Mercado Persa Hans Otto Kroeger
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Ultimamente, cuando paseo por los corredores del Palacio de “Justicia” (Civil) de Ciudad del Este, suelo tener la impresión: “esto ya lo he visto alguna vez”, sin que haya podido recordar dónde. Pero ahora se me prendió la luz.
De vez en cuanto suelo andar por las calles del Microcentro de Ciudad del Este (por la calle, no por la vereda). Y veo, a cada costado, el reducto de los cambistas y microcomerciantes, ofreciendo sus productos: moneda extranjera, pantalones, anteojos, CD, herramientas, electrónicos, bijuterías. De un lado los ofertantes, del otro los clientes, regateando el precio de la mercancía. En el fondo, los negocios serios, verdaderos palacetes, con aire condicionado, secretarias jovencitas en uniforme sexy, café para los clientes. La mayoría de las ventas (las pequeñas) se realiza en la calle; son “jurisdicción” de los microcomerciantes, donde el valor de la mercancía varía de entre cinco mil, hasta quinhientos, rarísimas veces un millón de Guaraníes. Mientras tanto, las personas de bolisllos fornidos, aquellos vestidos con ropas de marca, en la mano un maletín forrado con divisa extranjera, ingresan a los palacios del fondo, con ambiente climatizado, atención especial al cliente, computadoras de primera línea, tratamiento “vip”, donde secretarias sexy invitan a pasar directamente a la oficina privada del Director mientras les sirven un café. ¿Ya se dan cuenta? ¿También les acompaña esta incómoda impresión del “esto ya he visto”, sin poder ubicarse? Pues fíjense lo que ocurre hoy día en el Palacio de Justicia, que alberga los juzgados civiles y las cámaras de apelación: Los “microcomerciantes” (los funcionarios de rango inferior) se codean por los amplios corredores de este “templo de la justicia”, arrimados a las paredes apenas dejando espacio para el tránsito, frente a afrente con los clientes (abogados), regateando animadamente; monedero en mano, plata entre los dedos, regateando el precio del producto en oferta: las providencias, los Autos Interlocutorios que deciden cuestiones menores, la posposición de alguna diligencia, el congelamiento de algún expediente, la simulación de alguna notificación, la alteración de algún registro – en fin, productos de valor inferior, productos pirateados, falsificados... aquello que compra y necesita el populacho común para poder sobrevivir en este paraíso de Dios. Productos que cuestan de entre diez mil y quinientos mil guaraníes, alcanzando rarísimas veces valores cercanos al millón. Los negocios se conciertan a la vista de todos los transeúntes, abiertamente. Sólo cuando aparece el “loco” “esquizofrénico” Hans Otto Kroeger, o cuando se percatan que la esposa de este último desubicado les está observando, tratan de disimular, las manos desaparecen en los bolsillos, dirigen la
cara hacia otro lado, simulan estar hablando del cambio climático, del calor, del precio del alquiler... Entre estos cambistas y comerciantes ambulantes se mueven con dificultades los “peatones”, ya sin espacio sobre las “veredas”, apeligrándose en medio del “tránsito pesado”. Y, de vez en cuando aparecen los grandes señores (para quiénes el simple hecho de que les mire o salude un insignificante peón significa ofensa grave) con aires de príncipe, trajes importados de Italia, maletines de grife, relojes Rollex, Tiffany. Personas “vip” que apenas se ven en público, dirigiéndose, sin mirar por los costados, sin saludar ni ver a nada ni a nadie, directamente a la entrada de alguna secretaría judicial, donde son recibidos de inmediato por una virgencita (quizás no tan virgen) secretaria en uniforme sexy, que les saluda: “Buen día Dr. X; Como va Usted; Pase, por favor, el $r Jue$ ya le e$tá e$perando an$iosamente” (¿sexy el silbido con el que aprendieron a pronunciar la “$”, no es cierto?); “¿Tuvo Ud. un buen viaje, Dr.? ; ¿Le puedo servir un café? ¡Cualquier cosa, estamos todos a su disposición!” Y ya desaparecen con sus pesados maletines en una oficina de lujo a prueba de sonido, a prueba de visitas indeseadas, sin siquiera aminorar la marcha, sin dirigir saludo, siquiera mirada a la tan simpática secretaria: Es hora de confirmar el gran negociado; Ahora las grandes decisiones se hacen efectivas, es donde se venden los productos de lujo, donde no hay diferencia entre diez mil o cien mil dólares, donde el cliente se merece tratamiento “vip”; Rige el secreto comercial, para que el populacho no reclame de su hambruna ante notorio desperdicio de los ricos. No hay regateo público; Estos Patriarcas no se rebajarán a tales prácticas – comunes para el populacho pero indignas para Señores de “Sangre Azul”; los arreglos ya se ha hecho vía secretarios y representantes, antes de esta esplendorosa aparición. A los abogadillos, los leguleyos de pasillo, restan apenas algunos segundos para dirigir su impotente, envidiosa y admiradora mirada a la espalda del “Gran Visir”, mientras siguen mendigando pacientemente la atención de algún funcionario de rango inferior, sin que arriesguen levantar la voz ante el trato preferencial concedido a los “soberanos”: saben que no tienen derecho a tal
tratamiento de lujo; son apenas vasallos de este “Templo de la Justicia”, y a servicio de los gran señores. Dentro de las oficinas, los “Sumo Sacerdotes” del Poder Judicial, aquellos Señores que nunca aparecen en público, salvo para las grandes solemnidades. Y los abogadillos de pasillo piensan: “¡Algún día quiero llegar a ser como ellos!” Cuando se habla del Microcentro de Ciudad del Este, se habla de mesiteros (negocios informales) y de megaevasores; Al tratarse del mercado persa del “Palacio de Justicia”, se habla de “tengo un conocido”, y de “el Sr. Jue$ ya le e$tá e$perando”. La diferencia es apenas de término, en el fondo son la misma cosa. Igualmente, los cambistas de pasillo saben perfectamente que no deben tocar, ni siquiera saludar a estos Gran Visires: son clientes exclusivos, es reducto de los “Sumo Sacerdotes”; e intentar venderles algún producto a espaldas del “Sultán”, indefectiblemente resultaría en la pérdida del “Puesto de Venta”, pudiendo resultar inclusive en la pérdida de la vida. Y nuevamente estos acontecimientos, estas circunstancias, estas instituciones absolutamente actuales, recuerdan un relato que ya tiene dos mil años: “Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que transportaran cargas por el Templo. Y les enseñaba: "¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones". Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza.” S. Marcos, 11:15 y sgtes. Visite: http://www.pdfcoke.com/doc/15933447/Casacion-de-la-matricula-de-Abogado-de-Hans-Otto-Kroeger http://www.pdfcoke.com/doc/20183466/Wolfram-HeinrichConducir-ebrio-Por-supuesto-que-si http://www.pdfcoke.com/doc/7721258/Plazos-Politica-Penal http://www.pdfcoke.com/doc/7686375/13-Dias-en-Las-Mazmorras-Del-Paraguay http://www.pdfcoke.com/doc/7685630/Pfaffenspiegel-Espejo-de-Cura http://www.pdfcoke.com/doc/7682670/Schopenhauer-El-Arte-de-Persuadir http://www.pdfcoke.com/doc/7682826/Latin-Forense