PENSAMIENTOS DE UN MONJE
“desierto es dios mismo”
Señor,
¡cuánta belleza a mi alrededor! Todo me habla de Ti, todo me lleva a Ti. Siento que necesitaba de un momento así, pues si realmente uno te desea encontrar, tiene que buscar la soledad y el silencio, o sea, tu morada. Pero decir silencio es decir dejarse llevar del Espíritu, y escuchar el corazón. Oír lo que Tú me dices.
Mira dónde estoy hoy …, y fíjate dónde estaba ayer … También en el silencio y en la soledad, pero sin Ti, por eso empezó mi amargura, y ahora lo veo claro.
Mirando al horizonte veo niebla y … observo a los cojos que caminan con la fuerza de su única pierna: ellos mismos, sin saber que tarde o temprano caerán. Pues por cuenta propia, sin contar con tu gracia, Señor, es inútil intentar avanzar. Pero también veo que hay gente que vela y espera …
Yo me veo aquí, y Tú me dices en mi interior que aunque yo me sienta incapaz y sin fuerzas, siempre he de acudir a Ti, pues Tú me das vida, alegría, fuerza, ánimo, y me haces sumiso y paciente. ¡Alabado seas! ¡Qué grande eres, Abba!
Poco
a poco he ido subiendo peldaños por la escalera de la vida monástica. De no llegar a saber que existían los monjes, pasé a ser uno de ellos. Aunque, en realidad…, ¿quién es monje? ¿Hay alguien que sea capaz de tirar la “primera piedra” y decir: yo soy monje? Creo que no.
Desde
luego para eso estamos, para ser “uno” con Cristo, Señor Nuestro, pero aunque tengo toda una vida por delante, no sé si algún día podré decir: “soy monje”. Lo que sí tengo claro, no sólo ahora, sino desde antes de ingresar en este monasterio, es que quiero buscar a Dios. Y es más, quiero encontrarme con Él, y formar parte de Él. Como dice el presbítero en la plegaria eucarística: “por Cristo, con Él y en Él”. De este modo podré considerar con toda confianza que en Cristo tengo plenamente a Dios, y que yo también a su vez soy, en Cristo, plenamente de Él.
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“hacer desierto en nosotros (silencio interior)”
Muchas clases hay de silencio: -el silencio de palabras y de gestos (silencio exterior) -el silencio de mente y de corazón (silencio interior)
Si no aprendemos a valorar el silencio en todos sus aspectos, no sólo el exterior, sino también el interior, no aprenderemos a escuchar a Jesús. A Dios se le encuentra y escucha en el silencio, en el desierto, en donde no puede haber interferencia de ninguna clase. Por eso, los cenobitas no buscamos escapar del mundo para buscar el silencio, sino para buscar a Dios, pues Él es “silencio que habla”. Y para esto es preciso una disponibilidad interior y exterior; y digo ambas porque aquí se fundamenta una comunión entre el cuerpo y el alma, que son una cosa. Es indudable que, por más que nuestro espíritu desee orar o escuchar, si nuestro cuerpo, nuestra mente, no están centrados en ese deseo, es imposible que nuestra oración dé plena-mente su fruto.
Como
decía un padre del desierto: “con todas las puertas cerradas, busquemos al Señor”. Es decir, con las puertas que dan al pecado, a los pensamientos inútiles, a la tristeza, bien cerradas (dejando así un lugar reservado a Jesús), busquémosle con alegría y con paciencia, sobre todo en los momentos difíciles que normalmente son más que los fáciles.
En
nuestra búsqueda de Dios hemos de ir a donde Él nos indica; y el sitio donde vivamos por Cristo, con Cristo y en Cristo, en la persona de los hermanos, deberemos amarlo, pensando que nunca podremos amar lo que no conocemos.
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“buscar el desierto en una comunidad”
Cuando oramos comunitariamente, nuestra oración pasa a ser la oración misma de Jesús, en cuanto que en su Nombre estamos reunidos como parte de la Iglesia. Nuestra oración es siempre, en mayor o en menor grado, imperfecta, pero ante Dios no es así, pues Cristo mismo, que actúa en nosotros y en nuestra comunidad cuando oramos, transforma esa oración en una súplica y alabanza perfectas ante los ojos del Padre.
A
esto llamamos Liturgia, oración litúrgica: Acción de CristoSacerdote. Y, por lo tanto, cada vez que oramos, no oramos nosotros; ora la Iglesia entera, siendo nosotros caudal de gracias para la misma, a la vez que glorificamos a Dios, y nos santificamos o, mejor dicho, somos santificados, pues el hombre no puede darse a sí mismo el don sublime de la santidad. He aquí, pues, la importancia de la unidad fraterna en Cristo. Si no hay unidad, no puede haber Iglesia.
Cosa, además, muy fundamental es no temer reconocer lo que se es. No temamos al decir con sinceridad: “yo soy cristiano”, “yo soy monje”. Como algunos dicen: “antes se decía que era pecado el no ir a Misa, ahora parece que hacemos algo malo si confesamos nuestra fe en Cristo”. En este sentido, tenemos el pensamiento de Jesús en el Evangelio: “por mi causa os entregarán a los sanedrines …, seréis perseguidos” (Mc.13,9).
A
¿ qué o a quién tememos? Ya lo dijo también Jesús en otra parte del Evangelio: “sólo temed a Aquel que puede matar dos veces: al cuerpo y al alma”.
Pero si una cosa nos enseñó el Señor, es que Dios es amor, y que “mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles”, como reza uno de los ciento cincuenta salmos. Y también dice la Escritura: “Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y que viva”. Ahora bien, ¿vivir, en dónde? Pues en Dios, en Cristo. Por Él, para Él y en Él, viéndolo y amándolo en los hermanos todos.
Se
puede pensar que decir “desierto” es decir soledad “absoluta”, tristeza, angustia …, muerte, destierro, ¡no! Hemos de ir más allá, profundizar en el Misterio Infinito de Dios. Desierto, para el monje, es encuentro, alegría, oración, búsqueda interior de Dios y, por supuesto, Presencia de Éste. Presencia, no ausencia, alegría, no tristeza; vida y acción, y no muerte y desidia.
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“un espíritu con Él (1Cor. 6,17”
Quien se allega al Señor se hace un espíritu con Él, o sea, se cristifica. No busquemos ser santos, busquemos ser cristos. Sin dejar de ser nosotros, ni Él dejar de ser Quien Es, debemos ser uno. ¿Cómo llegar ahí? Tarea no tanto difícil cuanto larga: toda una vida de continua conversión. Y el secreto está en seguir a Cristo. ¿Cómo? Pues amando con todo el corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas, así como Él amó …, hasta dar la vida por nosotros de la manera más humillante que había.
Él
no nos pide cosas imposibles, pues nadie mejor que Él conoce nuestras limitaciones, y conforme a estas limitaciones se nos pide, y a nosotros nos corresponde dar. Dar aunque a veces no notemos que recibimos; dar aunque a veces no sepamos la Voluntad de Dios con demasiada claridad. Dar en las tinieblas, en el silencio tenebroso de la rutina; dar como María, como José, durante aquellos treinta años de desconcierto y duda.
