Un Pelícano Bajo El Cielo Azul Rey Carlos Villadiego.docx

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UN PELÍCANO BAJO EL CIELO AZUL

I En un comienzo, la presencia de los pelicanos en la plaza de mercado fue toda una novedad. Compradores y vendedores celebraban el hecho de encontrarlos en su camino cuando estaban seleccionando las frutas o negociando las verduras y el pescado. Quienes más se alegraban eran los mayores. Siempre se habían resignado a contemplarlos de lejos, volando en bandadas bajo el cielo azul, o a admirarlos en la distancia al verlos arrojarse en picada sobre el mar en pos de su alimento o a disfrutar los juegos de los niños con estas aves en la playa, confundiéndose unos y otros en una sola especie, alegre y juguetona. Pasado un tiempo, atrajeron a no pocos turistas, quienes compraban cualquier alimento como excusa para ver a los animalitos. No obstante, se volvieron insoportables. Las gentes tropezaban con ellos y causaban accidentes, o picoteaban el pescado fresco o una que otra pila de frutas caía gracias a la complicidad de algún niño juguetón. De tal modo sucedía, que los vendedores decidieron espantarlos con gritos amistosos, y los ademanes de los

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clientes los invitaban a retirarse hacía el traspatio de la plaza de mercado, próximo a la playa; gestos y palabras que se fueron tornando agresivos en la medida en que los pelícanos se obstinaban en permanecer cual compradores cotidianos. Los llamados familiares se fueron transformando en insultos y los ademanes en golpes con objetos o patadas que llegaron a causar disputas entre compradores y vendedores, pasando algunas veces a las vías de hecho, como la vez que alguien esgrimió un machete. Los vendedores organizaron brigadas especiales para turnarse en el nuevo oficio de espantadores de pelícanos, para lo cual utilizaban cuanta treta y artimaña les prodigaba su imaginación, efectivas al inicio pero improductivas tras unas cuantas repeticiones que acrecentaban la indiferencia de las aves. Al comprender lo inútil de su lucha los dueños de los puestos de venta tomaron cartas en el asunto. Conformaron un comité anti pelícanos, cuyo objetivo era la erradicación definitiva de los perturbadores visitantes. Después de acaloradas deliberaciones, en las que se evaluaron diferentes y variadas alternativas, que iban desde sacarlos a escopetazos y machetazos hasta proporcionarles un hábitat adecuado en el traspatio del mercado, próximo a la playa, y tras sopesar las ventajas y desventajas de cada opción estratégica, prevaleció la de un defensor ecológico y adalid del medio ambiente, quien invocó su amor por los animales, especialmente por las delicadas aves, y más por los pelícanos que embellecen el paisaje marino, así lo dijo, y atraen a tanto turista, lo que al fin de cuentas, enfatizó, nos incrementa las ventas, conclusión ésta tan convincente que todos aceptaron su propuesta: 2

en adelante tirarían al traspatio del mercado el pescado en descomposición revuelto con el fresco, como alimento a los pelícanos pues ése era el motivo de sus incursiones en la plaza. Para ello, advirtió el hombre defensor de las delicadas aves, debemos comprometernos todos y cada uno en mantener abastecido el sitio escogido, lo cual implica que quienes no venden pescado deberán contribuir con una cuota en efectivo. Es más, volvió el hombre con sus argumentos inobjetables: considerémoslo una inversión, pues las gentes podrán apreciarlos atrás y ya sin estorbos en los sitios de venta nuestros ingresos mejorarán, y así los gastos en alejar a los pelícanos serán inferiores a las utilidades percibidas por el aumento de las ventas. Ante esta última aseveración el concepto fue unánime a favor de una cruzada defensora de los animalitos y por consiguiente protectora del medio ambiente e incluso promotora del turismo. El resto fue planificar detalladamente las actividades que garantizaran el logro de los objetivos, asignaron responsables y tiempos y se atrevieron a pronosticar los costos de la operación y a calcular la relación costo-beneficio, con lo que demostraron las bondades de la estrategia.

