Popper Y Hayek

  • November 2019
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CEDICE - Bienvenido

"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar cubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida. Y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombre". Don Quijote de la Mancha Miguel de Cervantes Ideas de Libertad

La Evolución de la razón: Popper y Hayek por Carlos Blank Decir que nunca sabemos de lo que estamos hablando o que nunca sabemos lo que estamos haciendo, resume de manera bastante aproximada la posición de los dos autores que analizaremos a continuación. Ambos se ubican dentro de la corriente que ha sido bautizada con el nombre de epistemología evolutiva y comparten una visión general bastante similar, aunque difieran en algunos puntos importantes. Ambos consideran que la sociedad ha ido evolucionando espontáneamente hacia un orden cada vez más complejo y abstracto: la llamada sociedad abierta por Popper o el orden extenso por Hayek. A medida que la sociedad se torna más compleja se evidencia la imposibilidad de establecer un control o un poder absoluto sobre ella y se hace necesario confiar este control a mecanismos espontáneos e institucionales que han ido surgiendo a lo largo de la evolución humana. Esta posición entra en conflicto con la visión de un racionalismo que considera a toda institución social como una construcción deliberada y voluntaria del hombre, cuando lo cierto es que la razón es ella misma fruto de esta larga evolución social del hombre, se va creando junto con ella. Como todo proceso evolutivo se trata de un proceso de adaptación progresiva a una multiplicidad de situaciones cambiantes y novedosas, se trata de un proceso constante de ensayos y errores. Tanto la evolución biológica como la evolución cultural pueden ser consideradas como un proceso de adquisición y transmisión de conocimientos. Esta transmisión es realizada, en el nivel biológico, a través del mecanismo seguro de las leyes genéticas, aunque ellas excluyen la transmisión de los caracteres adquiridos. En cambio, la evolución cultural sí admite la herencia de lo adquirido, es lamarckiana, aunque es por ello más frágil e insegura, pudiendo perderse en una generación el producto de generaciones anteriores. El peor enemigo de esta lenta evolución humana resulta ser precisamente la ambición desmedida de una racionalidad que desconoce sus límites y pretende construir un nuevo orden a partir de cero, esto es, eliminando todo aquello que a los hombres le ha costado tanto construir a lo largo de su evolución. Para contrarrestar este racionalismo presuntuoso y arrogante se requiere de un racionalismo cauto y crítico, que reconozca al mismo tiempo el poder de la razón así como su fragilidad y limitación. ¿Cómo puede suceder que las instituciones que sirven al bienestar común y tanto contribuyen al desarrollo pudieran formarse al margen de una voluntad común orientada a ese fin? Carl Menger Y para hablar de cosas humanas, creo que si Esparta ha sido muy floreciente en otro tiempo, ello no ha sido a causa de la bondad de cada una de sus leyes en particular, visto que algunas eran muy extrañas e incluso contrarias a las buenas costumbres, sino a causa de que, no habiendo sido inventadas sino por uno solo, tendían todas al mismo fin. René Descartes Hoy en día se habla mucho de la “sociedad del conocimiento”, se insiste en la importancia que ha ido adquiriendo el conocimiento en la sociedad contemporánea. Considerar al conocimiento como la nueva fuente de poder y de riqueza de las naciones se ha vuelto ya un lugar común. Que el conocimiento sea fuente de poder lo encontramos en expresiones como “knowledge is power” de Francis Bacon o “savoir pour prévoir, prévoir pour pouvoir” de Auguste Comte. También expresiones como “el conocimiento es nuestro destino” de Bronowski o “somos lo que conocemos” de Burke resumen de manera magistral la evolución humana, el ascenso del hombre. No cabe duda de que el conocimiento está íntimamente ligado a nuestra evolución humana. Sin embargo, debemos ser cautelosos al establecer con mayor precisión la relación existente entre el conocimiento y la evolución social del hombre. A partir de esta idea, a saber, de la creciente importancia que reviste el

