La Promesa De La Vida Humana

  • May 2020
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La promesa de la vida humana

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La Promesa de la vida humana propone demostrar que el objetivo de la filosofía es calmar la angustia existencial del hombre, tanto ante su abandono en un mundo que hasta ahora no comprende, como ante su propia existencia que tampoco entiende. De allí que toda filosofía no es más que un consuelo, y sus productos no son verdades sino solo creencias (que pueden ser consideradas todas, algunas o muy pocas, ciertas, según la medida de valor que cada sociedad emplee). Estas creencias, a su vez, son ordenadas por los filósofos para elaborar discursos pero en forma de promesas. Esas promesas aseguran tener la respuesta correcta al misterio del porqué de la vida humana. Ellas poseen una estructura cerrada en las que todo tiene una explicación y todo está resuelto de principio a fin. La promesa conlleva una acción hacia el futuro, es una mirada hacia adelante, a donde se espera obtener un determinado fin grato a quien la sigue. Es una idea que arrastra al ser humano a actuar de determinada manera con la esperanza que conseguirá la paz buscada (a diferencia del mito, que es una explicación de lo pasado, y que da a conocer algún origen, pero que no necesariamente tiene la fuerza jaladora que sí tiene la promesa). La promesa es un deseo de verdad además de un elemento de cohesión humana; produce una sensación de inminente realización de los más grandes deseos del hombre y moviliza la imaginación más allá de lo realmente posible. El objetivo de toda promesa es darle un sentido total a la vida del ser humano; ordenar su vivir y llevarlo al morir con el consuelo de haber sabido (creído) que vivió sabiendo (creyendo) por qué lo hizo. Es así que la promesa se vuelve el centro, el eje, el germen en torno al cual se desarrolla una cultura, una civilización, y de ésta es que se desprende todo lo que de ser humano conocemos. Estar alejado de la promesa significará, de algún modo, renegar de la esencia de lo humano. Por eso todos terminamos adscribiéndonos a alguna promesa (cultura) porque nuestra angustia no nos permitiría vivir sin una explicación existencial. Además tiene el atractivo casi mágico ¾sobre todo para los más necesitados¾ de que lo que ella dice puede ser cierto. Por eso ninguna promesa deja de ser tomada como verdad, hasta que llega el día en que se muestra tal cual es, se desdibuja y ya no se le cree; cuando eso sucede, sus antiguos seguidores las calificarán de mentira, y buscarán otra a la que denominarán como la nueva verdad hacia la cual hay que ir.

Luis Enrique Alvizuri García-Naranjo (Lima, 1955). Ensayista, publicista y comunicador, con estudios de sicología en la Universidad Ricardo Palma y comunicaciones en la Universidad de Lima. Es autor de ensayos filosóficos, poemarios, cuentos literarios y para niños, y compositor e intérprete de canciones de contenido social y reflexivo, con varios discos grabados. Es creador de juegos de mesa, de un módulo educativo para nivel inicial y de una caricatura periodística titulada Zapatón y Zapatilla. Profesionalmente se desempeñó como locutor de radio y televisión, como periodista y como publicista de varias agencias de publicidad del Perú. Actualmente es consultor en comunicaciones empresariales. En 1994 fundó la Asociación Artística y Cultural GAMA y es fundador y presidente de la Sociedad Internacional de Filosofía Andina SIFANDINA.

Luis Enrique Alvizuri

La promesa de la vida humana

Lima Perú 2007

Luis Enrique Alvizuri

La promesa de la vida humana

Edición preliminar

Lima, diciembre de 2007 © Luis Enrique Alvizuri Carátula y diagramación: Ricardo Cateriano Zapater Impreso en Perú Printed in Perú [email protected] Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú 2007-12692

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La promesa de la vida humana

CONTENIDO PREÁMBULO ........................................................................................... 5 INTRODUCCIÓN ................................................................................... 11 I DEL PROCESO DEL CREER ................................................................. 15 El anhelo de independencia .................................................................... 16 El inicio de nuestra libertad: atrevernos a pensar .................................... 17 Una nueva realidad exige una nueva lectura ........................................... 18 La importancia de generar uno mismo sus propias ideas .......................... 19 El proceso del creer ............................................................................... 20 Crear para creer .................................................................................... 21 Solo el que pregunta puede responderse ............................................... 22 El ser humano no sigue las leyes de la naturaleza ................................... 23 Solo se aprecia lo que se quiere ............................................................. 24 Hay que mortalizar a los inmortales ........................................................ 25 Consideraciones finales al proceso de creer ............................................ 26

II DEL PROCESO FILOSÓFICO .................................................. 29 1. El entendimiento humano ................................................................. 29 ¿Cómo actúa el pensamiento? ................................................................ 30 Del entendimiento en general ................................................................ 32 Del entendimiento humano .................................................................... 33 2. De la filosofía ................................................................................... 35 Del impulso filosofante ........................................................................... 35 De la angustia ....................................................................................... 36 La filosofía ............................................................................................ 38 La filosofía es anterior a los símbolos ..................................................... 40 La aparición del primer símbolo .............................................................. 42 Los objetos culturales ............................................................................ 43 3. De los métodos filosóficos ................................................................ 44 Acerca de los métodos ........................................................................... 45 1. El método sensorial ........................................................................... 46 2. El método racional ............................................................................. 48 3. El método intuitivo ............................................................................. 52 Consideraciones finales a los métodos filosóficos .................................... 55 4. Sobre la aplicación de los métodos filosóficos .................................. 56 I Sobre el filosofar y la naturaleza ....................................................... 57 Cuando los métodos son aplicados a la naturaleza ................................. 59 1. La naturaleza y el método sensorial ................................................... 60 2. La naturaleza y el método racional ..................................................... 60 3. La naturaleza y el método intuitivo ..................................................... 61

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Luis Enrique Alvizuri II Sobre el filosofar y el mundo humano ............................................... 62 Cuando los métodos son aplicados al mundo humano ............................. 64 1. El mundo humano y método sensorial ................................................. 64 2. El mundo humano y método el racional ............................................... 66 3. El mundo humano y método el intuitivo ............................................... 67 Consideraciones finales a la aplicación de los métodos ............................ 69 5. Algunos puntos adicionales .............................................................. 70 Sobre la variabilidad de las expresiones filosóficas .................................. 70 Sobre la ciencia ..................................................................................... 72 Sobre si el pensamiento humano puede que sea una anomalía ................ 74 ¿Podría el ser humano volver a ser lo que era? ....................................... 77 Consideraciones finales al proceso filosófico ............................................ 78 III DE LA PROMESA ............................................................................. 85 La promesa como resultado de la especulación filosófica .......................... 88 la forma del discurso .............................................................................. 89 Las promesas fundacionales como origen de la cultura ............................ 90 Clases de promesas .............................................................................. 92 1. Promesas que le dan preferencia a la naturaleza ............................. 92 1. Promesas de origen sensorialista que priorizan a la naturaleza ............ 93 2. Promesas de origen razonalista que priorizan a la naturaleza .............. 94 3. Promesas de origen intuitivista que priorizan a la naturaleza ............... 95 2. Promesas que le dan preferencia al mundo humano ......................... 96 1. Promesas de origen sensorialista que priorizan al mundo humano ........ 97 2. Promesas de origen razonalista que priorizan el mundo humano .......... 98 3. Promesas de origen intuitivista que priorizan el mundo humano............100 Consideraciones finales a la promesa ....................................................... 102

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PREÁMBULO La filosofía tiene temáticas específicas que no son terreno ni de la ciencia ni de la tecnología. Muchas veces las personas no dedicadas a este oficio suelen confundirse, llegando a creer que ciencia y filosofía es lo mismo; pero están equivocadas. Por mucho que se pueda manipular la materia, la naturaleza, el asunto de la filosofía no es indagar sobre esto, sino más bien, hurgar en el indagador, en el ser humano, en aquel que es el gran actor de este drama que es nuestra humanidad. Cierto es que muchas cosas nos pueden aportar los diversos conocimientos, pero todo ello es útil en filosofía solo cuando se pueden aplicar a la investigación de nuestro ser, en la búsqueda del porqué somos lo que somos y como somos. Muchas veces también se ha caído en el facilismo de querer igualarnos lo más posible con los animales, en un afán de simplificar nuestra existencia al describirnos como una simple variante de ellos con algunas características peculiares.

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Pero esto únicamente ha significado una manera subrepticia de querer eludir el problema real de parte de quienes solo les interesa el acto del subsistir. Los grandes temas de la filosofía han persistido con todas sus dudas e inquietudes, y siguen siendo tan gravitales para nosotros como lo fueron desde un principio para los primeros hombres. Sus motivaciones e inquietudes no han podido ser resueltas hasta ahora ni por los más conspicuos pensadores de todas las eras, si no, ya tendríamos entre manos las grandes verdades de la vida y de lo existente ⎯y eso parece no haber ocurrido por el momento. Es por ello que, una vez más, esta preocupación tan nuestra acerca de nuestro origen y destino se nos vuelve a presentar con la misma frescura de siempre, y abordando aquellos asuntos que, no por ser viejos, son menos actuales, apremiantes y necesarios. En materia filosófica no hay un antes ni un después. Hay más bien una constante, una permanente repetición de las mismas preguntas en cada nueva generación de hombres, quienes nacen con iguales expectativas de querer cuestionarse y responderse ellos también como lo hicieron todos sus antecesores. Quiere decir que cada vez que se filosofa se comienza nuevamente se replantean antiquísimas problemáticas para buscarles nuevas alternativas. Esto es precisamente lo que hace que la filosofía se sienta, en cada tiempo, joven, vibrante y válida, en vez de obsoleta y agotada ⎯como algunos lo creen por el hecho de no practicarla como se debe. Y es que existen épocas en las que el practicismo invade todos los aspectos de la vida haciéndole pensar al hombre que ya no hay nada que modificar, que no hay sobre qué cuestionarse. Este es el tipo de argumento que, normalmente, los poderes imperantes intentan imponer

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en su afán de perpetuarse. Pero esto es engañoso; la filosofía, el filosofar, los filósofos no se detienen ni se contentan con nada sino solo con la especulación constante, con el sondeo de los misterios insolubles. Puede que sus actos pasen inadvertidos dando la apariencia de no estar en actividad, pero sí lo están en grado sumo, esperando el momento adecuado para dar a conocer sus descubrimientos e ideas sobre aquello que se creía ya sabido, oleado y sacramentado. Muchas veces los filósofos suelen pasar por sacrílegos y otras por locos, convirtiéndose así en los hazmerreíres de la gente; pero la fuerza de sus conceptos resulta siempre tan grande que todo termina por rendirse ante ellos. Muchos se sorprenderán de esto por cuanto es común oír que los filósofos son aquellos de quienes se dice que lo son: ilustres personalidades encumbradas y muy respetadas. Pero las más de las veces se trata solamente de personajes que fungen de tales con el aval del sistema de turno, y cuya función es principalmente hacerle creer al pueblo que ellos son los únicos filósofos a la par que, sospechosamente, sus ideas coinciden con lo que dicen los distintos gobiernos. Los verdaderos filósofos, por lo general, no son los que santifican ni bendicen las creencias comunes de su tiempo. Todo lo contrario. Si algo los caracteriza es el impulso a criticar todo lo vigente, en especial, las verdades contemporáneas a ellos. Y esto debe ser así pues si no la humanidad no se renovaría, se congelaría donde está ocasionando esto la degeneración y la consiguiente extinción de la especie. Como todo ente vivo, el mundo humano tiende siempre a transformarse, a modificar de piel, a metamorfosearse, y eso solo se logra

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cuando las afirmaciones sobre lo que es el hombre y sobre lo que debe ser su vida cambian. Los llamados a ejercer esa función no son, entonces, ni los científicos, ni los técnicos, ni los religiosos, ni las autoridades: son los filósofos, aquellos que toman la delantera de la humanidad para avizorar nuevos horizontes. Habrá quienes renieguen de ellos acusándolos de fatuos, cretinos, ambiciosos de poder y de ser solo hombres normales que no tienen por qué atribuirse esos designios. Es cierto que siempre surgirán personas que serán todo aquello de lo cual se los acusa, pero no se tratará de los auténticos filósofos sino más bien de los que pretenden serlo por otras razones que no son las propias de la actividad. El ser filósofo no convierte a nadie en un humano superior ni en el mejor de los hombres. Ello es una creencia popular. Porque justamente para ser filósofo se requiere de una buena dosis de osadía, curiosidad y experiencia, todo lo cual lleva a dicho individuo a cometer más errores que nadie y a ser más imperfecto que los demás. No se puede investigar qué es el fuego sin pretender quemarse. No es posible que existan filósofos que desconozcan por completo las miserias y grandezas del ser humano. Ellos también tienen que contaminarse si es que quieren conocer la enfermedad para encontrarle el remedio. Es por eso que es difícil hablar de un filósofo que sea cobarde. Un miedoso es imposible que intente siquiera buscar más allá de sus narices o decir algo que ocasione algún arrebato. Ni siquiera los hombres más fuertes y valientes se atreven a cuestionar las normas sociales con las que viven y gracias a las cuales disfrutan de sus privilegios. El amor por los temas filosóficos siempre debe ser más grande

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que el temor a decir sandeces y pasar por ignorante. Por eso es que los que son filósofos no suelen ser muchos, al igual que los verdaderos poetas. Estas son actividades normalmente muy ingratas, incomprendidas y hasta peligrosas en determinados contextos. Pero de haber filósofos los habrá siempre, no por la voluntad de alguien, sino porque la propia naturaleza genera todo tipo de seres en cada sociedad ⎯desde los más aberrantes hasta los más conspicuos en todos los campos⎯ de ahí que inevitablemente saldrá alguno que termine por convertirse a sí mismo en filósofo, contra viento y marea. Tal como dijimos, la filosofía siempre está empezando de nuevo su inveterada ocupación de pensar, por cuanto cada investigador desea descubrir por sí mismo aquello que quisiera que sean las verdades. Muy pocos de ellos se conforman con lo que antes se dijo ya que eso solo justifica la forma de vida llevada hasta el momento ⎯lo cual rara vez sirve para crear mundos nuevos. Para hacerlo siempre será necesario el acto creativo de inventar diferentes certezas, de sacarlas de debajo de la manga de la inspiración acicateada por cada distinta realidad a la que todo filósofo se enfrenta. Porque por cada mundo creado existirá siempre su alterno que estará esperando ansioso aquella mano que lo despierte, que lo bendiga y que le diga levántate y anda. Esa es la mano del filósofo.

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INTRODUCCIÓN Este tratado es un intento por mirar las mismas cosas ya vistas y conocidas pero con nuevas expectativas y ansias por orientar, una vez más, el rumbo de nuestra especie. Esto no quiere decir que estemos descubriendo algo absolutamente nuevo porque ello no es cierto; estamos procurando también recoger el legado de todos los tiempos. Nuestro aporte solo residirá entonces en la manera cómo intentaremos definir, ordenar y sacar distintas conclusiones. Los elementos que utilizaremos para ello serán los mismos de la filosofía tradicional, pero, al igual que el calidoscopio ⎯ejemplo que vamos a emplear varias veces⎯ daremos un pequeño giro para que todo parezca novedoso, como si nunca antes hubiera existido tal configuración. Habrá por supuesto similitudes y hasta repeticiones inconscientes, pero serán solo eso, coincidencias, mas no el producto de nuestra voluntad.

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Por eso es que nos parece inútil poner citas o referencias de otros pensadores ya que no existe en nosotros el deseo de tomar de ellos ninguna de sus palabras que tan bien han defendido en los tiempos en que les tocó vivir. Respetaremos la creatividad, las creencias y la ubicuidad en el tiempo de dichos creadores. Yendo al texto en cuestión expondremos, en primer lugar, el tema sobre qué es el creer y cómo es que se cree, dando relieve a la importancia que tiene la participación del creyente como ente activo en este acto. Porque si el individuo que va a creer en algo no aporta también de sí una parte de los elementos de esa verdad, no se producirá la auténtica fe y solo se tendrá un remedo de ella. Los verdaderos creyentes son los que le encuentran nuevos aspectos y variantes a aquello en lo que creen. Esta es la causa por la que numerosas naciones no pueden hasta ahora tener una identidad propia y se debaten incesantemente en la búsqueda de la imitación al vecino, razón por lo cual nunca llegan a contar con una auténtica creencia que les dé la estima y la convicción necesarias para sentirse sanos y fuertes. En una segunda parte abordaremos el problema de la filosofía, entendiéndola a ésta como una respuesta al estado de angustia que, acerca de sí mismo, sufre el ser humano. La causa de ello la atribuimos a la existencia —únicamente en el hombre— de un impulso natural que lo lleva a mirarse y a cuestionarse a sí mismo con referencia a su entorno y que lo hemos denominado como el impulso filosofante. Es éste el que creemos ha sido el que ha conminado al pre hombre a pensar y a convertirse, en la criatura que hoy conocemos.

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Para ello trataremos de observar y de describir, una vez más, el proceso del pensamiento y del entendimiento humano. En cada época se hace necesario volver a replantear este tema porque es la única manera de salir del entrampamiento en que, en ciertos momentos, cae nuestra humanidad, (siguiendo la lógica de que, cuando algo parece difícil de ser respondido después de mucho interrogarse, lo prudente es revisar la forma de la pregunta y empezar de nuevo todo el asunto). Siempre la filosofía tendrá como uno de sus fundamentos el estudiar nuestro entendimiento. Creemos que el definir dicho proceso de una manera diferente a como hasta ahora se ha hecho nos puede llevar a proposiciones que nos permitan observar los fenómenos desde una perspectiva distinta, facultándonos así arribar a conclusiones que puedan ser interesantes y valiosas. También trataremos de describir los distintos métodos que la filosofía ha creado y que, a nuestro parecer, se desprenden de tres impulsos naturales que pensamos tiene todo ser vivo, incluido el hombre. Estos métodos son: el sensorialismo, el razonalismo y el intuitivismo. Igualmente buscaremos explicar cómo cada uno de ellos se aplican a las dos realidades que nosotros conocemos: la naturaleza y el mundo humano. Este último consta tanto del pensamiento propiamente humano como de la cultura que produce. A su vez proponemos que, a resultas de ello, es que surgen seis principales corrientes filosóficas, dentro de las cuales pueden encajar las más importantes y conocidas hasta el momento. Seguidamente adicionamos unos comentarios sobre diversas especulaciones al respecto de la ciencia, para terminar con un último punto en el cual recapitulamos todo lo anteriormente expresado. La tercera y última parte de nuestra exposición es la que versa sobre lo que consideramos que es

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la madre y el origen de toda agrupación humana, de toda cultura y civilización: la promesa, entendida ésta como un discurso que le da explicación a la existencia humana y a todo lo que queremos saber. A nuestro entender este discurso está hecho en forma de promesa porque dicho concepto de por sí invita al hombre a mirar hacia el futuro, a plantearse un reto y un camino a seguir; si él llega a creer en ella tendrá entonces todas las respuestas y vivirá tranquilo como ser humano. La promesa es, de este modo, algo más que una simple explicación y más que un mito de fundación: es una propuesta para construir una sociedad con todo un conjunto de verdades y valores a partir de ella. Si se rastrea bien se puede encontrar en cada civilización su respectiva promesa de origen, aquella que hizo que una gran cantidad de seres humanos se unieran más allá de lo naturalmente razonable alrededor de ella, y emprendieran juntos la aventura de crear un mundo humano, diferente a todo lo existente en la naturaleza. Estas promesas surgen de cada uno de los métodos que se usan para filosofar, porque es la filosofía la que las crea. Por eso es que la humanidad no ha desarrollado un solo tipo de promesa sino tantas como formas de filosofar ha concebido. Para terminar, y a modo de invocación, esperamos que este texto sea de la mayor utilidad para todo aquel que, de buen corazón, lo aborde y le trate de encontrar algún beneficio provechoso para toda nuestra humanidad.

