TÚ YA SABES COMO ES ELLA D. Carlos Guillermo Domínguez Hernández Escritor y periodista
Como todos los años, Madrecita del Pino, nos reunimos en Teror, para conmemorar tu Día. Una fecha muy señalada pues en ella se ha vuelto a establecer este día como fiesta en toda la isla de Gran Canaria. Y muy especial, pues se cumple el Primer Centenario de tu Coronación. Han pasado cien años desde que el Padre Cueto pusiera sobre las sienes de tu Hijo y luego sobre tu cabello rubio aquellas primeras coronas confeccionadas con las joyas que las mujeres canarias habían donado para ti. Por eso vengo emocionado y lleno de orgullo. Sí, ya sé eso de la humildad y la sencillez que distinguen a los canarios; pero, ¿cómo oculto la felicidad que me invade? ¿Cómo disimulo esa inmensa satisfacción que siento? ¿Cómo evitar los recuerdos de un chiquillo al que le contaron, muchas veces, aquel momento en que tú, con una mirada, le otorgaste la vida? Una vida llena de maravillosos momentos, de felicidad y también de instantes de lucha, dolor y amargura, claro que sin esto no podría llamarse vida. Hace ochenta años, Madre mía del Pino, trajeron ante ti a ese niño recién nacido envuelto en una toalla. Los médicos habían dicho: Si quieren que muera cristiano llévenlo a bautizar, pues le queda muy poco de vida. Tiene una hemorragia interna y eso no hay quien lo detenga. Han pasado los años que le otorgaste y hoy, con el recuerdo de ellos vividos intensamente, ese niño está ante ti.
Es tu Pregonero en esta fecha maravillosa de tu Natividad, y del Primer Centenario de tu Coronación, en la que los romeros se preparan para venir ante ti desde todos los rincones de la isla. Aquel niño, el hijo del telegrafista de Teror que trajeron desde aquella casa de la calle Real para morir a tus pies, viene hoy a darte gracias por la vida en plenitud que le otorgaste; por haberle protegido en los horrores de una guerra, del hambre y de la muerte; por haberle dejado soñar; por dejarle ser lo que siempre deseó ser; por permitirle estar hoy ante ti y por concederle el mayor premio de su vida: Ser tu Pregonero. Aicá Maragá, Aterura, guayere de Tamarán. Es decir: Sean bienvenidos al valle de las piedras doradas, gentes de la tierra de los hombres valientes. Sepan ustedes que he nacido en este valle verde, corazón de la Isla, un trozo de aquella selva de Doramas al que los aborígenes llamaron Aterura, tierra dorada. Seguramente por el color amarillo de las piedras de sus canteras. Y ello me ha condicionado a lo largo de mi vida, pues llevo en mi sangre el salitre atlántico que trae el alisio, el rojo de las tierras de este lugar y los mismos sentimientos que guiaron a lo largo de sus vidas a aquellos hombres que habitaron este contorno. Por eso soy feliz al profundizar en la historia de nuestra tierra, conociendo a fondo las costumbres relativas a los hombres y mujeres que dejaron huellas en este suelo, que vivieron y escribieron los acontecimientos de sus vidas en nuestros valles, en nuestras montañas, en nuestros barrancos y nuestros roques.
