Luis de Tavira Luis Fernando de Tavira Noriega (n. Ciudad de México; 1 de septiembre de 1948) es un dramaturgo, director de teatro, ensayista y pedagogo mexicano. Durante su juventud fue seminarista. Las primeras obras que monto fueron de teatro religioso y litúrgico, posteriormente se inclinó por las obras de Bertolt Brecht, el teatro social y el teatro político. Durante su trayectoria como dramaturgo ha puesto más de sesenta obras en escena y ha escrito trece obras teatrales. Fue cofundador del Centro Universitario de Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el cual dirigió por un período de cuatro años. Fue fundador del Taller de Teatro Épico de la UNAM y del Centro de Experimental Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Ha impartido conferencias, cursos y talleres de teatro, estética e historia del teatro en Italia, Costa Rica, Estados Unidos, Colombia, Cuba, Francia, Dinamarca y Argentina. También es cofundador de La Casa del Teatro, ubicada al sur de la Ciudad de México. De 2008 a 2016 estuvo al frente de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) como director artístico. En 2006 fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes por la Secretaría de Educación Pública. Es miembro del Consejo Mundial de las Artes de la Comunidad Europea y ha sido becario del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Entrevista con Luis de Tavira ¿Dónde localiza usted la raíz de toda su obra? Fueron dos experiencias: una cuando empecé a jugar al teatro y otra cuando fui por primera vez espectador del teatro. La primera vez que fui al teatro fue a una función escolar al Auditorio Nacional y me tocó ver un espectáculo deslumbrante que se trataba de José María Morelos y el Sitio de Cuautla, específicamente era el episodio del niño artillero. Se trataba de un montaje del maestro Ignacio Retes y de pronto sobre el escenario irrumpieron caballos y en el momento más climático, explotó un cañonazo prodigioso y yo me quedé muy impresionado y asombrado de eso que sucedía en el escenario. Por eso en mi carrera ha permanecido la obsesión por la presencia de los caballos sobre el escenario y de los
cañonazos y disparos, cosas que probablemente le debo a esta primera obra que me tocó ver. ¿Cuáles fueron sus primeros trabajos? Empecé a hacer teatro sin saber que lo que hacía era teatro. Pertenezco a una familia en donde fuimos muchos hermanos y nosotros decíamos que jugábamos al cine, pero en realidad lo que hacíamos era teatro. Ingresé a la Compañía de Jesús, pues quería ser jesuita, y llegado el momento de la formación que se destina al estudio de los clásicos para el aprendizaje del griego y del latín, ahí me encontré con un gran maestro de griego que nos enseñaba leyéndonos a Sófocles, entonces al llegar al examen de griego propuse que mi prueba consistiera en una puesta en escena de la obra Antígona de Sófocles. Mis maestros jesuitas me destinaron a estudiar teatro como misión en la UNAM. Debía haber entrado a la Facultad de Filosofía y Letras a donde me inscribí en septiembre de 1968, pero no pude en ese momento porque antes de que entráramos nosotros, entraron los tanques y las clases ya formalmente pudieron restaurarse hasta 1969. ¿Quiénes fueron esos maestros? Tuve una fortuna muy grande porque me tocaron estupendos maestros entre los que podría citar a Margo Glantz, Adolfo Sánchez Vázquez, Ramón Xirau, Luisa Josefina Hernández y Carlos Solórzano. Pero sin duda el maestro definitivo, el que me convierte en una persona completamente del teatro es el maestro Héctor Mendoza, que impulsó mis primeros trabajos como director. Usted estudió letras clásicas, filosofía y arte dramático, ¿cómo se decidió por la dirección? En el teatro se cae en la ilusión de que uno elige su lugar, entonces uno decide que quiere ser actor o decide que quiere ser escenógrafo o escritor y no es así. Uno no elige al teatro, es el teatro el que lo elige a uno y el que lo pone en su lugar. Esto quiere decir que el lugar que el teatro le asigna a uno es aquel sitio en donde uno hace mejor las cosas. Yo nunca quise ser director, tampoco actor precisamente, pero entendí que si yo quería entender la esencia del teatro tenía que experimentar la actuación. No era mal actor y podría haber sido uno muy bueno.
