso, por favor? –la miraba casi mal humorada- No tienes que flagelarte porque un loco obsesionado contigo, no es culpa tuya. –el rostro de la escritora se giraba sorprendido- Es un loco, Esther… podía haberse obsesionado con cualquiera, pero ha sido contigo y no podemos hacer nada más que dar con él y encerrarlo. E: ¿Y diciendo todo eso no puedes entender que me sienta culpable? M: Es que no lo eres. –salía del ascensor sin dejar que se despegase de ella caminando a un mismo ritmo y en un mismo paso. E: ¿Vas a ser mi sombra, verdad? M: Ni lo dudes.

Aun recorrían el centro en aquel coche policía cuando el único sonido de la radio rompía aquel silencio. Esther miraba tranquila por la ventanilla al ser estos oscuros y borrando la posibilidad de que nadie la reconociese al otro lado. Maca seguía mirándola a ella, intentado averiguar su estado, y queriendo saber qué era todo aquello que pasaba por su cabeza y no era capaz de imaginar. Tras varios minutos entraban en el garaje privado de un hotel, ambas seguían sin decir una palabra cuando salían del vehículo y llegaban al ascensor en una carrera, acompañadas en todo momento por otro agente. Frente a la puerta, era el este quien la abría, cediéndoles el paso despues de mirar hacia el pasillo por última vez y cerrar la puerta tras de sí.

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Quimera -Nadie del hotel sabe que están aquí… yo estaré en una habitación justo aquí al lado, cualquier cosa me lo dicen y yo me encargo. M: Tranquilo, puedes retirarte. E: Toma, chico… que seguro que tienes sed. –vertiendo parte de una botella de agua en su cuenco le acariciaba el lomo hasta que volvía a levantarse. M: ¿Quieres darte una ducha o comer algo? E: No sé… -se dejaba caer en un lado de la cama- Por cierto… hay solo una cama. – se giraba mirando el colchón. M: Ya. –apretaba los labios girándose pero sin hacerlo finalmente. E: ¿Alguna razón? M: No lo sé… -la miraba entonces. E: ¿Te molesta? M: No… a mí no. E: Vale… a mí tampoco. –bajaba la vista hasta sus manos mientras suspiraba. M: Voy a… al baño. –señalaba hacia la puerta. Siguiéndola con la mirada, sentía como un gesto de confusión se apoderaba de su rostro. Volvía a mirar a su alrededor antes de levantarse e ir hacia lo que Lola le había conseguido para el tiempo allí. Sacó sus libros, el portátil y el periódico de aquel día. Con todo iba hacia la mesa junto a la ventana para tomar asiento. Mientras el ordenador se encendía abrió aquel último libro. Pasó los dedos por la tapa acariciando aquella fotografía y recordando casi al instante el momento en que tuvo el primer ejemplar en las manos. M: ¿Qué haces? E: ¿Sabes que este libro es el más importante para mí? –preguntaba sin esperar una respuesta y sin girarse- Lo escribí durante el tiempo que mi madre estuvo enferma, se lo leía conforme iba teniéndolo listo. Murió antes de que se publicase… -abría la última página haciendo que la leyese. M: Para ti, amiga de toda una vida, madre más allá de ella…. –se erguía- No lo sabía, lo siento. E: Ahora lo miro y solo de pensar las consecuencias que ha tenido… me pregunto si era realmente algo que tenía que ocurrir.

Ya había anochecido, Maca estaba echada sobre un lado de la cama con varios informes del caso, leyendo y aprovechando aquel silencio que se había instaurado mientras Esther escribía frente al portátil. De vez en cuando sus ojos iban hasta ella, contemplando su perfil iluminado por el brillo de la pantalla, bajándola un instante después. Con la vista ya cansada cerraba todo aquello que tenia sobre la cama para dejarlo a un lado y recostarse mirando al techo. 96

Quimera M: ¿Qué haces que te tiene tan concentrada? E: Escribir… ha sido de esas veces que me viene una idea a la cabeza y la musa me acompaña. –sonreía de lado sin mirarla- No me doy ni cuenta de las horas que pasan. M: Es tarde, deberías descansar. Colocando las manos tras su cabeza, seguía mirando aquella pared del techo, escuchando el único sonido de las teclas del ordenador. Repasando de forma inconsciente todo lo que había ocurrido desde aquella noche que llegó a la casa de la escritora. Interrumpiendo sus pensamientos, Berni daba un salto subiendo sobre la cama. Se movió apenas para mirarle y descubrir cómo se agachaba ocultando casi sus orejas mientras no apartaba su mirada de ella. Suspiró acomodándose y viendo como finalmente el can recorría lento y deslizándose, el escaso metro que la separaba de su rostro, haciendo que sonriese después de cerciorase de que Esther seguía a lo suyo. M: Eres zalamero tú, eh. –susurraba dándole con el dedo en la cabeza. E: No te haces una idea. La miró de nuevo viendo como seguía sin girarse, acomodando la cabeza en su brazo sobre la almohada, volviendo a mirar a Berni que terminaba por acercarse a ella, sorprendiéndola cuando comenzaba a lamer su rostro. E: Ya es oficial… -sonreía girándose mientras Maca arrugaba la cara esquivando aquella muestra de cariño sin conseguirlo- Ya eres suya. M: ¿Perdona? –fruncía el ceño cuando todavía intentaba que Berni parase. E: Claro… cuando lo adopté siendo un cachorro a mí tampoco me podía ver mucho, me ladraba, pero… como era un cachorro daba más risa que otra cosa, un día hizo lo mismo conmigo… -sonreía de nuevo- Y pase a ser suya, él elige a las personas, no las personas a él. M: ¿Me tengo que sentir honrada entonces? –terminaba por sentarse viendo sorprendida como se recostaba sobre su regazo. E: ¿Ves? –reía- Y que sepas que eres la única persona después de mí a la que elige. M: Pues qué bien. Esther cerraba entonces el portátil, recogiendo las cosas sobre la mesa y apagando la luz de aquella parte del dormitorio dejando solo la de la mesita junto a la inspectora. Cuando ya se aproximaba a la cama, Berni se movió ágil y rápido hasta quedar en los pies. M: ¿A ella sí le haces caso, no? –le preguntaba- ¡Pues mal vamos, amigo! E: Bueno… ¿mañana qué haremos? –se quedaba junto a ella tapándose solo hasta la cintura. M: Esperar… llamaré a Lola a media mañana y veremos si salimos, o… tenemos que quedarnos aquí todavía. –se giraba para mirarla. E: ¿Y no has traído nada para entretenerte? Te vas a aburrir. 97

