ABRID VUESTROS OJOS A LAS SEÑALES DEL FIN
OBJETIVO CATEQUÉTICO * Presentar el fin del mundo y sus señales como buena noticia para el creyente; como llamada a la conversión para quien vive de espaldas a Dios. 1. ¿Cuándo? «Jesús salió del templo; mientras iba de camino se le acercaron sus discípulos y le señalaron los edificios del templo, pero él repuso: ¿Véis todo eso, verdad? Os aseguro que lo derribarán hasta que no quede ahí piedra sobre piedra. Estando él sentado en el monte de los Olivos se le acercaron los discípulos y le preguntaron a solas: Dínos cuándo va a ocurrir eso y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo» (/Mt/24/01-03). 2. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? «A unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el Reino de Dios, Jesús les contestó: El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí, porque, mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc 17, 20-21). Y a los discípulos que sobre la llegada del Reino de Dios también le preguntaron a Jesús: «¿Dónde será, Señor?», respondió: «Donde se reúnen los buitres, allí está el cuerpo» (Lc 17, 37). 3. Unas preguntas que se repiten ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? Preguntan los discípulos. Preguntan los fariseos. Preguntamos muchos de nosotros. La curiosidad, la superstición y la fantasía popular no se resignan. Pretenden arrancar a toda costa el secreto que rodea al fin del mundo ¿Cómo terminará el mundo? ¿Se podrá conocer la fecha exacta? ¿Dónde sucederá la venida final de Cristo? 4. Jesús dirige al hombre una llamada que compromete toda su vida Sin embargo, este tipo de preguntas -tal y como son planteadas- no encuentran respuesta directa en el Evangelio. El Evangelio no viene a satisfacer la curiosidad humana, sino a dirigir al hombre una llamada que compromete toda su vida. Por ello, la respuesta de Jesús es sorprendente, profunda. Va más allá de lo que se pregunta. Jesús se
mueve en otro plano y responde desde él. Los discípulos, gente sencilla, se han dejado impresionar por las construcciones del templo. Jesús los sustrae de ese plano superficial y engañoso, poniéndoles delante de la catástrofe que se está gestando ya, a su alrededor, en aquella sociedad: «No quedará piedra sobre piedra.» De este modo, Jesús los coloca, de pronto, ante el problema del fin; ellos lo entienden así, pues preguntan: «Dinos cuándo va a ocurrir eso y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo.» Los fariseos, gente complicada, le hacen a Jesús la pregunta difícil, la que parece no tener respuesta: «¿Cuándo iba a llegar el Reino de Dios?» Jesús les da esta respuesta: «El Reino de Dios está dentro de vosotros.» 5. El día de Cristo y el fin del mundo están próximos. Al filo de la historia en curso En la respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos (Mt 24, 1-3), todo va misteriosamente relacionado: la historia de Jerusalén (la historia en curso), el Día del Hijo del Hombre (que llegaría después de padecer mucho y ser reprobado por esta generación (cfr. Lc 17, 25) y el fin del mundo. En realidad, aquello que separa de Cristo y del fin del mundo a la historia en curso no es tanto de orden cuantitativo, espacial y cronológico, cuanto cualitativo y existencial. Por su resurrección, Cristo inicia una nueva forma de presencia en el mundo, que acabará haciendo del universo entero un cielo nuevo y una tierra nueva. El Día de Cristo y el fin del mundo están, pues, próximos. Están en medio de vosotros. La generación presente será testigo de ello: «Os aseguro que antes que pase esta generación todo esto se cumplirá» (/Mt/24/34). 6. ¡No os dejéis engañar! Falsos mesianismos Mas, ¡cuidado! Dice Jesús: ¡No os dejéis engañar! Es preciso estar sobreaviso y saber discernir. Surgirán falsos cristos y falsos profetas, falsos mesianismos: «Cuidado con que nadie os extravíe. Vendrán muchos usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy el Mesías", y extraviarán a mucha gente» (Mt 24, 4-5). Y también: «Si alguno os dice
entonces: "Mira, aquí está el Mesías", o "Míralo, allí está", no os lo creáis: porque saldrán mesías falsos y profetas falsos, con tal ostentación de señales y portentos, que extraviarían, si fuera posible, a los mismos elegidos. Mirad que os he prevenido» (/Mt/24/23-25). 7. ¡Abrid vuestros ojos a las señales del fin! ¡Abrid vuestros ojos a las señales del fin! dice Jesús. Vosotros mismos podéis encontrar la respuesta. De la misma manera que, observando la naturaleza, caéis en la cuenta de que el verano está cerca, así también podéis conocer las señales del fin: «Aprended de esta parábola de la higuera: cuando ya la rama se pone tierna y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca. Pues lo mismo, cuando veáis vosotros todo eso, sabed también que ya está cerca, a la puerta» (Mt 24, 32-33). San Lucas en el pasaje paralelo introduce esta variante: «Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el Reino de Dios» (/Lc/21/31). 8. La guerra Ahora bien, ¿cuáles son las señales que anuncian el fin? El Evangelio va enumerando una serie de realidades que anuncian al mundo y al hombre su propio fin. En primer lugar, aparece la guerra, ese viejo azote de la humanidad: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino" (Mt 24, 7). En el Apocalipsis aparece esta misma señal destructora bajo la imagen de un jinete que monta un caballo rojo y empuña una espada enorme: "Cuando soltó el segundo sello, oí al segundo Viviente que decía: "Ven". Salió otro caballo, alazán (rojo), y al jinete le dieron poder para quitar la paz a la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros; le dieron también una espada grande» (Ap 6, 3-4). 9. EI hambre Junto a la guerra aparece el hambre. "Habrá hambre..., por diversos países" (Mt 24, 7). En el Apocalipsis aparece esta señal temible bajo la imagen de un nuevo jinete, que monta un caballo negro y lleva en su mano una balanza. «Cuando soltó el tercer sello, oí al tercer Viviente que decía: "Ven". En la visión apareció un caballo negro; su jinete llevaba en
la mano una balanza. Me pareció oír una voz que salía de entre los cuatro vivientes y que decía: 'Un cuartillo de trigo, un denario; tres cuartillos de cebada, un denario; al aceite y al vino no los dañes''» (Ap 6, 5-6). 10. La peste y la muerte Tras la guerra y el hambre, la peste. "En diversos países habrá epidemias (peste)" (Lc 21, 11). En el Apocalipsis, esta señal aparece bajo la imagen del jinete que monta un caballo amarillento, a quien sigue de cerca otro, la muerte. «Cuando soltó el cuarto sello, oí la voz del cuarto Viviente que decía: "Ven". En la visión apareció un caballo amarillento; el jinete se llamaba peste y la muerte lo seguía» (Ap 6, 78). Ambos jinetes forman el sombrío cortejo de epidemias, calamidades y muertes que siguen a los anteriores. 11. La persecución de los creyentes Junto a estos jinetes apocalípticos, una nueva señal: la persecución de los creyentes. Detenciones, calumnias, interrogatorios, torturas, procesos, ejecuciones. «Os entregarán al suplicio y os matarán; y por mi causa os odiarán todos los pueblos" (Mt 24, 9). En el Apocalipsis, esta señal aparece como el descubrimiento del secreto histórico que ocultaba el quinto sello: «Cuando soltó el quinto sello, vi al pie del altar las almas de los asesinados por proclamar la Palabra de Dios y por el testimonio que mantenían" (/Ap/06/09). Para el vidente del Apocalipsis, la historia humana tiene un altar donde son sacrificados los mártires de cada época. 12. La conmoción de los cimientos Junto a todo ello, la conmoción de los cimientos. Con un lenguaje simbólico, la Escritura describe las catástrofes y calamidades que en todos los tiempos anuncian el fin del mundo. Se trata de imágenes que, por tanto, no pueden ser entendidas al pie de la letra. «Habrá... terremotos por diversos países" (/Mt/24/07). Y también: «... El sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán» (/Mt/24/29). Y el Apocalipsis: «En la visión, cuando se abrió el sexto sello se produjo un gran terremoto, el sol se puso negro como un vestido de pelo, la luna se tiñó de sangre y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como caen los higos verdes de una higuera cuando la sacude un huracán. Desapareció el cielo como un pergamino que se enrolla y montes e islas se desplazaron de su lugar.
Los reyes de la tierra, los magnates, los generales, los ricos, los potentes y todo hombre, esclavo o libre, se escondieron en las cuevas y entre las rocas de los montes» (/Ap/06/12-15). Se conmueven los cimientos, por ejemplo, en la caída de culturas y civilizaciones, de imperios políticos y económicos, de religiones y sociedades... Las imágenes pueden referirse también a catástrofes de la naturaleza. 13. La proclamación de la Buena Nueva Una nueva y última señal: la proclamación de la Buena Nueva. En medio de los horrores que en todas las épocas anuncian al mundo su propio fin, resuena la Buena Noticia de que, pase lo que pase, se impondrá la victoria de Dios. Las fuerzas poderosas que destruyen al mundo y al hombre (guerra, hambre, peste, muerte...) serán vencidas por una fuerza superior: la Palabra de Dios, Jesucristo, el único jinete victorioso. «El evangelio del Reino se proclamará en el mundo entero» (Mt 24, 14). En el Apocalipsis, la señal de la predicación de la Buena Nueva aparece bajo la imagen del jinete que monta el caballo blanco: «En la visión, cuando el Cordero soltó el primero de los siete sellos, oí al primero de los Vivientes que decía con voz de trueno: "Ven". En la visión apareció un caballo blanco; el jinete llevaba un arco, le entregaron una corona y se marchó victorioso para vencer otra vez» (/Ap/06/01-02). 14. Por encima de todo, se impondrá la Palabra de Dios PD/VICTORIA: La identificación del jinete del caballo blanco, que empuña en su brazo el temible arco de los poderosos ejércitos partos, viene dada en otro pasaje del Apocalipsis: «Vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco; su jinete se llama el Fiel y el Veraz, porque es justo en el juicio y en la guerra. Sus ojos llameaban; ceñían su cabeza mil diademas y llevaba grabado un nombre que sólo él conoce. Iba envuelto en una capa teñida en sangre y lo llaman Palabra de Dios» (/Ap/19/11-13). El jinete del caballo blanco es el símbolo de la victoria. Por encima de todo, vencerá la Palabra de Dios, la Persona de Cristo el jinete Fiel y Veraz. 15. «Y entonces vendrá el fin.» La venida en majestad de Cristo Tras estas señales, el Fin: «Entonces llegará el fin» (/Mt/24/14). El fin no es para nosotros, los creyentes, el término en que todo acaba, sino el principio de un futuro sin término que mantendrá todo hasta la plenitud:
«Cuando empiece a suceder todo esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación» (Lc 21, 28). Este fin coincide con la venida de Cristo: «Cuando veáis todo esto, caed en la cuenta de que El está cerca, a las puertas» (Mt 24, 33). Se trata de su venida en majestad (parusía). El Nuevo Testamento habla siempre de «venida», no de «retorno». No es lo mismo. Cristo ha venido al mundo de una vez para siempre, por la encarnación. Y esa única venida se despliega en tres etapas. Desde su encarnación hasta la muerte, se hace presente Cristo en el mundo en forma de Siervo (kénosis). Con la resurrección inicia Cristo un nuevo modo de presencia en este mundo, no al descubierto, sino velada, «como en un espejo», a través de signos, aunque está atestiguada y confirmada por el Espíritu en la comunidad creyente. Con su venida en majestad, Cristo vivifica, al fin, plenamente a los hombres (resurrección), manifiesta el sentido de la historia (juicio), renueva todas las cosas (nueva creación). 16. La llamada a la conversión Las palabras de Jesús sobre el fin y sus señales fueron dichas a una generación concreta: los hombres de su tiempo. Sin embargo, van dirigidas a todas las generaciones. No pretenden inculcar el miedo a la muerte y al fin del mundo. Las palabras de Jesús quieren sacudir y despertar a un pueblo que vive de espaldas al plan de Dios. Un pueblo ciego que va por el mal camino. Jesús invita a la penitencia, llama a la conversión: es preciso contar con Dios, buscar a Dios, volver a Dios. El fin está cerca. Como anunciaba Juan el Bautista: «Dad el fruto que pide la conversión... Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego» (/Mt/03/08-10). 17. Un pueblo de espaldas a su propio fin Los contemporáneos de Jesús están ciegos. Viven de espaldas al fin que los amenaza. Pueden interpretar los signos meteorológicos y no lo que más les habría de interesar: ¡Las señales de los tiempos! "Se acercaron los fariseos y saduceos y le pidieron para ponerlo a prueba: Muéstranos un signo que venga del cielo. El les respondió: Al caer la tarde decís: "Está el cielo colorado, va a hacer bueno"; por la mañana decís: "Está el cielo de un color triste, hoy va a haber tormenta". El aspecto del cielo sabéis interpretarlo, ¿y los signos de los tiempos no
