Poner El Cuerpo

  • November 2019
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  • Pages: 2
Poner el cuerpo Siempre me emocionó la petición que Moisés le hace a Dios: “te ruego que me muestres tu gloria”. Moisés y Dios, tan cerca uno del otro, tan íntimos, tan cotidianos, tan intensos. Moisés tiene la osadía de negarse a la orden de Dios de abandonar al pueblo, Moisés tiene la osadía de pelearse con Dios como si fueran iguales, de importunarlo hasta el cansancio para que se le permita entrar a la tierra prometida. Parece que a Dios no le molestó tanta osadía. El libro de Deuteronomio termina con el relato de Dios, en persona, enterrando a Moisés en el monte Nebo. Nadie tuvo un funeral más honorable. Siempre imaginé, también, que el hecho de que Dios eligiera mostrar sus espaldas tenía que ver con cierta indiferencia, como si Dios revelara la parte más lejana de su forma, como si Dios quisiera colocar cierta distancia entre Él y su criatura. La espalda de Dios revelándose a Moisés nunca me llamó la atención. Hasta que leí un artículo de Daniel Goldman, rabino de la comunidad Bet-El, publicado en Pagina/12. “Como el Moisés, crítico y criticado, cuando recuerda en su Biblia que a Dios no se le conoce rostro, simplemente su espalda… Podría argumentar que al contrario de cómo lo entendemos hoy en día, dar la espalda, en términos antiguos, no era ser indiferente. Dar la espalda era lo más parecido a poner el cuerpo, sostener con el hombro, hacerse cargo del peso”. Y este corto texto, que es apenas la introducción del artículo, me conmovió inmensamente. Porque en sus espaldas, Dios nos carga a todos, enfermos y moribundos. Sus espaldas soportan el peso de la miseria de cada uno de nosotros. Dios nos mostró sus espaldas para que conociéramos el lugar donde somos cobijados. Sus espaldas son nuestro escudo, nuestro refugio, nuestro hogar cuando hemos perdido todo lo que tenemos, todo lo que somos. Cuando Dios elige mostrar sus espaldas a Moisés, está recordándole que Él está poniéndole el cuerpo a la situación. Me encanta esa expresión: ponerle el cuerpo a la situación. Si hay algo que Dios no hace, jamás, es abandonar el campo de batalla. Dios no renuncia, Dios no sale antes de hora. Dios no abandona un solo soldado herido. Él mira al enemigo a los ojos, se interpone entre nosotros y la muerte y deja que sus espaldas reciban los golpes. Y después de la cruz, las espaldas de Dios ya no fueron las mismas. Porque ahora esas espaldas tienen cicatrices con la forma de nuestro rostro. Esas espaldas tienen las

cicatrices de látigos romanos y de astillas de madera, e imagino, esas cicatrices deben ser profundas. Dios no nos reveló su rostro. Él nos reveló su espalda, para que nunca olvidáramos que pertenecemos a un Dios que le puso el cuerpo a la situación. Entre tanta teología, entre tantas definiciones, conceptos y explicaciones semánticas, yo guardo conmigo la simple y bella figura de las espaldas de Dios revelándose a Moisés. Y cuando no tengas a donde ir, o sientas que la miseria es demasiada para ser cargada en soledad y cuando Dios te parezca un ser lejano, no lo olvides: el Eterno tiene la espalda llena de cicatrices. Cicatrices que tienen tu nombre. Cicatrices que serán tu hogar cuando no tengas a dónde ir.-

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