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Vivo en plenitud cuando recorro esos lugares de la antigua Tamarán. Sintiendo los amaneceres como ellos los sintieron, durmiendo en las cuevas que ellos habitaron, acariciando el barro de los gánigos que ellos moldearon con sus manos, rozando suavemente la madera labrada de una tarja, sentándome junto a los tres teniques de un fogal donde asaron en leche el cabrito. Pasando una noche en lo alto del Bentayga o en las estribaciones de los montes que rodean el maravilloso valle de Aterura, mientras oigo el trino del canario del monte, escucho al agua cantar en las acequias, y veo a las sombras correr a ocultarse en los barrancos mientras Magec, el sol, se detiene un momento en su recorrido por titogán, el cielo, para contemplar las bellezas de esta tierra inigualable. Por eso me siento feliz al ser mi voz la que les convoca en este año para venir a Teror en la fecha en que se cumplen los cien años de la Coronación de Nuestra Señora. Voz que remeda aquellas caracolas que encontraban eco en nuestras montañas, o esas campanas: la Grande, la Media y el Esquilón, que también saben arrancar ecos a las montañas y a los corazones con sus lenguas metálicas y la resonancia de su bronce. Sansofé, bienvenidos, romeros del Pino. Vengan en armonía, llenen sus alforjas de paz para repartir entre los que la necesitan. Traigan carianas repletas de justicia para dar a los que la piden. Llenen a rebosar los gánigos de amor para derramar en los corazones yermos, y en el zurrón del gofio, pongan, muy apretados, puños de esperanza para dar a todo el que lo pida. Ustedes lo saben bien. Es dando cuando más se recibe. Demos con generosidad y nuestra Madre del Pino nos dará su sonrisa. La realidad y la fantasía, la historia y la leyenda, se entremezclan, se cruzan y se funden entre sí a lo largo de la vida de los hombres, por lo cual se hace casi imposible separarlas. La fantasía hace sueños de la realidad; esta, a su vez, se transforma, por deseo de algunos, en sueños más o menos reales. 2
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La historia ha sido maquillada muchas veces a lo largo de los siglos, y sigue siendo retocada por seres mediocres que quieren un mundo a su medida, lo mismo que la leyenda, pero mientras una trata de aferrarse a fechas y cosas concretas, la otra corre por el tiempo y deja espacio para la imaginación, uno de los dones maravillosos que posee el ser humano capaz de llenar los huecos que la historia no pudo, no supo, o no quiso llenar, pero que la incomparable mente del hombre, y su fe, colmaron a rebosar. La historia, recordando el hecho maravilloso de la aparición de Nuestra Señora del Pino en este lugar, dice poco más o menos: Enterado el obispo Frías de la aparición de unas extrañas luces en un pino de un lugar llamado Aterura por los aborígenes, decidió hacer una visita al lugar pese a la distancia y lo escarpado de la zona. En el siglo XVII, Fernando Hernández Zumbado escribe así sobre la aparición de la Virgen del Pino: Nuestros padres nos han dicho que dirigidos por un resplandor maravilloso, la encontraron en la eminencia de un pino, rodeada de tres hermosos dragos, de cuyas ramas se formaba una especie de nicho; que una lápida muy tersa le servía de peana y que del tronco de aquel árbol nacía una fuente perenne de aguas medicinales. El franciscano Diego Henríquez dice: Es muy antigua noticia, como tradición muy cierta, que el origen y primer punto del aparecimiento de esta celestial imagen. no fue en tiempos en que los españoles, y con ellos la fe, entraron en esta isla; ni fueron ellos los primeros que lo vieron y hallaron, y a quienes primero se manifestó; muchos años antes que ellos, la vio y la veía aquella pagana gente y gozara en medio de sus tinieblas de este celestial regalo. Aquí la historia nos deja un amplio hueco por llenar, el de ese centenar de años en los que Nuestra Señora apareciera en el Pino; pero la tra-
dición y la fe, unidas al sentido común, nos hacen considerar lo siguiente: Los españoles ya tenían muchas pruebas del amor de Nuestra Señora a lo largo del tiempo: El Pilar, Covadonga, Montserrat. La mirada amorosa de la Señora se había posado ya en la agreste Asturias, en el bravío Aragón, en la hacendosa Cataluña. Por eso podemos asegurar que Nuestra Señora del Pino no vino por ellos, llegó más de cien años antes de la arribada castellana a las costas de Tamarán. Vino para sus hijos canarios. Y así, aquellos habitantes de Aterura, vestidos con suaves tamarcos de piel adobada, portando en sus manos las agudas amodagas de madera endurecida al fuego, cayados en tiempos de paz y agudas lanzas en la guerra, recibieron el incomparable regalo de la presencia de Nuestra Señora, aún antes de que el papa Clemente VI nombrara a Luis de la Cerda soberano de estas islas con el título de Príncipe de la Fortuna. Fueron ellos, los canarios, los que abrían surcos en la xoba, la tierra roja, con los cuernos de cabras, y los pastores de Aterura, arreando sus jairas, los primeros en contemplar la maravilla de la luz que brotaba del Pino Santo. Los primeros en contemplar la silueta de la Divina Señora enmarcada por los tres pequeños dragos y el verde culantrillo. La bella "Achimaya", la madre, descendida de "Titogán", el cielo, para traer el Amor Divino a sus hijos isleños. Aquellos hombres y mujeres alejados de la civilización, pero que tenían leyes y costumbres más justas que muchas naciones de más allá del mar, que hacían de ellos un pueblo que respetaba a los ancianos y los débiles, que miraba por el honor de la mujer, que sabía repartir los bienes de las cosechas y guardar el grano en los silos para remediar las necesidades de los que fueran azotados por tormentas o sequías.