Sin embargo, mi intención era otra. Yo quería ser un investigador teórico, hermeneuta del texto dramático o maestro del teatro y entonces el teatro me puso en mi lugar. Me vi forzado a dirigir porque era una exigencia del plan de estudios y resulta que eso era lo que mejor hacía. Desde entonces entendí también que la dirección no era compatible con ser actor u otra cosa, con ser autor sí y con ser maestro también, sobre todo el director como lo entendemos a partir de la modernidad. ¿Cómo es su proceso creativo? Nunca es igual y en las etapas de la vida va siendo distinto. Lo importante para mí es el grupo. Hay varias maneras de proceder, el productor habitual o el iniciador de la acción teatral, el que va a convocar suele pensar yo quiero montar está obra, ¿con quién? y yo siempre me planteo, somos estos, ¿qué montamos?, hoy, aquí y para quién. Todos los que hacemos teatro hemos salido a la búsqueda de un espectador y no vamos a descansar hasta encontrarlo y no es uno, ni el mismo siempre, ya que es el teatro el que se encarga de eso y yo simplemente cumplo con mi parte. ¿Qué temas le interesan explorar y retratar en sus obras? Para mí el teatro no tiene temas como la vida misma. El teatro es el arte de la vida. Por eso el teatro no es el desarrollo o la exposición de un tema, puede tener, pero no uno sólo, ya que siempre que le adjudicamos un tema a una obra la estamos reduciendo a una apretada síntesis muy artificial. Lo importante del teatro es el tono, es decir, aquello que relaciona la representación con lo que se quiere representar. El teatro obedece a una urgencia de comunicación. El teatro es un ángel, el ángel necesario que difícilmente se atiende. El problema del ángel necesario es que su mensaje tiene que ser dado en el aquí y ahora, y la gente siempre está futurizándose o está fijada en el pasado. El mensaje que el ángel ha de dar es en el aquí y ahora del escenario. Digo ángel, utilizando el sentido original de la palabra: “ ángel” que en griego quiere decir “ mensajero” , el que es portador de una voz, de un mensaje indispensable, que si se atiende casi siempre podría traducirse como un llamado que el teatro hace al espectador: tu vida tiene cambiar. La escritura también ha formado parte importante de su labor creativa, ya que ha escrito ensayos, poesía y obras de teatro, entre ellas, El espectáculo invisible. Paradojas sobre el arte de la
actuación; Las ventajas de la Epiqueya y La séptima morada. ¿Qué razones lo motivaron a escribir?
Estoy convencido de que es falsa la división entre la reflexión, la teorización y la práctica del teatro. En un sentido estricto yo creo que quien no teoriza el teatro en realidad no hace teatro y quien no hace teatro, en realidad no lo teoriza. Al hacer teatro es necesario también teorizarlo. Yo soy un hacedor de teatro, no alguien que se haya propuesto escribir libros de teoría de teatro en un cubículo, mis reflexiones nacen del trabajo escénico, del sudor de la escena, pero su enigma me exige la reflexión. Hay dos palabras que en la tradición enciclopédica se dividieron y son indivisibles: teatro y teoría. Si nos remitimos a su significado original, las dos son palabras griegas: teatro quiere decir mirador y teoría quiere decir contemplación. Entonces son dos palabras indivisibles porque se acude al mirador para contemplar y no se contempla en un cubículo, sino a través del mirador. ¿Qué implica hacer Un teatro para nuestros días?