“Permaneced en mí y yo permaneceré en vosotros” (Jn.15,14). ¿No es maravilloso pensar que la gloria de Dios somos nosotros, sus criaturas, y aún más, sus hijos adoptivos? Si ya, simplemente con nuestra mera existencia, aún descono-ciendo a Dios, sin saberlo, le damos gloria, ¡cuánto más conociéndolo y consagrán-donos a Él! ¡Qué maravillosa es esa palabra: consagrarse! Es entregarse en cuerpo y alma a Dios. Es dar como ofrenda permanente nuestra vida: un día, una semana, un mes, un año, dos, veinte, treinta, cincuenta, y cien, si es preciso. El todo es eso: entregarse de lleno, a sabiendas de todo lo bueno y lo malo que pueda conllevar este paso tan importante en la vida.
Consagrarse,
además, no es decir: “sí, yo me entrego, pero hasta el año que viene, o hasta que me canse y quiera ‘desconsagrarme’”. ¡De eso nada! Como dice el Evangelio: “cuando un hombre quiere construir una casa, primero ha de pensar si puede o no acabar dicha obra, porque si no, después, los que lo acechaban, dirán: ‘miren a ese, que empezó a construir una casa y no pudo terminarla, no fue capaz’”. Amigo mío, esto debemos pensarlo antes de comenzar cualquier cosa; no hay que ir a lo loco, hay que ser prudente y responsable a la hora de dar cuentas.
El hecho de construir no implica que salga siempre todo bien; por supuesto que la mayoría de las veces se nos caerá parte de lo construido, pero lo meritorio está en seguir luchando. El que ama de
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verdad no teme, y aunque se siente triste por su falta, pone su confianza en el Señor, a quien le dice: “Señor, perdóname porque soy lo que soy. Conozco Tu amor infinito y acudo a Ti, para que perdones mi pecado y fortalezcas mi espíritu. Que Tu luz sea mi luz, que el amor que Tú me das, sea correspondido con mi sí eterno. Y que mi sí sea principio de mi deseo de convertirme a Ti, para ser contigo Uno, en espíritu y en verdad. Amén”.
“¿Qué hay fuera de ti, señor?”
Señor, enséñame a ser feliz. No me dejes caer en la rutina que me amenaza. Que cuando salga el sol cada día, sean un nuevo sol, una nueva luz y un nuevo y cálido amanecer los que me envuelvan.
Otórgame
la gracia de la fuerza y de la perseverancia, para que aún en medio de mis tribulaciones no me atreva a desfallecer, ni a abandonar mi sí a Ti.
Hazme valiente y decidido, para no temer proclamar tu Palabra y tu Vida con mi vida y con mi palabra. Si quieres, Señor, Tú puedes hacer que mi vida no sea para mí, sino para Ti y para los demás. Pues yo no deseo tener nada, fuera de Ti. “¿Qué Dios hay fuera de nuestro Dios?”, dice el salmo. Y yo pregunto: “¿Qué hay fuera de Ti, Señor?”. Acaso, ¿hay más vida, alegría, luz y gozo que las que tú ofreces a los que te siguen?
Quisiera, además, pedirte perdón por las veces en que no te he sido fiel y he adorado a otros “diosesillos mundanos y carnales”. Yo reconozco, afirmo y defiendo que sólo Uno es Dios, el Señor. Y si a esto le unimos el Infinito Misterio de la Santísima Trinidad …, ¿qué más decir, que callarse y admirarse al contemplar tal Inmensidad Inabarcable?
Señor, que no camine yo en la oscuridad, ni en las sombras de las dudas, que muchas veces hacen presencia en mi mente y … ¿en mi corazón? Modestia aparte, en el fondo de mi ser, y no tan en el fondo, yo sé que ser monje, ser cristiano en definitiva, es algo serio y real, como que soy yo el que escribe esto ahora. Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creo en Jesucristo, Único Hijo y Señor Nuestro, y en el Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida eterna, que conjuntamente reinan en unidad y son Dios por los siglos de los siglos. Amén.
En el silencio, el Señor, mi Maestro, me enseñó estas cosas: Primero vivir para morir, luego morir al mundo, vivir en Dios. Morir “a la carne”, vivir en espíritu y en verdad. Morir a las pasiones, vivir en el celo divino. Morir a la mentira, vivir en la Verdad. Morir al ruido, vivir en el silencio. Morir a la falsedad, vivir en la humildad.
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Morir a la negación de Dios, vivir diciéndole sí con la autoentrega. Morir a la tristeza, vivir en la alegría las tribulaciones. Morir a la angustia, vivir en la confianza de Dios. Morir al temor, vivir en la seguridad de Dios. Morir a lo limitado, vivir eternamente en la Luz. Morir con Cristo, vivir en Él, por y para Él. Morir sirviendo a los hermanos, vivir el salario prometido. Morir a la desidia, vivir en la lealtad. Morir a la soberbia, vivir con sencillez de corazón. Morir a los bienes terrenos, para poder vivir los celestes. Morir … para vivir, vivir, vivir.
“El sendero de la vida es el sendero de la cruz”
No
se me ocurre empezar este escrito más que con una pregunta que me sale del corazón: “Señor, ¿qué me pasa? ¿qué es lo que me está sucediendo?” Quiero concentrarme en Ti, deseo buscarte, y anhelo integrarme en tu Misterio, pero …, no logro concentrarme … ¿Preocupaciones? ¿Dudas? ¿Idolatrías quizás? ¿Desorden-tación? No lo sé, Señor, no lo sé …
Sólo sé que al mirar el horizonte azul …, ahora como ayer, hoy como antes, sigo viéndote caminar por aquellos pueblecitos y desiertos de Nazaret, Galilea, Samaria, Jerusalén … Te sigo viendo, sí. Y en esos momentos siento unos enormes deseos de decirte que sí, de … gritarte: “¡Jesús, quiero seguirte!” Pero luego, en el día a día, en lo cotidiano de mi existir, a veces, no cumplo con ese sí que te he prometido. Y temo que sea quizás un intento de evadirme de la realidad, de buscar una nueva sensación, pero no fuera de Ti. Y veo ahora que mi problema fue, y sigue siendo, que me dejo llevar por mis sentimientos y sentidos. Y no trato de ir a la raíz, a lo profundo.
No
es que viva superficialmente, sino que, a lo mejor, mi inmadurez, quizás más espiritual que psíquica, hace que, aunque busque lo profundo, no llegue hasta el final. Y todo esto, Señor, me preocupa, porque tengo miedo de perderme. Tengo miedo de perder las oportunidades que me ofreces para mi santificación, y para ayudar a los demás a santificarse conmigo, es decir, todos juntos, y en vez de esto, pierda el tiempo en cosas puramente sentimentales, en el sentido de no ir a lo único importante.
No quiero que pases de largo, y aunque sé que no te cansas de esperar por las ovejas descarriadas como yo, que soy una de ellas, así y todo me preocupa el decepcio-narte, Señor mío.