Quimera M: No, con todo esto tengo muchas cosas en que pensar… tengo la cabeza ocupada y es lo que más uso. –se acodaba de lado mirándola. E: Ya… siempre puedes leerte algo de lo que he traído. –la veía negar con una pequeña sonrisa- Podrías intentarlo. M: ¿Estabas escribiendo para uno nuevo? E: Puede ser… -se encogía de hombros. M: O sea que sí… ¿ya no tienes miedo de que alguien lo lea y se vuelva loco queriendo encontrarte después o algo peor? E: Es lo único que sé hacer… si dejase de escribir, seria porque ya no tengo nada qué hacer en mi vida. M: Hay muchas cosas más en la vida, Esther. E: ¿Si tuvieses que dejar el cuerpo qué harías? –preguntaba despacio. Suspirando apenas, volvía a mirar a Berni, viendo como ya dormía y podía decir que casi roncaba. Sonrío de lado y giró su rostro para volverá mirarla. M: Algo se me ocurriría. Seguían mirándose cuando, sin pensarlo siquiera, Esther había comenzado a inclinarse hacia su rostro. Viendo como no se apartaba ni ofrecía una negación. Miró sus labios cuando comenzaba a ladearse y se detenía haciendo que la mirase extrañada. M: ¿Qué? E: Hueles a perro, Maca. –apretaba los labios separándose para recostarse y darle la espalda.

Había cruzado la puerta extrañada, no recordaba el motivo que la había hecho llegar hasta allí. No percibía ningún sonido. Nadie se cruzaba con ella en aquel pasillo que siempre estaba concurrido de una forma casi agobiante. Alzó la mano acariciando aquellas taquillas que iba dejando atrás, escuchando aun el único sonido de sus pasos. Se detuvo a mitad de él, cruzándose de brazos cuando un frio repentino la inundaba y la hacía casi temblar cuando debía apretar los dientes que habían comenzado a castañear. Se giró para mirar la puerta, parecía mucho más lejana. Suspiró girándose y viendo que lo que aún le quedaba por recorrer era casi la misma distancia que en el otro sentido. Negó mínimamente mientras retomaba sus pasos. Recordó a Maca, sin duda estaría enfadada por haber ido sola allí. ¿Pero cómo había llegado allí? De repente unas voces comenzaron a escucharse, se giró y todo el espacio tras ella estaba lleno de estudiantes, rostros conocidos y grupos conversando y riendo. Frunció el ceño, el frio había desparecido y sus brazos se relajaron hasta caer por sus costados sintiendo el calor. Cuando miró hacia el otro extremo del pasillo todas aquellas voces cesaron, se volvió con rapidez encontrando de nuevo aquel vacio y el silencio que le recordaba el frio anterior.

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Quimera Su mente no entendía nada de aquello, se giró con decisión y empezó a correr por aquel pasillo, mirando en cada puerta que se cruzaba en su camino. Aulas vacías, mas y mas asientos vacios. Se detuvo al ver que la siguiente puerta era la de su clase. Tomó aire y caminó con decisión hasta quedar frente a ella, observando a través de aquel cristal grueso que deformaba cada forma, viendo como había movimiento en su interior, y como de la nada, una voz se escuchaba nítida haciendo que abriese sorprendida. -Aun lo recuerdo como el mejor sueño hecho realidad…. –caminaba de un lado a otro mientras tensaba su pajarita de cuadros escoceses- Recuerdo que lloré, y la que por aquel entonces no era todavía mi mujer, lloró conmigo. Su corazón comenzó a palpitar tan rápido que tuvo que agarrarse de aquel pomo que no había sido capaz de soltar. Giró su rostro despacio hasta donde creía que todo encontraría su significado. Allí estaba ella misma, sentada en la primera fila de asientos, sonriendo y dejándose llevar por todas aquellas palabras de recuerdos que ella tan solo podía imaginar. Era ella misma llena de ilusiones, de sueños aun por cumplir. Su rostro siguió moviéndose hasta llegar a la última fila. Sin nadie a su alrededor, aquel rostro sereno y sin expresión. Se agarraba a la madera que sostenía sus libros, podía decir que hasta con tensión, mientras no dejaba de escuchar al hombre a unos metros. Su padre. Lo siguió observando hasta que la voz la distraía de nuevo. -Lo que aun recuerdo como si estuviese allí ahora mismo… es lo que hice cuando gané el dinero suficiente para poder comprar mi propia imprenta. Era tan… -se giraba hacia sus alumnos apoyándose en su mesa- mágico… el olor a tinta, el calor de la maquinaria… el denso aire cargado y cargado de todas aquellas palabras que cobraban vida sin cesar… -¿Aun la conserva, profesor? –preguntaba alguien entre los presentes. -Es algo a lo que tengo en gran cariño, y aunque tuve que cerrarla porque vinieron malos tiempos, aun se mantiene en pie… -¿Podríamos verla algún día? Se incorporó sudando, tras un segundo apreció que agarraba las sabanas con tanta fuerza que la sangre había dejado el camino hasta sus dedos y las uñas comenzaban tomar un color rojizo por la presión. Miró a su lado cuando el movimiento de aquel otro cuerpo llamó su atención. M: ¿Qué pasa? E: Sé donde está.

Tras decir aquello se había levantado impulsivamente, corriendo hasta su ropa y dándose cuenta de que no había reparado en mirarla cuando Lola la compró. M: ¿Qué haces? E: Vestirme para ver si estoy en lo cierto. –miraba un par de pantalones eligiendo finalmente unos tejanos claros y una camiseta de manga larga. M: ¿Estás loca? –iba hacia ella tomándola del brazo para girarla- No vas a ir a ninguna parte.

