La Fe De La Revolución Humana

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La fe de la revolución humana [Traducción completa de la entrevista publicada en el número de Invierno 2008 de la revista de budismo Tricycle de los Estados Unidos.] DAISAKU IKEDA es el presidente de la Soka Gakkai Internacional, la agrupación budista laica más importante del mundo y la más diversa dentro de los Estados Unidos. En lo que constituye una ocasión inusual, Ikeda habla con el editor contribuyente Clark Strand sobre la excepcional historia de su organización, su práctica fundamental, con frecuencia incomprendida, y sobre el verdadero objetivo por el cual oran sus miembros. Los practicantes budistas de la Soka Gakkai, entre los que se cuentan desde celebridades de Hollywood y destacados músicos de jazz hasta personas comunes de todo el mundo, son conocidos por recitar la frase Nam-myoho-renge-kyo. Lo que entonan es el título en japonés del Sutra del loto, que afirma que todos nosotros, sin excepción, podemos alcanzar la iluminación a través de la fe en sus enseñanzas. La Soka Gakkai (Sociedad para la creación de valor) fue fundada en 1930 por Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944), educador japonés que basó sus teorías pedagógicas en las enseñanzas de Nichiren, monje budista del siglo XIII que buscó introducir una reforma en la sociedad japonesa mediante las enseñanzas del Sutra del loto. En 1943, valiéndose de la Ley de Preservación de la Paz, el gobierno japonés arrestó a Makiguchi cuando este se negó a subordinarse al sintoísmo estatal con otras escuelas budistas, actitud con la que desafió abiertamente la autoridad del gobierno militarista. Makiguchi murió en prisión un año después. Una vez concluida la guerra, su discípulo Josei Toda (1900-1958) elevó la Soka Gakkai a un nivel sin precedentes, al aumentar extraordinariamente la cantidad de miembros y consolidar la organización en todo el país como un movimiento popular dedicado a la paz y a los derechos de las personas comunes. Al fallecer Toda en 1958, la tarea de propagar las enseñanzas del budismo de Nichiren y de difundirlas dentro de la comunidad internacional recayó en el discípulo de Toda, Daisaku Ikeda (1928-), quien fundó la Soka Gakkai Internacional (SGI) en la isla de Guam, en 1975. Con doce millones de miembros distribuidos en ciento noventa y dos países y territorios, la SGI es el grupo budista laico más grande del mundo y la escuela budista más amplia y étnicamente diversa de los Estados Unidos, donde sus miembros mantienen reuniones de diálogo en dos mil seiscientos grupos y en casi cien centros comunitarios a lo largo y a lo ancho de la nación. En el ámbito de los creyentes budistas occidentales, ha habido siempre una clara división entre miembros de la SGI y estudiantes de otras tradiciones basadas en la meditación, como la escuela Zen, la Vipassana y la Vajrayana. Quienes se dedican a esas prácticas conocen muy poco o casi nada sobre la SGI. De modo que cabe preguntar cuál es en definitiva la práctica de la SGI, cuáles son sus enseñanzas y cómo se explica su rápida expansión hacia tantas culturas diferentes alrededor del mundo. Esta entrevista al presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, la primera concedida a una revista norteamericana, fue llevada a cabo este verano, vía correo electrónico, por el editor contribuyente de Tricycle, Clark Strand, y traducida por Andrew Gebert. La nota es la culminación de un extenso intercambio de dos años con el máximo líder de la SGI acerca del futuro del budismo y la relación de esta filosofía con el diálogo entre religiones y con cuestiones de gran relevancia para la humanidad.