Me siento débil y un poco bajo de moral, pero he aquí que este es el “panem nostrum quotidianum” del monje. Y aunque lo voy asumiendo, y todo ello con la ayuda de mis hermanos, especialmente
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de fray José María, mi maestro en el noviciado en el que me encuentro, me va ayudando a madurar y a … profundizar en mi fe, en mi vocación, a veces, Señor, me haces sentir cansado. No hastiado, sino cansado; no triste ni defraudado, sino crucificado …
Cada
vez voy comprendiendo mejor la vida del cristiano, del monje en mi caso; del creyente monje, para mejor puntualizar. Pues para ser monje hay que ser cristiano primero y ante todo.
Voy viviendo la fe que Dios quiere que viva. Y experimento la necesidad del silencio, y, a la vez, la necesidad de que el Silencio me hable. Fray José María me ha dicho que la vida monástica es como un andar entre tinieblas; no en las tinieblas, sino entre las tinieblas. No en lo oscuro de la noche, sino en lo oscuro del Día. Cuando la luz es muy fuerte también puede cegar y no dejar ver.
Quizás
a veces siente uno la necesidad de, no sé, quizás buscar algo que le saque a uno de la rutina, y se corre el riesgo de caer en la excesiva afectividad hacia los demás, saliéndote de centrarte sólo en Dios. Dios ha de ser siempre nuestro Norte, nuestro Objetivo sumo y … Único. Sólo Dios. A Dios primero, a los demás después.
Puede que el secreto esté en canalizar todas estas sensaciones y deseos hacia Dios. Pero, ¿cómo? Pues … ¡ya aprenderemos! Cuando vayamos descubriendo poco a poco que lo único que nos puede llenar, dar vida y, en definitiva, lo que hemos venido a buscar aquí, es a Dios.
Por
inercia, hermano mío, volverás al Centro. Hay que tener paciencia, y esperar confiadamente en la misericordia y amor de Dios, que todo lo pueden. Porque de otro modo, no veo posible avanzar espiritualmente en esta vida. Así pues, “ayúdame, Señor, a buscar lo único necesario para mí. Ayúdame a, no solamente conocer y profundizar en el Misterio Pascual, sino a hacerlo vida de mi vida. Aún más: mi Vida. Amén”.
A
raíz de mi “conversión”, abrí mis ojos a un mundo nuevo. No irreal ni caprichoso, sino al único que debe ser: al amor de Dios. Todo era novedoso para mí, volví a nacer en la Casa de mi Padre. Son estas palabras una realidad que se está convirtiendo en una forma de vivir, de pensar, de actuar, de sentir … el amor de Dios! También encarnado en cada hermano y hermana. Por eso, me doy cuenta de que la Cruz es todo un símbolo de amor: en ella, Cristo crucificado, sin hablarnos, decía “todo”: el amor de Dios y el amor a los hombres. El primero es incomprensible, porque es infinito, y lo abarca todo. El amor de Dios es … en su cúlmen, la donación de su Hijo, cuyo nacimiento ahora celebramos y recordamos.
Esta es mi primera Navidad. En estos días, preparándolo todo para el gran día (belén, la liturgia propia del tiempo navideño, los detalles..), he disfrutado como un enano. Nunca antes celebré la
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Navidad como en este año, pues tampoco sabía la importancia y el significado cristiano que tenía ese gran Misterio de Dios, hecho hombre por amor, y que, por ese amor, todos unidos, debiéramos alabarlo siempre.
El día veinticinco por la noche llamé a mi familia, y uno de ellos me dijo que si el último día del año me dejarían mis superiores pasarlo con ellos en casa. Y la verdad es que disimulé y no le dije que no, pero pensaba para mí: “creo que no tienen ni idea de por qué estoy aquí”. Y en verdad es así. No lo entienden. No pasan de la fiesta con sidra y turrones. Yo comprendo su cariño y su amor hacia mí, pero su camino y el mío no son el mismo. Yo entiendo su situación, pero veo la mía, y sé que mi lugar está con la nueva familia que Dios me ha dado: no me importan (bien entendido esto) los problemas que puedan haber, porque por Dios estoy aquí, y su Amor (encarnado hoy) lo sobrepasa todo, y me permite unirme a los míos, de mi carne, de un modo totalmente nuevo, que lejos de anular las interrelaciones, las potencia positivamente.
“reflexiones sobre la semana santa de 1995”
Ya por la tarde, al ocaso del día, en la Capilla del monasterio, bajo el susurro misterioso del viento, y a la luz de una luna resplandeciente y llena, estuvimos velando el Cuerpo de Nuestro Señor. Un gran silencio embargó mi alma; un silencio mudo, no como el silencio amoroso y vivo con que Jesús siempre nos habla y aconseja, sino como digo, un silencio vacío y frío, como las tinieblas de la noche, de aquella noche tan especial para mí cuando tuvo lugar mi conversión, bajo otra luna llena que bañaba mi rostro desesperado, confuso y abierto, al mismo tiempo, al cambio radical y a la vida.
Pero
en un momento determinado, durante ese acto de adoración y de oración en la Capilla, llegué a sentir cómo recobraba la esperanza y las fuerzas, y entonces sentí la presencia del Espíritu de Jesucristo en mí, y me insinuaba al oído del corazón que no decayese, y que conservara la llama de la fe, que Él mismo, con sus palabras, había encendido en mi corazón.
Y, por fin, llegó el día tan esperado: el Sábado Santo, la Vigilia Pascual, la hora de la Resurrección de Nuestro amado Jesús, elevado al Señorío por encima de todos y de todo, junto a la diestra del Padre que lo “despertó” de la muerte. La alegría volvió a mi alma,
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regocijándose todo mi ser, por la llegada de Nuestro Salvador otra vez y para siempre jamás, junto a nosotros.
Tras
recordar el principio del hombre, esto es, desde Adán y Eva, hasta el último profeta que anuncia la llegada de Jesucristo y la Redención tan esperada desde el principio de los tiempos, celebramos la propiamente susodicha ceremonia de la Resurrección del Señor. Bendecimos el agua y el fuego, con el cual se encendió el cirio pascual de este año. Y, por fin …, tras la Eucaristía, volvió Jesús victorioso al lugar más sagrado del templo (el sagrario), en señal de afecto y amor para con nosotros, de estar dispuesto a permanecer, día y noche, vivo y presente de forma sacramental, siempre con los brazos abiertos tendidos hacia nosotros, y esperando que “vayamos y demos testimonio de lo que hemos visto y oído” ante todos los hombres.
“en una noche oscura …”
No sé si es esta vez la noche oscura por excelencia, o quizás sea una noche más, pero no la Noche. Igual que cuando tocamos con los sentidos corporales los cálidos y luminosos rayos del sol, pero no tocamos el mismo sol en sí, sino un destello que de él parte y llega hasta nosotros. Así es, posiblemente, como podría definir mi actual etapa, no obstante, siendo ya algo conocida (esta actitud) por anteriores experiencias, también con bastantes destellos de penumbra, como esta.
Pero no es igual a las anteriores con todo, así como tampoco las anteriores entre sí han sido iguales, porque si cada día es único y novedoso, cada prueba, aún teniendo el mismo rostro, no tiene ni la misma voz ni la misma fuerza: es diferente, igual que nosotros, que cada día vamos cambiando, sin aún darnos cuenta de ello, pues somos como las semillas: éstas crecen cada noche y cada día, pero es tan sutil este desarrollo, que nuestro ojo humano no lo percibe, salvo tras varios días y semanas después.