sois capaces? ¡Una generación perversa e infiel y exigiendo signos! Pues signo no se les dará excepto el signo de Jonás» (/Mt/16/01-04). 18. Como sucedió en los días de Noé y de Lot Los contemporáneos de Jesús se parecen a los coetáneos de Noé y de Lot: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del Hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos» (/Lc/17/26-29). Como los contemporáneos de Noé y Lot, viven de espaldas al desastre, despreocupadamente. El fin los cogerá de improviso. Las palabras de Jesús, más que una amenaza, son una llamada de atención al peligro que acecha. 19. De improviso. ¡Estad en vela! De improviso sorprenderá a los hombres la desgracia, dice Jesús. Si no se vuelven a Dios, ese día será para ellos como una trampa: «Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre» (/Lc/21/34-36). Hemos de quedar avisados y escarmentados en el dueño de la casa que duerme profundamente, cuando el ladrón la asalta: «Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre» (/Mt/24/43-44). 20. EI fin, un despojo repentino.¡Es necesario atesorar en orden a Dios! El fin alcanzará a los hombres como la muerte al rico necio de la parábola de Jesús: pensaba asegurarse largos años de buena vida tras una cosecha abundante, pero Dios puso un fin repentino a sus cálculos y a sus presunciones de disfrute y seguridad: «Y les propuso una parábola: Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se
dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: "Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios» (/Lc/12/16-21). Este labrador rico es un necio, un insensato, un «loco». Según el lenguaje bíblico, un hombre que prácticamente niega a Dios (Sal 13, 1). No cuenta con El. 21. En nuestro mundo están presentes las señales del fin En nuestro mundo están presente las señales del fin. Por tanto, también para nosotros son válidas las palabras de Jesús. Quizá nosotros nos parecemos a los contemporáneos de Jesús, a los hombres de la generación del diluvio: «... comemos, bebemos, compramos, vendemos, plantamos, construimos..." Vivimos despreocupados, de espaldas al fin. Dejamos correr las cosas. Decimos: "Eso no nos toca, no va con nosotros...". En realidad, nosotros somos tan necios como el rico de la parábola, si vivimos de espaldas al fin, si no nos volvemos a Dios y contamos con El. ........................................................................ TEMA 67-1 OBJETIVO: INICIACIÓN EN LA VISIÓN CRISTIANA DEL MUNDO: ABRIR LOS OJOS A LAS SEÑALES DEL FIN PLAN DE LA REUNIÓN * Relato de acontecimientos más significativos ocurridos desde la última reunión. * Oración inicial: salmo. * Presentación del tema 67 en sus puntos clave. * Diálogo: lo más importante. * Oración comunitaria: desde la propia situación . PISTA PARA LA REUNIÓN PUNTOS CLAVE * Interrogantes que se repiten. * Falsos mesianismos. * Abrid vuestros ojos a las señales del fin:
- la guerra, - el hambre, - la peste y la muerte; - la persecución de los creyentes, - la conmoción de los cimientos, - la proclamación de la Buena Nueva . * Al filo de la historia en curso. * La venida en majestad de Cristo. * Llamada a la conversión. ........................................................................ TEMA 67-2 OBJETIVO: INICIACIÓN EN LA VISIÓN CRISTIANA DEL MUNDO: ABRIR LOS OJOS A LAS SEÑALES DEL FIN, LLAMADA A LA CONVERSIÓN PLAN DE LA REUNIÓN * Oración inicial: salmo compartido, desde la propia situación. * Lectura de Gn 6-10 (relato del diluvio: más allá de las distintas teorías sobre el hecho del diluvio, descubrir la catequesis de valor permanente: puntos clave). * Lectura de Mt 24,37-44. * Oración final: Sal 46. PISTA PARA LA REUNIÓN PUNTOS CLAVE * Llamada a la conversión. * Un pueblo de espaldas a su propio fin. * Como sucedió en los días de Noé y de Lot. * De improviso: estad en vela. * El fin, un despojo repentino. * En nuestro mundo están presentes las señales del fin. IMPORTA ESTAR VIGILANTES OBJETIVO CATEQUÉTICO * Descubrir la necesidad y el valor de la actitud evangélica de la vigilancia. 22. |Vigilantes: «...Ya está brotando, ¿no lo notáis?»: Velar, en sentido propio, significa renunciar al sueño de la noche. De ahí resulta para esta palabra un sentido metafórico: velar es estar vigilante, luchar contra la pereza y la negligencia a fin de conseguir aquello que se persigue. Para el creyente, velar es permanecer a la escucha de la Palabra de Dios (cfr. Pr 8, 34ss). El creyente vela, a fin
de vivir en la noche, sin ser de la noche. La vigilancia es la actitud fundamental del creyente en orden al fin de este mundo. Es su actitud ante la «consumación» de todas las cosas, la naturaleza y la humanidad, que comienza ya en el tiempo presente con la inauguración del Reino de Dios: «El Reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc 17, 21). Es preciso permanecer atentos, pues lo verdaderamente nuevo ya está en marcha, ya está brotando: «Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?» (/Is/43/19) (26). 23. Israel, pueblo-vigía; el profeta, hombre-vigía Israel es, por vocación, el pueblo de la escucha, de la espera, de la vigilancia. Vive atento a todo lo que pueda manifestar la acción de Yahvé. La Palabra de Dios señala y abre el verdadero futuro del pueblo. Como el salmista, Israel es un pueblo-vigía (cfr. Sal 129, 6-7). En Israel, el almendro es el símbolo de la vigilancia. Por ser el primer árbol que echa flores, es el heraldo que anuncia la presencia de la primavera. Se le llama vigilante. El profeta es, en la historia de la salvación, el hombre-vigía, el primero que detecta la presencia del futuro que llega, el heraldo que anuncia la salvación de Dios. La Escritura dedica este poema a la figura profética del mensajero. «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que anuncia la salvación, que dice a Sión: ¡Ya reina tu Dios! ¡Una voz! Tus vigías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus ojos ven el retorno de Yahvé a Sión» (Is 52, 7-8) (27). 24. Dios también vela No sólo vela el hombre, también vela Dios. La noche del éxodo, noche que no puede ser olvidada por ningún judío, Dios veló sobre su pueblo: «Llegada la vigilia matutina, miró Yahvé a través de la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios, y sembró la confusión en el ejército egipcio. Trastornó las ruedas de sus carros que no podían avanzar, sino con gran dificultad» (Ex 14, 2425). La aventura del éxodo ha quedado en la tradición del Antiguo Testamento como una de las manifestaciones más brillantes de la vigilancia de Dios sobre su pueblo.
Como se le dice al profeta Jeremías, Dios es también como el almendro; permanece atento al cumplimiento de su Palabra en medio de la historia humana: «Recibí esta palabra del Señor: ¿Qué ves, Jeremías? Respondí: Veo una rama de almendro. El Señor me dijo: Bien visto, porque yo velo para cumplir mi palabra» (Jr 1,11 -12) (28). 25. Vigilancia, esperanza y fe Israel vigila, Israel espera. Esta actitud se fundamenta en su fe: Dios actúa en su historia. El es el Señor. Creer y esperar son aspectos inseparables de la vida del creyente. Así lo vive el salmista: «Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud» (Sal 70, 5). Como el pueblo de Israel, todo cristiano es un hombrevigía. Vigilante, lo mismo que el almendro, anuncia la primavera del Reino de Dios ya presente en su vida. Aquí radica su esperanza. En su fe vive la gran novedad, la buena nueva, que Cristo proclama como una realidad que ya está en marcha (cfr. Lc 17, 21), una realidad que ya permanece operante en medio del mundo (1 Ts 2, 13) (29). 26. Ya y, sin embargo, todavía no El Reino de Dios, ya presente, se identifica con la persona de Jesús. Jesús, por medio de su Espíritu, manifiesta la acción amorosa del Padre sobre nosotros y nuestra condición actual de hijos de Dios, si bien todavía este misterio no se ha manifestado en su plenitud: «Ahora somos hijos de Dios, dice San Juan, y aún no se ha manifestado lo que seremos» (1 Jn 3, 2). En la vida del cristiano se mantiene así una tensión: el cristiano en el mundo presente vive ya de la presencia y fuerzas del Reino de Dios y, a la vez, aguarda aún y espera ese mismo Reino en su plenitud para el mundo venidero (ver LG 48) (30). 27. Cristo vive Dentro de esta tensión, el cristiano vive alerta y vigilante en el tiempo presente y de cara al tiempo venidero, al último futuro. En el tiempo presente, porque Cristo ha venido y está viniendo. Por su resurrección, ha quedado constituido Señor: vive, está presente y actúa en el mundo como el Señor. Ha sucedido ya el acontecimiento decisivo que suscita y
provoca nuestra vigilancia y fundamenta nuestra esperanza. Este es ya el gran acontecimiento de la fe. Como dice San Pablo: «Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo está con vosotros?» (2 Co 13, 5). Realmente, por la resurrección de Cristo «hemos llegado a la plenitud de los tiempos» (1 Co 10,11) (31). 28. Cristo vendrá El cristiano permanece vigilante también ante el futuro: Cristo vendrá. Con su venida en majestad, el hombre (resurrección) y el mundo (nueva creación) participará del triunfo de Cristo, efectuándose una última discriminación de la cizaña y el trigo (juicio). Ante este gran día, es preciso permanecer vigilantes. Se trata de tener la atenta vigilancia de quien ama, de permanecer despiertos (Mc 13, 55), de tener ceñidos los vestidos y encendidas las lámparas (Lc 12, 35), de estar revestidos con el vestido de fiesta, dispuestos a entrar (Mt 22, 11). En realidad, lo que nos separa de este día no es mucho: «Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso» (Hb 10, 37) (32). ........................................................................ TEMA 68 OBJETIVO: DESCUBRIR LA NECESIDAD Y EL VALOR DE LA ACTITUD EVANGÉLICA DE LA VIGILANCIA PLAN DE LA REUNIÓN * Oración inicial: salmo compartido, desde la propia situación. * Presentación del tema 68 en sus puntos clave. * Diálogo: implicaciones diversas. * Oración comunitaria: desde la propia situación, canción apropiada. PISTA PARA LA REUNIÓN PUNTOS CLAVE * Vigilantes: ya está brotando. * Israel, pueblo-vigía. * Dios también vela. * Vigilancia, esperanza y fe. * Ya y, sin embargo, todavía no. * Cristo viene. * Cristo vendrá. Nl COMPROMISO SIN FE Nl FE SIN COMPROMISO
OBJETIVO CATEQUÉTICO * Descubrir el compromiso como una dimensión de la fe y la fe como fundamentación última del compromiso. 29. Novedad del Reino y esfuerzo presente El futuro no llega por sí solo; hemos de prepararlo por el esfuerzo y la lucha. No puede caer sobre el hombre por una suerte de decisión exterior y arbitraria, respecto a la cual quedase del todo extraño. Todo futuro trae, sin duda, consigo algo nuevo; pero eso nuevo llega preparado por nuestro pasado y presente y en una cierta vinculación y continuidad con ellos. Lo dicho vale para todo futuro; vale también para el futuro último (escatológico). El futuro último no tiene por qué dejar sin significado, valor y eficacia a los futuros anteriores y relativos. La esperanza en Dios y en su Reino venidero no elimina el interés del creyente por el mundo presente. Antes al contrario, perdería toda seriedad y fundamento la esperanza que se conformase con aguardar pasivamente el advenimiento del último futuro (34). 30. La esperanza, como la fe y el amor, a través de las criaturas El creyente no puede utilizar la esperanza cristiana como coartada en favor de un desinterés por los compromisos con los demás hombres en las tareas comunes de este mundo. El cristiano ha de atestiguar y verificar ante el mundo su esperanza participando seria y activamente en lo que la humanidad espera. La fe y la caridad cristiana requieren la mediación de las criaturas: el conocimiento de Dios pasa a través del conocimiento del mundo (Rm 1, 1 8ss); el amor a Dios pasa a través del amor a los hermanos (1 Jn 4, 20). De igual modo, la esperanza ha de pasar a través de aquellos proyectos y sus realizaciones en que el cristiano interviene, solidariamente con los demás hombres, para cumplir con el mandato divino de perfeccionar la tierra (Gn 2, 15; 1, 28) (35). 31. Ni compromiso sin fe, ni fe sin compromiso En definitiva, ni compromiso sin fe ni fe sin compromiso. Una opción cristiana ha de evitar la separación de ambos extremos. Así lo enseña el Concilio Vaticano ll: «Se equivocan los cristianos que, bajo pretexto de que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si
éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época» (GS 43; cfr. 21; 34-39,` 57) (36). 32. El compromiso, expresión necesaria de la fe La fe compromete la vida entera del hombre. Todo lo pone en venta quien descubre el Reino de Dios (cfr. Mt 13, 44ss). Pero el compromiso se traduce en obras concretas. Las obras del creyente son la consecuencia, la expresión y la ratificación necesarias de la fe. Santiago lo subraya (St 2, 14-26), como también Pablo (cfr. Ef 2,10). Hay obras de la fe que son fruto del Espíritu (Ga 5,22-23). La fe que Cristo anuncia es la que actúa por la caridad (Ga 5, 6). La fe, en efecto, transforma la vida entera, como dice San Pablo a los creyentes de Tesalónica: «Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor» (1 Ts 1, 3). Por lo demás, Jesús enseñó que mientras se aguarda su venida en majestad hay que tener la lámpara encendida (Mt 25, 1-13), hacer que fructifiquen los talentos (25, 1430), amar a los hermanos (25, 31-46) (37). 33. Fe y compromiso en la construcción de un mundo más justo y humano El verdadero creyente no puede limitarse a servir y amar al prójimo con quien en cada caso se encuentra. En una u otra forma, la fe exige, hablando en general, el compromiso en la construcción de un mundo más justo, más humano y, por lo mismo, más de Dios. Por la fe, Moisés emprende la gran aventura de la liberación de un pueblo (Ex 3,11- 12). Por la fe, las tribus nómadas salidas de Egipto se convierten en un pueblo que tiene su razón de ser de pueblo de Dios en el ejercicio de la justicia (Dt 5, 1-22). Por la fe, los profetas comprometen su vida en la proclamación de las exigencias de justicia de la Alianza y en la denuncia de la injusticia (Jr 20, 7-11) (38). 34. El compromiso de la evangelización El verdadero creyente coopera en la gran obra de Cristo, prevista
desde toda la eternidad: edificación de su Cuerpo que es la iglesia, mediante la evangelización de todos los pueblos, según el mandato del Señor: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 18-20). De este modo, la fe compromete al creyente en la realización del designio eterno de Dios Padre: reconciliar en Cristo toda la humanidad con Dios y en sí misma, pues la Iglesia, Cuerpo de Cristo, es prenda, señal, testimonio, principio y germen de esa reconciliación (39). 35. Compromiso con el esfuerzo y trabajo humanos La fe exige a los cristianos el serio compromiso de compartir con los demás hombres el esfuerzo y trabajo común en la construcción del mundo presente, para cumplir «el plan del Dios manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de someter la tierra (Gen 1, 28) y perfeccionar la creación» (GS 57). Algunos cristianos de la comunidad de Tesalónica interpretan de tal modo la inminencia del Día del Señor, que ya ni siquiera trabajan. Todo esfuerzo les parece inútil. San Pablo no intenta apagar su esperanza ante el futuro. Quiere que preparen esta venida del Señor con un trabajo sosegado, dedicándose al servicio de los demás y sin cansarse de hacer el bien: «Por lo que respecta a la venida de Nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos..., que os haga suponer que está inminente el día del Señor... Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desconcertados, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan. Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien» (2 Ts 2, 1-2; 3, 11-13) (40). 36. El creyente afronta el sufrimiento El creyente no rehuye el sufrimiento. Tampoco lo soporta con sola
resignación pasiva. Sale, por lo contrario, al encuentro de los sufrimientos que le traen consigo, por un lado, la vida misma en este mundo -que el creyente recibe de Dios como un regalo y, a la vez, trata de mejorar- y, por otro lado, sus compromisos de fe y amor: «Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal» (2 Co 4, 8ss). El cristiano se gloría, incluso, en las tribulaciones, «sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 3-5). El gozo en la tribulación (2 Co 1, 3-10) es fruto del Espíritu (1 Ts 1, 6; Hch 13, 52; cfr. Ga 5, 22) y, al mismo tiempo, signo de la presencia del Reino de Dios en este mundo (41). 37. El creyente afronta con esperanza la persecución por la causa de Jesús El creyente afronta con esperanza la persecución; por ello la afronta fiel, perseverante y gozosamente (2 Ts 1, 4; Rm 12, 12). La alegría es el fruto de la persecución así soportada: «Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos» (Mt 5, 11-12). En particular, la denuncia profética, compromiso de la comunidad creyente, provoca en todo tiempo y también hoy la persecución: «También nosotros debemos llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia» (GS 38). El Apocalipsis, espejo de la vida de la Iglesia, escrito durante una terrible prueba, alimenta una esperanza en el corazón de los perseguidos. A cada uno de ellos, como a toda la Iglesia, no cesa el Señor resucitado de dirigir este mensaje: «No temas por lo que vas a sufrir: el diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel
para que seáis tentados y sufriréis una tribulación de diez días (un breve espacio de tiempo). Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida» (Ap 2, 10). El Apocalipsis es siempre un mensaje de esperanza en medio de las dificultades del tiempo presente (42). 38. Ni dualismo ni materialismo El cristiano cree que el mundo, el hombre y el fruto de su actividad no están destinados a la destrucción, sino a una última y definitiva consumación. Frente a la ideología del progreso indefinido, el cristiano afirma que esa consumación rebasará las virtualidades inmanentes de toda la realidad, pues es don de Dios. Pero esta reserva escatológica no empaña la sinceridad ni disminuye la eficacia del compromiso temporal del creyente. El cristiano sabe que el inmenso esfuerzo por transformar el mundo y ordenar la sociedad humana de modo justo y fraterno, lejos de caer en una especie de fondo perdido, dispone elementos que en cierta forma y medida integrarán la nueva creación, sin que ésta se identifique con las metas alcanzadas por el esfuerzo del hombre. También sabe que «los bienes que proceden de la dignidad humana, de la comunicación fraterna y de la libertad, bienes que son un producto de nuestra naturaleza y de nuestro trabajo, una vez que el Espíritu del Señor, y según su mandato, los hayamos propagado en la tierra, los volveremos a encontrar, pero limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados...» (GS 39) en la plenitud del Reino de Dios. Sabe, en fin, que el hombre no podrá contar con otro tiempo y con otro mundo después del presente, para poder colaborar en la preparación del Reino (43). 39. Continuidad entre el mundo presente y el venidero. Trascendencia del Reino de Dios. Al mismo tiempo, el cristiano radicaliza y relativiza la construcción de la «ciudad terrestre». En realidad, «no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro» (Hb 13, 14). Por ello, aunque no establezca una separación entre fe y compromiso, puede el cristiano, según la vocación de cada uno, ordenar de diversa forma su vida al mundo venidero: «Los dones del Espíritu son diversos: mientras llama a unos a dar con su deseo vehemente un testimonio explícito de la
morada celeste y a conservarla viva en medio de la familia humana, otorga a otros la vocación de dedicarse al servicio temporal de los hombres preparando con este misterio suyo la materia del reino celestial» (GS 38) (44). ........................................................................ TEMA 69-1 OBJETIVO: INICIACIÓN EN LA VISIÓN CRISTIANA DEL MUNDO: Nl COMPROMISO SIN FE Nl FE SIN COMPROMISO PLAN DE LA REUNIÓN * Información: personas, hechos, problemas... * Presentación del tema 69 en sus puntos clave * Diálogo: implicaciones diversas. * Oración comunitaria: salmo compartido desde la propia situación, canción apropiada. PISTA PARA LA REUNIÓN PUNTOS CLAVE * El compromiso, expresión necesaria de la fe. * Un mundo más justo y más humano. * El compromiso de la evangelización. * Ni dualismo ni materialismo. * Continuidad entre el mundo presente y el venidero. * No tenemos aquí ciudad permanente. ........................................................................ TEMA 69-2 OBJETIVO: INICIACIÓN EN LA VISIÓN CRISTIANA DEL MUNDO: Nl COMPROMISO SIN FE Nl FE SIN COMPROMISO PLAN DE LA REUNIÓN * Presentación del objetivo, plan y documento de la reunión: «Evangelización y compromiso» (DOC-1/1). * Lectura personal y comentario: lo más importante. O bien: exposición y diálogo. * Oración comunitaria: salmo compartido, canción apropiada. PISTA PARA LA REUNIÓN PUNTOS CLAVE * No podemos ser neutrales. * Sin opción por los pobres, el evangelio es una ideología. * Creer es comprometerse. * La salvación incluye la promoción humana.
* En una sociedad que cambia y en una sociedad clasista. * Nos influye decisivamente. * No es un orden natural querido por Dios. * Consecuencias. ........................................................................ TEMA 69-3 OBJETIVO: INICIACIÓN EN LA VISIÓN CRISTIANA DEL MUNDO: Nl COMPROMISO SIN FE Nl FE SIN COMPROMISO PLAN DE LA REUNIÓN * Relato de acontecimientos más significativos ocurridos desde la última reunión; salmo compartido. * Presentación de la experiencia de Bartolomé de las Casas: la experiencia de la Palabra viva le compromete. * Dialogo: nuestra reacción ante dicha experiencia . * Oración comunitaria: salmo compartido, desde la propia situación. PISTA PARA LA REUNIÓN CASAS-B-DE-LAS/CV * Se trata de la conversión profética de Bartolomé de las Casas, cumplida en abril de 1514, acontecimiento que relata en la Historia de las Indias, libro lll, capítulo 79. Bartolomé había llegado a América el 15 de abril de 1502, a los nueve años del descubrimiento del continente por Colón, y había participado con Ovando en la violenta conquista de los indios taínos. Ya como sacerdote, fue la primera vocación sacerdotal americana y el que rezó por vez primera la primera misa como sacerdote en 1511, siendo su padrino el mismo Diego de Colón, hijo del descubridor. Conoció en la Hispañola a los dominicos Pedro de Córdoba y Antón de Montesinos. Con Pánfilo de Narváez participó, desde enero de 1513, en la conquista de la isla de Cuba, donde la dominación europea de los cristianos se impuso «a sangre y fuego». Bartolomé recibió como pago de sus servicios un grupo de indios que trabajaban para él (el sistema del repartimiento). Durante doce años había sido cómplice de la violencia en el Caribe: «El clérigo Bartolomé de las Casas -escribe autobiográficamente- andaba bien ocupado y muy solícito en sus granjerías, como los otros, enviando sus indios a su repartimiento a las minas, a sacar oro y hacer sementeras, y aprovechándose de ellos cuanto más podía.» Llegando Diego Velázquez a la villa del Espíritu Santo, y como «no había en toda la isla clérigo ni fraile», le pidi6 a Bartolomé celebrar la
eucaristía y les predicara el evangelio. Por ello, Bartolomé se decidió «dejar su casa que tenía en el río de Arimao» y «comenzó a considerar consigo mesmo sobre algunas autoridades de la Sagrada Escritura». Es importante el texto bíblico que sirvió de punto de apoyo para la conversión profética del gran luchador del siglo XVI: «Fue aquella principal y primera del Eclesiástico (Ben Sira) cap. 34: "Sacrificios de bienes injustos son impuros, no son aceptadas las ofrendas de los impíos. El Altísimo no acepta las ofrendas de los impíos ni por sus muchos sacrificios les perdona el pecado. Es sacrificar al hijo en presencia de su padre robar a los pobres para ofrecer sacrificio. El pan es vida del pobre, el que se lo defrauda es homicida. Mata a su prójimo quien le quita su salario, quien no paga el justo salario derrama su sangre". Comenzó -continúa Bartolomé-, digo, a considerar la miseria y servidumbre que padecían aquellas gentes (los indios): Aplicando lo uno (el texto bíblico) a lo otro (la realidad económica caribeña), determinó en sí mismo, convencido de la misma verdad, ser injusto y tiránico todo cuanto acerca de los indios en esta india se cometía.» Bartolomé no pudo celebrar su misa, su culto eucarístico. Primero liberó a sus indios («acordó totalmente dejarlos») y comenzó su acción profética, primero en Cuba, después en Santo Domingo, posteriormente en España y después en todos los reinos de las Indias, «quedando todos admirados y aun espantados de lo que les dijo». «Tratando de la vida contemplativa y activa, que es la materia del evangelio de aquel domingo, tocando las obras de caridad, fuele necesario mostrarles la obligación que tenían a las cumplir y ejercitar en aquellas gentes de quien tan cruelmente se servían.» Lo cierto es que el texto de Eclo 34,18-22 tenía una estructura sorprendente. (E Dussel) ........................................................................ TEMA 69-4 OBJETIVO: INICIACIÓN EN LA VISIÓN CRISTIANA DEL MUNDO: Nl COMPROMISO SIN FE Nl FE SIN COMPROMISO PLAN DE LA REUNIÓN * Oración inicial: salmo compartido desde la propia situación. * Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión: «El proceso de conversión lleva»... (DOC-4. 1,7.1).
* Diálogo: orientación y revisión del proceso catecumenal . * Oración comunitaria: desde la propia situaci6n. PISTA PARA LA REUNIÓN 1 A la denuncia de las grandes diferencias sociales. 2 Hacia una sociedad sin clases. 3 Hacia una escuela que no reproduzca las desigualdades sociales. 4 A una lucha eficaz contra el paro. 5 A una justa distribución del trabajo. 6 Hacia una sociedad menos consumista. 7 A una opción por los pobres. 8 (...) HAY UNA ESPERANZA PARA EL MUNDO HAY UNA ESPERANZA PARA Tl ¡RESUCITAREMOS!
