Paz Y Engendrar Perdon Para La Paz

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Nuestra fe en el que vino para que tuviéramos vida, nos conduce a la convicción de que estos esfuerzos no son en vano. Están enraizados en el deseo y voluntad de Dios de "iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte y guiar a nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc 1,79)

•"Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9). •«La

paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios». Pacem in Terris o

El Papa Juan XXIII no estaba de acuerdo con los que creían imposible la paz. Con la Encíclica logró que este valor fundamental; con toda su exigente verdad; empezara a hacerse sentir en ambas partes de aquel muro y de todos los muros. A muchos la Encíclica les hizo ver la común pertenencia a la familia humana y les encendió una luz respecto a la aspiración de la gente de todos los lugares de la tierra a vivir en seguridad, justicia y esperanza ante el futuro. Con su espíritu clarividente, Juan XXIII indicó las condiciones esenciales para la paz en cuatro exigencias concretas del ánimo humano: la verdad, la justicia, el amor y la libertad (cf. ibíd., I: l.c., 265-266). La verdad dijo será fundamento de la paz cuando cada individuo tome conciencia rectamente, más que de los propios derechos, también de los propios deberes con los otros. La justicia edificará la paz cuando cada uno respete concretamente los derechos ajenos y se esfuerce por cumplir plenamente los mismos deberes con los demás. El amor será fermento de paz, cuando la gente sienta las necesidades de los otros como propias y comparta con ellos lo que posee, empezando por los valores del espíritu. Finalmente, la libertad alimentará la paz y la hará fructificar cuando, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se guíen por la razón y asuman con valentía la responsabilidad de las propias acciones. Mirando al presente y al futuro con los ojos de la fe y de la razón, el beato Juan XXIII vislumbró e interpretó los dinamismos profundos que estaban actuando ya en la historia. Sabía que las cosas no son siempre como aparecen exteriormente. A pesar de las guerras y las amenazas de guerras, había algo nuevo que se percibía en las vicisitudes humanas, algo que el Papa consideró como el inicio prometedor de una revolución espiritual. JP II Jornada Mundial por la Paz 2003

•Confianza en Dios misericordioso y compasivo, que nos llama a la fraternidad; confianza en los hombres y mujeres tanto de hoy como de cualquier otro tiempo, gracias a la imagen de Dios impresa igualmente en los espíritus de todos. A partir de estos sentimientos es como se puede esperar en la construcción un mundo de paz en la tierra.

"La paz y la guerra empiezan en el hogar. Si de verdad queremos que haya paz en el mundo, empecemos por amarnos unos a otros en el seno de nuestras propias familias. Si queremos sembrar alegría en derredor nuestro precisamos que toda familia viva feliz." -Madre Teresa, M.C. •El fruto del silencio es la oración. El fruto de la

oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz. Madre Teresa, M.C. Una visión de esperanza ante la realidad porque es posible descubrir en ella los signos de la

presencia de Dios. Detrás de esta visión está la percepción de la novedad del Dios que actúa en la historia, que sorprende y que destruye el desánimo y el pesimismo. Es decir, se descubre a Dios como Aquel que emerge y se manifiesta a través de las personas y de los acontecimientos; es un Dios real y concreto que vive en el corazón del mundo pero también más allá de él, dentro pero sin agotarse ahí. Creo que esta visión de esperanza está muy relacionada con la confianza que Claudina tenía en el Dios Providente.

"Hacer posible la paz es hacer justicia a dos de cada tres hombres que siguen siendo esclavos", es crear un hombre nuevo cuyo objetivo primordial sea hacer justicia a los más débiles. “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón” “ Digo paz y digo vida, resurrección. Digo paz y digo luz que se enciende en el camino. Digo paz y digo armonía, palabra de ánimo, ilusión. Digo paz y digo convivencia, diálogo con los hombres, encuentro. Digo paz y digo amor”.  o

Los pilares de la paz verdadera son la justicia y esa forma particular del amor que es el perdón.