En este un momento difícil para mí. La oscuridad brilla como duda interior, aunque superficial; alumbra como tentación femenina, que incita a dejarse llevar por el deseo y los bajos instintos; acecha cual león, lanzándose sobre mi débil condición de hombre que se
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siente caer el suelo; esta oscuridad es tan pesada y obstructiva como el cansancio general que me hostiga cada dos por tres. Su nombre es “querer y no poder”, pues es así como con frecuencia me siento.
En realidad, no estoy somnoliento, ni estancado cual aguas de pozo o represa, no. Me siento en vela y en lucha constante, aunque ya digo que, en ocasiones, me siento hundir y morir poco a poco. Tengo indicios de catarata tediosa, que no me deja ver la claridad novedosa del presente, en el día a día. La soledad también alza su espada contra mi corazón, hiriéndome sin compasión, una y otra vez … Es una noche largamente oscura y sin aparente intención de finalizar. Pero, la esperanza, como dice san Pablo, no defrauda. Siempre y cuando esté puesta en la Verdad eterna y viva. Así, con todo esto, sumándose también los problemillas de cada jornada, mi fe se mantiene firme como un mástil, fija en el Norte Cristo, sin vacilar a derecha o izquierda, y es esto lo que me mantiene, y lo que da un tono optimista y esperanzado a este cúmulo de baches y charcos fangosos que estoy cruzando.
Me
siento, en el fondo, muy feliz, y estoy en paz conmigo mismo; con mis hermanos y con Dios. Y por esto lucharé siempre, pues es esta paz la semilla del amor puro y duradero, que fecunda una nueva humanidad, una nueva familia de hijos de Dios. Aquí comienza el Reino del Padre que nos narraba Cristo: en nosotros y en los actos de amor fecundos que engendran vida y alegre paz en el mundo. No obstante, ahora comienzo a retomar el horario, la alegría, la amistad y la calma; la lucha se inclina a mi favor: el “águila” vencerá.
“diálogos con la hermana noche”
Llega la hermana noche a visitarme …: -¡te esperaba con ansias, hermana mía! -lo sé, águila mía, aunque no entiendo por qué, ya que las águilas usan del día para volar y luchar por vivir. -hermanita mía, noche: yo no soy un águila del mundo, ni un águila rapaz que usa la luz para alimentar su orgullo, no soy el águila voraz que tú crees. -¿entonces …? ¿qué tipo de águila eres, hermano Jose? -pues soy un águila que lleva luz en los ojos y en el corazón; soy un águila de luz y de paz. -y la luz con la noche ¿se pueden mezclar? -sí, hermana mía. ¿No se mezcló Cristo con los que estaban en tinieblas, tanto en pensamiento como en obras, siendo Él el Sol sin ocaso? ¿No te das cuenta, coqueta y silenciosa oscuridad, de que es en la oscuridad donde más brilla la luz y la Verdad?
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-dices cosas bonitas, aguililla solitaria … ¿cómo me ves tú a mí si soy oscura y sutil? ¿cómo me sientes? -no, hermana mía, no. No es que te vea a ti (que también), es que gracias a ti puedo experimentar claramente el llameante amor del Padre del Universo. Tú eres un espejo donde el rostro bondadoso del Eterno Ser-Amor se refleja y deja que yo, hijo suyo, pobre y rico a la vez, pueda ver ese inefable y transparente rostro divino. -¡me voy a poner celosa! Dime, insisto, ¿qué me ves? -hermana noche, tú lo sabes todo de mí, porque en ti está la presencia penetrante de Dios. Mira, el día, el hermoso día y el hermano sol, son bellos, potentes, generosos, cálidos y serviciales: son vida, luz, energía, entrega incondicional y no excluyente … Pero, como tú sabes, hermana mía, noche oscura y de suave tez, mi momento más libre y más lleno de vitalidad es cuando vienes tú, cada fin de ocaso, tras el adiós del hermano sol, a visitarme. Tú haces, con tu suave presencia, que me sienta capaz de volar muy alto. Eres misterio porque de Dios Misterio vienes. -eres suave y femenina, porque vienes del regazo maternal y tierno del Creador. Eres oscura, pero transparente; eres atrevida y te gusta juguetear y coquetear con los seres que salen a recibirte, o incluso con aquellos que duermen, arropándolos y acunándolos para que tengan sueños que tú les inspiras … ¡qué terrible eres, hermana noche, a veces! -¡huy! ¿por qué me dices eso, hermano? ¿te he hecho algún mal? -no, hermana mía. Tú vienes de Dios y eres, pues, pura, no cruel ni egoísta. Pero eres terrible porque te metes en nuestras cansadas mentes, yacentes sobre el lecho o el suelo, y, a veces, nos hablas clara y duramente, para que resolvamos nuestros propios traumas y miedos, y así purifiquemos nuestro interior para ser más puros hijos de Dios, hermanos tuyos. Tú, noche, eres luz para mí, eres paz y silencio, donde resuena la voz de mi Padre. -gracias, águila mía …, has tocado mi esencia, mi corazón. Eres noble para mí.
“pensamientos de meditación”
Cuando
surja un tema donde habitan las opiniones, escucha con atención y tranquilidad.
Cuando todos hablen, calla tú y deja que te hable Dios en el corazón, sin desconectar tus sentidos.
Cuando
te pidan tu opinión, habla con paz y sinceridad; se transparente, y que sea tu corazón el que hable, no tus intereses mentales.
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Acoge cada opinión, cada palabra, cada gesto y cada acto de tu hermano, como si fuera tuyo propio; en una palabra: ama a tus hermanos.
Tu
opinión es necesaria: no la ocultes porque te enriquece abrirte y expresarte, y enriquece a los que te escuchan (si escuchan o sólo oyen, es cuenta de ellos, no tuya), porque tú los complementas, al igual que ellos te complementan a ti: somos uno.
Pero aunque tu opinión es necesaria, puede no ser oportuna, con lo cual puedes bloquear el diálogo y provocar una separación temporal. Todo tiene su momento y su día: déjate guiar por el Espíritu de Dios que mora en tu centro esencial.
Todo
pasa: Dios no pasa nunca. Él es el que Es. Todo se renueva: cada día, con la salida del sol, se produce un milagro: la Vida y la Verdad. Cada noche, Dios se ciñe su capa oscura de brillantes luceros, y baja a hablar con su hijo (o hija), o sea, tú, ser único e irrepetible.
Renuévate cada amanecer y refuerza tu fe y tu espíritu en el susurrante y pacífico mar de la noche. Vive agradecido y serás feliz: es mucho a lo que renuncias por seguir al Maestro, pero cuando vas acercándote más al objetivo y llegas al fin, lo tienes todo, y esto no es mucho, es TODO. Pero el todo ya lo tienes, tan sólo has de ser paciente y cuidadosamente fiel y misericordioso contigo mismo, pues eres una semilla dada a luz que ha de crecer, desarrollarse, echar frutos, madurarlos y dejarlos caer para que, entregados esos frutos a la tierra de la Vida y la Verdad, se transfor-men en nuevas semillas de luz y de paz, de amor y de vida eterna; este es el cielo de la vida espiritual en la luz hasta que Cristo lo sea todo en todos y todos nosotros, hombres, niños, ancianos y mujeres de todos los tiempos y épocas, seamos completa-mente lo que estamos llamados a ser (por semilla, por vocación, por esencia): el Gran Hermano de Cristo, Hijo del Eterno Padre-Amor.