Unas leyes, unas costumbres, que sorprendieron a los cronistas de la época y aún nos sorprenden a los hombres del siglo XXI, siglo de la ciencia, pero donde fallan tantas leyes. El licenciado Pedro Gómez Escudero capellán de Juan Rejón, nos deja este curioso párrafo sobre los canarios: Se ayudaban unos a otros en sus sementeras, las tierras eran concejiles, que eran suyas mientras duraba el fruto, cada año se repartían, tenían pósitos donde encerraban cebada y cosas de comer, y era de los frutos, como diezmo, que daban en aquel depósito para los años faltos y para hacer repartimientos de limosnas. Otro cronista de la misma época, Antonio Sedeño, que también fue soldado de la tropa de Juan Rejón, aunque no muy simpatizante con su jefe, ya que era de la facción del belicoso deán Bermúdez, nos legó este otro párrafo: Cuando tenían falta de agua para sus panes tenían personas recogidas y de buena vida que la pedían, poniéndose en lugares altos que estaban señalados para ello y estos eran a manera de monjas (Harimaguadas) que guardaban cantidad y frailes, (Faycanes) los cuales recibían cierta parte de los puntos que se recogían en la tierra y los ponían en cuevas que tenían para ello, y los guardaban un año, y cuando venía el tiempo de coger otro esquilmo, de cada cosa no podían recibir aquella parte sin que primero gastasen lo del año pasado dándolo a los pobres, y para esto había grande orden y personas diputadas de estos religiosos que los hacían guardar. Es curioso que esto que escribieran aquellos cronistas sobre unas gentes alejadas de las corrientes civilizadas de la época, los habitante de esta isla, nos parezcan, en estos días del evolucionado siglo, algo digno de imitar, algo que nos falta, que echamos de menos en esta época de guerras, falsedades, carentes de amor y de caridad. También es curioso resaltar como, mucho más EL PINO
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tarde, en el año 1640, como herencia de ese mundo aborigen, Teror poseía un pósito creado para facilitar trigo a los labradores en las épocas de siembra. Si miramos este paisaje nuestro, y dejamos que el alisio nos traiga sonidos del ayer, veremos cómo debió ser aquella primera peregrinación. Imaginar es dejar que las sensaciones de aromas, sonidos y sueños se formen ante nosotros dejando que la vista se pierda en horizontes que nos ofrecen fragancias y resonancias que renuevan sensaciones antes sentidas, es dejar que el alma domine todo, que nosotros seamos parte integral de esas sensaciones. Por eso, en la plácida noche de Aterura y bajo el cielo estrellado, uniéndose a la luz que brotaba del Pino, se encendieron tegalas, multitud de hogueras que anunciaban a todo Tamarán la maravilla. Y cuando Magec, el sol, asomó entre las aguas, y las sombras de la noche se escondieron en cuevas y barrancos, las caracolas tomaron el lugar de las tegalas y por toda la isla se anunció el prodigio con el grave sonido de los bucios, primeros pregoneros del acontecimiento. En tanto que en los reinos europeos se manejaban las intrigas, se cambiaban príncipes y reyes, se rompían fronteras y tratados, mientras se luchaba en mil campos de batalla, aquí, en Aterura, se recibía la primera romería. Llegan ante el pino gigante los recios montañeses de las cumbres de Texeda, donde el Bentaiga se alza al cielo, son los de Artebirgo y Artiacar. Van cubiertos con los tamarcos labrados y teñidos con jugos de hierbas. Se cubren con monteras de piel de cabrito cuyas pezuñas les caen sobre las orejas. Por el barranco de Guayadeque llegan las tribus del pequeño palmeral de Sataute y de Tinamar. Llevan la cintura ceñida por los toneletes de palma y las sandalias de cuero de cabra sujetas al pie con correas. 4