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I DEL PROCESO DEL CREER La necesidad de reafirmación es una cualidad de la vida misma. Los animales lo hacen. Ser lo que se es, sin tener que cuestionarse, da seguridad y equilibrio para vivir hasta las últimas consecuencias, sin pedir permiso ni perdón. En cambio, vivir en la inseguridad es el camino seguro hacia la muerte. Necesitamos afirmar constantemente lo que somos, aunque ello parezca, por las circunstancias del destino, poca cosa. Necesitamos reafirmar nuestro derecho a vivir, a tener las condiciones físicas que la naturaleza nos ha dado. Aquellos que se niegan a sí mismos, debido al complejo de inferioridad ante el más fuerte, se condenan a la minusvalía sicológica

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que luego provoca la minusvalía física. Ese es el proceso que sigue todo ser humano que se hace esclavo o acepta su esclavitud. Y solo el ser humano consiente en convertirse en esclavo, con lo que se demuestra que ello no es algo natural sino un aspecto netamente humano. Un pueblo libre se conoce porque tiene una verdadera conciencia de sí mismo y de la necesidad de ser.

El anhelo de independencia El anhelo de independencia es un grito permanente en aquellos hombres o pueblos que sienten o perciben que se los ha sometido a una esclavitud por parte de otros hombres y de otros pueblos. Y este dominio puede ser tan sutil que la lógica común no logra desentrañar el engaño. Los actuales dueños del mundo, nos dicen que los pueblos somos libres, pero en el fondo sabemos que no. Esa conciencia de percibir que vivimos en medio de una estratagema, de un truco, es lo que nos impulsa instintivamente a buscar la libertad. Pero no necesariamente esa libertad de desplazarnos de un lugar a otro. La mayoría de los esclavos actuales la tiene en gran medida para elegir incluso de qué manera quieren morir. La libertad que intuimos y buscamos es aquella que nos permite vivir sin temores, sin amenazas ni chantajes. Vivir sin tener que mirar con odio al prójimo, al vecino; sentir que la vida no es una desgracia sino más bien un don, un beneficio, para todos los seres del Universo. Tenemos entonces, siempre, que buscar vehementemente esa libertad,

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no solo de palabra, sino también de pensamiento y acción.

El inicio de nuestra libertad: atrevernos a pensar Una de las maneras cómo reconocemos que no somos libres es cuando minimizamos nuestras ideas, nuestros pensamientos, para repetir tímida y humillantemente otros que pertenecen a quienes poseen el poder físico, aunque no necesariamente el poder moral o ético. Solo cuando nos despojamos de esos trajes y máscaras que reflejan otros rostros que no son los nuestros, es cuando empezamos a soltar las ligazones mentales que nos mantienen en estado de zozobra y de angustia. Es a partir de ese momento, liberados ya de esa camisa de fuerza que es el repetir las «sabias doctrinas ajenas», que aprendemos a caminar de otra manera, a respirar profundamente, a aflojar los agarrotados músculos para reír a nuestras verdaderas anchas. Por eso es que debemos atrevernos a pensar, a pensar por nosotros mismos; a no vivir dependientes de lo que otros nos ordenan, de lo que otros nos enseñan, como si fuésemos incapaces de hacerlo; debemos intentar escapar de la garra del gigante y balbucear nuestras primeras y auténticas ideas. Al comienzo nos parecerá que tartamudeamos, pero con la práctica los pensamientos saldrán más fluidamente hasta que comencemos a formar discursos coherentes, tantos como los que hacen aquellos a quienes consideramos los sabios más inalcanzables. Solo en ese momento nos podremos dar cuenta que podemos volar con nuestras propias alas, y que con ellas es posible alcanzar

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las mismas alturas que los cíclopes de la historia. Y será en ese momento, cuando sepamos cómo pensar por nosotros mismos sin apelar a lo que dijo alguien para que no se rían de nosotros ⎯puesto que actualmente solo repetimos lo que otros piensan⎯ es que descubriremos de qué tamaño eran nuestras cadenas, de qué dimensión eran nuestras alas, y qué tan ancho y tan ajeno era nuestro amado mundo.

Una nueva realidad exige una nueva lectura En estos años hemos visto cómo todo lo que nos parecía eterno, para siempre, se ha ido modificando. Pero no por fuerzas extrahumanas sino por causa de nosotros mismos, los seres humanos. Todo eso nos lleva a pensar que no existen verdades permanentes ni universales; más aún cuando miramos los libros de historia que nos muestran de qué manera éstas van cambiando al antojo de cada poderoso de turno. ¡Cuántas certezas hemos tenido que abandonar últimamente! ¡Cuántas seguridades se nos han deslizado como el agua entre las manos! ¡Cuántos sueños para el futuro hoy nos parecen vanas fantasías inservibles! Pero si vamos a contemplar de qué manera otras fuerzas ⎯las que nos dominan⎯ modifican las leyes, los gustos, las modas, los valores, las creencias, en fin, todo, sin que intentemos siquiera participar en ello ⎯aunque solo sea opinando⎯ es más que seguro que nos condenaremos en vida a vivir como pobres y abandonados jubilados que a lo único que se dedican es a acomodar su desgracia a cada soplo del viento,

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en lo cual siempre salen perdiendo, acercándose así cada vez más hacia su fin. El mundo efectivamente cambia. Pero aunque no lo hagamos nosotros, por lo menos tenemos el derecho, la obligación, ⎯en el caso de algunos⎯ de analizarlo, evaluarlo, sopesarlo y estudiarlo para comprobar si ello nos perjudica o no. Resulta absurdo creer que van venir otros a realizarlo por nosotros; si lo hacen, no será necesariamente para defender nuestros intereses sino más bien los de ellos. No podemos pedirles entonces a los demás que lean e interpreten el mundo por nosotros. Ese es un esfuerzo que nos compete. Por eso, ante este mundo que se transforma constantemente debemos aplicar nuestros sentidos y nuestros pensamientos propios para entenderlo mejor o si no, por lo menos, entender en qué nos favorece y en qué nos perjudica cada nuevo rumbo que éste toma.

La importancia de generar uno mismo sus propias ideas El mundo humano no es el de las matemáticas, donde uno más uno suele ser dos en todas partes. El mundo humano es, por esencia, múltiple, multívoco y variado, en donde cada cultura, cada sociedad, interpreta la existencia a su manera. Querer igualarnos a todos bajo una sola visión ha sido un forzamiento que hasta ahora no ha traído buenos resultados. No existen dos seres humanos iguales, como tampoco dos pensamientos y culturas. Pretender que lo que unos dicen tenga necesariamente que ser válido para todos es no comprender la variabilidad de la naturaleza y la independencia del ser humano con respecto a ella.

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En el mundo humano, en la medida que un pensamiento dé una respuesta coherente con el medio en el que se vive, será éste considerado como válido para quienes lo asuman; prueba de ello son las miles de maneras de organizarnos y de definirnos que hemos tenido a través del tiempo; y todas ellas, aunque contradictorias entre sí, han funcionado perfectamente.

El proceso del creer Para que un ser humano crea con auténtica fe en algo, aquello en lo que va a creer debe ser, por un lado, producto de su propia inquietud, y, por el otro, estar ello plenamente vinculado al contexto natural, social, histórico y cultural en el que vive. Ninguna creencia, por buena que parezca, tendrá éxito si no posee estas dos características. Los pueblos que dicen asumir creencias, y que no han cumplido con el proceso mencionando, son pueblos con serios problemas de identidad, inseguros e inconstantes, y que se hacen difíciles de entender y comprender. Son, por lo regular, pueblos sometidos, colonizados y alienados, que renuncian a la capacidad de filosofar por sí mismos empleando en vez de ello pensamientos anatópicos (fuera de su contexto) viviendo en franca contradicción con su medio y con su forma de ser. Esos son pueblos que, por ejemplo, suelen usar ropajes hechos con texturas y medidas apropiadas para climas diferentes a los suyos. Ellos lo justifican diciendo que las verdades son universales, y así aplican ese criterio a todo orden de cosas. Su incapacidad, por un lado, de distinguir lo común de lo particular, entre una realidad y otra, y la imposición, por el otro, de alguna cultura dominante

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es lo que los suele llevar a esas conclusiones. Con cada civilización hegemónica que hay en la historia, pareciera que sus creencias estuvieran confirmadas; pero en realidad se trata solo de un sojuzgamiento y de un acatamiento a los poderes externos. Y cuando esos pueblos dominados se niegan a aceptar dichas verdades ocurren las invasiones, los genocidios y las masacres.

Crear para creer Los mismos que se preguntan son quienes tienen que responderse. Solo uno mismo sabe a dónde le aprieta el zapato y debe encontrarle la solución. Intentar interpretar la realidad de un determinado mundo con ojos y palabras que provienen de otro no resuelve nada. Es, por lo tanto, deber de cada individuo, de cada sociedad, sacar sus propias conclusiones sobre lo que les preocupa, ya que esa es la única manera de entender el proceso de preguntas y respuestas. Los casos en los que se produce el fenómeno llamado fe son aquellos en los que los creyentes han descubierto cuánto de ésta estaba relacionada consigo mismos. Para que una persona crea en algo de nada sirve ordenarle que lo haga. Solo cuando la demostración del por qué creer surge del propio individuo creyente es cuando éste se convence a sí mismo y acepta que ello «tiene sentido». Se trata entonces, la fe, de un mecanismo de autoconvencimiento estrictamente personal; de una orden que el propio ser imparte a su conciencia. Cuando no se cree en algo por lo regular se dice: «no estoy convencido», es decir, que no es que el otro no lo haya convencido realmente, sino que lo que éste le dice no le produce a él su propia convicción. No basta el arte de la persuasión o el pensar que se tienen todas las pruebas de una verdad para que alguien crea verdaderamente en ella. Los seres humanos no se convencen a sí mismos

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solo porque algo sea demostrable, interesante o útil. Se convencen, y realmente creen, cuando ellos mismos sienten que también han elaborado, en su interior, tanto la pregunta como la explicación y la demostración de una determinada afirmación.

Solo el que pregunta puede responderse Esto significa que repetir, por ejemplo, respuestas a preguntas que no nos hemos hecho ⎯y que nunca nos haríamos porque no es de nuestro interés⎯ solo llena nuestra mente con datos incomprensibles, además de, por otro lado, incrementar nuestras dudas acerca de lo que creemos o no. Este estado de aceptar mas no de creer verdaderamente en algo produce una situación de inseguridad que puede ser crónica y común a toda una sociedad; es lo que se suele llamar alienación, que es el tratar de asumir ideas o creencias en las que no se ha participado en su proceso de elaboración y que no tienen vínculos ni con la propia realidad ni con las auténticas necesidades internas. Las personas y pueblos alienados suelen decir que sí creen en tal o cual cosa ⎯llegando incluso a comportarse como si así lo fuera⎯ pero en su fuero interno no sucede eso realmente pues nunca se han autoconvencido a sí mismos de que ello sea verdad; simplemente lo han aceptado por apariencia, por conveniencia o por coerción. Claros ejemplos de ello son todas las modas e ideologías que se copian y que se dicen asumir para luego cambiarlas súbitamente ante la aparición de otras más novedosas. Esto incluye también formas de gobierno, estructuras legales y estilos de comportamiento, todo lo cual nunca llega a funcionar realmente en dichas sociedades por las razones ya expuestas. Tomar pensamientos de otras realidades creyendo que pueden ser válidos

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también para nosotros mismos siempre resulta, a la larga, una actitud impostada que oculta realmente quiénes somos ante nosotros mismos y ante los demás, mostrándonos una cara que no es la nuestra mientras soportamos interiormente, sin percatarnos de ello, el aguijón de nuestras reales preocupaciones irresueltas. No estamos tratando de afirmar que algo que sea ajeno a nosotros sea falso sino que lo que nosotros llamamos falso o verdadero depende de lo que nosotros mismos, por diversas razones, rechacemos o aceptemos.

El ser humano no sigue las leyes de la naturaleza Los seres humanos, al haber abandonado el mundo de lo natural, vivimos en un mundo artificial, creado por nosotros mismos, al cual llamamos la cultura; por lo tanto, somos capaces de creer hasta en las mayores «aberraciones» contra esa naturaleza y contra todo tipo de lógica (teniendo en cuenta que la lógica misma es una elaboración humana). Si eso que llamamos «aberración» es asumida por un determinado grupo humano como algo en lo que creen, esto se convertirá en una verdad y será parte de su lógica porque se tratará de algo que ellos mismos elaboraron para poder responderse a su propio y particular contexto. Por eso, en materia de creencias y verdades, de lo que se trata es que cada cual sea capaz de elaborar las suyas propias, coincidan éstas o no con las de otros o con algún tipo de pensamiento imperante. Solo las soluciones que generamos nosotros mismos son las que finalmente llegamos a considerar valiosas y a las cuales seguiremos invariablemente.

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Solo se aprecia lo que se quiere Los seres humanos solo valoramos lo que realmente deseamos y no lo que se nos impone o regala, aunque esto último se diga que es lo mejor. Ningún esclavo acepta su libertad si es que no la ha deseado; si lo obligan a ser libre éste se vuelve un asalariado o sirviente o un empleado, desesperado por trabajar para otros. Porque algo se aprecia, se quiere y se cree más por ser propio que porque sea simplemente convincente ⎯ya que esto último suele provenir directamente de la fuerza del poderoso de turno que así lo expone. Esta es la razón por la que, en materia religiosa, por ejemplo, resulta muy raro que alguien adore a un santo o a un dios extranjero antes que a los de su propia localidad; ello porque al suyo sí lo entiende y lo siente propio (aunque ciertos rituales oficiales aparenten lo contrario). Igualmente, en materia de pensamiento, es difícil que un auténtico filósofo local genere ideas iguales o similares a los de una metrópoli dominante pues, viviendo dicho hombre fuera del marco que las generó, a éste siempre le faltarán los principales estímulos que allá se dan para el desarrollo de esos pensamientos. Las naciones que tratan de imitar a las culturas hegemónicas terminan haciendo meros experimentos sin sentido por cuanto intentan aplicar a la fuerza cosas externas a su conciencia y a su realidad nativas (como por ejemplo, hacer casas con tejados para climas lluviosos a pesar de que en su medio ambiente nunca llueve). Insistimos en que todo esto no quiere decir que las ideas foráneas no puedan ser aceptadas. Lo que pasa es que solo cuando éstas son adaptadas y reformuladas al estilo de aquellos quienes las quieren incorporar es que ellas adquieren un nuevo sentido,

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tal como sucede con las religiones llamadas sincréticas o mezcladas que surgen de la combinación de una religión anterior local con la de una cultura dominante, produciéndose así un resultado que ya no es ninguna de las dos anteriores en sus formas originales.

Hay que mortalizar a los inmortales Así como el discípulo adquiere la madurez cuando se da cuenta que su maestro no era lo sobrehumano que él creía, de igual modo todos debemos alcanzar nuestra madurez entendiendo que las grandes figuras que tomamos como referentes de sabiduría no son más humanas que nosotros mismos, con iguales sentires y pareceres sobre las cosas y con similares virtudes y defectos; en fin, seres tanto como el que menos. Mientras no nos desliguemos de ello nuestra dependencia e incapacidad nos impedirá ir más allá que estos pues, en vez de verlos como antecesores, siempre los consideraremos como inalcanzables, sin comprender que cada época necesita crear sus propias figuras patriarcales o fundadoras para identificar en ellas una serie de valores útiles para la conformación de las sociedades. Por eso nuestra generación, la que nos toca vivir, tiene también el deber de desarrollar sus propias figuras. Pero ello nunca va a ser posible si se sigue pensando que existen individuos, sean del pasado o del presente, sagrados e infalibles. Todos los que nos han precedido: santos, profetas, iluminados, hijos de dioses, sabios o genios, no han sido más que seres humanos, tal como nosotros también lo somos, y nada tendría por qué impedir que podamos estar, por lo menos, a la misma altura que ellos.

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Estos análisis, entonces, tienen que ser el inicio de nuestra maestría y de nuestra libertad. Es a partir de aquí que recién podremos decir que somos verdaderamente adultos y responsables de nuestro destino. Pero mientras nos aferremos a las figuras creadas y sobredimensionadas por la historia, en especial, por una ajena, lo único que haremos es reafirmar la idea de que no podemos desligarnos de la relativa seguridad que nos da un pasado arreglado y orientado al gusto de los poderosos. A todos los inmortales de todas las historias tenemos primero que mortalizarlos para igualarlos con nuestro nivel y así continuar la tarea de crear esta gran obra de arte colectivo que es el ser humano.

Consideraciones finales al proceso de creer El proceso del creer solo se da, entonces, cuando existe, primero, una voluntad de aceptación interna de parte del individuo que desea creer, y cuando las conclusiones de dichas creencias son, también, producto de su propia participación, tanto en su elaboración como en sus resultados. Igualmente, este proceso tiene que tener un mínimo de correlato con la realidad particular en la que cada creyente vive; es decir, dichas ideas deben involucrarlo con su más íntimo ser y con su diario vivir ⎯en una constante reafirmación con su propia práctica ⎯ para que éstas no se queden en simples teorías o en sucesos vagos. De no ser así, en vez de que existan seres sanos y seguros, solo se tendrán personas que dicen creer en algo pero que por dentro dudarán, pues no entenderán realmente de qué se trata aquello que dicen creer, ya que tampoco le encontrarán vinculación con su propia realidad.

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Eso los hará sumamente tímidos, sumisos e imitativos hasta el ridículo, situación que se agravará cuando intenten aplicar dichas ideas a su vida personal y social sin obtener los mismos resultados que logran sus auténticos creadores. Esto suele darse siempre entre las naciones sometidas. En resumen: el ser humano solo cree de verdad en aquello que siente e identifica como propio. Para que una comunidad crea realmente en algo, ésta tiene que elaborar su propia verdad por ella misma o, por lo menos, debe tratar que ella sea producto de la reelaboración de una verdad ajena adaptada a su esencia. El proceso de la fe no se produce cuando se la impone por la fuerza o por la ley. En consecuencia, para tener ideas sólidas y coherentes los creyentes tienen que desarrollar su propio pensamiento, su propia filosofía y su propia idea de cómo vivir en su única y particular realidad.

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II DEL PROCESO FILOSÓFICO 1. Del entendimiento humano En su constitución física el ser humano es parte de una realidad que viene a ser la naturaleza. Cuando observamos nuestro entorno nos percatamos que también existen otras entidades con características similares a las nuestras; se trata de seres que tienen una vida animada. Observamos también que cada uno de éstos se comporta como si fuesen una sola unidad gobernada por una única voluntad. Por eso es que podemos decir que cada ser es una individualidad. También vemos que, en todos ellos, existen procesos que llamamos externos, y que son percibibles por los demás, como también procesos internos, que no son percibibles, pero que sabemos que existen porque producen diversas reacciones. A esos procesos los llamamos sensaciones. Esto quiere decir que cada ser, humano o no,

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es una unidad gobernada por una voluntad única a la que hemos convenido en llamar el yo. Ese yo recibe en un espacio temporal interno ⎯que denominamos conciencia⎯ las sensaciones tanto externas como internas que, después de ser evaluadas, le obligan compulsivamente a tomar las decisiones necesarias para su supervivencia. A toda esta actividad interior es a lo que llamamos el pensamiento. El pensamiento es, entonces, el acto necesario que realiza todo ser vivo para coordinar con efectividad las opciones necesarias para mantener su vida en estado óptimo, por lo que podemos considerarlo como una función fundamental e imprescindible para la vida en todas sus manifestaciones.