II La colonia de pelícanos causante de tal conmoción jamás tuvo la intención de perjudicar a compradores y vendedores de la plaza de mercado, por el contrario, querían estrechar lazos de amistad, en particular con los niños, quienes en no pocas ocasiones los llevaron a la plaza tras algunas sesiones de 3

juegos, y como en un comienzo fueron bien recibidos y premiados con apetitosos pescados, su insistencia se vio reforzada. Por eso no entendieron los insultos, y menos las agresiones que les propinaron. Finalmente, a fuerza de experiencias dolorosas, se preocuparon por la situación. Por esos días, algún atardecer luminoso en que el cielo se abría azul al infinito y mientras volaban a su antojo en bandada, después de que todos habían saciado el hambre mediante las espectaculares clavadas en el mar, se comunicaron entre sí y decidieron reunirse en la paya que frecuentaban, no muy apartada de la plaza de mercado. A un atento observador le hubiera sido imposible identificar aquel paseo como una asamblea de pelícanos, pero en verdad así ocurría, pues los pelícanos se comunicaban entre sí con sus sonidos característicos. Los pelícanos jovencitos insistían en volver a la plaza de mercado, y para ellos cualquier actitud de los humanos era sólo un juego; los viejos, en cambio, defendían la tradición ancestral de estar alejados de los humanos y conservar las costumbres de volar en bandadas y explorar el cielo infinito y desde allí caer en picada al mar para pescar. Reprendían a los jóvenes pelícanos y argumentaban que los golpes dolorosos en sus costillas nada tenían de agradable. Los jovencitos pelícanos manifestaban el deseo de explorar nuevos mundos y así enriquecer las costumbres. Las hembras mayores intentaban mediar en la discusión, unas, de parte de los viejos aunque advirtiéndoles el

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peligro de inmiscuirse en las vidas de los jovencitos y, otras, de parte de éstos, pero a la vez regañándolos por no atender los consejos de los viejos. No hubo consenso y al final los jovencitos prometieron no volver a internarse en la plaza de mercado. Lograron de los viejos la licencia de pasearse por la playa vecina al traspatio del mercado, a donde llegaban los niños, sus compinches de juego, lo cual fue aceptado por los mayores.

III Por los días en que los socios del mercado tomaron la decisión estratégica de montar en el traspatio una bodega alimenticia para los pelícanos, los animalitos se paseaban cerca de allí pero sin atreverse a entrar. Sin embargo, pese a concluir que las aves habían aprendido a fuerza de golpes e insultos a no invadir sus puestos de mercado, dedujeron que pronto lo olvidarían dada su naturaleza animalesca, y no tardarían en volver a sus andanzas. Por esto, atendiendo al plan acordado en la asamblea de socios pusieron manos a la obra. Empezaron a tirar en el traspatio el pescado y encargaron a los niños para que sus artificios juguetones atrajesen a los pelícanos hacia esa especie de basurero que se iba formando, pues las aves se mostraban recelosas en aceptar el ofrecimiento de los humanos. Los niños se acercaban a los pelícanos con su oferta tentadora en las manos y recurriendo a su poderosa creatividad fueron quebrando la resistencia de éstos hasta que lograron seducirlos. Las aves terminaron por arrimar por sí 5