OBJETIVO CATEQUÉTICO * Descubrir que en Cristo resucitado se le ofrece al hombre la victoria sobre la muerte, el último enemigo. 40. El mayor enigma de la vida humana MU/ENEMIGA: La muerte es el mayor de los enigmas, la más seria amenaza a las ansias humanas de vivir, el último enemigo (1 Co 15, 26) del hombre: «El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua» (GS 18). La muerte desconcierta, sobrecoge, escandaliza. Frente a ella, de uno u otro modo, el hombre se pregunta: ¿Por qué la muerte? ¿Habrá algo después? ¿Qué será de mí y de los míos? (47). 41. En cuestión el sentido de la vida y Dios mismo ¿Estamos condenados a muerte o existe para nosotros una esperanza? La muerte pone en cuestión el ser y el sentido de la existencia humana. Si el hombre es, en realidad, un ser para la muerte, bien puede decirse también que es una pasión inútil. Ahora bien, la muerte pone en cuestión también a Dios. Dios es el Señor de la vida y de la muerte y, además, es Amor. El verdadero amor pide eternidad. Si la muerte fuese lo más fuerte, o Dios no sería Dios o Dios no sería amor. Es Dios mismo quien ha sembrado en el corazón del hombre un anhelo de inmortalidad (48).
42. «Hay esperanza para tu futuro» El israelita creyente ha intuido por su fe en el Dios de la Alianza, que Dios mantendrá fielmente a los suyos consigo para siempre: «No dejarás a tu amigo ver la fosa; me librarás de las garras de la muerte, me colmarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha» (Sal/015/10-11). Dios, comprometido fiel y amorosamente con los suyos para siempre, nos llama sin cesar a la esperanza: «Así dice Yahvé: Reprime tu voz del lloro y tus ojos del llanto, porque... hay esperanza para tu futuro» (Jr/31/16-17). Llamarnos a la esperanza es una costumbre de Dios. Sus costumbres son eternas. Por eso, desde el principio (Gn 3,15), la historia de la salvación es una invitación de Dios para que el hombre espere, incluso contra toda esperanza (Rm/04/18). Dios es la esperanza en persona, como dice el salmista: «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno, tú me sostenías, siempre he confiado en ti» (Sal 70, 5-6) (49). 43. Hubo esperanza para Abraham ABRAHAN/ESPERANZA Hubo esperanza para Abraham. Esperó lo humanamente inesperable. Dios le había dicho: «... Te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré crecer sin medida» (/Gn/17/05-06). Abraham era ya viejo y su mujer estéril; sin embargo, creyó y esperó en la Palabra de Dios que le prometía una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo (Gn 15, 5). Abraham, «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: 'Así será tu descendencia'. No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto -tenía unos cien años- y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación» (/Rm/04/18-22) (50). 44. Hubo esperanza para Israel Hubo esperanza para Israel en medio del mar y en las soledades del desierto, donde no había camino: «Así dice el Señor, que abrió camino en el mar, y senda en las aguas impetuosas... Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo» (Is 43, 16-19). Y en medio del destierro, donde no había regreso: «Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares» (Sal 125,1 -2). Era el cumplimiento del anuncio profético:
«... Volverán de tierra hostil» (Jr 31, 16) (51). 45. Hubo esperanza para Jesús Hubo esperanza para Jesús: un «tercer día» ante el máximo enigma del hombre, la muerte. En efecto, ha habido un hombre que ha esperado como nadie, allí donde se troncha y desaparece toda esperanza humana. Ese hombre ha sido Jesús. El horizonte de Jesús se había ido cerrando progresivamente: la intriga, la persecución, la calumnia, la condena y, finalmente, la muerte. Todo había caído sobre él. Era una situación sin salida. Jesús lo sabe y así lo dice a sus discípulos en distintas ocasiones: «Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día» (Mt 16, 21) (52). 46. Un «tercer día» más allá de la muerte «... Y al tercer día resucitará» (Mt 17, 23; 20,19). Jesús confía totalmente en el Padre: por muy honda que sea su caída en el oscuro abismo de la muerte, nada podrá impedir que se manifieste triunfalmente la acción salvadora de Dios. Jesús sabe que de su humillación y de su muerte el Padre sacará la glorificación y la vida. Cambiará su suerte, habrá un tercer día más allá de la muerte, resucitará (53). 47. ¡Cristo ha resucitado! «Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hch 2, 36). ¡Cristo ha resucitado! Este es ya el gran acontecimiento. Un muerto, Jesús, condenado y ejecutado por la turbia justicia de los hombres, vive. La resurrección de Cristo significa la ratificación categórica de lo que los justos del Antiguo Testamento habían presentido: Dios no abandona a sus elegidos al poder de la muerte. En Cristo ha desvelado este gran misterio (54). 48. Resucitaremos como El Como dice San Pablo, nosotros, porque Cristo ha resucitado, resucitaremos a imagen de Cristo resucitado, como plenitud del cuerpo resucitado de Cristo, del que los bautizados somos miembros. Por eso San Pablo llama a Cristo Resucitado «primicias» (1 Co 15-20) o «primogénito de entre los muertos" (Col 1, 18). Su resurrección no es
el final feliz de un destino meramente individual, sino la anticipación y el modelo de un destino común a todos los suyos. Si el cristiano es el hombre que va asemejándose a Cristo como a su prototipo (cfr. Rm 8, 29), ese proceso de asimilación no estará completo hasta que, muerto con El, resucite como El. Para representarnos, pues, nuestra resurrección, no tenemos otra referencia que el misterio de la resurrección de Cristo. Sabemos que Cristo una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más y que la muerte no tiene ya dominio sobre él; su vida es un vivir para Dios (cfr. Rm 6, 8-10). Por eso, resucitaremos a una vida no señalada ya para siempre por el poder y la amenaza de la muerte. Viviremos para Dios (55). 49. Seremos los mismos. CUERPO/RS: Según formulaciones de la fe de la Iglesia, «los muertos resucitarán en sus cuerpos»... (Símbolo, Fides Damasi; DS 72); «con sus propios cuerpos que ahora tienen» (Concilio IV de Letrán, DS 801). La resurrección de los muertos será «la resurrección de la misma carne que ahora tengo» (Profesión de fe impuesta a los Valdenses po Inocencio lll, DS 797). La fe cristiana no se limita a sostener el hecho de la resurrección, defiende además la identidad corporal del resucitado. Pero no podemos pensarla ingenuamente como una identidad groseramente material, como un retorno de la carne y sangre perecederas. En el fondo, la Iglesia, con su fe en la identidad del cuerpo resucitado, trata de salvaguardar la identidad del hombre resucitado con el hombre de la anterior existencia temporal. El cuerpo, en efecto, es la totalidad de mi persona en tanto me expreso y asomo a lo exterior. La corporeidad de la resurrección será la mía; más aún, será más mía que nunca lo fue en mi vida terrena (56). 50. En plenitud : El hombre muestra por su cuerpo lo que él es, en el gesto, en la palabra corporalmente articulable y perceptible. Durante la existencia terrena, esa automanifestación no se logra del todo; es, o puede ser, ambigua, equívoca, bien porque el hombre se enmascara con la mentira o el disimulo, bien porque no ha llegado aún a forjarse un semblante definitivo. Resucitar «con el mismo cuerpo» significará, por tanto,
resucitar con un cuerpo propio, que transparente la propia y definitiva mismidad, ya sin posible equívoco: un cuerpo que es más mío que nunca, por cuanto es supremamente comunicativo de mi yo. El cuerpo glorioso («pneumático», espiritual, /1Co/15/44) es el yo irradiando la vida del Espíritu, libre de todo automatismo inconsciente, depositario de una plenitud integral que nace en el núcleo más íntimo de la persona y alcanza y transfigura su corporeidad. Existe una misteriosa continuidad entre nuestra actual corporeidad y la plenitud de nuestra resurrección en Cristo (57). 51. La inmortalidad del alma La vida del hombre, en su núcleo más general, continúa más allá de la muerte, inmediatamente después de ella, y «previamente» a su resurrección. Por supuesto, dichas determinaciones temporales no corresponden del todo, unívocamente, a las de nuestro tiempo terrenal. Por eso puede decir con verdad Jesús al buen ladrón: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). Y Pablo, por su parte, puede escribir a la comunidad de Corinto: «Preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor» (2 Co 5, 8). Y a los filipenses: «Deseo morir y estar con Cristo» (Flp 1, 23). La liturgia en uno de los Prefacios de difuntos, lo proclama así: «La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma». La «inmortalidad del alma» no expresa por sí sola, como creencia de las religiones primitivas ni como pura y simple convicción filosófica, la totalidad del destino final del hombre ni los motivos originales de la fe en la resurrección. La inmortalidad del espíritu humano es contemplada por la fe en el contexto de la resurrección (58). 52. Creemos en la comunión de los santos El Papa Pablo VI expresa de esta manera en el Credo del Pueblo de Dios la fe de la Iglesia en el misterio, ya actual, de la comunión de los santos. «Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones, como nos aseguró Jesús: Pedid y recibiréis» (CPD 30) (59). 53. Cristo ha hecho de la historia humana el tiempo de la esperanza.
Un «tercer día» para el mundo La Resurrección de Jesús ha inaugurado para el mundo entero el amanecer de un nuevo día, el Día de la Resurrección, el "tercer día". El tercer día no es tanto un día solar de calendario, como, sobre todo, el principio que cualifica todo el tiempo nuevo: el tiempo que sigue a la resurrección de Jesús. Cristo ha hecho de la historia humana el tiempo de la esperanza. La muerte no tendrá poder definitivo sobre el hombre y sobre el mundo. Por ello, puede decir Pablo: «La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Co 1 5, 54- 55). San Ignacio de Antioquía ha expresado admirablemente ante su propio martirio, la fe cristiana en el amanecer de ese nuevo día que venza la oscuridad de la muerte: «Bello es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, se oculte en Dios, a fin de que en El yo amanezca» (63). 54. «Hay para ti un mañana y no habrá sido vana tu esperanza» Hay una esperanza para el mundo, una esperanza para el hombre, una esperanza para ti. Nuestra esperanza se llama Cristo Resucitado: «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4, 12). Si acoges en tu vida la acción de Cristo Resucitado, ciertamente «hay para ti un mañana y no habrá sido vana tu esperanza» (cfr. Pr 24, 14). No temas. Son para ti estas palabras de Jesús resucitado: «No temas: Yo soy el primero y el último, y soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno» (AD 1. 17-18) (64). ........................................................................ TEMA 70 OBJETIVO: DESCUBRIR QUE EN CRISTO RESUCITADO SE LE OFRECE AL HOMBRE LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE, EL ULTIMO ENEMIGO PLAN DE LA REUNIÓN * Información: personas, hechos, problemas... * Presentación del tema 70 en sus puntos clave. * Diálogo: mensaje de la resurrección e interrogantes humanos ante el hecho de la muerte; ¿cómo es vivido desde la propia experiencia de fe? * Oración comunitaria: Sal 15, canción apropiada.
