¡¡MENOS MAL!!
La primavera había saturado los verdes tan aceleradamente que no había tenido más remedio que correr al salón de belleza para conseguir una pigmentación cutánea a tono con el dos piezas de colores divertidos que había atrapado en las rebajas que, dicho sea de paso, cada año se presentaban antes también debido a alguna insospechada aceleración progresiva. Y fue allí, precisamente en el interior del sarcófago, donde los bronceadores watios uva doraban sus redondeces, donde se le ocurrió: ¡Tenía que cambiar de automóvil! Necesitaba un automóvil acorde a su estatus. Una Directora de Centro no podía desplazarse en un vehículo corriente. Sus vecinos, aunque algunos echaran mano del utilitario para la ciudad, todos preservaban el flamante en el garaje. Sus hermanos, sus amigas, todos contaban con un coche de verdad. Y además, ¡qué porras!, ¿qué iba a hacer con el dinero que ganaba? ¿no tenía derecho a pegarse un capricho? Es cierto que hay muchas necesidades por esos mundos, pero ¿qué? ¿iba a enviarlo a Bosnia o a esos ojos rutilantes que apagan su fulgor en Zaire? Sí, ¡riau!, está el mundo como para fiarse. En el concesionario al día siguiente se deshicieron en amabilidades. "Es el Top, el Top del segmento, el Top, Top, Top...", reiteraba de forma machacona el joven marketinguista que resultó ser un antiguo y desastrado alumno de familia bien. El mercader, no se percató de quién era, pero sí de su falta de atención e interés por las deliciosas prestaciones enumeradas, por lo que, tras un análisis de psicología mercaderil sobre la marcha, replanteó su actuación en segundos y cambió de táctica para referirse a la seguridad. Con una prolongada perorata sobre el ABS, la innovación en el sistema de frenado y el airbag, tampoco creyó acertar. Decidió entonces profundizar en la labor ecológica de la firma proporcionando semejante combinación de cilindrada y prestaciones sin la menor contaminación merced a catalizadores, combustible sin plomo y bla, bla, bla. Desanimado, no salía de su asombro cuando ella se decidió bruscamente a añadir, en el mismísimo momento, uno más a los 680.000.000 cochecitos que resbalan por la cáscara del planeta. En realidad no había entendido nada, pero era lo mismo. Le resultaba divertido ver cómo toda la serie de luces, resortes, botones, dígitos y
palanquitas se reunían bajo las tres letras, TOP, TOP, TOP. Tres letras que proporcionaban..., eso, Clase. Por un instante sucedió algo extraño en su cerebro, como si de los anaqueles de su memoria quisiera escapar algún significado referente a tal conjunción de letras o siglas. Pero no llegó a brotar y la T, la O y la P, sólo quedaron ligadas a cierta evocación de prestigio imperial. Al tiempo, un día detuvo su prolongada cilindrada envuelta en metalizados brillos ante el semáforo. Se descolgaron las habituales ojeadas, primero al vehículo y posteriormente a su conductora, cargadas de una mezcla de envidia y admiración que le propiciaba una íntima y orgásmica satisfacción. Pero de repente su progresivo e íntimo regodeo sufrió una desaceleración similar a la del motor cuando se presionaba sobre el botoncito del aire acondicionado. No tuvo necesidad de pulsar el interruptor del elevalunas electrónico de su ventanilla para escudriñar el entorno. A su izquierda un joven en camiseta negra con aros al lóbulo y salpicaduras de acné repartidas por un rostro risueño, frente a la actitud habitual y generalizada, pasaba ampliamente del automóvil y de ella. La discreción le indujo a ajustar eléctricamente el retrovisor y esperar. Cuando el semáforo franqueó el paso, el asfalto se deslizó veloz bajo sus llantas de aluminio, giró a la izquierda y a través del espejito escrutó al muchacho cuya expresión no le resultó extraña y que silbaba feliz embutido en un cuatrolatas descacharrado de color amarillo yema de huevo. En adelante, la inmensa mayoría de los días el reloj los hacía coincidir, un par de coches arriba o abajo, en el mismo semáforo. Reconocía la íntima satisfacción de ser admirada, pero que en modo alguno buscaba. Sin embargo la actitud de aquel muchacho, ni una mirada ni por un instante, llegó a obsesionarle y sacarle de quicio a las ocho treinta todas las mañanas. Era viernes, el fin de semana estaba encima. No había dormido bien y sacudió un manotazo al irritante despertador. El cretino dejó de sonar. Esa mañana el azar la sitúa en paralelo. No puede aguantarse y, al verde, un simple movimiento del dedo corazón y, merced a la dirección asistida, su delantera muerde la aleta amarilla.
