ANGELA BARRAZA RISSO
M O R A D A S
MORADAS Angela Barraza Risso Colección Plaquettes de poesía Editorial FUGA 2008 www.editorialfuga.blogspot.com
las doncellas Helíades me arrastran hacia las moradas del día y la noche. Parménides.
ORIGAMI Variación sobre el Canto II de Altazor
Selección I He sido altísima gracia: detenida bajo tus ojos he sido elegancia perfecta. Hombre, esta habitación
está amueblada por tus ojos
Mi cuerpo –que fue prometido a tu perfume recio– ha redoblado su peregrinación vestido de estas láminas de oro que entregué a la pobreza en labios de un pequeño periquito gris enjaulado en tus manos cerrada la puerta y la entrega, cerrado el puño que brota para mí en caricia un par de veces áspero tu dedo, áspera tu mano, áspera tu voz en mi mejilla Se hace más alto el cielo en tu presencia presencia tuya que se prolonga de cosa en cosa eco que se prolonga de hora en hora te siento llegar, te siento volver te siento pensar sobre mí y para mí este futuro de bruces que se me viene a la cara a veces cuando lloro sin que tenga razón alguna de llanto y cuando río.
II Aquí me quedo detenida en este espacio tan mío: en esta habitación –desnuda habitación– me quedo Al irte dejas una estrella en tu sitio y ya besado todo, visto todo solitaria me arrebato de soroche y chimuchina –aros perlas vidrio jaque a rey sin paje de reina soy bajo tu trono– . Me lleno entonces de toda la paciencia del mundo entre dibujos de alelí y crisantemos marcho con las manos llenas de perlas bailo un silencioso vals frente al espejo de la habitación y me desmayo y me fundo con los estampados del muro y huelo las flores bordadas en las cortinas y bebo el perfume de la primavera que se abre en los floreros y ansío tus manos estrechando las mías en medio del baile y te veo porque estás aquí Tú siempre estás aquí mientras recorro victoriosa los pasillos de este movimiento estás aquí y vuelvo a sonreír cada vez que mis manos te rozan invisible en un tacto de música que nos soporta a pesar de que te has ido Dejas caer tus luces como el barco que pasa y yo te veo y te siento reposar sobre los sillones y los muros, extenuado por la brisa ancha que perdura luego del baile Mientras te sigue mi canto embrujado Como una serpiente fiel y melancólica Y tú vuelves la cabeza detrás de algún astro
yo no dejo de pensar y perecer bajo mi pulso hasta un día cuando ya todo el mar haya vuelto a casa y no nos quede otra cosa que el silencio y el retiro como aves que caen con el último rayo de la tarde que se niega a morir en el reflejo de una ventana.
IX (fragmento) Las llanuras se pierden bajo tu gracia frágil mientras yo aquí te espero retornar amarrados mis ojos al dintel, amarrado el uno a lo múltiple de este /abandono amarrada mi voz a tu peregrinar tan extenso que me vuelves de lejos sonrisa y sombra de esa sonrisa y sombra tuyas. Se pierde el mundo bajo tu andar visible porque yo que me quedo quieta con las alas abiertas esperando la esgrima minuciosa de tu mano sin plumas es que me pierdo también prendida del pecho al plano escenario de mi vida prendida como una mariposa muerta en el altar que se ha construido a pesar suyo como su estancia. Las cosas lucen tras de mí como pintadas, como si dibujadas las siluetas aparecen de una puerta o de un armario que se abre indiferente Pues todo es artificio cuando tú te presentas y no me queda otra cosa en el interior que este interior en el que deambulo como si tocando las cosas que me observan de pronto cobraran vida y con ellas también tus ojos que han sembrado de rigidez cada pequeña silueta alrededor. Con tu luz peligrosa a tientas tanteo el mundo Inocente armonía sin fatiga ni olvido la de este peregrinar adentro de mi propia vida Elemento de lágrima que rueda hacia adentro profundamente adentro viajo con un ala rota. Porque yo que como tú vuelo siempre
lo hago en retirada: yo vuelo hacia adentro mientras tu lo haces de afuera yo caigo hacia adentro mientras tu recorres rodante el mundo yo vengo hacia adentro en tanto tu vienes a volver a desterrarte de aquí yo soy adentro yo me llevo adentro yo me estoy llamando adentro sin que nadie me oiga sin que nadie me vea sin que nadie sepa de mí más que yo que solo habito este paisaje Construido de miedo altivo y de silencio
XXII final Si tu murieras ¿quién besaría el espacio frío de esta almohada desnuda? Si tu murieras ¿qué manos dudarían cada paso desde la silla a la ventana? Si tu murieras no quedaría otra cosa que el sentir profundo frente a Dios Si tu murieras sería de mí tal que de la oscuridad propia de una candela difusa Si tu murieras la amplia espacialidad del espejo me rodaría refleja Si tu murieras todo en mí se apagaría todo en mí se cerraría todo en mí sería únicamente el eco de lo que fui hasta ayer cuando brillaba como una pequeña imagen proyectada sobre un muro pues Las estrellas a pesar de su lámpara encendida mantienen su brillo luego del quiebre de la vasija de que están conteniendo el estallido algo que luz permanece también luego de la fe que proyecta un niño que reza y que le ve a la estrella a través de su ventana brillar después de muerta. ¿Acaso esa nostalgia se perdería? acaso el rezo quedaría en mi aliento tirado al beneficio de la duda que es Dios Acaso mis ojos Las estrellas a pesar de su lámpara encendida Perderían el camino Acaso mis ojos perderían su camino?