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Vienen los del faycanato de Telde, tierra de luchadores, con las gentes de Tara y Cendro. Al frente, con la añepa, va el más bravo de los katanas. Los de los extensos bosques de palmeras de Atamaraseid; los de la lejana ciudad sagrada de Tamogante en Corán de Agaete; los de la verde Arehúcas; los de la Cueva de Faracas de Agáldar; los del cantón de Aquexata, con sus torsos cubiertos con los suaves chalecos de piel, y junco, y la piel de brazos y mejillas adornadas por las pintaderas con los colores del clan. Pronto la tierra roja de Aterura se cubre de pequeñas fogatas donde se asan el carnero y la cabra; se prepara la carne frita, y el cabrito y la cebada hervidos en leche, mientras se llenan los gánigos de chercequén, la bebida hecha con el jugo fermentado del mocán. El alisio, que raudo cruza el mar para acariciar a su isla, quiere unirse a la fiesta y hace danzar al humo sobre la llama con su fresco soplo y, como si esto fuese una señal, grupos de hombres y mujeres forman filas enfrentadas y danzan al compás de las voces, del palmeo y del sonar de instrumentos de hueso y vasijas de barro con piedritas. Se mecen las ramas del pino gigante, sus acículas trifoliares, como tres finos dedos verdes, rozan la parda corteza arrancando extrañas notas que se unen al suave rumor del viento. Esas romerías, perdidas en el tiempo, no las narró nadie, nada ha quedado de ellas, son como esas otras, que al correr de los siglos, han llegado hasta Nuestra Señora, sin cánticos, sin alharacas, sin ventorrillos, sin turrones ni voladores. La de aquel roncote de La Isleta que vino caminando desde el Puerto trayendo bajo el brazo la tabla donde estuvo asido después del naufragio de su velero, allá, en la costa del moro. La del labrador de Los Arbejales, cargado con
una cesta repleta de frutos que venía a dar gracias a la Señora por haber salvado su cosecha del granizo. La de aquel atardecer cuando una moza, con la mantilla tapándole las sonrosadas mejillas, pedía de rodillas por un mozo que tenía que partir fuera de la isla en busca de un trabajo. Aquella otra en la que la familia entera venía a dar gracias por haber sanado a uno de los hijos. O la anciana apoyada en el bastón, arrastrando los pies, y llevando, muy apretado junto al pecho el cachorro del esposo fallecido, que viene a pedir a la Virgen que no demore mucho el momento de volver a reunirse con él. Y así ¿cuántas romerías silenciosas, año tras año, han llegado a Teror a postrarse a los pies de la Señora del Pino? No podemos decir su número pues, como antes señalé, nadie escribió sobre ellas, nadie se ocupó de contarlas, eran las pequeñas romerías en las que únicamente se sentía el latir de los corazones, las oraciones en voz baja y el suspiro profundo brotado del alma. Como dijo el Santo de Asís: Señor, que donde esté la duda pongamos nosotros la fe. Son tres los obispos que han dejado sus nombres muy unidos a la Virgen del Pino: el obispo Fray Juan de Frías; El Dr. Fray José Cueto y Díez de la Maza y el obispo don Ángel Marquina Corrales. Aquel monje y soldado que fue el obispo Frías ha sido un personaje aplaudido por unos y denostado por otros. En él, ciertamente, se funden la historia y la leyenda de tal forma que es difícil separar una de otra. ¿Fue o no fue el jefe de las tropas castellanas que arribaron a nuestras costas? ¿Su jefatura era castrense o evangélica? Muchas crónicas resaltan su amor a los isleños, descollando su defensa de los gomeros llevados a Moguer tras el engaño de Hernán Peraza, el joven. Se quejó a Los Reyes Católicos y no descansó hasta
que éstos le dieran la razón y los cien gomeros fueran liberados y devueltos a su tierra natal por el mismo Frías. Pero lo más destacado de este obispo fue que el 8 de septiembre de 1481 se detuvo junto al Pino Santo para contemplar arrobado el primer descendimiento de la imagen de la Virgen. Dando un salto de siglos nos encontramos con el Reverendísimo Fray José Cueto Díez de la Maza, nuestro Padre Cueto, querido y respetado por su caridad y amor a los isleños, de los que dijo: "De entre mis amados hijos los canarios, al sepulcro". El 1 de junio de 1891 fue preconizado por Su Santidad León XIII. El día 22 de noviembre llegaba a Las Palmas de Gran Canaria. Pronto se hizo querer de todos por su sencillez y gran simpatía. El mismo pidió limosnas, de casa en casa, para edificar las capillas laterales de la Catedral de Santa Ana, dedicadas a la Virgen de los Dolores y al Santísimo Sacramento. En 1894 obtuvo del Papa León XIII la declaración de la Catedral de Santa Ana en Basílica. En nuestra