Literatura hispanoamericana reciente -El Modernismo tuvo vigencia hasta la segunda década del siglo XX, en que se gestan los movimientos poéticos posmodernistas. Por otra parte, la superación del realismo narrativo se produce en los años cuarenta con la incorporación de las nuevas técnicas y el nacimiento del realismo mágico. La poesía La superación del Modernismo El agotamiento de la vertiente formalista y evasiva del Modernismo, muy claro tras la muerte de Rubén Darío (1916), se resume ya en los versos del mexicano Enrique González Martínez: Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje que da su nota blanca al azul de la fuente él pasea su gracia no más, pero no siente el alma de las cosas ni la voz del paisaje. [...] Enrique González Martínez Predomina un ansia de autenticidad que lleva a los poetas a describir la realidad cotidiana y a refugiarse en el intimismo. Esto se aprecia claramente en la obra de las uruguayas Delmira Agustini (1886-1914) y Juana de Ibarbourou (1895-1979); en la chilena Lucía Godoy, conocida como Gabriela Mistral (1889-1957), y en Alfonsina Storni (1892-1938). Junto a ellas hay que situar el tono sencillo del argentino Baldomero Fernández Moreno (18861950), el erotismo e intimismo irónico del mexicano Ramón López Velarde (1888-1921) y el alucinado sentimentalismo del colombiano Porfirio Barba Jacob (1880-1942). El vanguardismo En los años veinte se deja notar el influjo vanguardista, con su ruptura del realismo tradicional y su búsqueda de nuevas formas. El mexicano Juan José Tablada (1871-1945) experimenta con poemas ideográficos, al estilo de los caligramas o los haikus japoneses. Otro mexicano, Manuel Maples Arce (18981981), encabeza el estridentismo. Especial relevancia adquieren las corrientes de vanguardia en Argentina con revistas como Proa o Martín Fierro. Oliverio Girondo (1861-1897) describe con audaces metáforas la realidad urbana en Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922). El surrealismo es cultivado por Aldo Pellegrini (1903-1973) y Enrique Molina (1910-1997). Asimismo, en torno a la revista Contemporáneos (1928-32) se reunió un importante grupo de poetas vanguardistas mexicanos como Carlos Pellicer (1899-1977), José Gorostiza (1901-1973), Xavier Villaurrutia (1903-1950) o Salvador Novo (1904-1974).
Pero los tres autores que destacan en la asimilación de los elementos de la vanguardia son César Vallejo, Huidobro y Neruda. En el año 1922 el peruano César Vallejo había publicado Trilce, un libro básicamente experimental; años más tarde Vicente Huidobro da a luz Altazor, y en 1933 aparece Residencia en la tierra, del chileno Pablo Neruda. Es indudable la influencia que en los poetas citados tuvieron los vanguardistas europeos. Sin embargo, cada uno de ellos elabora unas formas expresivas propias y una línea muy personal, que los sitúan como grandes creadores.
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El peruano César Vallejo (1892-1938) destaca por su importantísima obra poética. Los heraldos negros (1919) conserva ecos del Modernismo, pero muchos de sus poemas, centrados en el sufrimiento y la angustia, presentan ya una métrica irregular y un tono coloquial. Trilce (1922), obra audazmente vanguardista, expresa un hondo desarraigo existencial. Poemas humanos (1929) es una recopilación póstuma de poesía social que incluye España, aparta de mí este cáliz, poemas de la Guerra Civil. En estas composiciones se acentúa su doloroso desgarramiento. El dolor en su obra tiene diversas causas: el exilio, la muerte de su madre, la trágica guerra española y, en general, los múltiples instantes en que el poeta ve manifestarse la injusticia. El yo poético se solidariza con el sufrimiento del débil y del desposeído. Así, su adhesión al pueblo español adquiere en su obra una resonancia universal. El chileno Vicente Huidobro (1893-1948) es el máximo representante del vanguardismo poético hispanoamericano, aunque cultivó también la novela y el teatro. Conoció en París a los principales vanguardistas y estuvo también en España, donde influyó en Juan Larrea y Gerardo Diego. Fue uno de los fundadores del creacionismo, heredero del ultraísmo y divulgado en 1914 con el manifiesto Non serviam, que niega que el arte deba imitar a la naturaleza y sostiene que ha de crear nuevas realidades a través de la palabra, suprimiendo lo anecdótico y basándose en la metáfora. Su obra fundamental es Altazor (1931), un largo poema en siete cantos con continuas visiones filosóficas, teológicas y literarias.