PISTA PARA LA REUNIÓN PUNTOS CLAVE * Un «tercer día» más allá de la muerte. * Cristo ha resucitado. * Resucitaremos como El. * Seremos los mismos. * En plenitud. * La inmortalidad del alma. * Comunión de los santos. * Hay un mañana para el mundo, hay un mañana para SÓLO DIOS CONOCE Y JUZGA DE VERDAD AL HOMBRE OBJETIVO CATEQUÉTICO * Descubrir el juicio como aspecto fundamental del proceso de evangelización. 55. Oculto el sentido de las cosas, de los acontecimientos, de las personas Las apariencias nunca revelan nítidamente la interioridad de los seres, cuyo sentido último permanece, las más de las veces, oculto o sólo parcialmente desvelado. Los hechos de la vida y los acontecimientos de la historia son, por lo común, ambiguos y opacos: que posean un significado dista mucho de ser evidente. La verdad total queda oculta. El sentido pleno de las cosas también (65). 56. Cuando actúa en la historia, Dios juzga Para el creyente, Dios no interviene de una manera particular, en la historia, sin juzgar. Su intervención tiene siempre una doble vertiente: salva y juzga. La prioridad corresponde, con todo, al aspecto salvífico. El juicio de Dios es, fundamentalmente, para la salvación. Es el día esperado por el creyente. Cuando la Iglesia primitiva confesaba su fe en el Cristo juez («vendrá a juzgar»), lo que resonaba en el fondo de este artículo de fe era el mensaje confortante de la gracia vencedora (Mt 25, 21 ss; Lc 10, 18; 2 Ts 2, 8; 1 Co 15, 24), pues el juicio será la victoria definitiva de Cristo y de los suyos sobre los poderes hostiles. El creyente, que vive según su fe, no tiene por qué temer este día del Señor como si fuera para él un día de ira. Así lo dice San Juan: «En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme, no ha llegado a
la plenitud en el amor» (1 Jn 4, 17-18) (66). 57. Dios sondea las entrañas y los corazones En el Antiguo Testamento, la fe en el juicio de Dios es una convicción tan fundamental que nunca se pone en duda. Dios, el Señor, gobierna el mundo y, particularmente, a los hombres. Su palabra determina el derecho y fija las reglas de la justicia. Dios sondea las entrañas y los corazones (Jr 11, 20; 17, 10; 20, 12) conociendo así perfectamente a los justos y a los culpables. Como, por otra parte, posee el dominio de los acontecimientos, no puede dejar de guiarlos para que finalmente los justos escapen a la prueba y los malos sean castigados (cfr. Gn 18, 22ss). No se entendería el drama de Job sin esta convicción fundamental. Los salmos están llenos de las súplicas que le dirigen justos perseguidos (Sal 9, 20; 25, 1; 34, 1-24, 42, 1, etc.). La experiencia histórica aporta a los creyentes ejemplos concretos de este juicio divino, al que están sometidos todos los hombres y todos los pueblos (67). 58. Acontecimientos históricos que significan la aversión de Dios hacia el pecado humano. En el momento del éxodo Dios juzgó a Egipto, es decir, castigó al opresor de Israel, a quien El quería otorgar la libertad (Gn 15, 14; Sb 11, 10). Los castigos de Israel en el desierto son acontecimientos históricos que significan el juicio de Dios contra un pueblo infiel. El exterminio de los cananeos en el momento de la conquista es otro ejemplo de lo mismo, que muestra a la vez el rigor y la moderación de los juicios divinos (Sb 12, 10-22). Y si retrocedemos, en el tiempo, hallamos una decisión de Dios juez al principio de todas las catástrofes que caen sobre la humanidad culpable; cuando la ruina de Sodoma (Gn 18, 20; 19, 13), en el diluvio (Gn 6, 13), en ocasión del pecado de los orígenes (Gn 3, 14-19). El recuerdo del juicio que amenaza, el anuncio de su inminente realización, forman parte importante de la predicación profética. Bajo el anuncio de las catástrofes venideras hay que leer la espera de acontecimientos históricos que significarán en el plano experimental la aversión de Dios hacia el pecado humano (68). 59. Evocación profética de un juicio final. El «día de Yahvé» Después del destierro de Babilonia, el tema del juicio de Dios de la antigua fe de Israel se desenvuelve, por obra de los escritores apocalípticos, en la creencia de un juicio universal que habría de abarcar y alcanzar a los pecadores del mundo entero y a todas las colectividades enemigas de Dios y de su pueblo, ya que constituiría el preludio obligado del anuncio profético de la salvación. Dios juzgará al
mundo por el fuego (Is 66, 16). Reunirá a las naciones en el valle de Josafat ("Dios juzga"): Serán entonces la siega y la vendimia escatológicas (Jl 4, 12-13). El libro de Daniel describe con imágenes alucinantes este juicio que vendrá a cerrar el tiempo y a abrir el reinado eterno del Hijo del hombre (Dn 7, 9-12, 13). La escatología desemboca aquí más allá de la tierra y de la historia. Lo mismo sucede en el libro de la Sabiduría (Sb 4, 20-5, 23). Sólo los pecadores deberán entonces temblar, pues los justos serán protegidos por Dios mismo (4, 15ss; cfr. 3, 1-9) (69). 60. El juicio de Dios, instancia de los oprimidos En los salmos posteriores al destierro, la apelación al Dios juez aparece en ellos como una instancia destinada a acelerar la hora del juicio final (Sal 93, 2). Y se canta por anticipado la gloria de esta audiencia solemne (Sal 74, 2-11; 95, 12-13; 97, 7-9), en la certeza de que Dios hará finalmente justicia a los pobres que sufren (Sal 139, 13-14). Así los oprimidos aguardan el juicio con esperanza. A pesar de todo, queda en pie una amenaza tremenda (Sal 142, 2): todo hombre es pecador delante de Dios (70). 61. El juicio, aspecto fundamental de la predicación del Evangelio Con la predicación de Jesús, quedan inaugurados los últimos tiempos: el juicio escatológico se actualiza ya, aunque todavía haya que esperar la venida gloriosa de Cristo para verlo realizado en su plenitud. La predicación de Jesús se refiere frecuentemente al juicio del último día. Todos los hombres habrán entonces de rendir cuenta (cfr. Mt 25, 14-30). Una condenación rigurosa aguarda a los escribas hipócritas (Mt 12, 40ss), a las ciudades del lago que no han escuchado la predicación de Jesús (Mt 11, 20-24), a la generación incrédula que no se ha convertido a su palabra (12, 30-42), a las ciudades que no acojan a sus enviados (10, 14-15). Por lo demás, desde los Hechos hasta el Apocalipsis, todos los testigos de la predicación apostólica reservan un puesto esencial al anuncio del juicio, que invita a la conversión (Hch 17, 31; cfr. 24, 25; 1 P 4, 2-3; 2 Co 5, 10-11; Hb 6, 2). Más aún, Pablo afirma que por el Evangelio -anunciado por él-, se está ofreciendo, cierto, la justificación y salvación de Dios, pero «desde el cielo Dios revela, además, su reprobación de toda impiedad e injusticia de los hombres que tienen la verdad prisionera de la justicia» (Rm 1, 18) (71).
62. Diversa situación del hombre en el contexto plural de las religiones Nos dice la Escritura que el juicio de Dios tendrá en cuenta la diversa situación del hombre en el contexto plural de las religiones. Así serán juzgados bajo la ley mosaica aquellos que la invocan: «Cuantos pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados...; los que la cumplen, ésos serán justificados» (Rm 2, 12-13). Serán juzgados según la ley escrita en la conciencia quienes no hayan conocido otra: «Cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismo son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia con sus juicios contrapuestos que les acusan y también les defienden...» (Rm 2, 14-15). Quienes hayan recibido el Evangelio serán juzgados por la Ley de la libertad cristiana: «Hablad y obrad tal como corresponde a los que han de ser juzgados por la Ley de la libertad.» El sentido de esta libertad es dado a continuación; la libertad de actuación discurre por los caminos de la misericordia: «Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia» (St 2, 12-13) (72). 63. Los que inculpablemente desconocen el Evangelio «Los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, dice el Concilio Vaticano Il, pero buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, por cumplir en las obras su voluntad conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. La divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a aquellos que inculpablemente no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en alcanzar la vida recta» (LG 16) (73). 64. La actitud adoptada por los hombres frente al Evangelio Esto supuesto, el criterio principal del juicio será la actitud adoptada por los hombres frente al Evangelio, esto es, frente a Cristo: «El que cree en él, no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas» (Jn 3, 18-19) (74). 65. En el proceso de Jesús es juzgado el mundo Hubo un crimen en el que la rebeldía humana llegó con un simulacro de juicio legal al colmo de su malicia: la ejecución de Jesús. Durante este juicio inicuo se remitió Jesús a aquel que juzga con justicia (1 P 2, 23); así Dios al resucitarlo lo rehabilitó en sus derechos: No era posible que el Justo quedara abandonado al poder del pecado y de la muerte (cfr. Hch 2, 24). Antes al contrario, la muerte de Jesús señala el momento en que Dios juzga al mundo definitivamente; en el tiempo posterior se irá explicitando esta sentencia. A partir de ese momento, el Espíritu en forma permanente confundirá al mundo, testimoniando que el pecado está de parte del mundo, que la justicia está del lado de Jesús, que el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado, es decir, condenado (cfr. Jn 16, 8-11). Tal es la manera como se realiza el juicio escatológico anunciado por los profetas: desde el tiempo de Cristo es ya un hecho adquirido, constantemente presente, del que sólo se espera la consumación final (75). 66. La actitud adoptada por los hombres frente al prójimo Junto a la actitud adoptada por los hombres ante Jesús no menos se tomará en cuenta para el juicio su conducta con el prójimo, sacramento de Cristo: «Y el rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40; cfr. 25, 45). La prueba irrefutable de la autenticidad en la fe consiste en que nos lleve a descubrir efectivamente a Cristo en su imagen, nuestro prójimo. Quienes han sellado con las obras del amor esta ardua identificación de Cristo en el prójimo, ésos son los verdaderos creyentes: «Todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1 Jn 4, 7). Quienes, por el contrario, en el prójimo maltratado y humillado no hubieren descubierto el rostro desfigurado del Siervo de Yahvé, no alcanzarán tampoco reconocimiento por parte del mismo Señor en su venida gloriosa: «En verdad os digo, no os conozco» (Mt 25, 12) (76). 67. Con la muerte se hace definitiva e irrevocable la orientación del hombre en relación con Dios Mientras vive en las condiciones de este mundo, el hombre puede,
hablando en general, revocar y cambiar en cualquier momento de su vida la decisión fundamental que antes tuviere tomada a favor de Dios o contra él y su revelación en Cristo. Pero llegada su muerte, tal decisión del hombre queda ya cerrada y fija para siempre. Con la muerte, se hace definitiva e irrevocable la orientación del hombre en relación con Dios: o vivirá siempre cara a Dios o de espaldas a él. Esta es la fe de la Iglesia (DS, 839; 854; 925-926; 1000-1002; 1304-1306), conforme con la afirmación de San Pablo: «Es necesario que todos seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal» (2 Co 5,10; cfr. Jn 9,4; Lc 16,26) (77). 68. Desvelamiento de la actitud asumida en el secreto de los corazones.El juicio comienza ahora No es el juicio divino lo que constituye de suyo al hombre en inocente o culpable, en el estado de salvación o de condenación. Es la radical aceptación de Dios o su repulsa por parte del hombre lo que cualificará en un sentido u otro una situación que respecto a Dios ha de quedar fija para siempre con la muerte del propio hombre. El juicio de Dios descubre- no constituye- esa situación. Como dice San Juan: «Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3,17-19). En la actitud, pues, que cada uno asume en relación con la luz y las tinieblas, se opera ya inmediatamente la separación, el juicio. Es el juicio divino una revelación del secreto de los corazones humanos. El juicio final no hará sino manifestar en plena luz la discriminación que ha empezado a operarse ya desde ahora en el secreto de los corazones (78). 69. La fe viva, razón de nuestra confianza ante el juicio de Dios El juicio final pondrá en claro el verdadero valor de las obras de los hombres: «No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. El iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón» (1 Co 4, 5). Ante un juicio semejante, surge necesaria la pregunta ¿quién podrá salvarse?: «Si llevas cuentas de
los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?» (Sal 129,3). En efecto, nadie podría salvarse apoyado exclusivamente en sus propios méritos. Desde el principio, la humanidad entera es culpable delante de Dios (Rm 3, 10-20). Pero ahora con Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, se revela la justicia de Dios, no la justicia que castiga, sino la que justifica y salva a quienes creen (cfr. Rm 3, 21-22). Como dice San Pablo: «Ahora no pesa condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús» (Rm 8, 1). Así, pues, el hombre cuya fe en Cristo es fe viva por la esperanza y el amor, ya no tiene por qué temer. Recordemos las palabras de San Juan: «En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio... No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor» (1 Jn 4,17- 18). Su confianza en Dios no hace al creyente descuidado en el servicio a su Señor. Vive como quien ha de dar cuenta (79). 70. La enseñanza del Concilio Vaticano II El Concilio Vaticano II nos recuerda la necesidad de vivir vigilantes y con esperanza: "Y como no sabemos el día ni la hora, es necesario, según la amonestación del Señor, que velemos constantemente, para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (cfr Hb 9, 27), merezcamos entrar con El a las bodas y ser contados entre los elegidos (cfr. Mt 25, 31 -46), y no se nos mande, como siervos malos y perezosos (cfr. Mt 25, 26) ir al fuego eterno (cfr. Mt 25, 41), a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22, 13 y 25, 30). Pues antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas o malas que haya hecho en su vida mortal (2 Co 5, 10) y al fin del mundo saldrán los que obraron el bien para la resurrección de vida; los que obraron el mal, para la resurrección de condenación (Jn 5, 29; cfr. Mt 25, 46). Teniendo, pues, por cierto, que los padecimientos de esta vida son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros (Rm 8, 18; cfr. 2 Tm 2, 11-12), con fe firme aguardamos la esperanza bienaventurada y la llegada de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo (Tt 2, 13), quien transfigurará nuestro abyecto cuerpo en cuerpo glorioso semejante al suyo (Flp 3, 21) y vendrá para ser glorificado en sus santos y mostrarse admirable en todos los que creyeron (2 Ts 1, 10) (LG 48) (80).