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CEDICE - Bienvenido conocimiento en la sociedad, se ha ido desprendiendo la idea de que podemos controlar dicha evolución social y cultural, de que podemos ir creando de manera deliberada y voluntaria un nuevo orden social, de que podemos dirigir nuestro destino o nuestra historia. Posiblemente el origen de esta creencia provenga del éxito del conocimiento científico en dominios como el de la inteligencia artificial o en el de la ingeniería genética. El control creciente que hemos adquirido en estos dominios nos hace pensar que este control es transladable al dominio social y hace posible prever y controlar el futuro de la evolución del hombre. Esta “hubris cientista”, este espíritu pometeico o faústico, ha dominado y sigue dominando buena parte de la civilización humana, constituye uno de los mitos sobre los cuales se ha levantado nuestra civilización. Aunque se trata simplemente de un error, es un error que encierra peligros que amenazan la propia sobrevivencia de nuestra civilización. Es curioso que sea el propio mito que ha dado origen a nuestra civilización el que pueda también ponerle un fin. Siempre hemos querido jugar a ser Dios, primero controlando la naturaleza y después controlando al hombre y a la sociedad. Tomando en cuenta lo anterior, una de las tareas más urgentes de nuestro tiempo consiste en comprender las fuerzas vivas que han operado en la configuración de la civilización occidental y el papel que la razón ha desempeñado en ese proceso. De modo particular, se hace necesario corregir los abusos y excesos de una racionalidad que se erige a sí misma en creadora y controladora de la evolución humana y desconoce hasta qué punto ella misma es fruto de esa evolución. Bajarle los humos a la razón no implica negarle su importancia. Significa, más bien, restablecer su papel originario. Denunciar sus abusos no es negar sus usos. Al fin y al cabo, la crítica a la razón no puede hacerse, como ya lo advertía claramente Kant, sino desde la propia razón. Esta revisión de las pretensiones de la razón es emprendida, desde diversas ópticas, por Karl Popper y Friedrich Hayek y ha dado origen a la así llamada epistemología evolucionista. Al respecto señala el segundo que uno de los acontecimientos más importantes que ha tenido lugar durante estos últimos años ha sido la aparición de una epistemología evolucionista, una teoría del conocimiento que interpreta la razón y sus manifestaciones como fruto de un procesos evolutivo. Para Popper el abuso de la razón se remonta al intelectualismo abstracto o pseudoracionalismo de Platón y desemboca, a través de la mediación de Hegel, en la ingeniería utópica y holista que es propia del marxismo. El racionalismo crítico popperiano se opone diametralmente al "intelectualismo autoritarista" o al "seudorracionalimo" de un Platón, el cual se caracteriza por una "fe inmodesta en la superioridad de las propias dotes intelectuales, la pretensión de ser un iniciado, de saber con certeza y con autoridad." Él va a desafiar esta concepción tradicional del método científico como "la posesión de un instrumento infalible de descubrimientos o de un método infalible". Esto supone que debemos desprendernos también de la imagen de la razón "como una especie de facultad que los hombres poseen y pueden desarrollar en distinto grado." Comprender esto resulta para él decisivo, pues de ello se desprende "que no nos es posible, en ningún caso, exceder a los demás en razonabilidad en una forma que pudiera justificar alguna pretensión de autoridad." Desde este punto de vista el racionalismo y el autoritarismo se contraponen totalmente, "puesto que la argumentación -incluida la crítica y el arte de escuchar la crítica- es la base de la razonabilidad." Para Hayek, el abuso de la razón tiene su origen en el racionalismo constructivista inherente a la visión cartesiana y desemboca, nuevamente por la mediación del historicismo hegeliano, en la visión cientificista e ingenieril de la Escuela Politécnica francesa y en la “fatal arrogancia” que dio origen al socialismo. En relación a la concepción constructivista dominante de la razón Hayek señala: El análisis de dicha especial concepción de la razón ha sido objeto de estudio por mi parte a lo largo de las últimas seis décadas, investigación que me ha inducido a concluir que se trata de una interpretación intrínsecamente errónea, tanto en lo que atañe a la ciencia como respecto al propio funcionamiento de la razón. Comporta, en efecto, un abuso de lo que es, en realidad, nuestra