Ocuparse de los hijos Hace un par de días estaba en La Gloria - en la panadería en la que compro el pan - y un chiquillo no dejaba de mirar la vitrina, situada a la altura de sus ojos, en la que había una gran variedad de pasteles. Acariciaba el cristal de la vitrina y algo susurraba acerca de lo bueno que estaría ese que tiene crema o aquél otro de nata. Le pregunté cuál le gustaría probar; no me contestó y siguió a lo suyo. El padre terminó la compra y dio a su hijo un trozo de pan. Sabía lo que hacía. El chiquillo empezó a comerlo enseguida y no hizo mención alguna a los pasteles, de tan atractivos colores, que se quedaron en la vitrina por poco tiempo pues los clientes los pedían. A nadie le amarga un dulce, menos aún a un chiquillo, pero el pan lo necesita todo el mundo. Es la base de la subsistencia y hay que procurar que esté bien elaborado, con las mejores reglas del arte y con cariño. Ese chiquillo y como él una infinidad de ellos se inician en el arte de la alimentación con un trozo de pan porque sus padres saben que eso es lo que necesitan, básicamente, en esa edad y no sólo para su alimentación pues también necesitan la educación para una vida en la que hay que huir de caprichos y de actitudes que no pocas veces ofenden a otras personas. Es la labor fundamental de los padres: ocuparse de sus hijos.
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Por eso los padres van a comprar el pan con sus hijos y también les enseñan a montar en bicicleta y a respetar a toda otra persona; a no subirse a lo alto de una valla, con otros amiguetes, para tirar bolas pestilentes en la casa de otras personas, amparándose en su minoría de edad - mental a veces - o en algún concepto no suficientemente comprendido. Pues esa es la labor de los padres, inmensa y extraordinaria labor, que nunca debe ser entorpecida sino favorecida al máximo. A los hijos nadie los quiere más que sus padres.
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A estos hay que facilitarles la posibilidad de ir a comprar, cada día, el pan de sus hijos y algún pastel de vez en cuando. Que sean ellos los que les enseñen las dificultades de la vida y la forma de resolverlas honradamente y que no se meta nadie por medio a dar pasteles para ganarse, fácilmente, su voluntad. Ocuparse de los hijos no es cosa de un rato, sino de la entrega de la vida entera a esa labor en la que el amor es la base fundamental y en la que, de vez en cuando, aparece el dolor. Que nadie entorpezca esa labor.
Manuel de la Hera Pacheco
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