Muerte Sin Fin

  • November 2019
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  • Words: 4,414
  • Pages: 11
MUERTE SIN FIN José Gorostiza

Conmigo está el consejo y el ser: yo

Con él estaba yo ordenándolo todo; y

Mas el que peca contra mí defrauda

soy la inteligencia; mía es la fortaleza

fui su delicia todos los días, teniendo

su alma; todos los que me aborrecen

PROVERBIOS, 8, 14

solaz delante de él en todo tiempo.

aman la muerte.

PROVERBIOS, 8, 30

PROVERBIOS, 8, 36

LLENO DE MI, sitiado en mi epidermis

atada allí, gota con gota,

por un dios inasible que me ahoga,

marchito el tropo de espuma en la garganta

mentido acaso

¡qué desnudez de agua tan intensa,

por su radiante atmósfera de luces

qué agua tan agua,

que oculta mi conciencia derramada,

está en su orbe tornasol soñando,

mis alas rotas en esquirlas de aire,

cantando ya una sed de hielo justo!

mi torpe andar a tientas por el lodo;

¡Mas qué vaso —también— más providente

lleno de mí —ahíto— me descubro

éste que así se hinche

en la imagen atónita del agua,

como una estrella en grano,

que tan sólo es un tumbo inmarcesible,

que así, en heroica promisión, se enciende

un desplome de ángeles caídos

como un seno habitado por la dicha,

a la delicia intacta de su peso,

y rinde así, puntual,

que nada tiene

una rotunda flor

sino la cara en blanco

de transparencia al agua,

hundida a medias ya, como una risa agónica,

un ojo proyectil que cobra alturas

en las tenues holandas de la nube

y una ventana a gritos luminosos

y en los funestos cánticos del mar

sobre esa libertad enardecida

—más resabio de sal o albor de cúmulo

que se agobia de cándidas prisiones!

que sola prisa de acosada espuma. No obstante —oh paradoja— constreñida por el rigor del vaso que la aclara, el agua toma forma. En él se asienta, ahonda y edifica, cumple una edad amarga de silencios y un reposo gentil de muerte niña, sonriente, que desflora un más allá de pájaros en desbandada. En la red de cristal que la estrangula, allí, como en el agua de un espejo, se reconoce;

¡MAS QUÉ vaso —también— más providente! Tal vez esta oquedad que nos estrecha en islas de monólogos sin eco, aunque se llama Dios, no sea sino un vaso que nos amolda el alma perdidiza, pero que acaso el alma sólo advierte en una transparencia acumulada que tiñe la noción de Él, de azul. El mismo Dios, en sus presencias tímidas,

ha de gastar la tez azul

en un estéril repetirse inédito,

y una clara inocencia imponderable,

como el de esas eléctricas palabras

oculta al ojo, pero fresca al tacto,

—nunca aprehendidas,

como este mar fantasma en que respiran

siempre nuestras—

—peces del aire altísimo—

que aluden el amor de la memoria,

los hombres.

pero que a cada instante nos sonríen

¡Sí, es azul! ¡Tiene que ser azul!

desde sus claros huecos

Un coagulado azul de lontananza,

en nuestras propias frases despobladas.

un circulante amor de la criatura,

Es un vaso de tiempo que nos iza

en donde el ojo de agua de su cuerpo

en sus azules botareles de aire

que mana en lentas ondas de estatura

y nos pone su máscara grandiosa ay,

entre fiebres y llagas;

tan perfecta,

en donde el río hostil de su conciencia

que no difiere un rasgo de nosotros.