“PERDON COMO OBRA DE LA JUSTICIA”

(Is 32, 17).

•«Ofrece

el perdón, recibe la paz» En realidad, el perdón es ante todo una decisión personal, una opción del corazón que va contra el instinto espontáneo de devolver mal por mal. Dicha opción tiene su punto de referencia en el amor de Dios, que nos acoge a pesar de nuestro pecado y, como modelo supremo, el perdón de Cristo, el cual invocó desde la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.

Padre nuestro de la Paz Padre nuestro, que estás en el cielo, y desde tu morada observas fijamente a cada persona. Tú modelaste nuestro corazón y comprendes todas sus acciones. Danos la mirada de Jesús de Nazaret, la mirada de tu Hijo, la mirada del Espíritu, para no mirar a nadie con desprecio, con ira, con violencia. Danos las palabra de Jesús,

las palabras que nos sugiere el Espíritu, para resolver todo conflicto con el respeto al otro, con la mansedumbre, con el diálogo. Danos realizar las obras de Jesús, el ser personas realmente humanas, auténticamente espirituales, que no separan el amor de la justicia. Padre, que estás en el cielo, en nombre de tu Hijo Jesucristo, envía tu Espíritu sobre nosotros que te invocamos, y sobre toda la humanidad, para construir entre todos un mundo nuevo, para edificar con la justicia la morada de la paz, Amén. Bienaventuranzas de la paz Dichosos los que no violentos porque habéis renunciado a la agresividad, porque no os gusta eso de "ojo por ojo y diente por diente", porque no deseáis ni hacéis mal a nadie. Feliz el que no responde a la injuria con otra injuria, al insulto con otro insulto, a la bofetada con otra bofetada. Dichosos ellos porque la paz será siempre su compañera. Felices los que cuando os piden, dais; los que cuando veis que alguien os necesita, no le volvéis la cara sino que os dais; los que sabéis animar, ayudar, acompañar, los que sabéis alegrar a quienes viven a vuestro lado. Dichosos los que tenéis la paz en el corazón acurrucada como una paloma y nunca deseáis la violencia para que no se espante esa paloma. Esa paloma significa que sabéis amar mucho. Felices vosotros los que amáis a la familia haciendo de vuestra casa un hogar feliz. Dichosos los que amáis a los amigos, a los cercanos... Pero seréis más dichosos si sois capaces de amar a vuestros enemigos, si aprendéis a devolver bien por mal. Dichosos vosotros si rechazáis positivamente toda violencia y os declaráis ante el mundo "AMIGOS DE LA PAZ" y decís !no! a la guerra, y a la carrera de armamentos, y al terrorismo, y al manejo, y a la mentira... mientras que os manifestáis partidarios del pan, la salud y la cultura. Dichosos vosotros si os profesáis amigos de todos los hombres y de todos los pueblos. Dichosos mil veces vosotros, hombres y mujeres de la Paz. Dichosos vosotros porque la Paloma de Dios se acurruca serena en vuestro corazón, porque sois hijos del fuego, HIJOS DEL AMOR.

SALMO

DE SÚPLICA POR LA

PAZ

Señor, Dios de nuestra salvación de día y de noche clamamos en tu presencia. (87,2) Llegue hasta ti nuestra oración inclina tu oído a nuestra súplica... Tuyo es el cielo, y tuya también la tierra, el orbe y cuanto encierra. (89,12) Mira, Señor, la situación de nuestra tierra. Ayúdanos a encontrar caminos de convivencia. Vengan presto a nuestro encuentro tus ternuras pues estamos abatidos del todo. Ayúdanos Dios de nuestra salvación, por amor de la gloria de tu Nombre. (79,8) Mira, Señor, la violencia que nos divide, ayúdanos a encontrar caminos de concordia. A ti, Señor, nos acogemos, no seamos confundidos, (71,1) pues Tú eres nuestra esperanza, Señor; (71,5) haz cesar las guerras hasta el extremo de la tierra, quiebra el arco, parte en dos la lanza y prende fuego a los escudos. ( 46,10) Mira, Señor, la angustia de tantos hijos tuyos, ayúdanos a encontrar caminos de reconciliación. Despierta ya. ¿Por qué duermes, Señor? Levántate, no nos rechaces para siempre ¿por qué nos ocultas tu rostro? (44,24)