¿Cómo actúa el pensamiento? El pensamiento, para ponerse en acción, se nutre de dos factores principales: la memoria y los impulsos internos. La memoria es un proceso mediante el cual el organismo incorpora las experiencias y las recuerda. A la suma total de experiencias la denominamos conocimiento. Los impulsos internos, por otro lado, son las fuerzas naturales propias de todo organismo que se producen al margen de su voluntad y que le impelen a realizar determinadas acciones. Dichos impulsos son de tres tipos: el impulso sensorial, que es el que transmite todo lo que los sentidos captan, tanto del exterior como del interior del ser; el impulso racional, que es el que obliga a evaluar toda la información recibida junto con lo acumulado en la memoria. A esta actividad también se le llama la razón; y el impulso intuitivo, que es el que empuja al yo a optar por algún tipo de decisión, lo cual hace movilizar a la voluntad (ello bajo el supuesto que lo que ya ha evaluado sea lo mejor

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aunque de ello no pueda estar seguro hasta que no lo contraste con los resultados obtenidos). Esto es lo que sucede en cualquier ser vivo por muy simple que éste nos parezca. Se dirá que es imposible que, por ejemplo, en una ameba, exista el impulso racional, pero se debe tener en cuenta que razonar no es otra cosa que evaluar la información o los datos, y que es imposible que un ser actúe sin sopesarlos. Probablemente en el caso humano esta labor nos parezca mucho más compleja, pero dicho procedimiento no es creación nuestra; ya está dada por la misma naturaleza y ningún ser puede prescindir de ello aunque quisiera. Igualmente se dirá que, salvo el hombre, ningún otro ser posee conciencia. Pero se entenderá que los procesos de evaluación se producen en ese ámbito misterioso cuyas magnitudes y configuración no nos es posible comprender hasta ahora; si ella no existiera ningún ser vivo podría comparar siquiera dos estímulos diferentes antes de hacer un pequeño movimiento. Precisamente lo que diferencia a los seres vivos de las máquinas es la posesión de una conciencia, la cual permite recibir toda la información y sopesarla antes de realizar toda acción voluntaria. La máquina carece de ese espacio puesto que, para cada estímulo, posee una respuesta inmediata, sin poder mantenerse en suspenso antes de tomar una decisión; o sea, no puede dejar de reaccionar. La máquina viene a ser más bien la imitación del modo cómo opera solamente el impulso racional (de cuya observación y estudio ha surgido) pero carece del impulso intuitivo que es el que lleva a todo ser vivo a emplear la voluntad. Por eso las máquinas no son capaces de actuar por sí mismas siendo éstas una forma incompleta del pensar,

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ya que no poseen los otros dos impulsos, el sensorial y el intuitivo, que sí se dan en la naturaleza viva.

Del entendimiento en general Hemos visto que el proceso del pensamiento es el mismo en esencia para todos los seres vivos y no es exclusivo del ser humano. Todos los seres piensan y toman decisiones para preservar sus vidas. Una vez realizada cada acción, esas experiencias (el conocimiento) quedan incorporadas en la memoria. El principal objeto de la memoria, para la efectiva conservación del organismo, es priorizar lo más importante y relegar lo otro puesto que siempre mantiene en estado latente aquello que considera un peligro, en estado secundario lo que es visto como una necesidad, en estado terciario lo que es percibido como un placer y así sucesivamente. A este proceso de priorización que realiza la memoria, a este orden selectivo, único en cada ser vivo, es a lo que llamamos el entendimiento. El entendimiento vendría a ser entonces la manera cómo cada ser ha ordenado y ordena todo aquello que le ha sido posible percibir y experimentar, o sea, es la estructuración de su conocimiento (su memoria y sus impulsos). Es el último eslabón de la cadena del pensar, el resultado final de todo ese esfuerzo, el cual se guarda de una manera específica, hecho que permite a cada yo configurar su propia realidad de una forma que solo él particularmente la puede comprender. Es la manera cómo cada organismo adecúa su existencia al mundo que le rodea; es lo que le permite la adaptación y la efectiva supervivencia. Desde un punto de vista inverso, podría decirse también que todo ser vivo sería más bien el resultado de un proceso de entendimiento que un determinado conjunto de materia ha realizado.

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O, dicho de otro modo: cuando una masa de materia alcanza el entendimiento es que podemos afirmar que esa materia está viva.

Del entendimiento humano Hemos hablado de un proceso que se da por igual en todos los seres vivos de la naturaleza. Pero ¿existirá alguna diferencia entre la manera cómo entienden los animales a cómo lo hace el ser humano, que es particularmente lo que a nosotros nos interesa? Sí la hay, y esta diferencia se encuentra precisamente en qué elementos intervienen para la organización del entendimiento. A diferencia de los demás seres vivos en el hombre el entendimiento está conformado adicionalmente por el producto de lo que nosotros llamamos el impulso filosofante, el cual consiste en una fuerza natural que lo obliga a usar el pensamiento para indagar, ya no por sus necesidades vitales, sino por algo que ningún otro ser vivo que sepamos hace ni ha hecho hasta el momento: por el sentido de su existencia. El resultado de esas especulaciones ocasionadas por este impulso filosofante incorpora elementos diferentes a los que normalmente poseen los demás seres vivos los cuales están vinculados a su preservación. A estos elementos les llamamos creencias. Las creencias vienen a ser entonces conceptos en estado puro, no lingüísticos ni verbalizados, que son producto exclusivo de la acción del impulso filosofante. Con estos nuevos elementos se establece así, en el entendimiento humano, un novedoso orden de prioridades distinto al de cualquier ser vivo. El entendimiento humano viene a ser un todo organizado que comprende tanto el producto de la actividad natural

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propia de cualquier animal como el de su actividad filosofante, o sea, sus creencias. A todo ello, a este orden nuevo y peculiar el ser humano le tiene fe. Pero no se confunda esta fe con la que nos referimos al hablar de religión. La fe en el entendimiento humano es el valor que el ser humano le da al resultado de su propia especulación (puesto que, a lo que es producto del entendimiento natural no le tiene fe: ello es solo una acción orgánica pura, común a todos los seres vivos). Un ser humano que no tuviera fe en que lo que él especula ⎯producto de su impulso filosofante⎯ es algo confiable, estaría renegando de su humanidad y empezaría a actuar animalmente. El entendimiento humano, de ese modo, al ser también una especulación sobre sí mismo y sobre su destino, se convierte tanto en un resultado como en una guía para el hombre que piensa. Es un resultado porque viene a ser la suma de todo lo que ordena al pensar, y es una guía porque, a partir de allí, en base a lo que especula, orienta todo su pensamiento y su accionar. En el entendimiento humano se encuentran ordenadas todas las creencias, que son las ideas a las cuales el hombre les tiene fe, fe en que éstas son reales dentro de su mundo humano, y donde todas funcionan sin necesidad de una verificación, ⎯puesto que todas ellas son de por sí «verdaderas»⎯ hasta que se demuestre lo contrario. El que si esas creencias sean o no contrastables con la realidad natural, con la naturaleza, no es lo importante pues, en la otra realidad, en la humana, lo fundamental no es dicha comprobación, sino que estas creencias tengan algún tipo de coherencia, alguna clase de lógica y de orden, dentro de los parámetros de la vida humana.

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Quiere decir que, para el ser humano, algo se «entiende», algo forma parte de su entendimiento, cuando ello posee similitud, concordancia o hace referencia a las creencias que él tiene preestablecidas. Por el contrario, algo no se entiende cuando ello no tiene un vínculo con lo que el ser humano posee en su mundo interior, cuando no coincide con lo que se encuentra en ese traductor de datos que vendría a ser su entendimiento. En resumidas cuentas solo aquello que este entendimiento pueda digerir, podrá ser comprendido e incorporado por el hombre.

2. De la filosofía Del impulso filosofante Si los seres humanos nos comportáramos al igual que vemos que lo hacen los animales ⎯en el sentido de estar siempre apegados a lo que dicta la naturaleza⎯ no seríamos entonces seres humanos. Es justamente esa voluntad de negación, el no vivir de acuerdo con la naturaleza, el alejarnos de esa lógica de la conservación de nuestra especie ⎯dentro de un equilibrio con el medio⎯ lo que nos caracteriza y nos hace ser lo que somos: seres humanos. Pero ¿por qué no vivimos en la rutina de la naturaleza y más bien nos hallamos en el oscuro camino de este nuestro indescifrable destino? He aquí la más grande e importante pregunta que todos tenemos aún pendiente: quiénes somos. Y esta intriga, siendo la primera de todas y la más acuciante, todavía continúa como la prioritaria y la que más nos preocupa; porque toda nuestra existencia, tanto desde el principio como hasta el día de hoy, gira y se construye en torno a ella:

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sabemos que no sabemos realmente quiénes somos. Y mientras no resolvamos esta primera cuestión todo lo demás se nos hace relativo, insustancial, pasajero, volátil. Vivimos, sí, pero sin estar totalmente seguros de que lo hacemos de la manera correcta y adecuada. Dentro de las muchas especulaciones posibles para explicar las causas de lo que somos está la existencia en nosotros de un impulso natural que hemos llamado el impulso filosofante, impulso del que, como hemos dicho, carecen el resto de los seres vivos. El impulso filosofante vendría a ser una necesidad, una presión involuntaria que nos obliga a preguntarnos constantemente y a cada paso qué es esto que vemos, que sentimos, qué es lo que somos, por qué nos sucede esto a nosotros y no a las otras especies, ⎯las cuales no se preocupan por ser lo que son.

De la angustia Este cuestionamiento, producto del impulso filosofante, sería el que provocó la aparición, en el interior del hombre, de un fuerte estado de angustia como consecuencia de percibirse, de observarse a sí mismo, ya no como parte de un todo indiferenciado ⎯como integrante de la naturaleza informe⎯ sino como un ente fuera de ese todo, como un ser analizante, el cual podía entender de manera distinta a como entienden todos los seres vivos. Fue un sentirse «fuera» del mundo (de la naturaleza) sin poder «regresar» a él, sin lograr volver a vivir de manera indiferente ante la vida. Todo eso le produjo la sensación de desesperación, de «paraíso perdido» que antes no tenía pero que desde ese instante ⎯y hasta hoy⎯

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lo vivencia profundamente. Así, a partir de allí, este «nuevo» ser, ahora humano, se halló solo, atrapado en un mundo al cual antes pertenecía pero que empezó a serle desconocido por el simple hecho de darse cuenta de que podía contemplarse a sí mismo, a su propio ser, dentro de él. Mientras él mismo no hubo sido objeto de su pensar el hombre no se percibía como diferente al mundo, al igual que un niño de pecho no se siente extraño a su madre. De haber estado bien afirmado sobre sus pies en un medio lo suficientemente seguro para vivir y morir en él sin preocuparse por ello, el ser humano se sintió arrastrado por una fuerza extraña que le ocasionó esa sensación de vacío, esa percepción de enajenación del mundo natural, de hallarse como suspendido en el aire. Toda la seguridad y la tranquilidad del simple «vivir y punto», propia del mundo animal, se desvaneció y, metafóricamente, el hombre «sintió en el estómago» una situación de angustia, de encontrarse en una posición que ignoraba; todo se le apareció como sorpresivo, diferente, extraño. Lo que antes le era familiar comenzó a verlo como ajeno. Mas eso sorprendentemente no lo hizo caer en la locura sino que siguió viviendo pero con esa nueva realidad, su propia realidad humana: la de un observador y un pensador sobre cosas que ninguna otra especie realizaba. Suponemos que mucho tiempo después de esto nació en él la idea, la noción, acerca de esa angustia misma, el concepto de la angustia en sí, individualizada, identificada (entendiendo concepto más como sensación que como símbolo o palabra). Y una vez que tuvo claro ese concepto, el de la angustia, el ser humano logró hacer de ello la piedra angular

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de lo que hasta hoy llamamos la idea primordial: la convicción de que él tiene algo dentro sí que se llama precisamente angustia y que ello es lo suficientemente fuerte e importante como para considerarlo siempre como uno de los elementos fundamentales a tomar en cuenta a la hora de su pensar. Es decir, a partir de ese momento, pensar significó, para el hombre, y solo para él, todo lo que su angustia le produce, le genera. Dicho de otro modo: el pensar humano vino a ser el reflexionar sobre su angustia, sobre la incertidumbre de su existencia y sobre lo que de ella se deriva, muy diferente a lo que es pensar en el estado natural (vinculado solo a la preservación del ser).

La filosofía Como vemos, el impulso filosofante creemos que produjo como resultado que el ser humano intentara conocer quién es él y para qué vive, a consecuencia de lo cual se generó en su interior un terrible estado de angustia primordial, existencial, que es lo que caracteriza a nuestra especie. A toda esta actividad, a todo este cuestionamiento ⎯y la forma cómo el hombre intenta explicarlo y resolverlo⎯ es a lo que llamamos filosofía (palabra de origen griego pero que utilizamos porque expresa algo que es común a toda la humanidad, al igual que numerosas otras de nuestro idioma). El filosofar sería entonces, en nuestra opinión, la manera cómo el ser humano dispone su entendimiento de acuerdo con lo que su propio especular le produce. Con ello lo que estamos diciendo es que el entendimiento humano es fundamentalmente producto del filosofar y que éste, a su vez, es la diferencia que hay entre el hombre y el resto de los seres vivos.

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El ser humano se observa, se siente, se palpa, y trata de entenderse y comprenderse. Es así que, producto de su filosofar, ha creado toda su realidad, la propiamente humana. Dicho de otro modo, la filosofía es el hombre mirándose a sí mismo, explorándose y captando su tragedia. Ésta es el motor de su ansiedad, lo que lo hizo ser lo que es y la que lo arrojó a la ignorancia de su existencia. Pero al mismo tiempo viene a ser su calma, la explicación a todo su drama; es su bálsamo en medio de su soledad existencial. Y es recién a partir del primer filosofar ⎯de ese pensar sobre su angustia⎯ que se dio inicio a la gran experiencia de la humanidad: la creación de la cultura, un producto único dentro del mundo de la naturaleza (al menos mientras no descubramos que alguna otra especie, de este mundo o de otro, siga o haya seguido este mismo camino). Sin la filosofía el ser humano continuaría siendo un animal, ⎯sin que ello signifique un menosprecio o una calificación negativa a dicho término⎯ pues, salvo en la capacidad de filosofar, en la totalidad de las otras características somos similares a todas las especies. Por consecuencia, ni el solo pensamiento ni el solo ejercicio de la razón es lo que nos singulariza de entre toda la naturaleza —ya que los animales también poseen ello sin que necesariamente hayan llegado a nuestro mismo estado de incertidumbre. Lógicamente, mientras más nos alejemos del filosofar más lo haremos de nuestra humanidad acercándonos así al estado de animalidad. De tal modo que el dejar de filosofar es el abandono a la pregunta sobre lo que somos para simplemente suspender el juicio

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y vivir mecánicamente, usando solo nuestros sentidos, satisfaciendo únicamente nuestras necesidades básicas ⎯que es lo que hace y debe hacer todo ser vivo⎯ y que es lo que practica la naturaleza en pleno. Como conclusión, la ausencia del filosofar en el hombre es la negación a sí mismo.

La filosofía es anterior a los símbolos En ese primer momento, cuando el humano ya concebía el concepto de su propia angustia ⎯cosa que en sí implicaba que estaba filosofando⎯ aún no había creado el símbolo mediante el cual mostraría exteriormente lo que sentía en su mundo interior. Lo hará tiempo después cuando ya el tema, la angustia, y el procedimiento del filosofar ⎯el cómo ésta se aminora⎯ estuvieron distinguidos y definidos. Y ello significa que la configuración del entendimiento humano, su surgimiento como tal, ha sido necesariamente anterior a la aparición de los primeros elementos que denominamos culturales, o sea, es anterior a los símbolos. Lo que queremos decir es que el primer ser humano que existió como tal ya filosofaba de la misma manera como hoy lo hacemos, aunque sin utilizar ninguno de los símbolos, a los que estamos acostumbrados suponer como indispensables para realizar dicha actividad (principalmente, el lenguaje). Desde un inicio el tema de la filosofía ha sido siempre el mismo y el modo cómo encararlo igual. La filosofía es una actividad que, hasta el momento, no ha variado ni, tal vez, tenga por qué hacerlo en el futuro. Ello nos hace cuestionar la creencia de que pudiera haber existido, en los primeros seres humanos, algún tipo de mentalidad llamada «primitiva»,

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en el sentido de inferior a la del hombre actual. Eso parece haber surgido por culpa de una falsa asociación entre los objetos culturales y el pensamiento humano. Muchos tenemos la idea de que ambos, objeto y pensamiento, son directamente proporcionales, o sea: a más cantidad de objetos culturales (símbolos), más y «mejor» pensamiento; e, inversamente, a menor cantidad de objetos culturales, menor y «peor» pensamiento. Eso nos ha hecho caer numerosas veces en la tentación de juzgar a los hombres tomando en cuenta solo sus productos, como si estos fueran un retrato de lo que entendemos por humanidad. Felizmente se conoce cómo piensan actualmente las sociedades más desposeídas del planeta, y eso nos da a entender que el desarrollo mental que se da en ellas es el mismo, y a veces superior, al que tienen las sociedades más atiborradas de objetos culturales, con lo que se demuestra que el proceso mental es independiente del proceso de creación de los símbolos y de su derivación: las herramientas. La filosofía es totalmente autónoma con respecto a la elaboración de los símbolos y los objetos; incluso es anterior a ellos (el filósofo de todas las épocas no requiere más que de sí mismo para ejercer su oficio). Más bien es de la filosofía que éstos símbolos y objetos se derivan. El primer ser humano que existió ya filosofaba sobre su existencia sin emplearlos ⎯al igual que el más renombrado filósofo de cualquier sociedad contemporánea⎯ porque la reflexión filosófica no tiene tiempo, edad, tamaño ni graduación, ni requiere de un vehículo de comunicación; ella solo consiste en una sola actividad: dedicarse al análisis de la angustia humana en el momento y el lugar en el que uno se encuentre.

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Pensar humanamente, entonces, no es hablar internamente como hoy hacemos. Es una reflexión que carece de palabras.

La aparición del primer símbolo Probablemente el primer símbolo apareció después que nació en el hombre el deseo de extraer la sensación de angustia de su interior, de expresarla, de trasladarla al mundo de lo natural (tal vez por la necesidad de comunicarla, de compartirla con sus iguales). Para ello el ser humano debe haber buscado entonces la manera cómo configurar dicho concepto y cómo asociarlo a algún tipo de manifestación comunicante (quizá a algo parecido a un grito o a una señal alertando la presencia del peligro). Esa primigenia expresión (la cual no sabemos si habrá sido sonora, visual, táctil, gestual, auditiva, móvil, tridimensional o bidimensional) es a lo que llamamos el primer símbolo. De este es que han surgido toda una secuela de otros símbolos, todos con la intencionalidad de servir de transmisión de esa sensación de angustia primordial; todos hijos de una misma madre. Los símbolos, de este modo, no son otra cosa que aquello que sirve para darnos a entender, entre nosotros los humanos, que todos compartimos una misma inquietud: la angustia de nuestra existencia. También fue a partir de ese momento que, quienes no comprendieron dichos símbolos, pasaron a ocupar el grupo de los no humanos, de lo animal o de lo material. Así, por primera vez se creó en el mundo una señal que no se refería a aquello que la naturaleza dispone como necesario para vivir sino que solo existía en el entendimiento humano, siendo esto una demostración de que nuestra especie había concebido en su interior algo que solo entre nosotros pudo darse

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y que no formaba parte del accionar común de la naturaleza.

Los objetos culturales Posteriormente a la creación de los símbolos es que surgieron de ellos los objetos culturales en sí, las llamadas «herramientas» o «cosas», de las cuales se suele decir que fueron creadas debido a la necesidad de supervivencia, cuando en realidad todas son de origen netamente simbólico (pues recordemos que para el simple acto de vivir no se requiere de herramientas). Lo que queremos decir es que solo después de creados los símbolos pasaron a tener una aplicación práctica para lo que, originalmente, no estaban pensados. Significa que los objetos que el ser humano elaboró nacieron a partir de la simbología que éste inventó para explicarse su existencia y que con el tiempo empezaron a ser usados como objetos utilitarios ⎯ cuando ya hubieron perdido su carácter propio de ser solo símbolos. En conclusión, del filosofar es que surgen los símbolos de los cuales, a su vez, se derivan todos los objetos que, finalmente, dan paso a lo que entendemos por cultura. Pero el filosofar no necesita de estos símbolos y objetos para desempeñar su función. Cierto que después el ser humano empleó también los símbolos para filosofar, pero tengamos en cuenta que éstos son únicamente vehículos idóneos para ciertos aspectos mas no son imprescindibles para el pensamiento. No se debe confundir a la herramienta con el obrero: éste, mucho antes de manipularla, debe tener previamente una idea clara de qué piensa hacer con ella y cómo la va a emplear. Incluso hasta puede decidir prescindir de ésta (pues hay casos en que las manos son más que suficientes para realizar una obra).