¡agua fofa, mordiente, que se tira,

Pero en las zonas ínfimas del ojo,

ay, incapaz de cohesión al suelo!

en su nimio saber,

en donde el brusco andar de la criatura

no ocurre nada, no, sólo esta luz,

amortigua su enojo,

esta febril diafanidad tirante,

se redondea

hecha toda de pura exaltación,

como una cifra generosa,

que a través de su nítida sustancia

se pone en pie, veraz, como una estatua.

nos permite mirar,

¿Qué puede ser —si no— si un vaso no?

sin verlo a Él, a Dios,

Un minuto quizá que se enardece

lo que detrás de Él anda escondido:

hasta la incandescencia,

el tintero, la silla, el calendario

que alarga el arrebato de su brasa,

—¡todo a voces azules el secreto

ay, tanto más hacia lo eterno mínimo

de su infantil mecánica—

cuanto es más hondo el tiempo que lo colma.

en el instante mismo que se empeñan

Un cóncavo minuto del espíritu

en el tortuoso afán del universo.

que una noche impensada, al azar y en cualquier escenario irrelevante —en el terco repaso de la acera, en el bar, entre dos amargas copas o en las cumbres peladas del insomnio— ocurre, nada más, madura, cae sencillamente, como la edad, el fruto y la catástrofe. ¿También —mejor que un lecho— para el agua no es un vaso el minuto incandescente de su maduración? Es el tiempo de Dios que aflora un día, que cae, nada más, madura, ocurre, para tornar mañana por sorpresa

PERO en las zonas ínfimas del ojo no ocurre nada, no, sólo esta luz —ay, hermano Francisco, esta alegría, única, riente claridad del alma. Un disfrutar en corro de presencias, de todos los pronombres —antes turbios por la gruesa efusión de su egoísmo— de mí y de Él y de nosotros tres ¡siempre tres! mientras nos recreamos hondamente en este buen candor que todo ignora,

en esta aguda ingenuidad del ánimo

ay, y con qué miradas de atropina,

que se pone a soñar a pleno sol

tumefactas e inmóviles, escruta

y sueña los pretéritos de moho,

el curso de la luz, su instante fúlgido,

la antigua rosa ausente

en la piel de una gota de rocío;

y el promedio fruto de mañana,

concibe el ojo

como un espejo del revés, opaco,

y el intangible aceite

que al consultar la hondura de la imagen

que nutre de esbeltez a la mirada;

le arrancara otro espejo por respuesta.

gobierna el crecimiento de las uñas

Mirad con qué pueril austeridad graciosa

y en la raíz de la palabra esconde

distribuye los mundos en el caos,

el frondoso discurso de ancha copa

los echa a andar acordes como autómatas;

y el poema de diáfanas espigas.

al impulso didáctico del índice

Pero aún más —porque en su cielo impío

oscuramente

nada es tan cruel como este puro goce—

¡hop!

somete sus imágenes al fuego

los apostrofa

de especiosas torturas que imagina

y saca de ellos cintas de sorpresas

—las infla de pasión,

que en un juego sinfónico articula,

en el prisma del llanto las deshace,

mezclando en la insistencia de los ritmos

las ciega con lustre de un barniz,

¡planta-semila-planta!

las satura de odios purulentos,

¡planta-semila-planta!

rencores zánganos

su tierna brisa, sus follajes tiernos,

como una mala costra,

su luna azul, descalza, entre la nieve,

angustias secas como la sed del yeso.

sus mares plácidos de cobre

Pero aún más —porque, inmune a la mácula,

y mil y un encantadores gorgoritos.

tan perfecta crueldad no cede a límites—

Después, en un crescendo insostenible,

perfora a la sustancia de su gozo

mirad cómo dispara cielo arriba,

con rudos alfileres;

desde el mar,

piensa el tumor, la úlcera y el chancro

el tiro prodigioso de la carne

que habrán de festonar la tez pulida,

que aún a la alta nube menoscaba

toma en su mano etérea a la criatura

con el vuelo del pájaro,

y la enjuta, la hincha o la demacra,

estalla en él como un cohete herido

como a un copo de cera sudorosa,

y en sonoras estrellas precipita

y en un ilustre hallazgo de ironía

su desbandada pólvora de plumas.

la estrecha enternecido con los brazos glaciales de la fiebre.

