Ley de tallas (o talles) argentina por Larry Nieves
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¿Qué tiene que ver el estado con las tallas de la ropa usada por adolecentes? En un país medianamente normal, la respuesta sería "nada". El gobierno no tiene nada que ver con las tallas de la ropa usada por los adolescentes. Después de todo, supuestamente los gobiernos son creados con la finalidad de proteger la vida, la propiedad y la libertad de los ciudadanos.
No en Argentina. El país del sur, otrora líder del desarrollo suramericano ha dejado que su gobierno se hipertrofie hasta tal punto, que una cadena de textiles no puede decidir por sí misma qué tallas de ropa vender y cuáles no:
La aplicación de la polémica Ley de Tallas en Buenos Aires, Argentina, comienza a escribir su historia judicial (...)
La nueva ley, que está vigente desde el 21 de diciembre último, obliga a los fabricantes a confeccionar ropa para adolescentes en todas las tallas, como un recurso para frenar el avance de enfermedades como la anorexia y la bulimia.
La norma obliga a los comercios a tener en existencia todas las tallas correspondientes a las medidas antropométricas de hombres y mujeres adolescentes de las prendas y modelos que comercialicen y ofrezcan al público. Ante ustedes, la mengua de la responsabilidad individual en su máxima expresión. La idea tras monstruos legales como este es que la persona no es responsable por su salud, sino que otros -en este caso quienes le fabrican la ropa- son los culpables, por no hacer prendas para gente más obesa, "obligando" a las adolescentes a dejar de comer para rebajar. Es decir, para los políticos, el individuo no tiene voluntad propia, sino que es un mero títere de la publicidad, que lo obliga a comportarse de ciertas formas y maneras perjudiales para su salud, pero muy beneficiosas para el empresario.
La falsedad de tal argumento no aguanta una examinación apenas superficial. Basta con señalar que si el consumidor realmente fuese tan fácil de controlar por medio de la publicidad, ningún negocio iría a la quiebra jamás, puesto que con una buena pauta publicitaria sería suficiente para enviar cientos de miles de consumidores-robots a comprar los productos promocionados. El hecho que las empresas quiebran frecuentemente porque los
consumidores no quieren comprarles a los precios que venden, muestra que el supuesto poder de la publicidad está severamente sobrestimado por los políticos y la opinión pública.
Al final del día cada quien tiene el poder en sus manos de decidir comer o no comer. Y si la persona sufre de alguna enfermedad, en cada momento tiene el poder de decidir si buscar ayuda especializada o sucumbir ante la llamada del estómago.