........................................................................ TEMA 71 OBJETIVO: DESCUBRIR EL JUICIO COMO ASPECTO FUNDAMENTAL DEL EVANGELIO: SÓLO DIOS CONOCE Y JUZGA DE VERDAD AL HOMBRE PLAN DE LA REUNIÓN * Oración inicial: Sal 94. * Presentación del tema 71 en sus puntos clave. * Diálogo: lo más importante. * Lecturas: Sb 12,10-22; 1 Jn 4,17-18; Jn 3,18-19; Mt 25,31-46. * Diálogo: ¿qué significa para nosotros este aspecto fundamental del evangelio? * Oración final: Sal 143. PISTA PARA LA REUNIÓN PUNTOS CLAVE * Una historia ambigua. * Cuando Dios actúa, juzga. * Dios sondea los corazones. * En acontecimientos históricos. * El «día de Yahvé». * Instancia de los oprimidos. * El juicio, aspecto fundamental. * Pluralismo religioso. * Actitud adoptada ante el evangelio y ante el pr6jimo. * La frontera de la muerte. * Desvelamiento de la actitud. * El juicio comienza ahora. EL INFIERNO: EL PECADO ETERNIZADO
OBJETIVO CATEQUÉTICO * Descubrir que el infierno no es creación de Dios, sino resultado del pecado del hombre. Las palabras de la Escritura sobre el infierno son un aviso amoroso de Dios, una llamada a la conversión . 71. El enigma del infierno Sobre la realidad del infierno se opina a veces: «El infierno no existe», «Es un invento de los curas». A veces también salen al paso preguntas como éstas: «Si Dios es bueno, ¿cómo puede haber infierno?", «¿Puedo hacer yo algo que merezca un castigo tan grande?»... Y muchas veces,
en el fondo de estas opiniones e interrogantes, late la pregunta: ¿Qué es realmente el infierno? (81). 72. ¿Qué dice la Palabra de Dios? Una cosa es cierta. El infierno es una realidad de la que no tenemos una experiencia directa. La realidad del «más allá» nos es dada a conocer por revelación de Dios. Por ello el creyente que vive convencido del efectivo cumplimiento de la Palabra de Dios y aun tiene desde la fe experiencias, todo lo parciales que se quieran, de dicho cumplimiento, toma en serio lo que la Sagrada Escritura dice acerca del infierno y lo recibe como un aviso amoroso de Dios que quiere evitarnos la caída en él y no simplemente dar pábulo a una pura especulación inútil. Pues el proyecto y la voluntad de Dios son de salvación. Como él mismo dice por el profeta Jeremías: "Mis pensamientos son pensamientos de paz y no de aflicción" (Jr 29, 11) (82). 73. Dios quiere la salvación de todos En efecto, la Palabra de Dios anuncia, por encima de todo, la voluntad de Dios de salvar a todos los hombres. Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tm/02/04). Esto es lo que dice Jesús a Nicodemo: «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por El» (Jn/03/17; cfr. Jn 12, 47-48) (83). 74. EI infierno es fruto del pecado: el pecado eternizado A pesar de esta voluntad de salvación por parte de Dios, el hombre puede oponer un «no» al proyecto salvador de Dios y elegir una vida cerrada sobre sí mismo, de espaldas a Dios, a los demás y al mundo de la nueva creación. Cuando al hombre con su muerte se le convierte en fija e irrevocable su opción frente a Dios, entonces entra el hombre en el estado que llamamos infierno. Como el pecado, el infierno es obra del hombre, no de Dios. Así como Dios no puede querer ni crear el pecado, tampoco puede ni querer ni crear el infierno. El infierno es el estado de pecado, irrevocable, consumado y, por decirlo así, eternizado. Para que haya infierno, no es necesario que Dios lo haya creado. Basta con que haya hombres que opten por vivir su vida al margen de Dios. Por lo
que a Dios toca, Dios es, más bien, amigo de los hombres y ha optado por su vida, no por su muerte, pues «Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera» (/Sb/01/13-14). El infierno supone la lejanía total de Dios y de los otros. Es la ruptura definitiva de toda alianza (84). 75. EL infierno, la realidad final de un mundo sin Cristo. La "muerte segunda" Para confesar la muerte de Cristo, el Símbolo Apostólico utiliza esta expresión antigua: «Descendió a los infiernos". Del condenado en el juicio de Dios decimos también que desciende al infierno. Estas dos afirmaciones se refieren a dos sucesos diversos con consecuencias también diversas: Cristo desciende para ascender nuevamente con una muchedumbre innumerable de hermanos que estaban padeciendo la común suerte de la humanidad, mientras que para el condenado el infierno cierra tras él definitivamente sus puertas. En estas dos afirmaciones, sin embargo, usamos la misma palabra: infierno. No se trata de una coincidencia casual; más bien hay en ello una lógica profunda. Los «infiernos» del Símbolo Apostólico son, como el «infierno» el reino de la muerte, y sin Cristo no habría en el mundo más que un solo infierno y una sola muerte, la muerte eterna, la muerte «señora de la historia". Si hay para algunos una muerte primera, provisional y separable de una «muerte segunda» (/Ap/21/08), la causa está en que Jesucristo destruyó el reinado de la muerte a secas. Por haber bajado Jesús a los infiernos, los infiernos no son ya el infierno; pero lo serían, si él no hubiese bajado. El infierno significa, en suma, la realidad final de un mundo sin Cristo (85). 76. Antes de Cristo Antes de su venida, Cristo es prometido y esperado. El hombre del Antiguo Testamento, en la medida que acoge esta promesa, ve iluminarse una situación (sus «infiernos») con una claridad que se convierte en certeza. Y viceversa, en la medida en que la rechaza, se oscurece su situación y él mismo se sume en un abismo, en el que el poder de Satán se hace más horroroso: sus infiernos se convierten en infierno (86). 77. Como Sodoma y Gomorra, como el valle de la Gehenna . Dios quiere que el hombre evite esta situación de ruptura definitiva de toda alianza con él y con el prójimo. Las palabras de Dios sobre el infierno son un aviso amoroso. La Sagrada Escritura expresa este aviso
mediante una gran variedad de imágenes. Todas ellas vienen a apuntar a la misma realidad: una situación de condena, la más desgraciada, la más desesperada de todas. El Antiguo Testamento alude a dos experiencias terribles como imágenes de la suerte reservada a los impíos: la consunción de Sodoma y Gomorra por las llamas (Gn 19, 24-25; Am 4, 11; Sal 10, 6) y la devastacion del paraje de Tofet, en el valle de la Gehenna, lugar de placer destinado a convertirse en lugar de horror: «Y al salir verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí: su gusano no muere, su fuego no se apaga, y serán el horror de todos» (Is 66, 24) (87). 78. Negación de la comunión con Dios El Nuevo Testamento determina el estado del condenado mediante expresiones que significan todas, diversamente, la negación de aquella comunión que constituye la dicha de la vida eterna: perder la vida (Mc 8, 35), no ser conocido (Mt 7, 23), ser echado fuera (Lc 13, 23ss), etc. Todas estas expresiones presentan el estado de condenación como consistente, ante todo, en la exclusión del acceso inmediato a Dios y a Cristo por el que se logra la vida eterna. El infierno es, pues, la negación definitiva de la comunión de vida con Dios, lo contrario de la vida eterna (88). 79. La privación eterna de Dios, total fracaso de la vida del hombre y el mayor de los sufrimientos El Nuevo Testamento, además, amontona expresiones imaginativas para apuntar hacia algo tan fuera del alcance de nuestra experiencia, la muerte eterna. A propósito de ella se habla de gehenna de fuego (Mt/18/09), horno de fuego (Mt/13/50), tinieblas exteriores (Mt/22/13), llanto y crujir de dientes (Mt/13/42), etc. Este lenguaje quiere subrayar que la privación eterna de Dios lleva consigo para el hombre el total fracaso de su vida y, por tanto, el mayor de los sufrimientos. El fuego como destino de aquello que no servía ya para nada, era corriente en Palestina. En el lenguaje conminatorio del Bautista, el árbol que no da fruto será echado al fuego (Mt 3,10); lo mismo sucederá con la paja, una vez separada del trigo (Mt 3,12). Jesús se expresa de modo semejante (Mt 7,19; 13, 30.40-42) (89). 80. La negación de toda comunidad Desde el punto de vista de la relación con los otros, el infierno es la
incomunicación, la soledad. El que se había elegido a sí mismo como centro exclusivo de su vida, encontró ya al fin lo que en el fondo quería: se tiene sólo a sí mismo. El infierno es el egoísmo llevado a término. Quien no quiere amar, renuncia a ser amado. En esa soledad del infierno, nadie habla con nadie, nadie conoce a nadie. Ha cesado todo diálogo. La imagen sobrecogedora del único lenguaje posible en el infierno es el crujir de dientes de los textos sinópticos, el sonido inarticulado, no significativo, no comunicativo. El infierno es, en verdad, el «no pueblo», la «anticiudad», la negación de toda comunidad (90). 81. La hostilidad de la creación Desde el punto de vista de su relación con el mundo, el condenado no puede prescindir de la Nueva Creación, pero no encuentra su sitio en ella. El Mundo nuevo no resulta para él morada, albergue acogedor. El condenado tiene experiencia del mundo como de algo extraño, medio inhóspito que le asedia y oprime sin que él pueda evadirse. El universo saldrá «a pelear contra los insensatos» (Sb 5, 20) (91) 82. El infierno comienza ya ahora Como sucede con el Reino de Dios, también su oponente, el infierno, comienza ya desde ahora a desplegar en cierta forma su poder. La experiencia de cada día nos depara situaciones verdaderamente infernales en la familia, en la sociedad, en el mundo, a causa del pecado. Nuestra historia contemporánea sabe de hombres animados por una voluntad realmente satánica: hombres que no dudan en levantar sus vidas sobre los despojos de sus semejantes (92). 83. Lo contrario de lo que el hombre está llamado a ser De espaldas a Dios, a los demás y al mundo, el hombre viene a ser justamente lo contrario de lo que estaba llamado a ser. La vida humana queda sin sentido, sin razón de ser. sin esperanza. Es tan inútil como el árbol sin fruto o la paja sin grano, algo que se echa al fuego porque no sirve para nada: «Lo mismo sucederá al final del tiempo, dice Jesús: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes» (/Mt/13/49-50; cfr. Mt 7, 19 y 3, 12) (93). ........................................................................ TEMA 72 OBJETIVO: DESCUBRIR QUE EL INFIERNO NO ES CREACIÓN DE DIOS, SINO RESULTADO DEL PECADO DEL HOMBRE: EL PECADO
ETERNIZADO PLAN DE LA REUNIÓN * Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión. * Lluvia de ideas: interrogantes del grupo en torno al infierno. * Presentación del tema 72 en sus puntos clave. * Diálogo: ¿descubrimos aspectos nuevos? ¿cuáles son? * Oración comunitaria: necesidad de la conversión. PISTA PARA LA REUNIÓN PUNTOS CLAVE * Interrogantes del grupo. * Dios quiere la salvación de todos. * El infierno, obra del pecado. * Un mundo sin Cristo, la «muerte segunda» * Antes de Cristo. * Como Sodoma y Gomorra * Sin comunión con Dios. * Fracaso total del hombre. * Negación de toda comunidad. * Hostilidad de la creación. * El infierno comienza ya ahora. * Una vida inútil, sin sentido. EL PURGATORIO: LA MADUREZ LOGRADA DESPUÉS DE LA MUERTE
OBJETIVO CATEQUÉTICO * Presentar el purgatorio, no como un infierno en pequeño, sino como un proceso necesario para que el creyente, aún inmaduro, pueda llegar a su plenitud humana, según el plan de Dios. 84. Inmadurez permanente Tenemos ansias de ser mejores. Lo necesitamos. Es como una sed de dignidad y de plenitud personal. Sin embargo, la vida diaria nos muestra que esa profunda aspiración difícilmente queda satisfecha. Nuestras debilidades, nuestros límites, nuestros defectos, nos hacen experimentar la inmadurez que todavía tenemos y que no hemos logrado superar (94). 85. Tensión inquietante Para el creyente, deseoso de encontrarse con Dios en una conversión cada vez más plena, la experiencia de su pecado le provoca una
tensión, que le inquieta y le hace exclamar como a Pablo: «Realmente, mi proceder no lo comprendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... En efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo... ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?» (Rm/07/15-24) (95). 86. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial» A pesar de su inmadurez, el creyente no deja de escuchar las palabras de Jesús: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Y también: «Sed perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Esta llamada a la perfección y a la limpieza de corazón contrasta con la impureza y la inmadurez del hombre (96). 87. «¿Quién subirá al monte del Señor?»... Todos estamos llamados a encontrarnos con Dios, a contemplar su rostro: «Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado, entonces podré conocer como Dios me conoce» (1 Co 13, 1 2). Sin embargo, ¿cómo llega a contemplar el rostro de Dios, cómo verle cara a cara, desde nuestra debilidad? «¿Quién subirá al monte del Señor...?» (Sal 23, 3) (97). 88. Isaías reconoce su condición pecadora y es purificado El profeta Isaías, ante la presencia de la santidad de Dios, experimenta su perdición por su condición pecadora: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos» (Is/06/05-07). No obstante, por la acción de Dios, el profeta es transformado y purificado, como el oro por el fuego en el crisol: «Voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado» (Is 6, 6-7) (98). 89. El justo, sorprendido por la muerte sin la madurez y limpieza requeridas, necesita de una purificación DIFUNTOS/SUFRAGIOS Puede ocurrir que al justo lo sorprenda la muerte sin la madurez y limpieza de corazón requerida para entrar inmediatamente en la vida eterna. Sabemos por la Biblia que sólo los sin mancha, los limpios de corazón, verán a Dios (Is 35, 8; 52, 1; Mt 5, 8; Ap 21, 27). La Iglesia cree que, en este caso, el justo habrá de pasar, después de su muerte, por