Escucha nuestras súplicas, Señor, que esperamos en Ti. Ayúdanos a encontrar caminos de esperanza. Muéstranos tus caminos, Señor, enséñanos tus sendas. Guíanos en tu verdad, enséñanos que Tú eres el Dios de nuestra salvación. (25,4)

Cambia nuestro corazón de piedra, Señor. Danos entrañas de misericordia para encontrar caminos de perdón. Señor y Dios nuestro, nuestra roca y nuestro baluarte, nuestro liberador, nuestro salvador. (18,2) Ayúdanos a superar nuestras divisiones. Ayúdanos a encontrar caminos de paz para tu tierra.

SALMO DE LA PAZ Y LA ARMONÍA (Lo recitarán alumnos y profesores) El que dirige la Oración: Señor, haz de nosotros instrumentos de tu paz, que podamos hacer que brote el amor allí donde nos inunda el odio. Alumno: Que en nuestros conflictos tratemos con bondad a los que no piensan como nosotros. Profesor: Que sepamos apagar nuestros sentimientos de odio y que así aprendamos a vivir el perdón. Alumno: Que escuchemos a quienes gritan su dolor y sepamos reconocer que somos iguales que ellos. Profesor: Que en lugar de repetir los “slogans” de moda nos unamos para analizar juntos lo que ocurre a nuestro alrededor.

Alumno: Que despertemos confianza donde se insinúa la duda; que tendamos la mano al extranjero y abramos nuestras puertas a todo el que se acerca a nosotros.

Profesor: Que donde reine la desesperación hagamos que viva la esperanza; que pongamos alegría allí donde hay tristeza. Alumno: Que escuchemos lo que otros saben y compartamos lo que nosotros sabemos. Profesor: Que aceptemos asumir nuestras responsabilidades a pesar de los problemas que puedan surgir. Alumno: Que compartamos nuestro pan con los que no lo tienen; que no gocemos nosotros solos de nuestros privilegios, sino que sepamos ser solidarios. Profesor: Que aceptemos, Señor, ser consolados a veces y otras veces ser rechazados; que intentemos siempre comprender, y que pidamos juntos tu perdón. Alumno: Que todos y cada uno aceptemos ser amados y que todos y cada uno sepamos amar, pues es compartiendo como se recibe y es perdonando y aceptando ser perdonados como viene a nosotros el perdón. Profesor: ¡Que podamos vivir y festejar el sol, el cielo, la tierra, el mar, el perdón y encontrarnos serenamente con nuestra hermana la muerte, porque gracias a ella es como nacemos a la vida eterna!

Del Evangelio según San Juan

(Jn

4,7.8.11.12) Amigos, amémonos unos a otros, pues el amor procede de Dios. Todo el que ama nació de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Queridos amigos, pues Dios nos amó tanto que nosotros debemos amarnos el uno al otro. Nadie ha visto jamás a Dios, mas si nos amamos, Dios vive en nosotros y su amor llega a su plenitud en nosotros.