MAS EN la médula de esta alegría, no ocurre nada, no;

MAS NADA ocurre, no, sólo este sueño

sólo un cándido sueño que recorre

desorbitado

las estaciones todas de su ruta

que se mira a sí mismo en plena marcha;

tan amorosamente

presume, pues, su termino inminente

que no elude seguirla a sus infiernos,

y adereza en el acto

el plan de su fatiga,

el iracundo amor que lo embellece

su justa vacación,

y lo encumbra más allá de las alas

su domingo de gracia allá en el campo,

a donde sólo el ritmo

al fresco albor de las camisas flojas.

de los luceros llora,

¡Qué trebolar mullido, qué parasol de niebla,

mas no le infunfe el soplo que lo pone en pie

se regala en el ánimo

y permanece recreándose en sí misma,

para gustar la miel de sus vigilias!

única en Él, inmaculada, sola en Él,

Pero el ritmo es su norma, el solo paso,

reticencia indecible,

la sola marcha en círculo, sin ojos;

amoroso temor de la materia,

así, aun de su cansancio, extrae

angélico egoísmo que se escapa

¡hop!

como un grito de júbilo sobre la muerte

largas cintas de sorpresas

—oh inteligencia, páramo de espejos!

que en un constante perecer enérgico,

helada emanación de rosas pétreas

en un morir absorto,

en la cumbre de un tiempo paralítico;

arrasan sin cesar su bella fábrica

pulso sellado;

hasta que —hijo de su misma muerte,

como una red de arterias temblorosas,

gestado en la aridez de sus escombros—

hermético sistema de eslabones

siente que su fatiga se fatiga,

que apenas se apresura o se retarda

se erige a descansar de su descanso

según la intensidad de su deleite;

y sueña que su sueño se repite,

abstinencia angustiosa

irresponsable, eterno,

que presume el dolor y no lo crea,

muerte sin fin de una obstinada muerte,

que escucha ya en la estepa de sus tímpanos

sueño de garza anochecido a plomo

retumbar el gemido del lenguaje

que cambia sí de pie, mas no de sueño,

y no lo emite;

que cambia sí la imagen,

que nada más absorbe las esencias

mas no la doncellez de su osadía

y se mantiene así, rencor sañudo,

¡oh inteligencia, soledad en llamas!

una, exquisita, con su dios estéril,

que lo consume todo hasta el silencio,

sin alzar entre ambos

sí, como una semilla enamorada

la sorda pesadumbre de la carne,

que pudiera soñarse germinando,

sin admitir en su unidad perfecta

probar en el rencor de la molécula

el escarnio brutal de esa discordia

el salto de las ramas que aprisiona

que nutren vida y muerte inconciliables,

y el gusto de su fruta prohibida,

siguiéndose una a otra

ay, sin hollar, semilla casta,

como el día y la noche,

sus propios impasibles tegumentos.

y una y otra acampadas en la célula como en un tardo tiempo de crepúsculo, ay, una nada más, estéril, agria,

¡OH INTELIGENCIA, soledad en llamas, que todo lo concibe sin crearlos! Finge el calor del lodo, su emoción de sustancia adolorida,

con Él, conmigo, con nosotros tres; como el vaso y el agua, sólo una que reconcentra su silencio blanco en la orilla letal de la palabra y en la inminencia misma de la sangre.

¡ALELUYA, ALELUYA!

Este morir a gotas me sabe a miel.

IZA LA flor su enseña, agua, en el prado. ¡Oh, qué mercadería de olor alado! ¡Oh, qué mercadería de tenue olor! ¡cómo inflama los aires con su rubor!

Ay, pero el agua, ay, si no sabe a nada. [BAILE] Pobrecilla del agua, ay, que no tiene nada, ay, amor, que se ahoga, ay, en un vaso de agua.

¡Qué anegado de gritos está el jardín! "¡Yo, el heliotropo, yo!"

EN EL rigor del vaso que la aclara,

"¿Yo? El jazmín".

el agua toma forma

Ay, pero el agua,

—ciertamente.

ay, si no huele a nada.

