Discurso De Miguel ángel Granados Chapa - Homenaje Lmi

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Discurso ofrecido por Miguel Ángel Granados Chapa Homenaje recibido en el Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México 14 de octubre de 2009

Les agradezco mucho esta reunión a las autoridades de la Licenciatura en Periodismo y Medios de Información del Tecnológico de Monterrey. Le agradezco mucho a mis compañeros y amigos, Víctor Roura, Mariano Morales y Omar Raúl Martínez, que tan abrumadoramente se han referido a mi trabajo. Me complace particularmente tenerlos a ustedes, muchachas y muchachos, jóvenes, como interlocutores esta mañana por una circunstancia que nos une: Yo estuve sentado en un lugar semejante al que ocupan ustedes en sus aulas. Como ustedes, yo decidí ser periodista a través de una carrera universitaria. No me arrepiento nunca de haberlo hecho y estoy cierto de que si ustedes han practicado el debido examen de conciencia que los tiene aquí no se arrepentirán tampoco de haber elegido este oficio, esta profesión. Quienes no hayan practicado ese examen de conciencia más vale que lo realicen cuanto antes, porque pudiera ocurrir que si lo piensan dos veces, si lo piensan a fondo, decidan que no es este el camino que quieren recorrer. Pero si la conclusión es la contraria, si después de

sumergirse en su propio yo, concluyen que quieren ser periodistas, las y los felicito por esa decisión. Esta tarea que ustedes comienzan ha de ser desde su preparación académica. Es una tarea que puede resultar muy gratificante porque puede ser muy servicial, y si una vida, desde mi punto de vista, tiene sentido, es cuando dispone de capacidades para servir a los demás. La vida en comunidad sólo es posible en la convivencia que nos hace interdependientes. Siempre necesitamos de los otros, y hay oficios, el nuestro es uno de ellos, en donde esta capacidad de cobrar necesidades distintas de las nuestras propias aparece mucho más clara. Por eso las y los felicito si han resuelto después de este examen de conciencia, ser periodistas. Me complace también hablar y recibir estas palabras y este reconocimiento; esta placa por parte del Tecnológico de Monterrey que es un ejemplo de la educación privada en nuestro país, no sólo por su desarrollo material; de la semilla sembrada en 1943 ha surgido un inmenso y frondoso árbol cuyas ramas se extienden por todo el país ahora. Y de las carreras iniciales, de las preocupaciones académicas que movieron a sus fundadores a iniciarlo en la capital de Nuevo León, han transitado al Tecnológico a convertirse en una institución de enseñanza superior con gran amplitud, con decenas de carreras, con niveles de licenciatura, de preparatoria misma, de posgrado, de maestrías y doctorados, especialidades en una gran diversidad de tareas que han sido igualmente muy serviciales a nuestro país. En buena hora el Tecnológico de Monterrey ha asociado algunas de sus tareas al nombre de Alfonso Reyes, cuya memoria no puede quedar al margen de una reunión de periodistas y de futuros periodistas porque él mismo, quizá el mayor escritor de la lengua mexicana, de la lengua española escrita en México, fue un periodista.

Si un estilo y una vida pueden sernos propuestas como ejemplo, esa es la de Alfonso Reyes. Alfonso Reyes, regiomontano ilustre, bromeaba con el significado de la palabra de la ciudad alemana donde nació Kant, Königsberg, que quiere decir Monterrey en alemán. Él hablaba de Kant, o de sí mismo, intercambiando la broma, como el otro regiomontano ilustre: ambos eran regiomontanos. Y para fortuna nuestra, nuestro regiomontano nos queda

por

esa

circunstancia

más

próximo

y

lo

tenemos

ahí

permanentemente como ejemplo, y en buena hora, repito, el Tecnológico de Monterrey lo ha atraído. Ustedes conocen sin duda la trayectoria de Don Alfonso, que vivió las cimas y las simas de una vida enriquecida por la experiencia, la que se busca y la que se nos asesta, la que cae encima de nosotros. Como ustedes recuerdan, Alfonso Reyes fue hijo de una familia privilegiada en Nuevo León cuyo padre, el General Bernardo Reyes, fue gobernador de esa entidad, y Alfonso nació, como se decía antes, en pañales de seda. Nació en una familia muy acomodada, con buena fortuna política. El General Reyes fue ministro de la guerra con el general Díaz y, aunque esas hipótesis no tienen validez histórica rigurosa, de haberlo resuelto se hubiera evitado, no sé si para bien o para