Habla el Corán Dicho sagrado del profeta: Oh, hijo de Adán, caí enfermo y no me visitaste. Me dirá: Oh, Señor, ¿cómo pude visitarte pues eres Señor del Universo? Me dirá: ¿No sabías que mi siervo tal cayó enfermo y no lo visitaste? ¿No sabías que al visitarle me hubieras hallado con él? Oh hijo de Adán, te pedí alimento y no me diste de comer. Me dirá: ¿Oh Señor, ¿y cómo podría alimentarte si eres Señor del Universo? Me dirá: ¿No sabías que mi servidor tal te pidió alimento y no se lo diste? ¿No sabías que al alimentarle hubieras sin duda hallado tu buena obra en mí? Oh hijo de Adán, te pedí que me dieras bebida y no me la diste. Me dirá: Oh Señor, ¿cómo pude darte bebida cuando eres Señor del Universo? Él me dirá: mi servidor tal te pidió bebida y no se la diste. Si se la hubieras dado sin duda hubieras hallado tu buena obra en mí.

Dice un monje Budista (Thich Nhat Hanh) Dice un adagio chino: (La corriente no es la orilla) Cuando nace un profeta de la paz el agua del río se hace más clara y las plantas y los árboles de la montaña se vuelven intensamente verdes. Cuando un profeta de la paz está en medio de vosotros y vosotros ponéis vuestro pie cerca de su paso, sentís luz, os hacéis paz con él y el mundo se llena de trasparencia. Por eso digo que si tú te sientas al lado de Jesús o del Buda no intentes analizar sus palabras, respira su paz.

Dice Martín Luther King (Pastor de la Iglesia evangélico y líder negro) Me niego a hacer mía la afirmación cínica de que los pueblos irán cayendo, uno tras otro, en el torbellino del militarismo, hacia el infierno de la destrucción termonuclear. Creo que la verdad y el amor sin condiciones tendrán la última palabra. La vida, aun provisionalmente vencida, es siempre mas fuerte que la muerte.

Creo firmemente que, incluso en medio de los obuses que estallan y de los cañones que retumban, permanece la esperanza de un radiante amanecer. Creo igualmente que un día toda la humanidad reconocerá en Dios a la fuente de su amor. Creo que este amor salvador y pacífico será un día la ley. El lobo y el cordero podrán descansar juntos, cada hombre podrá sentarse debajo de su higuera, en su viña, y nadie tendrá ya que tener miedo. Creo firmemente que lo conseguiremos.  Recuperad el silencio, aplastado por tantos ruidos.  Aprendez a escucharos y escuchad a Dios en el rumor del río, la cascada, el bosque, el campo, la brisa del aire...  Fijaos en la alegría de los niños que juegan, en la mirada de los enamorados, en la caricia del beso de quienes os quieren... Porque quien llena los ojos y el corazón de tanta bondad e inocencia, es incapaz de asesinar la Vida y el Amor.  Dejad un sitio a Dios en vuestro corazón y la Paz interior irradiará ternura, alegría, esperanza, hermandad,... a vuestro alrededor. Haced llegar a todos los rincones del mundo mis palabras predilectas: “Paz y Bien”.

EL PADRE NUESTRO DE LA PAZ PADRE, que miras por igual a todos tus hijos a quienes ves enfrentados. NUESTRO, de todos. De los cerca de 5.000 millones de personas, que poblamos la tierra, sea cual sea nuestra edad, color o lugar de nacimiento. QUE ESTÁS EN LOS CIELOS, y en la tierra, en cada hombre, en los humildes y en los que sufren. SANTIFICADO SEA TU NOMBRE, pero no con el estruendo de las armas, sino con el susurro del corazón. VENGA A NOSOTROS TU REINO, el de la paz, el del amor. Y aleja de nosotros los reinos de la tiranía y de la explotación. HÁGASE TU VOLUNTAD siempre y en todas partes. En el cielo y en la tierra. Que tus deseos no sean obstaculizados por los hijos del poder. DANOS EL PAN DE CADA DÍA que está amasado con paz, con justicia, con amor. Aleja de nosotros el pan de cizaña que siembra envidia y división. PERDÓNANOS, no como nosotros perdonamos, sino como Tú perdonas, sin dar lugar al odio. NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN de almacenar lo que no nos diste, de acumular lo que otros necesitan, de mirar con recelo al de enfrente. LÍBRANOS DEL MAL QUE NOS AMENAZA: de las armas, del poder, de la sociedad de consumo, de vivir montados en el gasto, porque somos muchos, Padre, los que queremos vivir en paz.