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3. De los métodos filosóficos Ya hemos dado por entendido cuál es en nuestra opinión el objeto de la filosofía: tratar sobre el estado de angustia del ser humano y cómo aminorarlo. Entonces podemos decir que todo lo que se haga en pos de ello ⎯las formas y fórmulas⎯ será, de por sí, el método del filosofar. La manera usual de hacerlo es disponiendo y ordenando el entendimiento, colocando la cosas de tal forma que éstas se interrelacionen mutuamente sin llegar a causar una contradicción entre sí. Dicho de otro modo: lo que trata la filosofía es de establecer una lógica en el entendimiento empleando el conocimiento, lo cual es en sí un acto creativo. En este sentido, filosofar sería, metodológicamente hablando, crear un sistema de correlación de conceptos (simbólicos o puros), inventar algo con sentido que dé como resultado una respuesta que el propio ser humano pueda considerar «real» o «verdadera», o sea, algo a lo que le pueda creer, que le sea creíble. Esto nos lleva a definir a la lógica como una estructura que posee sentido, sin importar si ello tenga algún sustento o contraste con lo que se suele llamar la realidad natural. Un ejemplo para explicarlo son las matemáticas. Estas son creaciones humanas que no tienen un correlato directo con la naturaleza sino que son solo simples coincidencias que su creador, el hombre, considera suficientes como para pensar que reflejan la realidad. Pero en verdad no se trata más que de formas artificiales que tienen sentido hasta un cierto límite, pasado el cual cualquier afirmación se convierte en falsa. De este modo las matemáticas y los números son, entonces, una obra de arte, de filigrana, tan útil como cualquier otro sistema lo puede ser, pero esto no implica que sean la «verdadera» configuración de lo real. Igualmente, para la filosofía,

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lo importante es organizar las ideas desechando todo aquello que no encaje dentro del orden específico determinado por ella. (No olvidemos que en los animales existe un «sentido numérico» que les permite tener idea de cantidad sin que hayan creado los «símbolos matemáticos»).

Acerca de los métodos Dijimos que para que en todo ser vivo se dé el pensamiento se requiere que actúen en ese espacio interno, que es la conciencia, los tres impulsos ya mencionados: el sensorial, el racional y el intuitivo, además de la memoria. El resultado de ese proceso interactivo es un conocimiento que se incorpora, con un determinado sentido, en lo que llamamos el entendimiento. Pero solo en el ser humano existe un cuarto impulso al que hemos llamado impulso filosofante, cuyo objetivo es ordenar el entendimiento pero con miras a encontrar una respuesta a la angustia de nuestra existencia. En el ser humano lo más importante es pensar, no como lo hacen los animales, ⎯solo en función a su subsistencia⎯ sino en relación a la comprensión de su ser. A esta actividad, a este ordenar el entendimiento en vías a dicho objetivo únicamente humano, es a lo que también denominamos filosofar, y su resultado, el producto de su accionar, es un conjunto de conceptos (a los que hemos llamado creencias) los cuales son completamente ajenos al desenvolvimiento normal de la vida de todas las otras especies. Es por eso que la filosofía es también un diálogo entre el yo humano y sus creencias, entre su ser y su propia ideación del mundo (que no necesariamente es el mundo natural, pues hasta ahora éste se nos sigue presentando, como siempre, novedoso, constantemente diferente a lo que creemos que es;

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algo que parece ser un interminable cajón de sastre o una inmensa caja de Pandora en donde, mientras más hurgamos, más sorpresas encontramos). Para realizar esa función de ordenar el entendimiento la filosofía históricamente se ha inclinado por tomar como referencia cada uno de los tres impulsos naturales extrayendo de ellos sus particulares mecánicas y modos de actuar. El método del filosofar sería entonces la manera cómo la filosofía extrae las características propias de tres de los impulsos naturales de los seres vivos y los utiliza como modelos para desarrollar el pensamiento filosófico. Ello es comprensible ya que estos impulsos tienen la ventaja de ser expresiones espontáneas de la naturaleza ⎯sin que hayamos intervenido en su conformación⎯ lo cual de por sí, en la medida que se trata fenómenos naturales, nos parece que son una garantía de imparcialidad y efectividad pues responden a cosas concretas, y tienen funciones específicas que realizan con eficacia. Es entonces que, de cada uno de estos tres impulsos, han surgido, correlativamente, tres métodos filosóficos a los que denominamos como: el método sensorial, el método racional y el método intuitivo. (aunque ninguno en realidad se presenta por sí solo, puesto que siempre hay algo de cada uno en el otro, formándose así una mezcla de los tres pero en distintas proporciones).

1. El método sensorial Es comprensible que el hombre crea que el impulso sensorial es lo más cercano a lo real, a lo visible y comprobable por los sentidos, puesto que en estos todo sucede producto de una causa sobre cuyo origen no caben grandes misterios. Un golpe ocasiona dolor, el movimiento es percibible mediante la vista, el sabor se siente a través del gusto, el olor por el olfato y así sucesivamente. Todo lo que los sentidos nos transmiten son generados por la naturaleza y no por nuestro entendimiento (que en el ser humano es creación netamente nuestra).

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Y si los sentidos son ocasionados por la naturaleza, y ella ⎯siguiendo con este razonamiento⎯ es el mundo tal cual es, ordenado y con sentido, entonces, según este método, lo más sensato para el hombre es seguir esa forma de operar, ya que todos los seres vivos lo hacen y rara vez se equivocan. Además, ello da la seguridad de no errar acerca de lo que exactamente tenemos que hacer, en la medida en que los sentidos son más confiables puesto que no pasan por ninguna modificación propiamente humana, ya contaminada por nuestras creencias. Por el contrario, la causa de nuestros sufrimientos estaría, según esto, en el no seguir fielmente la lógica de lo sensorial. De este modo, ir en contra de aquello que nuestros sentidos nos indican sería marchar a contramano de lo natural, de lo firme y lo más sensato para nuestra preservación. De dicho punto de vista es que surge un filosofar que busca el dejarse llevar fielmente por las leyes de la naturaleza, tratando que las espontáneas sensaciones nos conduzcan a lo que debemos hacer para vivir bien. Por lo tanto el método sensorial (o sensorialista) es el que dispone las sensaciones en el entendimiento de manera que éstas tengan la mayor preponderancia. Principalmente se sintetiza en la máxima de «seguir a la naturaleza» pues ella es quien nos creó y a ella le pertenecemos. Las filosofías que lo emplean intentan, de alguna manera, un retorno al estado prehumano pero manteniendo algo de lo que hasta ahora somos. Sin embargo, éste método propone una difícil tarea: que seamos, por un lado, lo más naturales, y por el otro no, puesto que el ser humano es también, de por sí, un rechazo a lo natural.

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Se trata entonces de sostener un delicado y complejo equilibrio que se mueve con un pie en cada extremo: entre ser seres humanos y ser animales. A pesar de ello, muchos han visto y ven a tal manera de filosofar como la más auténtica e imparcial forma de existir: hacerlo hermanados con el mundo natural, respondiendo solo a nuestros sentidos y a nuestras sensaciones. Este es quizá el método más antiguo y es el que siempre despierta mayor atracción entre los hombres debido al alto nivel de comprobación de sus resultados y a la baja ansiedad y preocupación que, sobre la vida, genera entre los que lo practican.

2. El método racional El impulso racional tiene por finalidad evaluar la información que un organismo recibe, asunto que realizan todos los seres vivos sin excepción. Entonces el método racional o razonalismo (empleamos este término para evitar que se lo confunda con racionalismo) es el que imita esa manera de operar, o sea, el que ordena y clasifica las creencias en el entendimiento de una manera secuencial y por afinidades. La característica más importante del razonar es el aislar cada dato de manera individual para luego combinarlo, por similitud, con otros, formando de este modo una serie de prioridades y posibles consecuencias. Es, entonces, el razonalismo, una selección y una combinación de posibilidades. De aquí se derivan toda una serie de características típicas de la operatividad racional: la individuación, el agrupamiento, la asociación, la mezcla, la especulación, la proyección, etc. Al copiar este accionar del impulso racional el método razonalista logra identificar un sinnúmero de individualidades donde antes no las había, convirtiendo a cada una en datos con características propias. De este modo se crea en el entendimiento un gran rompecabezas. El supuesto teórico que le sirve de base es que,

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cuando éste (rompecabezas) esté terminado, la realidad será comprendida tal como es y las más angustiantes respuestas del hombre serán halladas. Así, paso a paso, pedazo por pedazo, instancia por instancia, este método procura captar la realidad, natural o humana, en su totalidad para, al final, entender la existencia por completo. La ventaja de este modo de filosofar es que logra segmentar por partes la información, proporcionando al hombre la posibilidad de alternar esas partículas en diferentes combinaciones, ⎯muchas incluso que ni la misma naturaleza ha realizado⎯ obteniendo así nuevas experiencias y fenómenos con las cuales los humanos aumentamos nuestro conocimiento. El filosofar sería entonces, desde este punto de vista, un sinónimo de razonar, el «razonamiento» de por sí, una acción que busca ordenar una cantidad indefinida de datos de acuerdo con un determinado parámetro. Ahora, es importante no olvidar que, si bien se trata de un método extraído de una de las funciones del pensamiento ⎯y que, por lo mismo, esto es válido dentro de ese ámbito⎯ no necesariamente lo es también fuera de él (puesto que se trata de una acción interna del ser mas no lo es del exterior, de fuera de la mente). Por otro lado, este método le presenta al ser humano la idea de vivir en un caos, en una realidad que no tiene orden ni sentido ⎯puesto que ni la naturaleza ni el entendimiento se encuentran realmente ordenados racionalmente⎯ y a la cual éste tiene que disponerla empleando la razón. Ello provoca un aumento de su estado de angustia producto del inmenso «desorden» que observa ⎯algo contrario a lo que se suponía la filosofía debería tratar de hacer, o sea, calmarla. También, debido a las características propias de su esencia, lo racional carece de la potencialidad para tomar decisiones ⎯ya que de ello se encarga el impulso intuitivo. Es decir, no abarca el complejo aspecto de la voluntad.

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Por ello, entonces, el razonalismo es un método que no puede pretender comprender todo el funcionamiento de la realidad, natural o humana. A diferencia del método sensorial, que de alguna manera sí lo hace, no existe una forma de contrastar el método racional con alguna regla o patrón no humano que permita comprobar el grado de veracidad de lo que se está haciendo, por lo que éste es un método que solo se certifica a sí mismo y carece de referentes absolutos que no partan de la relatividad del que investiga. En cuanto a su aplicación en la naturaleza si bien el razonalismo logra manipular a la materia de muchas maneras, produciendo diferentes resultados, gratos y no gratos, ello no quiere decir que éstas sean todas las que existan ni que, además, sean también las correctas; tampoco que el realizar dicha acción, razonar, sea el objetivo de todo ser vivo y el de la filosofía misma. La materia, la naturaleza, puede ser captada desde el ángulo por donde se la mire, de ahí que este método sufra constantes y permanentes cambios de puntos de vista cuyas consecuencias terminan siendo la reutilización constante de la misma materia ya analizada pero siempre con diferentes fines. De este modo, al no tener dicho estudio un final, pues la re-visión de la materia es infinita, jamás se acabará la tarea de clasificar todo aquello que se pueda conocer, por lo que nunca se podrá decir que ya se conoce a la realidad tal como es ⎯con lo cual tampoco se cumplirá con el objetivo propuesto: el conocimiento total. A la materia, mientras más se la investiga racionalmente, más se la desconoce, según manifiestan sus practicantes. Es como un hoyo que, mientras más se lo cava, más grande se hace. Por eso el razonalismo es un método inconcluso en el sentido que jamás tendrá fin

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y que nunca poseerá una forma definida. Con éste se puede estructurar el entendimiento humano pero a trompicones, a marchas forzadas, respondiendo a cada caída y a cada golpe con un retroceso y un replanteamiento desde el inicio. Se parece a un caminar a tientas, a la manera del andar de los ciegos, para quienes la realidad es solo aquello con lo que se topan, tocan, acarician, huelen, sienten, sopesan, miden, evalúan y evitan a futuro. Lo que realmente determina qué se va a hacer con lo que se conoce no es aquello que se conoce sino lo que el ser humano desea más bien hacer con lo que conoce. Quiere decir que se pueden captar muchas facultades de la naturaleza pero, si previamente no hay un interés humano detrás de esas propiedades, estas dormirán para siempre el sueño de los justos hasta el día en que surja una idea nueva a la que ellas se sujeten. No es, entonces, el conocimiento en sí de las cosas lo que nos hace proyectarlas hacia determinados objetivos sino más bien los sueños muy humanos que tenemos (y que también pueden ser verdaderas pesadillas). Por lo tanto, conocer por conocer, pensando que ello es suficiente, no nos lleva a nada si es que antes no tenemos una idea de para qué queremos conocer y qué vamos a hacer con lo que conozcamos. Por otro lado los permanentes cambios de rumbo y de verdades que produce el método racional, resultan, para la mayoría de los seres humanos, una constante alteración a las reglas y al norte, motivo por lo cual a éste método no se le puede tener aquello que se le denomina como fe. Con él nunca se estará realmente seguro ni de algo ni de nada (salvo que nada es seguro) cosa que siempre, el hombre común de todos los pueblos, lo verá casi como una burla o un insulto a su escasa tranquilidad de ánimo. Un filosofar que no se estabiliza en alguna verdad, que solo es un torbellino de modificaciones,

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es un filosofar que no genera la tranquilidad en los pueblos, lo que luego produce un natural rechazo y un posterior abandono de dicho método ya que, si bien éste puede ser un buen juego de lógica ⎯donde todo encaja a la perfección⎯ tiene el problema que no toma en cuenta que el principal objetivo de la filosofía no es el conocer a la naturaleza sino el darle una respuesta a la existencia del hombre. Incluso genera anormalidades en el comportamiento humano, ya que el conocimiento sobre cómo se puede operar la naturaleza, si bien le da al hombre grandes posibilidades para rodearse de una vasta materialidad, también le hace caer en la tentación del dominio absoluto, de creer ser el amo y señor de todo aquello que puede manipular, para, por último, e inevitablemente, emplearlo equivocadamente en contra de sus semejantes, en contra de sí mismo y en contra de la naturaleza a la que dice querer estudiar y conocer. Hechas estas objeciones, necesarias debido a la casi unanimidad que existe en este tiempo en considerarlo el único posible, es innegable que este método siempre será empleado porque permite resultados prácticos y soluciona grandes problemas a los que se enfrenta el hombre en su diario vivir.

3. El método intuitivo El tercer modelo para el filosofar es el que surge de la manera sobre cómo funciona el impulso intuitivo. Éste impulso lo que hace es presionar al yo para que, una vez que tenga los datos que su razón le proporciona, opte por tomar una decisión sobre qué hacer con ellos y con su propio organismo. Es una fuerza o influencia no controlable por el propio ser que actúa sobre su voluntad. (Le estamos dando al concepto intuición una característica más amplia que la simple «sensación inconsciente» puesto que no hay intuición que no genere una acción

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que devenga en un acto voluntario). Es por lo tanto, toda intuición, a nuestro entender, una parte constituyente de la voluntad. La vida tiene la característica de ser permanentemente móvil y toda detención significa una atrofia o la muerte. Los seres vivos están en constante movimiento, lo que quiere decir que, donde hay vida, está la intuición actuando a cada instante, empujando al ser a realizar determinadas acciones. La característica de la intuición es que le proporciona al yo, ⎯a pesar de lo que indiquen los sentidos y haya evaluado la razón⎯ el poder de decidir por él mismo. La intuición es, de este modo, la principal manifestación del yo; es lo que le da su autodeterminación, lo que lo convierte en dueño del ser para escoger libremente el camino a seguir. (El yo no actúa por lo que le dictan los sentidos ni los datos de la razón, como lo haría una máquina, sino por lo que su intuición le indica que debe hacer). Prueba de ello, de esta individualidad, es que ningún ser vivo reacciona igual a otro. Todos y cada uno se comportan de una manera peculiar ante un mismo estímulo, lo que nos demuestra que los animales no son autómatas sino que son independientes cada uno en su comportamiento (por eso existe la variabilidad de la vida y la diferencia de reacciones entre miembros de una misma especie que hace que unos sobrevivan y otros no). Mientras el impulso intuitivo actúe el yo siempre estará activo, será dueño de su ser y modificará permanentemente sus movimientos, decidiendo. Desde este punto de vista, el método intuitivo o intuitivista es el que dispone en el entendimiento lo volitivo ⎯aquello que pertenece al campo

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de lo que el ser humano es capaz de querer, de desear, o de creer que desea⎯ como el factor principal a tomar en cuenta en su accionar. Lo más importante aquí no será la sujeción al mundo interior del hombre ⎯lo que manifiestan los sentidos⎯ como lo propone el sensorialismo, ni el conocimiento de la materia en sí ⎯la descripción de la naturaleza y sus fenómenos⎯ como lo plantea el razonalismo, sino más bien todo aquello que el ser humano ansía ser y tener, lo cual pertenece al campo de sus deseos. Las filosofías que siguen este método tienen como principal finalidad el estudio de la voluntad humana y todo lo que mueve a actuar al hombre: sus pasiones, sus creencias, sus ambiciones y fantasías. La emoción juega un papel determinante en nuestras vidas (más de lo que creemos), por lo que se hace necesario captar también los sentimientos para canalizarlos de la manera cómo se piense. El filosofar, según éste método, significará el conocimiento y la disposición de las pasiones humanas y la evaluación de los diferentes tipos de fuerzas que influyen en el yo: la inspiración, el pálpito, la voz interior o exterior, la ansiedad, la angustia, el amor, etc., las cuales solo tendrán veracidad o falsedad dependiendo de qué opine el ser humano acerca de ellas. De este método se derivan todas las filosofías que han dado origen a las manifestaciones de fe, a las creencias de tipo espiritual o religioso, y que el hombre coloca muy por encima de lo que él pueda saber o conocer sobre el mundo en que se encuentra —ya que estas creencias conciben la existencia de otros mundos a los que ni los sentidos ni la razón pueden acceder y en donde supuestamente moran entes ajenos a nosotros. Según esta visión,

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la vida sería un permanente acto de voluntad ⎯humana y/o divina⎯ y no una reacción mecánica preestablecida que actúa sin sentido (como en la máquina). Todo lo que ocurre es el reflejo de una serie de voluntades, nuestras o extranaturales. Nada sucede en la vida sin que una voluntad participe pues no hay vida sin acción, sin movimiento. Si la naturaleza existe, si ésta apareció y es lo que es, es gracias a que hay voluntades que así lo han deseado. Sin embargo, si bien es cierto que este método nos permite indagar por aquello que no es posible de precisar y constatar ⎯pero cuyos resultados sí captamos⎯ y que además considera que la vida misma es el resultado de fuerzas ajenas al ser humano ⎯con las cuales se debe mantener algún tipo de relación⎯ es en la descripción y en la explicación de éstas donde se encuentra su principal problema. Todo este accionar está supeditado a las diferentes maneras de entender y de disponer dichas fuerzas como también a los distintos intereses y pareceres de los seres humanos que lo realicen. Mas la voluntad humana es de carácter tan errático, tan poco confiable y tan sujeta a los vaivenes de las pasiones, que es difícil poder afirmarse sobre ella; ni el más resuelto de los hombres mantiene siempre su mismo estado de ánimo. Como conclusión, si bien el intuitivismo, otorga estados de fe intensos y fuertes momentos de seguridad, éstos siempre serán pasajeros. Se trata de un método que incluye lo emocional y, por lo mismo, capaz de llegar a extremos que no siempre serán buenos para los que lo sigan. Sin embargo, hasta el día de hoy la fe y la religión, dos de sus típicos productos, significan para el ser humano expresiones fundamentales e irremplazables.