Trae una sed de siglos en los belfos,

Tiene la noche un árbol

una sed fría, en punta, que ara cauces

con frutos de ámbar;

en el sueño moroso de la tierra,

tiene una tez la tierra,

que perfora sus miembros florecidos,

ay, de esmeraldas.

como una sangre cáustica,

El tesón de la sangre

incendiándolos, ay abriendo en ellos]

anda de rojo;

desapacibles úlceras de insomnio.

anda de añil el sueño;

Más amor que sed; más que amor, idolatría,

la dicha, de oro.

dispersión de criatura estupefacta

Tiene el amor feroces

ante el fulgor que blande

galgos morados;

—germen del trueno olímpico— la forma

pero también sus mieses,

en sus netos contornos fascinados,

también sus pájaros.

¡Idolatría, si , idolatría!

Ay, pero el agua,

Mas no le basta el ser un puro salmo,

ay si no luce a nada.

un ardoroso incienso de sonido;

Sabe a luz, a luz fría,

quiere, además, oírse.

sí, la manzana.

Ni le basta tener sólo reflejos

¡Qué amanecida fruta

—briznas de espuma

tan de mañana!

para el ala de luz que en ella anida;

¡Qué anochecido sabes,

quiere, además, un tálamo de sombra,

tu, sinsabor!

un ojo para mirar el ojo que la mira.

¡cómo pica en la entraña

En el lago, en la charca, en el estanque,

tu picaflor!

en la entumida cuenca de la mano,

Sabe la muerte a tierra,

se consuma este rito de eslabones,

la angustia a hiel.

este enlace diabólico que encadena el amor a su pecado.

En el nítido rostro sin facciones

articula el guión de su deseo;

el agua, poseída,

se ablanda, se adelgaza;

siente cuajar la máscara de espejos

ya su sobrio dibujo se le nubla,

que el dibujo del vaso le procura.

ya, embozado en el giro de un reflejo,

Ha encontrado, por fin,

en un llanto de luces se liquida.

en su correr sonámbulo, una bella, puntual fisonomía. Ya puede estar de pie frente a las cosas. Ya es, ella también, aunque por arte de estas limpias metáforas cruzadas, un encendido vaso de figuras. El camino, la barda, los castaños, para durar el tiempo de una muerte gratuita y prematura, pero bella, ingresan por su impulso en el suplicio de la imagen propia y en medio del jardín, bajo las nubes, descarnada lección de poesía instalan un infierno alucinante.

MAS LA forma en sí misma no se cumple. Desde su insigne trono faraónico magnánima, deífica, constelada de epítetos esdrújulos, rige con hosca mano de diamante. Está orgullosa de su orondo imperio. ¿En las augustas pituitarias de ónice no juega, acaso, el encendido aroma con que arde a sus pies la poesía? ¡Ilusión, nada más, gentil narcótico que puebla de fantasmas los sentidos! Pues desde ahí donde el dolor emite ¡oh turbio sol de pobre!

PERO el vaso en sí mismo no se cumple.

el esmerado brillo que lo embosca,

Imagen de una deserción nefasta

ay, desde ahí, presume la materia

¿qué esconde en su rigor inhabitado,

que apenas cuaja su dibujo estricto

sino esta triste claridad a ciegas,

y ya es un jardín de huellas fósiles,

sino esta tentaleante lucidez?

estruendoso fanal,

Tenedlo ahí, sobre la mesa, inútil.

rojo timbre de alarma en los cruceros

Epigrama de espuma que se espiga

que gobierna la ruta hacia otras formas.

ante un auditorio anestesiado,

La rosa edad que esmalta su epidermis

incisivo clamor que la sordera

—senil recién nacida—

tenaz de los objetos amordaza,

envejece por dentro a grandes siglos.

flor mineral que se abre para adentro

Trajo puesta la proa a lo amarillo.

hacia su propia luz,

El aire se coagula entre sus poros

espejo ególatra

como un sudor profuso

que se absorbe a sí mismo contemplándose.