una purificación definitiva que lo prepare para poder vivir en la inmediata cercanía de Dios. La Iglesia, siguiendo la práctica anterior de los tiempos del Antiguo Testamento, ha orado siempre por los difuntos: esta oración estuvo siempre animada por su fe en la purificación de los justos necesitados de ella después de su muerte y su doctrina de la purificación ratificó esa constante práctica de la oración (99). 90. Práctica de la oración por los difuntos en el Antiguo Testamento El texto del segundo libro de los Macabeos (/2M/12/40-46) constituye uno de los pasajes clásicos de la Escritura en este tema. En los cadáveres de los soldados israelitas, muertos en defensa de su patria, se encuentran objetos del culto idolátrico, cuya posesión estaba severamente prohibida por la Ley. No obstante, Judas hace una colecta, con cuyo producto manda ofrecer un sacrificio por el pecado en el templo de Jerusalén. Estamos aquí ante la práctica de una oración por los difuntos, en la que se supone la posibilidad de una purificación posterior a la muerte (100). 91. En la Iglesia apostólica La segunda carta a Timoteo (1, 16-18) contiene una oración de Pablo en favor de un cristiano, Onesíforo, que le ayudó en momentos difíciles y que ha muerto: «Concédale el Señor encontrar misericordia ante el Señor aquel Día.» La legitimidad de los sufragios por los difuntos está garantizada por un uso que se remonta al judaísmo precristiano (2 M 12) y que la Iglesia apostólica conoció y practicó. La tradición más antigua contiene abundantes testimonios de oraciones litúrgicas o privadas por los difuntos: indicaciones en este sentido se encuentran en las catacumbas y cementerios cristianos. El ejemplo más conocido es el célebre epitafio de Abercio, al final del cual se lee: "quien comprende y está de acuerdo con estas cosas, ruegue por Abercio". Tertuliano en el siglo III comenta la costumbre de celebrar el aniversario de los difuntos con «oblaciones», esto es, con una acción litúrgica. San Efrén recomienda a los hermanos que recuerden su memoria el trigésimo día de su muerte: «pues los muertos son auxiliados por la oblación que hacen los vivos» (RJ 741) (101). 92. Solidaridad eclesial con los difuntos Esta oración de los cristianos vivos por los difuntos supone una solidaridad eclesial entre los miembros de Cristo que peregrinan en la
tierra y los que ya han muerto en gracia de Dios. El Concilio Vaticano II dice: «La Iglesia de los peregrinos, desde los primeros tiempos, tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el cuerpo místico de Cristo y por eso veneró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ofreció también sufragios por ellos, porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados (2 M 12, 46)» (LG 50) (102). 93. Todos unidos en la comunión de los santos Dice también el Concilio: «Así, pues, hasta que el Señor venga revestido de su majestad y acompañado de todos sus Ángeles (cfr. Mt 25, 31), y, destruida la muerte, sean sometidas a El todas las cosas (cfr. 1 Co 15, 26-27), algunos de entre sus discípulos peregrinan en la tierra; otros ya difuntos se purifican; otros son ya glorificados contemplando «claramente al mismo Dios, Trino y Uno, tal cual es»; mas todos, aunque en grados y formas distintas, estamos unidos en el mismo amor de Dios y del prójimo y cantamos el mismo himno de gloria de nuestro Dios. Porque todos los que son de Cristo, por tener su Espíritu, se funden formando una sola Iglesia y en El se unen entre sí (Cfr. Ef 4, 16). La unión, pues, de los peregrinos con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe; antes al contrario, según la fe perenne de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de bienes espirituales» (LG 49) (103). 94. Oración de San Agustín por su madre (muerta) San Agustín tiene en Las Confesiones (IX, 13) esta bella oración por su madre, Santa Mónica: «Sanado ya mi corazón de aquella herida (la muerte de su madre), derramo ante ti, Dios nuestro, otro género de lágrimas muy distintas por aquella tu sierva: las que brotan del espíritu conmovido a vista de los peligros que rodean a todo el que muere. Porque aun cuando mi madre, vivificada en Cristo, vivió de tal modo que tu nombre es alabado por su fe y sus costumbres, no me atrevo a decir que no saliese de su boca palabra alguna contra tus mandamientos. Así, pues, dejando a un lado sus buenas acciones, por las que te doy gracias, te pido ahora perdón por los pecados de mi madre. Oyeme por la «Medicina» de nuestras heridas (Cristo), que pendió del leño de la cruz y sentado ahora a tu diestra, intercede contigo por nosotros. Yo sé que ella obró misericordia y que perdonó de corazón las ofensas a
quienes le ofendieron; perdónale tú sus deudas, si algunas contrajo durante tantos años después de ser bautizada. Perdónala, Señor, perdónala. Descanse en paz, pues, con su marido. E inspira, Señor y Dios mío, a cuantos leyeren estas cosas, que se acuerden ante tu altar de Mónica, tu sierva, y de Patricio, en otro tiempo su esposo, por cuya carne me introdujiste en esta vida. Acuérdense con piadoso afecto de los que fueron mis padres en esta luz transitoria, mis hermanos ante ti, Padre, en el seno de la madre Católica y mis conciudadanos en la Jerusalén eterna, por la que suspira tu pueblo peregrinante» (104). 95. El dogma católico sobre la purificación El dogma católico sobre la purificación de quienes se durmieron en el Señor fue definido en los Concilios unionistas de Lyón (en 1274; DS 856) y Florentino (en 1439; DS 1304). La Iglesia enseña como doctrina de fe: a), la existencia de un estado en el que los difuntos son enteramente purificados; b) el carácter penal (expiatorio) de este estado; c) la ayuda que los sufragios de los vivos presentan a los difuntos. El Concilio de Trento alude también al dogma del purgatorio al hablar de la justificación (DS 1580) y sale al paso de los rasgos «curiosos o supersticiosos» en los que, por desgracia, abundan las representaciones populares (DS 1820) (105). 96. No es un infierno en pequeño. «Duermen el sueño de la paz» Un modo tan corriente como equivocado de entender el estado de purificación o purgatorio es imaginárselo como un infierno en pequeño. La liturgia afirma, por lo contrario, que quienes se encuentran en ese estado de purificación «duermen el sueño de la paz». Ellos son hijos de Dios, están en gracia, esperan con absoluta certeza la vida eterna. Si algún término de comparación puede utilizarse para entender el purgatorio, el más próximo es, sin duda, la experiencia de los místicos. Estos, por su inmadurez y sus manchas, sienten como causa de sufrimiento la misma cercanía, asegurada y beatificante, de Dios (106). 97. Integración de las diversas dimensiones del hombre en la única decisión fundamental El dogma católico de la purificación de quienes durmieron en el Señor parece suponer que la libre decisión de la persona en esta vida señala fundamentalmente su destino final, pero no tiene por qué alcanzar necesariamente todos los estados del ser. como si la rica complejidad del
hombre se asumiese indefectiblemente, de una vez y durante la existencia temporal, en aquella decisión. Esto supuesto, el purgatorio puede entonces ser pensado como la integración de las diversas dimensiones del hombre en la única decisión fundamental (107). 98. La purificación, dimensión de juicio JUICIO/FUEGO: La reflexión cristiana sobre el purgatorio ha de considerar más que la extensión temporal de ese estado de purificación, su condición de experiencia reconciliadora en la intimidad de la persona de quien se encuentra con el rostro de llamas y los pies de fuego (Ap 1, 14-15) de Cristo juez: la purificación del justo, más allá de las fronteras de la muerte, es una consecuencia en dimensión del juicio escatológico y está en estrecha conexión con él. El juicio, criba y discernimiento de la vida humana en su tiempo de peregrinación, alcanza su punto culminante, sometiendo todo lo inmaduro de la existencia temporal a un proceso por el que se logra plenamente el hombre nuevo en Cristo. Pablo parece referirse a ese proceso en un pasaje de la primera epístola a los Corintios, referido a los evangelizadores que edifican la Iglesia. Se trata de quienes quedarán a salvo aquel Día, pero pasando a través del fuego: «Mire cada uno cómo construye. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. Encima de ese cimiento edifican con oro, plata, piedras o con madera, heno o paja. Lo que ha hecho cada uno, saldrá a la luz; el día del juicio lo manifestará; porque ese día despuntará con fuego y el fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción: si la obra de uno resiste, recibirá su paga; si se quema, la perderá; él sí saldrá con vida, pero como quien escapa de un incendio» (/1Co/03/10-15) (108). 99. Por la purificación al premio de los santos: Un hombre nuevo, una identidad que nadie conoce Por la purificación, si fuera preciso, el creyente es definitivamente transformado y renovado hasta llegar a la pureza de corazón necesaria para gozar de la vida divina. Con ello el hombre accede a su plenitud personal. Se le devuelve a cada uno su verdadero rostro y a cada uno se le da una identidad nueva, un nombre nuevo que sólo él conoce. Es el premio dado a los santos. Como dice el libro del Apocalipsis: «Le daré también una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita un nombre nuevo, que nadie conoce, sino el que lo recibe» (/Ap/02/17) (109). ........................................................................ TEMA 73
OBJETIVO: PRESENTAR EL PURGATORIO COMO UN PROCESO NECESARIO PARA QUE EL HOMBRE AÚN INMADURO, LLEGUE A SU PLENITUD PLAN DE LA REUNIÓN * Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión. * Lluvia de ideas: interrogantes del grupo en torno al purgatorio. * Presentación del tema 73 en sus puntos clave. * Diálogo: interrogantes, aspectos nuevos descubiertos. * Oración comunitaria: Sal 24, canción apropiada. PISTA PARA LA REUNIÓN PUNTOS CLAVE * Inmadurez permanente. * Tensión inquietante. * El justo sorprendido por la muerte sin la madurez y limpieza requeridas necesita una purificación. * Solidaridad con los difuntos * Unidos en la comunión de los santos. * Dogma católico. * No un infierno en pequeño. * Dimensión del juicio. * Un nombre nuevo. UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA
OBJETIVO CATEQUÉTICO * Descubrir, en medio de este mundo, los signos del Reino de Dios ya presente, anticipación y garantía del mundo futuro, un cielo nuevo y una tierra nueva. 100. En tierra extraña, ¿es posible la dicha y la alegría? H/PEREGRINO: Tenemos hambre de felicidad y alegría. Pero la realidad de nuestro mundo no se presta excesivamente a la alegría y a la esperanza. ¿Podemos vivir alegres y esperanzados, cuando las condiciones de este mundo nos oprimen, acongojan y atormentan? ¿Cómo puede uno ser feliz, cuando en nuestro mundo los hombres se oprimen, se torturan, se matan, cuando mueren de hambre muchos niños? ¿Cómo se puede esperar, cuando aún no están secas todas las lágrimas, sino que brotan diariamente otras nuevas? Hambrientos de felicidad y de alegría, vivimos
en tierra extraña. Como los desterrados de Israel en Babilonia, colgamos nuestras cítaras de los árboles y decimos: «¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!» (/Sal/136/04) (110). 101. EI Reino de Dios ha brotado ya. Está entre vosotros RD/AHORA El Reino de Dios ha brotado ya, en tierra extraña. Está entre vosotros (/Lc/17/21). Esta es la Buena Nueva de Jesús. ¡La hora de Dios llega! Más aún, ya ha comenzado. El Reino de Dios comienza en un mundo distinto, nuevo, transfigurado. En el comienzo del Reino de Dios está incluido el final: del principio sale el fin, como del grano sale la espiga; en lo más pequeño está actuando ya lo más grande; en el momento presente comienza lo que va a suceder, aunque ocultamente (111). 102. "A vosotros se os ha dado a conocer los misterios del Reino de Dios". Comienzos humildes Todos los comienzos son humildes. Permanecen ocultos a la mirada de muchos. Así sucede con el Reino de Dios (/Mc/04/26-32). Ha comenzado en medio de un mundo que no reconoce nada de él. Pero algunos perciben en esos comienzos pequeños los primeros destellos de la acción poderosa de Dios. Dice Jesús a sus discípulos: «A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios» (Lc 8, 10). Dios crea su Reino, que abarcará a todos los pueblos de la tierra, a partir de lo que es como nada a los ojos humanos: un grupo despreciable, que acogía a gentes de mala fama, habría de ser la comunidad elegida por Dios para la instauración de su Reino (112). 103. Como un grano de mostaza Comienzos humildes... Sin embargo, con la misma certeza con que se produce de la pequeña semilla de mostaza el gran arbusto y del pequeño trozo de levadura la masa fermentada, el poder de Dios convertirá ese grupo despreciable en el gran Pueblo de Dios, que reunirá a todos los pueblos. «El Reino de los Cielos, dice Jesús, se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas» (Mt/13/31-33). «El Reino de los Cielos, dice también, se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente» (Mt/13/33). En sus comienzos, el Reino de Dios es