Consideraciones finales a los métodos filosóficos Cada uno de estos tres métodos que hemos descrito inclina la balanza hacia lo que ellos consideran lo más importante.

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Para el método sensorialista, el pensar sería el reaccionar de acuerdo con la naturaleza; para el razonalista vendría a ser un identificar y un secuenciar datos, mientras que para el intuitivista sería el tomar decisiones sugeridas por los estados de ánimo o de inspiración. Probablemente existan muchas otras formas de disponer el entendimiento o de filosofar, motivadas en otros tantos impulsos, naturales o no. Nosotros solo hemos querido señalar aquellas que nos parecen que son las más frecuentes hasta ahora. Es posible que en el futuro se descubran otras que subsanen los inconvenientes que éstas tienen, pero eso quedará por ahora supeditado al surgimiento de nuevos filósofos y filosofías. Lo importante es que los éxitos parciales de éstas, en las variantes que se den, no lleve a perder la cabeza a los mismos pensadores al punto que lleguen a creer que ya han alcanzado la meta final o estén muy cerca de ella. La filosofía siempre requerirá de una gran dosis de prudencia, de humildad, de cabeza fría y de constante renovación, porque ella, más que ninguna otra, es la que verdaderamente juega con fuego.

4. Sobre la aplicación de los métodos filosóficos Hemos descrito los métodos que, a nuestro entender, la filosofía en general emplea. Ahora vamos a exponer cómo los aplica. Para eso digamos primero algo sobre lo que llamamos la realidad. La realidad no consiste solamente en la naturaleza que palpamos, nos rodea, nos envuelve y de la cual somos parte, sino que también es, para nosotros los humanos, nuestro propio mundo interior y lo que éste produce: la historia de nuestras ideas acerca tanto de la naturaleza como de nosotros mismos, o sea, nuestra cultura. Consta, entonces, la realidad, de dos mundos que vivimos paralelamente: el mundo de la naturaleza y el mundo de lo humano.

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Por un lado, la naturaleza es algo ajeno a nuestra voluntad y está dada, mientras que nuestro mundo humano comprende un espacio donde se ejecutan operaciones de las cuales solo podemos percibir sus manifestaciones cuando producen la cultura en sus distintas variables. Aceptar la existencia de un solo mundo y negar al otro ha sido, hasta ahora, un esfuerzo que solo ha traído ingratas consecuencias. Ahora bien, la forma cómo interpretamos estas dos experiencias, la naturaleza y la humana, siempre será algo estrictamente humano, ⎯puesto que quizá no lo sea así para los demás seres vivientes. Tampoco conocemos si existe alguna otra entidad, fuera de nosotros, que también haga lo mismo y que llegue a similares conclusiones. En el hombre ambos mundos más bien se retroalimentan y el uno no puede existir sin el otro. Tan luego desaparece uno ⎯ya sea con la muerte física o con la pérdida de la facultad de comportarnos humanamente⎯ dejamos de ser lo que somos: seres humanos. En ambos campos la filosofía se despliega para realizar su actividad (a la manera como si fuesen dos terrenos deportivos diferentes) y en los dos acciona los métodos que ella ha creado.

I Sobre el filosofar y la naturaleza En cuanto al filosofar aplicando los métodos a la naturaleza esto se sustenta en la premisa que, ya que los seres humanos somos parte de esa naturaleza y no de otra cosa, es allí, en ella, donde podemos encontrar todo lo que necesitamos para conocernos y entender nuestra existencia (deseando cumplir así lo que hemos dicho que es, a nuestro parecer, el principal objetivo de la filosofía: resolverle al hombre la intriga de su estado de angustia). De este modo, toda nuestra experiencia humana necesariamente se encuadrará dentro de los parámetros naturales; por lo tanto, es solo conociendo a la naturaleza

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cómo podremos conocernos a nosotros mismos, por una simple relación de afinidad. Sin embargo, la tarea de arrancarle a esta naturaleza su modus operandi resulta no solo muy agotadora, sino infinita, puesto que no tenemos la certeza de que lo que deducimos de ella, sea realmente aquello que queremos saber. Además, no podemos asegurar que ésta tenga realmente la capacidad de conocerse y de entenderse a sí misma, como tampoco sabemos si conocerse sea o no su cualidad o atributo intrínseco. Entonces, si no estamos seguros que la propia naturaleza pueda conocerse a sí misma, ⎯y siendo nosotros también naturaleza⎯ tampoco podemos confiar que, tratando de entenderla, arribaremos a algo a lo que ella misma no puede llegar o, por lo menos, ignoramos que tenga la facultad de hacerlo. La naturaleza más bien se nos presenta como si fuese un gran calidoscopio en el que, apenas movemos una ñisca de él, aunque sea involuntariamente, todo lo que creíamos que era estable se desbarata, para luego terminar observando un nuevo orden que nunca antes habíamos visto. Así, toda nuestra tarea de tratar de estabilizar y perpetuar lo que hemos clasificado con tanto ahínco se convierte en algo inútil por cuanto la naturaleza, en verdad, carece de forma definida. Entonces, algo que es inestable se hace imposible de ser comprendido. Si la naturaleza es así, no puede ser entendida, ni por ella ni por nosotros, que somos una parte de ella (a no ser que descubramos otra manera de entender que no sea fijando las experiencias, los conceptos y las ideas). Esta incertidumbre nos ha dejado siempre la sensación de que, mientras más queremos saber de la naturaleza, ésta nos vuelve a sorprender con más y nuevos fenómenos que no habíamos identificado y que nos llevan, nuevamente, a empezar todo de nuevo.

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El hombre que investiga a la naturaleza rara vez se pregunta por qué lo hace; (esa es una situación que comprobamos desde el primer humano que existió). La mayoría se deja llevar por las apariencias más elementales: investigan porque así tienen que hacerlo y de eso viven. Pero los filósofos saben que todo el esfuerzo por analizar dicha naturaleza nació inicialmente solo con el único deseo de obtener de ella la respuesta a nuestra angustia existencial. Lo que ha ocurrido es que, en el camino, ese objetivo primigenio ha sido olvidado y ahora se ignora cuál era el motivo por el que, por ejemplo, había que excavar la tierra para extraer de ella determinados minerales. No se recuerda que todo eso se hacía por otras razones que no eran la subsistencia humana (pues en realidad el hombre no necesita de metales para sobrevivir) aunque ello aparentemente así lo parezca. Esa obsesión de operar con la naturaleza, hasta el día de hoy, en vez de darnos la satisfacción de tranquilizarnos, muy por el contrario ha acelerado y complicado de tal manera la actividad de nuestro pensamiento que vivimos actualmente más desesperados que el primer día en que sentimos ese primer estado de angustia. Sin embargo, ello no quiere decir que el camino de la naturaleza no se recorra, pues suele dar momentáneas gratificaciones que hacen más llevadera nuestra vida. Por eso numerosa parte de la humanidad cree que el indagar en ella es la manera correcta de hacer y conocer las cosas y se dedica insistentemente a descifrar sus secretos.

Cuando los métodos son aplicados a la naturaleza Como dijimos, por un lado estos métodos se emplean para sondear en la naturaleza y tratar de descubrir en ella

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aquello que la filosofía quiere saber: la explicación de lo que somos. Esto porque, según se plantea, la naturaleza es lo más claro y real que el hombre puede observar y tener, y, por consiguiente, concluye que es en ella en donde es posible obtener todas las respuestas.

1. La naturaleza y el método sensorial Cuando el ser humano filosofa sensorialmente sobre la naturaleza surge en él un tipo de entendimiento en el cual lo prioritario es el permitir que ella misma, tal como es, sea la que determine en nuestro pensamiento y en nuestro accionar. El objetivo consiste en realizar una especie de identificación, de compenetración con ella, bajo el supuesto que no hay nada más seguro que la propia realidad (señalada ésta como un sinónimo de la naturaleza), evitando que esté de por medio toda intervención humana. De ello es que surgen filosofías que generan corrientes de pensamiento que buscan una interacción e integración con la naturaleza, además de dar origen a religiones naturalistas que procuran solucionar la angustia de la vida humana apelando a dicha naturaleza y a su expresión propia ⎯a la que se le suele llamar «fuerza» o «leyes internas». En este caso, de lo que se trata no es de conocer a la naturaleza sino más bien de dejarse llevar por ella, de seguirla.

2. La naturaleza y el método racional El método racional lo que hace es dividir y contabilizar a la naturaleza parte por parte para sacar de ello una serie de conclusiones y combinaciones. La idea es que, de esa manera, el ser humano sabrá cómo actúa ésta, y así, por deducción, también por qué existimos ⎯pues se supone que ella nos engendró y alguna explicación habrá para eso.

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Para este método el objetivo no es convivir con la naturaleza sino hacerla manipulable por el hombre, extrayéndole, de ese modo, los secretos que nuestros sentidos solos no pueden captar. Siguiendo con esta lógica, para la razón la naturaleza no tiene un orden racional; ella viene a ser, de por sí, un caos para el hombre, algo incomprensible, secreto y oculto que el ser humano debe comprender y articular. Este esfuerzo es lo más parecido a una especie de charada en la que el adivinante es el hombre, las pistas son toda la materia (la naturaleza) y el objetivo es descubrir la causa de nuestro origen. Este juego puede prolongarse todo lo que dure nuestra especie puesto que dichas pistas son infinitas y es probable que desaparezcamos antes de que ellas se agoten.

3. La naturaleza y el método intuitivo Este método parte de la idea de que existe una voluntad en todo lo que hay y que nada puede darse sin que haya de por medio una decisión, pues nada ocurre espontáneamente, de «por sí»; todo lo que existe proviene de lo que conocemos como una intención (algo que nosotros tenemos dentro pero que no es exclusivo del hombre). Si la voluntad no es un asunto únicamente humano —ya que toda forma de vida la posee— quiere decir que éste fenómeno, el del acto voluntario, es parte de todo lo existente, y proviene, por supuesto, de la misma naturaleza. De este modo se puede afirmar que, en toda la naturaleza, se dan una serie de voluntades que se manifiestan ostensiblemente, sin las cuales la sola vida no tendría sentido pues ningún ser podría ni siquiera decidir qué hacer, ni hacia dónde dirigirse; o sea, no habría quién pudiera optar por moverse de donde está si de por medio no existiera una voluntad. Entonces, si hay movimiento en la vida es porque hay voluntad, por lo que, para las filosofías que lo ven así,

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lo más importante es aceptar todo lo referente a ella, a la intención, al mundo que se expresa, a lo que manifiesta su deseo. Si la existencia existe es porque hay una voluntad que así lo quiere. Cuando el hombre contempla a la naturaleza en pleno se queda absorto ante tanto movimiento, ante tanta organización debidamente concatenada. Si todo ello no tuviese voluntad, se estaría ante un mundo maquinal, ante una serie de objetos que se agitan porque se empujan mutuamente y por simple reacción; sería otro tipo de caos (diferente al caos irracional que prejuzga el método racional) y consistiría más bien en movimiento puro, simplemente porque algo lo moviliza para luego continuar haciéndolo sin orden ni concierto. El método intuitivo afirma de que todo está debidamente organizado por algún motivo, por eso su objeto final es hacer que el hombre se adapte a las voluntades que así lo han decidido: que las reconozca, las escuche y las comprenda. Esas voluntades son reales, y el ser humano no puede ser el único que posea voluntad ya que la misma naturaleza se la ha otorgado y ella no puede dar algo que no posea. Las voluntades están por encima incluso de la del humano, y son de tal magnitud que pueden ser capaces de ordenar el Universo en pleno. De estas filosofías es que se derivan muchos de los pensamientos y creencias que le atribuyen a la materia capacidad de autodeterminación, que sería lo mismo que decir que toda ella posee vida.

II Sobre el filosofar y el mundo humano La otra manera de filosofar es la que propone que, en nuestras ideas, o sea, indagando en nuestro mundo interno propiamente humano, es cómo se pueden hallar todas las respuestas. Su premisa plantea que, ya que el estado de angustia y de intriga

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se encuentran solo en el ser humano, entonces es allí donde se puede hallar la solución a todo, sin tener que investigar tediosamente en los fenómenos propiamente naturales que nada tienen que ver con un asunto que es específicamente humano y conceptual (puesto que el problema del hombre no nació en el exterior ya que en la naturaleza todo sigue siendo igual). Pero esto también nos obliga a preguntarnos: ¿cómo podríamos hallar respuestas a lo que es producto justamente del deseo de tenerlas? El problema es que las verdades, deducidas de nuestra propia creación, igualmente terminarán siendo derribadas por el más ligero soplo de la disconformidad, de la discrepancia o de la variación de la vida humana. Ni siquiera la afirmación de que el hombre sabe que no sabe es segura pues puede que estemos sabiendo algo pero que no seamos capaces de darnos cuenta de ello. Además, como lamentablemente nuestras ideas por sí mismas no pueden ser contrastadas con algo que permita verificarlas ⎯puesto que no conocemos ese algo (por ejemplo, un cuerpo de pensamientos maestros o universales ajenos a nosotros mismos)⎯ todo lo que es producto de nosotros los humanos nos resulta relativo y pasajero, manteniéndonos esto en la sensación de incertidumbre acerca de lo que sabemos. (De ahí que la fe en el hombre siempre es sumamente volátil y pasajera). Lamentablemente ni la filosofía ni el humano mismo pueden ser juez y parte. Es posible por un tiempo aseverarnos nosotros mismos que lo que estamos elaborando en la mente es, definitivamente, lo cierto, lo correcto, el final del camino; pero como sabemos que eso es solo lo que nosotros mismos nos hemos dicho finalmente terminamos por no creerlo, para así hacer caer, una vez más, toda la bella construcción que habíamos elaborado. Somos, entonces, como unos pacientes que,

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ante la ausencia del médico, decidimos auto diagnosticarnos y medicarnos (y hasta incluso darnos de alta).

Cuando los métodos son aplicados al mundo humano Los tres métodos descritos anteriormente se aplican también para someter a análisis filosófico el mundo del ser humano, el cual comprende desde su aspecto interior ⎯sus pensamientos y su entendimiento⎯ hasta la manifestación de todo ello: su cultura. El sustento de esta posición es que se afirma que el ser humano se da cuenta que el origen de su angustia y de todo lo que le preocupa está únicamente en su ser, en su interioridad, mas no así en lo exterior, en la materialidad, a la cual no tiene nada que reprocharle pero de la que tampoco tiene nada que obtener pues con la naturaleza no se puede realizar ningún diálogo en la medida que no es otro «yo». La naturaleza se presenta, en este caso, como algo que no es capaz responder a lo que él quisiera saber. Pero quien sí lo puede hacer es el propio yo humano, y es él el único que es capaz de encontrar la manera de responderse y consolarse. Si él originó el problema, diríamos, entonces ese yo interno es el que debe encontrar la solución. Este camino ha tenido siempre notables resultados pues le ha permitido al hombre desarrollar discursos en los que bastaba solo con aceptarlos, con tenerles fe, para que éstos funcionaran muy bien como respuestas.

1. El mundo humano y el método sensorial Cuando el método sensorial se aplica hacia el interior del ser humano se descubre que allí todo es una sucesión de señales que provienen de los sentidos, las cuales nos obligan a reaccionar de muy distintas maneras. La vida se convierte en una constante interacción con los estímulos y lo importante es el conocimiento que se tenga de ellos y cuál sería la mejor forma de responderles.

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El hombre es, así, un receptáculo de lo que le ocurre al Universo, un reflejo de un sinnúmero de fenómenos a los que éste reacciona con acierto o con error. Las filosofías que se basan en ello dan origen a formas de entendimiento donde lo fundamental son las fuerzas que ocasionan las reacciones del organismo, ya que de éstas no se puede dudar ⎯a diferencia de lo que la voluntad propone que puede ser solo producto de un error o de un deseo irreal. De alguna manera ésta es la forma de aceptar al hombre en su magnitud eminentemente física, dejando de lado todo lo que después se diga de él. El ser humano, antes que nada, es materia, cosa ⎯expresan estas corrientes de pensamiento⎯ y es ello a lo primero que se debe atender. Lo que finalmente se procurará con esto será el disfrute pleno de la existencia, la maximización de lo placentero, la eliminación del dolor, la huída del mundo en algunos casos, la apertura de los sentidos hacia todo lo agradable y confortable de manera natural; la exaltación de aquello que estos sentidos nos dicen que apetecen, la satisfacción total de los deseos orgánicos en su máxima expresión. Es el triunfo de lo material por sobre lo intelectual, de la respuesta al estímulo por sobre la generación de él. Es la receptividad y el acomodo antes que el interés por el esfuerzo, la lucha y la imaginación. Es, finalmente, un ir más allá de lo que la propia naturaleza ha dispuesto para nosotros, llevando la idea del goce a su grado más extremo. Sin embargo, el problema que se da aquí es el hastío y la rapidez con la que los sentidos nos traicionan. Esto termina por hacernos perder el objeto de lo que es realmente lo humano. Este método nos incentiva, más que a pensar, a sentir, a disfrutar de lo auténticamente dado, cosa que todas las criaturas hacen.

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Pero lo que para esas criaturas puede ser lo justo y lo bueno para el ser humano resulta un contrasentido ya que él no es un ser común de la naturaleza: él no es un simple animal. Muchas de las fórmulas que buscan el éxtasis, los estados de sublimación, de pérdida de conciencia, de catarsis, de perturbación de la realidad mediante alucinógenos o estupefacientes ⎯o a través incluso la contemplación de la belleza y la búsqueda de estados emocionales intensos, como la mística⎯ tienen su sustento en esta forma de ordenamiento de la realidad interior humana.

2. El mundo humano y el método racional El método racional aplicado al mundo interior del ser humano da por resultado una estructuración del yo en distintos compartimentos y categorías; es decir, se establece un libre ordenamiento de todo aquello que, si bien se sabe que existe, no consta de que sea tal como nosotros lo imaginamos. Esto parte de la necesidad que tiene la razón de dividir para entender, por lo que, a la unidad del mundo interior, se la fragmenta en diversos sectores los cuales se corresponden con distintas funciones que sus conceptualizadores imaginan que se dan (tal es el caso que hemos expuesto inicialmente al definir y diferenciar las variadas operaciones del pensamiento. Incluso un ejemplo de ello es este libro). Además, de la combinación de éstas partes surgen otras que crean nuevas funciones no prefiguradas en un principio, apareciendo así un mundo sumamente complejo y permanentemente novedoso que antes no se preveía. Lo que se intenta con esto es que, suponiendo cómo es nuestro mundo interior, creyendo saber de cuántas partes está compuesto y qué funciones desempeña, podamos deducir que somos capaces de auto controlarnos y que tenemos el poder de dirigirnos hacia donde nos plazca.

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Es de éste modo cómo las filosofías que se desprenden de aquí responden al reto de darle un sentido a nuestra vida explicándola como un proceso, como una sumatoria o un encadenamiento de cosas o sucesos en progresión dentro de nuestro ser. De este método es que surgen expresiones como las matemáticas y las lógicas, que son el tipo de mundos interiores construidos a la manera cómo opera la razón. Muchas corrientes de pensamiento que procuran trabajar la mente como si fuese una máquina —a la que se la puede conocer, reparar y rediseñar a gusto del pensador— parten de estas premisas. El problema con esto es que todo no es más que una idea sobre las cosas que, en el mejor de los casos, tienen ciertas coincidencias con la naturaleza (algunas muy notables), pero eso no significa que la realidad sea realmente así, como la dispone el hombre en su interior. Las coincidencias no son un sinónimo de verdad al igual que una vela no es un símil de una estrella. Lo que buscan es reproducir en el mundo natural aquello que se ha creado en el mundo interior. Aseguran que lo que sucede por dentro igualmente ocurre por fuera, de tal manera que el pensamiento es el que define la realidad y no al revés.