que se anticipa a destilar en ellos

Hay algo en él, no obstante, acaso un alma,

una esencia de rosas subterráneas.

el instinto augural de las arenas,

Los crudos garfios de su muerte suben,

una llaga tal vez que debe al fuego,

como musgo, por grietas inasibles,

en donde le atosiga su vacío.

ay, la hostigan con tenues mordeduras

Desde este erial aspira a ser colmado.

y abren hueco por fin a aquel minuto

En el agua, en el vino, en el aceite,

—¡miradlo en la lenteja del reloj,

neto, puntual, exacto,

cruza entonces, a verlas desgarradas,

correrse un eslabón cada minuto!—

la airosa teoría de una nube.

cuando al soplo infantil de un parpadeo, la egregia masa de ademán ilustre podrá caer de golpe hecha cenizas.

EN LA red de cristal que la estrangula, el agua toma forma, la bebe, sí, en el módulo del vaso,

NO OBSTANTE —por qué no?— también en ella

para que éste también se transfigure

tiene un rincón el sueño,

con el temblor del agua estrangulada

árido paraíso sin manzana

que sigue allí, sin voz, marcando el pulso

donde suele escaparse de su rostro,

glacial de la corriente.

por el rostro marchito del espectro

Pero el vaso

que engendra, aletargada, su costilla.

—a su vez—

El vaso de agua es el momento justo.

cede a la informe condición del agua

En su audaz evasión se transfigura,

a fin de que —a su vez— la forma misma,

tuerce la órbita de su destino

la forma en sí, que está en el duro vaso

y se arrastra en secreto hacia lo informe.

sosteniendo el rencor de su dureza

La rapiña del tacto no se ceba

y está en el agua de aguijada espuma

—aquí, en el sueño inhóspito—

como presagio cierto de reposo,

sobre el templado nácar de su vientre,

se pueda sustraer al vaso de agua;

ni la flauta Don Juan que la requiebra

un instante, no más,

musita su cachonda serenata.

no más que el mínimo

El sueño es cruel,

perpetuo instante del quebranto,

ay, punza, roe, quema, sangra, duele.

cuando la forma en sí, la pura forma

Tanto ignora infusiones como ungüentos.

se abandona al designio de su muerte

En los sordos martillos que la afligen

y se deja arrastrar, nubes arriba,

la forma da en el gozo de la llaga

por ese atormentado remolino

y el oscuro deleite del colapso.

en que los seres todos se repliegan

Temprana madre de esa muerte niña

hacia el sopor primero,

que nutre en sus escombros paulatinos,

a construir el escenario de la nada.

anhela que se hundan sus cimientos

Las estrellas entonces ennegrecen.

bajo sus plantas, ay, entorpecidas

Han vuelto al dardo insomne

por una espesa lentitud de lodo;

a la noche perfecta de su aljaba.

oye nacer el trueno del derrumbe; siente que su materia se derrama en un prurito de ácidas hormigas; que, ya sin peso, flota y en un claro silencio se deslíe. Por un aire de espejos inminentes ¡oh impalpables derrotas del delirio!

PORQUE en el lento instante del quebranto, cuando los seres todos se repliegan hacia el sopor primero y en la pira arrogante de la forma se abrasan, consumidos por su muerte —¡ay, ojos, dedos, labios,

etéreas llamas del atroz incendio!—

como una lenta rosa enamorada;

el hombre ahoga con sus manos mismas,

él, que cincela sus celos de paloma

en un negro sabor de tierra amarga,

y modula sus látigos feroces;

los himnos claros y los roncos trenos

que salta en sus caídas

con que cantaba la belleza,

con un ruidoso síncope de espumas;

entre tambores de gangoso idioma

que prolonga el insomnio de su brasa

y esbeltos címbalos que dan al aire

en las mustias cenizas del oído;

sus golondrinas de latón agudo;

