Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. 2 Corintios 5:17 Érase un hombre entregado al vicio de la bebida y muy violento, vergüenza de su familia y terror de sus vecinos. En toda la comarca era conocido como “el bandido”. No lejos de su casa, en una humilde vivienda se estaban realizando reuniones religiosas, y ya habían ocurrido algunas conversiones. Una noche, en el momento en que iba a comenzar la reunión, la hija de la familia exclamó de repente: —¡Si yo fuera a invitar al “bandido”! Antes de que la advirtieran del peligro que representaba el hombre, la joven echó a correr hacia la casa del “bandido”, y llamó a la puerta. —¿Quién llama? —preguntó el hombre. —Yo, señor. Vengo a invitarlo a asistir esta noche a nuestra reunión de evangelización. —Iba a acostarme, pero espera, iré contigo —dijo “el bandido”. Al rato “el bandido” estaba sentado en la cocina contigua a la sala de reuniones, donde solían ocultarse los “Nicodemos tímidos”. Y mientras el predicador leía la Escritura, el Espíritu Santo llegó hasta el rincón de la cocina donde se hallaba “el bandido”, quien fue transformado en una nueva criatura. Pasaron meses y años, y aquel a quien las gentes solían llamar “el bandido convertido”, no cesaba de dar fiel testimonio de su Salvador. Un día le preguntaron: —¿Qué edad tiene usted? —Tres años. —¿Tres años? —Sí, tres años. Los años anteriores a mi conversión no cuentan. Mi vida comenzó el día en que Dios me hizo pasar de la esclavitud de Satanás a la libertad de los hijos de Dios. Si este hombre pudo nacer de nuevo, tú también puedes.