3. El mundo humano y el método intuitivo En el caso del método intuitivo aplicado a nuestro interior, lo que éste desea es descubrir aquello que produce la voluntad, conocer ese ente llamado «yo» que es quien genera todo el problema que aqueja al hombre. Ese yo es algo que posee voluntad propia; es autosuficiente y dueño de sí mismo, y tiene el poder de decidir, incluso, sobre la propia vida del ser. Quiere decir que posee una facultad que va más allá de lo que indican los sentidos y la razón.

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Indagar sobre el yo, comprenderlo y conocer cómo es, cómo actúa y de cómo orientarlo para resolver nuestras principales angustias es lo que procuran las filosofías que emplean el método intuitivista. Esto también viene a ser un estudio sobre la voluntad, sobre la capacidad que, por encima del mandato de la naturaleza, tiene el ser humano; por lo tanto, es una visión grandilocuente de nosotros mismos en la que supuestamente somos capaces de elevarnos más allá de la realidad natural. Se trata así, el hombre, de un ser creador de sí mismo que incluso puede ser dueño y ordenador de la propia naturaleza. Muchos pensamientos y movimientos que exaltan al ser humano como si fuera un dios ⎯incluso como un ser que evoluciona por su propia voluntad ⎯ son los que parten de este tipo de visión. Algunos derivan de esto una percepción llamada espiritualismo, entendiendo al espíritu como la esencia de la voluntad o del ser, trascendente a la materia, por lo que también da origen a las corrientes denominadas espiritualistas (sin que eso signifique que necesariamente existan dioses fuera del interior hombre). El problema aquí es que los niveles de contrastación con algo que indique su validez son prácticamente inexistentes; solo se basan en las manifestaciones del yo y de su voluntad. A pesar de esto, su fuerza principal radica en la necesaria fe que los seres humanos necesitamos tener en nosotros mismos para continuar con nuestra existencia lo cual nos obliga, en cierto modo, a vernos como seres sublimes ⎯superiores a la naturaleza⎯ o a definirnos, en el mejor de los casos, como más elevados con respecto al resto de esos seres vivos, como lo más excelso que la materialidad ha producido (pero esto es lo que nosotros suponemos o queremos creer, mas no lo podemos verificar, salvo con nosotros mismos, lo cual nos convierte en jueces y parte en el juicio de si nuestra humanidad es o no mejor que los demás seres del Universo).

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Consideraciones finales a la aplicación de los métodos Como hemos visto, a resultas de combinar los tres métodos con las dos realidades conocidas por el hombre ⎯la naturaleza y el mundo interior humano⎯ surgen seis grandes matrices filosóficas que engloban una gran cantidad de corrientes de pensamiento. Pero no debemos creer que éstas existan en forma pura puesto que ellas se dan, en todos los casos, mezcladas, pero con un mayor o menor grado de preponderancia de alguna de ellas. Lo que le da la tendencia a una filosofía es solo el énfasis que ciertos filósofos hacen en determinados aspectos de cada una de ellas; y puede darse el caso que, en una sociedad, sean más de dos las privilegiadas. Esto quiere decir que estamos ante distintos estilos o variables de orientación filosófica, las cuales tampoco son estáticas, pues a menudo se van alternando la preferencia en el primer lugar sin que por ello signifique que las otras desaparezcan; éstas solo esperan pacientemente a que el ser humano vuelva a necesitarlas para explicarse cosas que el método que en ese momento está vigente ha dejado de hacer o de convencer. Incluso existen culturas que han generado sociedades de un determinado tipo aunque al mismo tiempo han desarrollado filosofías de otra índole, lo cual demuestra que se pueden dar soluciones paralelas basadas en los diferentes métodos y ser aceptados todos por el hombre. Lo importante es que, de algún modo, este análisis nos pueda explicar el por qué de la existencia de ciertas filosofías, de determinadas culturas, religiones y movimientos ideológicos o espirituales, y del por qué de sus continuos desplazamientos en las preferencias del entendimiento humano.

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5. Algunos puntos adicionales Sobre la variabilidad de las expresiones filosóficas Como el ejercicio de la filosofía es algo que el ser humano no puede evitar seguirán existiendo filósofos mientras exista humanidad. Siendo así, continuarán entonces dándose las ideas filosóficas. Algunas tendrán éxito, otras no. Algunas esperarán su turno para ponerse de moda; otras lo estarán inmediatamente y otras nunca se popularizarán. Lo cierto es que, al igual que la poesía, la filosofía es una tarea humana que aparece espontáneamente en cada ser ⎯aunque siempre se diga que ya todo está dicho y resuelto. Detrás de ella no necesariamente tiene que haber una intención o un deseo premeditado: es un ejercicio libre e independiente, por lo tanto, incontrolado e incontrolable. Pero el pensar filosófico no es uniforme en toda la especie humana por cuanto vemos que existen diferentes creencias y tipos de fe en tantos seres humanos como se conozcan. Eso nos lleva a la conclusión que la especulación humana se da al azar y de distintas maneras. Es por ello que cada pueblo y cultura tienen sus propias filosofías, del mismo modo como también poseen sus propias ciencias y su propia disposición del entendimiento, tan válidas como las de todos los demás. Conocer cada conjunto de creencias, comprender esa lógica, es entender también cómo determinada sociedad ha filosofado y sigue filosofando en la medida que no puede dejar de hacerlo puesto que es función inexorable de la condición humana. Según es fácil comprobar, nadie ha logrado desarrollar hasta ahora alguna filosofía que sea la auténtica,

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la definitiva, la concluyente, aquella que haya descubierto la respuesta a la incertidumbre principal del hombre, lo cual nos hace pensar que, al menos por ahora, la tarea del filosofar seguirá estando vigente y que todas las filosofías pueden aún aportar sus particulares propuestas. Por eso es importante no dejarse ilusionar con la filosofía imperante de turno pues no por ser ésta la que se estime válida en su momento significa que ella es «la verdadera», ya que han existido numerosas otras hegemonías que, pasado el tiempo, han desaparecido. Así que se debe estar en guardia ante esta común tendencia. La única manera cómo podríamos saber que ya hubiéramos logrado resolver nuestra intriga existencial ⎯aquella por la cual dejamos de ser animales para pasar a ser seres humanos⎯ sería comprobando que, mediante determinado tipo de filosofía, todas las preguntas pueden ser resueltas sin ninguna duda ni vacilación y de manera permanente. Pero esa contundencia de pensamiento aún no hemos notado que se haya dado. El filósofo, en calidad de ser quien supuestamente elabora esas respuestas, es el diseñador del mapa por donde debe ir la caravana humana, aunque él raramente sea el guía de la misma. Para que una sociedad no se convierta en una masa que navegue a la deriva ⎯sujeta a todo tipo de vicisitudes y espantos⎯ tiene que escuchar a sus filósofos para establecer así ese plan de viaje que le dé sentido a sus esfuerzos y existencia. De ello depende tanto la perdurabilidad de dicha sociedad como su desaparición. Con respecto a los que creen ciegamente en la verdad de lo puramente natural diremos que todos los pueblos,

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aunque hayan encarado a la misma naturaleza ⎯que es igual en todas partes⎯ han pensado y piensan sobre ella de un modo diferente, y la han medido y dividido de múltiples maneras puesto que cada quien la ha interpretado desde su particular punto de vista, desde su propia situación, desde su peculiar sensación y desde la única vivencia que conocía. Lo mismo para los que creen que todo se puede encontrar en el interior del ser humano: cada sociedad ha desarrollado las suyas propias, adaptadas a lo que más les convenía y era necesario. Es por todo esto que decimos que, tanto la idea sobre la naturaleza, como la manera de entender y definir al hombre, no son iguales de un pueblo a otro, de una cultura a otra, de una civilización a otra. Por lo tanto, si bien la filosofía es una actividad única, la forma cómo ésta se desenvuelve es tan múltiple como seres humanos puedan darse. Tomar como referencia o patrón a una de ellas, si bien es propio de cada época de la historia, no significa que ello sea el camino correcto y definitivo. Hasta el momento la humanidad no ha alcanzado el final de su necesidad de filosofar. Mientras esto no llegue, tenemos que seguir aceptando las variantes que se irán dando en el tiempo con paciencia y, si es posible, con buen humor.

Sobre la ciencia La complicación de la vida humana, desde sus inicios, llevó al hombre a desarrollar una compleja red de símbolos. Es de esto que nació la cultura, un producto propiamente humano que conforma, junto con la naturaleza, los dos aspectos que nosotros entendemos por la realidad. De ambas, de la naturaleza y de la cultura,

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hay muchas cosas que decir; pero para ello los sentidos naturales no son suficientes: se requiere de un mecanismo diferente para alimentar al pensamiento con los datos que la filosofía necesita. Ese mecanismo es la ciencia, una manera de obtener determinado tipo de información que el ser humano requiere para incorporar a su entendimiento. La ciencia es la que proporciona materia prima para el pensar humano. Pero esa información no necesariamente será la realidad en sí, sino algo que habla sobre ella, que se refiere a ella, pero de acuerdo a la forma cómo se la ha observado, dependiendo de qué método se haya aplicado y de qué manera se lo haya hecho. Todos estos datos, al ingresar en el entendimiento humano, se convertirán, después de ser filosofados, en lo que nosotros llamamos las creencias. Lo valioso de la ciencia no es su grado de validez en sí ⎯lo cual aún no se conoce porque, si no, ya habríamos alcanzado la auténtica verdad⎯ sino la empatía que ésta tiene con las creencias de su tiempo ⎯de las cuales surge y hacia las cuales va⎯ y de qué modo coincide con ellas. Las creencias son tales porque el ser humano cree en ellas, lo cual les otorga validez suficiente como para ser consideradas como lo más fielmente vinculado a la realidad. Quiere decir que la ciencia es, entonces, para el ser que comparte determinadas creencias, un sistema que, partiendo de las creencias de cada sociedad, obtiene la información que las confirma, amplía o modifica. De este modo, el hombre puede tener infinitas ciencias e infinitas maneras de adquirir el conocimiento, tantas como creencias tenga, y todas ellas ser consideradas, en su momento y circunstancias, como verdaderas. Pero una vez desaparecidas esas creencias aquella ciencia que dependía de ellas, también desaparece. Ello es lo que explica la historia misma de la ciencia, siempre dependiente de la verdad oficial de turno

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de cada pueblo y de cada cultura. Por eso, cuando una ciencia proporciona información contradictoria con las creencias, esos datos son cuestionados por ser «irreales» y obtenidos «de manera errada», o bien son marginados por no tener una aplicación práctica o, finalmente, son ocultados por ser peligrosos para el bien de la sociedad. Esta situación se repite en todo tiempo y lugar, y el mundo contemporáneo no es la excepción. La ciencia actual occidental, muy vinculada a las creencias de esta época, excluye todo aquello que vaya en contra de las verdades establecidas, y trabaja e investiga solo lo que se considera correcto, arrinconando o desapareciendo todo dato o información «peligroso o fuera de contexto» que de alguna manera perturbe el delicado «castillo de la verdad» que se ha construido. Nada que atente contra del sistema será estudiado y promovido; más bien será perseguido y ocultado por el bien de la preservación de esta sociedad. Toda ciencia, por lo tanto, no tiene autonomía. Siempre llevará la marca del filosofar de su época y se desarrollará por donde la lleven, indagando en los temas que cada filósofo considere los más importantes y siguiendo los diferentes métodos que éste utilice. Cada ciencia buscará, mirará, analizará al lugar que se le diga que deba hacerlo. Quien siempre le pondrá los horizontes y las metas y le marcará el derrotero hacia el cual debe ir será la filosofía, cuyo único objetivo es, como venimos repitiendo, tratar de resolverle a la humanidad su penoso estado de angustia.

Sobre si el pensamiento humano puede que sea una anomalía Sería bueno no dejar pasar por alto esta reflexión: la acción de filosofar, el impulso filosofante,

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podría ser que no sea, en sí, una función natural del pensamiento; es decir, que el ser humano puede estar más bien forzando el pensar para realizar una tarea que va más allá de la que originalmente tiene, por lo que no podríamos decir que lo que estamos haciendo, o sea, filosofar, sea lo más conveniente para nosotros y para nuestro organismo sino que, más bien, se trataría de una anomalía. Como las creencias humanas no tienen necesariamente contrastación con la realidad natural es imposible saber si ellas se corresponden exactamente con el mundo material. Podrían tratarse, por qué no, de resultados de procesos inacabados del pensamiento; algo así como aquello que un ser vivo encuentra a mitad de camino en su evaluación racional antes de llegar a una conclusión (aquello que no se ha logrado terminar y que, apresuradamente, se decide considerarlo como válido, o sea, un proceso interrumpido). Desde este punto de vista podríamos pensar que las creencias humanas serían quizá el resultado de un pensamiento trunco, que peca por insuficiencia, por exceso o por deficiencia; una especie de retorcimiento del raciocinio como consecuencia de haberlo empleado en algo para lo cual no estaba destinado (o sea, para el ejercicio filosófico). Las creencias entonces, según esta especulación, no serían otra cosa que el resultado del uso inadecuado del pensamiento y de sus funciones —el cual solo tiene por finalidad la correcta preservación de los organismos mas no la de filosofar. De esto también podríamos deducir que el filosofar, al ser un fenómeno extra natural, sería por lo tanto una aberración de la naturaleza y solo podría dar por resultado

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una severa inadaptación del ser y su condena a la desaparición. (Una especie de mala utilización de un órgano o función que trae como consecuencia la desadaptación, el desequilibrio y la muerte). Sin embargo, felizmente vemos que el humano todavía no ha desaparecido a consecuencia de esa aparente mala utilización, o sea, por el uso indebido del pensar para hacer filosofía; pero eso no quiere decir que no podamos percibir que la vida humana tiene manifestaciones que no podrían considerarse, desde ningún punto de vista, como convenientes, adecuadas, óptimas y coherentes, tanto con respecto a la naturaleza como con nuestra propia especie. Hay ciertos horrores, producto de nuestras creencias, que son imposibles de hallar en ningún otro ser. Sabemos que el exceso en el uso de un órgano, sin que ello sea producto de una necesidad, siempre conduce a un desequilibrio que puede acabar incluso con la existencia de una especie. Esto significaría que el aumento de información que recibimos, mas el exagerado empleo del razonar, podría haber acelerado el pensamiento de tal manera que éste ha terminado siendo una acción sobre estimulada cuyos resultados, hasta el momento, distan mucho de estar siendo los más satisfactorios para nosotros. Y eso porque no tenemos la capacidad de demostrar que esta «anomalía» signifique alguna mejora (sobre todo porque tal concepto «mejora» no tiene mayor sentido en el mundo natural donde no hay nada que sea mejor ni peor sino que solo existe lo que es). Hasta ahora únicamente el hombre es el que se dice a sí mismo que, lo que él es, es algo mejor, pero eso no lo puede comprobar, por lo que esto solo resulta ser una simple expresión u opinión sin sustento.

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¿Podría el ser humano volver a ser lo que era? ¿Y qué pasaría si decidiésemos regresar al estado natural en que nos hallábamos antes de ser lo que ahora somos para, de ese modo, evitarnos todas estas complicaciones que parecen no llevarnos a ningún fin claro? La idea no es desdeñable por cuanto significa una alternativa válida para poner fin al sufrimiento. Pero ¿bastaría solo conque deseásemos volvernos animales para simplemente dejar de ser seres humanos? En principio creemos que, para realizar ello, habría que tomar a todos los recién nacidos y llevarlos a los parajes más desolados a que vivan y crezcan como animalitos ⎯ya que ello está comprobado que sí es posible. Sobrevivirían muchos y formarían manadas en estado salvaje (entendiendo lo salvaje no peyorativamente, sino como aquello que es lo natural) comportándose como cualquier otra especie, o sea, de una manera armónica con su medio. Quizá así se lograría resolver el problema de lo humano ⎯retornándolo a su esencia animal⎯ para que no vuelva a salir más de ese lugar (en una especie de regreso al Paraíso). Pero siempre nos quedará la duda de saber si esos nuevos seres no a repetirían el mismo fenómeno, por cuanto llevarían en su interior muchas de las condiciones físicas que los podría, instintivamente, inclinarse a desarrollar, otra vez, las características humanas heredadas. Si es así, entonces solo nos quedaría un camino: pensar que la tragedia del hombre solo desaparecerá con el hombre mismo, lo cual nos lleva a creer que sería probable que nuestra humanidad, inconscientemente, se encuentra hoy rumbo hacia su suicidio por cuanto, dolores como estos, tanto físicos como mentales, no se pueden soportar para siempre.

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Muchas especies, cuando no son felices en su medio, se arrojan a su fin mediante un mecanismo de autodestrucción natural que no llegamos a comprender. ¿Estará el ser humano colectivamente desarrollando ese plan para poder acabar con sus angustias? ¿Será el suicidio de nuestra especie una respuesta definitiva a lo que somos? Solo el tiempo lo dirá.

Consideraciones finales al proceso filosófico Como ya lo hemos mencionado antes, para el desarrollo y descripción de esta obra hemos empleado el método filosófico racional por cuanto hemos ido haciendo un discurso dividiéndolo por etapas, organizando así el pensamiento. De alguna manera era una exigencia propia del medio que utilizamos ⎯el texto⎯ que de por sí es ya un condicionante, y también porque es el método que nosotros solemos emplear, lo cual no quiere decir que no intentemos hacerlo algún día con alguno otro. Tampoco queremos dar a entender que escritura y método racional sean indesligables (pues se puede razonar sin tener que conservar lo razonado en símbolos o vehículos materiales y a la inversa). Pasaremos entonces a exponer nuestras conclusiones. En primer lugar, nos hemos percatado que el filosofar no se agota con todo lo que ya se ha dicho o plasmado hasta la fecha; siempre puede ejercerse nuevamente y tocando los mismos temas que le son propios una y otra vez. En ciertos momentos de la historia humana es casi forzoso hacer dicha revisión por cuanto con frecuencia suele producirse una sensación de agotamiento o de entrampamiento mental que acorrala al hombre y lo desespera, aumentando así su connatural ansiedad y sufrimiento.