que oscuramente repta

ay, los trenos e himnos que loaban

e hinca enfurecido la palabra

la rosa marinera

de hiel, la tuerta frase de ponzoña;

que consuma el periplo del jardín

él, que labra el amor del sacrificio

con sus velas henchidas de fragancia;

en columnas de ritmos espirales,

y el malsano crepúsculo de herrumbre,

sí, todo él, lenguaje audaz del hombre,

amapola del aire lacerado

se le ahoga —confuso— en la garganta

que se pincha en las púas de un gorjeo;

y de su gracia original no queda

y la febril estrella, lis de calosfrío,

sino el horror de un pozo desecado

punto sobre las íes

que sostiene su mueca de agonía.

de las tinieblas; y el rojo cáliz del pezón macizo, sola flor de granado en la cima angustiosa del deseo, y la mandrágora del sueño amigo que crece en los escombros cotidianos —ay, todo el esplendor de la belleza y el bello amor que la concierta toda en un orbe de imanes arrobados.

PORQUE el hombre descubre en sus silencios que su hermoso lenguaje se le agosta en el minuto mismo del quebranto, cuando los peces todos que en cautelosas órbitas discurren como estrellas de escamas, diminutas, por la entumida noche submarina, cuando los peces todos y el Ulises salmón de los regresos

PORQUE el tambor rotundo

y el delfín apolíneo, pez de dioses,

y las ricas bengalas que los címbalos

deshacen su camino hacia las algas;

tremolan en la altura de los cantos,

cuando el tigre que huella

se anegan, ay, en un sabor de tierra amarga,

la castidad del musgo

cuando el hombre descubre en sus silencios

con secretas pisadas de resorte

que su hermoso lenguaje se le agosta,

y el bóreas de los ciervos presurosos

se le quema —confuso— en la garganta,

y el cordero Luis XV, gemebundo,

exhausto de sentido;

y el león babilónico

ay, su aéreo lenguaje de colores,

que añora el alabastro de los frisos

que así se jacta del matiz estricto

—¡flores de sangre, eternas,

en el humo aterrado de sus sienas

en el racimo inmemorial de las especies!—

o en el sol de sus tibios bermellones;

cuando todos inician el regreso

él, que discurre en la ansiedad del labio

a sus mudos letargos vegetales;

cuando la aguda alondra se deslíe

hasta la impúbera

en el agua del alba,

menta de boca helada;

mientras las aves todas

cuando las plantas de sumisas plantas

y el solitario búho que medita

retiran el ramaje presuntuoso,

con su antifaz de fósforo en la sombra,

se esconden en sus ásperas raíces

la golondrina de escritura hebrea

y en la acerba raíz de sus raíces

y el pequeño gorrión, hambre en la nieve,

y presas de un absurdo crecimiento

mientras todas las aves se disipan

se desarrollan hacia la semilla,

en la noche enroscada del reptil;

hasta quedar inmóviles

cuando todo —por fin— lo que anda o repta

¡oh cementerios de talladas rosas!

y todo lo que vuela o nada, todo,

en los duros jardines de la piedra.

se encoge en un crujir de mariposas, regresa a su orígenes y al origen fatal de sus orígenes, hasta que su eco mismo se reinstala en el primer silencio tenebroso.

PORQUE desde el anciano roble heroico hasta la impúbera menta de boca helada, ay, todo cuanto nace de raíces establece sus tallos paralíticos

PORQUE los bellos seres que transitan

en los duros jardines de la piedra,

por el sopor añoso de la tierra

cuando el rubí de angélicos melindres

—¡trasgos de sangre, libres,

y el diamante iracundo

en la pantalla de su sueño impuro!—

que fulmina a la luz con un reflejo,

todos se dan a un frenesí de muerte,

más el ario zafir de ojos azules

ay, cuando el sauce

y la geórgica esmeralda que se anega

acumula su llanto

en el abril de su robusta clorofila,

para urdir la sustancia de un delirio

una a una, las piedras delirantes,

en que —¡tú! ¡yo! ¡nosotros!— de repente,

con sus lindas hermanas cenicientas,

a fuerza de atar nombres destemplados,

turquesa, lapislázuli, alabastro,

ay, no le queda sino el tronco prieto,

pero también el oro prisionero

desnudo de oración ante su estrella;