C. S.: La mayoría de los estadounidenses saben muy poco acerca del budismo de Nichiren, salvo que sus seguidores entonan Nam-myoho-renge-kyo, que es el título del Sutra del loto. ¿Podría usted contribuir a que nuestros lectores comprendan el rol de esa práctica fundamental del budismo de Nichiren? D. I.: Nichiren empleó la siguiente analogía para explicar el daimoku o "Gran Título" y cómo este actúa: "[C]uando canta un pájaro enjaulado, las aves que vuelan en el cielo sienten un llamado y se reúnen a su alrededor. Y cuando las aves lo rodean, el pájaro busca la libertad". Entonar Nam-myoho-renge-kyo es convocar el nombre de la naturaleza de Buda que yace en nuestro interior y en el de todos los seres vivos. Es un acto de fe en esa naturaleza de Buda universal e implica la acción de disipar la oscuridad fundamental de la vida, que es nuestra incapacidad de reconocer la verdadera naturaleza iluminada que poseemos. Es esa oscuridad fundamental, o ignorancia, la que nos hace experimentar los ciclos del nacimiento y de la muerte como sufrimientos. Cuando hacemos surgir la esplendorosa vida iluminada que existe en cada uno de nosotros, sin excepción, y nos basamos en ella, ni siquiera los sufrimientos más fundamentales e ineludibles de la vida y la muerte se viven dolorosamente. Por el contrario, se pueden transformar en las virtudes de eternidad, felicidad, verdadera identidad y pureza. C. S.: A primera vista, esta parecería ser una más de las enseñanzas surgidas en el Japón en la era de Kamakura que establecían una práctica única, como por ejemplo, la práctica de Dogen, que consiste en solo sentarse, o la de Honen, en entonar la oración de la Tierra Pura (Nembutsu). D. I.: Como verá, existe una aparente similitud entre esas prácticas y la práctica de Nichiren de entonar el título del Sutra del loto. Creo que tales semejanzas podrían atribuirse a una respuesta generalizada, consciente o inconsciente, a las condiciones y desafíos propios de la conflictiva era de Kamakura, momento en que el Japón estaba sufriendo una transición hacia un sistema político centrado en los samuráis. La práctica Zen de sentarse es representativa de la clase de jiriki o "poder propio", que no recurre a ninguna verdad absoluta o entidad fuera de uno mismo. Por otro lado, la entonación del Nembutsu, que se ofrece al buda Amida en quien se busca la salvación, es típica del enfoque tariki, o "poder de otro". Inspirándose en las enseñanzas del Sutra del loto, Nichiren declaró que era más atinado evitar centrarse demasiado en el propio poder o en el de otro. La práctica de Nichiren de entonar Nam-myoho-renge-kyo nos lleva a descubrir un poder y una sabiduría que existen dentro de nosotros y que, a la vez, nos trascienden, pues abarcan tanto la práctica del poder propio como la del poder de otro. C. S.: En cierto sentido, usted sugiere que representa lo mejor de ambos aspectos. D. I.: Así es, y, como el enfoque de Nichiren es a la vez accesible y práctico, permite que las personas comunes empleen el inagotable manantial de fuerza y de sabiduría que poseen de manera inherente. Es una práctica que nos fortalece y nos brinda el coraje para vivir una vida victoriosa en medio de las terribles realidades de esta época de conflicto y de antagonismo. Por ello, tengo absoluta convicción de que puede jugar un papel vital en el proceso de señalar un camino positivo para la humanidad. C. S.: Los creyentes en el budismo de Nichiren entonan el daimoku para lograr sus objetivos: una carrera exitosa, buena salud, un buen matrimonio, incluso, la paz del mundo. Sin embargo, desde un punto de vista puramente tradicional, orar por la

satisfacción de los deseos mundanos en lugar de luchar para trascenderlos podría parecer una traición a la doctrina budista básica. ¿No sería eso una contradicción? D. I.: Si usted piensa que el propósito de la religión es la felicidad, de hecho, no existe contradicción alguna. El ideal del budismo Mahayana es el logro de la felicidad para uno mismo y para los demás. En ninguna parte está este principio tan plenamente establecido como en el Sutra del loto, que reconoce la naturaleza de Buda en todos los seres humanos, hombres y mujeres, cualquiera fuere su condición o nivel educativo. El sutra declara que todas las personas, más allá de su origen étnico o cultural, y su clase social o económica, pueden lograr la iluminación. Nuestra recitación del título del Sutra del loto es una