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Especial I Congreso Nacional de Colonización Agraria

SÁBADO 23 DE MAYO DEL 2009

01

Ilusiones y esperanzas para impulsar un proyecto que aseguraba el futuro Los colonos pusieron todo su empeño en hacer de su nuevo hogar un espacio lleno de vida y trabajo Las obras de los embalses de Yesa y La Tranquera hicieron emigrar a cientos de personas de su hogar

MARIADEL

00

NURIA ASÍN

02

[email protected]

Todo comenzó un 8 de febrero de 1959, cuando la primera familia de colonos se instaló en El Bayo. Llegaban ilusionados, como la mayor parte de los que, por aquel entonces, emprendían un viaje sin retorno, procedentes de sus lugares de origen. Por ello, la esperanza de encontrar una vida mejor se mezclaba con la pena de dejar atrás a familiares y a amigos. Los más humildes se sentían agraciados con las hectáreas de tierra que les habían tocado, así como con sus casas, que estrenaban, su nuevo pueblo y sus vecinos. Aunque, las alegrías pronto se tornaron tristezas, al comprobar que las viviendas no tenían agua, por lo que las mujeres tenían que acercarse a las acequias más próximas para conseguirla, o para lavar la ropa. Tampoco había luz, y los primeros colonos tuvieron que alumbrarse con carbureros «que nos ponían las narices llenas de mascarones», reconoce Blanca Gayán, de Santa Anastasia. Ella fue una de las muchas niñas que llegaron al municipio. Recuerda con nostalgia el viaje desde Nuévalos hasta ahí, un recorrido que realizó con su progenitor y dos de sus hermanas. Al llegar, viendo que lo que les esperaba no era lo soñado pidieron encarecidamente a su padre «que ni siquiera bajara las cosas del camión», explica. Fueron tiempos duros que, poco a poco, se fueron arreglando, ya que todos los vecinos se encontraban en la misma situación, y unos se ayudaban de otros. Comenzó a formarse una gran familia en la que cada uno se apoyaba en el otro, mientras se fundamentaba un estilo de vida que para muchos de ellos era desconocido. En la mayor parte de los casos los vecinos eran jornaleros acostumbrados a largas jornadas laborales, a dormir en el campo y a entenderlo, pero otros habían sufrido los rigores de la guerra o habían desempeñado un oficio, por lo que ser agricultor no era el oficio prioritario, por lo que muchos tuvieron que aprender a usar una caballería, a sembrar, a regar, en definitiva, a vivir de la tierra. Si bien, muchos se quedaron por el camino, porque la realidad, al llegar al núcleo rural, fue muy distinta: campos llenos de salitre,

La población más joven es ahora la esperanza de los municipios de colonización. Arriba, muchachos y muchachas de Bardenas. malas hierbas, y otras muchas incomodidades hicieron que los primeros años de vida en estos municipios fueran en sus comienzos poco halagüeños. Florencio Cubero y su mujer, Elena Moreno, ambos de Alfocea, fueron de los primeros vecinos de Valareña un 12 de diciembre de 1962, la antesala de unas navidades que serían muy frías, porque en el municipio únicamente estaban construidas la mitad de las casas, las del lado de la carretera. Y todas carecían de servicios. De ahí que los hombres del pueblo se encargaron de abrir enormes zanjas en las calles, como sucedió en El Bayo, unos años antes, una circunstancia que los muchos niños de aquel entonces recuerdan, ya que se imaginaban en ellas cientos de aventuras. Igualmente, los hombres fueron los encargados de poner la luz eléctrica, para ello tuvieron que hacer cientos de postes. Al principio,

la extensión de las jornadas laborales no hacían necesaria la luz artificial, ya que era el propio sol el que alumbraba calles y campos. Trabajaban mucho, porque las tierras estaban llenas de piedras y de hierba. Esto hizo que con la primera cosecha que cogieron sólo llegó para pagar la simiente, y en muchos casos, ni eso, ya que las pequeñas extensiones de los lotes, de entre las 7 y 12 hectáreas de media –porque variaban según pueblos–, eran en algunos casos yermos. Para mejorarlos disponían de una yegua y de las herramientas que les proporcionó el IRYDA, entidad encargada de poner en marcha los pueblos de colonización, en compensación a la construcción de pantanos. Con ellas efectuaban las tareas agrícolas, que resultaban ser casi penosas. Además, la dote incluía una vaca, que los colonos pagaban con la cría de ésta. Pero este animal no

LOS DATOS

Pinsoro, el pueblo de mayor demografía De los pueblos de colonización que dependen del Ayuntamiento de Ejea el de mayor demografía es Pinsoro, que actualmente cuenta con 791 habitantes, una cifra que ha descendido en los últimos años, por ejemplo, en 2006 tenía 1.000 vecinos. Le sigue Bardena, con 599 vecinos, Santa Anastasia (445), Valareña (359), El Bayo (351) y El Sabinar (216). A estos se suma en este aniversario dos núcleos que también dependen administrativamente del consistorio ejeano, Rivas y Farasdués, poblaciones que también están muy vinculadas a la agricultura.

era el único que compartía los días con los colonos, sino que las gallinas, los cerdos y los conejos hacían más llevadera la vida cotidiana, en especial, en fechas como la matanza, que era jornada obligada de fiesta. Aunque, muchas mujeres tuvieron que aprender los secretos de salar los jamones y hacer longanizas y chorizos, porque de su buena factura se aseguraba un invierno sin problemas. Y que decir de los corderos, un manjar que se comía en ocasiones muy especiales. Poco a poco, las nuevas gentes se fueron sintiendo del lugar, comenzaron a nacer los primeros hijos, otros dejaron a miembros de sus familias en un intento de conseguir una vida mejor. Sentimientos encontrados que a base de paciencia y mucho trabajo fueron conformando la historia de una gran familia que aprendió a amar el campo, a respetar a los demás y a ver en ellos su fortaleza. H

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