RECUERDO DE OLVIDO Tengo de mis antepasados Galos1 la irremediable liviandad de faldas y la sensualidad tórrida que me recorre los labios. Meto de a dos los dedos a mi boca y siento, presurosa, la sangre tibia entre los ojos. Sin embargo fui ayer mujer de parto: faldera perra atada a la solemnidad de un beso a media tarde. Fui esposa arrodillada, fui María a los pies de un cristo desnudo y le recé también desnuda como virgen necia a los pasares del sueldo y la bebida. Mis manos se gastaron contando los días que me fumé junto a la ventana allá cuando me fumé también los dedos y las manos y mis cenizas cayeron calle abajo con la penúltima lluvia buscando alejarme lejos como la infancia corriendo lejos como el odio. no volví vestida de nubes –así lo juré– por no llorar otra vez y como el mar a su resaca lo olvidé. Y si las marcas que quedaron en mi corazón y en mi edad luego de la estación bajo su pecho no han servido de nada 1
ARTHUR RIMBAUD, Mala Sangre
al menos olvidé: al menos me quedó una buena cuota de olvido en que fijar mis ojos. cuando siento el peso de recuerdos que se asoman de pronto a redoblar pisadas y huellas sobre mi espalda yo me miento.
INTERROGACIONES
¿Cómo queda, OH Dios, durmiendo mi homicida? ¿Las dos manos cerradas, los labios secos, los ojos perdidos entre las hebras de madera del techo que le repiten mi rostro o simplemente bajo un sueño mortal como todos nosotros? Es acaso el mismo río el que cruzaré luego de la muerte? O me esperan olas tormentosas y terrores de suicida? Porque al yo elegir su nombre también fui culpable de su mano última en mi cuello agarrotada, es que me culpo y presiento la ira de tu conciencia viva de hombre. ¿Serás también conmigo duro y ronco como su tacto –y me darás las penas del que ejecuta en su propia mano la muerte– o me perdonarás, inmenso, esta fortuna de ruleta que me dio la vida? Seré flor estallada en el recuerdo de mis días o seré culpable de fallar y de dejar otras manos hundidas de ausencia? O seré simplemente imagen detallada en el gráfico indecoroso de una primicia, como otras? Yo le conocí de cuajo, es cierto, pero cuánto le quise. –Perdonándole de siempre su estrella íntima grabada bajo mi falda– Cuánto amor le arrebaté también en las tardes oscuras En que un sueño arrollador nos llamó a devastarnos de cariño. Ahora que me marcho vestida de traje cerrado le pienso y le recuerdo (¡A qué pensar en el gusano!2) tal como antes, tan sencillo y triste, amándome de lado. Y le extraño y le pienso tan solitario en lo oscuro de ese corazón que amé hasta lo íntimo de un día en que se desató la mala suerte de un gemido.
2
EDUARDO ANGUITA, Venus en el pudridero
¿Cómo queda, OH Dios, durmiendo mi homicida? ¿Las dos manos cerradas, los labios secos, los ojos perdidos entre las hebras de madera del techo que le repiten mi rostro o simplemente bajo un sueño mortal como todos nosotros?
ARQUETIPA Snapshots
V. OMITE ESO DE QUE LOS PADRES NO PREÑAN A SUS HIJAS porque hay un tabú de amor en todos los contratos FELIPE RUIZ, Cobijo
Una niña es una niña hasta que muere la primera muñeca. Su abuelo al que siempre llamó papá se encargó un buen día de besarla profundo y desde ahí aprendió que el techo no se abre como se abren las nubes.
VIII Una mujer –que trata de enmudecer cada mañana no puede otra cosa que suceder siempre igual como debajo de un árbol sucede una espiga de pasto: innecesaria. callar dejar de lado reposar sobre el sillón o sobre la sinuosidad de una amapola: –musitar canciones muy viejas y un destilado de domingo pasando junto a las escaleras: todas pasiones completamente inútiles cuando la melodía de un áspero macho embrutecido galopa las paredes solitarias de una casa envejecida y quieta. (A media luz una fotografía con abrazos y con besos, duerme) La habitación que divide en dos la vida es una pieza diminuta: un colchón /un sillón /una alcancía / un posavasos /una linterna (metidas en medio de toda la arquitectura visible) son lo que se oculta entre la cotidianidad y sólo resucitan a veces luego de un letargo que cae como la tarde y que despeja el fondo de un vaso de vino. Se pueden ver los pasos en la alfombra: el paso del tiempo siempre se detiene en los lugares que no huyen al serpenteo de la inmediatez. el paso del tiempo siempre se detiene. el paso del tiempo. el paso del tiempo. siempre se detiene en los lugares que no huyen.