Diócesis se establecen las Religiosas Dominicas de la Sagrada Familia, los Padres Franciscanos, los Padres Paules y aquí, en Teror, los Padres Cistercienses, convento de clausura de las monjas cistercienses y los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Hoy, más que nunca, su recuerdo está entre nosotros. Fue el padre Cueto quien elevó las preces necesarias a la Santa Sede, en 1904, solicitando la coronación canónica de la Virgen del Pino con el deseo de aprovechar que el 8 de diciembre de ese mismo año se conmemoraba el quincuagésimo aniversario de la promulgación dogmática de la Inmaculada Concepción. La petición fue atendida y concedida la gracia EL PINO
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por el Papa Pío X. Pero Fray José Cueto se dio cuenta que la fecha de diciembre, en pleno invierno, no era la más adecuada. Por ello se solicitó a la Santa Sede fuese concedida prórroga para demorar el acto al 7 de septiembre del año siguiente, víspera del Pino. Lo cual fue concedido. Él mismo puso las coronas sobre las sienes del Niño y en las de Nuestra Señora, coronas confeccionadas con las joyas donadas por las mujeres canarias, ricas y pobres, todas contribuyeron a ello. Han pasado cien años, el Padre Cueto reposa, como él quería, en tierra canaria, en la capilla del colegio de las madres dominicas en Las Palmas de Gran Canaria. Su santidad de vida ha hecho que se reanude recientemente su proceso de beatificación. El tercero de estos tres obispos es el llamado Obispo de Teror por el amor que demostró a esta villa, donde pasaba largas temporadas, y su gran devoción a nuestra Señora del Pino. Don Ángel Marquina Corrales inscribió su nombre en nuestra Historia Insular, de la que entró a formar parte, por haber sido quien promovió que la Virgen del Pino fuese nombrada Patrona de la Diócesis Canariense, al igual que la consagración de su Templo y el título de Basílica para el mismo. El Obispo Marquina marcha a Roma con el informe del Cabildo en súplica de que la Virgen del Pino fuese declarada patrona principal de la Diócesis. El 16 de abril de 1914, la Santa Sede concede la gracia en rescripto que dice: "Por especial indulto de Nuestro Santísimo Señor el Papa Pío X, la Sagrada Congregación de Ritos aprobó y ratificó la elección de la Bienaventurada Virgen María como Patrona Principal de la Diócesis Canariense, hecha por el Reverendísimo Obispo y Cabildo, y mando que la fiesta patronal se celebrará en la Natividad de 6
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la misma bienaventurada Virgen María, día 8 de septiembre." Soy tu pregonero, Señora, mi labor como tal es la de convocar a tus hijos en este lugar; pero, tú lo sabes, ellos no necesitan ser llamados, vienen alegres a verte en estos días. Quiero pedirte algo, sí, ya se que he pedido mucho durante toda una vida; pero esto es algo que estoy seguro comprenderás. Quisiera, por unos momentos, dejar de ser tu pregonero, para serlo de ellos, sí, ser pregonero de todos los que no han venido por diversas causas, por estar enfermos, cansados, agobiados por el trabajo, tristes, con amargura, incrédulos, escépticos, poseídos por la droga, desengañados de la vida. En suma, los que no tienen esperanza, los que ven tambalear su fe, porque, tú lo sabes, la carne duele y el espíritu se rebela. Sí, quiero ser su pregonero por unos instantes, quiero estar con ellos, y ahuecando mis manos recoger todo eso que los mantiene lejos de aquí y ponerlo a tus pies con una ilusión. Tú puedes con todo, Virgencita del Pino, ellos lo necesitan y yo te lo pido con confianza. Hay unos versos del poeta colombiano Eusebio Robledo Correa que me han servido de asidero cuando he pensado en mis muchas faltas y errores. Me voy a tomar la libertad de simplificarlo para acortar la narración y hacerlo más asequible. Daba Padre Dios su acostumbrado paseo por el cielo, cuando notó con sorpresa que algunos con los que se cruzaba bajaban los ojos y ocultaban avergonzados el rostro. ¿Qué pasa aquí? Se preguntó. Esto es bastante raro. Me da la sensación que al buen San Pedro se le han colado algunas almas. Estas no están totalmente limpias. A mi buen Pedro la edad lo hace distraído. Mandó buscar al portero celestial y cuando lo tuvo