mismas al basurero donde los esperaba su alimento y los niños se responsabilizaron de facilitarles la deglución. De esta manera, las aves se olvidaron del mercado. Los socios del mercado celebraron la efectividad de su estrategia y en una ocasión se reunieron para comentarlo. En efecto, la afluencia de turistas y coterráneos crecía y con ello las ventas. Tal situación, expresó un socio, podía ser aprovechable en la medida en que no dependiesen de la buena voluntad de los visitantes para adquirir algo, sino que podían reglamentarlo con el fin de obligarlos a una compra o, de lo contrario, habrían de pagar por ver el espectáculo de los pelícanos tan de cerca. Con un poco de publicidad, sustentó, podían difundir la atracción como un evento turístico más de la ciudad y de paso infundir en los turistas su solidaridad con los vendedores autóctonos del mercado, ya que éste era una de las manifestaciones folclóricas más pintorescas de la ciudad. La propuesta fue aceptada por unanimidad e incluso se hicieron los cálculos respectivos para proyectar la rentabilidad del nuevo negocio. Las cifras fueron halagadoras. A través de diferentes medios de comunicación se publicitó el basuro y sus pelícanos, así le llamaron, y pronto la empresa se reveló como una prometedora realidad: las ventas del mercado se dispararon y también la venta de entradas al basuro.

Entretanto, los niños complementaban la atracción

jugando con las aves, a las que habían adiestrado en maravillosos actos. Los pelícanos de la colonia iban acudiendo en grupos, atraídos por la grata 6

experiencia de los primeros, quienes habían difundido en su bandada la buena nueva de la comida rica y abundante. Se volvió común verlos hurgando en el basurero y hartándose de alimento. Éste fue el hecho que prendió las alarmas en la colonia de pelícanos.

IV Fueron las hembras mayores quienes advirtieron los riesgos por la abundancia del alimento en el basurero. Así lo indicaban los síntomas: de pronto se hallaron volando sin la compañía de los jóvenes; notaron la ausencia de viejos conocidos; con mayor frecuencia debían ir por los jovencitos al basurero, lo que conllevaba conflictos molestos; los jovencitos iban perdiendo habilidades para el vuelo y para la pesca, pues casi nunca lograban su objetivo al zambullirse en picada y en muchas ocasiones caían pesadamente y se golpeaban contra la superficie del mar, pues estaban engordando tanto que ya no podían dominar su cuerpo; y a la mayoría no la habían vuelto a ver en los acostumbrados paseos por la playa, pues se habían trasladado a vivir al basurero. Por eso decidieron citar a una reunión en la playa de sus dominios. Se desgataron sobremanera en la convocatoria debido a que la tal asamblea no les interesaba a los pelícanos moradores del basuro, no sólo por considerarla innecesaria sino porque la playa de sus mayores les parecía ya muy lejana y les daba pereza realizar

grandes esfuerzos en el vuelo para arribar allí. No

obstante, el esfuerzo de las hembras pelícano mayores se vio compensado al 7

comprobar que todos habían asistido; hasta los jovencitos más remilgados, incluso, fueron llegando a punta de regaños de los viejos. Dos hembras mayores iniciaron su disertación en contra de los jóvenes y de algunos viejos que ya no se les veía en la bandada ni en la colonia, argumentando la eminente destrucción de la unión que los había caracterizado, seguido de no pocos reclamos por la manera como estaban engordando y por lo holgazanes que se habían vuelto, pues ya no querían volar, o será que ya no son capaces, les enrostraron, a lo que los aludidos respondieron con ilusas demostraciones de vuelos acrobáticos de los que salieron mal librados, pues el cansancio inusual al final y algunos accidentes de vuelo que terminaron con aterrizajes forzosos de los que salieron lastimados o con amerizajes tan deficientes que casi se ahogan, de tal modo, pues, que en vez de defenderlos terminaron sus actos por darle la razón a las hembras pelícano mayores; además, proseguían las pelícanos viejas y uno que otro pelícano anciano, ya no sabían ni procurarse el alimento por su propia cuenta, y, lo que es peor, ya no parecían de la misma especie, por lo que… hasta que los pelicanos acusados protestaron con vehemencia, alegando que la comida sí se la proveían ellos mismos, pues de no ser por ellos los humanos no se comportarían así, es decir, la comida se la estaban ganando sólo con su presencia y que además eran bien tratados, y para qué complicarse la vida pescando en el mar, con los peligros que esto implica, cuando le podían obtener de manera sencilla y que suficiente era el tiempo que pasaban juntos, para qué más, y además ellos ya estaban grandecitos y creciditos y no necesitaban de tanto cuidado; mientras 8