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Quimera E: Tengo que ir. –se soltaba para quitarse la parte de arriba del pijama y colocarse aquella camiseta después y una chaqueta color negra de sport- Sé que estoy en lo cierto. M: Esther, no vas a ir a ninguna parte, y mucho menos a buscarle. E: Sabes que tarde o temprano encontraré la manera de ir, puedes elegir venir conmigo. Ya vestida, se giró hacia ella, viendo la tensión en su rostro y la crispación en sus ojos. Apretó la mandíbula manteniéndose firme y mostrándole que no iba a cambiar de opinión. E: Ódiame después… déjame ir, ven conmigo o no… pero déjame ir. Cuando aun le sostenía la mirada, la vio girarse mientras mascullaba palabras que no llegaba a entender. Fue la señal para girarse y hacer caso a Berni que ya remoloneaba bajo sus pies, dejándole comida y agua cuando ya caminaba hacia la puerta, girándose y viendo como la inspectora se había quitado el pijama poniéndose también después ropa cómoda. Yendo hasta la funda de su pistola para colocársela y fijarla alrededor se su espalda. M: Debería atarte a la cama… y olvidar esta locura. –se giraba hacia ella sin dar un paso. E: Sé que está allí, Maca… y sabes como yo que si haces algo y avisas a alguien perderemos nuestra oportunidad… confía en mí. Cerrando los ojos durante un segundo, terminaba por dar el primer paso hasta llegar a la puerta. Abrió despacio asomándose después, viendo el pasillo vacio los primeros rayos de luz de aquella mañana. Agarró su mano con fuerza y comenzó a caminar hacia el ascensor. Pulsando el botón de uno de los sótanos. Cuando ya salían Esther se detenía llamando su atención. E: No podemos ir en el coche patrulla… nos encontrarían. Soltó un bufido al escucharla, mirando a su alrededor, observando todos aquellos coches en una fracción de segundo. Con decisión volvía a caminar hasta uno de ellos haciendo que Esther se extrañase siguiéndola. Se detuvo al ver que se paraba frente a lujoso Audi de color negro. E: ¿No había uno menos cantoso? M: Nunca he robado un coche… -se recostaba en el suelo deslizándose después hasta quedar parcialmente oculta bajo el motor- Y ya que lo hago que me guste a mí ¿no? Tras unos segundos el capó se abría por sí solo y de nuevo salía ante la sorpresa de Esther que no daba crédito a lo que veía. E: ¿Qué haces? M: Desconectar la alarma… -metía la mano entre los cables de aquel motor hasta que sonreía volviendo a cerrar yendo después hasta la puerta que ya estaba abierta- Soy buena… -sentándose abría la puerta del copiloto cuando Esther también entraba y miraba sorprendida el interior mientras se colocaba el cinturónMe van a suspender una buena temporada por esto… -pulsaba el botón de arranque

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Quimera escuchando como ya se encendía, pisando el freno a la vez que el acelerador y cerrando la puerta. E: Ahora falta que no nos matemos en el camino. M: Lujoso y deportivo… -se giraba hacia ella sonriendo- No me digas que no te trato bien. Metiendo la marcha en la palanca de cambios aceleraba girando entre las calles de aquel aparcamiento, saliendo directamente e incorporándose a la carretera.

Después de indicarle la dirección, los movimientos de aquel coche eran casi inexistentes. Adelantaba a los pocos que se cruzaban con ellas en cuestión de un segundo. No soltaba la palanca de cambios y tan solo con la mano izquierda manejaba aquel coche que parecía volar sin hacer ruido alguno. E: ¿Te gusta conducir, verdad? M: Sí… -la miraba un segundo- Era una de las pocas cosas que compartía con mi padre… hubo una época en que estuve ayudándole a hacerse el suyo propio… rearmamos un mustang que fue como su hijo durante algunos meses… luego falleció. E: Lo siento. M: Tranquila. –aceleraba de nuevo- Hace tiempo de eso. E: ¿Y tu madre? M: Murió años después… nada más entrar yo en el cuerpo de policía. E: Parece que no somos tan distintas al fin y al cabo. –miraba al frente suspirandoGira a la izquierda en la siguiente calle. Como le indicaba, reducía la velocidad tomando la curva, viendo frente a ella una explanada que limitaba la calle, un edificio en ruinas a un lado, y al otro varias naves industriales de pequeño tamaño. Esther le indicaba que aparcase frente al grupo de naves y ambas se giraban hacia el edificio a unos metros. E: Es ahí. M: ¿Qué es? E: La antigua imprenta del profesor… -susurraba- Aun es suya, bueno… habrá pasado a ser de su hijo. M: ¿Y por qué sabes que está aquí? De repente, un ruido hacia girar a Maca, incómoda por como aquel sonido se metía en su cabeza y fruncía los labios al ver pasar a un tren a tan solo unos metros de ellas. Girándose de nuevo hacia Esther para mirarla. M: Vale, ya lo sé… ¿cómo has recordado este sitio? E: Te parecerá una locura, pero… -seguía mirando hacia el edificio- He tenido un sueño… no recordaba siquiera aquella clase, o por lo menos no tanto como para haber visto tantas cosas con la claridad que tenía el sueño. 101

Quimera M: Un sueño… -repetía suspirando y mirando también al otro lado de la calle. E: Te he dicho que podía parecer una locura. –susurraba- ¿Qué hacemos? M: ¿Sabes usar una pistola? E: Déjate de pistolas, no pienso coger una… son peligrosas. M: ¿Y hacer esto no? –preguntaba incrédula- Tú el equilibrio de peligroso o no peligroso lo pones a tu libre antojo, me parece a mí. E: Cállate y vamos. –golpeaba su hombro haciéndola suspirar de nuevo cuando salía. Cuando ya había comenzado a caminar, Maca la alcanzaba y se ponía por delante, haciendo que la mirase con el ceño fruncido. M: Me haces caso o nos vamos.

A un paso lento, y ya empuñando su arma, caminaba hacia una de las puertas laterales. El cristal de esta estaba roto en varias partes y sin problema colaba la mano entre uno de los huecos girando el pomo. Abriéndola y pasando cuando se volvía a detener impresionada. M: No me dijiste que era tan grande, Esther. –se giraba enfadada- Esto es aun más peligroso. E: Sshh. Alzando la mano la hacía callar, su mente volvía a trabajar por su cuenta haciendo que todo aquel espacio cobrase otra visión, una muy parecida y fría, oscura, casi tenebrosa. Observaba todo desde el punto más alto. Había dejado a Estefanía en silencio, aun podía percibir su olor, el calor de su cuerpo en mis manos. Había sido la primera vez que cualquier otra cosa me hacia querer dejar esta vida, esta obligación sangrienta que mi destino había optado por seguir. Hacia tan solo unas horas había estado dispuesto a dejarlo todo. Vivir egoístamente en su amparo, dejarla amarme como sabia que podría hacer. Pero las voces, esas que me susurraban desde hacía ya tanto tiempo, no me dejaban otra clase de vida. Había nacido para evitar que gente como la que espero aquí en silencio, siguiese viviendo. El frio me lo recuerda, este frio que siento como mío, en cada gota de mi sangre circulando por mi cuerpo. Mientras me es imposible mirar esa puerta que espero pronto se abra, su voz llega a mí entre los susurros del viento. _Sabes que puedes quedarte conmigo. No dejaré que te ocurra nada. –me juraba. _No puedo. _Mírame. –tomando mi rostro con sus manos me hacia estremecer como siempre que observaba aquellos ojos, viéndome reflejado en el color miel que me suplicaba tantas veces. _Lo siento. Había esperado a que durmiese, despidiéndome de su rostro. Sabiendo que era una despedida. Que jamás la volvería a ver. Olvidaría su piel, su voz, todo cuando me hacía sentir, por ese atisbo de tiempo seguro.