semejante a un grano de mostaza, la más pequeña magnitud que percibe el ojo humano, y es semejante a la levadura, un trozo minúsculo que casi desaparece en la gran cantidad de harina. Sin embargo, desde esos comienzos, es semilla destinada a crecer por encima de todas las hortalizas y es levadura que fermenta toda la masa (113). 104. Un grupo despreciable lanza gritos de júbilo ¡Ahí está, responde Jesús a los enviados de Juan el Bautista. Un grupo despreciable puede lanzar grito de júbilo. El Reino de Dios ha brotado en la nada de su propia miseria. Un cortejo de pobres ha experimentado el poder de Dios. Algo totalmente nuevo ha comenzado en su vida. «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados» (Lc 7, 22). Con estas palabras, Jesús proclama el cumplimiento de todas las esperanzas, ilusiones y promesas, que habían sido anunciadas por los profetas con abundantes y ricas imágenes (114). 105. Todas las esperanzas y promesas anunciadas por los profetas «Que el desierto y el sequedal se alegren, regocíjese la estepa y florezca como flor; estalle en flor y se regocije hasta lanzar gritos de júbilo. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo!, ¡no temáis!... El vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como el ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo. Pues serán alumbradas en el desierto aguas, y torrentes en la estepa, se trocará la tierra abrasada en estanque, y el país árido en manantial de aguas... Los redimidos de Yahvé volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós, penas y suspiros!» (Is 35, 1-10; cfr. 65, 17-21; 66, 22; Ez 36, 1-15; Is 11, 6-9; 30, 23-26; Am 9, 13-15)(115). 106. ¡La nueva creación ha comenzado! La respuesta que Jesús da a los enviados de Juan el Bautista es un grito de júbilo: ¡Ha llegado la hora! Ha llegado la salvación. El tiempo de maldición y de desgracia toca a su fin. La plenitud del mundo ha comenzado en tierra extraña. Porque el Reino de Dios crece en medio
de nuestro mundo, se vuelve posible la alegría y el júbilo en medio del sufrimiento, la libertad en medio de la esclavitud, la fuerza en medio de la debilidad, incluso la vida en medio de la muerte y, por tanto, ¡la canción del Señor en medio de una tierra extraña! ¡Dichoso el que crea a pesar de todas las apariencias contrarias! Con el Reino de Dios, que hace presente Jesús, el Espíritu creador sopla de nuevo sobre la tierra seca. Los miserables oyen la Buena Nueva, las puertas de la cárcel se abren, los oprimidos respiran, un pueblo ciego ve una gran luz. ¡La nueva creación ha comenzado! (116). 107. Un cielo nuevo y una tierra nueva CREACION-NUEVA "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado y el mar ya no existe" (/Ap/21/01). Esta visión del libro del Apocalipsis describe la plenitud del Reino de Dios, que coincide con la plenitud de la tierra y de la humanidad. El Reino de Dios es en favor de los hombres. El mundo extraño y hostil, desfigurado por el pecado, ha desaparecido. Era el primer cielo y la primera tierra. En el lenguaje simbólico del Apocalipsis, el mar es la morada del mal. En la nueva creación el mal no tiene sitio: la tristeza cesa, el sufrimiento tiene fin, la muerte ya no tiene poder, el mundo pecador pasa: «Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque lo de antes ha pasado. Y el que está sentado en el trono dijo: Todo lo hago nuevo...» (/Ap/21/04-05) (117). 108. La alianza entre Dios y el hombre plenamente restaurada Un mundo en el que Dios tiene su familia y su casa. La Alianza entre Dios y el hombre, destruida por el pecado, queda plenamente restaurada: «Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres. acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos y será su Dios» (Ap 21, 2-3) (118). 109. Las cítaras de Dios, descolgadas de los árboles Un mundo donde resuenan las canciones alegres del tiempo de la salvación. Las cítaras de Dios han sido descolgadas de los árboles
para cantar sin cesar la canción del Señor: «Y vi también... a los que habían triunfado de la Bestia y de su imagen (del Mal)... llevando las cítaras de Dios. Cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos. ¡Oh Rey de las naciones!» (Ap 15, 2-3) (119). 110. La total liberación, el último éxodo, la gran Pascua. El salario de Dios Un mundo que celebra el definitivo cambio de suerte, la total liberación, el último Éxodo, la gran Pascua. Los pobres se vuelven ricos: heredan el Reino de Dios (Lc 6, 20); los últimos son los primeros (Mc 10, 31); los pequeños vienen a ser los grandes (Mt 18, 4); los hambrientos son saciados (Lc 6, 21 ); los cansados, aliviados (Mt 1 1, 28); los que lloraban, ahora ríen (Lc 6, 21 ); los enfermos son curados (Mt 11, 5); los presos y oprimidos son liberados (Lc 4, 18); los muertos, resucitados (Mt 11, 5). Un mundo que recibe la recompensa de Dios, el gran salario, la medida abundante, apretada, colmada y desbordante (Lc 6, 38). Un mundo donde se recibe la vida eterna como herencia (Mt 19, 29) (120). 111. «Una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas» Un mundo donde se reúnen los hijos de Dios en la casa del Padre. Vienen de todo pueblo y nación, y se sientan a la mesa del Hijo del hombre. El les parte el pan del tiempo de la salvación, les tiende la copa con el vino del mundo nuevo. El pequeño grupo con que comenzó el Reino de Dios ha crecido inmensamente, hasta congregar dentro de sí a todas las naciones de la tierra, como se le prometió al patriarca Abraham (Gn 12, 3): «Después miré y había una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero. Vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: la salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero» (Ap 7, 9-10) (121). 112. Cristo, Señor de la historia, entregará la nueva creación al Padre. Dios será todo en todo Este será el mundo nuevo que Cristo, Señor de la historia, presentará al Padre: «Luego, el fin, cuando Cristo entregue a Dios Padre el
Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte... Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo» (1 Co 15, 24-28) (122). 113. Una plenitud que nadie puede imaginar Tal será la plenitud del Reino de Dios y la consumación del mundo y de la humanidad. No conocemos fechas ni detalles. Como dice el Concilio Vaticano II, «ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos el modo cómo se transformará el universo. La figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y donde la alegría saciará los anhelos de paz que brotan del corazón humano» (GS 39). Se trata de una plenitud que ni siquiera podemos imaginar: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman» (/1Co/02/09) (123). 114. Marana-thá. Amén Con razón, como dice San Pablo, «la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios... Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo» (Rm 8, 19-23). El deseo anhelante de la nueva creación por parte del creyente aparece también en este valioso testimonio de la Iglesia primitiva: «Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que haga penitencia. Maranathá. Amén» (Doctrina de los Doce Apóstoles). Con este mismo deseo finaliza el libro del Apocalipsis: «Amén. Ven, Señor Jesús. La gracia del Señor Jesús esté con todos» (Ap 22, 20-21) (124). ........................................................................ TEMA 74-1 OBJETIVO: INICIACIÓN EN LA VISIÓN CRISTIANA DEL MUNDO: UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA, FUTURO DEL MUNDO
PLAN DE LA REUNIÓN * Información: personas, hechos, problemas... acontecimientos significativos ocurridos desde la última reunión. * Presentación del tema 74 en sus puntos clave. * Diálogo: interrogantes, aspectos nuevos descubiertos. * Oración comunitaria: desde la propia situación, canción apropiada. PISTA PARA LA REUNIÓN PUNTOS CLAVE * En tierra extraña. * Ha brotado ya el Reino de Dios. * Comienzos humildes. * Como un grano de mostaza. * Un grupo despreciable lanza gritos de júbilo. * La nueva creación ha comenzado. * Las cítaras de Dios, descolgadas de los árboles. * Una muchedumbre inmensa... * Una plenitud que nadie puede imaginar. * Maranathá. Amén. ........................................................................ TEMA 74-2 OBJETIVO: INICIACIÓN EN LA VISIÓN CRISTIANA DEL MUNDO: UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA, FUTURO DEL MUNDO QUE SE COMIENZA A VIVIR YA PLAN DE LA REUNIÓN * Relato de los acontecimientos más significativos ocurridos desde la última reunión. * Oración inicial: salmo compartido. * Presentación de la pista adjunta: la experiencia de fe de Teresa de Jesús (1515- 1582), experiencia de la Palabra viva (locuciones y visiones), le lleva -a pesar de la incomprensión de sus confesores- a palpar y a experimentar en el mundo presente la realidad definitiva del mundo futuro: el cielo nuevo y la tierra nueva. La pista ha sido tomada de JUNTA NACIONAL PARA LA PREPARACIÓN DEL IV CENTENARIO TERESIANO, Catequesis de adultos: Teresa de Jesús (I). El sí de Teresa. Edice, Madrid, 1981, 13-15. Y también: Catequesis de adultos: Teresa de Jesús (Il). Monja andariega. Edice, Madrid, 1981, 9. * Diálogo: sobre lo más importante. Una pregunta ¿podemos nosotros experimentar ahora ya en el presente la realidad del mundo futuro? * Oración comunitaria: Sal 89, compartido desde la propia situación. PISTA PARA LA REUNIÓN TEREJ/PD * Teresa ha descubierto que
Cristo habla hoy y que habla a ella; habla aquí y ahora: "¿Pensáis que está callando? aunque no le oímos bien habla al corazón" (C 24, 5). Teresa llama locuciones a las palabras que recibe de Dios. Las locuciones son palabras de Dios dirigidas a Teresa. El Señor para hablar a Teresa, repite -en el fondo- su palabra bíblica (1). La Palabra le llega «tan de presto», «a deshora, aun algunas veces estando en conversación», «muy en el espíritu», con «poderío y señorío», «hablando y obrando». El fenómeno de las locuciones produjo en Teresa un estado habitual de fortaleza para continuar con fidelidad creciente el seguimiento de Cristo. Las palabras oídas evocaron en ella la escena del Evangelio en que Jesús calmó la tempestad del lago (Mt 8,26) y se dice a sí misma: "¿Quién es éste que así le obedecen todas mis potencias, y da luz en tan gran obscuridad en un momento, y hace blando un corazón que parecía piedra, da agua de lágrimas suaves adonde parecía haber mucho tiempo sequedad? ¿Quién pone estos deseos?, ¿quién da este ánimo?; que me acaeció pensar; ¿de qué temo?, ¿qué es esto? Yo deseo servir a este Señor" (V. 25, 19). Las locuciones seguirán en aumento. La publicación del Índice de libros prohibidos, por orden del inquisidor general Fernando Valdés produjo en Teresa mucha pena por lo aficionada que era a la lectura y el consuelo que sentía en ella. En esta circunstancia el Señor le dijo: «No tengas pena, que yo te daré libro vivo» (V. 26,6). Ella no entendió de momento el significado de estas palabras, pero muy pronto las relacionó con las visiones que le acontecieron (V. 26,6). * Por esta época entró en relación con el jesuita Baltasar Alvarez, quien después de tranquilizarla sobre estos fenómenos le aconsejó que no diese parte a nadie más, «porque era mejor ya estas cosas callarlas». Los confesores le apretaban en extremo. Alguno hasta le mandó hiciese burla: «diese higas», a las imágenes que veía. Esto significó para Santa Teresa una gran tortura. "Acordábame de las injurias que le habían hecho los judíos y suplicábale me perdonase; pues yo lo hacía por obedecer al que tenía en su lugar, y que no me culpase, pues eran los ministros que él tenía puestos en su Iglesia. Decíame que no se me diese nada, que bien hacía
en obedecer, mas que El haría que se entendiese la verdad. Cuando me quitaban la oración, me pareció se había enojado. Díjome que les dijese que ya aquello era tiranía" (V. 29,6). * Las visiones las coloca Teresa entre las gracias que Dios concede para revelarse a los hombres y las califica como una forma de lenguaje: "Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda en lo muy interior del alma y allí lo representa sin imagen ni forma de palabras..." (V. 27,6). * La comunión de los santos se le hizo experiencia propia; perdió el miedo a la muerte y palpó ahora ya la realidad de la vida definitiva: "...sólo mirar el cielo recoge el alma, porque como ha querido el Señor mostrar algo de lo que haya allá, estáse pensando; y acaéceme algunas veces ser los que me acompañan y con los que me consuelo los que sé que allá viven, y parecerme aquéllos verdaderamente los vivos, y los que acá viven tan muertos, que todo el mundo me parece no me hace compañía, en especial cuando tengo aquellos ímpetus (V. 38,6; Cfr. E. IV, X, XV). ................. 1. MUJER/MARGINACIÓN: Las circunstancias históricas hicieron imposible el acceso de Teresa al texto bíblico. En los Índices de los años 1551, 1554 y 1559 se prohibía la publicación de la Sagrada Escritura en lengua vulgar, permitiéndose solo el uso de citas en libros de contenido religioso. ·Melchor-Cano en su «Censura a los Comentarios del catecismo» de Carranza firmó estas palabras: «Por más que las mujeres reclamen con insaciable apetito comer de este fruto (lectura de la Biblia} es necesario vedarlo y poner cuchillo de fuego, para que el pueblo no llegue a él». Cfr. M. HERRAIZ: «La palabra de Dios en la vida y pensamiento Teresianos», en Teología Espiritual, 67 (1979), 19.