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Para entender entonces el proceso del filosofar veámoslo mediante un ejemplo: la confección de una obra musical o la manera cómo compone un músico. Primero éste necesita de una idea previa a la utilización de algún elemento propiamente sonoro (puede ser un suceso cotidiano, una preocupación interior o un estado de ánimo, asuntos todos totalmente ajenos a la música). Luego debe pensar en cómo obtener un resultado que provoque lo que él quiere transmitir, o sea, debe definir qué reacciones debería ocasionar todo ello (hacer que el oyente llore, ría, que se quede pasmado, que actúe violentamente, etc.). Recién a partir de ahí acudirá al bagaje de conocimientos que tiene acerca de la música para buscar los elementos auditivos que producen esas reacciones. Y así sucesivamente todo aquello que es propio de una composición: el tema central, el ritmo, el estilo, los instrumentos, etc. Todo ello al final deberá encajar con su idea original. Cualquier cosa que desentone será corregida o desechada. Únicamente así se tendrá una pieza armónica que solo un oyente que pertenezca al ámbito cultural del autor podrá entender perfectamente. De este modo se puede decir que se ha elaborado una obra que tiene sentido, que tiene lógica, su propia lógica (porque en música, por lo regular, cada creación importante tiene la suya propia, que no es igual a las de las demás; aquellas piezas que no la posean ⎯que no tengan su propia y particular estructura⎯ terminarán siendo consideradas carentes de originalidad, de poco atractivo, plagios o creaciones sin ninguna relevancia). Con la filosofía ocurre algo similar. Se debe acudir a una motivación para hacerlo; luego se tiene que pensar qué resultado se quiere obtener con lo que se piensa; y, finalmente, se precisa buscar todos los medios que se necesiten para realizarlo, cuidando de establecer una nueva y original lógica nunca antes vista cuyos resultados sean una estructura de las ideas expresadas. Esta obra filosófica contentará a un sector de la humanidad

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hasta que aparezca otra que arrebate el corazón y los aplausos de la gente y se convierta en el nuevo pensamiento preferido. Una segunda consideración tiene que ver con el hecho que, si se puede tratar de encontrar alguna explicación a lo que ocurrió en un principio con nuestro ser, ésta sería que, tal vez, por alguna razón desconocida, en el primer ser humano surgió lo que hemos venido a llamar el impulso filosofante ⎯el cual es, hasta el momento, algo exclusivo del hombre⎯ y que es aquello que lo obliga a pensar en sí mismo con respecto a su entorno y a la naturaleza. Esto a su vez lo que le produjo fue un darse cuenta de su enajenación con respecto a ella al ver que él ya no era un animal más sino un ente que se percibía diferente y que, por ello, ya no era un fiel obediente de la leyes de esa naturaleza: se había independizado con respecto a ésta. Pero esta «libertad» le ocasionó, a la vez, un profundo estado de angustia produciéndole un intenso sentimiento de abandono, de soledad y de vacío, tan fuertes, que fue suficiente motivo para que naciera en él la imperiosa necesidad de explicarse la existencia para amenguar así dicha sensación. Esa necesidad de explicación es, en nuestra opinión, la filosofía, y su tarea no sería otra que la de calmar la angustia inicial que hasta ahora perdura en todos los miembros de nuestra especie. En tercer lugar, hemos encontrado que el pensamiento en todos los seres vivos, incluido el hombre, contiene los mismos elementos y procesos; las únicas diferencias son en cuanto a la magnitud y complejidad propias de cada ser. Esto incluye la existencia de una conciencia y de un razonamiento que hasta ahora se creía solo dable en la especie humana. Si dichos seres no los tuvieran éstos serían nada más que simples autómatas, máquinas biológicas.

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En cuarto lugar, hemos hallado también que el fin de todo pensamiento es el de conformar el entendimiento, y que a éste se lo puede definir como la manera cómo un ser entiende particularmente el mundo luego de recibir toda la información que le es posible y de haberla procesado en su conciencia. La única diferencia que existiría entonces entre el ser humano y el resto de los animales no sería el uso de la razón, como normalmente se cree, sino únicamente el impulso a filosofar, el impulso filosofante, el cual obliga al hombre a incorporar en su entendimiento elementos ajenos al uso normal de éste: las creencias. Estas son conceptos que surgen producto del pensar humano sobre sí mismo con referencia al mundo. Recién en ese momento es cuando aparece el ser humano como tal dejando de ser un simple animal. Hasta antes de esto el pre humano-animal era tan equilibrado y estable como cualquier otro ser de naturaleza. Esto contraviene la idea de que el hombre apareció debido a cierta incapacidad para sobrevivir que determinada especie de simio tenía, lo cual resulta imposible por cuanto la naturaleza jamás ha producido un organismo que no pudiera mantenerse empleando sus propios recursos biológicos; todo aquello que carece de dicha capacidad simplemente no llega a subsistir. La filosofía entonces vendría a ser una forma de cómo el hombre busca la respuesta a su existencia, y esa búsqueda fue lo que en verdad lo creó y lo sigue creando. En quinto lugar, este filosofar ha tomado de los procesos internos del pensamiento algunos modelos para ejercer su acción y ha imitado la forma de operar de tres impulsos básicos del que todo pensamiento se nutre: el sensorial, el racional y el instintivo.

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Es así que existen filosofías que se basan en cada uno de estos modos, derivando de ello sus correspondientes métodos y llegando, por supuesto, a distintas conclusiones en cada caso. Hemos puesto también en relieve la absoluta dependencia que la ciencia tiene con respecto a las creencias. La ciencia es un mecanismo que recopila los datos, la información y el conocimiento que las creencias requieren para que puedan seguir siendo consideradas como verdades para el hombre ⎯y así éste les siga teniendo fe. Esta información es, de alguna manera, una justificación de la validez de las creencias ⎯al mismo tiempo que sirve de retroalimentación a ellas mismas⎯ pero que, una vez que a éstas se les pierde la fe, la ciencia, que dependía de ellas, deja de tener sentido. Igualmente, cada ciencia está determinada por el tipo de método que la filosofía emplee, por lo que existirán tantas clases de ciencia como clases de filosofía. Y como cada ciencia produce una determinada tecnología pueden haber infinitas de ellas dependiendo de cuantas ciencias surjan. Este punto debe ser observado con atención por cuanto las tecnologías de todos los tiempos siempre tienen el poder de encandilar al ser humano. En cada época, en cada era y en cada siglo el hombre ha vivido y vive asombrado y maravillado por la tecnología que, en ese momento, él capaz de producir. (Tanto los pueblos llamados primitivos como las culturas más complejas del pasado siempre estuvieron orgullosos y obnubilados de los portentos que ellos mismos estuvieron en condiciones de hacer). Muchos se dejan impresionar por este fenómeno, y suelen creer, ante la tecnología de su época, que es recién a partir de ella que se puede juzgar la grandeza del hombre,

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y que antes nunca nadie había alcanzado ni superado tan alto nivel de desarrollo y evolución. De ahí deducen que su tiempo es el más avanzado de todos los tiempos de la humanidad y que su forma de vida es la mejor de todas las que alguna vez hubieron existido (y el hombre contemporáneo no es la excepción a esta regla). En sexto lugar, hemos detectado que el impulso intuitivo tiene una finalidad distinta al que tradicionalmente se le ha dado a la intuición (a la que se la ha entendido como una especie de comprensión inmediata o previa de un proceso). La intuición en realidad es aquello que empuja a todo ser vivo a actuar, convirtiéndose así en la base principal que permite que exista la voluntad, que el yo de cada entidad se dé, se exprese, actúe. Es gracias al impulso intuitivo que todo ser puede sentir internamente que él es una entidad independiente, con una capacidad de decisión autónoma. En sétimo lugar, hemos deducido que la filosofía lo que produce en realidad son creencias (ideas, sean «verdaderas» o no) las cuales vienen a ser conceptos puros que no se encuentran condicionados a ningún tipo de símbolo, es decir, que no dependen de un idioma o lenguaje para existir. Recién después de que estos conceptos se originan es que empiezan, en el entendimiento, a adquirir la forma de símbolos, ante la necesidad de ser comunicados mediante un determinado vehículo transmisor (el sonido, el gesto, la acción, etc.). Quiere decir que en cualquier momento puede surgir un filosofar específico con una orientación hasta ahora desconocida que tenga necesidad de crear y elaborar sus propios y nuevos símbolos. Son estos símbolos los que forman, luego, los lenguajes, y, más adelante, se convierten en los objetos y herramientas

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que tendrán determinados usos prácticos. Significa que estos objetos no nacen producto de una necesidad material, como se suele pensar, sino que son el resultado de un larguísimo proceso de trasladar los símbolos creados en la conciencia a la vida real, encontrándoles recién allí un uso práctico. Finalmente, y en octavo lugar, la filosofía no depende ni necesita de estos símbolos para desenvolverse aunque ella misma los invente; la filosofía es lo primero y lo anterior a todo lo que el ser humano ha creado, incluyendo los símbolos. Ella es un ímpetu, un proceso interno a partir del cual ha nacido la ideación de la humanidad; es la creadora del hombre y de todo lo que se deriva de él. Es, por lo tanto, el principio de lo que somos. Por todo esto es que podemos decir que, el primer acto netamente humano, fue el pensamiento filosófico.

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III DE LA PROMESA Llamamos promesa a todo discurso filosófico que asegura tener la respuesta correcta a la angustia del porqué de la vida humana. La razón por la que usamos el concepto promesa es que esta palabra conlleva una acción hacia el futuro, es una mirada hacia delante, a donde se espera obtener un determinado fin grato a quien la sigue. Es, por lo tanto, una idea que arrastra al ser humano a actuar de determinada manera con la esperanza que obtendrá la respuesta y la paz buscada (a diferencia del mito, que es una explicación de lo pasado, que da a conocer algún origen, pero que no necesariamente tiene la fuerza jaladora que sí tiene la promesa). Toda promesa es un deseo de verdad además de un elemento de cohesión humana; produce una sensación de inminente realización de los más grandes deseos del hombre y moviliza la imaginación más allá de lo realmente posible.

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Tiene un atractivo casi mágico ⎯sobre todo para los más necesitados⎯ de que lo que se dice puede llegar a ser cierto. Por eso mismo ninguna promesa deja de ser tomada como verdad hasta que llega el día que ésta misma se muestra tal cual es, se desdibuja y ya no se cree en ella; cuando eso sucede, sus antiguos seguidores la califican de mentira, y buscan una nueva promesa a la que denominarán la nueva verdad hacia la cual hay que ir. Es algo similar a lo que sucede con los amantes: juran fidelidad y amor perpetuo; si bien se sabe que eso es muy difícil de lograr, la mayoría desea creer que así lo será. Y ese juramento iluminará la senda de una buena relación durante un determinado tiempo, hasta que, por alguna razón, ésta se debilitará, se agotará y se desvanecerá en el olvido (aunque suelen darse casos dichosos en los que se logra alcanzar esa meta, con lo cual se refuerza la idea de que toda promesa sí puede llegar a ser realidad). El hombre en ese sentido es lo más parecido a un sediento que anda por el desierto buscando una supuesta ciudad a dónde llegar mientras se detiene en cada oasis para satisfacer, parcialmente, la sed, antes de continuar su camino, que realmente no sabe cuál es. Lo que sucede es que los seres humanos no podemos vivir en un estado de zozobra constante que nos paraliza el existir y nos lleva hacia la muerte; necesitamos inventar, crear, aquellas respuestas que nos tranquilicen y rescaten ⎯al menos momentáneamente⎯ de esa visión negativa de nuestra vida, dándonos así la sensación de que sí podemos saber, de que sí somos capaces de obtener la verdad, de que estamos en condiciones de descubrir las causas de lo que somos y del por qué tenemos que seguir siéndolo.

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Somos también como un individuo que camina con una espina clavada, y que, por momentos, la siente y le duele, pero en otros no. Esa sensación de dolor nosotros la atribuimos a diversas razones y desarrollamos numerosas maneras para desviar la atención; pero como, a pesar de ello, la espina sigue ahí presente, no podemos dejar de acomodar nuevamente nuestro andar, en función a la distinta posición que ésta espina adopta en nuestro pie. Y así nuestra vida entera, nuestro deambular, nuestro reposar, nuestro destino y todo lo que hacemos como seres humanos, tiene por único objetivo apaciguar, de alguna manera, ese permanente malestar. El filosofar no especula sobre verdades (si es que ellas pudieran existir) sino solo sobre creencias. Esto produce como consecuencia ideas acerca de muchas cosas: sobre lo que el hombre ve y qué es lo que ve, sobre aquello que no ve y por qué no lo ve, sobre lo que cree que existe y sobre cómo esto debería darse correctamente. Así elabora innumerables explicaciones que cumplen el papel de válvulas tranquilizadoras de la angustia y del dolor, ideas que consuelan y aminoran las sensaciones desagradables, y que evitan el estado de desesperación y de locura en el que podría caer el ser humano si no tuviera una respuesta conveniente. Esas ideas, esas promesas, aseguran ser la explicación de todo: del origen, del por qué de la vida, de la función y del objetivo que el ser humano tiene. Pero únicamente prometen porque, como ya lo expresamos, el propio hombre, tarde o temprano, descubre que, finalmente, éstas no duran para siempre pues van cambiando según las diversas circunstancias. Por lo tanto ellas, más que verdades irrefutables, son solo propuestas que pugnan por ser consideradas,

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por algunos o por muchos, como las verdades o como «la verdad», la última y total.

La promesa como resultado de la especulación filosófica Hemos manifestando que el resultado de las operaciones filosóficas son las creencias, versiones humanas acerca de su propia existencia y del mundo que solo el hombre entiende. Hasta ahora ninguna de estas creencias ⎯por lo tanto, ninguna filosofía⎯ ha resultado ser una verdad total e irrefutable; todas han sufrido y sufren constantes modificaciones, por lo que concluimos que todo lo que el ser humano conoce o cree conocer es solo una interpretación que él hace de aquello en lo que él repara, de lo que él piensa o filosofa. Por eso es que usamos el término de creencias en vez de verdades, porque se trata de algo en lo que parcialmente, se piensa que es verdad, para luego dejar de creerse y así sucesivamente. Esas creencias, cuando están en sus orígenes, aún no tienen la forma de símbolo. La simbolización de las creencias es un proceso muy posterior a su creación. Existen muchas cosas que los seres humanos sabemos o sentimos que no podemos expresar mediante símbolos (sean estos formas o palabras) pero que de alguna manera son transmitibles. Eso nos proviene del mundo animal donde se da un tipo de comunicación en el que no median vehículos transmitivos pero que cumple perfectamente su papel (percepción todavía indescifrable para el ser humano). La angustia existencial primitiva del hombre ⎯la incertidumbre, el miedo, el abandono⎯ son expresiones internas que nacieron y se dieron en nosotros mucho antes que las pudiésemos transformar o plasmar en símbolos.

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Solo cuando la necesidad de expresarlos se produce es que recién el ser humano puede intentar su elaboración y la comunicación hacia sus congéneres. Al final, la sumatoria de todos los símbolos creados es lo que da origen al discurso, entendiendo éste como un conjunto de símbolos que poseen un sentido. En el caso de cuál fue el discurso inicial del ser humano, creemos que pudo haber sido el que expresó la situación del hombre frente a su soledad. Pero este discurso no resultó en realidad una simple manifestación de lo que él sentía sino fue más bien la respuesta a ello. El hombre cuando se expresó no dijo: me duele, sino: para que no duela hay que hacer esto. Es decir, no manifestó el hecho en sí sino la aparente solución. Ello es lo que hace que los primeros discursos humanos fueran ya filosóficos, porque lo que empujó al hombre no fue la angustia en sí sino la respuesta a ella. Por eso tales discursos no son descriptivos sino conclusivos y proyectivos, que concluyen y proponen algo, y son resultados de un proceso interno de pensamiento filosófico. No se quedan en preguntas sino más bien son respuestas. Las inquietudes primarias no son más que la materia prima con la que la filosofía trabaja.

La forma del discurso Pero ¿cuál es la forma que adquieren esos discursos? Es la de respuesta afirmativa y compromiso necesario. Son discursos que afirman algo, que transmiten fe en lo que se dice. Pero al mismo tiempo exigen, de parte del receptor, una voluntad de compartir ciertas condiciones para que éste se dé, para que se cumpla la promesa. Ese es el carácter esencial que tiene toda promesa. Quiere decir que no son discursos fríos y sin vida sino acciones a seguir para poder ser éstos entendidos en su verdadera magnitud. Dicho de otro modo,

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si no se participa en la acción de ese discurso es imposible entenderlo y creer en él. De alguna manera ello se corresponde también con la necesidad de ser él mismo corroborado, de ser contrastado en la práctica ⎯ya que es difícil tenerle fe a algo que puede ser un disparate o que no coincida con nada real. Es por eso que decimos que la manera cómo se conforman los discursos filosóficos es como promesas, y solo cumpliendo sus condiciones es cómo éstas pueden ser llevadas a cabo. Si el ser humano quiere disfrutar del consuelo de saber para qué vive pues tiene que seguir las indicaciones que la promesa le da, tiene que ir tras de su huella, obedecer sus mandatos. Solo así es que obtendrá el premio: la tranquilidad y la claridad del vivir. Esa es la fuerza que hace que la filosofía sea lo importante que es para la humanidad: porque es la generadora de las promesas, la que crea las distintas respuestas a las diferentes inquietudes existenciales del ser humano. La magia de los discursos filosóficos es que están hechos para ser seguidos, para ser creídos bajo ciertas condiciones, donde se requiere de la participación activa y constante del creyente. Todo discurso filosófico es una promesa de respuesta, de seguridad, de vida mejor y de luz, pero que debe ser asumida activamente para que ejerza su acción benéfica.

Las promesas fundacionales como origen de la cultura En un principio, una vez que el ser humano logró mediante la filosofía elaborar sus primeros discursos y éstos estuvieron hechos en forma de promesas es que, en torno a ellas,

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el hombre recién empezó a agruparse más allá de lo que la normatividad animal le ordenaba. Mientras que la lógica de la naturaleza y las necesidades unen a los animales hasta ciertos límites, en el caso humano se rebasó aquella estructura natural y se la reemplazó por la de la promesa. Y si bien inicialmente ésta solo abarcó a un determinado clan o grey, con el tiempo, y gracias a su efectividad y atracción, fue subyugando a más y más individuos encandilados por sus fantásticos resultados. Fue así cómo la cantidad de seres humanos que vivía en grupo aumentó por encima de lo normalmente natural. El humano, en ese punto, ya había dejado de ser un ser sujeto a las leyes de la naturaleza: era ya alguien ávido de consuelo y de explicación, cosa que solo encontraba al descubrir la existencia de un discurso-promesa que le calmaba dicha ansiedad. Es sobre esa promesa fundacional, sobre ese discurso que le pedía que hiciera tal o cual cosa para alcanzar la tranquilidad, que se formaron los cimientos de lo que después vinieron a ser las culturas y civilizaciones. Por eso toda cultura, grande o pequeña, tiene, en su más profunda base, en su más recóndita esencia, un discurso primigenio que le dio origen. De él es que se desprenden, en algún momento de su historia, los símbolos culturales, las herramientas, la organización social, los mitos y sus leyendas. Toda sociedad se construye sobre una promesa de respuesta que exige, debido a la cantidad de individuos que la conforman, la elaboración de una compleja red de vinculaciones. Por lo tanto, cada agrupación humana que existe o ha existido tiene y tendrá siempre un discurso fundacional, una promesa de origen,

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que será la razón de ser del por qué es que ellos se juntan para seguir unidos a ese mensaje de fe y esperanza que aquella promesa primaria les ofrece. Posteriormente es que surgirán nuevas promesas que corregirán o negarán a la inicial; a eso es a lo que se le llama los procesos revolucionarios los cuales suelen, o desarticular la cultura hasta hacerla desaparecer, o alimentarla para fortalecerla, o también derivarla hacia otros caminos, de modo que se conforme una nueva cultura sobre las bases de lo que había sido la anterior.

Clases de promesas De cada uno de los métodos filosóficos descubiertos por el hombre se desprenden determinados discursos e igualmente sus tipos de promesas ⎯ya que, como hemos dicho, los discursos filosóficos suelen darse de esa manera. Pero como cada método se aplica a cada una de las dos realidades que vive el ser humano ⎯la naturaleza y la humana⎯ ello nos lleva a observar que existen entonces seis clases o tipos generales de promesas, dos por cada uno de los tres métodos.

I. Promesas que le dan preferencia a la naturaleza Los tres métodos ya mencionados pueden ser aplicados dándole preferencia a la naturaleza, cuando se la considera a ésta como algo que no proviene del mundo humano, y que, por lo tanto, no es producto de nuestra propia mente ni de la cultura. Entonces lo fundamental aquí es considerar a la naturaleza como lo único real e indudable, teniendo como lo contrario al proceso mental del hombre. Es un esfuerzo por tratar de acercarse lo más posible a aquello que se considera como la verdad palpable, lo realmente cierto al margen de toda opinión humana.