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Quimera Allí, sobre ese tejado, mientras observaba el interior donde se produciría mi nueva “limpieza”, recordaba la noche en que leí aquel informe en sus manos, en que vi aquellos dos rostros que no podría olvidar ya nunca, como otro par mas en mi lista de fantasmas permanentes en mis noches. La puerta finalmente se abre, mi cuerpo encuentra su tensión, su razón de ser. Siento como mi mandíbula se tensa bajo mi fuerza aun por mostrar. La rabia recorre mi cuerpo sin dejar un centímetro impune. Los pensamientos me liberan y solamente puedo sentir el ardiente deseo de acabar con su vida en un instante, entre mis manos, mirar sus ojos y grabarlos para siempre en mis recuerdos.

E: Es una trampa… -susurraba. M: ¿Qué? Una corriente de aire recorría sus cuerpos cerrando la puerta de un golpe y haciendo que ambas se girasen sorprendidas.

Maca volvía a mirarla, entre confusa y alertada. Los ojos de Esther recorrían aquella primera planta. Descubriendo la escalera que subía a unos corredores suspendidos del techo que había sido colocados para alcanzar cualquier punto de la ya vieja maquinaria. El rechinar de las cadenas oxidadas que también pendían del techo se hacía casi tormentoso por el movimiento de aquella corriente anterior. Tragó saliva mirando hacia la parte más lejana. Una salida de vapor rota ascendía por toda la parte oeste, casi ocultando la mitad del primer corredor. E: Sabia que recordaría este lugar… -volvía a susurrar- Quería tenernos a las dos aquí. –se giraba para mirarla- Es su último asesinato… el último del libro. –la veía abrir los labios queriendo hablar- Dos personas. Sin dejar de mirarla, apretaba la culata de su arma, también su mandíbula a la vez que erguía su cuerpo cuando se quedaba mirando hacia delante esperando cualquier movimiento. Cr: Chica lista. Cuando la voz llegaba como apenas un leve susurro, ambas se giraban sorprendidas. Aun mas Esther que veía el cuerpo de Maca precipitarse inconsciente por aquel golpe en el cabeza. Temblando miraba aquel rostro sombrío y sus manos sosteniendo la barra de hierro, todo sin dejar de sonreír. Cr: El lugar es perfecto… ¿no crees? –comenzaba a caminar hacia ella mientras la veía retroceder- Siempre he creído que te inspiraste en él. E: ¿Por qué haces todo esto? Cr: Por qué… cómo… cuándo… -susurraba sin dejar de caminar- Preguntar irrelevantes. –suspiraba soltando lo que aun sujetaba, haciendo que el estruendo hiciese que el cuerpo de la escritora se encogiese- La pregunta es… ¿sabes qué viene ahora, Esther? Sus pies habían llegado al principio de la escalera, instintivamente buscó el agarrador subiendo el pie derecho, girándose después para subir en una carrera. Fatigaba llegaba al primer corredor, deteniéndose al verle de nuevo frente ella y llegando desde el otro extremo. Cr: No puedes correr ni huir de tu destino… -negaba sonriendo levemente- Tú conoces a la perfección el final de la historia, Esther… cuéntamelo… E: No supe en ningún momento lo que ocurrió… te lo juro. 103

Quimera Cr: ¿Crees que me importa? –volvía a caminar acercándose- Si no hubieses existido… Si no hubieses existido nadie habría muerto, todo es culpa tuya. E: ¿Mataste a tu padre? –preguntaba cortándole y viendo como apretaba la mandíbula- ¿Cómo pudiste hacer algo así? Cr: ¡No merecía vivir! –gritaba irritado. E: No puedes decidir quién vive y quién muere… -susurraba apenas- No puedes hacer como si… -fruncía el ceño negando y bajando la vista tan solo un instanteTuvieses el poder de elegir. Cr: ¿Por qué? –daba otro paso mientras Esther retrocedía. Los ojos de la escritora se movían al ver el cuerpo de Maca tras él, empuñando su arma, desviando con rapidez la vista no queriendo delatarla. El reflejo de aquella arma en la chapa frente a ellos delataba finalmente su presencia, un segundo antes de que se girase empezando un forcejeo. M: ¡Esther, corre! Todo ocurría demasiado deprisa, se giró comenzando a correr hasta que un disparo la hizo encogerse sorprendida y girarse sin haber llegado a bajar. Sus ojos temblaban al ver a la inspectora de rodillas mientras él sostenía el arma girándose para mirarla.

Dudó unos segundos hasta que comenzaba entonces a bajar aquella escalera a toda velocidad. Otro disparo le hacía llevarse las manos a la cabeza sin detenerse, escuchando como la bala daba en algo metálico pegado a ella. Miró a su alrededor viendo un andamio que daba al segundo piso. Volvió la vista atrás antes de llegar a la escalera que ascendía vertical, agarrándose con fuerza mientras comenzaba a subir. Cr: Da igual que corras… -colocando el arma entre su espalda y el pantalón, comenzaba a subir tras ella- Todo esto solo hace que disfrute mas. Nerviosa, sudando, sintiendo como el miedo se apoderaba de ella, llegaba hasta una de las bases, viendo como a un par de metros, otro corredor se mostraba firme. Mirando la distancia calculó el salto que la separaba del suelo. Cr: Eso… salta y hazme disfrutar de las vistas. Movió sus ojos hasta donde la marca de sangre la llamaba, donde debía estar su cuerpo pero que por el contrario no permanecía. Volvieron a temblar mientras la buscaba sin conseguirlo. Respiró hondo y retrocedió el escaso metro que tenia de distancia para impulsarse y saltar. Su cuerpo caía parcialmente sobre la superficie, sintiendo como sus piernas quedaban suspendidas mientras se aferraba con fuerzas, hundiendo los dedos entre los espacios de aquel paso a nivel que se balanceaba por su peso. Otro disparo sonaba junto a su rostro, haciendo que las chispas saltasen haciéndole cerrar los ojos y sacar fuerzas de donde no sabía que tenía. E: ¡Para! Cr: ¡Para! –imitaba jocoso. 104

