P rovocación MisionerA Ernesto Duque
El servicio de la consolación Por supuesto que hace dos mil años, por tierras de Galilea, donde Jesús anunciaba la Buena Nueva del Reino, no existía la “seguridad social”.
Ya que la sociedad no se hacía
cargo de los enfermos, buscaron una solución que les evitara cualquier problema o reclamación por “abandono de atención”, “negligencia médica”, o temas parecidos, aunque esas “figuras jurídicas” no estuvieran previstas en ningún código penal.
Aunque existía un cierto “sistema
de atención sanitaria”, éste estaba sólo al alcance de los ricos.
Así se determinó que toda enfer-
medad era un castigo de Dios por algún pecado que había cometido el enfermo. En el caso de que al enfermo no se le pudiera encontrar nada malo que hubiera hecho, la respuesta era que estaba pagando algún pecado de sus padres, de sus abuelos, o bisabuelos…
O se encontraba algo en sus ante-
pasados o siempre quedaría la sombra de la duda. Al igual que hoy, el sistema siempre encontraba la forma de buscar algún culpable y lavarse las manos.
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Con frecuencia pasamos de forma indiferente, volviendo la cabeza hacia otro lado, frente a los hermanos que sufren
Y
hace dos mil años, en tierras de Galilea, cuando un pobre de solemnidad caía enfermo, no tenía posibilidad de acudir al médico. Normalmente su familia no se conformaba con tenerlo en casa esperando su muerte. Cuando el sol empezaba a calentar sacaban a los enfermos a la plaza del pueblo o a la cuneta de los caminos. Ahí los tenían hasta la puesta de sol. Otra medicina No era una forma de desentenderse de ellos. Muy al contrario. Intuían que mantenerlos encerrados en casa les llevaría a un estado depresivo y morirían antes. Los sacaban a la plaza porque sabían que a lo largo del día posiblemente alguien se pararía a hablar con ellos, y no faltaría quien les diera unas palabras de consuelo. Aunque la mayoría pasaban indiferentes preocupados por sus propios problemas. Utilizaban la única medicina que estaba a su alcance: la “medicina del consuelo”. Una medicina más eficaz que muchas de las “tradicionales” que se usaban en aquel tiempo. Médico del consuelo Cuando uno lee los relatos de los evangelios se encuentra con que Jesús se encontraba frecuentemente con enfermos, en las plazas de los pueblos, en los caminos… Nunca fue indiferente frente a ninguno de ellos. A todos se acercó. A todos les tomó de la mano, aunque la ley prohibiera tocarlos porque quedabas “impuro”. Para todos tuvo palabras de consuelo. Pero cada hombre, mujer o niño que sufría le revolvía las entrañas. Sabía que Dios siente un entrañable
cariño por cada uno de sus hijos, sin ponerse a juzgar su conducta. No era partidario de hacer milagros. No quería que la gente lo siguiera por su condición de “curandero”, sino porque estaban dispuestos a colaborar en la construcción del Reino hasta dar su vida. Pero ante el sufrimiento humano su sensibilidad podía más. Y recorrió las tierras galileas curando enfermos, para demostrar que el sufrimiento no era un castigo de Dios. Al contrario, la voluntad del Padre era la salud y la felicidad de los hombres. Por eso se acercó a sus hermanos consolando de palabra y con hechos. Ministerio de la consolación Ministerio significa servicio. Todos estamos llamados al servicio de la consolación. Con frecuencia pasamos de forma indiferente, volviendo la cabeza hacia otro lado, frente a los hermanos que sufren. Pensamos: ¡bastantes problemas tengo yo, como para ocuparme de los de los otros! No caemos en la cuenta de que eso es una forma de empobrecernos como personas. Difícilmente podamos hacer milagros como los de Jesús. Pero, por mal que estemos, todos encerramos en nuestro interior una gran riqueza: la capacidad de consolar, de ejercer el servicio de la consolación. Cuando lo hacemos, hasta nuestros problemas parecen menos importantes.
El servicio misionero ¡Cuántas veces los misioneros quisiéramos hacer al menos un milagro de los que hizo Jesús! Y chocamos contra el duro muro de la realidad que nos hace ver nuestras limitaciones. Pero siempre, incluso en las situaciones más extremas, podemos ofrecer el servicio de la consolación, del estar cerca del que sufre, de ofrecerle nuestra compañía, nuestro tiempo, nuestro interés… No somos súper-héroes, la riqueza más importante que podemos ofrecer es la debilidad de nuestra cercanía… el resto podemos dejarlo en manos de Dios. Si somos ricos en capacidad de consolación, habremos ofrecido un servicio valioso y habremos crecido como personas.
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