y la plata de lengua fidedigna,

cuando con él, desnudos, se sonrojan

ingenua ruiseñor de los metales

el álamo temblón de encanecida barba

que se ahoga en el agua de su canto;

y el eucalipto rumoroso,

cuando las piedras finas

témpano de follaje

y los metales exquisitos, todos,

y tornillo sin fin de la estatura

regresan a sus nidos subterráneos

que se pierde en las nubes, persiguiéndose;

por las rutas candentes de la llama,

y también el cerezo y el durazno

ay, ciegos de su lustre,

en su loca efusión de adolescentes

ay, ciegos de su ojo,

y la angustia espantosa de la ceiba

que el ojo mismo,

y todo cuanto nace de raíces,

como un siniestro pájaro de humo

desde el heroico roble

en su aterida combustión se arranca.

que emana de su boca, hubiese al fin ahogado su palabra sangrienta. PORQUE raro metal o piedra rara,

¡ALELUYA, ALELUYA!

así como la roca escueta, lisa, que figura castillos con sólo naipes de aridez y escarcha,

¡TAN-TAN! ¿Quién es? Es el Diablo,

y así la arena de arrugados pechos

es una espesa fatiga,

y el humus maternal de entraña tibia,

un ansia de trasponer

ay, todo se consume

estas lindes enemigas,

con un mohíno crepitar de gozo,

este morir incesante,

cuando la forma en sí, la forma pura,

tenaz, esta muerte viva,

se entrega a la delicia de su muerte

¡oh Dios! que te está matando

y en su sed de agotarla a grandes luces

en tus hechuras estrictas,

apura en una llama

en las rosas y en las piedras,

el aceite ritual de los sentidos,

en las estrellas ariscas

que sin labios, sin dedos, sin retinas,

y en la carne que se gasta

sí, paso a paso, muerte a muerte, locos,

como un hoguera encendida,

se acogen a sus túmidas matrices,

por el canto, por el sueño,

mientras unos a otros se devoran

por el color de la vista.

al animal, la planta

¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo,

a la planta, la piedra

ay, una ciega alegría,

a la piedra, el fuego

un hambre de consumir

al fuego, el mar

el aire que se respira,

al mar, la nube

la boca, el ojo, la mano;

a la nube, el sol

estas pungentes cosquillas

hasta que todo este fecundo río

de disfrutarnos enteros

de enamorado semen que conjuga,

en sólo un golpe de risa,

inaccesible al tedio,

ay, esta muerte insultante,

el suntuoso caudal de su apetito,

procáz, que nos asesina

no desemboca en sus entrañas mismas,

a distancia, desde el gusto

en el acre silencio de sus fuentes,

que tomamos en morirla,

entre un fulgor de soles emboscados,

por una taza de té,

en donde nada es ni nada está,

por una apenas caricia.

donde el sueño no duele,

¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo,

donde nada ni nadie, nunca, está muriendo

es una muerte de hormigas

y solo ya, sobre las grandes aguas,

incansables, que pululan

flota el Espíritu de Dios que gime

¡oh Dios sobre tus astillas,

con un llanto más llanto aún que el llanto,

que acaso te han muerto allá,

como si herido —¡ay, Él también!— por un cabello,

siglos de edades arriba, sin advertirlo nosotros,

por el ojo en almendra de esa muerte

migajas, borra, cenizas

de ti, que sigues presente como una estrella mentida por su sola luz, por una luz sin estrella, vacía, que llega al mundo escondiendo su catástrofe infinita. [BAILE] Desde mis ojos insomnes mi muerte me está acechando, me acecha, sí, me enamora con su ojo lánguido. ¡Anda, putilla del rubor helado, anda, vámonos al diablo!

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