en su presencia le reprochó dejar entrar a tanta gente. San Pedro aseguró, con voz firme, que pese a su edad avanzada, nadie había entrado sin el debido pasaporte. Bien, dijo el Señor, te creo, pero vigila con cuidado y avísame si ves algo raro. Asintió San Pedro y presuroso fue a la portería, revisó una a una las cerraduras, y tranquilo al comprobar que todo estaba en orden, se sentó a esperar. Poco después daba un salto de sorpresa, con los ojos redondos por el asombro contempló a cantidad de intrusos que en el cielo se colaban. Mandó a un ángel para que avisara a Dios y cuando este llegó le hizo señas para que se escondiera y viera lo que ocurría. El caso es que, fuera del recinto, había un montón de almas a las que Pedro, inexorable, había prohibido el paso por no tener en orden el pasaporte. Y esas almas tan tristes, exhalaban tan amargos gemidos y quejas de tan gran melancolía, que la Virgen María, de ellas compadecida, y no sufriendo que en vano así esa gente la implorara, a los muros del cielo se subía, y desde allí creyendo, que por la noche nadie la veía, uno a uno iba alzando con intensa alegría, haciendo así a San Pedro contrabando. Como San Pedro ya se vio triunfante, Probada su inocencia, Al buen Señor le dijo muy campante: "Al menos le hará Usted una advertencia" Mas el buen Dios que había reconocido En los muros del cielo, allá en la altura, a su Madre, tan dulce, pura y bella, le respondió con singular dulzura: "¿Para qué? ¡Tú ya sabes cómo es Ella!"
Nosotros también sabemos como es Ella y unimos nuestras oraciones para pedirle por nosotros y, también, por todos aquellos que no podrán venir.
Decía, al comenzar este pregón, que la realidad y la fantasía, la historia y la leyenda se entremezclan se cruzan y se funden entre sí a lo largo de la vida de los hombres, por lo cual se hace casi imposible separarlas. La historia ha sido maquillada muchas veces a lo largo de los siglos, y sigue siendo manipulada en su intento de dejar sin espacios a la imaginación, los sueños, la fe… Ernest Hemingway aquel escritor y periodista de estilo crudo, cortado e incisivo, que fue Premio Pulitzer de Novela y Premio Nóbel de Literatura, escribió lo siguiente: Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal. Aplicar esta idea al tan traído y llevado debate del patronazgo de Nuestra Señora sobre estas islas atlánticas, nos hace pensar: se construye o se inventa a partir del conocimiento personal… o impersonal. El conocimiento personal sólo es posible, en este caso, apoyándonos en el impersonal, ya que no fuimos testigos y nos apoyaremos únicamente en lo que otros escribieron, más doctos y menos doctos, más interesados y menos interesados, de una isla o de otra isla. Ustedes, mis queridos romeros, habrán visitado las otras islas hermanas de este Archipiélago, y estoy seguro que se han postrado con amor y reverencia, en su visita a Lanzarote, ante la Virgen de los Volcanes; en la Gomera, ante Nuestra Señora de Guadalupe; en El Hierro a los pies de la Virgen de los Reyes; o en Fuerteventura ante Nuestra Señora de la Peña; en Tenerife ante la Virgen de los Remedios, o de la Candelaria, y en La Palma ante la Virgen de las Nieves. Sí, con la misma fe, con el mismo amor, pues todas son una misma: Nuestra Madre María. Es bonito, maravilloso, que cada uno de esos nombres esté grabado en nuestro corazón para fundirse en uno sólo, el de la Madre de todos. EL PINO
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Para escribir mis relatos y novelas ya no lo hago con el lápiz-tinta de mi infancia, o con la estilográfica de mi juventud, ni con la clásica máquina de escribir que tanto empleé, ahora enciendo el ordenador y me lanzo por las pistas de la información en busca de datos; así, en estos días, buscando a las patronas de nuestras islas, he sentido una magua sin límites. He leído de todo en un intento de demostrar que mi virgen es mejor que la tuya. Es de pena, de auténtica pena. Claro que en esas redes informáticas, en esas pistas de la información se encuentran noticias que nos alegran y nos reconcilian con los humanos. Así, puede