tanto los viejos pelícanos compañeros de aventuras de los jovencitos guardaban silencio, bien sea porque los respaldaban, o por indiferencia o quizás en algo les daban la razón a las hembras pelícano mayores, aunque eso de que ya no pertenecían a la misma especie… De cualquier forma no hubo conciliación y la discusión en la playa degeneró en una división caótica en la que el conflicto se agravó y terminó con la deserción de la mayoría. Solamente quedaron en la playa las dos hembras mayores, acompañadas de dos ancianos pelícanos, uno de ellos desertor de la bandada disidente y el otro un anciano cuyas convicciones concordaban con las de las hembras acusadoras.

V Con el correr de las semanas los pelícanos se volvieron obesos y esto aumentó la calidad del espectáculo. Constituían una especie jamás vista ni en el país más exótico y por eso una verdadera sensación turística. Ya no podía afirmarse que conformaban una bandada pues jamás se les veía volando y su andar era más lento de lo natural, pero precisamente por eso causaban gracia. Las familias visitantes se tomaban fotos con ellos, las que celebraban con júbilo una vez las apreciaban. Los socios vendedores del mercado no cabían de la satisfacción al ver el éxito de su estrategia: mientras más pescado arrojaban al basuro, entre socios y turistas,

más pelícanos acudían a frecuentarlo y con ello más se

engordaban y con esto más turistas atraían. 9

Tan pesados se fueron volviendo los pelícanos que ya ni siquiera caminaban hasta la playa más cercana sino que deambulaban cerca del basurero, comiendo de más, y era corriente verlos echados durmiendo la siesta después de una gran comilona. Entonces sucedió lo impensable: los pelícanos, cada vez más gordos, comenzaron a enfermarse debido a su sedentarismo. Muchas afecciones los atacaban, hasta el punto de causarles la muerte; mas esto no hubiera sido problema de no haber sido porque los niños, y con ellos los mayores de sus familias, se iban contagiando de infecciones y parásitos que les producían enfermedades graves. Así, pues, los pelícanos obesos, quienes ya habían renunciado a volar por física incapacidad, y que aún conservaban salud, vivieron tranquilos mientras no se enfermaron y durante el escaso mes que los socios del mercado tardaron en descubrir el origen de las enfermedades. Una vez identificada tal causa y sin mediar asamblea de ninguna índole, por iniciativa de unos pocos, decidieron deshacerse de esos malditos animales y pasaron a los hechos violentos. Primero, los echaron a golpes y patadas, o tirándoles piedras y objetos de todo calibre, pero los pelícanos ni se movían porque no podían con sus enormes barrigas, y sus patas debilitadas por la inactividad no los sostenían en pie. Cuando intentaron batir las alas para volar se dieron cuenta de que se les habían pegado a las costillas. Al comprobar semejante incapacidad, alguien decidió matarlos. Y cuando mató al primero a punta de machetazos, en medio

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de vociferaciones soeces, otros socios lo emularon, cada cual con más saña que los demás. Fueron presas fáciles. No obstante, el instinto impulsó a los pelícanos obesos a intentar sus mejores esfuerzos por escapar, pero los humanos eran más ágiles y rápidamente los cazaban, destrozándolos a machetazos. El último pelícano gordo con vida había logrado distanciarse unos metros del basurero y procuraba volar en medio de su desesperación, mas no lograba levantarse ni un metro del suelo. Cuando se aproximaba a la playa fue alcanzado por varios de los verdugos. Con el primer machetazo, que casi lo parte en dos, cayó pesadamente sobre la arena, de cara al sol, patas arriba. El segundo machetazo le partió el pico, y sintió que los golpes mortales acababan con su vida. En su instante postrero, el último pelícano obeso entreabrió los párpados y logró vislumbrar el infinito: en ese momento un solitario pelícano volaba bajo el cielo azul.

Rey Carlos Villadiego

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