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El argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) es una de las más destacadas figuras literarias del siglo XX. Dos son las etapas que se pueden distinguir en la producción lírica de este escritor argentino: en primer lugar, la comprendida entre 1918 y 1929, cuando Borges se asocia a la estética ultraísta, y en segundo lugar, después de treinta años de silencio poético, una etapa de poesía más concentrada e intimista.
La permanencia de Borges en España, entre 1918 y 1921, permitió al poeta conocer a fondo el naciente movimiento ultraísta español, participar en él y, posteriormente, transportar a su país estas nuevas ideas. Otros importantes poetas argentinos que se asociaron a este movimiento fueron Macedonio Fernández (1874-1952) y Oliverio Girondo (1891-1967). En su deseo de «desanquilosar el arte», de eliminar todo elemento que atente contra la pureza de la expresión, los ultraístas revitalizan la imagen y, fundamentalmente, la metáfora como fuerza generadora del lenguaje poético. Tres son las obras borgianas pertenecientes a esta estética: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). •
Neftalí Ricardo Reyes, Pablo Neruda (1904-1973), es uno de los poetas más notables del siglo XX. El primer libro importante de este chileno, Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), se ha convertido en un clásico por su madurez y emotividad. Con estilo sencillo, combina el canto al amor, la angustia adolescente y la añoranza de la naturaleza de su infancia. Residencia en la tierra (193335) nace de una profunda crisis existencial. Adopta el estilo surrealista para expresar en metáforas deslumbrantes y herméticas su desolación y oscuridad interior. Saldrá de esta situación volcándose en el compromiso político y social, que se refleja en España en el corazón (1937), reflexión sobre las heridas que produce el conflicto bélico, y culmina con Canto general (1950), extenso poemario que repasa la historia de América. En sus últimas obras, el compromiso se alterna con la temática amorosa (Los versos del capitán, 1952) y el canto a los objetos cotidianos con el propósito de descubrir lo que está latente en ellos (Odas elementales, 1954-1957).
La poesía posterior a la vanguardia Los años treinta vivieron una gran conflictividad político-social en todo el mundo, que favoreció la toma de conciencia de los escritores. Así, autores como César Vallejo o Pablo Neruda evolucionaron hacia la rehumanización de su poesía. La poesía hispanoamericana, sin renunciar a los logros formales vanguardistas, acentuó en general su compromiso con la realidad, pero en su evolución hasta nuestros días ha tomado caminos muy diversos. En el panorama poético destacan las siguientes tendencias y autores: •
Nicolás Guillén y la poesía negra. La tendencia general de principios de siglo hacia la búsqueda de lo autóctono llevó a la revalorización de la cultura de la población negra, despreciada hasta entonces. La fusión entre vanguardismo y folclore negro desembocó en la llamada poesía negra o afroamericana, semejante al neopopularismo de la generación del 27. Entre sus cultivadores pueden citarse al puertorriqueño Luis Palés Matos (1898-1959) y al cubano Emilio Ballagas (1910-1954).
