Sin embargo, el Puss pronto creció cansado de su nuevo hogar. Era demasiado grande, frío, y reservado, nada como el molino acogedor y caliente. Ella anhelaba el hogar simple que ella conocía una vez. Puss fue a su amigo, el hijo del molinero (quién ahora era un príncipe), y preguntó él si ellos podían volver a su hogar anterior. “Absurdo!” él gritó. “¿Por qué debemos salir este castillo hermoso, volver a un molino viejo y desmantelado? Vas loco, Puss.” Quizás tiene razón, pensó Puss. Debo lo olvidar. Pero pronto, Puss recordaba la diversión que ella tenía en el molino; persiguía los ratones, tomaba siestecitas en los bolsos mullidos de la harina, yacía en la luz del sol caliente en la tarde… Ella decidía que volver al molino, con o sin el príncipe. Ella embaló los bolsos que noche, y salió para el molino. Puss salió una nota para el hijo del molinero, informar él de su decisión, y pedir que él vuelva al molino con ella. Pero cuando él no unió en su viaje, ella creía que él simplemente se olvidó. Mientras el Puss andaba, ella notó algo extraño. Estaba mucho tranquillo en las maderas; ella no oyó ni vio un solo animal hasta ahora en su viaje. De repente, ella vio algo en frente de ella. Antes de que ella comprendió qué pasa, Puss sentía un dolor en su cabeza. Ella se cayó abajo y se dormir. En las plantas, estaban casi cientos pájaros y liebres. Puss miraba que eran los amigos de los animales mató. Ellas cargaron a Puss. Ella corría, pero ganaron en ella. Entonces, de ninguna llequé un trompeta fuerte. Los animales congelaron, como “todos los caballos del rey y todos los siervos del rey” llegaban de la colina. Asustaron de los animales. En conmoción, Puss miraba sobre la colina, de donde todos los caballeros llegaban. ¡Estaba su amigo, el príncipe! “Yo pensé que olvidaste sobre mí!” Puss gritó.
“¿Cómo puedo abandonar mi amigo? Debo escuchar a tú antes. Debemos ir a nuestra casa.” “Al castillo?” ella pidió. “No,” él dijo, “al molino.”