Ella, aun reconociendo su culpabilidad, reclama la presencia de atestados. En la espera, empieza mostrándose distante para adoptar más tarde una actitud simpática, pero nada altera al muchacho que permanece impávido sin hacerle el más mínimo caso. Es maestra en intercambiar energía, pero necesitaba sintonizar la frecuencia, de lo contrario, no funciona. A la llegada de los de atestados, cumplimentan el papeleo. Iñaki era su nombre. Al escuchar su apellido, la magia de la combinación de unas letras unidas a aquel rostro hace funcionar sus neuronas con mayor agilidad que la del ordenador de su carro indicando promedios de consumo o velocidad y la retrotrae en el tiempo. Se ve en el tiempo en que creía en la amistad. No puede ser de otra manera, se trata del hijo de aquel amigo, el mejor que tuvo. Aunque nunca quiso reconocerlo, estuvo enamorada de él, pero... trabajaba en una fábrica, carecía de futuro..., su madre, todos le aconsejaron..., lo dejó. Con él en un cuatroele amarillo que se caía a trozos había recorrido Europa en el viaje más fascinante que había emprendido y que su memoria guardaba celosamente hasta la actualidad como uno de sus más preciados tesoros. Es fin de semana y hace calor. Un cuatrolatas amarillo yema de huevo escala renqueante el puerto. Un top model asciende con suavidad tras él. Arriba una explanada al borde de un cortado. El coche amarillo se detiene y el gran carro también. Iñaki sale con su rostro serio salpicado de acné. Ella sale también. Parece más joven o tal vez es la ropa, un vestido negro hasta las sandalias de cuero. Apaga luces, desconecta resortes, libera los servofrenos y acciona el cierre centralizado. Contempla el top model, ve en él su tesón, su éxito, su cargo de dirección, su prestigio, su estatus.... Se apoya en el capó, tensa el culo y empuja. Se da la vuelta y se aferra al muchacho que la besa envolviendo con sus brazos su cuerpo lleno y rotundo. El cuatrolatas de color yema de huevo desciende saltarín el puerto. En su interior una pareja de jovencitos. Ríen. El la mira con ternura infinita. El camión de la basura frena y un coche rojo regalando decibelios bacaladeros, lógicamente sin ventanillas, queda atrapado tras él, justamente bajo su ventana. En consecuencia, ella inicia el camino hacia la consciencia. Va entornando sus ojos. Se estira. Pasea sus manos con fuerza por la tensa redondez de sus senos y sus manos descienden en dirección al bajo vientre.
Siente, apenada, cómo la progresión de la realidad la va desnudando paulatinamente de la mirada empapada en ternura que la envolvía hacía sólo un instante y su rostro de mujer madura ensaya un puchero de niña. Se genera una brutal batalla entre la consciencia que pelea por ser y el sueño que quiere seguir siendo. Cierra con fuerza sus ojos, alarga y comprime sus labios como para dar un beso y tira las rodillas hacia su cuello plegando por completo su cuerpo que tampoco quiere renunciar a besos y caricias. Consigue así sentarse nuevamente junto a Iñaki en el asiento del cuatroele color yema de huevo que desciende a galope tendido. Ella habla, lo hace con su boca, con sus ágiles manos, con su cuerpo, pero sobre todo con sus ojos, para él, vivos y negros como nunca. Tras una curva flanqueada por las hayas, las pupilas de Iñaki abandonan la carretera para prenderse fuego en las suyas. La incitante sonrisa de ella estalla en risotada embelleciendo los labios en los que él desearía bañarse. La aceleración es intensa. La mano derecha del muchacho se desplaza hasta su rostro, acaricia su mejilla y acude a su boca para juguetear brevemente con sus labios. Vuelve al volante para tomar la siguiente curva. Redondea luego sus senos, primero uno y luego el otro, y desciende hasta su rodilla izquierda en la que gira sobre la palma para introducirse bajo la falda. No acude al volante en la siguiente curva. Ella siente precipitarse vertiginosamente en la profundidad del abismo. De pronto sufre una brutal sacudida coincidente con el estruendo originado por el vaciado del contenedor de vidrio reciclable que, de golpe, la arroja nuevamente a la realidad. Abriendo desmesuradamente sus ojos, grita sobresaltada: ¡Mi coche! Ya en plena consciencia se da cuenta de que es viernes, de que se ha dormido tras parar el despertador, de que con Iñaki fue hermoso pero pasó y de que su Top Model le espera en el garaje. ¡Menos mal! exclama. JAVIER MINA, Pamplona, junio de 1994 Publicado en “Antojos de Luna” 12-1995