capacidad racional y –lo que es particularmente importante con relación a lo que aquí nos ocupa- conduce forzosamente a una falsa interpretación de la naturaleza y verdadera esencia de las instituciones que facilitan la pacífica convivencia. Dicha interpretación hace que en nombre de la razón –y también de otros valores fundamentales que resultan imprescindibles a la sociedad civilizada- se encumbre moralmente la mediocridad y se induzca a las gentes a dejarse llevar por sus más primitivos instintos. Bajo la influencia de Descartes, este moderno racionalismo no sólo desecha la tradición, sino que no duda incluso en afirmar que la razón está en condiciones de perseguir directamente cualquier meta sin necesidad de intermediaciones, así como que, con autonomía plena, puede crearse sobre la base de la razón, un mundo nuevo, una nueva moral, un nuevo orden legal y hasta un nuevo y más adecuado lenguaje. Aunque tales pretensiones carecen de todo fundamento ( y Hayek remite aquí a algunas obras de Popper ), no dejan por ello de condicionar en aspectos cruciales el pensamiento científico actual, así como la mayor parte de las actitudes adoptadas por nuestros escritores, artistas e intelectuales. Y más adelante señala: El intelectual querrá estar siempre del lado de la razón y el avance científico; y al haber sido educado sobre la base de la identificación de la ciencia y la razón con el cientismo y el racionalismo, siempre le resultará difícil resignarse a aceptar que puede haber importantes parcelas del conocimiento que nada tienen que ver con algún proceso previo de carácter premeditado. Por todo ello, se negará a aceptar la validez de cualquier postura de tipo tradicional (con la excepción de la que postula la supremacía de la razón que el suscribe a pie

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CEDICE - Bienvenido juntillas). Más allá de los posibles matices o de las diferencias de detalle que cabría señalar entre las interpretaciones del racionalismo de Popper y Hayek, no cabe duda de ambos comparten la idea de que los males sociales tienen su origen en una visión de la razón mal entendida, en una suerte de superstición que hace que le atribuyamos a ella más poderes de los que le corresponden, de que pretendamos cosechar allí donde no hemos sembrado previamente. Para los dos es necesario volver a la olvidada ironía socrática y tener siempre presente lo poco que sabemos. Como gran parte de lo que sabemos y de lo que hacemos tiene consecuencias impredecibles o imprevistas para cualquier mente individual, no es del todo exagerado afirmar que “nunca sabemos de lo que estamos hablando” ni tampoco “sabemos lo que estamos haciendo” En realidad, esto último es una consecuencia lógica de lo primero y contradice la creencia de que podemos predecir y controlar la evolución humana. La idea de que podemos predecir y controlar la evolución humana es fácilmente refutable. En efecto, si aceptamos la premisa de que lo que hagamos en el futuro dependerá en buena medida de lo que sepamos y aceptamos también que no podemos saber hoy lo que por definición sólo sabremos mañana, debemos inferir entonces que es imposible predecir y controlar nuestro futuro a partir del conocimiento presente, que no podemos dirigir y planear el futuro de la sociedad o de la historia. El argumento anterior es utilizado por Popper para refutar cualquier pretensión de predecir el curso futuro de la historia humana y adquiere toda su fuerza en este contexto, pues en una era dominada por el conocimiento resulta poco menos que frustrante el reconocer que no podemos controlar nuestro destino, no podemos predecir nuestro futuro. No existe ninguna ley histórica, ninguna ley de la evolución humana, que haga posible predecir el futuro. Creer en leyes inexorables de la historia forma parte del baúl historicista que han atacado tanto Popper como Hayek. El futuro y la historia están abiertos. Lo contrario supone una visión cerrada y determinista del universo y de la sociedad, en la que no hay cabida para la novedad y la libertad, para la evolución creativa como diría Bergson El universo y la sociedad están esencialmente abiertos, lo que significa que su comportamiento se parece mucho más a la plasticidad orgánica de una nube que a la rigidez mecánica de un reloj, en la fértil metáfora de Popper. Frente a la opinión de que todo está escrito o de que no hay nada nuevo bajo el sol, debemos defender