La humanidad y el universo son el rostro de Dios manifestado en la diversidad y complejidad detallista de las cosas y seres. Pero este rostro está disperso … Si nos unimos, el puzzle quedará perfecto, y Cristo será todo en todos, y todos en Cristo seremos del Padre. Amén.
“Voluntad y libertad”
Q
¿ ué es voluntad? Junto con la razón, decía santo Tomás de Aquino, la voluntad ayuda a conducir al alma hacia Dios. El hombre,
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naturalmente, prosigue santo Tomás, tiende a lo divino (él dice a Dios), pero de manera explícita, el hombre puede autodirigirse hacia Dios, y para esto está la ayuda de la razón (creencia en base a una coherencia razonada: fe y razón), y el dominio de la voluntad.
Cuando
hablamos del misterio humano, de su ser global, estamos citando no solamente un animal racional (capaz de moverse, no ya por mero instinto, sino por sus ideas y sus reflexiones, y aún sentimientos y afectos), sino que estamos obligados a aceptar la realidad que constituye al hombre también como “homo religiosus” y “animal simbólico”, es decir, el ser humano no es sólo su mente, sus sentimientos, ni sólo su voluntad, sino que además existe en él, de forma innata, una tendencia a lo trascendental, a mirar más allá de lo superficial, para posar su atención en aspectos vitales que se encuentran, mucho más hondamente, arraigados en toda la creación que le rodea, en todos los demás “tús”, y en sí mismo, en el hombre individual; pues no existe la comunidad como misterio que atrae, sino que es el sumar los similares ideales o creencias de cada individuo para, así, obtener el sentido de comunidad.
Bien pues si el hombre, genérica y explícitamente, es atraído por el Misterio de Dios, cabe añadir que en su voluntad está el querer y en su libertad el poder. Ahora bien, ¿la voluntad y la libertad van siempre unidas? No materialmente, es decir, en la praxis, pero sí espiritualmente, es decir, en la intención.
P
or ejemplo: un amigo mío cae al agua y se empieza a ahogar, pero yo estoy amarrado a un poste y no puedo moverme. Yo tengo la voluntad de ayudarle, pero mi libertad material, de hecho, está bloqueada y condicionada porque estoy amarrado; luego, por más que quiera, no soy libre materialmente para actuar. Ahora bien, espiritualmente, mi voluntad permanece unida a mi libertad.
“el sueño del mundo y la visión de cristo”
Con base a lo que, gracias a Dios y a algunos de sus hijos, he aprendido, personalmente he decidido sacar algunas conclusiones o
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reflexiones que se me ocurren en estos momentos, con respecto a lo que es el verdadero “despertar” espiritual y humano a la Verdad única y Suprema, la cual nos rodea por todas partes, sin llegar quizás muchas veces a percatarnos de ella. La Verdad y la Vida inmortal que no sólo porta Cristo, sino que Él mismo es la Verdad y la Vida, es algo que tenemos tan cerca, como que está dentro de nosotros mismos.
Este
tema es inmenso como para pretender plasmarlo circunstancialmente en un pequeño espacio de papel. Yo tengo aún que caminar mucho para llegar hasta mi objetivo de autorrealización, y para llegar hasta mi Objetivo vital y final de plenitud del ser, pero al ir avanzando por el camino de Dios, que es también el mío, he ido aprendiendo algunas cosas, con lo cual, de alguna manera, tal vez un tanto difícil de expresar, me he acercado un poco más a la Mente de Dios, y me siento muy muy cerca de mi Maestro, el cual exhala su Espíritu fuertemente sobre mí.
He adquirido y asumido como mía la idea o reflexión de que el mundo, la sociedad (hablo de lo que conozco: el presente), están sumergidos en un profundo sueño … Cuando nos acostamos y nos quedamos dormidos profundamente, quizás es lo que llaman el estado REM (rapid eye movement), a veces solemos soñar y, algunas ocasiones, tenemos pesadillas. Esto es todo un sueño, hablando fríamente: una mentira, pues es una “realidad” de nuestra propia mente, pero no es la Realidad verdadera, pues no estamos viviendo ésta, sino aquella otra, que nosotros mismos soñamos y hacemos “realidad”, porque nuestra mente le da vida. Pero tiene este estado tanta fuerza, que nos creemos que estamos viviendo la verdad, la realidad, y hasta llegamos a sufrir y experimentar sensaciones fuertes, intensas, y a veces desagrada-bles, porque en ese momento ese sueño no es tal para nosotros, sino que ese sueño es para nosotros la verdad.
L
uego despertamos y nos tranquilizamos, porque vemos que todo aquello que tanto nos hizo afanarnos, era solamente un pequeño sueño, aunque profundo, pero sueño y mentira, sólo eso. Así pues, nuestra sociedad en la que también nosotros “vivimos, nos movemos y existimos”, está sumida en un profundo sueño que para ella es realidad, y todos los que estamos en ella estamos, en mayor o en menor medida, también en ese estado de somnolencia, sin aún darnos cuenta de ello, y así, de esta manera, creemos que todo lo que vivimos, en sentido de problemas, confusiones, desengaños, mentiras, enfermedades, asesinatos, etc…, es la Verdad, y ¡no! Todo esto es parte de ese sueño, por muy duro y cierto que nos pueda parecer todo lo que vemos con nuestros ojos corporales, tan limitados, por otra parte.
Otra
vez tenemos que hablar de la compleja mente del ser humano. La mente es, a veces, traicionera, si dejamos que ella albergue a un inquilino llamado “ego” (en sentido peyorativo), y a su hermano “ismo”, los cuales, juntos, provocan una separación interna
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dentro de la mente, llegando incluso a adquirir bastante terreno mental; este terreno es denominado mente errada, y su medio de sustento y, por tanto, de supervivencia, es la mentira, la autoculpabilidad o la culpabilidad imputada al otro; el crear separación externamente y, por fin, aniquilar el rostro de Dios en la separación de sus hijos. Esta es la parte de la mente humana que quiere vivir dentro del sueño y a través de medios limitados (como ella misma), como por ejemplo los sentidos corporales, hace creer al ser humano que la Verdad es todo aquello que ve, que oye, que palpa y que, erróneamente, piensa, y ¡no!
Nosotros no somos la mente errada, sino otra mente; nuestra mente, que no tiene límites, porque viene de la gran Mente de Dios, la cual no conoce la palabra “límite”. Esta mente verdadera nuestra ansía la libertad que le pertenece por amor de Dios, y busca la unidad plena y no aniquiladora que Dios le ha puesto como meta final, porque de Dios venimos y a Él volveremos, así como el agua de los ríos tiene su fuente y fin en el inmenso mar del océano.
Por ahora nos quedamos con que no hay unidad exterior ni hay estado de vigilia, porque dentro de nosotros, de cada uno, nuestra mente está, con frecuencia, dormida y dividida. La mente tiene tanto poder que es capaz de crear un ambiente externo a nosotros, a partir de nuestros pensamientos, bien sean errados o correctos.