Quimera Finalmente conseguía subir la rodilla para encontrar estabilidad y ponerse más tarde en pie. Antes de comenzar a correr sentía un fuerte movimiento en la base del corredor, haciendo que se agarrase con decisión antes de sentir como tomaba su tobillo haciéndola caer. E: ¡Suéltame! Cr: Mírame a los ojos mientras acabo contigo. –apretando los dientes rodeaba su cuello con ambas manos, ejerciendo una fuerza que ya la impedía respirar. M: ¡Suéltala! Golpeando fuertemente su espalda le hacía caer a un lado. Esther tosía mientras el aire seguía sin pasar hacia sus pulmones. No podía controlar nada mientras Maca sentía un nuevo golpe cuando intentaba ponerla en pie. C: ¡Eres un maldito estorbo! –era él quien la golpeaba de nuevo- ¡Deja de cruzarte en mi camino, zorra! –propinaba otro golpe. Con rapidez conseguía levantarse, dándole una patada en las manos y haciendo que soltase aquella barra. Cerró los ojos cuando su hombro volvía a quemarle por la herida de la bala, como si creciese el mismo infierno en él. Sin importarle llevó una mano hasta su cabeza, lanzándola con fuerza contra la barandilla y consiguiendo que cayese de rodillas dolorido. M: Esther… -girándose la veía intentar ponerse en pie sin conseguirlo, cuando de nuevo se veía obligada a agarrarse para no caer cuando intentaba hacerle perder el equilibrio. Se giró viendo como comenzaba a correr hacia el andamio. Saltando y cayendo sin poder mantenerse de pie. Sin pensarlo dos veces iba hasta él, saltando también y tardando unos segundos en reaccionar cuando se le echaba encima llevando las manos hasta su cuello. C: ¿La quieres para ti, verdad? –apretaba tanto sus dedos que sentía como estos comenzaban a herir su piel. Un disparo lo separaba de aquel cuerpo y caer un segundo después de espaldas. El cuerpo de Maca se giraba quedando de lado y tosiendo. La figura de Esther empuñando el arma le parecía borrosa cuando escuchaba unos pasos a su lado. M: Dispara… -susurraba sabiendo que era imposible escucharla. Sin poder moverse lo veía descender por la escalera, llevando sus ojos hacia los de Esther que le seguía con el arma. M: Hazlo… Un nuevo disparo se escuchaba chocar contra el hierro del andamio. Aquel cuerpo que descendía antes lento, lo hacía entonces precipitándose hacia el vacio, creando un sonido del pesado choque contra el suelo.

Cuando recobraba la consciencia miraba instintivamente hacia su alrededor, queriendo incorporarse cuando un dolor punzante le llegaba desde el hombro haciendo que se quejase y cerrase los ojos durante un tiempo que se le hacía demasiado lento.

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Quimera L: Tranquila… no te muevas. M: ¿Esther? L: Maca, tranquila… -intentaba que no se incorporase pero sin conseguirlo. Sus ojos descubrían entonces que estaba en una camilla junto a la ambulancia. Un miembro del Samur terminaba de colocarle un cabestrillo mientras seguía buscándola con la vista entre todas las personas que allí se encontraban. Varios coches de policía rodeaban la zona cuando por fin la vio. Cubierta por una manta y justo delante de su jefe. M: ¿Qué pasa? L: Cuando llegamos empuñaba el arma… a él lo encontramos tendido en el suelo con una herida de bala. La llevan a comisaria. M: ¡No! –alzaba la voz queriendo bajar y consiguiéndolo finalmente cuando Lola no conseguía retenerla, llegando después hasta el vehículo. Ga: ¿Qué haces? –se giraba. M: No puede arrestarla. Ga: Solo cumplo la ley, Wilson… son las normas. -tiraba el cigarro. M: ¡Yo disparé el arma! ¡No ella! –miraba a uno y a otro, viendo como Esther baja el rostro despacio y evitando sus ojos. Ga: Muy bonito detalle por tu parte… pero ya ha declarado que fue ella. –abría la puerta del coche haciendo que la escritora entrase- Ve a comisaría para terminar la declaración… -cerraba la puerta- ¿Te ves bien para hacerlo? M: No puede hacer esto, jefe. –repetía de nuevo- Ella no ha hecho nada. Ga: Cuando tengamos una autopsia oficial hablaremos… también de tu capacidad de robar un coche de lujo y haberte saltado un dispositivo de seguridad a la torera trayéndola aquí. Sin dejar de mirarla le veía entrar en el coche policial, observando el rostro de Esther tras la ventanilla antes de que el vehículo se pusiese en marcha alejándose de allí. Bajando la cabeza cerraba también los ojos frustrada cuando una mano se colocaba sobre su hombro. L: Será mejor que dejes que terminen con ese hombro, Maca… M: Déjame. Girándose esquivaba el cuerpo de su compañera. Viendo como muchos de los demás allí presentes la miraban fijamente. Sin disimular y consiguiendo que poco a poco la rabia inundase su cuerpo hasta tomar aire. M: ¡Qué coño miráis todos! –alzaba la voz. L: Maca. M: ¿Se han llevado el cuerpo? –preguntaba mirándola de nuevo, viendo como sus ojos iban hacia otra camilla a unos metros.

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Quimera Sin pensarlo caminaba hacia ella, viendo aquella bolsa negra de plástico ya cerrada. Cerró los ojos por el dolor que sentía de nuevo en su hombro, pero dejándolo a un lado cuando su mano libre iba hacia la cremallera, bajándola lo suficiente para verle el rostro. L: Vamos a la ambulancia.

En el pasillo de comisaria permanecía junto a Lola cuando podía ver a través de aquel cristal. Esther se mantenía con la cabeza gacha mientras unía ambas manos sobre la fría mesa de aluminio. Su mandíbula se apretaba más y más cuando la impotencia se apoderaba de ella irremediablemente, viendo como realmente no podía hacer nada por ella en ese momento. M: ¿Gimeno está con el cuerpo? L: Sí. Comenzando a caminar bajaba hasta la planta baja. Llegando frente al ascensor y entrar para bajar, si detenerse tampoco ante las palabras de Lola que la seguía siendo acompañada finalmente también por Rai. M: Gimeno. –llamaba con seriedad viendo como alzaba la vista mientras aun terminaba de cerrar el cuerpo. Gi: ¿Qué te ha pasado? –se giraba con el bisturí en la mano haciendo que retrocediesen- Uy. M: ¿Qué te queda? Gi: Ya he terminado. –se giraba de nuevo cortando el hilo y quitándose la mascarilla cubriendo después el cadáver. M: ¿Y? Gi: No puedo decirte nada, Maca… el jefe ya me lo ha advertido. M: ¿Cómo que te lo ha advertido? –preguntaba sorprendida. Gi: Debo pasarle a él directamente el informe… si lo hago de otra manera me pateará el culo de aquí a mi jubilación. M: Gimeno, no me toques las narices y dime qué vas a poner en ese maldito informe… -suspiraba. El forense miraba a su compañera, observando después tanto a Lola como a Rai. Este último suspiraba colocando los brazos en jarra mientras bajaba la vista. Gi: No… puedo, Maca… ya no tienes nada que ver con el caso. M: ¡Joder! Girándose daba una patada a la puerta, que cedía por sí sola hasta golpear la pared y volver a cerrarse creando el vaivén por unos segundos. Sentándose en uno de los asientos en la fila junto a la pared, pegaba la cabeza al frio azulejo. Cerrando los ojos y apretando el puño de su brazo malherido. Intentaba respirar cuando escuchaba los pasos de sus dos compañeros detenerse junto a ella. 107

Quimera R: Tranquilízate, Maca. M: Ella no se merece esto… no después de todo lo que ha pasado. L: Van a pasar unas horas hasta que esto se aclare… ¿por qué no vas a casa? Berni necesita comer y lo tengo en el coche… yo estaré con ella.