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1. Promesas de origen sensorialista que priorizan a la naturaleza Lo principal en el filosofar sensorialista es que se le da prioridad a los sentidos, a las sensaciones, puesto que se parte del supuesto que ellos son los únicos que no pueden engañar al hombre, ya que provienen de mismo mundo natural, sin haber sido creados por nuestra antojadiza imaginación. Entonces las promesas sensorialistas son discursos que tienen la forma de: nada hay más seguro que los sentidos, por lo que, dejarse llevar por ellos, es la manera más certera de no equivocarse y de hacer aquello que se debe hacer. De lo que se trata aquí es de volver, de alguna manera, a la etapa pre humana, a lo natural, o a un supuesto retorno a la naturaleza. Este tipo de discurso se encuentra a lo largo de toda la historia puesto que desde siempre nos hemos dado cuenta que, cuando vamos en contra de ella, de la naturaleza, las cosas nos suelen ir mal; y que, por el contrario, cuando la acompañamos para que ella se manifieste espontáneamente, es cuando nos va bien. No es difícil llegar a pensar así en vista que resulta más que obvio el ver cómo se desempeña la vida: la naturaleza que nos hace vivir exige que respetemos sus reglas; si no lo hacemos, ella nos negará sus frutos. Siguiendo entonces este discurso ⎯de amar y respetar a la naturaleza y de seguir sus enseñanzas⎯ es cómo hallaremos supuestamente el justo equilibrio que nos dará la paz y la tranquilidad. A pesar de lo lógica que parece este tipo de promesa ello no significa que se la haya cumplido escrupulosamente ⎯salvo en el caso de algunas instituciones consideradas puristas.

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La explicación es que ésta siempre ha resultado un constante contrasentido con aquello que también somos los seres humanos: algo diferente y opuesto a lo animal, a lo natural. Todo lo que somos solo se explica por el hecho de que no seguimos las leyes de la naturaleza, por lo que mal haríamos en realizar lo opuesto ya que ello nos llevaría, en su grado extremo, a ser nuevamente animales, y eso nunca lo hemos querido ni lo querremos. Sin embargo, la promesa del retorno a la placentera situación de lo anterior a lo humano, nunca ha dejado ni dejará de atraernos, más aún en la medida en que no encontremos nuestro equilibrio y aumente aún más nuestra angustia conforme pasen los milenios de existencia. Si bien solo algunos pocos intentarán regresar voluntariamente a ese estado primigenio, la promesa de que la vida natural es mejor que la artificial siempre llevará al hombre a soñar con sus idílicos beneficios.

2. Promesas de origen razonalista que priorizan a la naturaleza El método racional o razonalista es el que hace énfasis en el ejercicio de la razón. Eso significa que, con este método, al observar a la naturaleza siempre se la verá como un caos por ordenar. Pero la manera cómo ordena la razón es por partes, por secuencias y luego realizando distintas combinaciones de ello. Se trata de una exquisita y barroca construcción de millones y millones de identificaciones, selecciones y definiciones hechas por el hombre. Las filosofías que lo utilizan afirman que es en la observación y en el conocimiento natural donde se pueden encontrar todas las respuestas a nuestras inquietudes.

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De esto es que parten las promesas que tienen a la naturaleza como principio y fin de todas las cosas pero siempre y cuando tengan ellas una estructura racional, que permita individualizar e identificar cada cosa ⎯a diferencia del sensorialismo que solo busca la percepción o del intuitivismo que procura ir al motor, al origen, a lo que las hace ser lo que son. Desde esta perspectiva, para el razonalismo lo importante no es sentir ni darse cuenta, sino poner a la naturaleza en orden y estructurarla, negando la existencia de algo fuera de ella. Los discursos de estas promesas tienen la forma de fomentar el conocimiento experimental, científico o lógico, donde todo tiene respuesta y solución siempre y cuando se tome a la materia como causa y vehículo para la resolución de problemas. La idea de la modernidad se basa en ello.

3. Promesas de origen intuitivista que priorizan a la naturaleza Las filosofías que aplican el método intuitivista a la naturaleza parten del supuesto que en la materia no existe nada estático: todo se encuentra en perpetuo movimiento; por lo tanto, es en el movimiento y en su causa donde uno puede encontrar las respuestas al porqué las cosas son como son. Un objeto inmóvil, que no actúa en ninguna forma, no tiene ningún significado, no desempeña ningún papel en la naturaleza y, por último, realmente éste no existe. Hasta la más ínfima partícula realiza una acción, por lo que, más importante que la propia partícula, que su estructura o que su soporte, es la operación que ésta realiza puesto que ello es lo que la identifica. Lo importante entonces no es qué es dicha partícula sino qué papel desempeña. Ello supone unas fuerzas extras, ajenas a las esencias de las partículas, que son las que las hacen actuar de tal o cual manera.

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Como en la naturaleza no existe el caos ⎯puesto que todo tiene una razón de ser, según sostiene esta filosofía⎯ dichas fuerzas mantienen un determinado orden cuyos resultados son el funcionamiento coherente de la naturaleza. Esa coherencia no proviene de las propias partículas: ello les es ajeno; procede de algo que el ser humano conoce con el nombre de voluntad, y del mismo modo se manifiesta también en él. Por lo tanto, la voluntad no es exclusividad del hombre: es aquello que coordina y dispone a la naturaleza para que ésta sea lo que es. El objetivo de las filosofías intuitivistas será, de este modo, conocer a esas fuerzas que conforman esas voluntades y que hacen que la naturaleza y el hombre sean lo que son. El azar no puede existir: lo que hay más bien son intenciones que hacen que todo sea lo que es. Las promesas que surgen entonces de esta visión son mayormente las que dan origen a las creencias espirituales o religiosas las cuales conciben fuerzas, seres o entes creadores y conductores de la realidad.

II. Promesas que le dan preferencia al mundo humano Los tres métodos expuestos también pueden ser aplicados dándole preferencia al mundo humano, entendido éste como todo lo que la propia mente humana produce y la cultura que, a su vez, ello genera. En este caso lo más importante no es aquello que es exterior al hombre ⎯ya que todo esto no es determinante y no tiene ingerencia fundamental en nuestra historia y nuestro devenir⎯ en vista que el ser humano ya no es un animal (si es que algún día lo fue). Por lo tanto, no se lo puede medir ni tratar con el mismo parámetro con el que se manipula a la naturaleza.

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Según esta forma de filosofar el hombre comete un grave error cuando cree ser un simple objeto más del Universo. Una acuciosa observación de sí mismo lo lleva a la conclusión de que él es algo totalmente distinto a todo lo que observa. Nada en la naturaleza se le compara puesto que él posee un entendimiento y una voluntad que le permiten hacer cosas que nadie que no sea humano, hasta el momento, ha podido hacer. Entonces es solo mirándose a sí mismo, comprendiéndose y estudiándose, cómo encontrará tanto el origen de sus angustias como la respuesta para calmarlas. Si existe alguna verdad, afirman, esa debe hallarse solo dentro del hombre y no en una naturaleza mecánica, muda y sin capacidad de auto analizarse.

1. Promesas de origen sensorialista que priorizan al mundo humano Las promesas que surgen de la aplicación del método sensorial al mundo interior humano tienen la forma de: dentro de nuestro ser se encuentran todas las posibilidades para tranquilizar nuestras ansiedades y preguntas. En él se producen toda una serie de fenómenos que, si los sabemos manejar, nos pueden dar las más grandes satisfacciones y elevar nuestra existencia a niveles a los que normalmente no se puede alcanzar con ningún otro método. Lo que ofrecen estas promesas es ir más allá de lo que exteriormente se puede vivir, obteniendo sensaciones que en una vida normal no es posible ni siquiera soñar... o tal vez solo mediante el sueño. De lo que se trata es de experimentar en nuestro organismo, en nuestra propia mente, una serie de experiencias que producen estados de satisfacción sumamente plenos, tanto que la vida exterior o real, la ligada a las simples necesidades,

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resulte ser de lo más vana e insulsa. Solo aquellos que han podido probar estas sensaciones pueden hablar con la suficiente firmeza sobre sus virtudes. Tal parece que con esto se llegan a vivenciar situaciones y emociones tan intensas que se puede suplir con efectividad toda la ingratitud que genera la vida en comunidad. Se trata de llevar una existencia totalmente distinta a la social que normalmente se vive. La mayoría lo que busca con esto es la supresión de la disconformidad, del malestar, del dolor para alcanzar el placer en sus mayores grados. Esto no debe extrañar en la medida que ninguna forma de vida humana, por muy normal que nos parezca, es realmente normal. La única manera verdaderamente normal sería la animal, y ya todos sabemos que esa no es a la que el hombre aspira. Sin embargo, fuera de ésta, toda otra resulta realmente anómala. El hecho de querer vivir para dentro, sintiendo profundamente en nuestro propio ser emociones y sensaciones gratas no tiene por qué parecer algo absurdo puesto que es una respuesta válida. Numerosas religiones y muy diferentes experiencias confirman que dichas promesas en verdad se llegan a cumplir para muchos de sus creyentes. Sin embargo, esta forma abstraída e individualista en extremo, no ha llegado a ser tan amplia y popular en la historia debido a que ella termina por agotar a la especie, ya que únicamente la vida en sociedad es la que nos permite la perpetuación. Por eso es que solo es aceptada por lo general en ciertos movimientos espiritualistas o en personas individualistas que optan por no participar de la vida en común para así obtener los beneficios de dichas creencias.

2. Promesas de origen razonalista que priorizan el mundo humano Cuando se aplica el método racional al mundo humano lo que se hace es una clasificación

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de todo lo que interiormente es percibible por nosotros. En ello cabe tanto la información que proviene de nuestros sentidos como las re-creaciones que hacemos con dichos datos. Eso quiere decir que se da una gran cantidad de información que no procede del mundo exterior, ni del mundo material, sino del mismo pensamiento. Se trata de las infinitas combinaciones que la razón baraja y luego ordena. Sin embargo, el gran problema de aplicar la razón al mundo interior del ser humano es que no se tienen referentes sólidos sobre los cuales partir. En la mente del hombre lo que prima es la ansiedad, la angustia y la sensación de abandono, por lo que toda la información que se procesa pasa necesariamente por ese tamiz. Difícil es creer que al ser humano le interese conocer por conocer, por el gusto de acumular datos. El mismo hecho de conocer, o de querer conocer, tiene su punto de partida en la situación de percibir que se desconoce, hecho angustioso que, como hemos dicho, creemos que fue el inicio del proceso de humanización de nuestra especie. Fuera de nosotros, los humanos que padecemos esta «enfermedad», a la naturaleza parece no interesarle ni tener por misión ese conocer. Por lo tanto, el afán de conocimiento que posee el ser humano está más vinculado a su carencia de equilibrio. Este es el principal problema del método racional aplicado al interior humano: si no se tiene un objetivo claro para el conocer se puede acumular información o especular incansablemente sin saber para qué. La razón es más bien una herramienta pero no es un fin; «sirve para» pero no es el objetivo. Por mucho que se razone y se creen nuevas formas de ordenar, por más que se manipulen los datos, sin saber cuál es la meta todo ello será algo parecido al calidoscopio: infinitas estructuras, infinitos sistemas,

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todos con sentido y con lógica pero sin capacidad de dar soluciones. Muchas filosofías y promesas tienen esta forma —la acumulación de conocimiento como objetivo— pero es muy difícil saber cuánto de esto pertenece al mundo de la realidad ⎯suponiendo que se sepa qué es⎯ y cuánto a nuestra fantasía. Ordenar y clasificar todo lo que tenemos dentro, puede ser algo muy creativo pero no es posible afirmar que ello sea real. Las promesas que brotan de este filosofar proponen el desarrollo del pensamiento y el conocimiento como la más alta meta a la que puede y debe aspirar todo ser humano.

3. Promesas de origen intuitivista que priorizan el mundo humano El método intuitivo concibe que no hay existencia sin voluntad. Las promesas que tienen por sustento esta filosofía aplicada al mundo humano parten del supuesto que todo lo que nos ocurre es producto de nuestro actuar, de la orientación que le damos a nuestra vida. Incluso el simple hecho que aceptemos estar vivos no se halla fuera de nuestro deseo si no que más bien responde a él. La gran fuerza que posee el ser humano es que tiene en sí la decisión de aceptar o no la propuesta de vida que lleva ⎯a diferencia del resto de los animales que no se plantean dicha alternativa. Desde este punto de vista nadie está obligado a ser humano: se puede renunciar y salir de ello con solo anhelarlo (el suicidio o la locura). Pero dicho deseo no es tan simple porque el deseo de vivir es el de mayor magnitud existente para nosotros. La preservación de la vida es la principal orden que recibe todo ser; ir en contra de ella

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es un acto que estaría por encima de ese mandato. Aún así, la voluntad es más fuerte que éste. La voluntad es una fuerza que está más allá de lo natural, que no pertenece a los seres vivos comunes sino solo a los humanos. Eso el hombre lo sabe. Por eso mismo percibe que dicha voluntad es más determinante que las leyes de la propia vida. Eso es lo que le hace darse cuenta de la existencia de una fuerza mayor, de un poder superior que está delante de él y que él posee. El humano que piensa así sabe que tiene una capacidad adicional que no es un invento propio pero que no puede precisar de dónde proviene ni por qué la posee. De lo que sí está convencido es que, pase lo que pase y se diga lo que se diga, finalmente será su voluntad y solo ella la que decidirá. Ella escogerá aceptar tal o cual creencia, tal o cual promesa, o simplemente optará por ninguna o decidirá por no continuar su sufrimiento dando por finalizada su vida material o la consciente. Pueden argüirse todas las razones que existan, todos los argumentos a favor o en contra: sin la acción de la voluntad nada de lo natural tiene interés, expresan. De modo que, al hombre que cree de este modo, no le cabe la menor duda que lo único que está por encima de la naturaleza, de sus leyes ⎯e incluso de su propia angustia⎯ es la voluntad, su voluntad, voluntad que no piensa que sea exclusiva de él, ⎯como hemos dicho⎯ sino que se da también fuera, ya que es consciente que él no la ha originado. El hombre ha recibido esa voluntad junto con su cuerpo y con sus angustias; por lo tanto el intuitivismo concluye que el principal objeto de la existencia humana

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es buscar e indagar por las razones y motivos para poseer esa voluntad y cómo ésta actúa. Las promesas que se basan en esto plantean que en la comprensión de la esencia de esa voluntad ⎯provenga del hombre o de lo más allá existente⎯ es donde se podrán encontrar todas las respuestas. Sin embargo, hay que notar que esta búsqueda de fuerzas ajenas a él no le ha dado hasta ahora al ser humano ni la tranquilidad definitiva ni las soluciones buscadas. Se diría que, hasta el momento, los resultados de dicha empresa le han sido esquivos. Ninguna de esas voluntades que se supone deben existir se han manifestado de un modo tal que hayan podido despejar toda duda sobre su realidad, tanto para los que creen como para los que no. Dicha situación hace que estos planteamientos se queden solo en el plano de lo subjetivo, de lo supuesto, mas no en el de lo indubitable, de lo comprobable. Lo que pasa es que el hombre también necesita una dosis de materialidad para creer en lo real, y lamentablemente ese impulso, esa energía, llamada voluntad, aún no logra transformarse en un elemento que tenga una certeza total. Las promesas que nacen de este pensamiento son las que plantean el origen no humano de la existencia lo cual abarca mayormente la estructura religiosa humana.

Consideraciones finales a la promesa A manera de recapitulación diremos que los seres humanos somos gregarios, con capacidad para aglutinarnos en cantidades hasta ahora insospechadas. Pero en un inicio, cuando éramos menos, nuestras asociaciones estaban más cercanas al modelo de la manada. En el mundo de la naturaleza, cuando ésta crece demasiado, simplemente se disuelve para que se conformen otras. Sin embargo, en el caso nuestro

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hubo algo que determinó que, en vez de alejarnos, nos integrásemos aún más. En principio no parece que haya sido por una simple cuestión de supervivencia. La manada siempre fue y es suficiente para sostener a todo el grupo; no requiere de más individuos. Además la naturaleza es pródiga y equilibrada con todos los organismos, desde los más sencillos hasta los más complejos. Tiene que haberse producido entonces un factor diferente a lo común, algo que haya llevado a los pre hombres a aglutinarse de una manera excesiva, más allá de lo normal; a aferrarse a algún elemento que les diera alivio a su incómoda sensación, que les aplacara su angustia existencial, ya implantada en su corazón. Ese algo creemos que fue la promesa, un discurso filosófico organizado y sistematizado para el entendimiento y seguimiento de todos. Ese discurso primigenio tiene que haber sido compartido por toda la nueva «manada de humanos» y todos los que lo seguían obtenían un consuelo de él ⎯a diferencia de los que se alejaban, quienes terminaban viviendo en la ansiedad y en la incertidumbre y acababan desapareciendo o regresando a la animalidad. Un discurso como tal debe haber estado formado ya de símbolos ⎯no sabemos si orales, gestuales o gráficos⎯ y, por lo tanto, tiene que haber poseído un carácter transmisible y comprensible para todos. Este discurso seguramente prometía, a todo aquel que lo siguiera, que creyendo en él se tendrían todas las respuestas a las inquietudes y preocupaciones sobre el origen y el fin de la vida del hombre. Fue entonces que, a partir de él, se desarrollaron una serie de explicaciones ⎯y luego de ciencias y técnicas⎯ que, de alguna manera, lo reforzaron. Todo eso se orientaba a que este discurso fuera cada vez más «verdadero»,

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y con cada descubrimiento de «su» ciencia (originada, dirigida y verificada por el mismo discurso) se constataba aún más «su» validez. Eso atrajo a más seres humanos de distintos lados quienes, unidos a su alrededor, desarrollaron una identidad propia, ya no basada en los criterios naturales (olor, origen, vida en común, identidad genética), sino en las características de dicho discurso. Esto es lo que pensamos que fue el germen, el inicio de lo que conocemos como la sociedad y la cultura: el culto a la explicación acerca del sentido de la humanidad, el seguimiento a la promesa aglutinante inicial. Alejarse de ella o ser expulsado de la sociedad, era ser arrojado a la oscuridad, a la anterior vida animal y, con ello, a la muerte en su característica humana. Por el contrario, aceptar la promesa, integrarse a ella, acercársele cada vez más, era sentirse más humano, más aceptado, más «culto» ⎯en el sentido de pertenecer a una cultura. (Y eso inclusive hoy día se produce exactamente así: el que deja de vivir en sociedad empieza poco a poco a asumir un comportamiento más parecido al del animal. Lo mismo pasa con aquel que deja de creer en lo que «todos creen»: se aísla del resto y vive su «propio mundo», lo cual lo lleva a ser considerado como alguien que padece un estado de locura y que ya no pertenece a la sociedad). Esos discursos, esas promesas hablan de la vida y de la muerte, de qué hay que hacer ante extraños y desconocidos sucesos. Si el ser humano no tuviera una explicación de ello estaría sumamente confundido, pues no sabría qué hacer con su vida. Él se da cuenta que su existencia solo tiene sentido (orden, explicación, coherencia, armonía) cuando se halla cerca del discurso, de la promesa, pero fuera de ella se siente perdido. Estas promesas también norman el presente y el futuro de los seres humanos;

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marcan el ritmo del tiempo e indican hacia dónde se debe ir y por qué. Solo así es cómo el hombre se siente convencido que sabe para qué es que vive y qué tiene que hacer de ahí en adelante hasta que muera (e incluso qué hacer después de muerto). Mientras la promesa esté viva y todos crean en ella cada sociedad se desarrollará y perdurará. Mas cuando, por alguna razón, sus seguidores empiecen a dudar de su verdad, sobrevendrán tiempos de crisis, de desolación y de quiebre, en los que el ser humano comenzará a buscar con desesperación su horizonte perdido ⎯sintiendo que su vida es poco más que una desgracia⎯ hasta que, pasado un tiempo, de alguna manera, aparecerá un nuevo discurso que, poco a poco, irá tomando la forma de una nueva promesa. Y ésta le ofrecerá, al futuro creyente, un mundo ordenado y con sentido donde él podrá vivir satisfecho y contento sabiendo quién es en verdad y para qué vive. Este ciclo se ha venido repitiendo constantemente desde el inicio de la humanidad.

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