A
veces, gracias a la obra del Espíritu de Dios que nos trabaja poco a poco desde dentro y nos llama en nombre de Cristo, tenemos la experiencia de un pequeño despertar, aún dentro del sueño; es entonces cuando nos percatamos de nuestro estado y comenzamos la tarea o el camino espiritual que nos ha de llevar a despertarnos definitivamente, para vivir la Verdad, nuestra propia verdad; es la iluminación. Es entonces cuando dejamos las pesadillas de las tinieblas y nos encontramos en un feliz sueño. En este camino de luz, con la fuerza del Espíritu, estaremos cada vez más despiertos, pero solamente alcanzaremos salir definitiva y perfectamente cuando el Padre nos llame a su divina Presencia, cual hijos que han tenido como alimento inmortal el cumplir la voluntad del Dios tres veces Santo.
Este despertar del ahora presente es un entrar en la dinámica de la visión de Cristo, de su mente perfecta en el Amor y en Todo. El mundo se me antoja de esta manera: un gran cuadrado, dividido en muchas partes, que representan cada una a un pueblo, a una cultura, a un credo, a una filosofía, etc…, y estas divisiones, a su vez, están subdivididas en otras tantas subpartes, que significan la diversidad de ideas y tendencias dentro de un mismo pueblo, de una misma cultura, religión, etc. Así, por ejemplo, dentro del mundo-cuadrado hay limitaciones: espacio, tiempo, ideas…, y fuera del mundo está Dios, que abarca el mundo y lo penetra y, a su vez, abarca la inmensidad de lo ilimitado: no tiempo, no espacio, no fronteras, unión perfecta y claridad sin fronteras. Todos, al igual que Jesús lo estuviera, nos encontramos dentro del marco limitado espacio-tiempo, pero, a la
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vez, gracias a la acción del Espíritu en nosotros, el cual nos otorga los ojos de Cristo por la fe, adquirimos la capacidad espiritual de trascender dichas limitaciones histórico-temporales.
“Esta noche estarÉ aquí”
U
na tarde, como hoy por la noche, siendo un día ajetreado, estando yo de faena, atravesé el pasillo de san José, en el monasterio, con dirección hacia la cocina… Me sentía cansado y pensaba: “apenas si he dormido”, y entre sentimientos de pesadez, me vino una frase que, cual flecha lanzada por certero ballestero, penetró directamente en mi conciencia, y me decía: “esta noche estaré aquí”. De repente todo cambió y comenzaron a surgir, a borbotones de fuego, frases cortas y luminosas que trascendían toda materia y todo tiempo.
Eran frases de luz eterna, momentos de paz. La voz de mi ser profundo que se alzaba hasta la superficie de mi mente: “esta noche estaré aquí …, sí, aquí, atravesando este pasillo, manta sobre los hombros, como un peregrino acogido por la eternidad de la Vida. ¡Oscuridad luminosa! ¡Pasillo que atravieso y que nunca se acaba! Lento caminar, pensativo, profundo, y lleno de una confianza que, a la vez, lucha con la molesta duda de la existencia.
Pensamientos
hondos …, ¿quién los conocerá sino yo, y ese Padre que todo lo sondea y lo sabe? A veces cansancio, soledad, tristeza nostálgica, confusión, olvido de tantas y tantas cosas … Pero una Luz se abre frente a mí: una respuesta ansiada como fruto final de una constante y angustiosa pregunta: ¿quién soy? ¿cómo soy? ¿cómo es mi nacer y a dónde me dirijo? ¿Qué quieres, Padre, de mí? ¿Cómo puedo conocer tu Voluntad? Aquí me tienes… Aprovecha ahora, Padre, que me alumbra la luz de tu Amor y háblame a lo más profundo del corazón. Pero … ¡dame escuchar y ver tu Deseo inquebrantable y eterno!
Un
esperar sin fin es lo que tengo como alforja en mi peregrinación por el pasillo de mi vida. ¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidando mis palabras? ¿Por qué no me contestas? ¿Por qué no te escucho?
Y
ahora, lucha difícil; devenir de ideas y pensamientos … No quisiera darles la vida, pero son tantos los pensares que vienen y van, que no doy abasto en dejar que salgan como entraron. Y así, cual azotea cuarteada, se me filtran las dañinas goteras e los pensamientos oscuros y desesperanzados. ¿Qué haré? ¿A dónde iré? No es esto vivir, me digo. Es como si un fértil vergel se hubiera convertido en una tierra árida y malcriada que te quiere expulsar de ella … Pero, así como en el lugar de la hoguera había, bajo las cenizas muertas, brasas rojas y llenas de ilusión por sobrevivir, cual cantoras a la grandeza de Dios-Vida, cual esperanzas que se unían en un
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objetivo: volver a arder. Así mi alma te busca a ti, Dios mío, sedienta del fuego de tu Amor que me dé el volver a nacer: esta noche estaré aquí.
S
… í, aquí estoy, otra vez, nuevamente, surcando la esperanza que se funde en la densa niebla de la noche … Sí, aquí, aquí en este pasillo sagrado y misterioso. Algo siento que se mueve dentro de mí cuando paso por este lugar. Es miedo a lo desconocido … Es temor a la apariencia de la soledad que no existe, pero yo le he dado alas para volar y, con mi mente, le he infundido vida y movimiento libre. Mas como es mía esta “creación”, conmigo permanece … Dentro o fuera, está conmigo, no me abandona, porque mi mente es, para ella, la vida y el sustento que le proporciona aire. Pero no es una buena creación …, es nefasta y engañosa; se convierten una mala criatura que no respeta ni quiere a su creador, sino que lo usa como fuente de vida; es como un parásito que se incrusta en la carne de las ideas de mi mente …Y me hace daño.
Quiero vivir, quiero ser libre, quiero volver a ser creado para, después, crea yo algo bueno y que, siendo fruto de mi libertad, me deje seguir siendo libre. Siento que no estoy solo, y percibo llamadas de más allá, pero confusamente, con interferen-cias que quizás soy yo el que las pongo, pero … ¿y yo qué sé? No soy el Shadday, ni siquiera guiar mis pasos …, ¿cómo pues sabré la forma de liberarme?
A
nsío respuesta: espero, al comenzar el pasillo que, cuando alcance el final, hallare yo respuesta, pero … no lo consigo. Por eso, mi eterno peregrinar por este pasillo, que es más que unos metros de piso de cerámica con paredes. ¡No, eso no es el pasillo de san José! Es, para mí, mi caminar, mi esperanza, el encuentro continuo de mis luchas internas; es el espacio de mis superaciones tras mis caídas … Es … no lo sé. Es Dios mismo que camina conmigo. Es tiempo y eternidad. Es paz en la tranqui-lidad de la noche.
Es
momento privilegiado de oración y de alzar mis ojos al afirmamento que me cubre con cariño y con expectación. Es escalofrío intenso que se entremezcla con sentimiento de fría duda y de cálida fe.
Es ser como fantasma que vaga, noche tras noche, surcando el viejo sendero del ayer, con la ilusión de encontrar algo distinto y novedoso que le libere de su andar errante. Estaré aquí y Él también.
