[Nota: texto tomado de la edición de Félix Fernández Murga de Estancias. Orfeo y otros escritos, Cátedra, Madrid, 1984, pp. 232-234. A esta edición remiten los números entre corchetes]
ÁNGEL POLIZIANO SALUDA A SU AMIGO PABLO C ORTESE1 [232] Te devuelvo las cartas que con tanto cuidado has coleccionado y en cuya lectura, te lo diré con toda libertad, me avergüenzo de haber empleado malamente horas preciosas pues, excepto algunas pocas, no merecen ser leídas por ningún hombre docto ni que se diga que las has coleccionado tú. No voy a explicarte cuáles son las que apruebo y cuáles las que repruebo, pues no quiero que nadie las considere aceptables o reprobables por indicación mía. Hay, sin embargo, algunas cosas referentes al estilo, en las que no estoy de acuerdo contigo. Por lo que veo, tú no sueles dar tu aprobación más que a los que imitan los modos de Cicerón. A mí, en cambio, me parece mucho más digno el rostro del toro, o el del mismo león, que el del mono, aunque éste se parezca más al hombre. Como dijo Séneca, ni siquiera aquellos a los que se consideró príncipes de la elocuencia fueron parecidos entre sí. Y Quintiliano ridiculiza a quienes se consideran como hermanos de Cicerón por el hecho de que terminaban sus parrafadas con la frase: así parece2. Por su parte, Horacio alza la voz [233] contra los que son imitadores y nada más que imitadores. A mí personalmente, todos aquellos que solamente saben escribir imitando me parecen tal cual como los papagayos y las urracas, que pronuncian palabras sin entenderlas. Los que escriben así carecen de energía y de vitalidad, carecen de fuerza y de sentimiento y de carácter, se tumban a la bartola, duermen, roncan. En ellos no hay nada de auténtico, ni de sólido ni de eficaz. «No te expresas como Cicerón», dicen algunos. ¿Y qué? Yo no soy Cicerón; y me parece que lo que expreso es mi propio modo de ser. Hay por otra parte algunos, mi querido Pablo, que van mendigando estilo como se mendiga el pan, a pedazos, y no sólo viven de lo que sacan cada día sino que viven al día. De modo que, si no tienen a mano un libro del que entresacar algo, no son capaces de juntar tres palabras, pues las echan a perder con torpes trabazones y con irritante inhabilidad. La expresión de los tales es siempre insegura, vacilante, deficiente, es decir, descuidada, mal construida. Yo realmente no puedo soportarlos. Y sin embargo tienen la audacia de juzgar con desfachatez a las personas doctas, es decir, a aquellos cuyo estilo está largamente madurado por una profunda erudición, lecturas abundantes y continuo ejercicio. Pero volviendo a ti, querido Pablo, por quien siento un hondo afecto, a quien debo mucho y a quien reconozco un gran ingenio, yo te pediría que no te dejes condicionar por esa especie de beatería tuya, hasta el punto de que no te satisfaga nada que sea auténticamente tuyo y no sepas apartar tus ojos de Cicerón. Por el contrario, cuando hayas leído abundante y largamente a Cicerón y a los demás buenos escritores, y los hayas desmenuzado y aprendido y digerido y hayas saturado tu mente con el conocimiento de numerosas cosas y te dispongas, finalmente, a escribir algo, quisiera que entonces te echaras decididamente a nadar sin corchos, como suele decirse, y que seas tú, y sólo tú, quien de una vez tome decisiones, y que dejes esa preocupación excesivamente embara1
Pablo Cortese (1465-1510), natural de Roma y secretario apostólico con los papas Alejandro VI y Pablo III, polemizó en su juventud con Poliziano sobre el estilo latino, sosteniendo la necesidad de seguir un modelo y que ese modelo fuera Cicerón. Entre sus tratados latinos destacan por su interés el diálogo Sobre los hombres doctos, en el que trata de los escritores italianos en latín, a partir de Dante, y los cuatro Libros de sentencias, en los que pretende demostrar que el estilo ciceroniano es válido también para tratar problemas teológicos. 2 Quintiliano, Institutiones oratoriae, X, 2, 18.
zante y ansiosa de imitar solamente a Cicerón y que, en fin, te arriesgues a poner en juego todas tus capacidades. Puedes creerme que los que se limitan a mirar alelados a esos que vosotros llamáis guiones o modelos, por una parte [234] no logran imitarlos suficientemente bien y por otra parte lo que hacen es frenar de alguna manera el impulso de su propio ingenio como poniéndole obstáculos en su carrera, de modo que, en expresión de Plauto, hacen de verdadera rémora. Y de la misma manera que no puede correr bien el que se empeña en ir poniendo sus pies únicamente en las huellas de los demás, tampoco puede escribir bien el que no se atreve a salir de los modelos establecidos. Debes, en fin, saber que es propio de ingenios poco fecundos el no expresar nada por su cuenta, limitándose siempre a imitar. Adiós. Nota. —Pablo Cortese respondió a la carta de Poliziano un tanto sorprendido por la actitud y el tono de éste. En cuanto al tema de la imitación en el arte, venía a decirle: yo no he afirmado nunca que sólo haya que imitar a Cicerón. Pero, puesto que toda arte es imitación, también los escritores deben imitar un modelo; y, entre esos posibles modelos, yo creo que Cicerón ha demostrado ser el más perfecto y el más eficaz para un prosista. Por eso lo imito yo; y no como una mona imita al hombre sino como un hijo imita a su padre3.
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Cfr. Prosatori latini del Quattrocento, a cura di Eugenio Garin, Milán-Nápoles, R. Ricciardi, 1952, págs. 904-911.