Es una pregunta que tendría que contestarla pensando qué pasaría si no lo hiciéramos. Qué sería de la sociedad, qué sería del mundo y de los seremos humanos sin ese espejo sin el cual no podríamos saber quiénes somos. El teatro nos convirtió en espectadores de nuestro acontecer. Nos permitió concebirnos como persona. Entonces el teatro es nuestro espejo, no podemos vivir sin nuestro espejo porque no sabríamos qué somos o cuál es el significado de lo que hemos hecho. Gracias al teatro es posible descubrir y vislumbrar hasta lo que en nosotros es invisible. Si el 90 por ciento de los mexicanos no conoce el teatro, ¿qué se debe hacer para llevárselo a quienes nunca lo han visto? Decía Rodolfo Usigli que un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad, pero ¿de qué verdad estamos hablando?, no es la verdad de la ciencia o del periodismo, sino una verdad reservada al teatro qué es el espejo que nos dice quiénes somos y qué es lo que nos sucede. Hacemos teatro para entender la existencia. No habrá México mientras no aparezca en la dimensión del teatro, pero es cierto, el 90 por ciento de los mexicanos no lo conoce, entonces ¿qué
estamos creando los que hacemos teatro? creo que tenemos que cambiar y darnos cuenta de que nuestro objetivo común es formar al espectador nacional y no formarlo donde hemos insistido qué es en las concentraciones urbanas y en los centros de la alta cultura, cuando la realidad de México está dispersa en las pequeñas ciudades, en las aldeas en donde viven las comunidades cálidas. Cuando uno deja las grandes ciudades y se lanza a los caminos de las pequeñas aldeas donde la gente no conoce el teatro, y ahí llevamos y hacemos el teatro, en el asombro de esos espectadores iniciales descubrimos qué cosa es en realidad el teatro, algo que se nos había olvidado. Estoy convencido de que hacer teatro es como hacer pan, no el pan industrial del supermercado, sino el pan del hogar cálido, de hoy, de este día y que se hace para compartirlo porque pienso que el pan que hemos hecho en el hogar no debe ser ofrecido en la mesa de los altos, habiendo tantos con hambre ¡el pan es para los que tienen hambre! y así es el teatro. Entonces, ¿cómo hacer llegar este pan a los que tienen hambre? Estamos afanados en hacerlo, formarlo, crear la comunidad hacedora y después en compartirlo y distribuirlo. Lo que yo he hecho en mi vida han sido múltiples y múltiples iniciativas y acciones para llevar el teatro a la sociedad que no lo ha tenido. ¿Qué es lo más grande que le ha dado el teatro? Vivo profundamente agradecido por el inmenso privilegio que se me ha dado en la vida de ser el espectador del espectáculo invisible que sucede en la mente de los actores. Participar en el milagro, en el prodigio de la gestación de la vida escénica que sucede cuando el actor es un creador y lo que hace es arte, es el mayor privilegio que uno pudiera desear alcanzar alguna vez. Libros: - El espectáculo invisible (1999): La esencia del teatro es paradójica: el actor, para ser, tiene que encarnarse en un personaje que no es él, pero que, desde el momento en que lo encarna, no tiene otra realidad que el cuerpo, la voz y toda la presencia del actor. Ser y no ser, estar a la vez presente y ausente, ser el pasado en un eterno presente... Paradojas del arte del actor que han llamado
siempre la atención a todos los que han pensado la escena, y que ya Diderot expresó con toda claridad en su Paradoja del comediante. Tienen también mucho de Brecht, «el dialéctico Brecht», como él lo llama, en su apasionada asunción de las contradicciones. En si nos propone Luis de Tavira sus ejercicios espirituales que, en forma de 365 aforismos (uno para cada día del año).
- Hacer teatro hoy (2006): Tavira reúne ocho ensayos y una obra de teatro que reflexiona sobre las responsabilidades artísticas del director de escena. Una idea central anima la lúcida discusión de nuestro autor: reencontrar la dimensión espiritual del teatro y verificar que la realidad es transformable. - Teatro escogido (2017): Reúne siete piezas -La pasión de Pentesilea, La conspiración de la Cucaña, La séptima morada, Ventajas de la epiqueya, Otra Dama Boba, El director de teatro y Citerea