Después de ducharse, con más de un problema por la herida del hombro, consiguió ponerse algo de ropa cómoda. La idea de comer algo fue desechada al instante cuando ni el mismo aire pasaba con facilidad hasta su cuerpo. Entraba en el salón viendo como Berni se erguía ante su presencia, mirándola hasta llegar al sofá y reclinar la cabeza. Apenas un par de segundos después saltaba sobre ella logrando captar su atención. M: ¿No te enfadas porque no te la haya devuelto, verdad? –acariciaba su lomo mientras se cruzaba con sus ojos- Al final resultará que tú y yo nos vamos a llevar bien. –un pequeño ladrido llegaba hasta sus oídos haciéndola sonreí mínimamenteEspero poder traértela pronto… Reclinándose de nuevo, seguía acariciando aquel cuerpo sobre su regazo. Recordando todo lo que había acontecido aquel día. Automáticamente su mano buscaba el golpe en su cabeza. Frunció los labios al sentir el dolor y el tacto de los apenas tres puntos de sutura que cerraban la herida. Suspiró recordando su imagen en aquel corredor, alzando su pistola y temblando. Aquel segundo disparo, el choque de aquel cuerpo contra el suelo. El teléfono sonaba avisándole de que había recibido un mensaje. Se inclinó hacia la mesa escuchando un quejido de Berni por el movimiento, cogiendo el móvil y leyendo aquel aviso de Lola: Te espero aquí en diez minutos. Se levantó con rapidez, yendo hacia su dormitorio para calzarse y salir de nuevo buscando las llaves de casa. Antes de salir miró hacia el suelo mirando de nuevo al can. Suspiró mínimamente mientras enganchaba la correa en su collar saliendo un instante después junto a él. El Taxi la dejaba en la puerta de comisaria y caminando con seguridad entraba con el cuerpo de Berni por delante de ella. Varios compañeros la miraban incluso mientras subía el tramo de escalera hasta el primer piso, donde Lola la esperaba frente a la puerta del despacho de su jefe. M: ¿Qué pasa? –la puerta se abría llamando su atención y teniendo que soltar aquella correa cuando Berni corría hacia la escritora. E: Hola. –sonreía cogiéndolo en brazos e irguiéndose para mirarla- ¿Cómo estás? M: ¿Cómo estás tú? E: Pues… La conversación se veía interrumpida por la presencia de Gálvez. Que colocaba una mano en su cintura mientras extendía con la otra una carpeta. Ga: Ahora sí puedes leerlo.

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Quimera Con rapidez lo cogía para caminar con ella hasta la fila de asientos junto a la pared. Buscando la resolución final de aquel informe y leyendo a toda prisa. M: ¿Le mató el golpe? –miraba a su jefe. Ga: Caída mortal… Sus ojos buscaban entonces los de la escritora, que se cruzaba con los suyos unos segundos antes de sonreír y bajar la vista hasta Berni, que lamia su rostro con afán. Ga: Puedes llevártela.

3 Meses después Salía de su coche colocándose las gafas de sol y mirando a su alrededor. Sacando después el móvil de su chaqueta mientras recorría aquel aparcamiento a la vez que miraba aquellas llamadas perdidas que aun se mantenían en la pantalla. L: ¿Se puede saber dónde estabas? –preguntaba nada más verla. M: Hola a ti también, Lola. –pasaba hasta su mesa quitándose la chaqueta- ¿Qué pasa? L: Gálvez ha estado intentando localizarte toda la mañana, tenemos que preparar un dispositivo para esta tarde. M: ¿Y eso? –la miraba frunciendo el ceño. L: Hemos tenido un soplo del alijo que esperábamos… tenemos que estar en el aeropuerto a las cinco en punto. M: Las cinco… -murmuraba mirando su reloj- Entonces ya tiene que estar todo preparado. L: Ais… ¿se puede saber qué te pasa? –se sentaba frente a ella- ¿Dónde estabas? M: Dando un paseo. –comentaba moviendo varios papales sobre la mesa- He tenido rehabilitación esta mañana. –se frotaba el hombro haciendo movimientos circulares después. L: ¿Te apetece tomar un café? M: La verdad es que sí. –la miraba levantándose después. L: Vamos, anda. En el camino hasta la cafetería de la misma comisaría. Seguía escuchando la conversación de Lola. Nada más llegar fue hasta una de las mesas mientras esperaba aquel par de cafés. Cogió el periódico, abriéndolo por la primera página cuando su compañera llegaba de nuevo. L: Toma. M: Gracias… -pasaba la página buscando el sumario. R: ¿Cómo están las dos chicas más guapas de toda la comisaria a este lado de Madrid? –se sentaba frente a la inspectora. 109

Quimera L: ¿Solo de esta comisaria? Pues vaya piropo… R: Luego te digo hasta donde abarcas usted, subinspectora Sanz. –sonriendo se inclinaba hacia ella para besarla- Guapa. M: ¿Ya estamos? –preguntaba leyendo. R: Por cierto… -miraba a Lola- Ya tengo el libro, he comprado el tuyo y el mío. L: ¡Guay! Pues luego me lo das que no tengo nada que leer y últimamente ya no sabía qué hacer cuando no duermes conmigo. M: ¿Ha salido ya? R: ¿Acaso no buscabas la noticia en la prensa, jefa? –sonreía viendo como hacia caer el periódico para mirarle.

Rai se había marchado tras aquella pregunta, dejando en el rostro de su jefa una mueca que no desaparecía ni con su ausencia. Dobló en silencio aquel periódico antes de dejarlo sobre la mesa y tomar la taza para dar un primer trago, dejando la mirada perdida entre los dibujos que dibujaba el mármol de color negro. L: ¿No la has llamado? M: ¿Para qué? lleva dos meses metida en el bunker, no quiere saber nada de nadie y solo escribe y escribe y escribe… L: La verdad es que es todo un acontecimiento, han aprovechado todo el lio que tuvimos, y le ha hecho muy buena publicidad… además, que escribir un libro en tres meses no es una tontería. Debe tener los dedos destrozados. M: Pues que se lo coma. –la veía sonreír de lado mientras negaba- ¿Qué? L: Nada. –suspiraba viendo como Rai regresaba. R: Aquí lo tienes, princesa. –se lo deslizaba sobre la mesa- No dirás que lo mío no es un trabajo eficiente, recién salidito del horno. L: Gracias. –sonreía ampliamente mientras ya observaba la tapa- Destino… tampoco se ha roto la cabeza con el título. R: ¿Sabéis de qué va? –miraba a una y a otra viendo como ninguna contestaba- ¿Lo quiere saber, jefa? M: Me da igual. R: Un caso policiaco, asesinatos con un mismo patrón… una policía y una chica que se ve implicada en un intento de asesinato, sale viva y ambas se unen para atrapar al malo. –sonreía viendo como lo miraba sorprendida- ¿Original, eh? L: ¿En serio va de eso? –buscaba entre las páginas, deteniéndose a mitad del libro. R: ¡Pero no hagas eso! –cerraba el libro. L: Quiero verlo.