uno leer cosas como estas: "El alcalde de Teror, Juan de Dios Ramos, y el de Candelaria, José Gumersindo García, mantuvieron el pasado 1 de junio en el municipio tinerfeño una reunión junto a los párrocos de ambas localidades, Manuel Reyes y Jesús Mendoza, con el objetivo de profundizar en las necesidades de los dos municipios como villas marianas y solicitar al Gobierno regional la realización de un estatuto específico. Los párrocos de las villas marianas insistieron en que estos municipios, hermanados desde marzo de 1991, deben servir de unión de las dos provincias canarias, y que la devoción a la Virgen del Pino y de Candelaria suponen elementos unificadores como lugares de peregrinación, manifestando su total apoyo a las reivindicaciones de los alcaldes y favoreciendo la mejora de infraestructuras de atención a los peregrinos y visitantes". Después de leer esto se siente uno canario, se siente uno isleño, en una palabra se siente uno feliz. EL PRÓXIMO DÍA 8 es un día único para todos. Conmemoramos, aparte de la Natividad de Nuestra Señora, el Centenario de su Coronación y el que esta fiesta sea nuevamente de origen insular, dando lugar a que de todos los rincones de Gran Canaria vengan los romeros hacia Teror con sus carretas repletas de los frutos del mar y de la tierra; pero, sobre todo, los frutos de los corazones, para ponerlos a los pies de Nuestra Señora del Pino. 8
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También llegarán, como años tras año, de las otras islas del Archipiélago a ofrecerle sus danzas y canciones junto a esas preces impregnadas de amor. Muchas veces me he preguntado por qué Nuestra Señora escogió un pino para llegar hasta nosotros. Nuestra isla está rodeada de mar; hay altas montañas y profundos barrancos; lavas y cuevas. ¿Por qué quiso un pino canario como peana? ¿Porque sus ramas ofrecen sombra y frescor? ¿Por sus profundas y fuertes raíces que son como el amor auténtico? ¿Quizás porque se alza al cielo como una oración? Señalemos como el número tres aparece en este acaecimiento repetidas veces: Junto a la imagen de la Señora había tres dragos. Las acículas del pino canario son tres. ¿Acaso, para Ella, Hija, Esposa y Madre de la Santísima Trinidad, esto fue la causa de su elección para hacerse presente entre nosotros? ¿O quizá porque el tronco del pino es incorruptible? ¿O lo fue porque el pino canario resucita de la muerte y de nuevo se eleva hacia el cielo? La mente se pregunta y duda… el corazón y la fe dan la respuesta Lo cierto es que Ella está aquí, entre nosotros, por encima de las ideas de los hombres, de los decretos, declaraciones, documentos humanos, de todo lo que se quiera, sí, la Virgen está por encima de todo ello, nosotros sabemos que es Nuestra Madre. Y eso nos basta. Apareció en El Pino, apareció en nuestro Teror, en nuestra isla de Gran Canaria, la que en lejanos tiempos fue llamada isla de Canaria, la que dio nombre a un Archipiélago, la que por sus acciones fue llamada Canaria la Grande. Es Nuestra Señora del Pino, Virgen Canaria y Madre, la Madre de todos. Por Ella estamos aquí un año más, y si un día faltamos a la cita, será porque nuestras romerías han terminado y Ella nos tiene a su lado. Que así sea.
CARLOS GUILLERMO DOMÍNGUEZ HERNÁNDEZ Carlos G. Domínguez Hernández (Teror, 1925) cuenta con una dilatada carrera en el ámbito de las letras como periodista y escritor. Ha publicado más de 80 títulos, entre ellos novelas, teatro, guiones, diversas narraciones para adultos y más de 40 obras de lectura infantil. Por su obra ha recibido diversos premios dentro y fuera de España, como el Premio Nacional de Teatro (1956), el Premio Internacional de narraciones del Instituto de Cultura Hispánica (1959), el Premio Nacional Emilio Freixas (1977) o el segundo Premio Gran Angular de novela juvenil (1986), entre otros. En los últimos años compagina la creación literaria con la investigación histórica y de la lingüística canaria. Su obra es conocida en Europa, América y Oceamía y fue propuesto este año para el Premio Canarias en la modalidad de Bellas Artes e Interpretación.
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AYUNTAMIENTO DE TEROR