manera de renovar nuestro juramento de vivir de acuerdo con ese principio. C. S.: Aun así, la tradición budista, incluso la tradición Mahayana, se ha centrado más bien en una concepción monástica de la iluminación. ¿Puede usted percibir algún indicio de reforma populista en el Sutra del loto? D. I.: El Sutra del loto no niega la validez de la práctica monástica o de la postura de quienes realizan su práctica en un lugar propicio para superar los impulsos ilusorios y alcanzar un estado espiritual apacible. El problema surge cuando la práctica termina siendo un fin en sí misma en lugar de un medio para ingresar en la senda de la sabiduría. Nichiren fue el primero en hacer que el logro de la sabiduría a través de la fe fuese algo al alcance de todas las personas. Al seguir sus enseñanzas, resulta posible utilizar cualquier circunstancia de la vida, sea de regocijo o de dolor, como una oportunidad de desarrollar aun más la propia sabiduría innata. Cuando Nichiren declara que los deseos mundanos conducen a la iluminación, está describiendo el proceso por el cual incluso las personas comunes que viven sumidas en los impulsos ilusorios y los deseos mundanos pueden manifestar su más elevada sabiduría. C. S.: Sigo pensando que a muchas personas que no practican el budismo de Nichiren les resultará difícil comprender que orar por la concreción de los deseos mundanos conduce a la iluminación. D. I.: Bien, en primer lugar, creo que es importante que todos los budistas, incluso los miembros de la SGI, comprendan que Nam-myoho-renge-kyo no es una fórmula mágica que se debe recitar para hacer realidad los deseos. Es una práctica que expresa nuestra fe en la verdad y pone nuestra vida en sintonía con esa verdad. Es un camino para trascender el llamado "yo inferior", que se encuentra sometido a los deseos y atormentado por los impulsos ilusorios. Se trata de un proceso de aprendizaje que, al transformar nuestra vida, nos permite manifestar nuestro yo superior y hacer surgir la sabiduría de Buda y la capacidad de concretar la propia felicidad y la de otras personas. En sus comienzos, la Soka Gakkai solo recibió el desprecio y las burlas de la sociedad japonesa, que se complacía en señalarla como una reunión de pobres y de enfermos. Sin embargo Josei Toda, mi mentor, consideró esa circunstancia un motivo de orgullo y declaró con gran convencimiento: "La verdadera tarea de la religión es brindar sostén a los pobres y a los enfermos. Tal es el propósito del budismo. La Soka Gakkai es aliada y amiga de la gente común, de los que sufren. Por más que nos desprecien, seguiremos luchando por el bienestar de esas personas". Frente a la devastación del Japón de posguerra, Josei Toda estaba seguro de que, a los ojos del Buda, esa era la acción más noble para emprender. Además, el Sutra del loto no niega el valor de los beneficios mundanos. Al impulsar a las personas a practicar con la expectativa de obtener esos beneficios, las enseñanzas del Sutra

del loto establecen un modo de vida basado en la fe, y, mediante esa fe –desarrollada paso a paso, cualesquiera fueren las circunstancias en que nos encontremos al iniciar este camino y sean cuales fueren las aflicciones que nos agobien—, ingresamos en el camino de la sabiduría. Cuando creemos en este sutra, que enseña la iluminación universal, y purificamos nuestra mente, podemos armonizar nuestras acciones diarias con el espíritu esencial del budismo. En el Sutra del loto y en las enseñanzas de Nichiren, no existe una separación esencial entre la iluminación y la vida de la gente común. C. S.: Estudiosos occidentales han observado que Nichiren fue el primer líder budista que habló con esclarecimiento e instó a los dirigentes japoneses a abrazar el Dharma y aplicarlo en la sociedad. ¿Qué fue lo que inspiró a Nichiren, con riesgo de su vida, a dar un paso tan audaz como el de propugnar una visión budista de la sociedad, en un país donde justamente la religión cumplía el papel tradicional de apoyar la estructura de poder existente en lugar de ponerla en tela de juicio? D. I.: Es cierto que en Japón se pretendía que la religión respaldara a los que estaban en el poder. La postura totalmente distinta de Nichiren es una clave para comprender su personalidad. Nichiren sentía una profunda conmiseración por los sufrimientos del pueblo y consideró su responsabilidad hacer algo acerca de ello. Su empatía y absoluto compromiso con la transformación