Paz A Los Hombres

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Los Senderos de la Paz por José Carpintero

¿Q

ué es la paz? ¿Hasta dónde sus alcances? ¿Y qué elemento es entonces el que determina dichos resultados? Con frecuencia escucho y leo sobre los diversos esfuerzos por "paz" en una región concreta, o bien, con alcances globales. Las declaraciones van desde las organizaciones civiles, muchas de ellas lideradas por diletantes y filantrópicos, hasta organizaciones gubernamentales y multinacionales. Algunas muy serias, otras no tanto. No podemos negar que en ambos grupos, y en todo su espectro intermedio, haya "buenas intenciones". Pero y, ¿qué es la paz? ¿Hasta dónde sus alcances? ¿Y qué elemento es entonces el que determina dichos resultados? Bueno, pues sobre eso deseo hablarte. Compartiré contigo lo que yo entiendo por PAZ. Para esto me auxiliare de un texto de 1940 llamado JESÚS, hoy todo un clásico, el de Luis M. Martínez. Los ángeles, cuando anunciaron al mundo el gozo incomparable y único del nacimiento de Jesús, hicieron dos promesas: una para el cielo, la otra para la tierra. Para el cielo, la gloria de Dios, es decir, la experiencia, la vivencia del Amor de Dios; para la tierra, la paz a los hombres de buena voluntad. Esas dos promesas encierran y sintetizan toda la obra de Jesucristo en este mundo: a eso vino, a dar gloria a Dios, y a dar a los hombres paz; esa fue su obra: la gloria de Dios y la paz a las almas. Nos concentraremos en la PAZ. Fue lo que Jesucristo nos trajo del cielo, es su don, el don de Dios; un don tan hermoso, tan profundo, tan comprensivo, tan eficaz, que nunca acertaremos a comprender. De la PAZ divina ojalá pudiéramos decir lo que de SÍ mismo dijo Nuestro Señor a la samaritana en el brocal del pozo de Jacob: “Si conocieras el don de Dios”. ¡Si conociéramos el don de Dios! ¡Si supiéramos lo que es la paz! ¡Si comprendiéramos todos los tesoros que en ella puso Jesús! ¡Si entendiéramos que es el coronamiento y la síntesis de todas las gracias y de todas las bendiciones celestiales que hemos recibido en Cristo Jesús! La PAZ es como el sello de Cristo. No es uno de tantos dones que nos trajo, es en cierta manera, SU DON. Cuando apareció en el mundo, en la noche inolvidable de Belén, los ángeles anunciaron la paz. En aquella otra noche, la última que pasó en la tierra, inolvidable también y dulcísima, la noche del Cenáculo y la Eucaristía, Jesús dejó a sus amados como testamento de su amor, la paz: “Mi paz les dejo... mi paz les doy”. Y cuando resucitó, el saludo que daba siempre a sus apóstoles era éste: “¡La paz sea con ustedes!”. Más aún, les recomendó que cuando fueran a ejercer su misión apostólica, al llegar a una casa cualquiera, siempre dijeran estas mismas palabras: “La paz sea con ustedes”, y si ahí estaba el hijo de la paz, recibirían la paz, si no, “su paz”, decía, “volverá a ustedes”. La Iglesia, en su liturgia, recogida de las palabras de Jesús, pide para sus hijos la paz, y nos la da y hace que unos a los otros nos la demos. “La paz sea contigo”, decimos siempre en misa, “y con tu Espíritu”, nos responden. En este simple gesto estamos deseando la verdadera y real paz de corazón, que el otro pueda experimentar también la paz que viene del Señor. Y así casi todos los sacramentos se consuman en la paz: “La paz sea contigo", dice el sacerdote al bautizado para despedirlo, e igualmente al confirmado y al que se ha purificado de sus pecados en el sacramento de la Reconciliación: “Andá en paz". Esta PAZ tiene su característica. Es divina. El mundo que todo lo falsifica, no puede falsificar la paz.

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Falsifica la alegría, aunque sea sólo superficial, y en ocasiones hasta un sarcasmo. Falsifica la sabiduría, deslumbrando a los crédulos con una ciencia aparatosa pero vana, y falsifica el amor, dando este nombre sagrado a la pasión brutal o al egoísmo vil. El mundo no puede dar por sí mismo la paz, ya que ésta es algo divino, es el sello de Jesús. Es profunda. No es superficial ni puramente exterior, como la paz de un bello paisaje del desierto, que si bien éste es creación divina, es sólo reflejo de su creador. La PAZ de Dios llega hasta lo más profundo de nuestros corazones, es algo que nos invade como un perfume exquisito que penetra hasta la división del alma y el espíritu. Es plenitud, es vida. Es indestructible. Nada ni nadie puede arrancarla de un alma que ha recibido de Dios este don, la paz del cielo: ni las persecuciones, ni las acechanzas, ni todas las vicisitudes de la tierra. Nos pueden quitar todas nuestra posesiones materiales, nuestra "libertad", y hasta nuestra vida, y en cierta manera, nuestra alegría. La PAZ está llena de dulzura y suavidad. Dice San Pablo: "La paz de Cristo supera todos los goces de los sentidos". Esta PAZ es la única forma de felicidad en la tierra. Es la sustancia del cielo, de la felicidad que hemos de disfrutar en el Reino, que como dice también San Pablo: "El Reino es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo". ¿Por qué falta tanto en el mundo esta paz? La paz parece faltar a pesar que Jesús la renueva en cada navidad, en cada pascua. Entonces, ¿dónde estamos cuando esto sucede? Repito, no nos referimos a la paz exterior, menos aún a la ausencia de guerras. Comprendo que en el mundo haya luchas y dolor, pero parece difícil de comprender que en el alma de un creyente falte la paz. Tenemos los cristianos el derecho de ser perseguidos, a sufrir, a luchar, pero no a perder la paz. La paz debe ser el ambiente propio y natural del seguidor de Cristo, pues donde está Dios ahí está la paz, y nosotros llevamos a Dios en nuestros corazones, y nada ni nadie en este universo nos lo puede arrebatar. Dice la Sagrada Escritura: "Busca la paz y persíguela". Significa que debe buscarse con tibieza, sino con ardor, siempre, constantemente. ¿Es posible conservar siempre la paz en el alma? ¿Hay medios eficaces para realizar este ideal? Sin duda. Antes lo extraño es que las almas pierdan con tanta facilidad la paz y que vivan en la inquietud. ¡Este sí que es un mal! La turbación no encierra bien alguno. Dios jamás pediría esto a un alma. Sería interesante hacer el análisis de nuestras inquietudes, y al descubrir su causa nos llenaríamos de rubor, encontrando que su origen es la ignorancia, el egoísmo o la falta de confianza en las promesas divinas. Pero más que analizar el mal, prefiero poner los remedios para que el alma se conserve en la paz a pesar de todo. Dios te bendiga, y te dé su PAZ. Preguntas que ayudan a la oración •¿Por qué falta tanto en el mundo esta verdadera paz? •¿Qué pasa con la paz en los ámbitos que frecuentamos a diario: el trabajo, la facultad, nuestra familia, el colectivo, el tren, la calle, etc? •¿Dónde estamos cada vez que Jesús renueva la paz en el mundo? •¿Es posible conservar siempre la paz en el alma? ¿Cuáles son los medios eficaces para realizar este ideal? •¿Qué significado tiene la paz en nuestra vida? •¿Qué llamado sentimos como comunidad a la paz?

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“Que el Señor los bendiga hermanos, que el Señor los guarde y los llene de su paz.”

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