Madera No reconocí al hombre que tenía frente al espejo, pero sabía a que había venido. Mi rostro, chorreante de agua, se congeló y mi mano no alcanzó la toalla del lavabo. Era alto, fornido, como todos los de su profesión. Me dedicaba la sonrisa torva del que está acostumbrado a asesinar; la misma que yo dedicaba a mis víctimas. Un escalofrío de alerta recorrió mi espina dorsal. Delante del espejo no hay excusas, él ya sabía lo que era. Me volví despacio y miré hacia su mano derecha. Como esperaba, había una estaca en ella. Ni siquiera pude moverme antes de que me la clavara. “Tranquilo, es de madera”.