la idea de que hay mucho más entre el cielo y la tierra de lo que la mente humana es capaz de imaginar, incluso la mente de Dios. ...si Dios hubiese querido colocar desde el comienzo cada cosa en el mundo, habría creado un universo sin cambio, sin organismos ni evolución, sin hombre y sin experiencias de cambio en el hombre. Pero, al parecer, pensó que un universo viviente con eventos inesperados incluso para ÉL MISMO, sería más interesante que un universo sin vida. El conocimiento y la acción humana tienen una dinámica propia, tienen una autonomía, tienen una vida propia, que escapa al poder de cualquier mente individual o grupo de individuos, que escapa a la comprensión de sus propios creadores o productores. Con relación a lo anterior existe la creencia extendida de que cuanto más complejo es un determinado orden se hace más necesario predecirlo y controlarlo. Sin embargo, esta creencia desconoce esa dimensión relativamente autónoma y espontánea de todo orden complejo, que escapa a todo ensayo de control o planificación centralizada. Esta idea tiene consecuencias inmediatas en todos los planos de la actividad humana. El funcionamiento del mercado, por ejemplo, puede ser visto como un complejo proceso cognoscitivo de este tipo. "Esto es, el proceso del mercado provoca o crea conocimiento no existente todavía a partir del producto ya existente, así como crea nuevos productos. Si hubiese un comité central de planificación encargado de la responsabilidad de sondear al máximo las insondables profundidades del conocimiento objetivo existente, este comité central lo mejor que podría hacer es delegar esta tarea a algo similar a un proceso de mercado, un proceso que no sólo puede destapar 'conocimiento poco común' no disponible por ningún comité central, sino también hacer uso de este conocimiento poco común para avizorar nuevo conocimiento que absolutamente nadie posee aún." Lo anterior contrasta claramente con la idea de que todo lo que hacemos, al menos en cuanto que seres humanos, debemos hacerlo con un propósito deliberado y consciente, con un objetivo claro y distinto en nuestra mente. Que toda acción humana debe ser producto de una deliberación previa y de una decisión consciente y libre. Sin embargo, la mayoría de nuestras acciones no encajan dentro de este esquema de deliberación y de decisión consciente y libre. Muchas de nuestras acciones son productos de hábitos, de costumbres y tradiciones, que existen en la sociedad, con las que literalmente nos tropezamos. Lo propio de la vida social es que en ella aparecen prácticas, tradiciones e instituciones que, sin ser el producto deliberado de nadie en particular, juegan un papel esencial para la conservación de la vida social. Estas instituciones, normas, tradiciones surgen de la interacción espontánea de múltiples individuos y no son el resultado de ningún pacto voluntario o deliberado. Y aun en los casos en que lo sean, siempre tienen consecuencias imprevistas que es menester tomar en consideración. Debemos admitir, sí, que la estructura de nuestro medio social es obra del hombre en cierto sentido, que sus tradiciones e instituciones no son ni la obra de Dios ni la obra de la naturaleza, sino el resultado de las acciones y las decisiones humanas, pudiendo ser modificadas, asimismo, por éstas; pero insistimos en que esto no significa que hayan sido diseñadas conscientemente y que sean explicables en función de necesidades,

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CEDICE - Bienvenido esperanzas o móviles. Muy por el contrario, aun aquellas que surgen como resultado de acciones humanas conscientes e intencionales son, por regla general, los subproductos indirectos, involuntarios, y frecuentemente no deseados, de dichas acciones. Precisamente la vida social es posible porque podemos actuar sin saber necesariamente por qué lo hacemos, sin tener que dar a cada paso razones por lo que hacemos. Por eso podemos afirmar, con Hayek, que nunca sabemos lo que hacemos. Esto no quiere decir que los hombres siempre actuemos sin ningún propósito. No. Lo que quiere decir es que nunca podemos saber de antemano cómo la realización de nuestros propósitos pueden afectar la realización de los propósitos de los demás, de qué manera la satisfacción de un propósito particular puede afectar a todos los demás y viceversa. Esta ignorancia ofrece, en realidad, una ventaja. Si cada vez que fuésemos a