Engendrar perdón para vivir la paz

V

ivimos, sin duda, tiempos difíciles y desconcertantes; tiempos de pérdida de ilusiones y de preocupación, tiempos distintos pero muy cercanos a los de Claudina. Y es desde este presente que tenemos en las manos, desde donde Dios nos llama a ser fieles al carisma que nos ha regalado, porque este presente está todavía hoy sediento de bondad y perdón, de esperanza y sentido, de humanidad y comunidad. Es en este contexto en el que, al mirar las miserias de nuestro tiempo, y habiendo experimentado la bondad misericordiosa de Dios en nuestra propia vida, tendríamos que ofrecer una lectura de esperanza que sea capaz de ver más allá de las catástrofes, que pueda contemplar el presente con profundidad para descubrir no sólo el daño de las deshumanizaciones sino también los valores de la nueva cultura, las oportunidades de hacer vida el Evangelio. Es decir, para ser realmente cristiano y también para realizar las potencialidades de nuestro carisma tenemos que creer que el Espíritu Santo sigue actuando en el mundo y que es capaz de “hacer nuevas todas las cosas”. Si Claudina fue fiel al don recibido fue porque creyó en el Dios-Bondad que la liberó de las ataduras de los esquemas establecidos, en una sociedad destruida en la que no parecía posible encontrar caminos alternativos, caminos de felicidad para quienes desde el inicio de su vida no conocieron más que sufrimiento. Por eso para ser hoy fieles, para vivir en fidelidad creativa a Dios, que nos ha sido fiel en primer término y sigue siéndolo cada día que amanece, y para ser fieles al carisma que hemos recibido tenemos que ser hombres y mujeres de fe. Recordando que la fe es la apuesta por el amor posible en situaciones imposibles, seguros de que “para Dios no hay nada imposible”. Es decir, hay que apostar por lo posible de Dios en lo imposible de los seres humanos. El reconocimiento de Dios como Bondad en un contexto de violencia lleva, como tomada de la mano, la opción por el perdón. El perdón visto como lo único que posee en sí la fuerza capaz de romper con la espiral de violencia, y de restaurar al ser humano en su verdad más honda: su condición de imagen de Dios. Optar por el perdón significa renunciar a reducir las relaciones humanas a su aspecto conflictivo de modo que, sin negar la conflictividad de la vida humana, es posible ubicar ésta en una dimensión más amplia en la que prevalezca la voluntad persistente de encuentro y no de ruptura. Quien es capaz de perdonar libera a su corazón del riesgo de caer en todo aquello que corrompe la vida humana, porque lo libera de la pesada carga del resentimiento y del deseo de venganza. Sumamente vinculado a este desafío de la paz, hoy en día tan amenazada, creo que es imprescindible reconocer como un paso previo y obligado, en especial para nosotros los cristianos que, si hay algún rasgo de la persona de Jesús que resulta tremendamente inexplicable y profundamente impactante en la vida del ser humano y con profundas consecuencias a favor de la paz, es el PERDÓN. Quizá porque el perdón es la expresión sublime de la misericordia de Dios. Sería conveniente recordar, en este momento, que la experiencia que transformó la vida de Claudina, la que permitió al Espíritu de Dios irrumpir en su vida como una respuesta para la humanidad de su tiempo, fue una experiencia que se desencadenó a partir de un perdón solicitado que ella aceptó dar, no sin un intenso dolor y, seguramente, casi sin entender lo que Luis y Francisco le pedían. Hoy, dos siglos después de que esto sucedió, somos nosotros los herederos de esta buena noticia que sigue latiendo en nuestro carisma, que es parte esencial del mismo, y que en la voz de la realidad actual nos urge Dios a desarrollar como posibilidad de hacerlo presente, en medio de esta humanidad tan lastimada por la violencia. Porque es cierto que no habrá paz sin justicia, pero no es menos cierto que tampoco habrá paz sin perdón. El perdón como voluntad de reconciliación, como renuncia a la venganza, como esfuerzo por la mutua comprensión, como aceptación de la diferencia, como reconocimiento de las fallas propias y ajenas, como oportunidad de transformar las ofensas en compasión y, finalmente, como camino para sanar el pasado y liberar el futuro. Este es el perdón artífice de la paz, perdón que no se improvisa, perdón que tenemos, la valiosa oportunidad de ir formando cada día, se previene en vez de castigar, que se dialoga en vez de gritar, que se consuela al que sufre, que se ayuda a tomar conciencia al que lastima, que se fomenta la reconciliación y nos pedimos perdón unos a otros, cuando nos equivocamos. Así nuestra vida puede ser testimonio de que el conflicto no tiene que significar ruptura, de que es posible empezar de nuevo. Hace unos meses participé en un taller en el que abordamos la temática de cómo es el trayecto que el ser humano recorre entre la ira inicial ante una situación de traición o violencia brutal hasta llegar al perdón. Como se podrán imaginar, yo pensé en Claudina y me dije que necesariamente ella tuvo que haber