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Nicolás Guillén (1902-1989), cubano y mulato, es el principal representante de esta tendencia. En sus primeras obras (Motivos de son, 1930; Sóngoro Cosongo, 1931) describe el mundo de la población de color: estampas típicas, ritos, supersticiones, etc. Pasa después a denunciar la marginación del negro y las injusticias sociales (El son entero, 1947; La paloma del vuelo popular, 1958), al tiempo que su oposición a Batista le obliga a exiliarse. Tras el triunfo de Castro, su obra se orienta hacia lo revolucionario (Antología mayor, 1964). La poesía pura fue una corriente poética de los años treinta, derivada del vanguardismo, que busca la belleza evitando el sentimiento y centrándose en la propia creación lírica. En Colombia, destaca el grupo Piedra y Cielo, con el clasicismo de Eduardo Carranza (1913-1985). También tuvo un notable desarrollo en Cuba, con la poesía introspectiva y abstracta de Dulce María Loynaz (1903-1987) y, sobre todo, la inclasificable obra de José Lezama Lima (1912-1976), también narrador, que construye complejos mundos poéticos, casi indescifrables. Octavio Paz (1914-1998) se entrega a una obra donde la preocupación esencial es el lenguaje. Su obra El arco y la lira (1956) es un texto fundamental para comprender la poética de este escritor mexicano: elementos como poesía y poema, lenguaje, ritmo, consagración del instante, conforman obsesivos interrogantes de este ensayo. Piedra de sol (1957) es uno de los más extensos e importantes poemas latinoamericanos, donde diversos motivos líricos (mundo, relación yotú, instante, erotismo, búsqueda) se entremezclan con la reflexión del poeta sobre el mismo proceso creativo. Blanco (1967) constituye un poema espacial, cuya lectura puede realizarse de diferentes maneras, con marcado contenido erótico y gran preocupación lingüística. Pasado en claro (1978) es un itinerario, una búsqueda, que se inicia con la meditación sobre el proceso de la escritura. Otros poetas posvanguardistas El chileno Nicanor Parra (1914), con sus «antipoemas» y «artefactos», crea una poesía que oscila entre lo popular y una desenfadada visión crítica e irónica de la realidad circundante. Sus principales obras líricas son Poemas y antipoemas (1954), La cuenca larga (1958), Versos de salón (1962), Canciones rusas (1967), Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) y Nuevos sermones del Cristo de Elqui (1979). El nicaragüense Ernesto Cardenal (1925), quien ocupó un alto cargo en el gobierno sandinista, es también un escritor que utiliza su palabra para testimoniar su compromiso político-social y, desde su posición de religioso, cantar himnos de esperanza en el futuro de la humanidad. Entre sus obras destacan Hora cero (1960), Epigramas (1961), Salmos (1964) y Homenaje a los indios americanos (1969). Otros poetas destacados son el chileno Gonzalo Rojas (1917), el mexicano Tomás Segovia (1927), el cubano Roberto Fernández Retamar (1930), el peruano Jorge Eduardo Eielson (1921), el ecuatoriano Jorge
Enrique Adoum (1926) y los argentinos Mario Benedetti (1920) y Juan Gelman (1930).
La narrativa
El extraordinario desarrollo de la novela hispanoamericana confirma que el siglo XX es la época dorada de las letras del continente. Ya desde principios de siglo hay una intensa actividad narrativa y algunas grandes figuras preparan el posterior boom de los años sesenta.
Dos tendencias a principios de siglo
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Del Modernismo nace una corriente de relato breve de tema fantástico, que cultivó el propio Rubén Darío. Sus principales continuadores son el poeta argentino Leopoldo Lugones, con relatos de temática misteriosa y mítica, y el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937), uno de los más destacados cuentistas latinoamericanos de su tiempo. Su estilo sobrio alcanzó cimas elevadas en algunos de sus relatos, agrupados en volúmenes como Cuentos de amor, de locura y de muerte; Cuentos de la selva; Anaconda o Los desterrados. La otra tendencia, más desarrollada, será la novela realista y naturalista de tema autóctono, que aparece con notable retraso respecto a Europa. Presenta varias modalidades: o Novela de la revolución mexicana. Destaca Los de abajo (1915), de Mariano Azuela (1872-1952), que muestra escépticamente la guerra con toda su crudeza. o Novela indigenista. Denuncia la opresión de los indios, como en Huasipungo (1934), del ecuatoriano Jorge Icaza (1906-1978), o en El mundo es ancho y ajeno (1941), del peruano Ciro Alegría (1909-1967), que cuenta la destrucción de una comunidad indígena por intereses económicos. o Novela de la tierra. Con el tema de fondo del conflicto entre civilización y barbarie, se narra la fuerza destructora de la selva (La vorágine, 1924, del colombiano José Eustasio Rivera, 18881928), el caciquismo latifundista (Doña Bárbara, 1929, del venezolano Rómulo Gallegos, 1884-1968) y la vida de los gauchos (Don Segundo Sombra, 1926, del argentino Ricardo Güiraldes, 1886-1927).