X Una mujer levanta sus pies deliciosamente mientras se fija en las líneas del piso: procura no tocar con los dedos desnudos las uniones de las tablas, y ríe. Piensa en secreto (como todo en la vida) que hay una ganancia al final de esa contienda que se ha inventado para llegar hasta la cocina: pone un puntaje a cada línea paralela al miedo del ojo y uno diferente y mayor a las líneas que siguen el trazo de lo ya visto. no puede correr, así lo ha pensado, tampoco hablar sola muy sola mientras realiza la tarea. (Fecunda imagen la de pensarla enrojecida con el camisón a media pierna esquivando el entablado tibio de un lunes. Los cuadrados blancos y negros (ajedrez sin rey, alfil vencido) de la cocina terminan por enfriar sus dedos y el rabillo del ojo mientas la mueca horrible de su feminidad vuele a tomar posición de su hermosura un segundo antes de esquivar la silla metalica y coger con ansias y sudor dos tazas el hervidor y la manilla de la puerta de la alacena que se abre despidiendo un aroma horrible a cuchillos y frascos y hormigas muertas. Nada ha vencido.
XII. Una mujer que vuelve a casa muy temprano, que mira luces al volver y sueña alto. –Un recorrer los cables de la luz con intención de viaje es un acto muy serio y muy entretejido en la disolución de un beso. Siente los metros que faltan para girar la llave, la levadura que aún se queda dormida entre las uñas—. (ella piensa en la serenidad de esos lugares que aparecen tan bellos tras la puerta en las fotografías de los calendarios) A las seis de la tarde no es crepúsculo ni ardor: es sólo hora. Mirar las mismas casas, aunque sea por nueve meses, puede ser una liturgia conocida incómoda y de llanto muy propia de la muerte –no es necesario ver morir los árboles para saber que se ha quebrado algo en el reloj profundo del recuerdo–. Los pasos que apenas pueden empujar un as de polvo son eclipse de ojos que no lloran por no cantar un surco. Una ventana conocida una reja un saludo un niño un techo un bolsillo y las llaves que tintinean en su ladrido de llegada y luego únicamente un abrir de puertas un cerrar de luces y nada.
XIII Una mujer visita regularmente un plaza y mira delgada los columpios que ondulan un recuerdo imposible. Algo vacío le hurga las pausas de aire en el pecho. Su vientre –amasijo de eco y liquidez– canta un ritmo inconcluso allá en su fondo. Gorriones pululan el cielo y tapan con su vuelo los animales que se forjan en las nubes. Una risa en el noveno mes del año es la navaja que le corta muy fino el oído y la vasija rota se le tuerce en conjunción violeta de canto y mordedura. No llora –es necesario– pidiendo un espacio donde acometer con su tensión de brazos apretados como nido en el pecho. Sueña ceñir, lo intenta, y se rodea entera con los brazos y miente una espera. Se mulle, se dilata, siente el calor que nace de su cuerpo ahí parado en lo frío y tararea sin hablar algo parecido a una canción de cuna. Y antes que el maicillo le arruine los zapatos antes que un beso le haga sudar las manos respira hondo y sacrifica su canción con un soplido en el aire mientras se muerde los labios y busca muy lejos la tregua de una esquina que la olvide y que la aleje en su paso y su pie y su peso y su vacío tan hondo adentro. Su huella –de sal y arena– hace surco mientras camina sobre los tréboles que verdemente se asoman a reconocer la pausa desnuda de un atardecer que le detiene en un silencio los labios con los dedos más antojadizos de la muerte.
XIV Una mujer se estira las pestañas, da color a sus uñas y ríe en el espejo. (Reflejo de canción futura: el vidrio proyecta a dos mujeres solas) La máscara es lo primero que se sostiene del cuello: mirar a través de otros ojos es la única forma de reír en realidad. Cantar una canción como pensando en otra cosa, alzar la vista en busca de un balcón e imaginar una oleada de manos agitándose en el aire es todo lo que puede alguien que cree en el aplauso espontáneo de un público que aparece de a ratos en la tribuna de la ciudad. Saeta intermitente que cruza engalanada la suntuosidad de un bullicio: las finas armonías de un tacón retumban en la mente de un millón de hombres secos que se pasean buscando a la mujer de la portada que cuelga hermética y febril de las paredes de una desarmaduría. Los ojos al viento, las manos libres como antorchas, las piernas eléctricas en su pentagrama de escaleras en descenso y la mandíbula enajenada al compás de un violín. El escenario es un domingo con cantos en las esquinas. Voluptuosa la foto que solo muestra el rostro de una niña que se perdió en el fondo de un cajón, entre naipes y botones. Y todo lo que queda es el reflejo intermitente que saluda a su paso en las puertas de las oficinas y en las ventanas de los automóviles detenidos cuando se mira Reina mientras se piensa otra mujer que ríe.
tan ella en su interior
El proyecto MORADAS de Angela Barraza Risso fue financiado por la Beca a la creación literaria del C.N.C.A en 2008