social son la esencia de todas sus acciones. El siglo XIII en el Japón de la era de Kamakura fue una época terrible. La vida de la gente se veía constantemente amenazada por terremotos, sequías y otros desastres naturales; asimismo, se multiplicaban la hambruna, las pestes y los conflictos armados. Pero ni las autoridades políticas ni las religiosas de entonces fueron capaces de ver más allá de su apego a su propio poder y posición, para realizar alguna acción efectiva. Como resultado, se adueñó del pueblo un agudo sentimiento de impotencia y desesperación. Debido a su naturaleza, Nichiren era incapaz de volver las espaldas al sufrimiento de otros. De modo que se pronunció a viva voz, con lo que inició una batalla de ideas que desafiaron el orden existente. C. S.: Eso parece muy arriesgado. D. I.: Lo fue. Pero Nichiren comprendió los riesgos. En 1260, presentó su tratado Rissho Ankoku Ron (Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra) a la más alta autoridad de facto del Japón, el regente retirado Hojo Tokiyori. Lo hizo así, porque estaba convencido de que, en una sociedad feudal, era esencial cambiar la mentalidad de quienes se situaban en la cúspide del poder. En los años siguientes, pese a las persecuciones y a las constantes amenazas de asesinato o ejecución, Nichiren mantuvo férreamente su independencia e insistió en amonestar a las autoridades. Por entonces, logró numerosos adherentes entre las filas del pueblo, mediante su enseñanza de que la felicidad en este mundo era en verdad posible. Pero, por supuesto, su influencia sobre los sectores oprimidos de la sociedad fue percibida por los poderosos como una amenaza. Nichiren ya había previsto todo eso con claridad, y sus escritos registran con enorme franqueza las dudas y preguntas que lo asaltaron tempranamente en su lucha, cuando se interrogaba si debía o no dejar oír su voz. En un momento dado, le admitió a un discípulo: "Yo, Nichiren, soy la única persona en todo el Japón que lo comprende. Pero si digo una sola palabra al respecto, con toda seguridad seré censurado por mis padres, hermanos y maestros, y el gobernante del país tomará medidas contra mí. Por otro lado, sé muy bien que si no digo lo que debo, estaré actuando sin benevolencia". Luego de un proceso de intensas cavilaciones, Nichiren recordó las palabras del Sutra del loto, que instaban a la

propagación de la enseñanza después de la muerte del Buda; entonces, realizó el solemne juramento de transformar la sociedad y contribuir a que todas las personas vivieran una existencia feliz. C. S.: ¿De qué manera mantiene la Soka Gakkai el legado de Nichiren? D. I.: Los primeros líderes de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi y Josei Toda, fueron educadores que se esforzaron por promover innovaciones en las prácticas educativas del Japón. El señor Makiguchi se convirtió al budismo de Nichiren en 1928, dos años antes de fundar la Soka Gakkai; y el señor Toda abrazó la fe en el budismo muy poco tiempo después. Tal como lo hizo Nichiren, ambos se consagraron a la felicidad de la gente común, que luchaba por una vida mejor. Durante la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, debieron enfrentar persecuciones, cuando se opusieron al fascismo del Japón militarista y criticaron el uso que el Estado hacía del sintoísmo para unificar espiritualmente a la población y lograr apoyo a sus proyectos bélicos. Debido a la resistencia que opusieron, ambos fueron arrestados y enviados a prisión. En 1944, el señor Makiguchi falleció en la cárcel a causa de una extrema desnutrición. Tenía setenta y tres años. Cuando el señor Toda fue liberado, se dedicó a reconstruir la organización en medio de la devastación provocada por la derrota de la guerra. C. S.: Pero no fue solo el gobierno militarista el que se opuso al mensaje de paz y de inclusión absoluta de la Soka Gakkai, ¿verdad? D. I.: Sí, es cierto. Durante los casi siete siglos transcurridos después de la muerte de Nichiren, el budismo establecido por él comenzó a apartarse de los intereses y las preocupaciones de la gente común. Hubo momentos en que fue incluso interpretado como una enseñanza extremadamente nacionalista. El señor Makiguchi redescubrió el budismo de Nichiren como una religión dedicada a la felicidad de todas las personas. Se dedicó a promover esa clase de felicidad, desde los cimientos de la sociedad, mediante la reforma de las prácticas educativas dentro