La renovación narrativa hispanoamericana entre 1940 y 1960 A partir de los años cuarenta, la narrativa incorpora nuevos elementos: el contenido se amplía con la introducción de temas urbanos y la estructura se enriquece con innovaciones de la narrativa europea y norteamericana. Asimismo, se incorpora lo irracional procedente del movimiento surrealista. La personal obra de Borges constituye un precedente indiscutible de toda la narrativa posterior. En ella, lo filosófico y lo metafísico se combinan a menudo con lo fantástico y lo irónico. Su obra supone un punto de referencia de la narrativa de su tiempo en una fase de transición entre la vanguardia y las nuevas formas de novela. Borges destaca ante todo por sus cuentos, recogidos en libros como Ficciones (1944), El aleph (1949) y El libro de arena (1975). Su estilo se caracteriza por la concisión y por la ironía, así como por su carga cultural. Su compleja temática filosófica presenta varios submotivos, como el carácter ilusorio de la realidad, que se confunde con la ficción; el misterio de la identidad (el doble, el sueño, la reencarnación); el mundo como laberinto indescifrable o la concepción circular del tiempo. La importancia de las preocupaciones existenciales propias de la literatura occidental en los años cuarenta y cincuenta tiene también un reflejo en los autores hispanoamericanos, especialmente en las figuras de Onetti y Sábato, representantes de la que se ha venido a llamar narrativa existencial. El uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1994) describe unas vidas frustradas y amargadas en la ficticia ciudad de Santa María. Esta visión pesimista con raíz en el existencialismo se refleja en sus cuentos y novelas (El astillero, 1961; Juntacadáveres, 1964), en las que la ocultación de datos crea un intenso efecto de suspense. La obra de Ernesto Sábato (1911) El túnel (1948) trata de un hombre que recurre al crimen como única salida a su radical incomunicación con los demás. Sobre héroes y tumbas (1961) narra una terrible historia de amor y soledad que revela la maldad del mundo contemporáneo. Este escritor argentino es también el autor de Abaddón el exterminador (1974), de parecida complejidad, y de varios ensayos (El escritor y sus fantasmas, 1963). La narrativa social hereda de la novela indigenista la denuncia de los conflictos raciales en Hispanoamérica. Dos autores representan fundamentalmente esta tendencia: Miguel Ángel Asturias y José María Arguedas. Miguel Ángel Asturias, guatemalteco (1899-1974), dedica su novela más importante, El señor presidente (1946), a la figura del dictador, que sitúa en una atmósfera de pesadilla, donde se mezclan lo absurdo y lo grotesco. Su labor de estudioso de la cultura maya se refleja en Leyendas de Guatemala (1930) y Hombres de maíz (1949). En su «trilogía bananera» (en la que destaca El Papa verde, 1954) se denuncia la injerencia norteamericana en Centroamérica. Recibió el Nobel en 1967.
José María Arguedas (1911-1969), peruano, es autor también de obras de antropología como La evolución de las comunidades indígenas (1956). Sin embargo, destacó por sus novelas Yawar Fiesta (1941) y Ríos profundos (1956). Surge en este momento el realismo mágico. Este constituye una representación compleja del mundo, que admite al mismo nivel lo racional, lo onírico y lo fantástico y que persigue reflejar la identidad de América (objetivo que comparte con la novela indigenista). Frente al realismo decimonónico, en esta nueva tendencia narrativa lo real, lo cotidiano, lo mítico y lo imaginario se encuentran enlazados de forma estrecha y verosímil. El cubano Alejo Carpentier (1904-1980) fue el primer teórico del realismo mágico en un prólogo escrito para El reino de este mundo (1949), historia sobre un levantamiento de esclavos en el Haití del siglo XVIII. En la misma época se ambienta El siglo de las luces (1962). Ambas novelas trazan un grotesco retrato de la fusión entre los ideales ilustrados y revolucionarios y la cultura africana de las Antillas. Con parecido estilo barroco se relata, en Los pasos perdidos (1953), un viaje a través de la selva que acaba atrapando a sus protagonistas. Otras novelas del autor son Ecué-Yamba-O (1933), descripción vanguardista del mundo negro cubano; El acoso (1956), novela breve de compleja estructura acerca de un traidor, y El recurso del método (1974), centrada en una dictadura. Las novelas del argentino Julio Cortázar (1914-1984) se caracterizan por su radical experimentalismo formal y por su análisis del hombre contemporáneo. La presencia de lo fantástico en Cortázar tiene una ambientación más cosmopolita y más alejada de la realidad americana que en otros autores. Lo fantástico domina en Los premios (1960), mientras que Libro de Manuel (1974) es una crítica a las dictaduras con técnica de collage. Su principal novela, Rayuela, de 1963, es una referencia fundamental de la literatura hispanoamericana. Su estructura en secuencias sueltas permite distintas lecturas y, por tanto, diversas interpretaciones. Con ello pretende expresar mejor los temas del caos y el azar de la vida y de la relación entre el artista y lo creado. Quizá lo mejor de su obra sean sus cuentos (Bestiario, 1951; Final de juego, 1956; Todos los fuegos el fuego, 1966), en los que, con estilo ambiguo, irónico y tierno a la vez, lo fantástico y lo absurdo surgen en medio de lo cotidiano. Es autor de obras misceláneas como Historias de cronopios y de famas (1962) y La vuelta al día en ochenta mundos (1967). Augusto Roa Bastos (1917-2005), paraguayo, es el autor de Yo el supremo (1974), centrada en un dictador hispanoamericano. Otras obras suyas son Hijo de hombre (1960) y Vigilia del almirante (1992).
