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Una lágrima rodaba por la mejilla de Abby —¿Por qué? —pensó. Tantos momentos compartidos, tantos besos, tantos abrazos, las risas y las sonrisas. ¿Y se marchaba así sin más?. —Cobarde —gritó a la carta que tenía entre sus manos. No quería llorar más, no por él, no se lo permitiría. Sentía que su corazón se había quebrado en miles de pedazos. Se sentía débil, frágil e ingenua. Arrugó el papel y lo tiró a la basura. Quería olvidarse de todo: de los lindos momentos que pasó, de las largas pláticas que tuvo en ocasiones a la madrugada y que un día pensó que valían la pena, de las mariposas en su estómago, de ese sentimiento al que ella llamó "AMOR", pero sobre todo quería olvidarse de él. Aunque Abby sabía que sería díficil porque amó a Evans como nunca había amado a alguien y nadie podía sacarle eso de la mente. Salió de su habitación con rumbo a... ni siquiera ella sabía a donde ir. Solo quería pensar, olvidar mientras caminaba por las calles de Paris. —¿Por qué a Nueva York? —dijo para si misma —¿Por qué tenía que irse cuando todo marchaba de maravilla? —. Y lo hacía de la manera más cobarde: escribiendo una carta. Sin tener la valentía de poder mirarla a los ojos y decirle que se iría y que no iba a volver, que todo acabaría ahí. Ni un te amo, ni una despedida, no le dejó nada, solo un vació enorme en su corazón. Abby estaba confundida, frustrada y dolida. No supo cuanto tiempo estuvo caminando hasta que llegó al Square Montholon. Estaba muy lejos de su casa y le dolían los pies. Se sentó en uno de los bancos de aquel parque y... lloró. No aguantaba más, no podía hacerse a la idea que el amor de su vida —o eso pensaba hasta entonces —estaba a 5,837 kilómetros lejos de ella. La noche caía y el cielo parisino se llenaba de estrellas. Hacía frío y el viento azotaba; se acercaba el invierno, pero a pesar de ello Abby no sentía nada. Caminó de regreso a su casa, le dolía la cabeza a causa de tanto llorar, solo quería dormir y pensar que lo que había pasado solo sería una pesadilla y que mañana todo volvería a ser lo mismo. Llegó a casa, subió a su habitación y se colocó el pijama. Entró en el baño y se miró al espejo, sus ojos estaban hinchados, sus mejillas estaban rojas y su cabello despeinado. Estaba hecha un desastre. Alguien llamó a la puerta pero Abby no respondió. —Abigail, mi amor ¿estás ahí? —dijo Alexa su madre, con un tono maternal. Sabía que a su hija le ocurría algo, lo sentía. Eso era lo que las madres intuían ¿no?. —Sí mamá ¿qué ocurre? —dijo Abby mientras observaba el rímel corrido bajo sus ojos. —¿Podrías por favor abrirme la puerta? —preguntó su progenitora.

La puerta se abrió dejando ver a una madre preocupada, su hija se veía muy mal. Abby le contó todo lo sucedido, Alexa la abrazó, la consoló y le dió un beso de buenas noches. Aquel día había sido el peor para su hija... En esa semana Abby no comió, no salió, ni fue al instituto. No se sentía viva porque era él, quien la hacía sentir viva y eso la destrozaba más. Pasaron días e incluso meses sin saber de Evans. Ni una sola llamada, ni un mensaje. Abby estaba desesperada, ya no sabía si podría volver a amar a alguien tanto como amó a Evans. Se prometió a si misma que no se volvería a enamorar, no quería tener que llorar de nuevo por un hombre, hasta incluso decía que odiaría al amor y ella mismo se preguntaba si eso sería posible. Llegó el invierno y después la primavera. Abby siguió su vida normal, no pensó en Evans y no volvió a llorar desde ese día. Cumplió su promesa al pie de la letra. Volvió a sonreír, volvió a sentirse viva volvió a ser la misma Abby de siempre solo con una excepción... Sería siempre demasiado fría para amar.