del Japón. Con el tiempo, sus objetivos se expandieron para compartir la práctica con gente de las más diversas extracciones, como una manera de transformar la vida de las personas y así, de la sociedad en su conjunto. C. S.: Pero ¿acaso no se fusionó el budismo de Nichiren, como lo hicieron prácticamente todas las demás escuelas de budismo japonés, para apoyar las intenciones bélicas de entonces, tal como lo exigía el gobierno? D. I.: Durante los años de furia militarista dentro del Japón, el clero de la Nichiren Shoshu, al que Makiguchi estaba asociado, cedió a las presiones de las autoridades políticas. Por ejemplo, los sacerdotes aceptaron modificar o directamente eliminar pasajes de los escritos de Nichiren que las autoridades consideraron problemáticos. En contraposición, el señor Makiguchi mantuvo la intención original del budismo de Nichiren, una filosofía humanística dedicada a la felicidad del pueblo, y murió en prisión, como resultado de ello. C. S.: ¿Diría usted que el humanismo moderno y global de la Soka Gakkai de posguerra nació de la resistencia de Makiguchi a la guerra? D. I.: Sí, aunque "se inspiró en" sería una manera más adecuada de expresarlo, ya que la lucha del presidente Makiguchi para preservar los valores humanísticos se yergue como un ejemplo imperecedero para nosotros. Fue su discípulo Josei Toda quien, luego de sobrevivir a su experiencia en el presidio, definió realmente lo que hoy podemos reconocer como

"budismo moderno". En la cárcel, el señor Toda emprendió con alma y vida la difícil tarea de leer el Sutra del loto, y alcanzó la reveladora comprensión de que el Buda no es otra cosa que la vida misma. Personalmente, tengo el convencimiento de que esa comprensión posee una profunda importancia dentro de la historia del budismo. A través de su despertar en prisión, el señor Toda desarrolló una manera universal de expresar el mensaje más esencial del Sutra del loto, de un modo que resultara accesible a la humanidad contemporánea, reviviéndolo como algo realmente potente y significativo para la vida cotidiana en el mundo moderno, más allá de las diferencias de raza, religión o cultura. Josei Toda estaba convencido de que la Soka Gakkai había heredado la misión de propagar ampliamente el budismo de Nichiren para lograr la paz en la sociedad y convirtió esa certeza en la auténtica identidad de la organización. Aunque él nunca viajó fuera del Japón, siempre se preocupó profundamente por la paz del mundo. En setiembre de 1957, justo seis meses antes de su muerte, Josei Toda realizó su histórico llamado a la prohibición de las armas nucleares, a las que denunció como el mal absoluto que amenazaba el derecho de la humanidad a la existencia. De ese modo, él buscó transmitir el compromiso que el Sutra del loto establecía con la dignidad suprema de la vida y con la paz global. Tengo la convicción de que los esfuerzos del señor Toda han contribuido grandemente a la labor de universalizar el budismo de Nichiren. C. S.: Pero no fue Toda quien transformó la Soka Gakkai en una organización global. Ha sido usted quien llevó a cabo la misión de fundar la Soka Gakkai Internacional, ¿estoy en lo cierto? D. I.: Como tercer presidente de la organización, he recibido una profunda inspiración de mis predecesores. He sentido la poderosa necesidad de universalizar y de asegurar el florecimiento imperecedero de las enseñanzas. Pocas semanas antes de morir, en abril de 1958, el señor Toda me llamó a su lado y me dijo que había soñado con ir a México, y que había gente allí esperando aprender sobre el budismo. En cuanto a las enseñanzas, he tratado de separar aquellos elementos de la interpretación tradicional del budismo de Nichiren que ponen más el acento en las circunstancias culturales e históricas del Japón que en el mensaje esencial subyacente. Para ello, he entablado diálogos con innumerables personas de todo el mundo, para refinar y universalizar la expresión de mis ideas. Puesto que estoy convencido de que todas las culturas y religiones son la expresión de profundas verdades humanas, me refiero con mucha frecuencia a tradiciones filosóficas que no son budistas, empleando ideas provenientes de la literatura, el arte, la ciencia y la medicina, y compartiendo con la gente, incluidos los miembros de la Soka Gakkai, las sabias palabras y concepciones de pensadores de los más diversos orígenes culturales y religiosos. C. S.: Recuerdo que en su libro