Juan Rulfo (1918-1986), mexicano, se convierte en uno de los maestros del nuevo estilo con sus cuentos (El llano en llamas, 1953) y sobre todo con Pedro Páramo. Esta novela, de 1955, narra con juegos espacio-temporales constantes el viaje de un hombre al pueblo de su padre, cuya historia reconstruirá dialogando con vivos y muertos. Su obra supone la cumbre de la llamada novela de la Revolución mexicana.
La narrativa hispanoamericana desde los años sesenta La obra del mexicano Carlos Fuentes (1928) presenta una serie de constantes, como la incansable experimentación narrativa y un análisis de la problemática social y política de su país, con especial atención a las consecuencias de la Revolución mexicana. Su primera novela, La región más transparente (1958), llamó la atención por su audacia experimental y su ambicioso fresco social de la ciudad de México. Otros títulos destacables son Cambio de piel (1967) y La cabeza de la hidra (1978). La muerte de Artemio Cruz, de 1962, supuso su consagración. A través de los recuerdos de un dirigente político corrupto que agoniza, se reconstruye la historia mexicana desde la revolución. La novela se estructura mediante tres distintos narradores y presenta abundantes saltos espacio-temporales. El colombiano Gabriel García Márquez (1928) es el más famoso y leído de los grandes narradores hispanoamericanos. Su infancia en la costa caribeña le proporcionó temas e historias para crear el imaginario Macondo. Como otros escenarios míticos de la narrativa hispanoamericana, simboliza la conflictiva realidad de todo el continente y del ser humano en general. Allí ambientará sus primeras obras (El coronel no tiene quien le escriba, 1961; La mala hora, 1962), de desbordante imaginación. Su gran éxito es Cien años de soledad, publicada en 1967, novela emblemática del boom y obra maestra del realismo mágico. Narra la historia de siete generaciones de una familia perseguida por un destino fatal, que resume simbólicamente la evolución sociopolítica del continente. De parecido estilo será El otoño del patriarca (1975), sobre un dictador. Sus siguientes obras (Crónica de una muerte anunciada, 1981; El amor en los tiempos del cólera, 1985), dotadas de la misma cuidada estructura y calidad literaria, se alejan ya del realismo mágico. En la obra de Gabriel García Márquez, el periodismo y la literatura, sus dos oficios, se han entrecruzado muchas veces, como en el apasionante reportaje Relato de un náufrago (1955) o en Noticia de un secuestro (1996). Entre sus últimas obras se encuentran también El general en su laberinto (1989), Doce cuentos peregrinos (1993), Del amor y otros demonios (1994) y la reciente novela Memoria de mis putas tristes (2004).
El escritor peruano Mario Vargas Llosa (1936) es otra de las grandes figuras de la narrativa hispanoamericana por su incansable indagación en las técnicas narrativas y por la complejidad de sus mundos novelescos. Su primera obra, La ciudad y los perros, aparecida en 1962, que encabezó el boom, expresa, a través de la denuncia del machismo y la violencia de un colegio militar limeño, una crítica a la sociedad peruana. La casa verde (1966) entremezcla tres historias, ambientadas en tres lugares distintos de la selva, que confluyen en un prostíbulo. Conversación en la Catedral (1970) es una de sus obras más ambiciosas y logradas. De compleja estructura, ofrece un desolador fresco de la sociedad peruana bajo una dictadura. Otras novelas interesantes son la humorística Pantaleón y las visitadoras (1973), la autobiográfica La tía Julia y el escribidor (1977) y la monumental La guerra del fin del mundo (1981), sobre una utópica rebelión campesina en Brasil. Ha escrito también cuentos, una excepcional novela corta (Los cachorros, 1967) y teatro. Entre sus últimas publicaciones destacan La fiesta del chivo (2000) o El paraíso en la otra esquina (2003).