La ventana de Johari y el cristianismo Probablemente alguna vez hemos oído hablar de la ventana de Johari. Es un modelo útil que describe el proceso de la interacción humana. Describe el conocimiento personal en cuatro tipos, representado por sus cuatro cuadrantes o ventanas: abierta, oculta, ciega y desconocida.
La ventana “abierta” representa las cosas que ambos conocemos. Las que uno sabe sobre sí mismo y que el otro también conoce. (Yo sé-tú sabes) La ventana “oculta” representa aquello que yo conozco sobre mí, y que mi interlocutor desconoce completamente. (Yo sé-tú no sabes) La ventana “ciega” representa las cosas que mi interlocutor sabe sobre mí, pero de las cuales yo soy inconsciente. (Yo no sé-tú sí sabes) La ventana “desconocida” representa aquello que yo no conozco sobre mí mismo, y tampoco puede conocerlas mi interlocutor. (No sabemos)
Os invito a aplicarlo a la vida cristiana.
La ventana ‘abierta’ podría ser lo que todos conocemos. Todos: cristianos de base, pastores, miembros de otras religiones, sociedades en las que vivimos,… conocemos abiertamente muchas cosas sobre la vida cristiana y su mensaje fundamental: el amor hasta el extremo, la centralidad de los pobres, una vida desde el Reinado de Dios y la paternidad-maternidad de Dios, la esperanza cristiana. Lo conocemos y transmitimos abiertamente, siendo conocido y reconocido por todos. La ventana ‘oculta’ podría ser lo que los cristianos conocemos bien, pero no hemos sabido transmitir por el motivo que sea: falta de testimonio, otras insistencias que ocultan el núcleo del mensaje, falta de interés por parte de otros, desconocimiento real de algunos por falta de contacto con la vida cristiana, etc La ventana ‘ciega’ es lo que los demás conocen de nosotros, desde fuera: la imagen que damos, tanto en los aspectos positivos como en los negativos. La sociedad, otros cristianos, otras religiones tienen una “imagen” de nosotros que completa la realidad de lo que somos. No sólo somos eso, pero también somos eso. La ventana ‘desconocida’ podría ser ‘el otro cristianismo posible’ que no conocemos (aunque lo podemos intuir y soñar). Sería ese “otro modelo” del que estaríamos gozando si la historia nos hubiera llevado por otros derroteros: más metafóricos que metafísicos, más carismáticos que estructurales, más democráticos que jerárquicos, más prácticos que teóricos, más sugerentes que dogmáticos, más multiformes que uniformes, más optimistas que ‘terroristas’, más liberadores que amenazantes, más experienciales que doctrinales, más del “disfruta” que del “merece”, más del ‘sí’ que del ‘no’, más del ‘espíritu’ que de ‘la letra’, más del ‘ya’ que del ‘todavía no’, más del pobre que del templo, más del ‘desde abajo’ que del ‘desde arriba’, más de la ‘presencia’ que del ‘intervencionismo’ de Dios, más del amor que del temor, más de la ayuda que de la censura, más del silencio que del juicio, más del ‘creo’ que del ‘es’, más del ‘te doy de comer’ que del ‘Señor, Señor’…
Mirar por la ventana desconocida sería mirar por ese “otro cristianismo posible”, que evidentemente tiene trazas abundantes en la realidad actual. Por eso, al hablar de los
derroteros por los que nos ha llevado la historia, me refiero a ‘derroteros institucionales’, ‘oficiales’, porque sabemos que todos los elementos han estado siempre presentes en la historia del cristianismo: no los hemos inventado nosotros. La cuestión es “configurar el cristianismo desde ellos, y no desde otra cosa. Aunque podemos intuir ese otro cristianismo, no deja de ser un cristianismo ‘desconocido’ hoy, al menos en su lado institucional. Esta descripción de las ventanas estaría, de algún modo, cambiando según lugares y épocas (engrosando la lista de lo ‘oculto’ hoy). Es evidente que el modelo nos propone una visión multiforme de la realidad cristiana, en la que cada ventana explica lo que “somos”, lo que “también somos” y lo que “podríamos ser”. Para terminar, basándome en el modelo, me atrevo a sacar las siguientes conclusiones:
Tenemos que intentar ser más abiertos con el mensaje, para que todos puedan conocer el tesoro que tenemos. Para ello debemos insistir en lo positivo, lo que une, lo que otros cristianos de otras confesiones también viven, lo que construye humanidad, lo que es buena noticia. Y sobre todo, hemos de seguir dando testimonio, contagiando. No tenemos que ocultar nuestro tesoro cristiano, mediante insistencias que hacen “desconectar” a la gente de hoy, y desnaturalizan la propuesta cristiana. Debemos ir a lo fundamental, a lo más evangélico, a lo compartido desde los orígenes, sin maquillajes y deformaciones posteriores que comprometen la unidad (y el sentido común). Ojalá evitemos estar ciegos. Tenemos que ver lo que nos están diciendo la sociedad, otras iglesias, otras religiones (y por supuesto otros cristianos, especialmente mujeres y laicos). Ojalá estemos dispuestos a escuchar de verdad, a perder cegueras, a quitarnos orejeras, a ser curados, a convertirnos de corazón (y de estructuras), para poder completar la visión de la maravilla de ser cristiano sin artefactos ideológicos y estructurales que consideramos intocables. Arriesguémonos, entremos en el mundo del cristianismo desconocido. Probemos otros caminos, desde otros paradigmas, desde otros lenguajes, desde otras insistencias, desde la praxis del amor, desde la locura de un evangelio que no necesita tantos aparatos institucionales. Sacudámonos el polvo del camino, y andemos descalzos por senderos desconocidos, guiados por la fe, por la constatación de un “algo está fallando”, por el deseo de “otro cristianismo posible”, por la intuición de que “algo nuevo está viniendo”…
Y hablando de ventanas, ¡gracias Juan, por recordarnos que tenemos que “abrir las ventanas de la Iglesia para que entrara aire fresco”!. Hacen falta, al menos, XXIII cristianos como tú. Menos mal que hay muchos más, que intentan abrir tantas ventanas para que siga entrando aire fresco en el mundo y en la Iglesia.