recorrido ese difícil trayecto. Y es de esa experiencia pascual que surge una nueva creación, una próspera y fecunda creación que hasta hoy sigue dando frutos, y nuestra presencia aquí es una muestra de ello. Por eso quisiera invitarlos a terminar este momento cerrando los ojos y escuchando esta reflexión que es una adaptación de la narración que hoy nos comparte una persona que ha vivido un proceso de perdón, imaginemos que es Claudina quien pronuncia estas palabras y dejemos que su experiencia nos toque y nos abra el corazón: Son ustedes testigos de la impredecible, sorprendente y creativa acción que se realiza cuando perdonamos a otro ser humano. Invertimos así el flujo aparentemente irreversible de la historia, primero de nuestra propia y dolorosa historia personal y, después, de esa gran historia que cada día van tejiendo nuestros actos humanos. Invertimos así el flujo del dolor que comenzó en el pasado cuando alguien nos lastimó, un flujo que se filtra en nuestro presente hiriéndolo y envenenando nuestro futuro. De este modo permitimos a Dios realizar un milagro que difícilmente alguien nota. Lo hacemos a solas, otras personas pueden ayudarnos pero cuando finalmente lo logramos, el milagro acontece en la zona más privada de nuestro interior, en la presencia de Dios, abriéndonos a la gracia que nos hace capaces de perdonar. Lo hacemos silenciosamente, invisiblemente, lo hacemos también libremente, nadie puede jamás engañarnos o forzarnos a perdonar, ni siquiera Dios. Dios sólo puede liberarnos de nuestro pasado lastimado si nosotros estamos dispuestos a dejarlo ir. Perdonar es algo extraño, casi escandaloso y por eso sorprendente; cuando lo hacemos provocamos un escándalo frente a la estricta e inhumana moralidad que no descansa hasta conseguir que se devuelva ‘ojo por ojo y diente por diente’. El perdón es creativo, cuando perdonamos nos aproximamos, lo más cerca que le es posible a un ser humano, al esencial acto divino de crear, porque creamos un nuevo comienzo, libre del dolor pasado que nunca tuvo derecho a existir en primer término. Creamos un futuro sano, libre, esperanzador, cambiando un pasado que no tenía en sí ninguna posibilidad más que enfermedad y muerte. Por eso, cuando perdonamos subimos hacia la cumbre de la señal cósmica del amor, caminamos a zancadas con Dios. Y le dejamos sanar el daño que nunca merecimos.

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