mal,

la

Revolución

Mexicana,

porque

la

modernidad

del

pensamiento, la estructura de conciencia, el rigor disciplinario del General Reyes, lo hicieron aparecer en la escena pública mexicana al comenzar el siglo XIX como la opción para el tránsito de la dictadura a la democracia sin ruptura. También con el entendido de que puede ser la fórmula empelada, para bien o para mal, Reyes, Don Bernardo el General, hubiera podido practicar el porfirismo sin Don Porfirio. Permitió el progreso mexicano en el último cuarto de siglo de la centuria decimonovena sin cerrarse

al progreso y sin impedir el acceso de los mexicanos a la democracia. Reyes significó la posibilidad de la democracia sin violencia, pero los conservadores de entonces, los científicos que rodeaban a Díaz hasta sofocarlo, impidieron esa opción democrática de un militar letrado. Reyes era un hombre culto, leído, que propició esa misma condición en sus hijos Rodolfo y particularmente Alfonso; esa opción se cerró, y puesto a elegir entre la lealtad a Díaz y las posibilidades del desarrollo democrático del país, Don Bernardo optó por la lealtad y no se colocó enfrente del general Díaz, y con eso forzó las circunstancias de la historia para que la democracia fuera arrancada por la fuerza al conservadurismo que rodeaba, y repito, sofocaba, a Díaz. Luchando contra la revolución maderista, el General Reyes murió en un combate encabezado por él, un combate contrarrevolucionario, un combate que lo situó en el centro de una terrible paradoja; murió combatiendo a quienes hubieran podido ser sus partidarios, a quienes lo hubieran elegido como presidente de la república en una transición tersa, en una transición ordenada. La muerte de Don Bernardo Reyes produjo, años después, de la pluma de su hijo Alfonso, una de las más bellas páginas de la literatura mexicana, “La oración del nueve de febrero”. Porque el 9 de febrero de 1913, en un intento notoriamente destinado a fracasar de tomar el Palacio Nacional, el General Reyes fue recibido a balazos por los revolucionarios y ahí murió en una suerte de accidente trágico. La tragedia de su padre, la tragedia del régimen que no quiso prolongar Don Bernardo, fue también la tragedia de don Alfonso, quien tuvo que salir del país poco después de ese grave momento y la decena trágica que siguió a la muerte de Don Bernardo, que terminó también con dos muertes trágicas más --más trágicas todavía si cabe la agravación en esos términos--, la de Madero y de Pino Suárez, que sacrificados por un intento de volver atrás la historia, y de reinstalar una dictadura con

peor carácter que la dictadura porfirista, condujo finalmente a la Revolución. Alfonso Reyes había venido a vivir a la ciudad de México, se había hecho abogado, había asistido a la escuela de altos estudios, lo que después fue la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional, fundada en 1910 por otro porfirista ilustre --que los hubo--, Don Justo Sierra. Reyes tuvo que salir al exilio, a la pobreza, dejar la vida regalada que hasta entonces había disfrutado en Francia primero y en España sobre todo en la década de los años 20, y se ganó la vida como periodista, trabajando intensamente, conociendo el oficio, amándolo, estableciendo caminos. Él fue uno de los pioneros en lengua española y probablemente en todas las demás también, de la crónica y la crítica cinematográfica; es seguro, es deseable que muchos y muchas de ustedes hayan ido al cinematógrafo que la Universidad Nacional tiene en San Ildefonso, una de sus instalaciones del centro de la ciudad, que se llama como el seudónimo que usó Reyes para escribir su crítica cinematográfica: Fósforo. Así se bautizó a sí mismo Reyes, no sólo para darle lustre a una firma periodística, sino también para disimular que escribía diversos textos; tenía que firmar con seudónimos porque otro grande de las letras españolas, Ortega y Gasset, que había fundado un diario llamado El Sol, le otorgó el privilegio de ser un colaborador que realizaba una página semanal completa y la llenaba Reyes con textos firmados por diversos nombres, que eran los suyos. Se hizo un periodista cabal, Reyes, en esos años, forzado por la necesidad, que es una buena maestra, aunque no tanto como las instituciones académicas que forman y contribuyen a la formación hoy de los periodistas.

