La ronda de las hojas Meciéndose suavemente las hojas cayendo van... se detienen un instante y siguen cayendo más. ssss...ssss...ssss... Dice el viento entre las ramas ssss...ssss...ssss... ¡el otoño vino ya! Las hojas hacen la ronda y se ponen a jugar AgricultorNadó en los alfalfares y cumplió su sueño de conocer el mar abrazado a un girasol dio la vuelta al mundo las vendimias embriagaron sus vidas y sus muertes peregrino de trigales caminó por las laderas del sol durmió bajo glicinas amaneció llovido de amatistas nadie lo recuerda quizá debió cultivar nomeolvides. Esos rasgos de luz, esas centellas que cobran con amagos superiores alimentos del sol en resplandores aquello viven que se duele de ellas. Flores nocturnas son: aunque tan bellas, efímeras padecen sus ardores, pues si un día es el siglo de las flores, una noche es la edad de las estrellas. De esa, pues, primavera fugitiva, ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere; registro es nuestro, o muera el sol o viva. ¿Qué duración habrá que el hombre espere, o que mudanza habrá que no reciba de astro que cada noche nace y muere? Niño indio, si estás cansado, tú te acuestas sobre la Tierra, y lo mismo si estás alegre, hijo mío, juega con ella... Se oyen cosas maravillosas al tambor indio de la Tierra: se oye el fuego que sube y baja buscando el cielo, y no sosiega. Rueda y rueda, se oyen los ríos en cascadas que no se cuentan. Se oyen mugir los animales; se oye el hacha comer la selva. Se oyen sonar telares indios. Se oyen trillas, se oyen fiestas. Donde el indio lo está llamando, el tambor indio le contesta, y tañe cerca y tañe lejos, como el que huye y que regresa...
Todo lo toma, todo lo carga el lomo santo de la Tierra: lo que camina, lo que duerme, lo que retoza y lo que pena; y lleva vivos y lleva muertos el tambor indio de la Tierra. Cuando muera, no llores, hijo: pecho a pecho ponte con ella, y si sujetas los alientos como que todo o nada fueras, tú escucharás subir su brazo que me tenía y que me entrega, y la madre que estaba rota tú la verás volver entera.Mi pequeño caballo encuentra insólito parar aquí, sin ninguna alquería entre el helado lago y estos bosques, en la noche más lóbrega del año.Las campanillas del arnés sacude Como si presintiera que ocurre algo… Sólo se oye otro son: el sigiloso paso del viento entre los copos blandos.¡Qué bellos son los bosques, y sombríos! Pero tengo promcsas que cumplir, y andar mucho camino sin dormir, y andar mucho camino sin dormir.Voy a limpiar el arroyo, en los pastos… Sólo rastrillaré las hojas secas. (Y quizás me detenga hasta ver clara el agua.) No, no tardaré mucho. -Ven también.Voy a buscar el lindo ternerillo que se apoya en su madre. Es tan pequeño que cuando ella lo lame se menea. No tardaré mucho. -Ven también. Hay en la casa un Árbol que no planto la madre ni riegan los abuelos: solo es visible al niño, al poeta y al perro. Su primavera no es la que fundan las rosas: no es la vaca encendida ni el huevo de paloma. Su otono no es el tiempo que trae desde el mar caballos irascibles, por tierras de azafran. Al Árbol suben otras primaveras e inviernos: el enigma es del niño, del poeta y del perro. Cuando la primavera sube al Árbol-sin-nombre, vestidos de cordura florecen los varones; y Amor, en pie de guerra, se desliza de pronto a la sabrosa soledad de las hijas. Entonces el sabor de algún cielo perdido desciende con el llanto de los recien nacidos. Pero cuando el invierno lo desnuda y oprime, sobre los techos llueven sus hojas invisibles, y, horizontal, cruza las altas puertas alguien que por el cielo desaprendio la tierra. Hay en la casa un Árbol que los grandes no vieron: el enigma es del niño, del poeta y del perro.