Silencio…,
todos duermen, cada cual en su lugar. Silencio…, mis pasos son suaves y ligeros, tardos en parar y en volver a su sitio regular. Silencio…, este es mi momento de encuentro. Yo comienzo a andar por un extremo y Dios me sale de frente por el otro, y en medio de la oscura noche de luna llena, un beso eterno: te quiero.
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“soledad”
A
¿ dónde me llevará la soledad? ¿Por qué me golpeas duro y cada vez más? No entiendo a donde me quieres guiar. ¡Qué duro es el sendero por donde he de avanzar!, sin parar, sin mirar atrás.
No merezco esto, me digo. Pero ¿es esto acaso un tipo de mal? El caminar solo, sin entregarse exclusivamente a una persona a la que amar: difícil de explicar, difícil de realizar, pero es mi sendero, ¿qué puedo alegar?
No
es renuncia ni derrota; es victoria y don de gratuidad, porque hay Alguien que me ama sin límites, desde la eterna infinidad. Dios me amó primero, y yo ¿qué puedo dar? Además de mi persona, esta mía soledad.
A
¡¿ dónde me llevarás tú, soledad?! ¿Cómo te podré perder de vista y evitar? -imposible, hijo mío, es para ti realizar lo que aún Dios no te quiere dar. Sueña, sueña sin cesar, que de ilusiones también se vive, y todo lo que ves, ¿en dónde acabará? -no, querida soledad; tú vives en un mundo que no es verdad, tan sólo existes por mi permisividad. Mas, algún día, soledad, tu triste y duro rostro, en amor que llena mi vacío ser transformará.
Sí,
estoy cansado, pero no quieren que me rinda: no me rendiré. Sí, me siento solo, pero ellos me dicen que no es así: no estaré nunca solo. Sí, me siento cobarde y siento miedo, pero ellos me dicen que tenga ánimo, porque soy un guerrero de la Luz: estoy preparado para la lucha.
Sí, me siento débil y confuso, pero me dicen que lo traiga y lo ofrezca a la Gran Vida: me transfiguro cada día, y camino en la luz hacia la Luz sin ocaso. Sí, creo lo que veo y lo que veo me aplasta, pero ellos me dicen que vivo en un sueño que no es la Realidad ni mi verdad: despertaré a la Verdad de Dios y de mi ser esencial.
Sí,
a veces me niego a caminar porque la confusión y la desesperanza me invaden, pero ellos me dicen que he de seguir, sin mirar atrás, que soy más que lo que mis ojos limitados ven y de lo
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que mis sentidos físicos perciben; me dicen que siga orando al Amor y que me mantenga en el camino, sin miedo, porque lo que me viene es necesario, y además de no estar solo, estoy preparado para el combate espiritual.
“Con el corazón ensanchado” ¡Qué hermoso es el Amor; qué inefable es la ternura!
¡Qué hermosa es la atracción de dos espíritus que se buscan mutuamente, a través de sus ojos de niños! ¡Qué gran Misterio es Dios y su creación, desde la eternidad de su Pensamiento! ¡Cómo se me manifiesta desvelado este sutil detalle! He sentido en estos instantes el corazón dilatado, ensanchado…, como si tuviese un lenguaje secreto que, a través de sus latidos profundos y vivos, me lo intenta comunicar.
No
he aguantado la tentación de dejar de leer para volcarme en escribir, con letras vivas y apasionadas, estos sentimientos extraños y rápidos como el rayo, que en un abrir y cerrar de ojos, han surgido de mi corazón, de mi ser más íntimo: de mí mismo tal cual soy en mi verdad escondida (incluso aún para mí).
Y me vino a la mente la imagen gravada de dos jóvenes de distinta edad y cultura, aún de distinto país e idioma, pero…, hay que ver cómo, más allá de estas simplezas circunstanciales, que no son nuestra propia identidad ni origen, ni destino, estos dos espíritu se desean inocentemente; cómo se buscaban con sus miradas, y cómo la energía vital surgente de sus fuentes de amor se hacía palpable en el ambiente, aunque solamente lo captaran esos dos espíritus. Y
pienso que fue un momento, no fueron palabras extensas ni mucho roce de vista. Fue eso: uno momento. Pero ese instante les supo a eternidad y…, realmente lo fue, porque para el amor y la atracción que despierta las naturales pasiones (no enfermizas ni exageradas) no hay tiempo, ni lugar, ni espacio, ni hora: es un eterno hoy, una mirada definitiva de amor humano, un instante plasmado en el no-tiempo de la Vida sin fin, a través de un cruce y unión de miradas que, ansiosas, el uno le dice a la otra: “te quedarás para siempre conmigo en mí”, y la otra le dice al uno: “te llevo en mi mente y en mis pensamientos, en mi corazón”. ¡Gracias, Dios mío, por permitirme conocer o percibir lo Bueno y Bello de tu Amor! Puedo decir: “he visto a Dios y lo he tocado”, porque amar, aunque sea a través de una pasión fuerte y
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momentánea de unos segundos que, saludando con una mirada, termina con un beso, esto, vivido desde la profunda verdad de nuestro ser reflejo e hijos de Dios, esto, digo, es amar.
Amar
es entrecruzarse lo humano con lo divino, es sentir que esas dos realidades sentimentales, es decir, esa capacidad de amar como Cristo, desde lo humano, son Una, porque vienen del Uno: Dios. A Él la gloria. Amén.
“Todo es vanidad”
Hoy
un hermano anda un poco triste, porque recuerda a su abuelo, hace poco fallecido; él siente nostalgia y yo pienso que también un poco de soledad apegada. Con motivo de esto, me surgen unas meditaciones donde prevalece la palabra “vanidad”, entendida como innecesidad, como no-motivo de preocupación. Y pienso: “Ppreocuparse por los espíritus es vanidad, porque ellos ya están en paz, y si no lo están y nos piden oraciones calmantes, se las damos y ya está: vuelve la tranquilidad a sus seres y a sus rostros la luz del Señor, por tanto, preocuparse y entristecerse por ellos es vanidad”. “Preocuparse por la muerte y los sufrimientos es vanidad, porque la muerte real no existe, más que en nuestros esquemas mentales y en una malinterpretación de la Vida, porque los sufrimientos no pesan lo que un día recibiremos, cuando se nos llame a la presencia del Padre-Amor, siendo además que los sufrimientos, muchas veces, los hacemos nosotros difíciles y pesados, formando un monte de un grano de arena. Luego, también aquello que tenemos que vivir para nuestro crecimiento y el bien de todos los seres, por duro que parezca, lo viviremos, nos preocupemos o no. Por consiguiente, preocuparse por el dolor es vanidad”. “Preocuparse del cansancio es vanidad, porque si estamos cansados, descansemos y ya desaparecerá nuestro problema”. “Preocuparse del mañana y del minuto futuro es vanidad, porque nadie conoce la medida de sus años, salvo Dios”. “Preocuparse de la carencia es vanidad, porque si confiamos en Dios y nos ocupamos del Reino, el resto que necesitemos se nos dará por añadidura”. “Preocuparse de las apariencias es vanidad, porque nadie es más ni menos que el otro, ni nadie puede ser más de lo que es, por gracia de Dios”. “Preocuparse del hoy es vanidad, sí, porque en toda preocupación hay tensión y no se disfruta del milagro del ahora, que nunca se repetirá. Deberíamos ocuparnos y no pre-ocuparnos; amar y
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confiar, mas no odiar ni titubear ante la Verdad y la Luz que nos rodea e invade”. “Preocuparse como se preocupa el mundo es vanidad: lo que necesitamos, a su momento se nos dará”.