sobre la Soka Gakkai, el académico norteamericano Richard Seager destacaba con sorpresa que no se veían imágenes o íconos budistas tradicionales en el campus de la Universidad Soka de Japón o en la de los Estados Unidos, aunque sí había encontrado estatuas de Victor Hugo y de Walt Whitman. D. I.: El filósofo británico Alfred North Whitehead (1861-1947) escribió lo siguiente sobre la religión: "Los principios [religiosos] pueden ser eternos, pero su expresión requiere un continuo desarrollo". Para mí, eso es especialmente cierto tratándose del budismo, una filosofía de vida dinámica que responde al anhelo inmutable de paz y de felicidad que ha alentado el género humano a lo largo de su historia y de sus tradiciones. Por eso es tan crucial el diálogo entre culturas para el desarrollo del budismo en el próximo milenio. Manteniéndose siempre fiel a su esencia, esta filosofía debe efectuar hallazgos, aprender y evolucionar. En ese sentido, tengo la certeza de que la labor de redescubrimiento,

purificación y universalización que la SGI ha emprendido como misión fundamental es la mismísima esencia del budismo. C. S.: Usted ha reorganizado las enseñanzas del Sutra del loto en términos de un proceso que denomina "revolución humana". La segunda palabra de ese concepto expresa su filosofía del humanismo budista. Pero tenemos también el término "revolución". ¿Cuáles son algunos de los aspectos más revolucionarios del budismo que enseña la SGI, y de qué manera el humanismo religioso motiva esa clase de revolución? D. I.: El budismo es en esencia revolucionario. No puedo imaginar nada más radical que la iluminación. Es tanto un retorno a nuestro estado más natural como un cambio sumamente dramático. Cito palabras de Nichiren: "Sin duda, hay algo extraordinario en el flujo y el reflujo de las mareas, en el recorrido de la luna desde que asoma hasta que se pone, en la forma en que el verano, el otoño, el invierno y la primavera se suceden unos a otros. También ocurre algo inusitado cuando una persona común logra la Budeidad". Fue el presidente Toda quien difundió ampliamente la expresión "revolución humana". Es una manera de denominar el concepto de la iluminación en un lenguaje contemporáneo. En el budismo de Nichiren, la iluminación siempre impacta en el medio social. A través de una transformación espiritual interior, las personas pueden despertar a un genuino reconocimiento de la dignidad de la vida. Y eso es algo totalmente contrapuesto al desinterés y la desconfianza que subyacen en todo lo malo que aqueja a la sociedad contemporánea. Ese cambio interior es la base para concretar tanto la felicidad individual como una sociedad pacífica. En el budismo de Nichiren, cabe insistir, ambas están profundamente unidas. Refiriéndose a las personas, el señor Toda explicaba lo siguiente: "La revolución humana no es nada especial o fuera de lo común. Puede ser algo tan simple como el caso de alguien que, habiendo sido perezoso y apático, cambia y se muestra entusiasta y comprometido. O como alguien que, sin el menor interés en aprender nada, decide dedicarse a estudiar. O bien, como una persona que habiendo luchado contra la pobreza, logra establecer una vida más estable y cómoda. La revolución humana es un cambio en la orientación básica de la vida de un individuo. Y es la transformación de la conciencia que se logra gracias a la práctica budista la que lo hace posible". C. S.: Sí, pero esa es una concepción de la Budeidad muy diferente de la que conoce la mayoría de la gente. D. I.: Al emplear el lenguaje de la "revolución humana", el señor Toda transformó la idea de la Budeidad, que en el Japón y en otras partes de Asia había llegado a concebirse como algo relacionado con la vida después de la muerte, y la convirtió en un objetivo claro y profundo: el de desarrollar nuestra capacidad y personalidad únicas para que rindan sus frutos en nuestra presente existencia. Creo firmemente que cuando las personas que hacen ese esfuerzo se unan y establezcan corrientes de solidaridad entre las filas del pueblo, a escala mundial, veremos abrirse un camino hacia el logro de una revolución global no violenta. C. S.: Al final del Sutra del loto, el buda Shakyamuni declara: "Si encontráis a una persona que acepta y mantiene este sutra, debéis poneros de pie y saludarla desde lejos, mostrándole el mismo respeto que mostraríais a un buda". ¿Cómo interpreta usted esas palabras de Shakyamuni?

