Las seis reglas de la Senda
Nadie recorre el Camino solo. No hay prisa, ni tampoco tiempo que perder. Cada peregrino, sabiéndolo, apresura sus pasos y se encuentra rodeado por sus compañeros. Algunos caminan adelante, él los sigue. Otros caminan detrás, él los estimula. No viaja solo. La Senda se recorre a plena luz del día, conducida por Aquel los que saben y guían. Nada puede ocultarse, y en cada vuelta de ese camino, el viajero debe enfrentarse consigo mismo. En el Camino, lo oculto es revelado. Cada uno ve y conoce la vileza del otro. Sin embargo, con la gran revelación no hay posibilidad de reacción, ni de despreciar a los demás ni de vacilar en el Camino. El peregrino debe evitar usar una máscara que oculte su rostro a los demás y llevar un cántaro que sólo contenga agua para sus propias necesidades. Cada peregrino debe llevar consigo: un brasero para dar calor a los compañeros; una lámpara para iluminar su corazón y mostrarlo; una bolsa con oro que no ha de esparcir por el camino sino compartirlo con los demás; una vasija lacrada, donde guarda todas sus aspiraciones para depositarlas a los pies de Aquel que lo espera en el portal. A medida que recorre el Camino, el peregrino debe tener el oído atento, la mano generosa, la lengua silenciosa, el corazón purificado, la voz suave, el paso rápido y el ojo listo para ver la luz. Él sabe que no viaja solo. Alice A. Bailey