actuar tuviésemos que hacerlo de forma deliberada, previendo además todas las posibles consecuencias que se derivan de nuestros actos, actuar sería ni más ni menos que imposible. El resultado sería sencillamente la parálisis y el marasmo, el gasto de energía sería enorme. En cambio, como señala Whitehead, “la civilización progresa al aumentar el número de cosas importantes que podemos hacer sin pensar en ellas” o, como señalaba Goethe, “nunca se va tan lejos como cuando no se sabe adónde se va”. O dicho de otra manera, y utilizando las palabras de Hayek, “el que nuestra conducta resulte apropiada no depende necesariamente de que sepamos por qué lo es” , puesto que “siempre hemos de actuar dentro de un cuadro de valores e instituciones que no fue hecho por nosotros”. Por todo ello, señala más adelante, …hemos de aprender que la civilización humana tiene una vida propia, que todos los esfuerzos para mejorar las cosas deben operar dentro de un cuadro que no es posible controlar enteramente, cuyas fuerzas activas podemos facilitar y ayudar únicamente en la medida en que las entendamos. En este sentido, tanto Popper como Hayek coinciden en afirmar que toda ciencia social debe ocuparse del estudio de las consecuencias no buscadas de las acciones individuales, del giro imprevisto que estas acciones tienen dentro de la sociedad. Esta perspectiva choca con los supuestos del “racionalismo constructivista” o de una metodología “holista” y “utópica”, que pretende reconstruir a la sociedad partiendo de cero, limpiando el lienzo y comenzando todo de nuevo. Y también choca con las cuatro exigencias del “racionalismo constructivista”, a saber: “que no puede reputarse racional lo que científicamente no pueda probarse, o no puede ser captado por la mente, o carece de objetivos plenamente especificados o tiene efectos desconocidos”. De otra parte, esta perspectiva no debe ser entendida como un ataque a la razón, sin duda, “la más preciosa posesión del hombre”, sino contra los abusos de la razón “por aquellos que no entienden las condiciones de su funcionamiento efectivo ni su crecimiento continuo” . A continuación Hayek compara los dos puntos de vista: Mientras la tradición racionalista presupone que el hombre originariamente estaba dotado de atributos morales e intelectuales que le facilitaban la transformación deliberada de la civilización, la evolucionista aclara que la civilización fue el resultado acumulativo costosamente logrado tras ensayos y errores; que la civilización fue la suma de experiencias, en parte transmitidas de generación en generación, como conocimiento explícito, pero en gran medida incorporada a instrumentos e instituciones que habían probado su superioridad. Instituciones cuya significación podríamos descubrir mediante el análisis, pero que igualmente sirven a los fines humanos sin que la humanidad los comprenda. Para Popper, por otro lado, sin la existencia de estas tradiciones no sería posible la vida social , pues ellas le confieren cierto orden y cierta racionalidad a las acciones humanas, le confieren un marco de referencia a partir del cual podemos actuar con cierta previsibilidad. Las tradiciones humanas, como las teorías, son redes que tejemos para conferirle cierto orden e inteligibilidad a la realidad, de tal modo que podamos orientarnos en ella. "De este modo, la creación de tradiciones desempeña un papel semejante a la de teorías. Nuestras teorías científicas son instrumentos mediante los cuales tratamos de poner cierto orden en el caos en el cual vivimos para hacerlo racionalmente predecible. No quiero que toméis esto como una profunda declaración filosófica. Es simplemente una enunciación de una de una de las funciones prácticas de las teorías. Análogamente, la creación de tradiciones, al igual que buena parte de nuestra legislación, tiene la misma función de poner un poco de orden y de predicción racional en el mundo social en que vivimos. No es posible actuar racionalmente en el mundo si no tenemos ninguna idea de cómo éste responderá a nuestras acciones. Toda acción racional supone un cierto sistema de referencia que reacciona de una manera predecible, al menos parcialmente." Pero al igual que las teorías científicas, estas tradiciones no deben ser consideradas sacrosantas e inmutables, podemos y debemos reformarlas y cambiarlas en la medida de lo posible, podemos respetarlas y criticarlas al mismo tiempo, podemos combinar "el respeto de las tradiciones, y al mismo tiempo, el reconocimiento de la necesidad de reformarlas." Resulta difícil a menudo diferenciar esta postura del irracionalismo o del misticismo o del mero tradicionalismo. El racionalismo se encierra a menudo en una suerte de dilema: o bien se fundamenta a sí mismo, con lo cual se muerde la cola o trata de alzarse de sus propios pies, o bien se fundamenta en algo distinto, en una suerte de fe irracional, con lo cual concede armas a su enemigo. Es curioso que también Popper se haya visto inicialmente atrapado en este dilema. En su “locus classicus” acerca de la racionalidad, el capítulo 24 de La sociedad abierta y sus enemigos dice lo siguiente:

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CEDICE - Bienvenido Pero esto significa que todo aquel que adopte la actitud racionalista lo hará porque ya ha adoptado previamente, sin ningún razonamiento, algún supuesto, decisión, creencia, hábito o conducta que caen dentro de los límites de la irracionalidad. Sea ello lo que fuere, podríamos darle el nombre de fe irracional en la razón. El racionalismo dista necesariamente de ser comprensivo o autónomo. Posteriormente, la posición de Popper se considerará como perfectamente coherente en el marco de una racionalismo crítico o pancrítico, como lo llamara Bartley, dentro de un racionalismo no justificacionista o no fundamentalista. En efecto, la posición defendida por Popper puede parecernos inconsistente desde una perspectiva dominante como la fundacionalista. En cambio, ya no lo es si lo que se propone es precisamente deshacerse de cualquier idea de justificación o de fundamentación última de la racionalidad. Todo intento de fundamentación de la razón resulta autofrustante, a menos que se renuncie a este esfuerzo de fundamentación. Esta renuncia a una fundamentación última de la razón o de la postura racionalista no debe ser vista como una abdicación o una claudicación, sino como una nueva conquista de la racionalidad, como la conquista de una nueva epistemología que ve la razón como el producto de una larga evolución cultural e institucional, como un patrimonio de todos los seres humanos. Más allá nuevamente de los posibles matices o diferencias que pudiéramos establecer entre ambos autores, y que sería imprescindible tratar en un trabajo comparativo de mayor alcance, es indudable que los dos coinciden en aspectos fundamentales. Como lo señala el propio Hayek: Popper y yo estamos de acuerdo en casi todos los respectos. El problema es que no somos neoliberales. Quienes así se definen , no son liberales, son socialistas Somos liberales que tratamos de renovar pero nos adherimos a la vieja tradición de que se puede mejorar, pero que no puede cambiarse en lo fundamental. Lo contrario es creer en el constructivismo racionalista, en la idea de que se puede construir una estructura social concebida intelectualmente por los hombres e impuesta de acuerdo a un plan sin tener en consideración los procesos culturales evolutivos. A diferencia de los procesos naturales evolutivos, “cabe afirmar que la evolución cultural imita al lamarckismo” y “que si bien la teoría de la evolución biológica excluye la transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos, la cultural se basa fundamentalmente en tal tipo de transmisión”. Esta evolución se ubica, para Hayek, entre el instinto y la razón. En suma, el enemigo a vencer no es la razón a secas, sino una determinada concepción de la razón. Una concepción de la razón que desconoce la humildad de su origen y que pretende imponerse sobre el proceso evolutivo que le ha dado origen. El peligro reside, entonces, en los desvaríos de la razón, desvaríos que la hacen ir más allá de sus límites y creerse omnipotente y omnisciente. Por eso, en definitiva, lo que ambos autores proponen es volver al auténtico racionalismo, representado hace bastante tiempo por Sócrates, a saber: “a la conciencia de las propias limitaciones; a la modestia intelectual de aquellos que saben con cuánta frecuencia yerran y hasta qué punto dependen de los demás aun para la posesión de este conocimiento; a la comprensión de que no podemos esperar demasiado de la razón, de que todo argumento raramente deja aclarado un problema, si bien es el único medio para aprender, no para ver claramente, pero sí para ver con mayor claridad que antes.” Regresar

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