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Quimera R: Pues lo lees bien… -se lo arrebataba entonces dejándolo en una esquina- Eso es hacer trampa y le quitas la gracia, Lolita. L: ¿Y tú tío listo, como lo sabes, eh? –se cruzaba de brazos. R: Porque yo tengo mis contactos, niña. –susurraba acercándose hasta su oído- Si me sigues te cuento más cosas. –sonreía separándose- Bueno, me voy que tengo que hacer una cosa. M: Hasta luego. –contestaba con la vista fija en aquella portada. L: Eh… voy a… a hacer… M: Anda, sí… no sea que se te pierda. –alzaba el rostro para observarla aun con una pequeña sonrisa- Venga. L: Ahora vengo. Negando bajaba de nuevo la vista, dudando un instante mientras se pinzaba el labio. Mirando a su alrededor cogía finalmente aquel libro, manteniéndolo entre sus manos durante unos segundos antes de abrir y pasar las hojas casi hasta la parte final para comenzar a leer. En aquella fría habitación, mi cabeza no daba crédito a todo lo que había pasado a formar parte de mis recuerdos. Aun sentía el frio de aquel espacio abierto, de aquel miedo que se había apoderado de mí y de cada músculo de mi cuerpo. Ver el cuerpo de Olga tendido, creyéndola muerta cuando era mi sentido del valor en aquel lugar, había hecho de mí una maraña de incertidumbre y confusión que me hizo querer huir y dejar toda esa pesadilla atrás. Lo más lejos posible. Había tocado la muerte con la yema de los dedos, la había visto en aquellos ojos cristalinos, dominados por el mal y el odio. Para entonces verla de nuevo a mi lado. Todo resultaba más confuso cuando de nuevo me salvaba la vida, y la supervivencia dejaba un atisbo de esperanza cuando la escuchaba forcejear a mi lado. Nunca había sostenido un arma, no había sentido la fuerza apoderarse de mi cuerpo cuando la bala salía precipitada hasta otro frente a mí, rompiendo sus tejidos, atravesando la piel caliente y viva del que intentaba arrebatármela. Dejé el odio, el miedo, todo lo que me había llevado a llegar hasta allí no importándome que mi vida pudiese acabar aquel día, para disparar. Pasé del orgullo a la protección, no podía permitir que ella también muriese, ella no, ella no… me repetía una y otra vez mientras apretaba aquel gatillo y cerraba los ojos. Ella no…

E: Vaya, vaya… mira lo que ha traído el gato y lo que me encuentro. Girándose con rapidez descubría aquel rostro frente a ella, sonriente, tal y como ella la recordaba. Berni casi jadeaba presa del calor en los brazos de su dueña mientras seguía guardando silencio y el cruce de miradas no se rompía. M: Qué sorpresa. E: Sorpresa la mía. –respondía sentándose frente a ella- ¿No decías que no ibas a leer nunca uno de mis libros? M: Lola se lo dejó aquí… -con una mano lo devolvía a la misma esquina alejada de ella- Era curiosidad… -la miraba de nuevo- Así que… ¿Olga, no? –sonreía.

Esther sonreía bajando la vista para acariciar la cabeza de Berni, cogiéndolo después en peso para dejarlo en el suelo y ver cómo iba hacia los pies de Maca para 111

Quimera mirarla, descubriendo entonces sorprendida como los brazos de Maca lo cogían para dejarlo sobre su regazo. M: Hola, cabezón… cuanto tiempo. E: ¿Cómo va tu hombro? M: Bien… este mes termino la rehabilitación, aunque todavía me molesta un poco de vez en cuando. –volvía a mirarla- ¿Y tú? E: Pues ya soy libre… así que bien. M: Supongo. –volvía a bajar la vista- A algunos de aquí no les va a gustar que hayas escrito de lo que pasó. E: ¿Tú estás entre esos algunos? –la veía erguirse para negar en silencio- Entonces no hay problema que me importe realmente. M: Tampoco es que te hayas molestado en preguntarme, si me molestase poco iba a poder hacer. E: Tienes razón. M: Lo sé. –asentía- ¿No tendrías que estar firmando libros y todas esas cosas? ¿O eso lo tienes programado para otro día? E: La verdad es que no, no ha hecho falta darle esa promoción… la gente es muy morbosa, y cuando se corrió la voz de qué iba, ya los reservaban en las librerías. M: Así que te vas a hacer aun más famosa. E: Yo no soy famosa… es lo bueno que tiene ser escritora, que pocas personas saben realmente qué cara tengo. -Perdone. Ambas se giraban viendo como frente a ellas, uno de los chicos sostenía aquel mismo libro en las manos. Mirando a la inspectora y a Esther con cautela mientras esta última se pinzaba el labio antes de mirar a Maca. M: Giraldo… -suspiraba. E: Dame. –sonriendo tomaba el ejemplar y el bolígrafo que le ofrecía. -Vengo ahora mismo de la librería. –sonreía nervioso- Están casi agotados… Estoy deseando leérmelo, creo que en un par de noches lo habré hecho. E: Toma. –se lo devolvía agradecida- Espero que te guste. -Seguro que sí. –asintiendo se retiraba mientras leía aquella dedicatoria en el camino. M: ¿Por qué no devolvías mis llamadas? Dejé de hacerlo pensando que ya no querías saber nada más de mí. E: Estaba demasiado distraída con el libro, no he parado de escribir en dos meses. M: ¿No tenias ni cinco minutos para cogerme el teléfono?

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Quimera E: Ni cinco minutos. M: Ya… Pues nada, supongo que Berni era el único con el honor de verte y saber que estabas bien, no como el resto de los mortales. E: No seas tan orgullosa, Maca… M: No era un reproche. –la miraba- Pero razón no me falta. E: ¿Sabes qué? –cruzaba de brazos sobre la mesa- Me han ofrecido un proyecto para hacer una película sobre el libro… ¿qué te parece? M: Una película… -la miraba sorprendida. E: Sí. M: Qué bien… -asentía sin efusividad y una pequeña sonrisa de lado- Mas trabajo para la súper escritora de año. E: No exactamente… -ladeaba el rostro- Había pensando que si quieres, te lo cuento esta noche… yo preparo la cena.

