Cuando los príncipes aún libraban doncellas atrapadas en castillos, y las brujas vivían en los bosques y tenían mucho poder, existió un reino lejano, cuyo príncipe quería encontrar el amor, tener muchos hijos y volverse un rey justo. Con el paso de los años, el príncipe se convirtió en un apuesto joven, y cierta mañana decidió partir en busca de una princesa en apuros, para rescatarla y brindarle su amor por siempre. Tras haber cabalgado durante un tiempo, se dio cuenta que había llegado al fin del mundo, donde no alcanzaban los colores del arcoíris ni llegaba el agua de la lluvia. Un hada que andaba de paso quiso ayudar al príncipe, se trataba del Hada Distraída, y le prometió que al regresar a su reino, encontraría al gran amor de su vida, sentada junto al trono esperando su llegada. El príncipe volvió sobre sus pasos a toda velocidad, pero al llegar al castillo descubrió que le esperaba una cebolla gigante. Sin más remedio, el príncipe se casó con la cebolla, y en las noches, se acostumbró a soportar su olor tan horrible. Con el paso de los años, la cebolla aprendió a hablar, a recitar poemas y cantar hermosas melodías, y el príncipe comenzó a sentirse a gusto con su esposa, quien le hacía reír y le preparaba sopas exquisitas con su propia piel. Un buen día, el Hada Distraída se apareció en el reino, disculpándose con el príncipe por su terrible confusión, pues había equivocado sus conjuros y debía devolver la cebolla a su dueño y en cambio ofrecerle la hermosa princesa que siempre había querido. Sin embargo, el príncipe se negó rotundamente, pues había encontrado el amor junto a su querida cebolla. Y así amigos, es que no debemos dejar de creer en los imposibles, y mucho menos, en un sentimiento tan poderoso como el amor. César Manuel Cuervo