Para Aprender A Escribir

  • July 2020
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  • Words: 805
  • Pages: 2
Para aprender a escribir I. perspectiva Los dos hombres están sentados en la mesa de un bar. Acabaron de comer hace algún tiempo. Después de eso se habrán escarbado los dientes, el viejo ocultando educadamente el palillo con la otra mano, o quizá no tenga dientes, y se quedó observando al hijo que se escarba sin el recato con que él lo habría hecho; pero esto sólo lo habría observado, sin hacer ninguna reflexión. (Luiz Vilela, “Dos hombres”. En Temblor de tierra, 1977) [ejemplo de “visión de afuera”, en la que se renuncia incluso al saber que tiene el personaje, y el narrador se limita a describir los acontecimientos, hablando desde lo exterior sin que podamos adentrarnos en los pensamientos, intenciones o interpretaciones de los personajes] II. Tres textos de Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania 10 de diciembre de 1920 - Río de Janeiro, 9 de diciembre de 1977)

Recibí una lección de uno de mis hijos, antes de que cumpliera 14 años. Me habían llamado avisando que una muchacha que conocí iba a tocar en la televisión, trasmitido por el Ministerio de Educación. Prendí la televisión pero con una gran duda. Había conocido a esa muchacha personalmente y era excesivamente suave, con voz de niña, y de una feminidad infantil. Y me preguntaba: ¿tendrá fuerza en el piano? La había conocido en un momento muy importante: cuando iba a elegir el "camisón del día" para su casamiento. Las preguntas que me hacía eran de una franqueza ingenua que me sorprendía. ¿Podría tocar el piano? Comenzó. Y, Dios, ¡poseía la fuerza! Su rostro era otro, irreconocible. En los momentos de violencia apretaba violentamente los labios. En los instantes de dulzura entreabría la boca, dándose entera. Y sudaba, de la frente le corría para el rostro el sudor. De la sorpresa de descubrir un alma insospechada, me quedé con los ojos llenos de agua; de verdad lloraba. Noté que mi hijo, casi un niño, se había dado cuenta; expliqué: estoy emocionada, voy a tomar un calmante. Y él: — ¿No sabés diferenciar emoción de nerviosismo? Estás teniendo una emoción. Entendí, acepté, y le dije: — No voy a tomar ningún calmante. Y viví lo que era para ser vivido. ∗∗∗∗ El tren no partía y ambas esperaban sin tener qué decirse. La madre sacó un espejo de su bolso y se examinó en su sombrero nuevo,

comprado en casa del mismo modisto que su hija. Se miraba poniendo un aire excesivamente severo en el que no faltaba alguna admiración por sí misma. La hija observaba divertida. Nadie más puede amarte sino yo, pensó la mujer riendo con los ojos; y el peso de la responsabilidad le dio en la boca un gusto de sangre. Como si "madre e hija" fueran vida y repugnancia. No, no se podía decir que amaba a su madre. Su madre le dolía, era eso. La vieja había guardado el espejo en el bolso y la miraba sonriendo. El rostro ajado y todavía experto parecía esforzarse en dar a los demás alguna impresión de la cual el sombrero formaba parte. El silbato del tren sonó de repente, hubo un movimiento general de ansiedad, varias personas corrieron pensando que el tren se iba ya: ¡mamá! dice la mujer. ¡Catarina! dice la vieja. Ambas se miraban espantadas, las maletas en la cabeza de un cargador les interrumpía la visión y un chaval corriendo abriéndose paso empujó el brazo de Catarina descolocándole el cuello del vestido. Cuando pudieron verse de nuevo, Catarina estaba en el momento inminente de preguntarle si no había olvidado algo... — ...¿No he olvidado nada? preguntó la madre. ∗∗∗∗ Felicidad clandestina (fragmento) ¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo. Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada. A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.

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