D. I.: Creo que ofrecen una guía certera para los creyentes budistas que viven en un mundo donde existen innumerables religiones. Nichiren afirma que los ocho caracteres chinos que se traducen como "debéis poneros de pie y saludarla desde lejos, mostrándole el mismo respeto que mostraríais a un buda" expresan la primera y más elevada transmisión de Shakyamuni –lo que él anhelaba que poseyeran como virtud quienes practicarían el Sutra del loto en el futuro, después de su muerte—. En otras palabras, lo más fundamental es nuestra acción o comportamiento como seres humanos, nuestra capacidad de experimentar genuino interés por una persona y de atesorarla. Hay un capítulo en el Sutra del loto dedicado al bodhisattva Jamás Despreciar, quien saludaba reverentemente a cada persona que encontraba en su camino con estas palabras: "Siento profundo respeto por vosotros. Jamás osaría trataros con desprecio o arrogancia ¿Y por qué? Porque todos estáis practicando el camino del bodhisattva y sin falta obtendréis la Budeidad". He ahí un ejemplo concreto de interacción con los demás que debemos seguir como budistas modernos que vivimos en una era de conexión entre todas las naciones, marcada por cuestiones que nos atañen a todos de manera global. Según las enseñanzas del budismo Mahayana, el período en que estamos viviendo se denomina Último Día de la Ley, una época de discordia, signada por los conflictos. La única manera de resistir y contrarrestar las turbulentas corrientes de una época como la nuestra es la sólida fe en la naturaleza de Buda de uno mismo y de los demás. Y el modo de poner esto en práctica es el respeto que podemos ofrecerles a nuestros semejantes. C. S.: Hoy casi no existe algo así en las relaciones internacionales, aunque siempre hay esperanza para el futuro. D. I.: Por cierto que la hay. Y el budismo puede ofrecer muchas maneras de cultivar esa clase de esperanza. Creer en uno mismo y en los demás, y tratar a nuestros congéneres como trataríamos a un buda es la práctica que despierta la naturaleza de buda que reside en nuestro interior y la hace surgir. Es entonces cuando la propagación franca y directa promovida por Nichiren cobra su verdadera importancia. Precisamente, porque somos capaces de tener fe en la naturaleza de Buda de la otra persona, podemos extraer la misericordia desde nuestro interior y, con el deseo de que todos logren la felicidad, entablar un proceso de diálogo profundo y considerado con los demás. Tal es el verdadero espíritu de la propagación: difundir el Budismo de un individuo a otro. Ello implica antes que ninguna otra cosa, construir la confianza y la amistad a través del diálogo respetuoso y constante con otras personas. Todos estamos dotados de igual manera de la capacidad inherente de respetar a otros; esa aptitud es fuente de esperanza inextinguible, porque corporifica una verdad universal que trasciende lo específico de los credos religiosos. El respeto que ofrecen los budistas a otras personas se brinda en virtud de la humanidad que los demás poseen, sin que importen sus creencias religiosas. Nichiren lo describió con una metáfora poética, diciendo que, cuando nos inclinamos ante un espejo, la imagen reflejada en este se inclina a su vez con reverencia ante nosotros. Ese es el verdadero espíritu del budismo y, sí, una razón para la mayor de las esperanzas.

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