No dejó de servir para los periódicos nunca Reyes, ni tampoco de reflexionar sobre el oficio periodístico. Escribió en otro de sus libros ejemplares, “Las Mesas de Plomo” que ustedes seguramente conocen, una historia del periodismo mundial hasta comienzos del siglo XX, que tiene el valor de la erudición. Reyes era un investigador cuidadoso, minucioso y exponía los datos obtenidos de su indagación con una prosa robusta, una prosa elegante, que lo hizo, como sostengo y no es una afirmación atrevida ni mucho menos, el mayor prosista, el mayor escritor de nuestra lengua. El periodista Alfonso Reyes, una de las caras del escritor Alfonso Reyes, aparece en la historia del Tecnológico de Monterrey como una figura señera y me alegra estar con ustedes esta mañana, recibir esta distinción que me honra y me enorgullece, recordando el nombre de Alfonso Reyes como de otros regiomontanos o nuevoleoneses ilustres vinculados con nuestro oficio. Pienso particularmente en Don José Alvarado, que nació en Lampazos y era también dueño de una pluma exquisita y trabajó durante mucho tiempo en los grandes periódicos mexicanos. Sigue siendo una mezquindad de los periódicos el que no se valga escribir en más de un diario de una misma ciudad; el valor periodístico de Don José Alvarado sin embargo lo llevó a ser buscado por más de un editor y simultáneamente escribía en los años 60 y 70 en periódicos antagónicos: Excelsiór, un periódico conservador, de filiación occidental (se decía en el lenguaje de la guerra fría para hablar de los partidarios de la política de Washington), y en el periódico El Día, que representaba el polo opuesto; un periódico de izquierda, de izquierda priista, pero izquierda al fin. En Excelsiór era Alvarado y en El Día escribía con el pseudónimo de Aradoval, pero era la misma persona; no se traicionaba, no se desdoblaba en dos, no escribía al gusto de los editores, escribía para sus lectores que eran tan devotos de su pluma en una y otra parte.

Don Pepe Alvarado lamentaba, sin embargo, y no obstante la gran calidad de su estilo, no haber podido ser el mayor escritor de su estado porque ahí había nacido Reyes; ni siquiera de su pueblo, porque ahí había nacido García Naranjo, otro de los grandes escritores en prensa nacido en Nuevo León, y ni siquiera de su calle, se lamentaba Don Pepe, porque García Naranjo había nacido en la misma calle que Don Pepe Alvarado. Es inevitable también recordar en una reunión de periodistas y futuros

periodistas

a

Porfirio

Barba

Jacob,

un

poeta

maldito

colombiano; Ricardo Arenales que fundó El Porvenir (no es una metáfora lírica, hay un periódico o hubo un periódico en Nuevo León, Monterrey, llamado El Porvenir), y este poeta, grande como poeta, grande como periodista, que se destruyó a sí mismo por sus adicciones (lo que no es por supuesto ejemplar, pero sí su ejercicio de la pluma), está presente también en una reunión al calor del Tecnológico de Monterrey, entre periodistas. Con estas evocaciones, con mi felicitación por su decisión de ser periodistas, de enriquecer este oficio tan necesario, no obstante las modificaciones tecnológicas a la que estará sujeto (que ustedes dominan; algo enteramente ajeno a mis nociones pre-modernas). La modernidad no nos va a tomar por sorpresa, no nos va a derrotar, sino al contrario, va a ser una sumisa servidora en nuestra decisión de ser periodistas. La modernidad es un instrumento, la tecnología es un instrumento que vamos a dominar, que dominamos ya, y que va a contribuir a que se expandan nuestras posibilidades de servicio, que es en último término de lo que se trata. Muchísimas gracias.

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