Salía de su despacho mirando la hora. Iba bien de tiempo si solo pasaba por casa para darse una ducha rápida y salir después hasta casa de Esther. Cuando comenzaba a caminar hacia la salida, una serie de murmullos la hacía girarse, descubriendo lo que menos esperaba y que le hacía sonreír cuando se detenía colocando ambas manos sobre su cinturón esperándole llegar cuando ya la miraba. M: Madre mía, Gimeno… ¡Si vas hecho un dandi! -lo miraba de arriba abajo- ¡Qué guapo estás! Gi: ¿Sí? –sonreía mirándose- La verdad es que… ¡voy guapo! –asentía mirándola- El traje es… nuevo también. M: ¿Y a qué se debe esta salida al mundo exterior? –comenzaban a caminar. Gi: Tengo una cita. –acariciaba las solapas de su chaqueta- ¿Recuerdas la viuda toca narices? –la veía asentir- Su hija vino no hace mucho, nos vimos en un pasillo y… ¡Voilà! M: ¿No me digas? –sonreía ampliamente- La hija de la viuda…. Jum. Gi: Ya ves… igual solo quería… mandarme señales ¿Quién sabe? M: Puede ser, sí. –asentía sin poder dejar de sonreír y cruzándose de brazos¿Quieres que te acerque a algún sitio? Gi: La verdad es que… -miraba al frente volviendo después a ella- ¿Debería comprarle flores? M: No estaría mal. Gi: Entonces sí. –asentía caminando de nuevo- Llévame a alguna floristería… pero oye. –se paraba tomándola del brazo- ¿Tú… no tenias una cena?

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Quimera M: ¿Y eso cómo lo sabes? –se extrañaba. Gi: Me lo dijo Raimundo… que Lola se lo había contado y que yo no debía decírtelo a ti. –se detenía- Vaya… si me descuido te lo cuento todo. M: No pasa nada, Gimeno. –frotaba su hombro comenzando a caminar. Gi: Entonces… tenía razón con la escritora ¿no? –se inclinaba buscando sus ojos. M: No lo sé… -lo miraba- Ya veremos. Gi: Verás cómo sí… además –salían hasta la calle- Os caía a las dos la misma masa traslucida y líquida por la comisura cuando os mirabais. –la hacía reír al instante¡De verdad! M: ¿Y dónde vas a llevar a tu cita a cenar? Gi: Me va a llevar ella a mí. –se detenían junto al coche- Insistió tanto que… -suspiraba- ¿No será una venganza de la maldita vieja, no? M: Jajaja entra en el coche, anda. –negaba abriendo su puerta- Que veo que me haces llegar tarde a mí. Gi: Uy no, que esta noche los dos tenemos suerte y verás… mañana… -le guiñaba un ojo antes de entrar en el vehículo.

A las nueve en punto estaba bajando de su coche. Mirando aquella botella de vino cuando aún no había llegado hasta el portal, y preguntándose si eso es lo que debería llevar, o si en realidad no tendría que haberlo hecho. Cuando la puerta se abría después de haber llamado al timbre, dejaba esos pensamientos para ir hasta el ascensor y mirarse una vez dentro. M: Pareces tonta, Maca. –chasqueaba lengua antes de girarse y quedar frente a la puerta- Tonta de remate. Llegando al final del recorrido, el ascensor se detenía abriendo sus puertas para dejarle paso. Lo hacía de una forma lenta, casi programada hasta que quedaba frente a la puerta. Elevaba el puño para llamar cuando al otro lado se escuchaba las uñas de Berni contra la madera. Ya con una pequeña sonrisa presionaba el timbre. Durante los segundos en los que debía esperar aun, decidía tomar aire para tener la seguridad de que hablaría cuando la tuviese delante. E: Hola. –sonreía nada más abrir- Qué guapa. –la miraba con detenimiento. M: Vino. –extendía el brazo botella en mano- No hay por qué usarlo, la verdad… supongo que tendrás otra cosa. E: Pasa, anda. Soltando lo que restaba de aire en sus pulmones, pasaba como le pedía. Sonriendo al ver a Berni remolonear alrededor de sus pies. Pero cambiando el rostro por completo al ver la mesa que Esther había preparado para esa cena. E: A la cena le queda un poco todavía.

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Quimera M: No pasa nada, aun es pronto. –miraba a su alrededor, sintiendo como la escritora le arrebataba la botella para coger su mano y llevarla hasta el sofá. E: Voy a descorcharla, espérame aquí. Viéndola marchar dejaba las manos sobre sus rodillas, tamboreando con los dedos presa por culpa de los nervios que aun la manejaban casi por completo. E: Toma. –le tendía una de las copas- ¿Estás poco habladora hoy? M: Eh… no estoy poco habladora. –negaba entonces con más calma y viendo como daba un trago de su copa sin dejar de mirarla. E: Bien, porque necesito que no sea así. M: ¿Necesitas por qué? E: Porque ya que te voy a contar ese proyecto de la película me gustaría que me dieses tu opinión y que esto no sea un monologo por mi parte. M: Puedes estar tranquila entonces. –respondía asintiendo levemente cuando tras beber ella también, decidía dejar la copa sobre la mesa- Cuéntamelo. E: Una productora ha hablado con Carlos, están interesados en hacer una adaptación del libro para el cine y contar con mi asesoramiento mientras la graban. –sonreía entonces- Incluso puedo opinar sobre el reparto ¿Guay, eh? M: Entonces espero que la que haga de policía sea guapa. E: Tonta. Mirándose entonces guardaban silencio, dejando pasar el tiempo mientras ninguna hacia ni decía nada, simplemente observando a la otra. Siguiendo de igual forma hasta que Esther rompía la visión con los ojos fijos en ella para bajar el rostro. E: La verdad es que contarte esto era solo una excusa. –susurraba antes de volver a mirarla. M: ¿Y por qué estoy aquí realmente? Esther seguía mirándola cuando flexionaba la pierna dejando su rodilla de apoyo para su rostro, dejando así la barbilla sobre ella. E: Si te pidiese una oportunidad ¿Qué contestarías? Aguantando su mirada volvía a guardar silencio, justo cuando Berni mordía uno de sus juguetes frente a ellas, haciendo sonar el pequeño silbido que salía del interior de la goma, pero todo de forma inútil mientras ninguna de las dos parecía darse cuenta de aquel hecho. M: ¿Acaso hay algo más importante para ti que tus libros? –preguntaba con calma. E: ¿Y para ti la policía? –sonriendo de lado se sentaba entonces correctamente, acercándose a ella mientras Maca aun permanecía de igual forma, dedicándose simplemente a mirarla- Me gustaría intentarlo, Maca. Mirando sus labios susurraba lentamente, volviendo después a sus ojos y viendo como estos estaban tan puestos en ella que un escalofrío le recorría la columna.

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Quimera M: ¿Sabes qué? E: ¿Qué? Elevando la mano llegaba hasta poder recoger un mechón de pelo que caía por su rostro, dejándolo detrás de su oreja y descubriendo una pequeña sonrisa que nacía por aquel gesto de cariño improvisado y que le hacía bajar la vista durante un par de segundos. M: A mí me gustaría no tener que volver a echarte de menos.

FIN

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