Lo
que nos estorba y amarga, a su tiempo se nos quitará. Lo que sembremos recogeremos, y sólo el amor nos llevaremos, y sólo amor somos y seremos, queramos o no, porque esto no es vanidad: que somos imagen de Dios y amor en potencia y en acto.
“la danza de la luz”
Más
allá del tramo oscuro de la negra noche, mi espíritu, en este ocaso agonizante, siente deseos del despertar… Dentro de mí un voz clama exultante: “¡quiero que me des libertad para orar en la sintonía de las estrellas!, y así dejarme llevar por ellas”. -“Sí –digo yo sin vacilar-, es la hora de… volar”.
Vamos allá, con firmeza y con una profunda paz, que aumenta a cada paso que se da. Salgo al tejado como por instinto natural: ¡he aquí el lugar! ¡Vamos a orar, desde la profundidad más honda del ser, que busca colmar su ansiedad con Dios, por su Bondad! Muchos
me acompañan en este momento singular y sin repetible igualdad: regalos que penden de mi cuello, y hacen que mi pensamiento se remonte atrás, hasta el momento del encuentro con ellas y ellos; éstos me acompañan siempre porque yo los recuerdo y los tengo presentes, y en mi corazón grabados a fuego, porque a quien miro con amor, más nunca fuera de mí lo echo.
La
noche cae, aparecen la luna y las estrellas, el momento crucial se acerca. Justo ante mí, sobre mi frente, aparece, de entre las nubes, ella, la estrella que esta tarde será mi pareja. Es Venus, la más bella entre todas ellas.
El
frío aumenta, pero el fuego de mi espíritu coge fuerza. Algunas prendas caen de mi cuerpo como hojas de otoño, dejando al descubierto, desafiante, mi pecho, que es rodeado y lacerado por el hermano viento. No lo entiendo. Empiezo con un cierto desconcierto: ¡una danza y una lucha al mismo tiempo! Son gajes del oficio de un inexperto, que empieza como pajarillo su tímido vuelo. Pero no hay miedo ni vuelta atrás; la danza ha de comenzar: comienza mi espíritu a cantar con el son repetitivo de un canto oriental que, cual gota que tenazmente cae sin cesar sobre un pedregal, hace que poco a poco
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vaya uno profundizando cada vez más; son puertas de la conciencia y subconciencia que se van abriendo de par en par, hasta que llegan al ser tocar.
Alzo
mis brazos a la estrella; ella me contesta con su luz, sin hablar. Pasan minutos…, la oración con el canto se vuelve más profunda: el frío prueba la resistencia del barco que navega hacia la estrella polar. Me acerco a la estrella usando su lengua materna: la energía de la luz que es. Para ello, conecto con mi esencia y siento que estoy más cerca de la estrella, y que somos uno, yo y ella, en Dios, Padre de los Astros. No hay distancia, ni tiempo, ni frío que se interponga entre dos criaturas hermanas que se aman en el Todopoderoso Shadday.
El
amor vence, la unión se realiza, la danza feliz culmina: esfuerzo y lucha, pero victoria pascual conseguida. La luz vence y es la Vida que da vida.
Me despido de mi compañera: el frío se retira pero, aunque le doy la espalda, guardo agradecido su enseñanza: él hizo que yo me esforzara y diera más de mí. Ha sido el sueño de una vida, de un águila que, aunque un poco herida, aguarda el momento de resurgir de sus cenizas: una nueva estrella que brilla. Amén.
“¡Oh, Dios!, hasta ti alzo mi oración”
Mi corazón grita a ti, Dios mío, buscando tu atención. Es la voz de mi espíritu que desde mi interior busca respuesta, y busca la unión perfecta, más allá de espacio y de tiempo, más allá de la razón.
Mi
alma, angustiada; a veces por la soledad indestructible atormentada, se desgarra, como un vestido viejo que busca su descanso, cansado, en la Madre Tierra.
¡Oh, Señor, Rabí, Maestro Bueno…! ¿Qué decirte que no sepas de mí? ¿Cómo no vacilar en la marea de la fe si, sabiendo yo que Tú todo lo sondeas y conoces, permaneces callado, en silencio, inmóvil? ¡Ah, noche cruda y dura del ser que ansía volar a la candidez de la Luz eterna y pura! ¿Cómo me desprenderé de esta cárcel? ¿Cuándo entraré a ver tu rostro, Maestro?
Sé
que Tú no cierras tus ojos a nuestro corazón, que patalea como un bebé recién nacido, aunque crecido en años ya sea. Por eso, mi súplica se dirige a ti, Dios mío, para el que no hay nada oculto ni misteriosamente profundo, que no pueda ser destapado por tu mano todopoderosa.
Camino
errante, cual soldado en posguerra, herido de mil luchas y de cientos de golpes recibidos.
Camino
bajo una gran tormenta que penetra con su húmedo frío hasta el centro de mis huesos, con el escudo fuerte de luz maciza hecho, que un día Tú me diste, al ordenarme ser tu guerrero.
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Gladiador
solitario, que ansiando la paz, es obligado a luchar sin cesar. Solitario… sólo aparentemente, pues cuando cae sobre su cabeza el imperioso poderío del Sol sin ocaso que todo lo ilumina, aparecen ángeles a su diestra y siniestra, protegiéndolo con sus manos y su amable y sentida oración.
Es una dura lucha la anterior, pero la próxima no lo será menos, mas ahora sé que no estoy solo: soy multitud, por la comunión del amor que hace que las personas que he amado y me han amado a mí, seamos una sola fuerza, un solo brazo fornido que se adiestra cada segundo para la batalla final: la victoria del Bien sobre el mal, de la Luz sobre la oscuridad, del águila sobre el enemigo, que de perseguidor se convierte en víctima que alimenta el ser por la experiencia.
“una derrota”
Una
derrota equivale a una herida; una derrota equivale a un
cansancio.
Una
derrota equivale a una culpabilidad sentida; una derrota equivale a una espada mal usada.
Una
derrota equivale a una debilidad humana; una derrota equivale a una caída súbita; una derrota equivale a un suspiro que se lo lleva el viento, y que es presentado ante los ojos de Dios.
Una
derrota equivale a un no entender los mecanismos interiores que producen un fracaso doloroso al alma de un guerrero; una derrota es motivo de pensamientos hondos y de cuestiones sobre otras salidas, y sobre nuevas oportunidades de atacar al enemigo.
Una
derrota no es equivalente a perder una guerra, pues una derrota es crecimiento, si nos levantamos a tiempo y rápidamente volvemos a empuñar las armas de la justicia y el saber divinos.
Una derrota no es una derrota, es una herida que, oportunamente, llega al desentrenado cuerpo del guerrero luminoso, haciéndole endurecer, a base de dolor, su voluntad, su fe y su esperanza.
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